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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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~ El Diablo en el invierno ~ Liam Payne&Tu (ADAPTADA) HOT
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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~ El Diablo en el invierno ~ Liam Payne&Tu (ADAPTADA) HOT
Nombre: El Diablo en el Invierno
Autor: Nose, pero todos los creditos a ella!
Adaptación: Si
Otras Paginas: Si
Advertencias: Es Hot, no me hago cargo de traumas
Autor: Nose, pero todos los creditos a ella!
Adaptación: Si
Otras Paginas: Si
Advertencias: Es Hot, no me hago cargo de traumas
Prólogo
Cuatro jovenes damas de la sociedad londinense se unieron para buscar esposo. Se llaman a si mismas Las Wallflowers...
Ahora le toca el turno a ________ Jenner, la Wallflower más tímida que será también la más rica cuando cobre su herencia. Como primero debe escapar de las garras de sus codiciosos parientes, _______ acude a Liam, vizconde St. Payne, un conocido calavera, con una propuesta increíble:¡Que se case con ella!
La fama de Liam es tan peligrosa que treinta segundos a solas con él arruinan el buen nombre de cualquier doncella. Aun así, esta cautivadora jovencita se presenta en su casa, sin acompañante, para ofrecerle su mano.
Pero la propuesta impone una condición: después de la noche de bodas, el matrimonio no volverá a tener relaciones íntimas. ______ no desea convertirse en uno más de los corazones rotos que Liam desecha sin piedad, lo que significa que estará obligado a esforzarse más para seducirla... o quizás entregar por primera vez su corazón en nombre del verdadero amor
________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
Hola, como están?! Bueno para empezar me llamo Sol, esta sería mi primer novela adaptada, la leí hoy y me encanto por eso decidí adaptarla, la escritora nose quien es, yo ya la leí adaptada :/
Bueno, creo que eso sería todo, si veo comentarios les subo el primer capitulo :D
Invitado
Invitado
Re: ~ El Diablo en el invierno ~ Liam Payne&Tu (ADAPTADA) HOT
me encanto SIGUELAAAAAAAa
Rosy-Directioner
Re: ~ El Diablo en el invierno ~ Liam Payne&Tu (ADAPTADA) HOT
Bueno, voy a subir el primer capitulo, haber si a alguien le gusta y comenta!
Invitado
Invitado
CAPITULO 1
Londres 1843
Mientras observaba entrar a la joven que acababa de recibir en su casa de Londres, a Liam, lord St. Payne, se le ocurrió que tal vez se había equivocado de heredera en su intento de rapto la semana anterior.
Aunque el secuestro figuraba desde hacía poco en su larga lista de infamias, debería haber sido más inteligente. Para empezar, habiendo escogido una víctima menos enérgica. Selene Bowman, una briosa heredera americana, se había resistido con uñas y dientes hasta que su prometido, lord Harold, la había rescatado.
Viéndolo con perspectiva, elegir a Selene había sido una estupidez, aunque en aquel momento le hubiera parecido la solución ideal a su encrucijada. La familia de Selene era rica, mientras que él, pese a su título nobiliario, sólo tenía dificultades financieras. Y además prometía ser una amante entretenida, con su belleza morena y su carácter explosivo.
En cambio, la señorita ______ Jenner, aquella muchacha de aspecto dócil, no podía ser más distinta. Liam repasó rápidamente lo que sabía de ella. Era la hija única de Ivo Jenner, propietario del conocido club de juego londinense. Aunque la madre de ______ descendía de una buena familia, su padre era poco más que escoria. A pesar de su ignominioso linaje, ______ podría haberse casado bien si no hubiera sido por su terrible timidez, que le provocaba un tartamudeo mortificante. Liam había oído a algunos hombres asegurar que preferirían flagelarse la espalda a mantener una conversación con ella. Liam, por supuesto, había hecho todo lo posible por eludirla. No había sido difícil. La tímida señorita Jenner acostumbraba esconderse tras las columnas en los salones. Nunca habían cruzado palabra alguna; circunstancia que había parecido conveniente a ambos por igual.
Pero ahora no tenía escapatoria. Por alguna razón, ella había considerado oportuno presentarse en su casa inopinada y escandalosamente tarde. Y para que la situación resultara todavía más comprometida, no iba acompañada, cuando pasar más de un minuto a solas con Liam bastaba para arruinar la reputación de cualquier chica. Era libertino, amoral y perversamente orgulloso de ello. Destacaba en la ocupación que había elegido (la de seductor incorregible), y había alcanzado un nivel al que pocos calaveras podían aspirar.
Liam se arrellanó en su butaca mientras observaba con una ociosidad engañosa cómo ______ Jenner se acercaba. La biblioteca estaba a oscuras salvo por un pequeño fuego en la chimenea, cuya luz parpadeante acariciaba la cara de la joven. No aparentaba más de veinte años, y tenía un cutis lozano y unos ojos llenos de inocencia.
Liam nunca había valorado ni admirado la inocencia, antes bien, la desdeñaba.
Aunque lo más caballeroso habría sido que se levantara, no parecía demasiado importante mostrar buenos modales dadas las circunstancias. Así que señaló la otra butaca que había junto a la chimenea con un movimiento de la mano.
—Siéntese si quiere —dijo—. Aunque yo en su lugar no me quedaría mucho rato. Me aburro enseguida y usted no tiene fama de conversadora estimulante.
Invitado
Invitado
Re: ~ El Diablo en el invierno ~ Liam Payne&Tu (ADAPTADA) HOT
Rosy-Directioner escribió:me encanto SIGUELAAAAAAAa
Hola Linda! Que bueno, ya subí el primer capitulo! Espero que te guste y verte seguido por aquí :D
Invitado
Invitado
Re: ~ El Diablo en el invierno ~ Liam Payne&Tu (ADAPTADA) HOT
me encanto e capi ahh y obvio me encanto la novela
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Rosy-Directioner
Re: ~ El Diablo en el invierno ~ Liam Payne&Tu (ADAPTADA) HOT
Rosy-Directioner escribió:me encanto e capi ahh y obvio me encanto la novela
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Que bueno!
Ya subo el segundo capitulo!
Invitado
Invitado
CAPITULO 1 PARTE 2
Su grosería no inmutó a ______.
Liam no pudo evitar preguntarse qué clase de educación la habría vuelto inmune a los insultos, cuando cualquier otra chica se habría sonrojado o echado a llorar. O era tonta o muy valiente.
______ se quitó la capa, la dejó en el brazo de la butaca tapizada de terciopelo, y se sentó sin gracia ni artificio.
«Una de las wallflowers», pensó Liam al recordar que era amiga no sólo de Selene Bowman, sino también de su hermana menor Catalina y de Mariel Hunt. Las cuatro muchachas habían permanecido sentadas en numerosos bailes y veladas toda la temporada anterior sin que nadie las sacara a bailar. Sin embargo, parecía que su mala suerte había cambiado, porque Mariel había encontrado marido por fin, y Selene acababa de atrapar a lord Harold. Liam dudaba que la buena suerte se extendiera a esa muchachita tan desgarbada.
Aunque tentado de preguntarle por el objeto de su visita, temió que eso provocara un tartamudeo prolongado que los atormentaría a ambos. Así pues, esperó con paciencia forzada mientras ______ parecía darle vueltas a lo que iba a decir. Mientras el silencio se prolongaba, Liam la contempló al agitado resplandor del fuego y se percató, con cierta sorpresa, de su atractivo. Nunca la había observado y sólo tenía la impresión de que era una castaña desaliñada con mala postura. Pero he aquí que era una muchacha preciosa.
Apretó la mandíbula pero mantuvo su aspecto impertérrito, aunque hincó los dedos en la suave tapicería de terciopelo. Le resultó extraño no haberse fijado nunca en ella, ya que había mucho en que fijarse. Su cabello, de un vivo tono siena, parecía alimentarse del fuego y brillaba incandescente. Sus delgadas cejas y sus densas pestañas eran de un tono caoba, mientras que su piel era la de una auténtica castaña, blanca y con pecas en la nariz y las mejillas. Le hizo gracia la alegre dispersión de aquellas motitas doradas, esparcidas como si las hubiera rociado un hada bondadosa. Tenía labios carnosos y unos enormes ojos azules, bonitos pero impasibles, como de muñeca de cera.
—Me... me han dicho que mi amiga, la señorita Bowman, es ahora lady de Harold —comentó ______ por fin—. El conde y ella fueron a Gre... Gretna Green después de que él... se librara de usted.
—Sería más correcto decir «después de que me diera una paliza» —indicó Liam en tono afable, ya que la muchacha estaba mirando los moretones que los justificados ****azos de Harry le habían dejado en la mandíbula—. No pareció alegrarse demasiado de que tomase prestada a su prometida.
—Us... usted la ra... raptó —replicó ______—. Tomarla prestada implicaría que tenía intención de de... devolverla.
Liam esbozó la primera sonrisa de verdad desde hacía mucho tiempo. Al parecer, la muchacha no era ninguna simplona.
—La rapté, pues, si lo prefiere. ¿Ha venido a verme para eso, señorita Jenner? ¿Para informarme sobre la feliz pareja? Ya estoy enterado. Más vale que diga pronto algo interesante o me temo que tendrá que marcharse.
—Usted que... quería a la señorita Bowman porque heredará una fortuna —soltó ______—. Ne... necesita ca... casarse con alguien que tenga dinero.
—Cierto —admitió Liam—. Mi padre, el duque, no ha cumplido con su obligación en esta vida: conservar intacta la fortuna familiar para dejármela en herencia. En cuanto a mi responsabilidad, consiste en dedicarme a la ociosidad más disoluta y esperar a que él fallezca. Yo he cumplido con mi deber a las mil maravillas, pero el duque no. Ha administrado muy mal las finanzas familiares y, hoy por hoy, es imperdonablemente pobre. Y, aún peor, goza de buena salud.
—Mi padre es rico —aseguró ______ sin ninguna emoción—. Y se está mu... muriendo.
—Felicidades —repuso él, y enarcó las cejas.
No dudaba que Ivo Jenner hubiera amasado una fortuna considerable. El Jenner's era el local donde los caballeros de Londres iban a disfrutar del juego, de la buena comida, de bebida a raudales y de prostitutas baratas. En él reinaba un ambiente de exceso teñido de un agradable decadentismo. Veinte años atrás era una alternativa mediocre al legendario Craven's, el club de juego más elegante y de mayor éxito que hubiese conocido Inglaterra. Pero cuando el Craven's se incendió por completo y su propietario rehusó reconstruirlo, el club de Jenner había heredado una avalancha de clientes adinerados y adquirido una posición destacada. No obstante, nunca podría compararse con el Craven's. Un club reflejaba, en gran parte, el carácter y el estilo de su propietario, y Jenner carecía de ambas cosas. Derek Craven había sido, sin discusión, todo un caballero. Ivo Jenner, en cambio, era un patán bruto, un ex boxeador que jamás había destacado en nada pero que, por algún capricho del destino, se había convertido en un próspero hombre de negocios.
Y ahí estaba la hija de Jenner, su única heredera. Si iba a hacerle la oferta que Nicholas sospechaba, no podría permitirse rechazarla.
—No qu... quiero que me felicite —dijo ______.
—¿Qué quiere entonces, jovencita? —repuso Liam en voz baja—. Vaya al grano, por favor. Esto empieza a resultar aburrido.
—Quiero
estar con mi pa... padre los últimos días de su vida. La familia de mi madre no me permite verlo. He intentado escaparme para ir a su club,
pero siempre me pillan, y después me castigan. Esta vez no vo... volveré con ellos. Tienen planes que quiero evitar, aunque ello me cueste la vida.
— ¿Qué clase de planes?
—Quieren casarme con uno de mis primos. Eustace Stubbins. N... no siente nada por mí, ni yo por
él... pero pa... participa de buen grado en la conspiración familiar.
—Cuyo objeto es controlar la fortuna de su padre cuando éste muera, ¿verdad?
—Sí.
Al principio consideré la idea porque creí que el señor Stubbins y yo podríamos vivir en nuestra propia casa... y pensé que... la vida podría
ser soportable si lograba alejarme del resto de ellos. Pero él me dijo que no tiene ni... ninguna intención de trasladarse. Quiere seguir bajo el techo familiar... y no creo que yo sobreviva ahí mucho tiempo más.
