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Mensaje por jessnt Sáb 03 Ago 2013, 6:15 pm

este condenamente sexy de nick ...me encantaaaa!!!

 siguelaaaaa pon mas capis seguidos xfis!!
jessnt
jessnt


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Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) - Página 3 Empty Re: Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada)

Mensaje por aranzhitha Sáb 03 Ago 2013, 6:34 pm

siguela!
aranzhitha
aranzhitha


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Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) - Página 3 Empty Re: Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada)

Mensaje por sara_any87 Dom 04 Ago 2013, 10:59 am

ME ENCANTO EL CAP SIGUELA PRONTO PLISS QUIERO SABER QUE PASA HAY ESTE NICK ES UN CALENTURIENTO JAJA 


SIGUELA PLISSS!!!!!
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:wut: :lloro:
sara_any87
sara_any87


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Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) - Página 3 Empty Re: Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada)

Mensaje por Pamm Jonas Dom 04 Ago 2013, 4:43 pm

Wow ese Nick esta loco!!
Jajaja lo del post-it me mato de risa!
Síguela y gracias por la bienvenida!!
:)
Pamm Jonas
Pamm Jonas


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Mensaje por ElitzJb Lun 05 Ago 2013, 6:20 pm

sara_any87 escribió:ME ENCANTO EL CAP SIGUELA PRONTO PLISS QUIERO SABER QUE PASA HAY ESTE NICK ES UN CALENTURIENTO JAJA 


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:wut: :lloro:

 hola cariño bienvenida ya mismo la seguire 
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por ElitzJb Lun 05 Ago 2013, 6:28 pm


Capítulo 4


[ —Parte Uno— 1/3.


Pánico. La emoción que me atrapó mientras me apresuraba —casi corría— hacia mi despacho, solo podía describirse como puro pánico. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Estar a solas con ella en esa pequeña prisión de acero (su olor, sus sonidos, su piel) hacía que mi autocontrol se evaporara. Era perturbador. Esa mujer tenía una influencia sobre mí que no había experimentado nunca antes.
Por fin en la relativa seguridad de mi despacho, me dejé caer en el sofá de
cuero. Me incliné hacia delante y me tiré con fuerza del pelo deseando calmarme y que mi erección bajara.
Las cosas iban de mal en peor.
Había sabido desde el primer minuto en que me recordó la reunión de la mañana que no había forma de que fuera capaz de formar un pensamiento coherente, mucho menos dar una presentación entera, en esa maldita sala de reuniones. Y podía olvidarme al sentarme en esa mesa. Entrar allí y encontrármela apoyada contra el cristal, enfrascada en sus pensamientos, fue suficiente para que se me pusiera dura otra vez.
Me había inventado una historia inverosímil sobre que la reunión se iba a celebrar en otra planta y ella se había enfadado conmigo por ello. ¿Por qué siempre se enfrentaba a mí? Pero me ocupé de recordarle quién estaba al mando. De todas formas, como en todas las discusiones que hemos tenido, ella encontró la forma de devolvérmela.
Me sobresalté al oír un estruendo en la oficina exterior. Seguido de un golpe.
Y después otro. ¿Qué demonios estaba pasando ahí? Me levanté y me encaminé a la puerta y al abrirla me encontré a la señorita Mills dejando caer carpetas en diferentes montones. Crucé los brazos y
me apoyé contra la pared, observándola durante un momento. Verla tan enfadada no mejoraba el problema que tenía en los pantalones lo más mínimo.
—¿Le importaría decirme cuál es el problema?
Ella levantó la vista para mirarme de una forma que parecía que me acabara de salir una segunda cabeza.
—¿Se te ha ido la cabeza?
—No, ni lo más mínimo.
—Pues perdóname si estoy un poco tensa —dijo entre dientes cogiendo una pila de carpetas y metiéndolas sin miramientos en un cajón.
—A mí tampoco me encanta la idea
de.
—Nick  —saludó mi padre al entrar con paso vivo a mi despacho—. Muy buen trabajo el de la sala de reuniones. Joe  y yo acabamos de hablar con Dorothy y Troy y los dos estaban. —se quedó parado y mirando a donde estaba la señorita Mills, agarrándose al borde de la mesa con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
—(_Tn) , querida, ¿estás bien?
Ella se irguió y soltó la mesa, asintiendo. Tenía la cara hermosamente enrojecida y el pelo un poco despeinado. Y eso se lo había hecho yo.
Tragué saliva y me volví para mirar por la ventana.
—No pareces estar bien —dijo mi padre, se acercó a ella y le puso la mano en la frente—. Estás un poco caliente.
Apreté la mandíbula al ver el reflejo de ambos en el cristal y una extraña sensación empezó a subirme por la espalda. «¿De dónde viene esto?»
—La verdad es que no me encuentro muy bien —dijo ella.
—Entonces deberías irte a casa. Con tu horario de trabajo y el final del semestre en la universidad seguro que estás.
—Tenemos la agenda llena hoy, me
temo —dije volviéndome para mirarlos —. Quería acabar lo de Beaumont, señorita Mills —gruñí con los dientes apretados.
Mi padre se volvió y me lanzó una mirada helada.
—Estoy seguro que tú puedes ocuparte de lo que haga falta, Nick  — se dirigió a ella—: Vete a casa.
—Gracias, Elliott —me miró arqueando una ceja perfectamente esculpida—. Lo veré mañana por la mañana, señor Jonas .
La miré mientras salía. Mi padre cerró la puerta tras ella y se volvió hacia mí con la mirada encendida.
—¿Qué? —le pregunté.
—No te mataría ser un poco más amable, Nick  —se acercó y se sentó en la esquina de la mesa de ella—. Tienes suerte de tenerla, ya lo sabes.
Puse los ojos en blanco y sacudí la cabeza.
—Si su personalidad fuera tan buena como sus habilidades con el PowerPoint, no tendríamos ningún problema.
Él me atravesó con su mirada.
—Tu madre ha llamado y me ha dicho que te recuerde lo de la cena en casa esta noche. Joe  y Mina vendrán con la niña.
—Allí estaré.
Se encaminó hacia la puerta, pero se detuvo para mirarme.
—No llegues tarde.
—No lo haré, ¡por Dios! —sabía tan bien como cualquiera que nunca llegaba tarde, ni siquiera a algo tan tonto como una cena familiar. Joe , en cambio, llegaría tarde a su propio funeral.
Por fin solo, volví a entrar en mi despacho y me dejé caer en mi silla. Vale, tal vez estaba un poco de los nervios.
Metí la mano en el bolsillo y saqué lo que quedaba de su ropa interior. Estaba a punto de meterla en el cajón
con las otras, cuando me fijé en la etiqueta: «Agent Provocateur». Se había gastado un dineral en esas. Eso encendió mi curiosidad y abrí el cajón para mirar las otras. La Perla. Maldita sea, esa mujer iba realmente en serio con su ropa interior. Tal vez debería pararme en la tienda de La Perla del centro en algún momento para ver por curiosidad cuánto le estaba costando a ella mi pequeña colección. Me pasé la mano libre por el pelo, las volví a meter en el cajón y lo cerré.
Estaba oficialmente perdiendo la cabeza.
Por mucho que lo intenté, no pude concentrarme en todo el día. Incluso tras una carrera enérgica a la hora de comer, no pude conseguir que mi mente se apartara de lo que había pasado esa mañana. Hacia las tres supe que tenía que salir de allí. Llegué al ascensor, solté un gruñido y opté por las escaleras. Justo entonces me di cuenta de que eso era un error todavía peor. Bajé corriendo los dieciocho pisos.
Cuando aparqué delante de la casa de mis padres esa noche, sentí que parte de mi tensión se desvanecía. Al entrar en la cocina me vi inmediatamente envuelto por el olor familiar de la
cocina de mamá y la charla alegre de mis padres que llegaba desde el comedor.
—Nick  —me saludó cantarinamente mi madre cuando entré en la habitación.
Me agaché, le di un beso en la mejilla y dejé durante un momento que intentara arreglarme el pelo rebelde. Después le aparté los dedos, le cogí un cuenco grande de las manos y lo coloqué en la mesa, cogiendo una zanahoria como recompensa.
—¿Dónde está Joe ? —pregunté mirando hacia el salón.
—Todavía no han llegado —
respondió mi padre mientras entraba. Joe  ya era un tardón, pero si le añadíamos a su mujer y su hija tendríamos suerte si al menos conseguían llegar. Fui hasta el bar para ponerle a mi madre un martini seco.
Veinte minutos después llegaron ecos de caos desde el vestíbulo y salí para recibirlos. Un cuerpecito pequeño e inestable con una sonrisa llena de dientes se lanzó contra mis rodillas.
—¡Nickie  ! —chilló la niña.
Cogí a Sofia en el aire y le llené las mejillas de besos.
—Dios, eres patético —gruñó Joe  pasando a mi lado.
—Oh, como si tú fueras mucho mejor.
—Los dos deberíais cerrar la boca, si a alguien le importa mi opinión —dijo Mina, siguiendo a su marido hacia el comedor.
Sofia era la primera nieta y la princesa de la familia. Como era habitual, ella prefirió sentarse en mi regazo durante la cena y yo intenté evitarla para poder comer, haciendo todo lo posible para no sufrir su «ayuda». Sin duda me tenía comiendo de su mano.
—Nick , quería decirte una cosa —empezó mi madre pasándome la
botella de vino—, ¿podrías invitar a (_Tn)  a cenar la semana que viene y hacer todo lo posible para convencerla de que venga?
Solté un gruñido como respuesta y recibí una patada en la espinilla por parte de mi padre.
—Dios. ¿Por qué insistís todos tanto en que venga? —pregunté.
Mi madre se irguió con su mejor expresión de madre indignada.
—Esta ciudad no es la suya y.
—Mamá —la interrumpí—, lleva viviendo aquí desde la universidad. Tiene veintiséis años. Esta ciudad ya es bastante suya.
—La verdad, Nick , es que tienes razón —respondió ella con un tono extraño en su voz—. Ella vino aquí para estudiar, se licenció suma cum laude, trabajó con tu padre unos años antes de pasar a tu departamento y ser la mejor empleada que has tenido nunca. Y todo ello mientras iba a clases nocturnas para sacarse la carrera. Creo que (_Tn)  es una chica increíble, así que hay alguien a quien quiero que conozca.
Mi tenedor se quedó congelado en el aire cuando comprendí lo que acababa de decir. ¿Mamá quería emparejarla con alguien? Intenté revisar mentalmente todos los hombres solteros que
conocíamos y tuve que descartarlos a todos inmediatamente:
«Brad: demasiado bajo. Damian: se tira a todo lo que se mueve. Kyle: gay. Scott: tonto». Qué raro era aquello. Sentí una presión en el pecho, pero no estaba seguro de lo que era. Si tenía que definirlo diría que era. ¿enfado?
¿Y por qué me iba a enfadar que mi madre quisiera emparejarla con alguien?
«Pues probablemente porque te estás acostando con ella, idiota». Bueno, acostándome con ella no, follándomela. Vale, me la había follado. dos veces.
«Follándomela» implicaba una
intención de continuar.
También le había metido mano un poco en el ascensor y estaba atesorando sus bragas rotas en el cajón de mi mesa.
«Pervertido».
Me froté la cara con las manos.
—Vale. Hablaré con ella. Pero no te ilusiones mucho. No tiene el más mínimo encanto, así que te costará salirte con la tuya.
—¿Sabes,Nick? —dijo mi hermano —. Creo que todo el mundo estaría de acuerdo en decir que tú eres el único que tiene problemas en el trato con ella.
Miré alrededor de la mesa y fruncí el ceño al ver que todas las cabezas
asentían, dando la razón al imbécil de mi hermano.
El resto de la noche consistió en más conversación sobre que necesitaba ser más simpático con la señorita Mills y lo genial que todos pensaban que era y cuánto le iba a gustar a ella el hijo de la mejor amiga de mi madre, Ian . Se me había olvidado por completo Ian . Estaba bastante bien, tenía que reconocerlo. Excepto porque jugó a las Barbies con su hermana pequeña hasta que tuvo catorce años, y lloró como un bebé cuando le di con una pelota de béisbol en la espinilla cuando teníamos quince años.
Mills se lo iba a comer vivo.
Me reí para mis adentros solo de pensarlo.
También hablamos de las reuniones que teníamos planeadas para esa semana. Había una importante el jueves por la tarde y yo iba a acompañar a mi padre y mi hermano. Sabía que la señorita Mills ya lo tenía todo planeado y listo para entonces. Por mucho que odiara admitirlo, ella siempre iba dos pasos por delante y anticipaba cualquier cosa que necesitara.
Me fui tras hacer la promesa de que haría todo lo posible para convencerla de que viniera, aunque para ser sinceros
no sabía cuándo iba a poder verla en los próximos días. Tenía reuniones y citas por toda la ciudad, y dudaba de que, en los breves momentos que estuviera en la oficina, tuviera algo que mereciera la pena decirle.
Mirando por la ventanilla mientras bajábamos lentamente por South Michigan Avenue la tarde siguiente, me pregunté si sería posible que mi día mejorara. Odiaba verme atrapado en el tráfico. El despacho estaba solo a unas manzanas y estaba considerando seriamente decirle al conductor que
parara el coche para poder salir e ir andando. Ya eran más de las cuatro y solo habíamos avanzado tres manzanas en veinte minutos. Perfecto. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en el asiento mientras recordaba la reunión que acababa de tener.
No había nada en particular que hubiera ido mal: de hecho, era más bien al contrario. A los clientes les habían encantado nuestras propuestas y todo había ido como la seda. Pero no podía evitar estar de un humor de perros.
Joe  se había ocupado de decirme cada quince minutos durante las tres últimas horas que me estaba
comportando como un adolescente malhumorado y para cuando acabamos de firmar los contratos solo quería matarlo. No hacía más que preguntarme cada vez que podía qué demonios me pasaba y francamente, supongo que era lo normal. Yo mismo tenía que admitir que había estado imposible el último par de días. Y eso, teniendo en cuenta que hablábamos de mí, era algo extraordinario. Como era propio de Joe , cuando ya se iba a casa declaró que lo que me hacía falta era echar un polvo.
Si él supiera.
ElitzJb
ElitzJb


