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Vértigo (Niall Horan y tu) HOT
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 1 de 1. • Comparte
Vértigo (Niall Horan y tu) HOT
por kuchta Sáb 13 Jul 2013, 9:36 pm
Ficha de la serie
• Titulo: Vértigo
• Autor: Yo (Anastacia1D4ever)
• Adaptación: No, hice un libro y ahora lo paso
• Género: Suspenso, Romance, Hot
• Advertencias: Escenas hot (Mayores de 16). NO NECESITO CHICAS
• Otras páginas: No, aún
Vértigo
Vértigo es la historia de _____, una joven conmocionada por la súbita muerte de su madre, que pasa el verano en el pueblo de su niñez, en California del Norte, lejos de la ruidosa vida a la que está habituada en Nueva York. Allí, ella y su padre, un policía local, estrechan su relación entre el dolor y la soledad. En un desesperado intento de reconciliarse con la vida y dejar atrás la pena, _____ se enamora de Niall, un joven con sangre irlandesa, que vive peligrosa e intensamente.
Es una novela acerca de los vínculos dolorosos y el amor carnal, la pulsión de muerte y el erotismo. La profunda significación de aquello que se escapa de nuestro control y las necesidades y temores que nos rodean alcanzan en Vértigo una dimensión insospechada
Bueno, aquí les dejo la nove, ojalá les guste. Si tengo al menos 4 lectoras empiezo :), besos lindas
PD: No pregunten cuantos capitulos tiene, porque lo tengo todo junto
kuchta
Re: Vértigo (Niall Horan y tu) HOT
por Vaane. Dom 14 Jul 2013, 12:37 am
Primera y fiel lectora! me encanto la sinopsis *-* siguelaaa
Vaane.
Re: Vértigo (Niall Horan y tu) HOT
por kuchta Dom 14 Jul 2013, 3:01 am
Vaane. escribió:Primera y fiel lectora! me encanto la sinopsis *-* siguelaaa
¡Bienvenida!
Última edición por Anastacia1D4ever el Lun 15 Jul 2013, 12:24 am, editado 3 veces
kuchta
Re: Vértigo (Niall Horan y tu) HOT
por kuchta Lun 15 Jul 2013, 12:17 am
Pasa el mouse
Hola fantasmas -_-, esta primera parte del capitulo 1 lo hago adelantado por mi primera lectora que se dignó a escribir, va dedicado a ella. Por favor comenten porque si no tendré que CANCELARLA
CAPITULO 1
PARTE 1
PARTE 1
“ | Si la vida dependiera de ello, todo lo conocido desvanecería... |
A veces en mis sueños te alzas como de un pantano, entero, más joven que en mis recuerdos, en ángulos, deslumbrante, y te sigo por ambientes humosos, abrumada por la sensación de estar en presencia de algo indomable, lleno de luz, imposible de controlar. A veces sueño que estoy en una habitación, sacándome la ropa una a una, cerrados los ojos, desvistiéndome como si fuera una especie de plegaria. Como si mi cuerpo sólo pudiera invocarte.
Días después de haberte soñado, camino por la calle y guardo el recuerdo de lo que fue estar contigo, como una antorcha que arde cerca de mi corazón. Me lancé desde mi mundo al tuyo sin preguntas ni condiciones, porque sólo de ese modo sería aceptada en él; viviste en absolutos. Comimos, hicimos el amor, dormimos, y cada día el sol salió para que pudiéramos volver a empezar. Fuiste para mí una tierra extranjera y yo viví en ella como alguien para quien no existiese el dolor.
Me digo fue mío una ve y eso me bastó. Pero no bastó. Nunca fue verdad y nunca bastó. Salías de cacería para satisfacer tus necesidades, simples y precisas, y en aquellos días fui la presa.
Sigo a mi padre a través del bosque y de repente pienso en el extraño espectáculo que damos: él con su único traje bueno, yo con mi mejor vestido. Apenas es junio, pero el aire es sofocante. Mientras avanzo con cuidado por entre la hiedra venenosa, las raíces, las rocas y las ortigas, hundo mi mano en la sencilla urna de madera que lleva mi padre y esparzo un contenido en un amplio círculo a mi alrededor. El hace lo mismo. Mis lágrimas caen silenciosas; parecen formar parte de la humedad del ambiente, como una llovizna. Sus ojos, en cambio, están secos.