—Ante el silencio al parecer indiferente de Liam, añadió en voz
baja—: Creo que quieren ma... matarme una vez que consigan el dinero de mi padre.
Liam no dejó de observarla, aunque no alteró el tono:
—Muy desconsiderado por su parte. Pero ¿a mí qué me importa?
______ no mordió el anzuelo. Sólo le dirigió una mirada intensa que evidenciaba una fortaleza innata que Nicholas nunca había visto en ninguna mujer.
—Le propongo ca... casarme con usted —dijo—.
Quiero su protección. Mi padre está demasiado enfermo y débil para
ayudarme, y no quiero ser una carga para mis amigas. Ellas me o... ofrecerían refugio pero, aun así, tendría que estar siempre en guardia
por miedo a que mis parientes lo... lograran llevarme a la fuerza y obligarme a hacer su voluntad. Una mujer soltera tiene pocos recursos, social o legalmente. No es ju... justo, pero no puedo hacer nada por evitarlo. Necesito un ma... marido. Usted necesita una esposa rica. Y los dos estamos igual de desesperados. Por eso creo que aceptará mi
pro... proposición. Si es así, me gustaría partir hacia Gretna Green esta misma noche. Estoy segura de que mis parientes ya me están buscando.
Liam la miró con recelo en medio de un silencio tenso. No confiaba en ella. Y tras el desastre del rapto
frustrado de la semana anterior, no deseaba repetir la experiencia.
Pero la muchacha tenía razón en algo: estaba realmente desesperado. Le gustaba vestir bien, comer bien, vivir bien; algo de lo que podían dar
fe innumerables acreedores. La mísera adjudicación mensual que recibía del duque iba a interrumpirse pronto, y en su cuenta no le quedaban
fondos suficientes para llegar a final de mes. Para alguien que no tenía inconveniente en buscar la salida fácil, aquella oferta era un regalo del cielo. Si la muchacha estaba dispuesta a llevarla a cabo.
—A caballo regalado no se le mira el diente —soltó con indiferencia—. Pero ¿cuánto tiempo de vida le queda a su padre? Hay gente que sobrevive
años en el lecho de muerte. La verdad, siempre he considerado de muy mala educación tener a la gente esperando.
—No tendrá que es... esperar demasiado —fue la crispada respuesta—. Quince días, quizá.
—¿Qué garantía tengo de que usted no cambiará de idea antes de que lleguemos a Gretna Green? Ya sabe la clase de hombre que soy, señorita Jenner.
¿Debo recordarle que la semana pasada intenté raptar y forzar a una de sus amigas?
______ lo miró a los ojos. A diferencia de los de Liam, de un azul pálido, los de ella eran de un zafiro oscuro.
—¿Intentó vi... violar a Selene? —preguntó con desconfianza.
—Amenacé con hacerlo.
—¿Habría cumplido su a... amenaza?
—No lo sé. No lo he hecho nunca pero, como usted ha dicho, estoy desesperado. Y ya que tocamos el tema... ¿Me está proponiendo un matrimonio de conveniencia o vamos a dormir juntos de vez en cuando?
— ¿La habría fo... forzado o no? —insistió ella sin prestar atención a su pregunta.
—Si le digo que no, ¿cómo sabrá que no miento, señorita Jenner? —repuso él con sarcasmo—. No. No la habría violado. ¿Es ésa la respuesta que desea oír? Créalo, entonces, si la hace sentirse más segura. En cuanto a mi pregunta...
—Do... dormiré con usted una vez. Para que el matrimonio sea legal. Y nunca más... después.
—Estupendo. No me gusta acostarme más de una vez con la misma mujer. Es una lata cuando pasa la novedad. Además, nunca sería tan burgués como para desear a mi propia esposa. Eso implica que uno no dispone de medios suficientes para mantener a una querida. —Se detuvo a la espera de captar alguna emoción en el rostro de la joven—. Claro que también está la cuestión de darme un heredero..., pero siempre y cuando sea discreta, no creo que me importe de quién sea el niño.
______ ni siquiera parpadeó.
—Quiero que se separe una pa... parte de la herencia para mí en un fideicomiso generoso. Los intereses serán solo míos, y los gastaré como me parezca
sin tener que darle explicaciones.
Liam comprendió que no era nada tonta, aunque su tartamudez llevara a muchos a pensar lo contrario. Estaba acostumbrada a que la menospreciaran, la ignoraran, la pasaran por alto, y él presintió que sacaba partido de ello siempre que podía. Eso le pareció interesante.
—Estaría loco si me fiara de usted —dijo—. En cualquier momento podría echarse atrás en nuestro
acuerdo. Y usted todavía lo estaría más si se fiara de mí. Porque cuando estemos casados, podría hacerle la vida más imposible de lo que
jamás haya soñado la familia de su madre.
—Pre... prefiero que me la haga quien yo elija —contestó con gravedad—. Mejor usted que Eustace.
—Eso no dice mucho a favor de Eustace —comentó Liam con una sonrisa.
Ella no se la devolvió. Se arrellanó un poco más en la butaca, como si por fin se relajase, y lo observó con una especie de resignación obstinada. Sus miradas se encontraron, y Liam fue consciente de algo que lo
estremeció. No era extraño que una mujer lo excitara fácilmente. Más fogoso que la mayoría de hombres, algunas mujeres lo encendían y despertaban su deseo hasta un grado inusitado. Por alguna razón, aquella chica desgarbada y tartamuda, era una de ellas. O sea, sintió un súbito deseo de acostarse con ella.
En su imaginación bulleron visiones de su cuerpo, sus piernas, sus curvas y sus redondeadas nalgas. Ansió que su aroma íntimo le anegara el olfato,
sentir el roce de su largo cabello en el cuello y el pecho. Deseó hacer cosas indescriptibles con la boca de esa mujer, y con la suya...
—Decidido, pues —murmuró—. Acepto
su propuesta. Hay muchas cosas que discutir, por supuesto, pero tendremos dos días para hacerlo antes de llegar a Gretna Green. —Se levantó de la butaca y se estiró sin poder evitar una sonrisa al ver
cómo la muchacha lo recorría rápidamente con la mirada—. Ordenaré que preparen el carruaje y pediré al ayuda de cámara que me haga el equipaje. Saldremos en una hora. Por cierto, si durante el viaje decide echarse atrás en nuestro acuerdo, la estrangularé.
—No e... estaría tan nervioso si no lo hubiera intentado con una víctima renuente la semana pa...pasada—replicó ella con una mirada irónica.
—Touché. ¿Puedo considerarla a usted, pues, una víctima dispuesta?
—Ansiosa —precisó ______, que se refería a partir de inmediato.
—Esas son mis favoritas —comentó Liam con doble intención, y le hizo una reverencia antes de salir de la biblioteca.
Invitado
Invitado
Re: ~ El Diablo en el invierno ~ Liam Payne&Tu (ADAPTADA) HOT
ay Liam como tan ineteresado
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Rosy-Directioner
CAPITULO 2 PARTE 1
En cuanto se quedó a solas, _______soltó un
suspiro agitado y cerró los ojos. El lord no tenía que preocuparse de que ella cambiara de parecer. Ahora que había cerrado el acuerdo, estaba cien veces más
impaciente que él por empezar el viaje. Le aterraba pensar que era muy probable que el tío Brook y el tío Peregrine la estuvieran buscando en ese mismo
instante. La última vez que se había escapado de casa, la habían atrapado a la entrada del club de su padre. En el carruaje de vuelta a casa, el tío Peregrine le había pegado hasta partirle un labio y dejarle un ojo morado, además de la espalda y los brazos cubiertos de moretones. Y luego la habían encerrado dos
semanas en su habitación prácticamente a pan y agua.
Nadie, ni siquiera sus amigas Mariel, Selene y Catalina, sabían cuánto había sufrido. La vida en la casa de los Maybrick había sido una pesadilla. Toda la familia, formada por los Maybrick y los Stubbins, aunaba esfuerzos para quebrantar su voluntad. Les molestaba y sorprendía que les costara tanto, y _______ estaba tan sorprendida como ellos. Nunca habría imaginado que podría soportar los castigos severos, la indiferencia e incluso el odio, sin derrumbarse. Quizá se parecía a su padre más de lo que nadie sospechaba. Ivo Jenner había sido un
luchador, y el secreto de su éxito, tanto en el cuadrilátero como fuera de él, no se debía al talento sino a la tenacidad. Ella había heredado esa terquedad.
_______ quería ver a su padre. Lo anhelaba
tanto que le dolía físicamente. Era la única persona en el mundo que la quería.
Era un amor negligente, sí, pero nadie le había dado más. Comprendía que la hubiera dejado a cargo de los Maybrick hacía tanto tiempo, después de que su
madre muriera en el parto. Un club de juego no era lugar para educar a una niña.
Y aunque los Maybrick no pertenecían a la nobleza, eran de buena familia. Pero _______ se preguntaba si su padre habría decidido lo mismo de haber sabido cómo la tratarían, si se hubiera imaginado que aquella familia descargaría en un bebé indefenso su ira por la rebelión de su hija menor. Pero ya no tenía sentido preocuparse por eso.
Su madre había muerto, su padre estaba a
punto de reunirse con ella y había cosas que _______ quería preguntarle antes de que eso
ocurriera. La mejor oportunidad de huir de las garras de los Maybrick era el insoportable aristócrata con quien acababa aceptar casarse.
Estaba asombrada de haber podido comunicarse
tan bien con St.Payne, que intimidaba bastante, con su belleza, sus ojos cafe verdosos y una boca hecha para besar y mentir. Parecía un ángel caído, con
aquel peligroso atractivo masculino que sólo el diablo podía dispensar. También era un hombre egoísta y carente de escrúpulos, como había demostrado al
intentar raptar a la prometida de su mejor amigo. Pero eso mismo lo convertía en un adversario capaz de plantar cara a los Maybrick. Al menos así lo creía _______
St. Payne sería un marido terrible, claro.
Pero como ella no se hacía ilusiones al respecto, eso no sería ningún problema.
Como no lo quería en absoluto, podría hacer la vista gorda ante sus indiscreciones y oídos sordos a sus insultos.
Qué diferente sería su matrimonio del de sus
amigas. Al pensar en ellas, sintió unas repentinas ganas de llorar. No había la menor posibilidad de que Mariel, Catalina o Selene, en especial esta última,
siguieran siendo amigas suyas después de que se casara con St.Payne . Parpadeó para contener las lágrimas y tragó saliva. Llorar no servía de nada. Aunque ésta no era ni mucho menos una solución perfecta a su dilema, era la mejor que se le ocurría.
Al imaginar la furia de sus tíos al enterarse de que ella y su fortuna estaban fuera de su alcance para siempre, su tristeza remitió un poco. Valía la pena hacer cualquier cosa con tal de no vivir dominada por ellos el resto de su vida. Y también para no verse obligada a casarse con el pobre y cobarde Eustace, que olvidaba sus penas comiendo y bebiendo en exceso. Últimamente se había ensanchado tanto que apenas pasaba por la puerta de su propia habitación. Aunque detestaba a sus padres casi tanto como ella, Eustace nunca se atrevería a desobedecerlos.
Irónicamente, había sido él quien la había
inducido a huir esa noche. Había ido a verla unas horas antes con un anillo de
compromiso de oro con un jade incrustado.
—Ten —le había dicho con timidez—. Madre
dice que te dé esto. No podrás comer nada si no lo llevas puesto a la mesa.
Dijo que la semana que viene se leerán las amonestaciones.
Aunque no se sorprendió, _______ se había
ruborizado de desconcierto y rabia. Eustace rió al verlo.
—Madre mía, qué pinta tienes cuando te
sonrojas. El pelo se te queda mas amarillo
Conteniendo una respuesta mordaz, _______ se
esforzó por calmarse y concentrarse en las palabras que se agitaban en su interior como hojas movidas por el viento. Las recogió con cuidado y logró preguntar sin tartamudear:
—Primo Eustace, si acepto casarme contigo,
¿te pondrías alguna vez de mi parte ante tus padres? ¿Me dejarías ir a ver a mi padre y cuidarlo?