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Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) - Página 3 Empty Re: Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada)

Mensaje por ElitzJb Lun 05 Ago 2013, 6:30 pm

Capitulo 4



—Parte 2—2/3.

Solo había pasado un día. Solo un
día desde que lo del ascensor me dejó excitadísimo y con un deseo insoportable de tocar cada centímetro de su piel. Por cómo estaba actuando, cualquiera pensaría que yo no había tenido sexo en seis meses. Pero no, apenas había pasado dos días sin tocarla y ya parecía un lunático.
El coche se paró de nuevo y yo estuve a punto de gritar. El conductor bajó la mampara de separación y me miró con una sonrisa de disculpa.
—Lo siento, señor Jonas . Seguro que se está volviendo loco ahí atrás. Solo estamos a cuatro manzanas. ¿Cree que preferiría caminar? —miré por el cristal
tintado de las ventanillas y vi que acabábamos de pararnos justo en la acera contraria a la de la tienda de La Perla—. Puedo pararme justo.
Yo ya había salido del coche antes de que tuviera oportunidad de acabar la frase.
De pie en la acera, esperando para cruzar, se me ocurrió que no tenía ni idea de qué sentido tenía entrar en aquella tienda. ¿Qué planeaba hacer? ¿Le iba a comprar algo o solo me estaba torturando?
Entré y me paré delante de una mesa alargada cubierta de lencería con volantes. Los suelos eran de una cálida
madera de color miel y en los techos estaban dispuestos unos focos largos y cilíndricos, reunidos en grupos a lo largo de todo la sala. La iluminación tenue se extendía por todo el espacio creando un ambiente suave e íntimo, iluminando las mesas y los expositores de lencería cara. Algo en el delicado encaje y la seda me devolvió un deseo por ella que ya me era demasiado familiar.
Pasé los dedos por la mesa que había cerca de la entrada de la tienda y me di cuenta de que ya había captado la atención de una de las dependientas. Una rubia alta se dirigió hacia mí.
—Bienvenido a La Perla —me dijo levantando la vista para mirarme. Parecía una leona mirando un buen filete. Se me ocurrió que una mujer que trabajaba en eso debía de saber cuánto había pagado por mi traje y que mis gemelos eran de diamantes auténticos. En sus ojos prácticamente habían aparecido signos de dólar parpadeantes —. ¿Puedo ayudarle en algo? ¿Está buscando un regalo para su esposa? ¿O para su novia tal vez? —añadió con un tono de flirteo en la voz.
—No, gracias —le respondí y de repente me sentí ridículo por estar ahí —. Solo estoy mirando.
—Bueno, si cambia de idea, dígamelo —me dijo con un guiño antes de girarse y volver al mostrador. La vi alejarse y me enfadé inmediatamente porque ni siquiera se me había pasado por la cabeza conseguir su número de teléfono. Joder. No era un mujeriego empedernido, pero una mujer guapa en una tienda de lencería (de entre todos los sitios posibles) acaba de flirtear conmigo y a mí ni se me había ocurrido flirtear también con ella. Pero ¿qué demonios me estaba pasando?
Estaba a punto de girarme para salir cuando algo me llamó la atención. Dejé deslizar los dedos por el encaje negro
de un liguero que colgaba de un expositor. No me había dado cuenta de que las mujeres se ponían realmente esas cosas en otros lugares que no fueran las fotos de las páginas de Playboy hasta que empecé a trabajar con «ella». Recordé una reunión el primer mes que trabajábamos juntos. Había cruzado las piernas por debajo de la mesa y la falda se le había subido lo justo para que quedara al descubierto la delicada cinta blanca con la que se sujetaba la media. Era la primera vez que veía una prueba de su afición por la lencería, pero no era la primera vez que me pasaba la hora de la comida
masturbándome en mi oficina pensando en ella.
—¿Has visto algo que te guste?
Me giré, sorprendido de oír aquella voz familiar detrás de mí.
«Mierda».
La señorita Mills.
Pero nunca la había visto así antes. Se la veía tan elegante como siempre, pero iba vestida completamente informal. Llevaba unos vaqueros oscuros y ajustados y una camiseta de tirantes roja. Llevaba el pelo en una coleta muy sexy y sin el maquillaje ni las gafas que siempre llevaba en la oficina no parecía tener más de veinte.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —me preguntó y la falsa sonrisa desapareció de su cara.
—¿Y por qué iba a ser eso asunto tuyo?
—Solo sentía curiosidad. ¿No tienes suficientes piezas de mi lencería que has pensado en empezar una colección propia? —me miró fijamente señalando el liguero que todavía tenía en las manos.
Lo solté rápidamente.
—No, no, yo.
—De todas formas, ¿qué haces con ellas exactamente? ¿Las tienes guardadas en alguna parte como una
especie de recordatorio de tus conquistas? —cruzó los brazos, lo que hizo que se le juntaran los pechos.
Mi mirada se fue directamente a su escote y mi miembro se despertó dentro de los pantalones.
—Dios —dije negando con la cabeza—. ¿Por qué tienes que ser tan desagradable todo el tiempo? —podía sentir la adrenalina corriendo por mis venas, los músculos que se tensaban mientras empezaba literalmente a estremecerme de lujuria y de rabia.
—Supongo que tú sacas lo mejor de mí —me dijo. Estaba un poco inclinada hacia delante y su pecho casi tocaba el
mío. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que habíamos llamado la atención de las otras personas que había en la tienda.
—Mira —le dije intentando recomponerme un poco—, ¿por qué no te calmas y bajas la voz? —sabía que teníamos que salir de allí pronto, antes de que ocurriera algo. Por alguna enfermiza razón, mis discusiones con aquella mujer siempre acababan con sus bragas en mi bolsillo—. De todas formas, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no estás en el trabajo?
Ella puso los ojos en blanco.
—Llevo trabajando para ti casi un
año, por lo que creo que deberías recordar que tengo que ir a ver a mi tutor una vez cada dos semanas. Acabo de salir y quería hacer unas compras. Tal vez deberías ponerme una tobillera de seguimiento para poder tenerme vigilada todo el tiempo. Pero bueno, la verdad es que has conseguido encontrarme aquí y eso que no llevo una.
La miré fijamente intentando encontrar algo que decirle.
—Siempre eres tan irritante conmigo.
«Muy bien,Nick. Esa ha sido buena».
—Ven conmigo —me dijo, me
agarró del brazo y me arrastró hasta la parte de atrás de la tienda. Giramos una esquina y entramos en un probador. Obviamente se había pasado allí un buen rato; había pilas de lencería en las sillas y los colgadores, todas ellas llenas de encajes indefinibles. Sonaba música a través de unos altavoces encastrados en el techo y yo me alegré de no tener que preocuparme de hablar en voz baja mientras la estrangulara.
Cerró la gran puerta con un espejo que había frente a un silloncito tapizado en seda y me miró fijamente.
—¿Me has seguido hasta aquí?
—¿Y por qué demonios iba a hacer
eso?
—Así que simplemente es casualidad que estuvieras mirando prendas en una tienda de lencería femenina. ¿Un pasatiempo pervertido de los tuyos?
—No se lo crea usted tanto, señorita Mills.
—¿Sabes? Es una suerte que la tengas grande, así hace juego con esa bocaza tuya.
Y al segundo siguiente me encontré inclinándome hacia delante y susurrando:
—Estoy seguro de que te iba a encantar mi boca también.
De repente todo era demasiado intenso, demasiado alto y demasiado vívido. Su pecho subía y bajaba y su mirada pasó a mi boca mientras se mordía el labio inferior. Se enroscó lentamente mi corbata en la mano y me estiró hacia ella. Yo abrí la boca y sentí la presión de su suave lengua.
Ahora ya no podía apartarme y deslicé una mano hasta su mandíbula y subí la otra hasta su pelo. Le solté el pasador que le sujetaba la coleta y sentí que unas suaves ondas me caían sobre la mano. Agarré con fuerza esa mata de pelo, tirándole de la cabeza para poder acomodar mejor la boca. Necesitaba
más. Lo necesitaba todo de ella. Ella gimió y yo le tiré más fuerte del pelo.
—Te gusta.
—Dios, sí.
En ese momento, al oír esas palabras ya no me importó nada más: ni dónde estábamos, ni quiénes éramos ni qué sentíamos el uno por el otro. Nunca en mi vida había sentido una química tan potente con nadie. Cuando estábamos juntos así, nada más importaba.
Bajé las manos por sus costados y le agarré el borde de la camiseta, se la subí y se la quité por la cabeza, rompiendo el beso solo durante un segundo. Para no quedarse atrás, ella me
bajó la chaqueta por los hombros y la dejó caer en el suelo.
