Alas Lavanda

por **DesSwarovski** Sáb 31 Ago 2013, 8:48 am

Soy el ángel vengador. Ni amo ni quiero, ni siento ni padezco. Aliada del demonio, amiga de la muerte, voy allí donde me requieren.

La calle está a oscuras. La niebla impide la clara visibilidad más allá de dos metros de distancia. El ambiente es húmedo, frío y nostálgico. Las calles, abarrotadas por las fiestas hace apenas una semana, se encuentran vacías. Sin vida. Las finas ramas que aún se mantienen en lo alto de los árboles se mecen al ritmo del suave y gélido viento. La temperatura está por debajo de los ceros grados, ya que el suelo está notablemente blanco y congelado, aunque la nieve se niega a hacer acto de presencia.

Pero a pesar del panorama desierto, puedo sentir el odio cerca. Puedo paladear la ira y la amargura de las personas. Se estanca en mí, como un barco en el puerto, como la lluvia en la piel. Me empapa por completo.

Y ahí es cuando sé que me necesitan.

Camino bajo la espesa niebla hasta llegar a un bloque de pisos donde la clase media-baja de la ciudad suele vivir. La fachada está mal pintada y la parte de la derecha está negra, como si hubiera sufrido un incendio años atrás. Lo observo detenidamente unos segundos, fijándome en las tenues luces que iluminan las ventanas y en los ruidos que se producen tras ellas. No necesito llamar ni buscar, pues mis instintos me transportan al interior del apartamento B3014.

Lo veo al instante; un hombre de mediana edad, con incipiente calvicie y ropa deshilachada y vieja, aunque limpia. Está sentado en un gastado sillón, observando la noche mientras el odio le consume.

--- ¿Me necesitas?

Él se gira sorprendido mientras me analiza de arriba a bajo. Yo sé que no me veo como el resto de los mortales. Mi pelo blanco termina a la altura de mi cadera, formando ondulaciones al igual que las olas del mar. Mi estatura supera la media de las mujeres con más de un metro ochenta. Pero lo más llamativo son mis ojos lilas casi blancos, que destacan entre mis rasgos suaves e inocente. Regalo de Satanás.

--- ¿Quién eres? -susurra mientras comienza a temblar.

Bufo y sacudo la cabeza. Siempre lo mismo. Quién eres, qué quieres, no me hagas daño, y una cadena de sandeces mayor. Los humanos son tan débiles que antes de saber para qué vengo, suelen llorar y suplicar por su vida y por no sufrir ningún daño.

Me acerco a él y poso una mano sobre su frente. Sus ojos se vuelven completamente lilas mientras miro dentro de él en busca del origen de su enfurecimiento. Indago en el interior de sus peores sentimientos y encuentro lo que busco. Un hombre enfundado en un traje azul marino. Está hablando por teléfono móvil mientras revuelve unos papeles llenos de números y gráficos.

Lo suelto y él se agarra al sillón para no caer al suelo por el brusco movimiento. Y antes de que pueda pestañear, desaparezco. Ahora me encuentro en un edificio de lujo con paredes de cristal y vistas de toda la ciudad. No tiene nada que ver a donde he estado hace unos segundos. Miro la puerta de roble y sonrío al sacar mis armas.

Ahora empieza lo mejor.

*****

Cruzo las puertas del infierno luciendo mi traje impoluto y tiro los restos de los huesos a los pequeños demonios que revolotean en la entrada. Estos se lanzan y devoran con ansia y descontrol su comida.

Satanás se encuentra sentado en su trono, como de costumbre salvo cuando está torturando a la gente que se merecía acabar en el infierno.

Me coloco frente a él y extiendo mis enormes alas negras, cohibidas en el mundo de los mortales por precaución. Cada afilada pluma negra significa una venganza consumida. Creo que las plumas blancas no están hechas para mi.

Satanás ha adoptado la forma humana, pero mantiene en su cabeza unos imponentes cuernos negros y una capa con el símbolo de una estrella de cinco puntas dentro de un circulo. Pero a mi no me asusta, solo siento respeto hacia él. Me acerco y le entrego el alma recién capturada.