La sonrisa de Eustace se desvaneció. La miró
fijamente a los ojos y, tras desviar la mirada, respondió:
—No serían tan duros contigo si no fueras
tan terca, ¿sabes?
_______ perdió la paciencia y la batalla
contra la tartamudez:
—O sea que só... sólo te interesa que...
quedarte con mi dinero sin da... darme nada a cambio...
— ¿Para qué quieres tú dinero? —repuso su
primo con desdén—. Eres una muchacha tímida que se esconde por los rincones. No te gusta la ropa cara ni las joyas. No se te da bien charlar, eres demasiado fea para llevarte a la cama y no tienes ninguna virtud. Deberías estar agradecida de que quiera casarme contigo, pero tu estupidez te impide
comprenderlo.
—Pe... pe... pero... —La frustración la dejó
impotente. No lograba reunir las palabras para replicar, de modo que se quedó
mirándolo mientras se esforzaba por hablar.
— ¡Mira que eres idi*ota! —masculló Eustace
con impaciencia, y lanzó el anillo al suelo en un arranque de furia. La alhaja rebotó y rodó hasta desaparecer bajo el sofá—. Vaya, ahora se ha perdido. Y es culpa tuya por sacarme de quicio. Será mejor que lo encuentres o te morirás de hambre. Voy a decirle a madre que yo he cumplido con mi parte. Ya te arreglarás con ella.
Invitado
Invitado
CAPITULO 2 PARTE 2
A _____no la había sorprendido que los
Maybrick hubieran decidido casarla. Creían que no le quedaba otra alternativa.
Pero, en lugar de buscar el anillo perdido, preparó febrilmente una bolsa de
viaje y la lanzó al jardín. No era especialmente ágil, pero el pánico le dio la
fuerza necesaria para huir por la ventana del primer piso, desde donde bajó por
un canalón. Cruzó corriendo el jardín y la verja y, gracias a la suerte, consiguió detener un coche de punto.
Ahora, mientras esperaba a su futuro esposo, pensó con satisfacción taciturna que probablemente no volvería a ver nunca a Eustace. A medida que su volumen aumentaba, limitaba cada vez más sus
actividades a la casa de los Maybrick, y no solía dejarse ver en sociedad. Daba igual cómo salieran las cosas, ella jamás iba a arrepentirse de haber escapado al horrible destino de convertirse en su esposa. No era seguro que Eustace hubiera intentado acostarse con ella ya que no parecía poseer suficiente «espíritu carnal», eufemismo con que se designaba el instinto sexual. Dedicaba toda su pasión a la comida y los licores. Lord St.Payne, en cambio, había seducido, comprometido y deshonrado a innumerables mujeres. Aunque parecía que a muchas eso les resultaba atractivo, _____ no figuraba entre ellas. No obstante, después de la boda, nadie podría objetar que el matrimonio no se había consumado completamente según mandaba la ley.
Al pensarlo, se le hizo un nudo en el estómago. Había soñado que se casaría con un hombre sensible, acaso un poco aniñado, que nunca se burlaría de su tartamudez y sería cariñoso y tierno.
Liam, lord St.Payne, era la antítesis de su amor soñado. No tenía nada de amable o sensible, y mucho menos de aniñado.
Era un depredador al que, sin duda, le gustaba juguetear con su presa antes de matarla. Con la mirada puesta en el sillón que el había ocupado, pensó en el aspecto de St. Payne a la luz de la chimenea. Alto y delgado, con un cuerpo que
era la percha perfecta para la ropa elegantemente sencilla que complementaba su atractivo leonado. Pelo del dorado viejo de un icono medieval, abundante y un poco rizado, salpicado de mechones Café pálido. Ojos que brillaban, y que no reflejaban ninguna emoción cuando sonreía. Sin embargo, su sonrisa bastaba para dejar a una mujer sin aliento. Boca sensual y cínica; dientes blancos destellantes... Oh, St. Payne era deslumbrante. Y él lo sabía.
Pero, por extraño que pareciera, _____ no le temía. St. Payne era demasiado inteligente para usar la violencia física cuando unas pocas palabras bien
elegidas fulminarían a alguien con un mínimo alboroto. _____ temía más la brutalidad simplona del tío Peregrine, por no mencionar las manos despiadadas de la tía Florence, a quien le gustaba dar bofetadas y pellizcos.
Nunca más, se juró _____ mientras se frotaba distraídamente las manchas del vestido, donde la suciedad del canalón le había dejado unas rayas
negras. Le apetecía ponerse el vestido limpio que había metido en la bolsa de viaje. Sin embargo, como los rigores del viaje le ensuciarían y arrugarían
cualquier cosa que llevara puesta, prefirió no cambiarse.
Un ruido en la puerta. Alzó los ojos y vio a
una criada regordeta, que le preguntó con timidez si quería refrescarse. Pensó con tristeza que la chica parecía acostumbrada a la presencia de mujeres solas en la casa, y dejó que la llevara hasta una pequeña habitación en el piso de arriba. El cuarto, como el resto de la casa, estaba muy bien amueblado y arreglado. El empapelado, de colores vivos, tenía un dibujo de aves y pagodas chinas. En una antecámara anexa había un lavabo con grifos de agua corriente con llaves en forma de delfines, y una puerta que daba a un retrete.
Tras hacer sus necesidades, se lavó las
manos y la cara, y bebió agua en un vaso de plata. Fue a la habitación en busca de un peine o un cepillo. Al no encontrar ninguno, se arregló el moño con las
manos.
No oyó nada que la advirtiera de la presencia de alguien pero, de golpe, supo que no estaba sola. Se volvió con un respingo nervioso. St. Payne estaba allí de pie, en una postura relajada y mirándola con la cabeza levemente ladeada. _____ sintió una sensación extraña: un calor suave, como la luz que atraviesa el agua, y de repente se sintió desfallecer. Estaba muy cansada y pensar en todo lo que le esperaba —el viaje a Escocia, la boda apresurada, la consumación posterior— era agotador. Se
enderezó y dio un paso pero, al hacerlo, una lluvia de estrellitas le nubló la vista. Se detuvo y se tambaleó.
Sacudió la cabeza para despejarse y advirtió
que St. Payne estaba a su lado, sujetándola por los codos. Era la primera vez que lo tenía tan cerca y su aroma y su contacto le impregnaron los sentidos:
una suave fragancia de colonia cara y la piel limpia cubierta por prendas de lino y lana fina. Irradiaba salud y virilidad. Sin duda, era un hombre atractivo y pulcro que sabía cuidar de sí mismo. _____ parpadeó y se percató de que era mucho más alto de lo que parecía. Le sorprendió ver su corpulencia,
algo que de lejos no se apreciaba.
— ¿Cuándo comió por última vez? —preguntó
él.
—Ayer por la ma... mañana...., creo...
—No me diga que su familia también la mataba
de hambre —comentó arqueando las cejas, antes de resoplar cuando ella asintió—.
Esto suena cada vez más melodramático. Pediré a la cocinera que prepare unos emparedados. Cójase de mi brazo y la ayudaré a bajar.
—No ne…necesito ayuda, gra... gracias.
—Cójase del brazo —repitió él con una voz
agradable pero firme—. No quiero que se caiga y se rompa la crisma antes de llegar siquiera al carruaje. No se encuentran herederas disponibles así como
así. Me costaría mucho encontrar una sustituta.
_____ debía de estar más mareada de lo que
creía, porque cuando se dirigieron hacia la escalera se alegró de contar con su apoyo. En algún momento del trayecto, St. Payne le deslizó un brazo por la
espalda y le tomó la mano libre para guiarla con cuidado peldaños abajo. Tenía unas leves magulladuras en los nudillos, recuerdo de la pelea con lord Harold.
_____ se estremeció al pensar en el penoso desempeño que tendría ese aristócrata
consentido en una pelea cuerpo a cuerpo con el descomunal tío Peregrine, y deseó estar ya en Gretna Green.
St .Payne, que notó su temblor, la sujetó con más fuerza al llegar al último peldaño.
— ¿Tiene frío? —preguntó—. ¿O son nervios?
—Qui... quiero irme de Londres antes de que
mis parientes me encuentren.
— ¿Tienen algún motivo para sospechar que ha
venido a mi casa?
—Oh, no —aseguró ella—. Na... nadie concebiría que pueda estar tan loca.
Si la cabeza no le diese ya vueltas, la deslumbrante sonrisa de St. Payne le habría provocado ese efecto.
—Afortunadamente tengo una vanidad muy
elevada. Sus pullas no me afectan.
—Seguramente hay muchas mujeres que le
alimentan la va... vanidad. No necesita ninguna más.
—Siempre necesito una más. Ése es miproblema.
La llevó a la biblioteca, donde la dejó sentada ante la chimenea unos minutos. Cuando se había adormilado, St. Payne regresó listo para partir. Aún aturdida, fue con él hacia un reluciente carruaje negro estacionado delante de la casa, y St. Payne la introdujo en el vehículo. La tapicería de terciopelo crema, muy poco práctica pero magnífica, brillaba a la tenue luz de una pequeña lámpara en el interior del coche. _____ sintió una extraña sensación de bienestar al recostarse en un cojín ribeteado de seda. La familia de su madre vivía según unas normas estrictas que regían el buen gusto, y no
les gustaba nada que oliera a exceso. Pensó que para St.Payne, en cambio, el exceso era habitual, en especial el relativo a la comodidad corporal.
En el suelo había una cesta hecha con cintas
de piel trenzadas. Contenía varios emparedados de pan blanco con lonchas de embutido y queso envueltos en servilletas. El aroma de carne ahumada le despertó un hambre voraz, y se comió dos emparedados con tanta rapidez que casi se atragantó.
St. Payne se había sentado frente a ella.
Esbozó una leve sonrisa al verla comer con avidez.
—¿Mejor ahora?
—Sí, gracias.
El abrió la puerta de un compartimiento
montado hábilmente en el tabique interior de la cabina y extrajo una copa de cristal y una botella de vino blanco. Llenó la copa y se la dio. Tras un sorbo
prudente, _____ se la acabó con rapidez. A las jóvenes no se les permitía tomar vino solo; solían rebajárselo con agua. St. Payne volvió a llenársela. El carruaje avanzaba ahora con un ligero balanceo, y los dientes de _____ golpearon ligeramente el borde de la copa. Temerosa de derramar el vino en el terciopelo crema, se acabó la copa de un trago. St. Payne soltó una carcajada.
—Bebe despacio, cariño. Nos espera un largo
viaje. —Se reclinó en los cojines con el aspecto de un pachá ocioso sacado de las novelas tórridas que tanto gustaban a Catalina Bowman—. Dígame, ¿qué habría hecho si no hubiera aceptado su propuesta? ¿Adonde habría ido?
—Supongo que habría ido a ca... casa de
Mariel y del señor Horan. No habría podido recurrir a Selene y lord Harold, ya que estaban de luna de miel. Y habría sido inútil dirigirse a los Bowman.
Aunque Catalina habría terciado vehementemente en su favor, sus padres no habrían querido tener nada que ver con aquello.
—¿Por qué no fue ésa su primera opción?
—Habría sido difícil para los Hunt impedir
que mis tíos me llevaran de vuelta —explicó _____, ceñuda—. Estaré más se... segura siendo su esposa que como invitada en casa de alguien. —El vino la había mareado un poco, y se hundió más en el asiento.
St. Payne la miró pensativamente antes de
inclinarse para quitarle los zapatos.
—Estará más cómoda sin ellos —aseguró—. Por
el amor de Dios, no tenga miedo. No voy a abusar de usted en el carruaje. —Le desabrochó los cordones y añadió en tono suave—: Y si lo hiciera, no importaría demasiado, ya que vamos a casarnos.
Ella apartó de golpe el pie y él, con una sonrisa, alargó la mano hacia el otro. Mientras dejaba que le quitara el zapato, _____ se obligó a relajarse, aunque el roce de aquellos dedos en su tobillo a través de la media le provocaba un extraño escalofrío.
—Debería aflojarse las cintas del corsé
—aconsejó él—. Así el viaje le resultará más agradable.
—No llevo co... corsé —respondió _____ sin mirarlo.
—¿No? Vaya, vaya —comentó St. Payne a la vez
que le repasaba el cuerpo con mirada experta—. ¡Una fulana muy bien proporcionada!