Dibujaba círculos con los pulgares por toda la piel mientras movía las manos hasta la cintura de los vaqueros. Se los abrí rápidamente y cayeron al suelo. Ella los apartó de una patada a la vez que se quitaba las sandalias. Yo bajé por su cuello y sus hombros sin dejar de besarla.
—Joder —gruñí. Al levantar la vista pude ver su cuerpo perfecto reflejado en el espejo. Había fantaseado con ella desnuda más veces de las que debería admitir, pero la realidad, a la luz del día, era mejor. Mucho mejor. Llevaba
unas bragas negras transparentes que solo le cubrían la mitad del trasero y un sujetador a juego, y el pelo sedoso le caía por la espalda. Los músculos de sus piernas largas y musculosas se flexionaron cuando se puso de puntillas para alcanzarme el cuello. La imagen, junto con la sensación de sus labios, hizo que mi miembro empujara dolorosamente el confinamiento de los pantalones.
Ella me mordió la oreja y sus manos pasaron a los botones de mi camisa.
—Creo que a ti también te gusta el sexo duro.
Yo me solté el cinturón y los
pantalones, los bajé hasta el suelo junto con los bóxer y después la empujé hacia el silloncito.
Un estremecimiento me recorrió cuando le acaricié las costillas con las manos en dirección al cierre de su sujetador. Tenía los pechos apretados contra mí como si quisiera meterme prisa y yo la besé por el cuello mientras le soltaba rápidamente el sujetador y le bajaba los tirantes. Me aparté un poco para dejar que el sujetador cayera y por primera vez pude tener una visión completa de sus pechos completamente desnudos ante mí. «Joder, son perfectos». En mis fantasías les había
hecho de todo: tocarlos, besarlos, chuparlos, follármelos, pero nada comparado con la realidad de simplemente quedarme mirándolos.
Sus caderas se sacudieron contra mí; nada aparte de sus bragas nos separaba ya.
Enterré mi cabeza entre sus pechos y ella metió las manos entre mi pelo, acercándome.
—¿Quieres probarme? —me susurró mirándome fijamente. Me tiró del pelo con suficiente fuerza para apartarme de su piel.
No se me ocurrió ninguna respuesta ocurrente, nada hiriente que hiciera que
dejara de hablar y simplemente se dedicara a follarme. Sí que quería probar su piel.
Lo deseaba más de lo que había deseado nada en mi vida.
—Sí.
—Pídemelo con educación entonces.
—Y una mierda te lo voy a pedir con educación. Suéltame.
Ella gimió, inclinándose hacia delante para permitirme meterme un pezón perfecto en la boca, lo que hizo que me tirara aún más fuerte del pelo. Mierda, eso era genial.
Miles de pensamientos me pasaban por la mente. No había nada en este
mundo que quisiera más que hundirme en ella, pero sabía que cuando acabara, nos iba a odiar a los dos: a ella por hacerme sentir débil y a mí por permitir que la lujuria anulara mi sentido común. Pero también sabía que no podía parar. Me había convertido en un yonqui que solo vivía para el siguiente chute. Mi vida perfectamente organizada se estaba rompiendo en pedazos y todo lo que me importaba era sentirla.
Deslicé la mano por sus costados y dejé que mis dedos rozaran el borde de sus bragas. Ella se estremeció y yo cerré los ojos con fuerza mientras agarraba la tela fuertemente con las manos,
deseando poder parar.
—Vamos, rómpelas. Sabes que lo estás deseando —murmuró junto a mi oído y después me mordió con fuerza. Medio segundo después sus bragas no eran más que un montón de encaje tirado en una esquina del probador. Le agarré las caderas con fuerza, la levanté mientras sujetaba la base de mi miembro con la otra mano y la empujé hacia mí.
La sensación fue tan intensa que tuve que obligarla a dejar las caderas quietas para no explotar. Si perdía el control ahora, ella me lo echaría en cara más tarde. Y no le iba a dar esa satisfacción.
En cuanto recuperé el control otra
vez, empecé a moverme. No lo habíamos hecho en esa postura nunca (ella encima, mirándonos a la cara) y aunque odiaba admitirlo, nuestros cuerpos encajaban a la perfección. Bajé las manos desde sus caderas hasta sus piernas, le agarré una con cada mano y me rodeé la cintura con ellas. El cambio de posición me hizo entrar más profundamente en ella y hundí la cara en su cuello para evitar que se me oyera gemir.
Era consciente del murmullo de voces a nuestro alrededor, con gente entrando y saliendo de los otros probadores. La idea de que podían
pillarnos en cualquier momento solo mejoraba la situación.
Ella arqueó la espalda a la vez que ahogaba un gemido y dejó caer la cabeza. Esa forma engañosamente inocente con que se mordía el labio me estaba volviendo loco. Una vez más me vi mirando por encima de su hombro para vernos en el espejo. No había visto nada tan erótico en toda mi vida.
Ella me tiró del pelo otra vez para llevar mi boca hacia la suya y nuestras lenguas se deslizaron la una contra la otra, acompasadas con el movimiento de nuestras caderas.
—Estás increíble encima de mí —le
susurré junto a la boca—. Gírate, tienes que ver una cosa —tiré de ella y la giré para que viera el espejo. Con su espalda contra mi pecho, ella se agachó un poco para volver a meterme en ella.
—Oh, Dios —dijo. Suspiró profundamente y dejó caer la cabeza sobre mi hombro y yo no estaba seguro de si era por notarme dentro de ella o por la imagen del espejo.
O por ambas.
La agarré del pelo y la obligué a volver a levantarse.
—No, quiero que mires justo ahí — dije con voz ronca junto a su oído, mi mirada encontrando la suya en el espejo
—. Quiero que lo veas. Y mañana, cuando te encuentres dolorida, quiero que te acuerdes de quién te lo hizo.
—Deja de hablar —me dijo, pero se estremeció y supe que disfrutaba con cada palabra. Sus manos subieron por su cuerpo y después se acercaron al mío hasta que se hundieron entre mi pelo.
Yo recorrí cada centímetro de su cuerpo y le cubrí de besos y mordiscos la parte posterior de los hombros. En el espejo podía ver cómo entraba y salía de ella y por mucho que no quisiera guardar esos recuerdos en mi cabeza, supe que esa era una imagen que no iba a olvidar. Bajé una mano hasta su
clítoris.
—Oh, mierda —murmuró—. Por favor.
—¿Así? —le pregunté apretándolo y rodeándolo.
—Sí, por favor, más, por favor, por favor.
Nuestros cuerpos estaban ahora cubiertos por una fina capa de sudor, lo que hacía que el pelo se le pegara un poco a la frente. Su mirada no se apartaba del lugar donde estábamos unidos mientras seguíamos moviéndonos el uno contra el otro y supe que los dos estábamos cerca. Quería que nuestras miradas se encontraran en el espejo.
pero inmediatamente pensé que eso le iba a revelar demasiado. No quería que viera tan claramente lo que me estaba haciendo.
Las voces que nos rodeaban seguían sonando, completamente ajenas a lo que estaba ocurriendo en esa minúscula habitación. Si no hacía algo, nuestro secreto no se iba a poder mantener mucho tiempo. Cuando sus movimientos se hicieron más frenéticos y sus manos se apretaron más y más en mi pelo, le puse la mano en la boca para amortiguar su grito cuando se corrió allí, rodeándome.
Yo acallé mis propios gemidos
contra su hombro y tras unas pocas embestidas más, exploté en lo más profundo de ella. Su cuerpo cayó sobre mí y yo me apoyé contra la pared.
Necesitaba levantarme. Necesitaba levantarme y vestirme, pero no creía que mis piernas temblorosas pudieran sostenerme. Cualquier esperanza que hubiera tenido de que el sexo se volviera menos intenso con el tiempo y yo pudiera olvidarme de esa obsesión acababa de esfumarse.
La razón estaba empezando a volver lentamente a mí, junto con la decepción por haber vuelto a sucumbir a esa debilidad. La levanté y la aparté de mi
regazo antes de agacharme para coger mis calzoncillos.
Cuando se giró para mirarme yo esperaba odio o indiferencia, pero vi algo vulnerable en sus ojos antes de que le diera tiempo a cerrarlos y a apartar la vista. Ambos nos vestimos en silencio; la zona de probadores de repente parecía demasiado pequeña y silenciosa y yo era consciente incluso de todas y cada una de sus respiraciones.
Me enderecé la corbata y recogí las bragas rotas del suelo, depositándolas en mi bolsillo. Fui a agarrar el picaporte y me detuve. Estiré la mano y la pasé lentamente por la tela de encaje de una
prenda que colgaba de uno de los ganchos de la pared.
Sus ojos se encontraron con los míos y le dije:
—Compra el liguero también.
Y sin mirar atrás, salí del probador.
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por ElitzJb Lun 05 Ago 2013, 6:40 pm

