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Mensaje por kai. Vie 01 Mar 2013, 7:59 pm

Nombre: Chessboard
Autor: De la novela yo, del foro a sus respectivos autores
Adaptación: Si, de un foro. Pero solo el mundo y algunos personajes, el trama de la novela es mia.
Género: Generales
Advertencias:
#Palabras obcenas, una que otra escena subida de tono, yo en general.
Otras páginas: No, realmente.

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Chessboard



Esta es una dimensión paralela, dónde el tiempo es pasado para nosotros pero guarda algunas cosas que vemos hoy en día, los países tal y cual conocemos no existen, las criaturas de leyendas cobran vida y la tierra no es un círculo sino un gran tablero de ajedrez.


Hace muchos años, Chessboard —el pequeño mundo plano— era una ajena tierra en la cual sus habitantes vivían en constantes guerras y supervivencia. Criaturas contra humanos, humanos contra criaturas, criaturas contra criaturas, humanos contra humanos. El fin de dichas guerras era para decidir quien sería especie prepotente que gobernaría dicho mundo y delimitar territorios. No se esperaba que los humanos, una especie tan primitiva pero muy abundante y guerrera, salieran triunfantes en aquella guerra de supremacía, sin embargo aun quedaba el problema de definir que tierras pertenecían a quienes. Fue allí que la especie humana creó su primera división entre ellos: Reino del Este (Reino Rojo) y Reino del Oeste (Reino Negro).

Tanto el Reino Rojo como el Reino Negro no se echaban para atrás. Rojos querían someter a los Negros, Negros querían someter a los Rojos, rebeliones internas entre los mismos Reinos que derrocaban a sus reyes para poner a otros. Una sangrienta guerra que duró por más de 200 años en la cual se debatían la toma de terrenos, sobre todo la de una pequeña isla que estaba totalmente rodeada de la tierra principal de Chessboard. ¿Y cuál fue el resultado de tantos años de conflictos? Más división en la ya muy decaída especie humana.

Fue hasta recién en este punto que la humanidad se preocupó por la sobrevivencia de su propia especie.

Reino Negro y Reino Rojo admitieron su derrota y finalmente se dividieron ellos mismos al verse incapacitados de gobernar a tanta gente en tanto espacio. Así fue como nacieron los Reinos de Corazones y Diamantes (provinientes del Reino Rojo) y los Reinos de Espadas y Tréboles (provinientes del Reino Negro), en busca de una nueva era de paz y armonía. En orden para asegurarse de mantener dicha paz y que entre ciudadanos de un Reino no decidan unirse a los pobladores de otros Reinos para crear rebeliones y así un nuevos Reinos, los reyes de aquellos años además decidieron crear un conjuro en su propia gente (y ellos mismos) que determinara un linaje puro según su procedencia: una marca transmitida de generación a generación grabada en la piel de Corazones, Espadas, Diamantes o Tréboles según donde venga el habitante; así también como la marca especial que solo a muy pocos se les presenta e indica su importante responsabilidad para con su Reino (por si nace para ser Rey, Reina, Jack o Ace). La pequeña isla, por la cual antes el Reino Rojo y Negro tanto se disputaban, se convirtió más adelante en la Isla de Paz, un lugar dónde entrenar a la joven y futura realeza (Reyes, Reinas y Jacks) y también se podían llevar a cabo reuniones entre los representantes de los cuatro Reinos (Santuario de Paz). De este modo fue que comenzó una nueva época de dicha y tranquilidad en Chessboard, hasta que un nuevo giro ocurrió.