--- Fresca e inteligente. Impura y ruin. Buen trabajo, Violet.

Asiento hacia él y le doy la espalda para marcharme, pero lo noto incorporarse y me quedo quieta sobre mis pies. Él se acerca tanto que siento como respira sobre mi nuca.

--- Huelo tu arrepentimiento. Tu deber es satisfacer a los mortales heridos dándoles la venganza que ellos son incapaces de llevar a cabo.

--- Lo sé. No me arrepiento -miento y Satanás lo sabe.

Últimamente, cada vez que recojo un alma, algo dentro de mí grita reprochándome mis actos. ¿Qué si no todos eran tan malos? ¿Y si los culpables eran los otros humanos, poseídos por la envidia y los celos? Codician lo que no tienen y culpan a terceros por tenerlo. Lo había aprendido en los cientos de años que llevaba trabajando como ángel vengador.

--- Sabes que no puedes engañarme. Yo...

Sacudo la mano ignorándolo y antes de que pueda seguir hablando me desvanezco al mundo de los humanos. La noche sigue igual de oscura y vacía. Me pregunto si hay personas descansando sin ningún tipo de perturbación. Simplemente, durmiendo en paz, sin sentimientos envenenados destrozándolos por dentro.

Porque es algo que no conozco.

Sujeto mi cabeza con las manos al percibir de nuevo odio. No quiero ir, por una vez podrían intentar reprimirlo y tratar de convertir el odio en un sentimiento bueno. Me gustaría poder seguir sintiendo cosas buenas, como antaño. Pero no siempre podemos tener lo que queremos.

El odio crece, haciéndose más grande y fuerte, pero puedo notar como es distinto a cualquier rencor normal. Tiene un aura alrededor que le hace resplandecer. Es una fuerte luz a la que todas las polillas se pegan. Y yo soy la polilla. Antes si quiera de percatarme, me transporto a una casa. Las luces están apagadas, pero mis ojos son capaces de ver hasta en la oscuridad más densa. Avanzo unos pasos, el odio sigue ahí pero no encuentro a nadie. Aun así sigo su rastro y llego a una amplia habitación con dos sillones color cereza y un sofá enorme a juego. Las cortinas son lisas y hay una chimenea apagada a mi derecha. De repente, se enciende sin nadie cerca y comprendo que pasa, pero es tarde.

Me han tendido una trampa.

Un collar me rodea el cuello y caigo de bruces al suelo. Una decena de ángeles blancos entra en la habitación luciendo sonrisas burlonas en sus rostros. Intento extender mi alas, pero no puedo. El collar que llevo puesto me impide usar mis poderes, y tres ángeles me tienen sujeta, impidiéndome moverme. Lucho contra ellos, pero como estoy en clara desventaja, prefiero usar el poder psicológico que ellos no pueden quitarme. La inteligencia. Espero a que ellos se calmen y un ángel blanco se acerca a mí, pavoneando sus enormes alas blancas como la nieve. Lo reconozco enseguida. Gabriel.

---Vaya, vaya, Violet. ¿Te creías inalcanzable para nosotros? -chasquea la lengua y da vueltas a mi alrededor-. Ya ves que no. Somos más rápidos que tú y ahora vas a pagar por tanto daño.

Los ángeles de mi alrededor sacan sus armas, entre ellas una red en la que cualquier movimiento se paraliza. Es como un veneno que paraliza tus órganos poco a poco hasta morir, produciendo dolor, pero esta red no da final al dolor. Aun así, miro a Gabriel con suficiencia, elevando una comisura con desgana

--- ¿Intentas asustarme? Temo decepcionarte pero lo máximo que has conseguido causarme es lástima. No puedes matarme. ¿Recuerdas que soy invencible? -suelto una carcajada que consigue cambiar el color de su piel al rojo. Esta enfadado.