Capítulo 5

—Parte Uno—3/3.


Había ochenta y tres agujeros, veintinueve tornillos, cinco aspas y cuatro bombillas en el ventilador de techo, que además era lámpara, que tenía en mi dormitorio encima de la cama. Me giré hacia un lado y ciertos músculos se burlaron de mí y me proporcionaron una prueba definitiva de por qué no podía dormir.
«Quiero que lo veas. Y mañana, cuando te encuentres dolorida, quiero que te acuerdes de quién te lo hizo».
Y no estaba de broma.
Sin darme cuenta mi mano había bajado hasta mi pecho, haciendo rodar distraídamente un pezón entre los dedos por debajo de la camiseta. Al cerrar los ojos, el contacto de mis manos se convirtió en el suyo en mi memoria. Sus dedos largos y hábiles rozándome la parte baja de los pechos, sus pulgares acariciándome los pezones, cogiéndome los pechos con sus grandes manos. «Mierda». Dejé escapar un profundo suspiro y le di una patada a una almohada de mi cama. Sabía exactamente adónde me llevaba esa línea de pensamiento. Había hecho exactamente lo mismo tres noches
seguidas y tenía que parar enseguida. Con un resoplido me puse boca abajo y cerré los ojos con fuerza, deseando poder quedarme dormida. Como si eso me hubiera funcionado alguna vez.
Todavía recordaba, con total claridad, el día, casi un año y medio atrás, en que Elliott me había pedido que fuera a su despacho para hablar. Había empezado en Jonas  Media Group trabajando como asistente junior de Elliott mientras estaba en la universidad. Cuando mi madre murió, Elliott me tomó bajo su protección, no tanto como una figura paterna, sino más bien como un mentor cariñoso y amable que me
llevaba a su casa a cenar para comprobar mi estado emocional. Él insistió en que su puerta siempre estaría abierta para mí. Pero esa mañana en concreto, cuando llamó a mi despacho, sonaba extrañamente formal y francamente, eso me dio un miedo de muerte.
En su despacho él me explicó que su hijo menor había vivido en París durante los últimos seis años, trabajando como ejecutivo de marketing para L’Oréal. Este hijo del que hablaba, Nick , iba a volver a casa por fin y dentro de seis meses iba a asumir el puesto de director de operaciones de Jonas  Media. Elliott
sabía que me quedaba un año de mi licenciatura en empresariales y que estaba buscando opciones para prácticas que me dieran la experiencia directa e importantísima que necesitaba. Insistió en que hiciera mis prácticas de máster en Jonas  Media Group y que el más joven de los Jonas  estaría más que encantado de tenerme en su equipo.
Elliott me pasó el memorándum para toda la empresa que iba a hacer circular la semana siguiente para anunciar la llegada de Nick  Jonas .
«Madre mía». Eso fue lo único que pude pensar cuando volví a mí despacho y le eché un vistazo a aquel documento.
Vicepresidente ejecutivo de marketing de productos en L’Oréal París. El nominado más joven que había aparecido nunca en la lista de «Los 40 de menos de 40» de Crain’s, que se había publicado varias veces en e l Wall Street Journal . Doble máster por la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York y la HEC de París, donde se especializó en finanzas corporativas y negocios globales, y en el que se graduó summa cum laude. Todo eso solo con treinta años. Dios mío.
¿Qué era lo que Elliott había dicho? «Extremadamente dedicado». Eso era
subestimarlo y mucho.
Joe  había dejado caer que su hermano no tenía su personalidad relajada, pero cuando parecí algo preocupada, él me tranquilizó rápidamente.
—Tiene tendencia a ser un poco estirado y demasiado perfeccionista a veces, pero no te preocupes por eso, (_Tn) . Sabrás lidiar con sus arrebatos. Seguro que hacéis muy buen equipo. Vamos, mujer —me dijo rodeándome con su largo brazo—, ¿cómo no te va a adorar?
Odiaba admitirlo ahora, pero para cuando él llegó, incluso estaba un poco
enamorada de Nick  Jonas . Estaba muy nerviosa por tener la oportunidad de trabajar con él, pero también estaba impresionada con todo lo que había conseguido y además tan rápido y tan pronto en su carrera. Y mirar su foto en internet tampoco es que me complicara las cosas: el tío era una maravilla. Nos comunicamos por correo electrónico para concertar asuntos sobre su llegada y aunque parecía bastante amable: nunca era demasiado amistoso.
El gran día, no se esperaba a Nick  hasta después de la reunión de la junta de la tarde, en la que se le iba a presentar oficialmente. Yo tuve todo el
día para irme poniendo cada vez más nerviosa. Como Sara era tan buena amiga, subió para distraerme. Se sentó en mi silla y nos pasamos más de una hora hablando de los méritos de las películas de la saga Clerks.
Solo un rato después me estaba riendo tanto que las lágrimas me corrían por la cara. No me di cuenta de que Sara se ponía tensa cuando se abrió la puerta exterior del despacho, ni me fijé en que había alguien de pie detrás de mí. Y aunque Sara intentó avisarme con un breve gesto de la mano pasando de un lado a otro de la garganta (el gesto universal para: «Corta y cierra la
boca»), la ignoré.
Porque, aparentemente, soy una idiota.
—Y entonces —seguí diciendo mientras me reía y me abrazaba los costados— ella va y dice: «Anoté el pedido a uno al que hice una mamada después del baile de fin de curso» y él responde: «Sí, yo también he servido a tu hermano».
Otra oleada de carcajadas me embargó y me agaché dando un pequeño paso hacia atrás hasta que choqué con algo duro y cálido.
Me volví y me dio muchísima vergüenza darme cuenta de que acababa
de restregar el trasero contra el muslo de mi nuevo jefe.
—¡Señor Jonas ! —dije al reconocerlo de las fotos—. Lo siento mucho.
Él no parecía estar divirtiéndose.
En un intento de relajar la tensión, Sara se puso de pie y extendió la mano.
—Es un placer conocerlo por fin. Soy Sara Dillon, la asistente de Joe .
Mi nuevo jefe simplemente miró su mano sin devolverle el gesto y levantó una de sus cejas perfectas.
—¿No querrá decir del «señor Jonas »?
Sara dejó caer la mano mientras lo
miraba, obviamente confusa. Había algo en su presencia tan intimidante que la había dejado sin palabras. Cuando se recuperó, balbució:
—Bueno. aquí somos algo informales. Nos tuteamos y nos llamamos por el nombre de pila. Esta es tu asistente, (_Tn) .
Él asintió.
—Señorita Mills, usted se dirigirá a mí como «señor Jonas ». Y la espero en mi despacho dentro de cinco minutos para hablar del decoro adecuado en el lugar de trabajo —su voz sonaba seria cuando habló y asintió brevemente en dirección a Sara—. Señorita Dillon.
Después me miró a mí durante otro momento y se volvió hacia su nuevo despacho. Yo observé horrorizada cómo se cerraba la puerta del primer infausto portazo de nuestra historia.
—¡Qué cabrón! —murmuró Sara con los labios apretados.
—Un cabrón muy atractivo — respondí.
Esperando poder mejorar un poco las cosas, bajé a la cafetería a por una taza de café. Incluso le había preguntado a Joe  cómo le gustaba el café a Nick : solo.
Cuando volví hecha un manojo de nervios al despacho, al llamar a la
puerta me respondió con un brusco «adelante» y yo deseé que dejaran de temblarme las manos.
Puse una sonrisa amistosa, intentando causarle una mejor impresión esta vez, y al abrir la puerta me lo encontré hablando por teléfono y escribiendo furiosamente en un cuaderno que tenía delante. Me quedé sin aliento cuando le oí hablar con una voz pausada y profunda en un perfecto francés.
—Ce sera parfait. Non. Non, ce n ’est pas nécessaire. Seulement quatre. Oui. Quatre. Merci, Ivan.
Colgó pero no levantó la mirada del papel para mirarme. Cuando estuve de
pie justo delante de su mesa, se dirigió a mí con el mismo tono duro de antes.
—En el futuro, señorita Mills, tendrá las conversaciones ajenas al trabajo fuera de la oficina. Le pagamos por trabajar, no por cotillear. ¿He sido lo bastante claro?
Me quedé de pie en silencio durante un momento hasta que me miró a los ojos y enarcó una ceja. Sacudí la cabeza para salir del trance, dándome cuenta justo en ese momento de la verdad sobre Nick  Jonas : aunque era mucho más guapo en persona que en las fotos, hasta incluso dejarte sin aliento, él no tenía nada que ver con lo que había
imaginado. Y tampoco tenía nada que ver con su padre ni su hermano.
—Muy claro, señor —dije mientras daba la vuelta a la mesa para ponerle el café delante.
Pero justo cuando estaba a punto de llegar a su mesa, uno de mis tacones se quedó trabado en la alfombra y me caí hacia delante. Oí que un fuerte «¡Mierda!» salía de mis labios y el café se convertía en una mancha ardiente sobre su traje caro.
—Oh, dios mío, señor Jonas . ¡Lo siento muchísimo!
Corrí hacia el lavabo de su baño para coger una toalla, volví corriendo y
me puse de rodillas delante de él para intentar quitarle la mancha. En mi precipitación y en medio de aquella humillación que yo creía que no podía ser peor, de repente me di cuenta de que le estaba frotando furiosamente la toalla contra la bragueta. Aparté los ojos y la mano, a la vez que sentía el rubor ardiente que me cubría la cara hasta el cuello, al darme cuenta del evidente bulto de la parte delantera de sus pantalones.
—Puede irse ahora, señorita Mills.
Asentí y salí corriendo de la oficina, avergonzada porque acababa de causar una primera impresión horrible.
Gracias a Dios después de eso había demostrado mi eficacia con bastante rapidez. Había veces en que él incluso parecía impresionado conmigo, aunque siempre era cortante y borde. Lo achaqué a que él era el mayor imbécil del mundo, pero siempre me pregunté si había algo específico en mí que nunca le había gustado.
Aparte de lo de la toalla, claro.
Cuando llegué al trabajo, me encontré con Sara de camino al ascensor. Hicimos planes para comer un día de la semana siguiente y me despedí
de ella al llegar a su planta. Ya en la planta dieciocho me fijé en que la puerta del despacho del señor Jonas  estaba cerrada como era habitual, así que no podía saber si ya había llegado o no. Encendí el ordenador e intenté prepararme mentalmente para el día. Últimamente la ansiedad se apoderaba de mí cada vez que me sentaba en esa silla.
Sabía que le iba a ver esa mañana; repasábamos la agenda de la semana siguiente todos los viernes. Pero no podía saber de qué humor iba a estar.
Aunque últimamente su humor había estado todavía peor de lo habitual, las
últimas palabras que me había dicho el día anterior fueron: «Compra el liguero también». Y yo lo había hecho. Y lo llevaba puesto en ese mismo momento. ¿Por qué? No tenía ni idea. ¿Qué demonios había querido decir con eso? ¿Es que creía que me lo iba a ver? Ni de coña. Entonces ¿por qué me lo había puesto? «Juro por Dios que si me lo rompe...». Y frené antes de que pudiera acabar la frase.
Claro que no me lo iba a romper. No le iba a dar la oportunidad de hacerlo.
«No dejes de decirte eso, Mills».
Responder unos cuantos emails, corregir el contrato sobre temas de
propiedad intelectual del informe Papadakis y pedir presupuesto a varios hoteles apartó mi mente de la situación durante un rato, pero más o menos una hora después la puerta se abrió. Levanté la vista y me encontré con un señor Jonas  muy profesional. Su traje oscuro de dos botones estaba impecable,
complementado perfectamente por el toque de color que le daba la corbata de seda roja. Parecía tranquilo y completamente relajado. No quedaba ninguna señal de aquel salvaje que me había follado en el probador de La Perla unas dieciocho horas y treinta y seis minutos atrás. Y no es que estuviera
contando el tiempo ni nada.
—¿Lista para empezar?
—Sí, señor.
Él asintió una vez y volvió a su despacho.
Vale, así que ahora iba a ser así. Por mí, bien. No estaba segura de lo que había estado esperando, pero en cierto modo estaba aliviada de que nada hubiera cambiado. Las cosas entre nosotros se estaban volviendo cada vez más intensas y sería un golpe mayor si todo acabara y yo tuviera que recoger además los trocitos de mi carrera. Esperaba poder pasar por todo eso sin mayores desastres al menos hasta que
acabara el máster
.


