Querida Valentine.

Querida Valentine.

Valentine encontraba todo menos sentido en aquellas palabras. ¿Cómo pedir un poco de comprensión? ¿Comprensión? Ese no era el término que Harper ocuparía con ella, claro estaba. Apenas había logrado aferrarse a su amistad y ahora se encontraba en medio de una habitación escuchando las palabras vacías que Harper había narrado en trozo de papel arrugado, medio chamuscado. La desesperación la consumía, pero no; no debía llorar ni lamentarse por haberla perdido, después de todo debía comprenderla, sí eso era lo que su pelirroja amiga quería, eso debía hacer. Si, debía tratar de comprender un poco de lo que había decantado de aquella lectura, luego vería la forma de encontrar a su amiga. Pero por ahora, sólo quedaba un papel roto, garabateado con tinta azul y un gran sobre que llevaba la leyenda de: "Querida Valentine."

Prólogo.

Los árboles en invierno, deshojan tristeza – Enrique Ureta.

El otoño se acercaba a la ciudad. El viento resoplaba tranquilamente por los árboles, mientras el cielo era cubierto por plateadas que, seguramente, traerían un poco de lluvia. Nada se comparaba al hermoso otoño en la ciudad; las tardes se hacían más frías, pero a la vez, más cálidas. No había frío, ni calor, sino que la simple sinfonía del viento soplando por las ramas, teñidas por el color amarillo que caracteriza esta época.
Sin duda alguna, el mejor lugar que hay en la ciudad de Boston es el parque principal. Extendido por alrededor de una manzana y media, el parque es el lugar más visitado en otoño, por los estudiantes que comienzan su receso o por los pequeños que asisten aun a clase. ¿Qué mejor lugar que un banco en el parque? Con el silencio y paz que caracteriza este lugar inigualable, se suelen tener muy buenos tiempos.
Lamentablemente, para Valentine no era un buen tiempo. Caminando por las aceras del parque, al lado de su padre, quien hablaba de vez en cuando, queriendo tocar temas dado la nueva situación de su hija. Los ojos marrones de Valentine paseaban de un lado al otro, buscando la comprensión de su padre. Nunca había sentido tanta incomodidad, mientras sentía una extraña sensación de paz.
Hay una buena relación entre Valentine y su padre –relativamente buena–. Ambos solían ser muy unidos, antes de la muerte de su madre. Luego de aquel trágico y doloroso suceso, una barrera sentimental los separó repentinamente. Nunca habían sentido algo así, fue al igual que una barrera; separando su “perfecta” relación padre e hija. Dejando de lado aquella, ambos seguían con una vida diferente. Y es que el cambio debió ser repentino para ambos, la pérdida de su madre y esposa, cambió casi completamente al padre; dejando un hueco sin llenar en su hija.
Ambos castaños, el mayor con algunos hilos blancos entre la melena, se detuvieron en frente a la fuente con motivos griegos. Un suspiro por parte de Valentine vino antes que su padre comenzara a hablar. Sabía perfectamente que vendría luego de sentarse, un tema que conversar y reflexionar, como siempre. No había cambiado en eso, seguía siendo el mismo ojiazul al cual le encantaba reflexionar.

–     Valentine… –comenzó, una vez sentados en el banco gastado.
–     Antes de que comiences, quiero aclarar un punto importante. –interrumpió la castaña. – Estoy bien. No tienes que preocuparte, papá.

El padre de la chica sonrió, sencillo, cálido. Conocía a la perfección a su hija, al igual que ella lo conocía, o creía hacerlo. Repentinamente el mayor se levantó del banco, ofreciendo la mano hacia su pequeña y única hija. Tal como si fuera una pequeña de cinco años, Valentine aceptó su mano, sin tensión alguna.

–     ¿Te parece si damos un paseo? –dijo, una vez que Valentine se paró.

Como respuesta, asintió con la cabeza lentamente, sin perder de vista los azules ojos de su padre. Unos ojos tan sinceros que te hacían sentir una transparencia, como si aquellos lograran ver lo que sientes, lo que eres, llegando a conocerte mejor que tú mismo.
Ambos retomaron la caminata por el hermoso parque, sintiendo como las hojas lograban caer por el lugar entero. Bendito fuere aquel parque, por ser tan acogedor como una casa, por crear aquellos hermosos recuerdos en invierno y por otorgar la sombra en el caluroso verano.

–     Valentine Thunder, tienes dieciocho años. –comenzó. – Aunque hayas tenido una adolescencia sin problemas, no quiere decir que no los habrán. –prosiguió mientras caminaban.
–     Tengo claro eso, papá, no es necesario que tengamos una charla dos veces, con el mismo tema. –comentó suspirando.
–     No es el mismo tema, Valentine. Esto es diferente, es algo que viene inevitablemente a la cabeza de todos los chicos de tu edad. Nada fuera de lo común, pero nada dentro de un margen de normalidad.
–     ¿A qué te refieres? No tengo problemas, no los tendré. Nuevamente te expongo, que no tengo problema alguno.