—No me gusta esa palabra.
—¿Fulana? Perdone... Es la fuerza de la
costumbre. Siempre trato a las damas como fulanas y a las fulanas como damas.
—¿Y le da buen resultado esa táctica?
—Ya lo creo —respondió él con una arrogancia
tan alegre que _____ no pudo evitar sonreír.
—Es usted te... terrible.
—Cierto. Pero es un hecho conocido que la gente terrible suele terminar mucho mejor de lo que se merece. Mientras que la buena, como usted... —Hizo un gesto dando a entender que su situación actual
era un ejemplo perfecto de ello.
—Puede que no sea tan bu... buena como usted
cree.
—La esperanza es lo último que se pierde. —Entornó los ojos, pensativo. _____ observó que tenía las pestañas, larguísimas para un hombre, un poco más oscuras que el pelo. A pesar de su corpulencia y su anchura de hombros, tenía un aire felino. Era como un tigre perezoso que a la primera podía resultar mortífero—. ¿Qué enfermedad padece su padre? He oído rumores, pero nada seguro.
—Tisis —murmuró _____—. Se la diagnosticaron hace seis meses y no lo he visto desde entonces. Es el ti... tiempo más largo que he estado sin visitarlo. Los Maybrick me lo prohibieron. Quieren que haga como que no existe.
—Me gustaría saber por qué —murmuró St. Payne
con ironía, y cruzó las piernas—. Así que no lo ve asiduamente. Entonces ¿por qué estas ganas repentinas de revolotear sobre su lecho de muerte? ¿Para asegurarse un lugar privilegiado en su testamento?
Sin tener en cuenta la maliciosa insinuación, _____ reflexionó y respondió con frialdad:
—Cuando era pequeña, me dejaban verlo una
vez al mes. Entonces estábamos unidos. Era, y es, el único hombre que se ha preocupado por mí. Le quiero. Y no deseo que muera solo. Puede bu... burlarse de mí si eso le divierte. Me da igual. Su opinión no significa nada para mí.
—Tranquila, encanto. —Su voz reflejó cierta
diversión—. Detecto indicios de un carácter sin duda heredado de su padre. He visto cómo le brillan los ojos cuando pierde los estribos por alguna
insignificancia.
—¿Co... conoce a mi padre? —preguntó
sorprendida.
—Claro. Todos los hombres amantes del placer
han estado alguna vez en el Jenner's. Su padre es un buen tipo, aunque tan explosivo como un polvorín. Por cierto, ¿cómo diablos se casó una Maybrick con un don nadie?
—Entre otras cosas, mi madre debió de
considerarlo un medio para escapar de su familia.
—Lo mismo que en nuestro caso. Existe cierta
simetría, ¿no?
—Espero que la si... simetría termine ahí.
Porque me concibieron poco después de casarse y mi madre murió en el parto.
—No la dejaré embarazada si no quiere
—comentó él con desfachatez—. Es bastante fácil evitarlo: fundas, esponjas, irrigaciones, además de esos espléndidos dispositivos plateados que... —Se
detuvo al ver su expresión y soltó una carcajada—. Dios mío, ha abierto unos ojos como platos. ¿La he alarmado? No me diga que sus amigas casadas no le hanhablado de estas cosas.
_____ meneó la cabeza. Aunque Mariel Horan
a veces se mostraba dispuesta a explicar algunos de los misterios de la vida conyugal, jamás había mencionado dispositivos para evitar el embarazo.
—Dudo que ellas los conozcan —dijo, y él rió
de nuevo.
—Estaré encantado de ilustrarla cuando
lleguemos a Escocia. —St. Payne esbozó una sonrisa que a las hermanas Bowman les habría resultado encantadora, aunque no habrían advertido el brillo calculador de los ojos—. ¿Ha pensado que quizá disfrute lo suficiente de nuestra consumación como para desear repetir, cielo?
Con qué facilidad pronunciaba palabras cariñosas.
—No —contestó _____—. Eso no pasará.
—Mmm... —murmuró él con un sonido parecido
al ronroneo de un gato—. Me gustan los retos.
—Pu... puede que me guste acostarme con usted —aclaró _____ mirándolo a los ojos, a pesar de que sostenerle la mirada la hizo sonrojar—. Espero que así sea. Pero no cambiaré de parecer. Porque sé
cómo es usted y de lo que es capaz.
—Todavía no ha visto lo peor, encanto —repuso él casi con ternura.
Si veo comentarios subo mas ;)
Invitado
Invitado
Re: ~ El Diablo en el invierno ~ Liam Payne&Tu (ADAPTADA) HOT
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Rosy-Directioner
Re: ~ El Diablo en el invierno ~ Liam Payne&Tu (ADAPTADA) HOT
Rosy-Directioner escribió:SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Si veo más comentarios, la sigo!
Besos!
Invitado
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CAPITULO 3
Para______, que la semana anterior se había
cansado en el viaje de doce horas desde la finca de Harry en Hampshire, el trayecto de cuarenta y ocho horas a Escocia fue una tortura. Si hubieran ido a
un ritmo moderado, habría sido más soportable. Pero, a insistencia de ella misma, irían directamente a Gretna Green y sólo se pararían para cambiar de
cocheros y de tiros. ______ temía que sus parientes hubieran averiguado su plan y los persiguieran. Y, visto el resultado de la pelea de St. Payne con lord Harry la semana anterior, tenía pocas esperanzas de que pudiera salir airoso de un enfrentamiento a ****azo limpio con su tío Peregrine.
Aunque el carruaje estaba bien equipado y tenía buena amortiguación, viajar a una velocidad incesante sacudía sin pausa al vehículo y ______ empezó a sentir náuseas. Estaba exhausta y no encontraba una postura cómoda para dormir. Cada poco, la cabeza le golpeaba contra el tabique. Y en cuanto conseguía dormirse, al parecer sólo pasaban unos minutos antes de que el cambio de caballos la despertara.
St. Payne no parecía pasarlo tan mal, aunque
también se le veía desaliñado y cansado. Hacía rato que los intentos de conversar se habían acabado, y viajaban en un silencio estoico.
Sorprendentemente, St. Payne no se quejó de este duro ejercicio de resistencia. ______se dio cuenta de que tenía la misma prisa que ella por llegar a Escocia.
Le interesaba tanto como a ella estar casado legalmente lo antes posible.
Y así siguieron, mientras el carruaje daba tumbos por el irregular camino, y en ocasiones casi lanzaba a ______ del asiento al suelo. Ella se las arreglaba para dar alguna que otra cabezadita.
Cada vez que la puerta del carruaje se abría y St. Payne bajaba para comprobar el nuevo tiro, una
bocanada de aire gélido entraba en el vehículo. ______, entumecida y dolorida, se acurrucaba en el rincón.
Tras la noche, amaneció un día con temperaturas glaciales y una lluvia helada. St. Payne la condujo a una posada, donde en una sala privada tomó un plato de sopa tibia y utilizó el orinal mientras él iba a supervisar el cambio de caballos y de cochero. La imagen de la cama casi le dolió en el alma. Pero ya dormiría más tarde, una vez estuviera en Gretna Green y fuera del alcance de su familia para siempre.
Al volver al carruaje media hora después, ______
trató de quitarse los zapatos mojados sin ensuciar la tapicería de terciopelo.
St. Payne subió al vehículo después que ella y se agachó para ayudarla.
Mientras le retiraba los zapatos de los pies acalambrados, ______ le quitó en silencio
el sombrero empapado y lo lanzó al asiento de enfrente. Tenía un pelo grueso y suave, y sus rizos exhibían todos los tonos entre el negro y el cafe.
St. Payne se sentó a su lado y, tras observar el aspecto tenso de su rostro, le tocó la mejilla helada.
—Hay que reconocerte algo —murmuró—.
Cualquier otra mujer se estaría quejando a gritos.
—No... no pu... puedo quejarme —dijo ______
mientras se estremecía violentamente—. Fui yo quien pidió viajar di...directamente a Escocia.
—Ya estamos a medio camino. Otra noche y un
día más, y mañana por la noche estaremos casados —comentó. Y añadió con una sonrisa—: Seguro que nunca ha habido una novia tan ansiosa por llegar a la
cama.
Los labios temblorosos de ______esbozaron
una sonrisa por la ironía: ella ansiaba dormir, no hacer el amor. Al mirarlo a la cara, tan cerca de la suya, se preguntó cómo las ojeras y los signos de
cansancio que mostraba podían resultar tan atractivos. Quizá porque así parecía humano y no un hermoso dios romano sin corazón. Había perdido gran parte de su altivez aristocrática, que sin duda reaparecería más tarde, cuando hubiera
descansado. Pero de momento estaba relajado y accesible. Durante ese viaje horroroso parecía haberse establecido entre ellos un frágil vínculo.
Una llamada a la puerta del carruaje interrumpió sus reflexiones. St. Payne la abrió, y apareció una camarera empapada bajo la lluvia.
—Aquí tiene, milord —dijo, y se sacó dos
objetos de debajo de la capa chorreante y se los entregó—. Un grog y un ladrillo, como pidió.
St. Payne buscó una moneda en el chaleco y
se la dio. La mujer le sonrió y volvió corriendo a refugiarse en la posada. ______ parpadeó sorprendida cuando él le entregó un tazón de barro lleno de un líquido humeante.
—¿Qué es? —preguntó.
—Algo para calentarte por dentro. —Sopesó el
ladrillo envuelto en franela gris—. Y esto es para los pies. Pon las piernas en el asiento.
En otras circunstancias, ______habría
impedido que le tocara las pantorrillas, pero guardó silencio mientras él le arreglaba la falda y le ponía el ladrillo caliente bajo los pies.
—¡Oh, qué delicia! —Se estremeció de placer
al notar cómo el calorcillo le reanimaba los dedos helados—. ¡Oh! Es lo me...mejor que he sentido nunca...
—Las mujeres suelen decirme eso —afirmó St. Payne con una sonrisa—. Ven, apóyate en mí.
Aprensiva y temblorosa, ______vaciló un momento. Luego, obedeció despacio y se obligó a relajarse entre sus brazos.
Hasta entonces sólo la había abrazado su padre, y la sensación le suscitó recuerdos de la infancia. St. Payne la estrechó hasta que se recostó contra él,
y la firmeza de su sujeción contribuyó a contener los temblores de sus doloridas extremidades. Su pecho era firme y duro, pero le servía de apoyo
perfecto para la parte posterior de la cabeza.
______ se acercó el tazón a los labios y sorbió vacilante la bebida caliente. Era alguna clase de licor, mezclado con agua y sazonado con azúcar y limón. A medida que bebía, el cuerpo le fue entrando en calor. Soltó un largo suspiro de alivio. El carruaje arrancó de golpe, pero St. Payne se ocupó de mantenerla cómodamente apoyada en su pecho. ______ no alcanzaba a entender cómo diablos podía sentirse en el séptimo cielo tan de
repente.
Jamás había tenido esa cercanía física con
nadie. Y le parecía horrible tenerla con un calavera como St. Payne. No obstante, ahí estaba. La naturaleza había derrochado belleza masculina en
alguien que no la merecía. Contuvo el impulso de acurrucarse más contra él. Su ropa era de una tela exquisita: una chaqueta de lana fina, un chaleco de seda gruesa y una camisa de lino suave. El aroma de almidón y de colonia, mezclado con la fragancia de su piel... Nunca se había imaginado que un hombre pudiera oler tan bien.
Intuyendo que la apartaría de él cuando se
terminase la bebida, intentó que le durara lo máximo posible. Para su pesar, vació por fin las últimas gotas dulces de la taza. St. Payne le tomó el
cacharro de las manos y lo dejó en el suelo. ______ se puso tensa, esperando que la devolviera a su asiento, pero sintió un enorme regocijo al notar que él volvía a estrecharla entre sus brazos. Su cuerpo era firme y cálido, y muy cómodo. Le oyó bostezar.
—Duérmete —murmuró Payne—. Tienes tres
horas antes del próximo cambio de tiro.
______ apoyó la planta de los pies con más
fuerza en el ladrillo, se volvió de costado y se acurrucó más contra él para sumirse en el ansiado sueño.