Con cada puñado de fina ceniza y briznas de huesos que dejo caer en el suelo boscoso, las mismas palabras surgen en mi mente: vé, sé libre, elévate, halla la paz.
Media hora después todo ha terminado. Parece increíble que haya quedado tan poco. Mi padre y yo permanecemos en medio del bosque, gotas de sudor nos mojan la cara y manchan nuestra mejor ropa. Espero que hable, pero nada dice, solo sostiene la urna vacía con ambas manos y mira con fijeza hacia los árboles.
-Bien- Digo por último, enjuagandome la cara con las manos-, ¿decimos algo?
En el silencio que sigue a mis palabras oigo los insecto, los pájaros, el susurro de las hojas; hasta me parece oír el calor que se destila entre los árboles.
-Supongo que sí.
Se aclara la voz y comienza el Padre Nuestro. A mamá no le gustaría esto, pienso, pero me uno a él en "así en la Tierra como en el Cielo".
-Amén.
-Amén.
Mi padre me mira.
-Vámonos a casa.
En el camino de vuelta quiero tomar su mano, pero las tiene ocupadas. Para cuando llegamos ya oscurece.
-¿Quieres un trago, papá?
Se agacha para colocar la urna en un rincón de la sala y la observa por un segundo antes de volver a pararse.
-Creo que voy a cambiarme.- Entra en su habitación y cierra la puerta.
Me siento en la sala sombría y miro las plantas agonizantes; me resisto a regarlas. Pertenecían a mi madre: no veo porque deberían sobrevivir.
No sé cuánto tiempo he estado sentada en la sala, cuando oigo un extraño sonido en el dormitorio de mi padre. Lentamente atravieso la antecámara. Apoyo la mano sobre el picaporte y escucho. Sonido extraño, áspero, sofocado, que se repite y se repite
Es la primera vez que oigo llorar a mi padre. Me quedo allí, la mano sobre el picaporte, incapaz de irme o de entrar, hasta que por fin el sonido cesa. Entonces salgo y me trepo a la hamaca, me llevo las rodillas al pecho y así permanezco.
Todo a mi alrededor parece frágil; cuando entrecierro los ojos veo las ramas del roble, más alto que el porche, dobladas por el peso de las hojas. No puedo creer que nunca haya reparado en todo esto: este árbol, esta vida...
Todo en derredor parece cargado de peligros, preñado de terribles secretos, el cielo mismo parece efímero, y cuando lo observo, con los ojos desmesuradamente abiertos, parece caer, rasgarse en mil pedazos, para no dejar ver nada excepto un espacio negro y vacío, infinito.
Cuando aparece la primera estrella, vuelvo a entrar y con suavidad abro la puerta del dormitorio de mi padre. Está atravesado en la cama, todavía con el traje, los zapatos y la corbata puestos. Duerme aferrado a la almohada contra el pecho. Lo miro un largo rato, luego cierro la puerta y subo a mi cuarto . Mientras me desvisto en la oscuridad, extiendo una mano y la apoyo en la pared. Una fina capa de polvo se me adhiere en la palma. Para meterme a la cama tengo que inclinar la cabeza si no quiero golpearme contra las vigas de madera del techo sesgrado; extiendo otra vez la mano, la misma, palpo su textura con las yemas de los dedos. Pequeñas astillas de madera se desprenden y tengo que barrerlas de las sábanas con la mano antes de acostarme, desnuda y sin cubrirme.
Todo se desmorona. Las paredes, el techo... Toda estructura caerá. Todo lo conocido , todo aquello que es familiar, se desvanecerá. Incluso yo.
Boca abajo, pestañeo contra la almohada y siento mis pestañas cepillar la tela, y la tela absorber mis lágrimas.
Días después de haberte soñado, camino por la calle y guardo el recuerdo de lo que fue estar contigo, como una antorcha que arde cerca de mi corazón. Me lancé desde mi mundo al tuyo sin preguntas ni condiciones, porque sólo de ese modo sería aceptada en él; viviste en absolutos. Comimos, hicimos el amor, dormimos, y cada día el sol salió para que pudiéramos volver a empezar. Fuiste para mí una tierra extranjera y yo viví en ella como alguien para quien no existiese el dolor.