_______________________________________________________________________________________
hey chicas volvi espero no haberla hecho sufrir mucho
lamento no haber podido colocar capitulos antes pero como mencione en otra oportunidad
estoy de vacaciones y no paro casi en casa sorry, ojala y hallan disfrutado
del mini maratón vale gracias x estar alli y x leer la nove ;)nos leemos luego
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por jessnt Lun 05 Ago 2013, 7:53 pm

ayy amo a este jefe!! aunq se pase de arrogante
me encanta siguelaaaaaa!
jessnt
jessnt


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Mensaje por AniitaRP4 Lun 05 Ago 2013, 8:50 pm

SIGUELAAA!:D
AniitaRP4
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Mensaje por sara_any87 Miér 07 Ago 2013, 9:42 am

ME ENCANTO EL MINI MARATON ESTUVO GENIAL ME ENCANTA COMO ESCRIBES PERO SIGUELA PRONTO PLISS QUIERO SABER COMO SEGUE. HAY LO HICIERON EL LOS PROBADORES QUE HOT SIGUELAAA!!!!!


SIGUELA PLISSS!!!!!
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:wut:    :lloro: 
sara_any87
sara_any87


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Mensaje por chelis Miér 07 Ago 2013, 12:13 pm

me vuelven looooocaaaaa estoooss dooooooossss..... sigue y disfruta de tus vaca!!!!!
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por AniitaRP4 Miér 07 Ago 2013, 12:22 pm

SIGUELA! D:
AniitaRP4
AniitaRP4


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Mensaje por ElitzJb Miér 07 Ago 2013, 7:42 pm