Pronto, a pesar que existían dichas marcas que indicaban de que Reinos eran cada pobladores, los habitantes de distintos Reinos empezaron a mezclarse creando una alteración en el linaje. La gente empezaba a nacer sin una marca y por ende no tenía procedencia fija, estaban haciendo lo que más temían los primeros reyes: una propia civilización. Por dicho acto de rebeldía fue que nació un quinto y olvidado Reino, el Reino Blanco. Una isla apartada de la tierra principal de Chessboard que hasta los primeros Reinos (Negro y Rojo) no tomaron la importancia en reclamar como suyo ni tan siquiera pelearse por él. Fue en ese lugar, Reino Blanco, que la gente sin marca y rebeldes fueron a parar tal cual como una prisión, un exilio. Además a esto, se dice que a partir de aquellas alteraciones en el linaje, aparte de los humanos sin marca, también nacieron tan solo dos personas con una marca totalmente alterada: Una con los cuatro símbolos de los Reinos. Dichas personas, conocidas como Jokers, también fueron exiliadas al olvido del Reino Blanco donde son como los amos y Reyes de esas tierras. Nadie sabe su procedencia. Nadie sabe como nacieron, aunque aseguran los más viejos que todo fue a partir de una maldición.

Hoy en día la misma ley de hace 6 siglos se mantiene. Los cuatro Reinos conserva sus tradiciones, el quinto Reino sigue siendo el depósito de gente que rompe la norma vital de alterar el linaje y la Isla de Paz continúa siendo la academia para la próxima generación a la realeza de los cuatro Reinos. ¿Será posible mantener por siempre esta armonía?

Chessboard ~
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Mensaje por kai. Vie 01 Mar 2013, 8:07 pm


Personajes




Reino de Diamantes



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Mensaje por kai. Vie 01 Mar 2013, 8:15 pm




Reino de Treboles


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Mensaje por kai. Vie 01 Mar 2013, 8:22 pm

Reino de Corazones


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Mensaje por kai. Vie 01 Mar 2013, 8:28 pm


Reino de Espadas


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Mensaje por kai. Vie 01 Mar 2013, 8:44 pm

Reino Blanco


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Mensaje por kai. Sáb 02 Mar 2013, 4:23 pm

Capitulo 001


La reina de treboles se encontraba descansando en su trono. Sus cabellos eran largos, de color café, el más exquisito café de los Cuatro Reinos, y sus ojos eran de un hermoso verde esmeralda; de algún modo comparables a las irises profundas color musgo de la Reina de Espadas.

Su nombre de civil era Elizabeta Hedervary pero claro que hace mucho tiempo que nadie la llamaba asi. Del lado derecho de ella se encontraba un trono vacio, el de su Rey, Ivan Brangisky hace mucho se habia casado por obligacion. Del lado izquierdo se encontraba su fiel Jota, Roderich Edelstein, un joven de su edad con cabellos castaños y ojos violetas oscuros vestido con su traje de Jota negro con detalles verdes, este parecia estar simplemente en otro mundo sin prestar mucha atencion su Reina.

-Roderich, ¿En que piensas?- La Reina pregunto interesada mientras se arreglaba el vestido.

-En muchas cosas, Mi Reina.- Respondio el Jota sin apartar la vista del frente.

-Ve con el Rey de Diamantes y preguntale como van sus alianzas.- El contesto la Reina.

-Si, Mi Reina.- El Jota dio una exagerada revencia mientras salia de la sala del trono seguido por algunos guardias.

Y la Reina soltó un suspiro largo, apoyando la barbilla sobre el dorso de su mano, mirando hacia el ventanal, donde se veían las miles de hectáreas teñidas de verde, intensificándose en dirección a los bosques. Y de los labios rojos de la Reina salió un nombre, casi como un secreto. La mujer se levantó, cogió el jarrón de flores que el Jota había traído como obsequio a los monarcas y lo arrojó al suelo, dejando que se estrellase contra la cerámica blanca y se rompiese en mil pedazos, antes de caer de rodillas, susurrando maldiciones y palabras de odio. Lo odiaba por confundirla. Sí, lo odiaba por hacer que sus pensamientos se apartaran de su Rey, de su único amor.



* * *


A millas de distancia, la mañana apartaba las nubes del cielo. El Rey de Corazones, el benevolente Ludwig Beilschmidt, caminaba por los jardines que rodeaban a su castillo, acompañado de su Reina, de cabellos negros cortos. Sakura Honda se alzaba como la gran estratega del siglo tras la última guerra de los cuatro reinos. La Jota les seguía, corriendo torpemente, para avisarles de la llegada de un invitado, pero los reyes no lo supieron hasta que la Jota cayó estrepitosamente en un arbusto y el invitado hizo acto de presencia al ver que los Reyes no acudían a su encuentro.