El resto del viaje se convirtió en una serie borrosa de movimiento, cansancio y despertares bruscos. A medida que el agotamiento de _____aumentaba, dependía cada vez más de St. Payne. En cada posta, le traía una taza de té o caldo, y recalentaba el ladrillo en cada chimenea disponible. Incluso encontró una manta acolchada en alguna parte.
Convencida de que, a esas alturas, se habría helado de no contar con St. Payne, _____ olvidó todas sus reservas sobre pegarse a él cada vez que estaba en el carruaje.
—No me... me estoy insinuando —le dijo mientras se sentaba en su regazo y se recostaba en su pecho—. Sólo eres una fu... fuente de calor.
—Ajaa —respondió St. Payne perezosamente
mientras colocaba bien la manta sobre ambos—. Pero el último cuarto de hora has estado rozando partes de mi anatomía que nadie se había atrevido a tocarme hasta ahora.
—Lo... lo dudo. —Se tapó aún más con la chaqueta de St. Payne y añadió con voz apagada—: Seguro que le han manoseado más que a las cestas de comida de Fortnum and Masón.
—Y se me puede conseguir a un precio más razonable —aseguró él antes de hacer una mueca y moverse para ponérsela bien en el regazo—. No pongas la rodilla ahí, encanto, o tus planes de consumar el matrimonio correrán peligro.
_____ dormitó hasta la siguiente parada, y justo cuando se estaba sumiendo en un sueño profundo, St. Payne la despertó con delicadeza.
—________ —murmuró mientras le arreglaba el
pelo despeinado—. Abre los ojos. Estamos en la siguiente posta. Tienes tiempo para entrar unos minutos.
—No quiero —se quejó ella.
—Tienes que hacerlo —insistió St. Payne en voz baja—. Nos espera un largo trecho al salir de aquí. Ve al baño ahora, ya que no podrás hacerlo en un buen rato.
_____ iba a protestar que no necesitaba ir
al baño cuando, de repente, se dio cuenta de que sí. La idea de levantarse y salir a la lluvia gélida de nuevo casi la hizo lagrimear. Se inclinó para
calzarse los zapatos húmedos y sucios, y se peleó con los cordones. St. Payne le apartó las manos y los ató correctamente. Después la ayudó a bajar del
carruaje. Una vez fuera, una ráfaga de viento glacial hizo que la muchacha apretara los dientes. Hacía un frío terrible. St. Payne le cubrió la cara con la capucha de la capa y, tras rodearle los hombros con un brazo, cruzaron el patio de la posada.
—Créeme —dijo—. Es mejor que vayas al
retrete aquí. Tener que bajar después junto a la carretera sería terrible. Por lo que sé sobre las mujeres y su anatomía...
—Conozco mi anatomía —lo interrumpió _____
irritada—. No hace falta que me la expliques.
—Por supuesto. Perdona si hablo demasiado;
es que intento mantenerme despierto. Y a ti también.
_____se aferró a su cintura y, mientras
avanzaba por el barro helado, pensó en el primo Eustace y en lo contenta que estaba de no tener que casarse con él. Nunca volvería a vivir bajo el techo de los Maybrick. La idea le dio fuerzas. Una vez casada legalmente, dejarían de tener poder sobre ella. Por Dios, cuánto ansiaba que todo terminase de una vez para siempre.
Después de tomar una habitación, St. Payne tomó a _____ por los hombros y la observó para evaluar su estado.
—Pareces a punto de desmayarte —comentó—.
Tenemos tiempo para que descanses un par de horas, cariño. ¿Por qué no...?
—Ni hablar —replicó ella—. Quiero seguir adelante.
St. Payne la observó con ceño, pero repuso con calma:
—¿Eres siempre tan terca? —La llevó a la
habitación y le recordó que cerrara la puerta con llave cuando él saliera—. E intenta no dormirte sentada en el orinal —bromeó.
Cuando volvieron al carruaje, ______siguió
el ritual ya familiar: se quitó los zapatos y dejó que St. Payne le pusiera el ladrillo caliente en los pies y
la situara después entre sus piernas separadas, con un pie cerca del ladrillo y el otro en el suelo para mantener el equilibrio. A ______ se le aceleró el
pulso cuando él le tomó una mano y empezó a juguetear con sus dedos fríos.
Tenía la mano caliente y los dedos, suaves, con las uñas cortas y bien limadas.
Una mano fuerte, pero sin duda perteneciente a un hombre ocioso.
St. Payne entrelazó sus dedos con los de ella con suavidad, le dibujó un pequeño círculo en la palma con el pulgar y después deslizó los dedos para que coincidieran con los de ella. Su piel bronceada era de un tono cálido, de la clase que absorbe el sol con facilidad.
Al final, St. Payne dejó de juguetear, pero no le soltó la mano.
No podía ser ella, la florero, ______Jenner...
Sola en un carruaje con un calavera irrecuperable viajando hacia Gretna Green.
«Mira la que has liado», pensó aturdida. Volvió la cabeza y apoyó la mejilla en la camisa de lino de St. Payne.
—¿Cómo es tu familia? —preguntó con Ternura—.¿Tienes hermanos?
St. Payne le acarició los rizos con los labios un momento antes de contestar:
—Sólo quedamos mi padre y yo. No recuerdo a mi madre. Murió de cólera cuando yo aún era un bebé. Tenía cuatro hermanas mayores. Como era el menor y único varón, me consintieron muchísimo. Pero tres
de mis hermanas murieron de escarlatina. Recuerdo que me enviaron a nuestra casa de campo cuando enfermaron, y cuando volví ya no estaban. Más adelante, la superviviente, mi hermana mayor, se casó pero, como tu madre, murió en un parto. El bebé tampoco sobrevivió.
______, que no se movió mientras él contaba su historia con naturalidad, sintió una enorme tristeza por ese niño. Una madre y cuatro hermanas que lo adoraban habían desaparecido en un período
relativamente corto de tiempo. Habría sido difícil de comprender para un adulto, mucho más para un niño.
—¿Te preguntas alguna vez cómo habría sido
tu vida si hubieras tenido madre? —quiso saber.
—Pues no.
—Yo sí. A menudo me pregunto qué consejo me
habría dado.
—Dado que tu madre se casó con un bribón como Ivo Jenner —contestó él con ironía—, yo no le daría demasiado valor a sus consejos. —Hizo una pausa socarrona—. Por cierto, ¿cómo se conocieron? Una chica de buena familia no suele relacionarse con hombres como Jenner.
—Se conocieron en un accidente de tráfico.
Mi madre iba en un carruaje con mi tía. Era uno de esos días de invierno en que la niebla de Londres es tan espesa que, a mediodía, la visibilidad es de apenas unos metros. El vehículo hizo un giro brusco para evitar el carro de un vendedor ambulante y atropello a mi padre, que estaba de pie en la acera. Ante la insistencia de mi madre, el cochero se detuvo para preguntarle si se había hecho daño. Sólo tenía unos rasguños, nada más. Pero supongo... supongo que mi padre debió de interesarle porque al día siguiente le envió una carta para preguntarle por su salud. Empezaron a escribirse, aunque mi padre debía hacerlo a través de alguien porque era analfabeto. No conozco más detalles, salvo que
al final se fugaron juntos. —Una sonrisa de satisfacción le iluminó la cara al imaginarse la ira de los Maybrick al descubrir que su madre se había escapado con Ivo Jenner—. Cuando ella murió, tenía diecinueve años —añadió pensativa—. Y
yo tengo veintitrés. Me parece extraño haber vivido más que ella —comentó antes de volverse parar mirarlo a la cara—. ¿Cuántos años tienes, milord? ¿Treinta y cuatro? ¿Treinta y cinco?
—Treinta y dos. Aunque en este momento me
siento como si tuviera ciento dos. ¿Qué le ha pasado a tu tartamudez, cielo? Desapareció en algún lugar entre Tessdale y aquí.
—¿De veras? —preguntó ______, algo
sorprendida—. Supongo que contigo me siento cómoda. Suelo tartamudear menos con algunas personas. —Era extraño, porque no solía dejar de tartamudear por completo salvo que hablara con un niño. Notó cómo el pecho de St. Payne daba una especie de respingo de diversión.
—Nadie me había dicho que le hiciera sentir cómodo. Y no me gusta nada. Tendré que hacer algo diabólico para que cambies de opinión.
—Estoy segura de que lo harás. —Cerró los ojos y se apretujó más contra él—. Creo que estoy demasiado cansada para tartamudear.
St. Payne empezó a acariciarle el cabello y la cara para terminar masajeándole la sien con la yema de los dedos.
—Duerme —susurró—. Ya estamos llegando. Como nos encontramos en el quinto infierno, encanto, pronto deberías sentir más calor.
Pero no fue así. Cuanto más viajaban al norte, más frío hacía, y ______ llegó a pensar que no le vendría mal un poco de fuego eterno. El pueblo de Gretna Green se encontraba en el condado de Dumfriesshire, al norte de la frontera de Escocia. Centenares de parejas viajaban por la carretera de Londres a Gretna Green, pasando por Carlisle, para
evitar la estricta legislación matrimonial de Inglaterra. Iban a pie, en carruaje o a caballo y, una vez lograban pronunciar sus votos matrimoniales,
volvían a Inglaterra convertidos en marido y mujer.
Cuando una pareja cruzaba el puente sobre el río Sark y entraba en Escocia, podía casarse en cualquier punto del país.
Bastaba con una declaración hecha ante testigos. Sin embargo, en Gretna Green había surgido un próspero negocio casamentero, y muchos de sus habitantes competían por celebrar bodas en hogares particulares, posadas o, incluso, al aire libre. El sitio más conocido era la herrería, donde se habían efectuado tantas ceremonias rápidas que a todos los matrimonios celebrados en Gretna Green se los conocía como «bodas en el yunque».
El carruaje llegó por fin a su destino: una posada situada al lado de la herrería. St. Payne condujo a ______ rodeándola con un brazo como si fuera a desplomarse de cansancio. El posadero, un tal
señor Findley, sonrió encantado al saber que se habían fugado para casarse, y les aseguró con guiños exagerados que siempre tenía una habitación preparada para situaciones así.
—No es legal hasta que hayan consumado la boda, ¿saben? —les informó con un acento casi ininteligible—. En una ocasión tuvimos que sacar a escondidas a unos novios por la puerta de atrás mientras sus perseguidores aporreaban la de delante. En otra, entraron en la posada y encontraron a los dos amantes en la cama; el novio todavía llevaba puestas las botas, pero no había duda de que el acto se había consumado. —Soltó una carcajada al recordarlo.
—¿Qué ha dicho? —murmuró ______, recostada
en el hombro de St. Payne.
—No tengo ni idea—le susurró éste al oído. Levantó la cabeza y se dirigió al posadero—: Me gustaría disponer de un baño caliente en la habitación cuando regresemos de la herrería.
—Muy bien, milord —confirmó el posadero, y
recibió con entusiasmo las monedas que St. Payne le entregó a cambio de una llave anticuada—. ¿Desea también que les subamos la cena, milord?
Liam dirigió una mirada inquisidora a ______, que sacudió la cabeza.
—No —contestó St. Payne—, pero espero que
podamos tomar un desayuno copioso por la mañana.
—Sí, milord. Van a casarse en la herrería, ¿verdad? Ay, caray. No hay mejor casamentero en Gretna que Paisley MacPhee. Es un hombre culto. Hará las veces de clérigo y les emitirá un certificado.
—Gracias —dijo St. Payne.
Salieron de la posada y se dirigieron a la herrería, en la puerta de al lado. Una mirada rápida calle abajo les permitió ver hileras de casas y tiendas bien cuidadas, con farolas encendidas para mitigar la creciente oscuridad del atardecer. Al acercarse a la fachada del edificio encalado, él murmuró:
—Aguanta un poco más, cariño. Ya casi
estamos casados.
______ esperó apoyada en él con la cabeza medio hundida en su chaqueta mientras él llamaba a la puerta. La abrió un hombre corpulento, rubicundo, con un atractivo bigote que se unía a sus tupidas
patillas. Su acento escocés no era tan marcado como el del posadero, y ______ pudo comprender lo que decía.
—¿Es usted MacPhee? —preguntó St. Payne.
—El mismo.
Rápidamente, St. Payne hizo las presentaciones y explicó su intención. El herrero sonrió de oreja a oreja.