Me digo fue mío una ve y eso me bastó. Pero no bastó. Nunca fue verdad y nunca bastó. Salías de cacería para satisfacer tus necesidades, simples y precisas, y en aquellos días fui la presa.
Sigo a mi padre a través del bosque y de repente pienso en el extraño espectáculo que damos: él con su único traje bueno, yo con mi mejor vestido. Apenas es junio, pero el aire es sofocante. Mientras avanzo con cuidado por entre la hiedra venenosa, las raíces, las rocas y las ortigas, hundo mi mano en la sencilla urna de madera que lleva mi padre y esparzo un contenido en un amplio círculo a mi alrededor. El hace lo mismo. Mis lágrimas caen silenciosas; parecen formar parte de la humedad del ambiente, como una llovizna. Sus ojos, en cambio, están secos.
Con cada puñado de fina ceniza y briznas de huesos que dejo caer en el suelo boscoso, las mismas palabras surgen en mi mente: vé, sé libre, elévate, halla la paz.
Media hora después todo ha terminado. Parece increíble que haya quedado tan poco. Mi padre y yo permanecemos en medio del bosque, gotas de sudor nos mojan la cara y manchan nuestra mejor ropa. Espero que hable, pero nada dice, solo sostiene la urna vacía con ambas manos y mira con fijeza hacia los árboles.
-Bien- Digo por último, enjuagandome la cara con las manos-, ¿decimos algo?
En el silencio que sigue a mis palabras oigo los insecto, los pájaros, el susurro de las hojas; hasta me parece oír el calor que se destila entre los árboles.
-Supongo que sí.
Se aclara la voz y comienza el Padre Nuestro. A mamá no le gustaría esto, pienso, pero me uno a él en "así en la Tierra como en el Cielo".
-Amén.
-Amén.
Mi padre me mira.
-Vámonos a casa.
En el camino de vuelta quiero tomar su mano, pero las tiene ocupadas. Para cuando llegamos ya oscurece.
-¿Quieres un trago, papá?
Se agacha para colocar la urna en un rincón de la sala y la observa por un segundo antes de volver a pararse.
-Creo que voy a cambiarme.- Entra en su habitación y cierra la puerta.
Me siento en la sala sombría y miro las plantas agonizantes; me resisto a regarlas. Pertenecían a mi madre: no veo porque deberían sobrevivir.
No sé cuánto tiempo he estado sentada en la sala, cuando oigo un extraño sonido en el dormitorio de mi padre. Lentamente atravieso la antecámara. Apoyo la mano sobre el picaporte y escucho. Sonido extraño, áspero, sofocado, que se repite y se repite
Es la primera vez que oigo llorar a mi padre. Me quedo allí, la mano sobre el picaporte, incapaz de irme o de entrar, hasta que por fin el sonido cesa. Entonces salgo y me trepo a la hamaca, me llevo las rodillas al pecho y así permanezco.
Todo a mi alrededor parece frágil; cuando entrecierro los ojos veo las ramas del roble, más alto que el porche, dobladas por el peso de las hojas. No puedo creer que nunca haya reparado en todo esto: este árbol, esta vida...
Todo en derredor parece cargado de peligros, preñado de terribles secretos, el cielo mismo parece efímero, y cuando lo observo, con los ojos desmesuradamente abiertos, parece caer, rasgarse en mil pedazos, para no dejar ver nada excepto un espacio negro y vacío, infinito.
Cuando aparece la primera estrella, vuelvo a entrar y con suavidad abro la puerta del dormitorio de mi padre. Está atravesado en la cama, todavía con el traje, los zapatos y la corbata puestos. Duerme aferrado a la almohada contra el pecho. Lo miro un largo rato, luego cierro la puerta y subo a mi cuarto . Mientras me desvisto en la oscuridad, extiendo una mano y la apoyo en la pared. Una fina capa de polvo se me adhiere en la palma. Para meterme a la cama tengo que inclinar la cabeza si no quiero golpearme contra las vigas de madera del techo sesgrado; extiendo otra vez la mano, la misma, palpo su textura con las yemas de los dedos. Pequeñas astillas de madera se desprenden y tengo que barrerlas de las sábanas con la mano antes de acostarme, desnuda y sin cubrirme.
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