- Pero qué… Feliciana, ¿qué te ha ocurrido? – Preguntó la Reina.

La pobre Jota apenas respiró y apuntó a sus espaldas, señalando a una figura alta vestida de azul y negro.

- El Rey… De Espadas… Ha llegado. – Musitó la joven Jota, de cabellos cobrizos.

El Rey de Corazones la apartó suavemente, con cuidado, y se adelantó hacia el invitado.

- Buenos días, Alfred. – Saludó el Rey de cabellos rubios peinados hacia atrás.

- Buenos días a ti, Ludwig. – Contestó el aludido, asintiendo.

- ¿Qué asuntos son los que te han traído a mi reino? – Preguntó el alto Rey vestido de rojo.

El Rey de Espadas se rascó la nuca, sus cabellos rubios cortos agitándose suavemente, sin decir una palabra. La Reina de Corazones se estremeció, temiendo que su Rey notase algo extraño en aquella visita.

- Veo que has venido sin tu Reina. – Observó agudamente el Rey rojo, sin siquiera levantar la vista.

Era demasiado obvio que había venido solo. De otro modo, la Reina misma se hubiese presentado ante ellos sin esperar. Con el carácter que poseía, era obvio que haría algo así.

- Ludwig. Esto es un asunto privado que debo tratar con tu Reina… - Suspiró el Rey azul, su mirada celeste escondiéndose en los arbustos del jardín.

Los ojos igualmente celestes del Rey de Corazones divagaron entre su Reina y el Rey extranjero. Sin embargo, terminó por suspirar y llamar a su Jota, que se presentó sin mucha tardanza, ya que estaba a poca distancia de ellos.

- ¡Dígame, Ludw…! Digo… ¡Rey mío! – Soltó atropelladamente la joven.

- Quédate con tu Reina y no le quites los ojos de encima. En caso de que el joven Rey Alfred cometa algún acto reprochable, suena el pito y mis hombres acudirán. – Ordenó el Rey de Corazones, la Jota asintio. – Será nuestro adiós, entonces, Alfred. Volveremos a vernos. – Se despidió el Rey rojo, alzando una mano grande y estirándola hacia el Rey de Espadas, que se la estrechó desconfiado.

El Rey de Corazones giró y se devolvió a su Palacio, dejando a su Reina y a su Jota junto al Rey del Reino contra el que se habían enfrentado encarnizadamente en la última guerra.
La Reina de Corazones le señaló el sendero que se internaba en la arboleda florida. Alfred asintió y siguió sus pasos. La Jota se mantuvo detrás de ellos, sigiloso y atento… O al menos lo más que podía.