—Así que quieren casarse. Pasen, por favor —dijo,
y llamó a sus dos hijas, un par de muchachas rubicundas y morenas a las que
presentó como Florag y Gavenia.
Luego los condujo a la herrería, situada en el mismo edificio. Los MacPhee mostraron la misma alegría constante que el posadero, lo que desmentía lo que ______ había oído siempre sobre el famoso
carácter adusto de los escoceses.
—¿Les parece bien que mis dos hijas sean
testigos? —sugirió MacPhee.
—Sí —respondió St. Payne a la vez que echaba
un vistazo alrededor; el local estaba lleno de herraduras, equipo para carruajes y herramientas de labranza—. Como puede ver, mi... —Se detuvo un
momento como si dudara sobre cómo referirse a ______—. Mi novia y yo estamos bastante cansados. Hemos viajado desde Londres a un ritmo endiablado, de modo que nos gustaría acelerar el trámite.
—¿Desde Londres? —repitió el herrero, y
sonrió a ______—. ¿Por qué ha venido a Gretna, señorita? ¿No le dieron sus padres consentimiento para casarse?
—Me te... temo que no es tan sencillo. —______
le devolvió la sonrisa lánguidamente.
—Casi nunca lo es —concedió MacPhee mientras
meneaba la cabeza sabiamente—. Pero tengo que advertirle algo, señorita. Si va a casarse precipitadamente, el matrimonio escocés es un vínculo irrevocable e indisoluble. Asegúrese de que su amor es verdadero para...
St. Payne interrumpió lo que prometía ser una retahila de consejos paternales.
—No es un matrimonio por amor —aclaró—. Es un matrimonio de conveniencia, y la calidez que existe entre nosotros no llega ni a la de una vela de cumpleaños. Proceda, por favor. Ninguno de los dos ha dormido como es debido en dos días.
Se hizo el silencio, y la brusquedad del comentario pareció horrorizar a MacPhee y sus dos hijas.
—No me cae usted bien —anunció con ceño.
—A mi futura esposa tampoco—replicó St. Payne, exasperado—. Pero como eso no va a impedir que se case conmigo, tampoco debería detenerlo a usted. Adelante.
MacPhee dirigió una mirada de compasión a ______
—La novia no tiene flores —advirtió, de pronto decidido a que la ceremonia tuviese un aire romántico—. Florag, ve a buscar un ramito de brezo blanco.
—No necesita flores —soltó St. Payne, pero la joven se marchó de todos modos.
—Que la novia lleve brezo blanco es una vieja costumbre escocesa —explicó MacPhee a ______—. ¿Quiere que le cuente porqué?
Ella asintió y contuvo una risita ahogada. A pesar de su cansancio, o quizá debido a él, empezaba a sentir un placer perverso al ver cómo St. Payne se esforzaba por controlar su irritación. En aquel momento, el hombre mal afeitado y malhumorado que tenía a su lado no guardaba ningún parecido con el aristócrata petulante que había asistido a la fiesta en casa de lord Harold.
—Hace mucho, mucho tiempo... —empezó
MacPhee, sin prestar atención al gruñido de St. Payne—, había una hermosa joven llamada Malvina. Estaba prometida a Osear, un valiente guerrero que había conquistado su corazón. Osear pidió a su amada que lo esperara mientras iba a buscar fortuna. Pero un día aciago, Malvina recibió la noticia de que su novio había muerto en combate. Descansaría para siempre en unas colinas lejanas...
sumido en un sueño eterno...
—Dios mío, cómo lo envidio —afirmó St. Payne, a la vez que se frotaba los ojos.
—Cuando las lágrimas de dolor de Malvina
empaparon la hierba como el rocío —prosiguió MacPhee—, el brezo púrpura que había a sus pies se volvió blanco. Por eso todas las novias escocesas llevan brezo blanco el día de su boda.
—¿Esa es la historia? —preguntó St. Payne
con incredulidad—. ¿El brezo procede de las lágrimas que derramó una muchacha por la muerte de su prometido?
—Así es.
—¿Cómo diablos puede considerarse entonces
señal de buena suerte?
MacPhee abrió la boca para contestar pero,
en ese momento, Florag volvió y entregó a ______ un ramito de brezo blanco seco. Tras murmurarle las gracias, ______ dejó que el herrero la condujera
hacia el yunque, en el centro del local.
—¿Tiene un anillo para la señorita?
—preguntó MacPhee a St. Payne, que sacudió la cabeza .- Me lo imaginaba —dijo con frialdad el herrero—. Gavenia, trae el estuche de los anillos. —Y acercándose a ______ explicó—: Trabajo metales preciosos además de hierro. Es un trabajo fino, hecho con el mejor oro de Escocia.
—No necesita ningún... —St. Payne se detuvo al ver que ______ alzaba los ojos hacia él. Soltó un suspiro—. De acuerdo.
Elige uno.
MacPhee retiró un trozo de lana del estuche,
lo extendió sobre el yunque y colocó sobre él con delicadeza una selección de seis anillos. ______se inclinó parar mirarlos. Los anillos, todos ellos
alianzas de oro de diversos tamaños y motivos, eran tan intricados y delicados que parecía imposible que los hubiera creado un herrero.
—Éste muestra cardos y nudos —dijo MacPhee,
y lo levantó para que lo viera mejor—. Este tiene un diseño de llaves, y éste, una rosa de Shetland.
______ eligió el más pequeño y se lo probó
en el dedo anular izquierdo. Le iba perfecto. Se lo acercó para examinar el diseño. Era el más sencillo; una alianza de oro pulido que llevaba grabadas las
palabras: Tha Gad Agam Ort.
—¿Qué significa? —preguntó a MacPhee.
—«Mi amor es tuyo.»
St. Payne permaneció impertérrito y se produjo un silencio incómodo. ______ se quitó la alianza lamentando haberse interesado por los anillos. El sentimiento de aquella frase estaba tan fuera de
lugar en esa ceremonia impostada que realzaba la farsa de la boda.
—Creo que no quiero anillo después de todo —masculló, y volvió a dejarlo en la tela.
—Nos lo quedamos —dijo entonces St. Payne.
Anonadada, ______ lo vio coger la alianza de oro y, cuando lo miró con los ojos desorbitados, él añadió con sequedad—: Son sólo palabras. No significa nada.
Ella asintió y agachó la cabeza.
MacPhee los observó con ceño y se tiró de la
barba incipiente.
—Niñas, cantad una canción —pidió a sus hijas con resuelta alegría.
—Una canción... —protestó St. Payne, pero ______ le tiró de la manga.
—Déjalos —murmuró—. Cuanto más discutas, más
tardaremos.
St. Payne maldijo entre dientes y fijó la vista en el yunque, mientras las hermanas entonaban en perfecta armonía.
Oh, mi amor es como una rosa roja, roja,
recién brotada en junio.
Oh, mi amor es como una melodía
que se entona dulcemente.
Mi amor por ti es tan inmenso
como tu belleza.
Y te seguiré amando, amor mío,
hasta que los mares se sequen...
El herrero escuchó a sus hijas con orgullo
hasta que acabó la última nota y entonces las alabó generosamente. Se volvió a la pareja que estaba ante el yunque e indicó, dándose importancia:
—Y ahora les haré unas preguntas. ¿Son los dos solteros?
—Sí —respondió St. Payne.
—¿Tiene un anillo para la novia?
—Acaba de... —Nicholas se detuvo con una
imprecación entre dientes al ver que MacPhee arqueaba las cejas, impaciente.
Era evidente que si quería que la ceremonia concluyera, debía seguirle la corriente. Así que gruñó—: Sí, lo tengo.
—Póngaselo a su prometida en el dedo y
tómele la mano.
______se sintió extraña y mareada cuando
miró a St. Payne. En cuanto él le deslizó la alianza en el dedo, el corazón empezó a latirle deprisa, y le recorrió el cuerpo algo que no era ni entusiasmo
ni temor, sino una emoción nueva que le agudizaba los sentidos. No tenía palabras para definir ese sentimiento. La tensión la atenazó mientras su pulso
rehusaba calmarse. Su mano descansaba sobre la de St. Payne, cuyos dedos eran más largos y su palma suave y cálida.
Él inclinó un poco la cabeza para verle la cara. Aunque estaba inexpresiva, una nota de color le cubría los pómulos y el puente de la nariz. Y respiraba más rápido de lo habitual. Ella desvió la
mirada, sorprendida de que ya conociera algo tan íntimo como su respiración normal. El herrero tomó una cinta blanca y se la entregó a una de sus hijas. ______ se estremeció un poco cuando la chica rodeó con ella las muñecas de los novios.
Notó que St. Pyne había acercado la mano libre a su cuello y se lo acariciaba como si fuera un animal nervioso. El suave contacto de sus dedos hizo que se
relajara.
MacPhee terminó de rodearles las muñecas con
más cinta.
—Y ahora el nudo —dijo mientras lo hacía con
una floritura—. Repita después de mí, señorita: «Yo te tomo por esposo.»
—Yo te tomo por esposo —susurró ______.
—¿Milord? —lo animó el herrero.
St. Payne la miró con unos ojos fríos y brillantes que no revelaban nada. Aun así, ella sintió de algún modo que él también sentía aquella tensión extraña, tan fuerte como la de un relámpago.
—Yo te tomo por esposa —dijo en voz baja.
—Ante Dios y estos testigos, yo os declaro
marido y mujer —dijo MacPhee con tono de satisfacción—. Que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. Son ochenta y dos libras, tres coronas y un chelín.
St. Payne apartó con dificultad la mirada de
______ y la dirigió hacia el herrero con una ceja arqueada.
—El anillo vale cincuenta libras —explicó
MacPhee en respuesta a su pregunta implícita.
—¿Cincuenta libras por un anillo sin piedra?
—replicó St. Payne agriamente.
—Es oro escocés —dijo MacPhee, a quien parecía indignarle que cuestionara el precio—. Es de los arroyos de las colinas de Lowther.
—¿Y el resto?
—Treinta libras por la ceremonia, una libra
por el uso del local, una guinea por el certificado de matrimonio, que les tendré preparado mañana, una corona por cada testigo... —Hizo una pausa para
señalar a sus hijas, que rieron e hicieron una reverencia—. Otra corona por las flores...
—¿Una corona por un puñado de hierbajos
secos? —soltó St. Payne, indignado.
—La canción es cortesía de la casa —concedió
MacPhee gentilmente—. Oh, y un chelín por la cinta, que no deben desatar hasta que el matrimonio se haya consumado o la mala suerte les perseguirá.
St. Payne abrió la boca para replicar, pero tras una mirada a la agotada ______metió la mano en el bolsillo de la chaqueta en busca del dinero. Se movía con torpeza, ya que era diestro y ahora sólo podía usar la mano izquierda. Sacó un fajo de billetes y unas monedas y los lanzó sobre el yunque.
—Tenga —dijo con brusquedad—. Quédese con el
cambio. Déselo a sus hijas. —Su voz adquirió una nota irónica—. Junto con mi gratitud por la canción.
MacPhee y sus hijas dieron las gracias a
coro y los siguieron hasta la puerta mientras las muchachas repetían una estrofa:
Y te seguiré amando, amor mío,
hasta que los mares se sequen...
Invitado
Invitado
CAPITULO 4
Cuando salieron de la herrería, la lluvia arreciaba como una densa cortina plateada. _____reunió las fuerzas que le quedaban para acelerar el paso en su regreso a la posada. Se sentía como si caminara en sueños. Todo parecía desproporcionado, le costaba concentrar la mirada y el suelo enfangado parecía moverse caprichosamente bajo sus pies. Para su disgusto, su flamante marido la detuvo junto al edificio, a cubierto bajo un alero chorreante.
—¿Qué pasa? —preguntó aturdida.
Él alargó la mano hacia sus muñecas atadas y
empezó a deshacer el nudo de la cinta.
—Voy a quitarnos esto.
—No. Espera. —La capucha de la capa le resbaló hacia atrás al intentar impedírselo. Le cubrió la mano con la suya y él la miró.
—¿Por qué? —preguntó St. Payne con
impaciencia. Inclinó la cabeza para mirarla a los ojos, y el agua empezó a resbalarle por el ala del sombrero. Había oscurecido y la única iluminación que había era el brillo tenue de las farolas. Aunque la luz era poca, parecía prender en sus ojos, que lucían como si poseyeran una luz interior.
