Ojos de dragón

por **Saruc.LM.** Vie 15 Nov 2013, 9:05 pm

• Titulo: Ojos de dragón
• Autor: Saruc.LM.
• Adaptación: No
• Género: Fantasía/Cuento.
• Contenido: Un mundo fantastico .-.
• Advertencias: No.
• Otras páginas: No.

Ojos de dragón.

La amenaza del bosque había durado ya mil años, aquel dragón que quemaba y arrasaba con todo a su paso e impedía el nacimiento de la vida, era cada vez más y más fuerte, las criaturas como nomos, elfos y hadas, estaban a punto de extinguirse, nada podían hacer, su magia no era contrincante para el feroz dragón.

Todos los que osaban enfrentarlo, quedaban rostizados y los pequeños hechizos que eran utilizados en defensa del mal sólo lograban hacer reír al monstruo de gran tamaño, filosos dientes y enormes garras, poseedor de un apestoso aliento.

Pero un día, una pequeña elfo que poseía un valor capaz de dar la vuelta al mundo ochenta veces, decidió acabar con la tiranía del dragón Ékatarg.

Armándose con una espada y sus firmes puños, Liliad emprendió el viaje a través de la flora marchita y putrefacta del desdichado mundo, enfrentando a infernales seres, esqueletos hechos de carbón ardiente cuyas manos y pies terminaban en una punta filosa y dura como el diamante, capaz de cortar a cualquiera en dos, o tres, o más pedazos si el monstruo así lo quería. Infernales seres, sirvientes del malvado Ékatarg.

Cruzó sola todas las adversidades, manchando su delgado y fino rostro de tierra, rasgando su vestimenta, raspando sus rodillas, codos y manos. Cruzó sola, volviéndose toda una guerrera.

Pero aun habiendo derrotado a todo un ejército de tinieblas y maldad, la lucha no estaba ganada, Liliad, tenía todavía a su cargo darle muerte a Ékatarg, para así sanar al mundo, para así, lograr un renacer.

Tras miles de kilómetros, con pies cansados y el ser a punto de derrumbarse por agotamiento, la pequeña guerrera, por fin, divisó la gran guarida del tirano. Un enorme castillo de negras paredes, construido sobre una montaña de peligrosas rocas, rodeado de un aura gris y fría, capaz de erizar la piel.

Liliad sintió su corazón acelerado y el miedo tocó a la puerta de su mente, helando su sangre azul. “¿Qué pasa si no lo logro?” se preguntó dudando de sí misma, pero su valor pudo más que ese temor y así dio el paso que marcaría el futuro, su futuro para siempre.

Siendo la guarida del mal, entrar no sería cosa fácil, corredores sin fin, enormes e infinitas salas, seguridad a más no poder y quizá, una posible captura que destrozaría todo el esfuerzo, que daría a Ékatarg miles y miles de años más aterrorizando el mundo.

Liliad, se escabullía entre las rocas, escondiéndose de los guardias que podrían capturarla o darle muerte. Ágil, iba de roca en roca, manteniendo su cuerpo escondido entre las sombras del propio lugar. De esa forma, fue escalando la montaña, hasta llegar a una pequeña abertura, una pequeña o enorme grieta, (dependiendo desde dónde se mirase) por la cual, la elfo, entró.

Ya estando dentro, Liliad procuraba no ser vista por los pasillos, se ocultaba entre columnas, y cuando tenía oportunidad, blandía hábilmente su espada y terminaba con la existencia de algún ser infernal. Avanzó nuestra heroína hasta lo que supuso era el salón principal debido a una gran puerta adornada con diamantes negros.

“Es hora de terminar con esto”

Liliad empujo la puerta, que crujió en protesta por el movimiento. Y lo vio. Más imponente que nunca, más feroz de lo que en relatos se contaba, y mucho más aterrador de lo que ella se hubiera imaginado. Ékatarg. Dragón de un negro abismal, helado y envolvente, alas gigantes en las cuales se veían líneas de un rojo vivo que nacían en el extremo inferior de las mismas y recorrían todo su cuello hasta llegar a sus ojos hambrientos de sangre, inyectados de muerte.