Capitulo 5



—Parte Dos—

Le seguí a su despacho y tomé asiento. Empecé repasando la lista de tareas y citas que necesitaban de su atención. Él escuchó sin hacer ningún comentario, anotando cosas o introduciéndolas en su ordenador cuando era necesario.
—Hay una reunión con Red Hawk Publishing programada para las tres de esta tarde. Su padre y su hermano también van a asistir. Probablemente le llevará el resto de la tarde, así que he vaciado su agenda. —y así seguimos hasta que finalmente llegamos a la parte que estaba temiendo—. Y por último, el
congreso JT Miller Marketing Insight Conference es en San Diego el mes que viene —dije y de repente fijé la vista en los garabatos que estaba dibujando en mi agenda. La pausa que siguió pareció durar siglos y por fin levanté la vista para ver qué le estaba llevando tanto tiempo. Me estaba mirando fijamente, dando golpecitos con su pluma de oro sobre la mesa, sin ni la más mínima expresión en la cara.
—¿Me va a acompañar? —preguntó.
—Sí —mi única palabra creó un silencio sofocante en el despacho. No tenía ni idea de lo que estaba pensando mientras seguíamos mirándonos—. Está
estipulado en las condiciones de mi beca que tengo que asistir. Y. eh. también creo que le vendrá bien tenerme allí. hum. para ayudarlo a llevar sus asuntos.
—Haga todos los preparativos necesarios —dijo con un aire tajante mientras acaba de escribir en su ordenador. Asumiendo que eso significaba que ya me podía ir, me puse de pie y empecé a caminar hacia la puerta.
—Señorita Mills.
Me volví para mirarlo y aunque nuestras miradas no se encontraron, me di cuenta de que él casi parecía
nervioso. Bueno, eso sí era un cambio.
—Mi madre me ha pedido que la invite de su parte a cenar la semana que viene.
—Oh —sentí que el calor me subía a las mejillas—. Bueno, dígale por favor que tengo que consultar mi agenda —me di la vuelta para marcharme otra vez.
—Me ha dicho que tengo que. pedirle encarecidamente que vaya.
Me volví lentamente y vi que ahora sí que me estaba mirando fijamente y sin duda parecía incómodo.
—¿Y por qué exactamente tendría que hacerlo?
—Bueno —dijo y carraspeó—,
aparentemente hay alguien que quiere que conozca.
Eso era algo nuevo. Conocía a los Jonas  desde hacía años y, aunque Susan había mencionado de pasada algún nombre de vez en cuando, nunca había intentado activamente emparejarme con nadie.
—¿Tu madre está intentando encontrarme novio? —le pregunté volviendo hacia la mesa y cruzando los brazos sobre el pecho.
—Eso parece —algo en su cara no casaba con su respuesta desenfadada.
—¿Y por qué? —le pregunté con una ceja enarcada.
Él frunció la frente con una irritación evidente.
—¿Y cómo demonios quieres que lo sepa? No es que nos sentemos a la mesa a hablar de ti —refunfuñó—. Tal vez está preocupada porque, con esa personalidad tan brillante que tienes, acabes siendo una vieja solterona que lleve un vestido de flores y que viva en una casa llena de gatos.
Me incliné hacia delante con las palmas en su mesa y lo miré fijamente.
—Bueno, tal vez debería preocuparse de que su hijo se convierta en un viejo verde que se pasa el tiempo atesorando bragas y persiguiendo a
chicas en tiendas de lencería.
Él saltó de la silla y se inclinó hacia mí con una expresión furiosa en la cara.
—¿Sabes? Eres la mujer más. — tuvo que interrumpirse cuando sonó el teléfono.
Nos miramos duramente, ambos con la respiración acelerada. Por un instante creí que se iba a lanzar sobre mí por encima de la mesa. Y durante otro instante quise encarecidamente que lo hiciera. Sin dejar de mirarme a los ojos extendió la mano para coger el teléfono.
—¿Sí? —preguntó bruscamente por el auricular sin apartar la mirada—. ¡George! Sí, claro que tengo un
momento.
Volvió a sentarse en su silla y yo me quedé allí por si necesitaba algo de mí mientras hablaba con el señor Papadakis. Levantó el dedo índice en mi dirección para que esperara antes de empezar a deslizarlo sobre su pluma, que hacía rodar por la mesa mientras escuchaba lo que le decían por el auricular.
—¿Necesitas que me quede? —le pregunté.
Él asintió una vez antes de hablar por el teléfono.
—No creo que haga falta ser tan específico en esta fase, George —el
tono profundo de su voz reverberó por toda mi columna—. Con solo un perfil general bastará. Necesitamos saber el alcance de esta propuesta antes de poder pasar a hacer borradores.
Me revolví un poco en el lugar donde estaba. Él era un ególatra por hacer que me quedara allí de pie como si estuviera sujetando un plato de uvas y abanicándolo mientras hablaba con un colega.
Levantó la vista para mirarme y le vi bajar los ojos hasta mi falda, donde algo le llamó la atención. Al volver a levantar la vista sus ojos se abrieron un poco más de lo normal, como si quisiera
preguntarme algo. Y entonces extendió la mano, sujetando el boli entre el índice y el pulgar, y utilizó la punta para levantarme el dobladillo de la falda a la altura del muslo.
Abrió los ojos de par en par cuando vio el liguero.
—Lo entiendo —murmuró por el teléfono mientras dejaba caer la falda—. Creo que estamos de acuerdo en que eso es un desarrollo positivo.
Sus ojos subieron por mi cuerpo y su mirada se fue oscureciendo poco a poco. El corazón empezó a latirme con fuerza. Cuando me miraba así yo solo quería subirme a su regazo y atarlo a la silla
con su corbata.
—No, no. Nada tan amplio en este punto. Como le he dicho, solo estamos hablando de un perfil preliminar.
Di la vuelta a la mesa y me senté en una silla frente a él, que arqueó una ceja, interesado, y después se metió la punta del boli entre los dientes y la mordió.
El calor crecía entre mis piernas así que me cogí el borde de la falda y me la subí por los muslos, exponiendo la piel al aire fresco de la oficina y a los ojos deseosos que no se apartaban de mí desde el otro lado de la mesa.
—Sí, ya veo —dijo al teléfono, pero su voz era más profunda, casi ronca
ahora, aunque seguía sonando tranquilo.
Seguí con los dedos los contornos de las tiras del liguero, pasando por mi piel y por la seda de la ropa interior. Nada (ni nadie) me habían hecho nunca sentir tan sexy como él. Era como si él cogiera todos mis pensamientos sobre el trabajo, mi vida y mis objetivos y me dijera: «Todo esto está muy bien, pero mira esto otro que yo te ofrezco. Puede que sea retorcido y muy peligroso pero lo estás deseando. Me estás deseando a mí».
Y si lo hubiera dicho en voz alta, habría tenido razón.
—Sí —repitió—. Creo que ese es el
camino ideal.
«Eso crees, ¿eh?» Le sonreí, me mordí el labio y él me dedicó una media sonrisa diabólica en respuesta. Los dedos de una mano siguieron subiendo, me cubrí con ellos un pecho y apreté. Con la otra mano aparté la parte central de mis bragas y pasé dos dedos por la piel húmeda.
El señor Jonas  tosió y se apresuró a coger su vaso de agua.
—Está bien, George. Le echaremos un vistazo cuando lo recibamos. Podemos hacerlo en ese plazo.
Empecé a mover la mano mientras pensaba en sus dedos largos haciendo
rodar el bolígrafo y en esas mismas manos agarrándome las caderas y la cintura y los muslos mientras me empujaba en el probador de la tienda de lencería.
El movimiento se hizo más rápido, se me cerraron los ojos y deje caer la cabeza contra el respaldo de la silla. Intenté no hacer ruido mordiéndome el labio con fuerza pero se me escapó un leve gemido. Me estaba imaginando sus manos y sus antebrazos fibrosos, con los músculos tensándose bajo la piel, mientras sus dedos se movían dentro de mí. Sus piernas delante de mi cara la noche en la sala de reuniones, tensas y
esculpidas, esforzándose para no embestirme.
Y esos ojos, fijos en mí, oscuros y suplicantes.
Levanté la cabeza y los vi justo como me los imaginaba, no mirando mi mano, sino con la expresión ávida centrada en mi cara mientras yo seguía con el movimiento y la sensación. Mi clímax fue a la vez abrumador e insatisfactorio:
quería que fuera su contacto el que me hiciera todo aquello y no el mío.
En algún momento había colgado el teléfono y me di cuenta de que mi respiración sonaba demasiado fuerte en
la habitación en silencio. Él seguía sentado frente a mí, se le veían gotas de sudor en la frente y sus manos agarraban los brazos de la silla como si se estuviera resistiendo ante un fuerte vendaval.
—Pero ¿qué me estás haciendo? — preguntó en voz baja.
Le sonreí y me aparté el flequillo de los ojos de un soplido.
—Estoy bastante segura de que lo que acabo de hacer me lo he hecho a mí.
Él levantó ambas cejas.
—No, eso sin duda.
Me levanté colocándome la falda sobre los muslos.
—Si eso es todo, señor Jonas , vuelvo al trabajo.
Para cuando volví de refrescarme un poco en el baño, tenía un mensaje de texto del señor Jonas  en el que me informaba de que debíamos encontrarnos en el aparcamiento para ir al centro. Menos mal que los otros ejecutivos y sus ayudantes también iban a la reunión con Red Hawk. Sabía por nuestros antecedentes que si tenía que sentarme en una limusina a solas con ese hombre durante veinte minutos (sobre todo después de lo que acababa de
hacer) solo había dos posibles resultados. Y solo uno de ellos haría que él acabara como había llegado.
La limusina estaba esperando justo a la salida y mientras me acercaba a nuestro conductor, él me sonrió ampliamente y me abrió la puerta.
—Hola, (_Tn) , ¿qué tal el trabajo?
—Movido, divertido e interminable. ¿Qué tal los estudios? —le devolví la sonrisa. Stuart era mi conductor favorito, y aunque tenía tendencia a flirtear un poco, siempre me hacía sonreír.
—Si pudiera dejar la física, todavía podría graduarme en biología, seguro.
Qué pena que no seas científica; podrías darme clases particulares —me dijo subiendo y bajando las cejas.
—Si ustedes dos han terminado, tenemos un lugar importante al que ir. Debería dedicarse a flirtear con la señorita Mills en su tiempo libre — aparentemente el señor Jonas  ya estaba dentro del coche esperándome y nos miró reprobatoriamente a ambos antes de retirarse de nuevo a la parte de atrás. Sonreí y puse los ojos en blanco en dirección a Stuart antes de entrar.
El coche estaba vacío a excepción del señor Jonas .
—¿Dónde están los demás? —
pregunté confundida mientras iniciábamos la marcha.