—Ya has oído al señor MacPhee: trae mala
suerte desatar la cinta.
—¿Eres supersticiosa? —dijo St. Payne en tono incrédulo.
_____ asintió como disculpándose.
No costaba demasiado darse cuenta de que la
furia de St. Payne podría desatarse mucho antes que sus muñecas. Ahí de pie, juntos, en medio de la oscuridad y el frío, con los brazos extendidos en un
ángulo extraño, _____ sentía su mano sobre la de él. Era la única parte de su cuerpo que experimentaba calor.
El habló con una paciencia exagerada que habría impulsado a _____, en circunstancias normales, a retirar de inmediato sus objeciones.
—¿De verdad quieres entrar así en la posada?
Era irracional, pero _____ estaba demasiado
exhausta para pensar con sensatez. Sólo sabía que ya había tenido toda la mala suerte del mundo, y no quería buscarse más.
—Estamos en Gretna Green. Nadie le dará
ninguna importancia. Y creía que no te importaban las apariencias.
—Nunca me ha importado parecer depravado o
vil. Pero me niego a parecer idi*ota.
—No, por favor —insistió ella cuando St.Payne volvió a atacar el nudo. Forcejeó con él y sus dedos se entrelazaron.
De repente, St. Payne le tomó la boca con la suya y la empujó contra el edificio, donde la sujetó con su cuerpo. Con la mano libre, le tomó la nuca por debajo del pelo mojado. La presión de sus labios la aturdió. No sabía besar y no tenía idea de qué hacer con la boca.
Perpleja y temblorosa, le ofreció los labios cerrados mientras el corazón le latía con fuerza y las piernas le flaqueaban.
St. Payne quería cosas que ella no sabía darle. Al notar su confusión, él cedió un poco y empezó a darle besos breves e insistentes mientras le rozaba con suavidad la cara. Empezó a acariciarle la
mandíbula, el mentón, y, con el pulgar, le incitó a separar los labios. En cuanto lo consiguió se los cubrió con la boca. _____ podía saborearlo: una
esencia sutil y seductora que la afectó como si se tratara de un elixir exótico. Notó cómo le introducía la lengua, cómo le exploraba suavemente la boca, cómo la deslizaba más y más adentro sin que ella opusiera resistencia.
Tras este beso exuberante, St. Payne redujo la presión hasta que sus bocas apenas se tocaban y su aliento, que el frío de la noche convertía en vaho, se mezclaba de modo visible. La besó con suavidad una, dos veces. Le recorrió la mejilla con los labios hasta el hueco de la oreja. Entonces, al sentir cómo se la acariciaba con la lengua y cómo le tomaba el lóbulo entre los dientes, _______soltó un gritito ahogado. Se estremeció y una cálida sensación le invadió los pechos hasta sus partes íntimas.
Buscó a ciegas su boca, la caricia delicada de su lengua. Y él se las ofreció con un beso tierno pero firme. _____ le rodeó el cuello con el brazo libre para no caerse, mientras él mantenía la otra
muñeca contra la pared, lo que provocaba que sus pulsos latieran juntos bajo la cinta blanca. Otro beso apasionado, rudo y dulce a la vez, con el que le devoró la boca y le saboreó y lamió el paladar. Ella sintió un placer tan intenso que casi se desmayó.
«No es extraño...», pensó atolondrada.
No, no era extraño que tantas mujeres hubieran sucumbido a aquel hombre, echado a perder su reputación y su honor por él. Habían incluso, si había que dar crédito a los rumores, amenazado con
suicidarse cuando las abandonó. Liam era la sensualidad personificada.
Cuando se separó de ella, le sorprendió no desplomarse. Él jadeaba tanto como ella, más incluso, y su tórax se movía con fuerza. Ambos guardaron silencio mientras él alargaba la mano para desatar la cinta con los ojos totalmente fijos en ello. Le temblaban las manos. No la miró, aunque no supo si era para evitar verle la expresión o para impedirle ver la suya. Una vez retirada la cinta blanca, _____se sintió como si siguieran atados. Su muñeca conservaba la sensación de estarlo.
Él, que por fin se atrevió a mirarla, la retó en silencio a que protestara. Así que ella se contuvo y le tomó el brazo para recorrer la corta distancia que los separaba de la posada.
La cabeza le daba vueltas y apenas oyó las felicitaciones joviales del señor Findley cuando entraron. Al subir la escalera, oscura y angosta, le pesaban las piernas.
El viaje concluía finalmente en un esfuerzo titánico por poner un pie delante del otro. Llegaron a una puerta en el pasillo de arriba. Apoyada contra la pared, vio cómo St. Payne introducía la llave en
la cerradura. Cuando hubo abierto, se tambaleó hacia el umbral.
—Espera —dijo él, y se agachó para cargarla.
—No tienes que... —soltó ella.
—Por deferencia a tu naturaleza supersticiosa, creo que será mejor que sigamos una última tradición. —Y la levantó con la misma facilidad que si fuera una niña y cruzó de lado la puerta con ella en brazos—. Trae mala suerte que la novia tropiece en el umbral. Y he visto hombres caminar mejor que tú después de una bacanal de tres días.
—Gracias —murmuró _____ cuando la dejó en el
suelo.
—Será media corona —replicó St. Payne, y el
recordatorio irónico de las tarifas del herrero la hizo sonreír.
Pero su sonrisa se desvaneció al echar un vistazo a la habitación. La cama de matrimonio se veía mullida y limpia, y la colcha, raída de incontables lavados. El armazón era de metal, con remates en forma de bola. Un brillo rosado emanaba de una lámpara de aceite con tulipa de cristal rojo que había en la mesita de noche. Manchada de barro, helada y
entumecida, _____ observó en silencio la bañera de cobre colocada delante de la chimenea.
St. Payne cerró la puerta, se acercó a ella y le desabrochó la capa. Su rostro reflejó algo parecido a la lástima cuando se percató de que temblaba de cansancio.
—Deja que te ayude —dijo en voz baja a la vez que le quitaba la capa de los hombros, y acercó una silla al fuego.
_____tragó saliva y trató de tensar las rodillas, que parecían querer doblarse. Al mirar la cama, un pavor frío le golpeó el estómago.
—¿Vamos a...? —empezó con una voz que se le
volvió áspera.
—¿Vamos a...? —repitió St. Payne a la vez que empezaba a desabrocharle la parte delantera del vestido. Sus dedos se movieron con rapidez por la botonadura del canesú—. No, por Dios. A pesar de lo deliciosa que eres, mi amor, estoy demasiado cansado. Jamás había dicho esto en toda mi vida pero, en este momento, me apetece más dormir que ****.
_____ suspiró aliviada. Tuvo que agarrarse a
él para no perder el equilibrio cuando le pasó el vestido por las caderas para quitárselo.
—No me gusta esa palabra —dijo en voz baja.
—Pues más vale que te acostumbres a ella
—respondió él con mordacidad—. Es una palabra que se usa con frecuencia en el club de tu padre. No entiendo cómo no estás acostumbrada a oírla.
—La he oído —replicó indignada mientras daba
un paso para salir del círculo que formaba el vestido en el suelo—. Sólo que, hasta ahora, no sabía qué significaba.
St. Payne se agachó para desabrocharle los
zapatos. Un ruido extraño, como de ahogo, se le escapó de los labios. _____ creyó, angustiada, que le había dado un ataque, pero luego comprendió que se estaba riendo. Era la primera carcajada auténtica que le oía, aunque no sabía qué le resultaba tan gracioso. De pie ante él, en camisola y culote, se cruzó de brazos y frunció el ceño.
Sin dejar de regodearse, St. Payne le quitó los zapatos y los dejó en el suelo. Le bajó las medias con rápida eficiencia.
—Toma un baño, cielo —logró decir por fin—.
Esta noche no corres peligro conmigo. Podré mirar, pero no tocar. Adelante.
Como nunca se había desnudado delante de un
hombre, _____ se ruborizó de pies a cabeza mientras se soltaba los lazos de la camisola. St.Payne, con tacto, se volvió y se dirigió hacia el palanganero con un aguamanil lleno de agua caliente que había en la chimenea. Mientras sacaba los útiles para afeitarse, _____ se quitó con torpeza la ropa interior y se metió en la bañera. El agua estaba deliciosamente caliente y, al sumergirse, sintió
un cosquilleo en las piernas, como si se le clavaran millares de agujitas.
En un taburete junto a la bañera había un tarro con un jabón gelatinoso de color marrón y olor acre. Se vertió un poco en los dedos y se lo extendió por el pecho y los brazos. Tenía las manos muy torpes y los dedos se negaban a obedecer sus órdenes. Tras hundir la cabeza en el agua, alargó la mano para tomar un poco más de jabón y casi volcó el tarro.
Se lavó el pelo, refunfuñó cuando empezaron a escocerle los ojos y con las manos se vertió agua en la cara.
St. Payne se acercó a la bañera con el aguamanil. _____ le oyó hablar a través del agua.
—Echa la cabeza hacia atrás —ordenó antes de
verterle el resto de agua limpia sobre el pelo enjabonado.
Con destreza, le secó la cara con una toalla limpia pero áspera, y le dijo que se levantara. _____ tomó la mano que le ofrecía y lo hizo. Debería haberse muerto de vergüenza de estar desnuda ante él, pero había llegado a tal límite de agotamiento que era incapaz de sentir pudor. Temblorosa y agobiada, dejó que la ayudara a salir de la bañera. Incluso
permitió que la secara, sin hacer otra cosa que no fuera esperar lánguidamente a que terminara, sin importarle ni darse cuenta de si la estaba mirando.
St. Payne era más eficiente que cualquier doncella, y le puso con rapidez el camisón de franela blanca que había encontrado en su bolsa de viaje. Con la toalla le escurrió el agua del pelo y después la condujo hasta el palanganero. _____observó, indiferente, que había encontrado su cepillo de dientes en la bolsa y le había echado polvos dentífricos. Se cepilló los dientes, se los aclaró con movimientos enérgicos y escupió en la jofaina de cerámica. El cepillo se le escurrió entre los dedos entumecidos y repiqueteó en el suelo.
—¿Dónde está la cama? —susurró con los ojos
cerrados.
—Aquí, cariño. Tómame la mano —respondió él,
y la guió.
En cuanto llegó, _____ se tumbó como un animal herido. El colchón era mullido, y el peso de las sábanas y las mantas de lana, secas y calientes, exquisito para sus extremidades doloridas. Hundió la cabeza en la almohada y gimió suspirante. Sintió un ligero tirón en el cabello y comprendió que St. Payne le estaba peinando los mechones mojados. Aceptó pasivamente sus atenciones y dejó que le diera la vuelta para hacer lo mismo con el otro lado. Cuando hubo terminado, él fue a tomar su baño. _____ logró mantenerse despierta lo suficiente para ver su cuerpo esbelto y dorado a la luz del fuego. Cerró los ojos cuando se metía en la bañera y, cuando él se sentó, ella ya estaba dormida.
Ningún sueño la perturbó por la noche. No existía nada salvo la oscuridad dulce y densa, la cama mullida y la tranquilidad de un pueblo escocés en una noche fría de finales de otoño. Sólo se movió al alba, cuando los ruidos del exterior se colaron en la habitación: los gritos alegres del vendedor de bollos y de un buhonero, los sonidos de animales y carros que pasaban por la calle. Entreabrió los ojos, y en la luz tenue que entraba a través de las burdas cortinas beige, vio con sorpresa que había otra persona en la cama.
St. Payne. Su marido. Estaba desnudo, al menos de cintura para arriba. Dormía boca abajo, y rodeaba con sus musculosos brazos la almohada en que apoyaba la cabeza. Las líneas de sus hombros y
espalda eran tan perfectas que parecían grabadas en dorado pálido del Báltico y lijadas hasta lograr un acabado brillante. Su rostro parecía mucho más suave que cuando estaba despierto. Tenía cerrados sus calculadores ojos, y la boca, relajada, se veía sensual.
_____ cerró los ojos y pensó que era una mujer casada, y que podría ver a su padre y quedarse con él todo el tiempo que quisiera. Y, como era probable que a St. Payne no le importara demasiado lo que
hiciera o adonde fuera, gozaría de cierta libertad. A pesar de que seguía preocupada, sintió algo parecido a la felicidad y, con un suspiro, volvió a dormirse.