- ¡Qué tenemos aquí! ¡Una botana! – gruñó Ékatarg, su voz profunda y áspera, rasguño la nuca de Liliad generando un escalofrío que se extendió por todo su cuerpo, paralizándola, dejándola plantada, aniquilando toda fuerza. - ¿Vienes a combatirme? – preguntó en tono burlón, para después soltar una risotada que resonó en todo el espacio.- Pero ni siquiera puedes moverte, criatura tonta.

Liliad, oía los latidos de su corazón, y su respiración se extinguió. Para darse seguridad, tomo la empuñadura de su espada. Ékatarg rió, mientras clavaba su mirada en ella, atravesándola, escudriñando entre sus memorias, entre su ser.

- ¿De verdad crees, que tu barita de metal me hará daño? ¿Te crees lo suficientemente fuerte como para pelear cuerpo a cuerpo?- preguntó Ékatarg y calló por un momento- Ahora lo comprobarás…

El dragón se abalanzó sobre Liliad, pero ésta no tardó nada en reaccionar y esquivó ese ataque colándose entre las patas del monstruo, haciendo que la bestia estrellara su cuerpo bruscamente en la puerta cerrándola por completo. Ékatarg gruñó.

- ¡Serás mi comida, te guste o no!- la bestia gritó, mientras giraba su robusto cuerpo en búsqueda de la pequeña criatura que lo desafiaba.

Cuando logró ubicarla detrás de una columna, una bocanada de fuego arrasó con parte del salón, pero no hubo ninguna elfo rostizada. Ante esto, Ékatarg embistió de nuevo, una y otra vez, pero siempre terminaba golpeando su cuerpo contra los muros.

Liliad mientras tanto, trataba de encontrar alguna debilidad, “el estomago, la garganta, las patas, las alas…” pensaba formando una lista de posibilidades, “los ojos” terminó por susurrar. Y entre ataque y ataque, ella logró subirse al lomo del dragón, el cual comenzó a lanzar bocanadas de fuego a sus espaldas en un intento de quemar a su adversario. Uso sus alas, creó corrientes de aire que ninguna criatura hubiera podido soportar, pero las manos de Liliad se aferraron a sus escamas negras. Muy pronto se escuchó un murmullo, la entrada de todo un ejército. Entonces entre corrientes de aire, bocanadas de fuego, rugidos de furia que destrozaban los oídos y puntiagudas lanzas, Liliad llegó a la cabeza de la bestia y con todas sus fuerzas, clavó su espada en uno de los ojos del dragón. Ekatarg rugió y sacudió violentamente su cuerpo, pero Liliad, no cedió. Y ante la mínima oportunidad, la pequeña elfo logró sacar su arma de aquel ojo ahora sangrante y la enterró en la esfera restante, cegando totalmente al dragón.

Sin poder resistir más, cayó al suelo frío y duro sobre un costado, jadeante logró ponerse en pie, dispuesta a luchar con cualquiera que se atreviera a enfrentarla. Pero nadie se le acercó. Toda la atención era para Ékatarg, que en rugidos de dolor expresaba su agonía. Su enorme cuerpo se retorcía, y de sus grandes ojos, antes llenos de muerte, salían rayos de luz blanca, que se fueron extendiendo a lo largo de aquella línea que llegaba a sus alas y desembocaba en muchas más. Ékatarg se quemaba por dentro. Luz blanca salía de alas y ojos. El dragón comenzó a abrir su propia piel con sus garras, y de aquellas aberturas, brotaban nuevos rayos. Hasta que el feroz y temido Ékatarg fue consumido por un rayo de luz. Y lo último que se escuchó de él, fue un gruñido lleno de dolor.

Después en una reacción en cadena, cada uno de los seres infernales fue consumiéndose desde su interior, hasta tener el mismo destino que su Señor.

La sala quedó en silencio, Liliad había observado la muerte del tirano, la destrucción del ejército completo.

Había vencido.

Y muy a lo lejos, comenzó a nacer de entre las cenizas, un verde y suave retoño. El mundo comenzó a renacer.

Fin

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