The paradise of a nightmare º{James Maslow y tú}

Tras meses de sufimiento por la trágica pérdida de Shane Dixon, su hermana pequeña, Amy Dixon, dice haberlo superado. Pero en el fondo sigue rota, ella lo sabe, y se debate por si debe dejarlo estar o investigar por su cuenta. Al fin y al cabo la policía no conocía a Shane y ella era la persona más cercana a el, por lo que, ¿qué mejor persona para averiguar quién y por qué asesinaron a su hermano?
Pero por otra parte esta James. El chico nuevo en el pueblo y en el instituto. Es guapo pero de alguna manera pasa inadvertido, nunca habla con nadie y nadie habla con el. Amy lo conoce de verle en clase de Historia pero nada más. Nunca la ha mirado, que ella supiera. Pero al conocerle todo cambia. El mundo de Amy se pone patas arriba y siente algo que nunca había sentido por ningún chico. Una atracción magnética que parece no surgir efecto en James. No sabe nada sobre el, a parte de que es un cretino. Sabes que esconde un secreto de los malos con una sola sonrisa de las suyas.
Algo que Amy tampoco sabe es que por el simple hecho de sentir algo por el, se ha metido en un lugar en el que por una simple decisión equivocada, podría costarle la vida.

-¡Amy apura que llegas tarde!-gritó mi madre dándole unos cuantos golpes a mi puerta.
Aún dormida me levanté de la cama llendo directa al labavo. Me quedé observando a esa chica que me miraba con esos penetrantes ojos grises. Había tenido pesadillas y se me hizo imposible dormir más de dos horas seguidas. Se me notaba en las notables ojeras bajo mis ojos. Cogí un corrector tapandolas como pude y como siempre me pinté la raya del ojo negra. Fui al armario y cogí unos vaqueros oscuros, una camiseta blanca de tirantes y por encima me puse una sudadera negra fina. Me puse mis zapatillas preferidas rotas y blancas, cogí la mochila y bajé a la cocina. 
-Buenos días-mi madre pasó por mi lado y me dió un beso en la mejilla mientras salía de la cocina-ya tienes el desayuno.
-Gracias.
Dejé la mochila a un lado y me senté a tomar mis cereales con leche. Mientras me bebía la leche mi madre volvió a entrar preparada ya para salir. Llevaba su pelo rubio recogido en una coleta, sus gafas negras colgando de su cuello, su camiseta blanca, la chaqueta negra y la falda negra. Ah, y su «super» bolso.
-Amy, voy a estar una semana fuera. Tengo que ir a Nueva York por trabajo. Rose vendrá a verte todos los días después de clase para ayudarte con cualquier cosa y echarte un ojo para ver si estás bien. Te llamaré todas las noches, ¿vale?-me costo unos segundos procesar toda la información que me había soltado de golpe.
-Em... vale-casi sonó como una pregunta.
-Pórtate bien. Te quiero-me dió un beso en el pelo y salió casi corriendo de casa.
-Yo también...-dije para mi.
Cuando Shane murió mi madre no soltó ni siquiera una lágrima. Se quedo con cara de poker y cada vez que alguien mencionaba algo sobre el tema, ella lo diluía. Ni siquiera en el funeral. Nada. Y días después dejó su trabajo y encontró uno nuevo que no le permitía estar ni un mes entero en casa. Me dejaba sola. Yo ya empezaba a considerar a Rose como una segunda madre.
Llegué cinco minutos tarde a clase. No me había dado cuenta pero todos los lunes a primera hora tocaba lengua con Rick... eso quiere decir que tengo hora libre. Aún así me arriesgué y toque a la puerta. Por la ventana de la puerta ví a Rick mirarme, apartar de nuevo la mirada a la clase y seguir hablando ignorándome. 
Me senté al lado de la puerta con la esperanza de que Rick no me echara la bronca. Entonces recibí un mensaje.
«Muy mal Amy. Otra vez tarde? Q voy a hacer contigo?»
Frunzí el ceño. No conozco este número.
«Kien eres?» 
Respondió casi al instante.
«Tu peor pesadilla»
De repente el móvil se apagó y todas las luces del pasillo le siguieron. Me levanté instintivamente. Me asomé a la ventana de la clase. El corazón me dio un vuelco. No había nadie. Estaba todo vacío y parecía que hubiera pasado un huracán por allí, después hubieran pasado cincuenta años, que le hubieran echado un gas tóxico que hubiera podrido el papel de la pared, la madera y todo. Entonces oí pasos tras mío. La luz se volvió a encender pero era una luz rojiza y pude ver como los pasillos tenían el mismo aspecto que la clase. A lo lejos pude ver una silueta masculina caminaba hacia aquí. Llevaba vaqueros oscuros y caídos y una chaqueta negra con una capucha que llevaba puesta y me impedía verle bien la cara. Le oí reír. No había oído sonido más perfecto y a la vez tan malvado y temible en mi vida. Oí un sonido extraño y metálico. Baje la mirada y lo vi; llevaba una especie de espada gigante casi oxidada que arrastraba por el suelo. Intenté escapar pero algo me lo impedía. Me era imposible moverme. El terror empezó cada vez a invadirme más y más. Intenté gritar pero tampoco podía. Esperé en silencio hasta que llego hasta mí. Estaba segura que iba a morir. Se paró a menos de un metro de distancia de mí y alzó la cabeza mirándome. Su cara me sonaba pero no conseguía recordar quién era. Sonrió. Era tan siniestro.
-¿Quieres saber un secreto Amy?-no podía apartar la mirada de sus ojos. Eran de un negro infinito-llevo mucho tiempo observándote de lejos. Pero creo que ya es hora de que nos conozcamos. 
Alzó una mano y me brindó una caricia en la mejilla que hizo que todo mi cuerpo temblara de excitación. Pero entonces noté una punzada de dolor justo dónde me había tocado. Me cortó. Cerré los ojos un segundo y al volver a abrirlos me encontré de pie en el pasillo y todo volvía a ser como antes. Todo normal. Me dí la vuelta para mirar la clase y hay estaban todos. ¿Me estaba volviendo loca? ¿Qué coño había sido eso? Me toqué la mejilla dónde supuestamente ese chico me había acariciado. No tenía nada.