* * *



Más allá del estrecho que parecía separar al Reino de Corazones del resto del continente, en una habitación de un palacio teñido de dorado y naranjo, una jovencita recién entrada en la adolescencia se cortaba el cabello. Buscaba que ese fuese su recordatorio de a quién pertenecía, cuál era su familia. Y aunque su Rey se enfadase, sabría que se alegraría de su decisión. El que no estaría de acuerdo sería su hermano. Lily Vogel era la princesa postulante al trono del flameante Reino de Diamantes. Llevaba toda su vida prometida a su Rey, un joven esbelto y muy atractivo, de hermosa melena dorada –casi como todo en aquel Palacio- y ojos azules como el mar de los Cuatro. Aquel hombre, llamado Francis y siendo el segundo de su nombre, era un amante de la belleza y de los lujos innecesarios. Tomaba muchas distracciones, pues su labor de estar día y noche en el trono le parecía cansadora. Era por eso que Lily y su hermano Vash, el Ace, tomaban muchas de las decisiones concernientes al Reino. Francis se dedicaba más a la diplomacia que a otras cosas de importancia –como lo eran el ejército- por su grandilocuencia. Esa misma grandilocuencia capaz de llevar a muchas grandes damas de los cuatro reinos a su cama.
Lily no le detestaba. Le parecía simpático, sobre todo cuando cenaban juntos y tras el banquete Francis tocaba el violín para ella. Pero en esos momentos, su hermano lucía furibundo. No, Vash no quería que Lily se casara con Francis, y era algo que había decidido ya desde hacía mucho tiempo. Su hermana llevaba quince años atada al Rey, sin amarlo. Pero el reino completo esperaba que la chica cumpliese la mayoría de edad y tomase el lugar a los pies de Francis, oyendo las liras que sonaban continuamente en el salón, contando historias de tiempos antiguos y guerras gloriosas.
Por otro lado Francis, que cabalgaba por los prados cercanos, no parecía muy en contra de la idea. Es más, el Rey aceptaba y quería mucho a su Princesa, pero… No era la clase de amor que el Rey buscaba. Lily era como una hermana pequeña, no como una amante; y lo que Francis deseaba era alguien a quién amar.
Quizá por eso la idea se le vino a la mente. La idea que daría el puntapié inicial a una guerra violenta que se llevaría a muchos soldados y civiles más allá de los océanos, donde reina la muerte. Algo tan inocente como una mascarada, lo que haría que en el futuro, Francis usase al amor como estandarte para la guerra.




* * *



- Alfred, no tenías que venir aquí tan repentinamente… Podrías haber avisado. ¿Qué pensará Alice? – Sakura se veía alterado ante los ojos de Feliciana, que observaba la escena transcurrir frente a sus ojos.

El aludido se quedó de pie junto a la Reina, sus ojos celestes desviándose hacia el suelo.

- Lo siento, Sakura. En serio lo siento. Sólo… Necesitaba verte. – Musitó el Rey, clavado en su lugar.

La Reina de Corazones se acercó a él y le puso las manos en los hombros. El Rey de Espadas era alto, y la Reina se veía reducida y delicada a su lado.

- Es arriesgado, Alfred. Ludwig lo sabe, de eso estoy segura. – Suspiró Sakura, apartándose al ver que Feliciana se sentaba junto a un árbol, buscando el momento perfecto para tomarse una siesta.

- No me importa… - Contestó Alfred, sus manos dirigiéndose a la Reina para abrazarle, quien le apartó con la sola mirada.

- Debería importarte. Tienes tu propia Reina, Alfred. ¿Sabes qué pasaría si Alice se entera? Sería capaz de pasar por sobre tu autoridad y declararle la guerra a mi Reino. Tómale la importancia que el asunto merece. – Bufó la Reina, pasando de una actitud conciliadora a dejar que sus ojos cafés se tiñesen de ira ante la insistencia del joven Rey de Espadas, que tragó saliva y se contuvo, de pie frente a ella.

- Gracias, Sakura. Volveré cuanto antes a mi Reino, pero ten por seguro que no tardaré en regresar. – El Rey de Espadas cogió la mano de su Reina amante y le besó el dorso, retirándose.

Sakura suspiró antes de volverse hacia la Jota, que ya llevaba dormido algunos momentos. La joven de estatura baja decidió no importunarle y regresar junto a su verdadero Rey.




* * *



- ¿Una fiesta?

- ¿Habla en serio, mi Rey?
Francis se quitó los guantes, el pecho inflado de orgullo ante su magnífica idea, y se sentó en su trono, con las manos en los brazos del mueble acolchado.

- ¡Claro que sí, Andromeda, Roderich! Será una fiesta para conmemorar los años de paz de los Cuatro Reinos. Deben invitar a todos los nobles, aristócratas, generales… A todos los que se les ocurra invitar… Ah, por supuesto, no deben olvidar hacerles la invitación a los Reyes, Reinas y Jotas. – El Rey de Diamantes cruzó los pies y los apoyó en el banco acolchado a sus pies, el lugar destinado a ser el asiento de honor de la Reina. – He sabido que la Reina de Tréboles es bella. No he tenido oportunidad de conocerle, y ésta podría ser la ocasión perfecta. – Los ojos azules brillaron con ansias. Roderich se sonrojó y bajó la cabeza, ocultándose. - También me gustaría ver a mis amigos del Oeste, del Reino de Espadas, y a los de mi color… Ya saben que los de Corazones son casi como parte de mi familia.