Esta vez soñó que avanzaba por un camino
bañado por el sol y bordeado de áster y espigas doradas. Era un camino de Hampshire que había recorrido muchas veces y que atravesaba campos húmedos llenos de reina de los prados y hierbas largas de finales de verano. Andaba sola hasta acercarse al pozo de los deseos donde ella y sus amigas habían lanzado una vez monedas al agua y formulado sus deseos. Como conocía la superstición local sobre el espíritu del pozo que vivía bajo tierra, _____ no había querido acercarse demasiado al borde. Según la leyenda, el espíritu esperaba capturar a alguna doncella inocente para que viviera con él en el pozo. En su sueño, sin embargo, no tenía miedo y se atrevía incluso a quitarse los zapatos y a meter los pies en el agua. Para su sorpresa, no estaba fría, sino deliciosamente caliente.
Se sentaba en el borde del pozo, sumergía las piernas en el agua y levantaba la cara hacia el sol. Sentía que algo le rozaba los tobillos. Se quedaba muy quieta, sin sentir ningún miedo a pesar de
notar que algo se movía bajo la superficie del agua. Otro roce... una mano... unos dedos largos le acariciaban los pies y le masajeaban con ternura los
doloridos arcos hasta que ella suspiraba de placer. Unas grandes manos masculinas le iban ascendiendo por las pantorrillas y las rodillas mientras un cuerpo corpulento y bien formado emergía de las profundidades del pozo. El espíritu había adoptado la forma de un hombre para cortejarla. La rodeaba con sus brazos y su contacto era extraño, pero tan agradable que seguía con los
ojos cerrados, temerosa de que, si intentaba mirarlo, pudiera desaparecer. Tenía la piel cálida y sedosa, y los músculos de la espalda se le tensaban bajo
sus dedos.
Su amante soñado le susurraba palabras cariñosas al abrazarla y le acariciaba el cuello con la boca. Notaba una sensación agradable dondequiera que la tocara.
—¿Te hago mía? —murmuró mientras le quitaba
con cuidado la ropa y dejaba su piel expuesta a la luz, al aire y al agua—. No tengas miedo, mi amor...
Y cuando ella se estremecía y lo abrazaba a ciegas, él le besaba el cuello y los pechos, y le rozaba los pezones con la lengua. Le deslizaba las manos cuello abajo para acariciarle los pechos mientras con los labios medio separados le tocaba los pezones. La incitaba con la lengua una y otra vez hasta que a ella se le escapaba un gemido de placer y le hundía los dedos en el pelo. El espíritu del pozo le cubría con la boca un pezón y tiraba con suavidad. Lo acariciaba después con la lengua y volvía a tirar de él para lamerlo y chuparlo. _____arqueaba la espalda, gemía y no podía evitar separar los muslos cuando él se situaba entre ellos, y entonces...
Abrió los ojos de golpe. Despertó confundida y jadeante, llena de deseo. El sueño se desvaneció y comprendió, aturdida, que no estaba en Hampshire sino en la habitación de la posada de Gretna, y que el
ruido de agua no procedía de ningún pozo de los deseos sino de la lluvia que caía en ese momento. Tampoco había luz del sol, sino el brillo de un fuego
recién encendido en la chimenea. Y el cuerpo que la cubría no era ningún espíritu del pozo, sino un hombre que tenía la cabeza en su vientre y le
recorría la piel con la boca. _____se puso tensa y gimoteó sorprendida al darse cuenta de que estaba desnuda, que St. Payne le estaba haciendo el amor y que llevaba en ello varios minutos.
El alzó los ojos hacia ella. Con el ligero rubor que le cubría las mejillas, sus ojos parecían más claros e impresionantes de lo habitual. Sus labios esbozaron una sonrisa relajada pero picara.
—Es difícil despertarte —musitó con voz ronca antes de volver a agachar la cabeza mientras le recorría furtivamente un muslo con la mano.
_____, escandalizada, protestó y se movió bajo su cuerpo, pero él la tranquilizó acariciándole las piernas y las caderas y volvió a colocarla en la posición adecuada.
—Estáte quieta. No tienes que hacer nada, mi
amor. Deja que yo me encargue. Sí. Puedes tocarme si te... Mmm... Sí...
—susurró al notar los dedos temblorosos de _____ en su pelo, en su nuca, en la curva de sus hombros.
Descendió, y _____ sintió cómo sus piernas
desnudas se deslizaban entre las de ella hasta que se percató de que él tenía la cara justo en su vello íntimo. Avergonzada, alargó una mano para taparse.
La erótica boca de St. Payne se deslizó hacia su cadera, y notó que sonreía contra su piel suave.
—No deberías hacer eso —le susurró—. Si me
escondes algo, lo deseo más. Me temo que me estás llenando la cabeza de ideas lascivas, así que será mejor que apartes la mano, cariño, o podría hacerte algo realmente depravado.
Cuando _____ apartó la mano temblorosa, St. Payne paseó la yema de un dedo por el vello rizado para buscar con delicadeza su tersura carnosa.
—Así me gusta, que obedezcas a tu marido —prosiguió con picardía en voz baja mientras la acariciaba hasta separarle los rizos del vello—. Especialmente en la cama. Qué bonita eres. Separa las piernas, cariño. Voy a tocarte por dentro. No, no tengas miedo. Te irá mejor si antes te beso aquí. No te muevas...
_____ sollozó al notar cómo la boca de su marido le exploraba el pubis de vello rubio. Su lengua, cálida y paciente, encontró el pequeño montículo medio oculto bajo el vulnerable capuchón. Sitió un dedo, largo y ágil, en la entrada de la vagina, pero ella se lo descolocó al moverse de repente, sorprendida.
St. Payne le susurró palabras tranquilizadoras y volvió a deslizarle el dedo en el interior de su cuerpo, más profundamente esta vez.
—Mi niña inocente —murmuró en voz baja mientras le excitaba con la lengua aquel punto tan sensible.
_____se estremeció y gimió. A la vez, el dedo le acariciaba el interior de la vagina siguiendo un ritmo lánguido. Ella apretaba los dientes para no hacer ruido, pero no podía evitar gemir de placer.
—¿Qué crees que pasaría si siguiera haciendo
esto sin parar? —preguntó St. Payne.
Sus miradas se cruzaron y a _____ se le nubló la vista. Sabía que tenía la cara contraída y ruborizada. Le abrasaba hasta el último centímetro de piel. St. Payne parecía esperar una respuesta, y
a duras penas logró que las palabras le salieran de la garganta.
—No lo sé —dijo débilmente.
—Vamos a probarlo, ¿te parece?
No pudo contestar, no pudo hacer nada salvo
observar asombrada cómo él le presionaba el vello rizado con la boca y la acariciaba con destreza. _____ echó la cabeza atrás y su corazón se aceleró.
Notó un ligero ardor cuando él le deslizó un segundo dedo y los movió con ternura a la vez que le chupaba la vulva, lamiéndosela despacio al principio y aumentando el ritmo mientras ella se retorcía. Siguió así, efectuando movimientos controlados con los dedos y tocándola de modo imperioso con la boca
hasta que el placer la invadió en oleadas cada vez más rápidas y, de repente, se quedó paralizada. Arqueó el cuerpo en tensión, gritó, gimió y volvió a
gritar. St. Payne suavizó el contacto con la lengua pero siguió su juego con destreza para alimentar su climax y acariciarle el sexo mientras ella temblaba
violentamente.
De pronto la invadió un enorme cansancio y, con él, una euforia física, como si estuviera borracha. Incapaz de controlar sus extremidades, se retorció temblorosa bajo su cuerpo y no ofreció ninguna
resistencia cuando St. Payne la volvió boca abajo. A continuación, le deslizó una mano entre los muslos y volvió a introducirle los dedos en el sexo. Tenía
sus partes íntimas sensibles y, para su vergüenza, empapadas. Eso, sin embargo, parecía excitar a St. Payne, que le jadeaba en la nuca. Sin retirarle los
dedos, la besó y la mordisqueó espalda abajo.
_____ sintió el roce de su sexo entre las piernas, duro, hinchado y ardiente. No le sorprendió el cambio, ya que Mariel le había contado bastante sobre qué le pasaba al cuerpo de un hombre
durante el acto amoroso. Pero Mariel no le había dicho nada sobre las demás intimidades que hacían que la experiencia no fuera meramente física, sino de una clase que podía transformarte el alma.
St. Payne, agachado sobre ella, la provocó y la acarició hasta que elevó tentativamente las caderas.
—Quiero penetrarte —susurró, y le besó el
lado del cuello—. Quiero estar muy dentro de ti. Seré muy tierno, amor mío. Deja que te dé la vuelta y... Dios mío, eres tan hermosa... —Se situó entre sus
muslos abiertos y le dijo con voz tensa—: Tócame, cariño... Pon la mano aquí.
Inspiró con fuerza cuando _____ le rodeó el
turgente miembro con los dedos y se lo acarició vacilante, reconociendo por la aceleración de su respiración que le gustaba. St. Payne cerró los ojos con las pestañas temblorosas y los labios algo separados debido a sus jadeos.
_____ se colocó con torpeza el miembro entre
los muslos. Pero la punta se le deslizó por el sexo húmedo y St. Payne gimió como si le doliera. _____ volvió a intentarlo, insegura. Una vez en el sitio
adecuado, St. Payne se lo introdujo con fuerza. A ella le dolió mucho más que cuando la había tocado con los dedos y se puso súbitamente tensa. Él la rodeó con los brazos y empujó con fuerza una y otra vez hasta que la penetró totalmente. _____ se retorció para evitar la dolorosa invasión pero parecía que cada movimiento suyo sólo servía para aumentar la profundidad de la penetración.
Así que se obligó a permanecer quieta entre sus brazos. Le coloco los dedos en los hombros y, aferrada a él, dejó que la calmara con la boca y las manos. St. Payne la besó con los ojos cerrados y, al
notar la calidez de su lengua, ella quiso introducírsela más con una succión ansiosa. El soltó un sonido de sorpresa y se estremeció con una serie de espasmos rítmicos de su miembro a la vez que un gemido le vibraba en el pecho y soltaba el aliento entre dientes.
_____ le deslizó las manos por el pecho cubierto de vello dorado. Con los cuerpos aún unidos, ella le tocó el costado, el contorno de las costillas y la espalda suave. St. Payne dejó que le explorara el cuerpo sin moverse hasta que por fin se le desorbitaron los ojos y dejó caer la cabeza en la almohada junto a ella con un gruñido mientras la embestía con fuerza y se estremecía como extasiado.
La besó con un ansia primaria. _____ separó más las piernas y le presionó la espalda para apremiarlo e intentar, a pesar del dolor, que la penetrara más profundamente y con más fuerza. Apoyado en los
codos para no aplastarla, St. Payne le puso la cabeza en el pecho y _____ sintió su aliento cálido y suave sobre el pezón. Su barba incipiente le rascaba
un poco y la sensación le contrajo los pezones. El seguía dentro de ella, aunque su sexo se había suavizado. Estaba despierto, pero inmóvil.
_____ también permaneció quieta mientras le
rodeaba la cabeza con los brazos y le acariciaba el pelo. Notó que él movía la cabeza y buscaba el pezón hasta rodearlo con los labios y seguir despacio con la lengua el contorno de la aureola, una y otra vez hasta que ella se movió impaciente bajo su cuerpo. Él le lamió el pezón suavemente y sin descanso, y el
deseo le abrasó los pechos, el vientre y la entrepierna hasta que el dolor desapareció bajo una nueva oleada de deseo. St. Payne pasó al otro pecho y se lo mordisqueó y jugó con él, gozando, al parecer, con su placer. Levantó un poco el cuerpo para deslizar una mano entre ambos y acariciarle su pubis húmedo e incitarla con destreza. Le provocó un nuevo climax, y con su cuerpo frotó voluptuosamente la entrepierna de _____
Luego, jadeante, levantó la cabeza para mirarla como si fuera una variedad de ser vivo desconocida.
—Dios mío —susurró con una expresión que no
era de satisfacción sino de algo parecido a la alarma.
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