El silencio tomó por sorpresa cada palabra pronunciada por ellos. Interrumpiendo la conversación, innecesaria para una; para el otro muy necesaria. No obstante, el más viejo sabía la respuesta de su hija, era tan clara como el agua de la fuente que tenían en frente.
Habría de esperar que sintieran un poco de incomodidad al no haber sonido alguno, sin embargo, nada de incomodad había en ellos, al contrario. Una gran paz llenaba sus pulmones, exhalando la tranquilidad del ambiente. Quizá Valentine no había esperado aquel tema de su padre, dado que lo habían hablado mucho antes de que cumpliera los dieciocho, de hecho, mucho antes de la muerte de su madre.
Su caminata proseguía entre las aceras del parque, topándose con personas desconocidas, no obstante una sonrisa afable en su rostro, como señal de saludo a las otras personas. El padre de Valentine llevaba en su bolsillo interior, un sobre que de seguro declararía el comienzo de los problemas para su hija. Por eso el parque se había transformado en la mejor opción para entablar una charla, para alivianar el peso que podrían tener algunas palabras impresas en tinta azul sobre un papel desgastado.
Valentine vestía una bufanda morada que tapaba la mayoría de su cuello, conllevando a un calor agradable para su garganta. Mientras su padre solo llevaba un abrigo color marrón oscuro, que contrastaba con sus azules y profundos ojos con los que miraba atento, su hija, su amada hija. Las botas que la chica vestía, le hacían subir unos pocos centímetros, llegando al porte de su padre, alcanzándolo a simple vista.
Ahora debía retomar el tema. En la caminata sería mejor, estarían en movimiento por lo que el golpe no debería llegar muy fuerte, según pensaba él. Tomando una bocaza de aire llamó la atención de su hija, como siempre solía hacerlo. Ya se había vuelto una pequeña costumbre.

–     A tu edad se pueden desatar problemas existenciales.
–     No comprendo. Por favor, se más exacto, papá. Es necesario que dejes de ocupar las palabras claves.
–     Me refiero a esto. –dijo sacando el escondido sobre. Llevándolo hacia su mano y tratando de sonreír.

Valentine, sin comprender nada aún, aceptó el sobre entre sus manos cubiertas por azules guantes con motivos otoñales. Volteó el sobre buscando el incógnito remitente con la mirada, a primera vista se notaba que había sido hecho como una manualidad y no como un sobre de correo al que ya estaba acostumbrada.
Una vez que encontró el buscado remitente, leyó con claridad, abriendo sus ojos como dos grandes manchas de color marrón. En aquel espacio se notaba: “Harper Thomas”. ¡Harper Thomas! Ese nombre hizo que la intriga se tornara mayor en el subconsciente de Valentine.
Harper Thomas, era el mejor amigo de Valentine desde los cinco años de edad. Habían cursado todo el pre-escolar, primaria y secundaria juntas. Sin contar el bachillerato que habían logrado juntos. Ambos eran como dos gotas de agua, separados por dos tonos de cabello, más claro por parte de Harper, dado que era pelirrojo.
La verdadera intriga era, ¿Por qué Harper habría de escribir una carta? Cuando vivían a dos pisos de diferencia, conectados por una escalera de emergencia, la cual solían ocupar mucho a los quince años. Claramente Harper no era de escribir mucho, con suerte lograba escribir un párrafo en literatura y anotar toda la materia en biología y algebra.
Sin pensarlo dos veces, ni vacilar, abrió el tan esperado sobre. Sólo encontró la mitad de una página arrancada de un libro y otra hoja, también a la mitad, arrancada de un cuaderno de hojas oscuras. En la hoja de cuaderno, se encontraban  algunas palabras impresas con tinta azul de bolígrafo gastado. Las frases que más se destacaban eran: “Querida Valentine”, “comprensión”, “lo siento” y “no es mi camino”.
¡Harper no seguiría estudiando! Un golpe bajo vino a su estómago. Peor aún, Harper se mudaba a un pueblo cercano a New Port, quiere decir, más de un día de viaje si es que el tiempo lo permite. ¿Qué haría ahora? ¿Comprensión? ¡Por favor! Harper nunca ocuparía aquellas palabras desalentadoras con ella. Claro que no.
Definitivamente ese no era Harper. Él diría cosas como “luego te explico” o simplemente haría un dibujo o algo que le ayudara con la carga emocional que cargaría luego de repasar la decisión que escogió, sinceramente dolorosa para Valentine. Solían decir que Harper era el alma de la escuela, ya que la mayoría del tiempo estaba animando personas. Sin embargo, ahora parecía deprimido, como si aquella fuera la despedida total.
Alzó la vista hacia su padre, con los ojos medios desesperados y lagrimosos. Sin saber que hacer o decir, puesto que solo quedaría con los recuerdos para la vida, fotos para la memoria y dos palabras para la tristeza. “Querida Valentine”