- ¿Qué clase de fiesta será, mi Rey?
Y ante la pregunta de Willux, Francis sonrió malicioso, girando el rostro lentamente para verle.

- Una mascarada. – Respondió, sin dejar de mirarle con sus ojos intensos.

Andromeda asintió y se retiró, con la excusa de preparar invitaciones para los poderosos de los Cuatro Reinos. Bien sabía Francis que no soportaba que la mirase de ese modo.

- ¡Galaxy! No se te olvide invitar al Reino Blanco.- Le grito el Rey a su Jota

Roderich, sin embargo, se mantuvo allí, y cuando la Jota se retiró, se aproximó un poco más al Rey de Diamantes.

- ¿Estás seguro de todo esto, Francis? – Preguntó el Jota castaño.

- Completamente, Rod. – Dijo el Rey de Diamantes, sin moverse.

- Odias a las Espadas. – Articuló el de ojos violeta, caminando por el salón, la voz fuerte y segura.

- Bien sabes que necesito alianzas. Y cuando el color llama, nada es más fuerte. – Soltó Francis, siguiendo a Roderich con la mirada.

- ¿Y a quién quieres enfrentarte, mi buen Rey? – Roderich frunció el ceño.

Su trabajo era controlar que la paz no fuese alterada por Reino alguno y, claramente, le irritaba enormemente que su único Rey amigo se sintiese movido a la violencia de la guerra.

- No lo sé, eso lo veremos. Es probable que quiera ir a por la Reina de Corazones si su figura es tan hermosa como dicen. – El Rey naranjo suspiró y apoyó la barbilla en el dorso de su mano. – Los Espadas son mis aliados más fuertes por ahora, y los tres Reinos juntos podemos con los Corazones perfectamente.
Roderich cerró los ojos y tragó con fuerza, intentando envalentonarse.

- Tus ambiciones te harán caer, Francis. No eres un buen monarca por ti solo. Te das festines enormes y banquetes incomparables. Y ni hablar del tema ese de los baños. Eres derrochador. No puedo imaginarte frente a un ejército. – Masculló Roderich, aproximándose al Rey hasta que sus labios quedaron junto al oído del monarca, que se levantó en silencio.

- Alguien está interesado en la Reina de Corazones, al parecer. Tranquilo, a alguien más encontraré en la mascarada. Sólo lo hago porque no quiero casarme con Lily. – Se defendió el Rey de melena dorada, entrecerrando sus ojos oceánicos.

Roderich casi se atragantó. La puerta del salón se abrió y un mensajero entró a la habitación. Al poco andar se detuvo y se inclinó ante el Rey, levantándose aparatosamente para leer un papel. En la sala del trono de todos los reinos, los mensajes se leían en voz alta, a menos que el Rey permitiese que el mensajero consultase si debía hacerse público o no. Y Francis no era de los benevolentes que lo permitían. Le llamaban transparencia ante el Rey.

- Tengo un mensaje para el Jack de Treboles, desde el Reino de Tréboles. El Rey ha vuelto de su amena reunión con la Reina de Espadas y le llama a su Palacio para la entrevista sobre los castaños del sur. – Leyó fuerte y claro el mensajero, inclinándose levemente.

- Envía un mensaje de regreso, por favor, avisando que el Jack va de camino al Reino de Tréboles y que espera enterarse de boca del Rey y no de su Ace presumido acerca de los pormenores del asunto. – Bufó el castaño, alejándose de Francis, que volvió a sentarse en su trono, estirando una mano para coger un racimo de uvas, antes de recostarse de lado en su gran asiento y comer como un César hubiese hecho.
El mensajero corrió hacia la puerta y Roderich volteó hacia el Rey.