—Tienen una cena más tarde así que han decidido ir en otro coche —estaba enfrascado en sus papeles. No pude evitar notar la forma en que daba golpecitos en el suelo con sus zapatos Oxford italianos a la última moda.
Lo miré suspicaz. No se le veía diferente. De hecho estaba súper sexy. Llevaba el pelo en su desastre calculado habitual. Cuando se llevó la pluma de oro a los labios distraídamente, justo como lo había hecho antes en el despacho, tuve que revolverme en el asiento para aliviar la repentina
incomodidad.
Cuando levantó la vista y me miró, la media sonrisita de su cara me hizo saber que me había pillado comiéndomelo con los ojos.
—¿Has visto algo que te gusta? — preguntó.
—No, aquí no —respondí con una sonrisita yo también. Y como sabía que le iba a afectar, volví a cruzar las piernas a propósito, asegurándome de que se me subiera la falda un poco más de lo apropiado. Tal vez le hacía falta recordar quién tenía más posibilidades de ganar ese juego. Su ceño fruncido volvió un segundo después. Misión
cumplida.
Los dieciocho minutos y medio que quedaban de nuestro viaje de veinte minutos los pasamos lanzándonos miradas lascivas en el coche mientras yo intentaba fingir que no estaba fantaseando con tener su atractiva cabeza entre las piernas.
Creo que no hace falta decir que, para cuando llegamos, ya estaba de mal humor.
Las tres horas siguientes se me hicieron eternas. Los otros ejecutivos llegaron y se hicieron las presentaciones. Una mujer
particularmente llamativa pareció
interesarse inmediatamente por mi jefe. Tendría treinta y pocos, con un grueso pelo pelirrojo, ojos oscuros muy brillantes y un cuerpo para morirse. Y, claro, esa sonrisa que era capaz de hacer que se le cayeran las bragas a cualquiera se puso en funcionamiento y estuvo a punto de dejarla inconsciente toda la tarde.
Gilipollas.
Cuando entramos en el despacho al final del día, después de un viaje de vuelta aún más tenso que el de ida, pareció que el señor Jonas  todavía tenía algo que decir. Y si no lo soltaba pronto, iba a explotar. Cuando quería
que se estuviera calladito, no podía mantener la boca cerrada. Pero cuando necesitaba que dijera algo, se quedaba mudo.
Una sensación de déja vu y de terror me embargó al cruzar el edificio semidesierto en dirección al ascensor. En cuanto las puertas doradas se cerraron deseé estar en cualquier parte menos de pie a su lado. «¿Es que de repente hay menos oxígeno aquí?» Mientras miraba su reflejo en las puertas brillantes, me di cuenta de que era difícil adivinar cómo se sentía. Se había aflojado la corbata y tenía la chaqueta del traje colgada de un brazo. Durante la
reunión se había subido las mangas de la camisa parcialmente sobre los antebrazos y yo intenté no quedarme mirando las líneas que formaban sus músculos por debajo de la piel. Aparte de la constante forma de apretar la mandíbula y la mirada baja, parecía totalmente relajado.
Cuando llegamos al piso dieciocho dejé escapar un enorme suspiro. Esos habían sido los cuarenta y dos segundos más largos de mi vida. Le seguí a través de la puerta intentando mantener la mirada lejos de él mientras entraba rápidamente en su despacho. Pero para mi sorpresa no cerró la puerta detrás de
él. Y él siempre cerraba la puerta.
Comprobé rápidamente los mensajes y me ocupé de unos cuantos detalles de última hora antes de irme de fin de semana. Creo que nunca antes había tenido tanta prisa por salir de allí. Bueno, eso no era realmente cierto. La última vez que estuvimos solos en aquella planta también salí huyendo bastante rápido. Mierda, si había un momento para no pensar en eso era precisamente aquel, en la oficina vacía. Solos él y yo.
Él salió de su despacho justo cuando yo estaba recogiendo mis cosas. Colocó un sobre color marfil sobre mi mesa y se
encaminó hacia la puerta sin detenerse. «¿Qué demonios era aquello?» Abrí deprisa el sobre y vi mi nombre en varias hojas de un elegante papel color marfil. Eran los formularios para abrir una cuenta de crédito privada en La Perla, con el nombre del señor Nick  Jonas  como titular.
«¿Ha abierto una cuenta para mí?»
—¿Qué demonios es esto? — pregunté furiosa. Salté de la silla y continué—. ¿Me has abierto una línea de crédito?
Él se detuvo y, tras dudar un momento, se volvió para mirarme.
—Tras el espectáculo que has
protagonizado hoy, hice una llamada y las gestiones necesarias para que puedas comprarte todo lo que. necesites. Por supuesto hay un límite en la cuenta — dijo con pragmatismo tras haber eliminado cualquier rastro de incomodidad de su cara. Por eso era tan bueno en lo que hacía. Tenía una capacidad asombrosa para recuperar el control en cualquier situación. Pero ¿creía realmente que podía controlarme?
—Vamos a ver, solo para que me quede claro —le dije sacudiendo la cabeza e intentando mantener cierta apariencia de calma—, ¿has hecho gestiones para comprarme lencería?
—Bueno, es para reemplazar las cosas que yo. —se detuvo, posiblemente para reconsiderar su respuesta—. Para reemplazar las cosas que han resultado estropeadas. Si no la quieres, no la uses, joder —bufó entre dientes antes de girarse para irse de nuevo.
—Eres un hijo de puta —me acerqué para quedarme de pie delante de él con el elegante papel ahora hecho una bola arrugada en mi puño—. ¿Te parece gracioso? ¿Es que crees que yo soy una muñeca que puedas vestir a tu conveniencia para divertirte? —no sabía con quién estaba más enfadada: con él
por pensar eso de mí o conmigo por permitir que todo aquello hubiera tenido lugar.
—Oh, sí —se mofó—. Me parece algo para partirse.
—Toma esto y métetelo por donde te quepa —le tiré la bola de papel color marfil contra el pecho, cogí el bolso, giré sobre mis talones y literalmente salí corriendo hacia el ascensor. «Cabrón ególatra y mujeriego».
Lógicamente yo sabía que su intención no era insultarme, al menos eso esperaba. Pero ¿aquello? Aquello era exactamente por lo que no había que tirarse al jefe y por lo que
definitivamente no había que exhibirse y hacerle un numerito en su despacho.
Aparentemente yo me había perdido esa parte de los consejos de orientación.
—¡Señorita Mills! —gritó, pero lo ignoré y entré en el ascensor.
«Vamos», me dije mientras pulsaba repetidamente el botón del aparcamiento.
Apareció justo cuando se cerraban las puertas y sonreí para mí mientras lo veía desaparecer. «Muy madura, (_Tn) ».
—¡Mierda, mierda, mierda! —grité dentro del ascensor vacío, a punto de golpear el suelo con el pie. Ese cabrón
me había arrancado el último par de bragas.
Sonó el timbre del ascensor que indicaba que habíamos llegado al aparcamiento. Murmurando para mí me encaminé a mi coche. El aparcamiento estaba poco iluminado y mi coche era uno de los pocos que quedaban en esa planta, pero yo estaba demasiado furiosa para pararme un segundo a pensarlo. Cualquiera que quisiera tocarme las narices en ese momento iba a tener muy mala suerte. Justo en el momento en que ese pensamiento cruzó mi mente, oí la puerta de las escaleras abrirse estrepitosamente y el señor Jonas  habló a
mi espalda.
—¡Dios! ¿Podrías esperar, joder? —me gritó.
No dejé de fijarme en que estaba sin aliento. Supongo que bajar corriendo dieciocho pisos tenía ese efecto.
Abrí el coche y la puerta y tiré mi bolso en el asiento del acompañante.
—¿Qué coño quiere, señor Jonas ?
—Vamos a ver, ¿puedes desconectar el modo arpía y escucharme durante dos segundos?
Me volví bruscamente para mirarlo.
—¿Es que crees que soy algún tipo de prostituta?
Cien emociones diferentes pasaron
por su cara en un momento: enfado, impresión, confusión, odio y maldita sea, justo en ese momento estaba para comérselo. Se desabrochó el cuello de la camisa, su pelo era un desastre y una gota de sudor que le corría por un lado de la mejilla no me estaba poniendo las cosas fáciles. Pero estaba decidida a seguir furiosa.
Manteniendo una distancia de seguridad, él negó con la cabeza.
—Dios —dijo mirando a su alrededor en el aparcamiento—. ¿Crees que te veo como una prostituta? ¡No! Era solo por si acaso. —se detuvo intentado organizar sus pensamientos.
Pero pareció rendirse al poco, con la mandíbula tensa.
La rabia me recorría el cuerpo con tal fuerza que, antes de que pudiera detenerme, di un paso adelante y le di una bofetada fuerte en la cara. El sonido resonó en el aparcamiento vacío. Con una mirada sorprendida y furiosa, levantó una mano y se tocó el lugar donde le había pegado.
—Eres el jefe, pero tú no eres quien decide cómo funciona esto.
El silencio cayó sobre nosotros. Los sonidos del tráfico y del mundo exterior apenas se registraban en mi conciencia.
—¿Pues sabes qué? —empezó a
decir con la mirada oscurecida y dando un paso hacia mí—. Hasta ahora no he oído ninguna queja.
«Oh, ese modo de hablar tan suave».
—Ni contra la ventana —otro paso —. Ni en el ascensor ni en las escaleras. Ni en el probador mientras veías cómo te follaba —y otro—. Ni cuando has abierto las piernas esta mañana en mi despacho, no he oído ni una sola palabra de protesta salir de tu boca.
Mi pecho subía y bajaba rápidamente, sentía el frío metal del coche a través de la fina tela de mi vestido. Incluso con aquellos zapatos de
tacón, él me sacaba una cabeza sin problemas y cuando se inclinó pude sentir su aliento cálido contra mi pelo. Solo tenía que mirar hacia arriba y nuestras bocas se encontrarían.
—Bueno, yo he acabado con todo eso —dije con los dientes apretados, pero cada respiración me traía un breve momento de alivio cuando mi pecho rozaba el suyo.
—Claro que sí —susurró negando con la cabeza y acercándose aún más, de forma que su erección quedó apretada contra mi vientre. Apoyó la mano en el coche, atrapándome—. Has acabado del todo.
—Excepto... Quizá. —dij e, aunque no estaba segura de si tenía intención de decirlo en voz alta.
—¿Quizá solo una vez más? —sus labios apenas rozaron los míos.
Fue demasiado suave, demasiado real.
Volví la cara hacia arriba y susurré contra su boca.
—No quiero desear esto. No es bueno para mí.
Él dilató las aletas de la nariz un poco y justo cuando pensaba que iba a volverme loca, me cogió el labio inferior con fuerza entre los suyos y me atrajo hacia él. Gimiendo en mi boca
hizo más profundo el beso y me empujó bruscamente contra el coche. Como la última vez, levantó las manos y me quitó las horquillas del pelo.