Saca de la nada una cadena negra. Sé qué piensa hacer con ella y veo que no me queda otra salida que comenzar a luchar. Me superan en número y poderes, pero es luchar o morir. La cadena tiene los suficientes poderes como para matar al ángel más poderoso. De repente, una llamarada del fuego ilumina la habitación y de ahí aparece otro ángel. Tiemblo, temiendo por más enemigos dispuestos a aniquilarme, pero cuando veo que el ángel recién llegado viene solo y comienza a pelear con los otros blancos, comprendo que no es un enemigo.

Empieza una revuelta enorme. El ángel recién llegado pelea contra tres, pero lo hace con ligereza y movimientos elegantes, haciendo que aquella brutal pelea pareciera un baile de salón. Cuando los ángeles quedan fuera de juego, todos los restantes excepto Gabriel se lanzan a por el recién llegado, mientras el jefe de los arcángeles sube a pedir refuerzos.

Veo mi oportunidad. Agarro el collar e intento buscar un dispositivo para sacármelo de encima, pero está muy apretado. Si hubiera sido una humana, habría muerto al minuto de llevarlo puesto. Tanteo con mis dedos por todos lados pero no encuentro nada. Es totalmente liso, pero de alguna forma me lo han puesto y de la misma se podrá quitar.

Mientras tanto, el ángel desconocido parece fortalecerse con cada golpe de espada que da. Es como si la pelea le alimentara, fomentando sus poderes y dejando malparados a los ángeles.

Una horda de ángeles armados entra en el salón y se lanzan contra el enemigo. Me doy cuenta de que me he hecho invisible ante tal amenaza, por lo que sigo intentando librarme del collar con todas mis fuerzas. Tiro, golpeo e incluso retuerzo, pero soy incapaz. Sin embargo, miro a los ojos del ángel que trata de ayudarme y el asfixiante collarín cae flojo al suelo. ¿Cómo ha podido hacerlo?

Mientras me levanto y enderezo, analizo en mi mirada al ángel oscuro que está ayudándome. Es un hombre de cabellos color trigo y ojos totalmente opacos. Es sorprendente pues, en todo este tiempo pensé que había conocido a todos los ángeles oscuros. Y estoy convencida de que nunca le había visto antes.

Extiendo mis alas negras y saco mis armas. Nunca he sido de huir y no iba a empezar ahora. Además, no temo por lo que me hagan y por nada del mundo iba a dejar pasar una pelea contra ángeles blancos.

Atizo con mi espalda a un ángel que pensaba atacar al ángel oscuro por la espalda y arranco las alas de otro que intentaba agarrarme. En cuanto el ángel oscuro se percata de que estoy a su lado, Toca mi mano con las yemas de los dedos y todo se vuelve negro.

Veo colores y chispas por todos lados. Intensos remolinos sin principio ni fin se entrelazan entre sí, formando un arco iris. Oigo música que proviene de una lira. Siempre había odiado ese instrumento, pero ahora me parece el más suave y dulce del mundo. Y eso me gusta.

Despierto de mi ensoñación tirada en el suelo. Miro a todos lados y veo que los ángeles han dejado de luchar para mirarme boquiabiertos. Frunzo el ceño sin comprender y miro al ángel oscuro, quien me mira sin expresión pero con cierta luz en sus ojos negros

--- No puede ser -susurra un atónito Gabriel-. Eres tú.

No me da tiempo a pedir una explicación sobre a qué se refiera cuando la habitación se queda absolutamente vacía a excepción del oscuro y de mi. Me incorporo sobre mis pies y le miro. Él, señala a algo que se encuentra detrás de mi y se desvanece.

Miro a la nada, perdida y giro la cabeza donde él había señalado. Mi boca se abre al igual que mis ojos sin poder evitarlo.

Mis alas negras han sido sustituidas por unas de un tono morado. He oído hablar de esto antes, pero nunca había creído que fuera real. Y como si el destino lo quisiera así, recuerdo las palabras de Satanás.

“Sólo hay un ángel capaz de encararme. Ese ángel es capaz de traer luz y oscuridad a partes iguales. Amor y odio de manera irremediable. Puede convertir el trabajo de una vida en ceniza, y el deseo de alguien en un sueño hecho realidad. Difícil de encontrar, fácil de distinguir. Sus alas lavanda le hacen especial”.

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