- Has invitado al Reino Blanco, ¿Por que?-

-Hace falta un poco de divercion.-



* * *


La Comodin vei hacia el mar del Reino Blanco, este se encontraba bastante calmado para su gusto, a sus espaldas se alzaba el gran castillo que el viejo Fritz habia contruido hace mucho tiempo, aunque sus actuales ocupantes solo eran Gilbert, Peter y ella. Este siempre se encontraba inpecable sin dudarlo tal vez eran las contantes regañadas que hacia contra sus compañeros Comodin.

Algo le acaricio lentamente su cabello gris, no se asusto ya sabia muy bien de quien venia ese gesto. Volteo lentamente para encontrarse con unos ojos rojos que constrastaban con los suyos violetas.

- Gilbert, deja quieta tu cola.- Regaño la Comodin al albino que se encontraba frente de ella haciendo alusion a la larga cola de demonio que les salia a ambos de la parte baja de la espalda.

-Kesesesese, ¿Te incomoda?- El albino aparto su cola de su cabeza para entrelazarla con la de la chica.

Luna se alarmo y le dio un golpe en el estomago al albino haciendo que soltara su cola, unos pasos se escucharon acercandose a ellos.

- Moon, Gil.- Esa voz solo podia pertenecer al pequeño Peter el tercer Comodin del castillo que siempre era tratado como el hermano menor por los mayores.- Nos han invitado a un... ¿Gilbert, que te ha pasado?-

-Nada pequeño.- El Comodin trataba con las pocas fuerzas que le quedaban poder levantarse.

-Solo aprendio a no meterse con las colas de los demas.- Comento Luna sonriendo a su pequeño compañero.- ¿Que venias a decirnos?-

-¡Nos invitaron a una fiesta!- Sonrio el pequeño.- En el Reino de Diamantes.-
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Mensaje por Invitado Miér 06 Mar 2013, 2:17 pm

Creo ser tu primera lectora "PARTY HARD"
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Mensaje por Invitado Miér 22 Mayo 2013, 11:18 pm

:3 ¿sigue?
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Mensaje por kai. Lun 03 Jun 2013, 5:21 pm

Mey de nialler escribió::3 ¿sigue?
La seguiré solo que el capitulo lo tengo en otra compu y esa me la han quitado tendrás que esperar un poco lo siento.
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Mensaje por kai. Mar 04 Jun 2013, 8:26 pm

Capitulo 2



Francis se dejó llevar por la placentera sensación. Sus manos empuñaron las sábanas y la cuarta cortesana del día dejó escapar un gemido que resonó en el cuarto del Rey.
El Rey naranjo suspiró largamente, recuperando el ritmo normal de su respiración sin mucho problema, y se levantó de la cama. La mujer le siguió rápidamente en su camino hacia la ventana y le acarició los hombros, buscando que el Rey le diese la importancia que solía darle a sus amantes. Pero no recibió lo que buscaba, porque había pagado por ella. Había pagado todo lo que valían sus caricias y sus besos.

- ¿Qué ocurre, mi Rey? – Preguntó la cortesana, presionando su cuerpo desnudo contra el del Rey más apuesto de los Cuatro Reinos.

- Mira hacia afuera, Anne. Todo este Reino, todas estas tierras son mías… - Suspiró el monarca.
La joven observó el patio, viendo los jardines siendo arreglados para la mascarada.

- Parece que los preparativos están en marcha, mi Rey. – Contestó la mujer.
Francis negó con la cabeza por la ignorancia y superficialidad de la cortesana y observó más allá de las mesas que acarreaban los sirvientes.

- Eres egoísta, Anne. Piensas en la mascarada más que en lo que tu Rey dice. – Los ojos azules del Rey se alzaron al cielo azul.

- ¿Acudirá a la fiesta con la Princesa, mi Rey? – Continuó preguntando la cortesana.
Francis separó a la mujer de piel pálida de su cuerpo y se dirigió a la cama, buscando una bata con la que arroparse.

- Es lo que se espera que haga. Y así se hará. Apuesto a que querías acudir conmigo al baile. – Sonrió el monarca, cogiendo su bata de seda.
La cortesana rió suavemente, acercándosele de nuevo.