Nuestros besos empezaron siendo provocadores y después más duros, acercándonos y alejándonos, las manos enredadas en el pelo y las lenguas deslizándose la una contra la otra. Solté una exclamación cuando él flexionó un poco las rodillas, clavándome su erección.
—Dios —gemí, rodeándole con una pierna y hundiéndole el tacón en el muslo.
—Lo sé —jadeó él contra mi boca.
Bajó la vista hacia mi pierna, me cogió el trasero con las manos y me dio un fuerte apretón a la vez que murmuraba —. ¿Te he dicho lo sexis que son esos zapatos? ¿Qué intentas hacerme con esos lacitos tan traviesos?
—Bueno, llevo otro lazo en otro sitio, pero vas a necesitar un poco de suerte para encontrarlo.
Él se apartó.
—Métete en el maldito coche —me dijo con la voz ronca saliéndole de lo más profundo de la garganta a la vez que abría la puerta de un tirón.
Lo miré fijamente, deseando que algún pensamiento racional consiguiera
colarse en mi cerebro confuso. ¿Qué debería hacer? ¿Qué quería? ¿Podía simplemente dejarle tomarme de esa forma otra vez? Estaba tan abrumada por todo aquello que todo mi cuerpo temblaba. La razón me abandonaba rápidamente mientras sentía su mano subir por mi cuello y meterse entre mi pelo.
Me lo agarró con fuerza, tiró de mi cabeza hacia él y me miró a los ojos.
—Ahora.
La decisión estaba tomada y una vez más enrollé su corbata alrededor de mi mano y le empujé hacia el asiento de atrás. Cuando la puerta se cerró tras él,
no perdió el tiempo; se lanzó hacia el cierre de la parte delantera de mi vestido. Gemí al sentir que separaba la tela y me pasaba las manos por la piel desnuda. Me empujó hacia atrás para que me tumbara sobre la fresca piel y, poniéndose de rodillas entre mis piernas, me colocó la palma entre los pechos y la fue bajando lentamente por mi abdomen hasta el liguero de encaje. Sus dedos siguieron las delicadas cintas hasta el borde de mis medias y volvieron a subir para entretenerse en seguir todo el contorno de mis bragas. Los músculos de mi abdomen se tensaban con cada uno de sus
movimientos y yo intentaba desesperadamente controlar mi respiración. Rozando con la punta de los dedos los lacitos blancos, levantó la vista y me dijo:
—La suerte no tiene nada que ver con esto.
Tiré de él, agarrándole por la camisa, y le metí la lengua en la boca, gimiendo cuando su palma se apretó contra mí. Nuestros labios se pusieron a buscar; nuestros besos se hicieron más largos y más profundos, ganando en urgencia con cada centímetro de piel que se iba descubriendo. Le saqué la camisa de los pantalones y exploré la piel lisa
de sus costillas, la clara definición de los músculos de su cadera y la suave línea de vello que salía de su ombligo y me animaba a ir más abajo.
Como quería provocarlo de la forma que me estaba provocando él a mí, seguí su cinturón con mis dedos hasta la silueta dura que tenía debajo de los pantalones.
Él gimió dentro de mi boca.
—No sabes lo que me estás haciendo.
—Dímelo —le susurré. Estaba utilizando sus mismas palabras contra él y saber que se acababan de cambiar las tornas por el momento me excitaba—.
Dímelo y te daré lo que quieres.
Él gimió y se mordió el labio, con la frente apoyada contra la mía, para después estremecerse.
—Quiero que me folles tú a mí.
Le temblaban las manos mientras me cogía las bragas nuevas y cerraba el puño y, aunque fuera una locura, estaba deseando que me las rompiera. La pura pasión entre nosotros era diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado; no quería que se reprimiera. Sin una palabra me las arrancó y el dolor de la tela al dejar mi piel se sumó al placer.
Empujé hacia delante con la pierna
para echarlo hacia atrás y apartarlo de mí. Me senté, lo tiré sobre el asiento trasero y me puse a horcajadas en su regazo. Le abrí la camisa de un tirón, lo que envió botones despedidos por todo el asiento.
Yo ya estaba perdida para todo el mundo excepto para él y para aquello: la sensación del aire contra mi piel, los sonidos irregulares de nuestras respiraciones, el calor de su beso y la idea de lo que estaba por venir. Frenéticamente le solté el cinturón y los pantalones y con su ayuda conseguí bajárselo por las piernas. La punta de su miembro me rozó y yo cerré los ojos y
bajé lentamente sobre él, deslizándolo poco a poco en mi interior.
—Oh, Dios —gemí, la sensación de él dentro de mí solo hizo que el efecto agridulce se intensificara.
Levanté las caderas y empecé a cabalgar sobre él, sintiendo cada movimiento más intenso que el anterior. El dolor que me estaban produciendo sus dedos ásperos en las caderas avivaba mi lujuria. Tenía los ojos cerrados y amortiguaba sus gemidos enterrando la cabeza en mi pecho. Movió los labios por encima de mi sujetador de encaje y me bajó una de las copas para cogerme el pezón endurecido
entre los dientes. Le agarré el pelo con fuerza, lo que le provocó un gemido y su boca se abrió alrededor de mi piel.
—Muérdeme —le susurré.
Y él lo hizo, con fuerza, lo que me hizo gritar y tirarle más fuerte del pelo.
Mi cuerpo estaba en armonía con el suyo, reaccionaba a todas sus miradas, sus sonidos y sus contactos. Y ambos odiábamos y a la vez adorábamos cómo me hacía sentir. Yo nunca había sido una de esas mujeres que pierden fácilmente el control, pero cuando me tocaba así, yo estaba encantada de dejarme llevar.
—¿Te gusta sentir mis dientes? — me preguntó con la respiración
entrecortada e irregular—. ¿Fantaseas con otros sitios en los que te puedo morder?
Me apoyé en su pecho para incorporarme y lo miré.
—No sabes cuándo debes cerrar la boca, ¿verdad?
Él me levantó y me tiró bruscamente sobre el asiento. Separándome las piernas, volvió a entrar en mi interior. Mi coche era demasiado pequeño para eso, pero no había nada que pudiera detenernos. Incluso con las piernas dobladas de una forma extraña debajo de él y con los brazos por encima de la cabeza para evitar que chocara con la
puerta, aquello era demasiado.
Él se puso de rodillas y adoptó una posición más cómoda, me cogió una pierna y se la colocó sobre un hombro, lo que hizo que entrara más profundamente en mí.
—Oh, Dios, sí.
—¿Sí? —me levantó la otra pierna para apoyarla sobre el otro hombro. Extendió el brazo y agarró el marco de la puerta para guardar el equilibrio y hacer las embestidas más profundas—. ¿Así es como te gusta?
El cambio de ángulo me hizo dar un respingo cuando las sensaciones más deliciosas se extendieron por todo mi
cuerpo.
—No —apoyé las manos contra la puerta y levanté las caderas del asiento para ir al encuentro de cada movimiento de la suya—. Me gusta más fuerte.
—Joder —murmuró y volvió la cabeza un poco para que su boca abierta me fuera dejando besos húmedos por toda la pierna.
Nuestros cuerpos ya brillaban por el sudor, las ventanas estaban empañadas y nuestro gemidos llenaban el espacio en silencio del coche. La penumbra que producían las luces del aparcamiento resaltaba todas las hendiduras, que parecían esculpidas, y todos los
músculos del hermoso cuerpo que tenía encima de mí. Lo miré embelesada, tenso por el esfuerzo y el pelo alborotado y pegado a su frente húmeda, los tendones de su cuello estirados como cuerdas.
Dejó caer la cabeza entre sus brazos estirados, cerró los ojos con fuerza y negó.
—Oh, Dios —jadeó—. Es que. no puedo parar.
Yo me arqueé para estar más cerca, con la necesidad de encontrar una forma de sentirlo más profunda, más completamente en mi interior. Nunca había tenido unas ganas tan intensas de
consumir otro cuerpo como las que tenía cuando él estaba dentro de mí, pero incluso entonces, parecía que nunca podía estar lo bastante cerca de las partes de él que quería sentir. Y justo con ese pensamiento en mi mente, la deliciosa tensión en espiral que sentía en mi piel y en el vientre cristalizó para convertirse en una dolor tan profundo que bajé las piernas de sus hombros a la vez que tiraba de él para colocar todo su peso sobre mí mientras suplicaba: «Por favor, por favor, por favor», una y otra vez.
Estaba cerca, tan cerca.
Mis caderas empezaron a dibujar
círculos y las suyas respondieron con fuerza y constancia, desatados tanto él, que estaba encima, como yo, que estaba debajo.
—Estoy tan cerca, joder, por favor.
—Lo que quieras —gimió él en respuesta, antes de inclinarse para morderme el labio y proseguir—. Quédate con lo que quieras.
Yo chillé al correrme, con las uñas hundidas en su espalda y el sabor de su sudor en mis labios.
Él soltó un juramento con la voz profunda y ronca y con una última embestida muy potente se tensó sobre mí.
Exhausto y temblando, se dejó caer con la cara contra mi cuello. No pude resistir la necesidad de pasarle las manos temblorosas por el pelo húmedo mientras estaba ahí tumbado, jadeando, con el corazón acelerado contra mi pecho. Tenía un millón de pensamientos cruzando por mi mente mientras pasaban los minutos.
Lentamente nuestras respiraciones se fueron calmando y estuve a punto de creer que se había dormido cuando apartó la cabeza.
Mi cuerpo cubierto de sudor sintió inmediatamente el frío cuando él empezó a vestirse. Lo observé durante un
momento antes de incorporarme y ponerme el vestido, luchando con fuertes sentimientos encontrados. Además de algo que me satisfacía físicamente, el sexo con él era lo más divertido que había hecho en mucho tiempo.
Pero es que era tan estúpido.
—Asumo por lo que ha pasado que vas a ignorar la cuenta que te he abierto.
Y me doy cuenta de que esto no puede volver a pasar —dijo, apartándome de mis propios pensamientos. Me volví para mirarlo. Se estaba poniendo la camisa rota con la mirada fija en algún punto delante de él.
Pasaron unos segundos antes de que
se volviera a mirarme.
—Di algo para que sepa que me has oído.
—Dígale a Susan que iré a cenar, señor Jonas . Y sal inmediatamente de mi puto coche.
ElitzJb
ElitzJb


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Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada) - Página 3 Empty Re: Beautiful Bastard Nick y (_Tn) (terminada)

Mensaje por chelis Miér 07 Ago 2013, 9:10 pm

:wut:  me vuelven loooooocaaaaaa!!!!!!...... Aaaaahhhhh!!!!!.... Son tan intensos!!!!!
chelis
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