- Cualquier mujer del Reino moriría por asistir al baile con usted, mi Rey. – Dijo alegre la joven, abrazando al Rey, que le hizo apartar las manos con una mirada seria.

- Déjame solo, Anne. Tengo que arreglarme. – Soltó de pronto, la cortesana procediendo a recoger sus ropas. – Dile a Vash que envíe a algunas sirvientas a preparar mi baño de rosas.

- Así será, su Alteza. – Asintió la mujer, poniéndose el vestido apresuradamente antes de salir por la puerta, descalza como había llegado.
Francis sonrió. Estaba excitadísimo con aquella mascarada.


* * *




Alice suspiró y miró por la ventana del carruaje. El antifaz cubría parte de su rostro eficientemente, dejando a la vista sólo sus verdes orbes. Alfred sujetó su mano con suavidad, sin mirarle. Pero Alice supo, por el sonrojo que se atisbaba bajo el antifaz plateado de su esposo, que quería arreglar las cosas con ella.

- No me engañes, Alfred. – Soltó la Reina, bajando la mirada. – Sé cómo ves a la Reina de Corazones. Conozco esa mirada en ti. Sólo… No lo hagas. No es conveniente.
Alfred se mordió el labio inferior, desencantado, y llevó sus labios a la mejilla de su Reina.

- Lo lamento tanto, Alice. – Susurró.
Alice ignoró su gesto y volvió la mirada hacia el exterior. Ya estaban cerca de aquel Palacio dorado que Alice nunca había visitado y que le hacía ilusión desde ya varias lunas.
Los carruajes se detuvieron en la entrada. Los invitados comenzaron a bajar de ellos y a ingresar a los jardines, siguiendo las indicaciones de una alegre joven de piel tostada y antifaz rojo, que vestía rojo y café en su hermoso vestido, pero que mantenia un ligero espacio blanco. Alice conocía aquel rostro bajo el antifaz. Se trataba de Andromeda, la Jota de Diamantes.
Los Reyes de Espadas bajaron del carro con lentitud. Alfred vestía de negro, exceptuando su camisa inmaculada, y usaba un sombrero de copa alta que no dejaba a nadie indiferente. El bastón con gemas incrustadas en su mano era también toda una atracción y un símbolo de poder, que el joven Rey se había empeñado en usar para lucirse frente a los invitados. A su lado, Alice vestía un vestido azul, sobrio, y había dejado de lado el sombrerito que utilizaba de costumbre, usando en cambio, una boina como la que usaba su Jota. Sus zapatos eran azules. Su antifaz era plateado, brillante como el de Alfred. No llevaba más que una daga al cinto, por mera seguridad.
Yun, la Jota, vestía como lo hacía habitualmente, exceptuando el hecho de que ahora sus ropas eran de color morado, y su antifaz era negro.
- Deberíamos entrar separados, para que no nos reconozcan. Yo iré primero. Ustedes lo harán luego. Yun, escoltarás a Alice. – Ordenó el Rey azul, girando sobre sus talones y entrando de inmediato a los jardines.
Alice se admiró del Palacio desde afuera, las luces amarillas que alumbraban los jardines se le antojaban modernas y preciosas con sus formas de pájaros dorados y de animales salvajes. A su lado pasaron los Tréboles, demasiado evidentes con sus ropas de vistosos verdes. Y Alice observó a la Reina, sus largos cabellos cafés cayendo en trenzas dispersas sobre su espalda e incluso más abajo, llegándole a donde supuso que estarían sus rodillas; metida en un vestido apretado y abultado en la falda.
- Su Alteza, creo que ya deberíamos entrar. – Sugirió la Jota de cabellos negros, bufando por lo bajo.
Alice asintió y avanzó por el sendero que la Jota roja le indicó, seguido de su servidor.


* * *



La fiesta estaba estupenda, o eso podía decir Alice, mirando desde su asiento en un pequeño balcón, a un costado del salón, junto a una ventana. Las velas ardían suavemente en candelabros de oro brillante, colgando del techo o simplemente de pie. A la Reina de Espadas tanto brillo le tenía en plena fascinación. Alice estaba fascinada.
De pronto, de una de las escaleras frente a él, un joven vestido de dorado, con más de la mitad del rostro cubierto con una máscara dorada, muy recargado, y con una rosa solitaria entre sus dedos, bajó acompañado de una joven de cabellos cortos, en cuya cabeza portaba una corona de flores y su vestido era naranjo con detalles en plateado; su máscara hacía juego con los detalles y tenía la forma de una luna menguante. El joven soltó delicadamente la mano de la doncella, que corrió en dirección a un joven solitario que se mantenía de pie junto a una de las varias fuentes en las que fluía el agua.
Alice paseó la mirada verde por los presentes. Alfred retozaba conversando con quien la Reina supuso que era el As de Corazones, vestido de rosado pero con ropas que simulaban las de un arlequín. Un poco más allá, un grupo se amontonaba. Los Comodines, vestidos de negro, con coloridos antifaces, conversaban con el Rey de Tréboles no muy amistosamente, la joven Reina, de cabellos cafés, que bailaba un vals con el Jota de Tréboles, vestido en negro y pantalones verdes.
Un poco más allá, los Reyes de Corazones se secreteaban. Alice supuso que hablaban de Alfred, pues el Rey lanzaba miradas mortíferas al Rey de Espadas. Yun paseaba por la pista, esperando que alguien se dignase a bailar con ella… O quizá sólo vigilaba a Alfred desde una distancia prudente.
De la nada, el joven vestido de dorado apareció junto a los Tréboles que bailaban en la pista y pareció pedir una pieza con la joven. El Jota entregó la mano de su Reina al hombre, que se arregló la coleta de cabellos dorados antes de coger la mano de la dama y comenzar a bailar con ella. Alice observó cuidadosamente los movimientos de aquel varón de porte y elegancia imponente. Cogía a la mujer suavemente por la cintura, bajo los cabellos cafés y la hacía girar con gran delicadeza a través de la pista. Y en un giro, tras haber pasado un par de minutos en los que también habían cruzado algunas palabras, el hombre desapareció, dejando a la Reina de Tréboles sola, hasta que el Jota de Treboles se le aproximó y se inclinó ante ella para pedirle una pieza.
Ella aceptó, y un resplandor llamó la atención de Arthur nuevamente. Al otro extremo del salón, el hombre dorado requería la compañía de la Reina de Corazones. El Rey le dirigió un par de palabras, el joven pareció reír antes de coger con delicadeza la mano de la Reina. Alfred le dirigió una mirada celosa, y de pronto, Alice, que se había puesto de pie y apoyado en el balcón, sintió el poder de una mirada, de unos ojos azules profundos que ya conocía desde la infancia, pero que no podía reconocer tras el velo de la madurez.
Los cabellos negros se mecieron en el aire al ritmo del vals, mientras el joven de cabellos dorados presionaba a la Reina contra su cuerpo, no lo suficiente para ser una ofensa, pero sí le sostenía bastante más fuerte. Dieron dos giros juntos, y el joven volvió a desaparecer, para esta vez quedarse bajo el balcón en el que Alice observaba. O eso supuso ella, hasta que sintió una presencia completamente ajena tras él. No quiso voltear de inmediato, disfrutando el aroma suave que aquella persona dejaba escapar por sus poros.
- No parece disfrutar de la fiesta. – Sonrió el joven, acercándosele.
Alice suspiró.
- No me gustan las fiestas. Prefiero leer antes que bailar. – Contestó, girándose y viendo al hombre.
- Le he estado viendo desde algunos minutos… Y me gustaría bailar con usted, aunque fuese aquí, en el balcón.
Alice sopesó la idea proveniente de aquella voz grave y, sin embargo, tan dulce.
- Supongo que puedo concederle una pieza, señor.
La Reina ofreció su mano desnuda, y el hombre la cogió con delicadeza. Su mano se apoyó en el hombro de quien le rodeaba con el brazo la cintura. Alice ofreció un suave suspiro, que hizo que los labios ajenos se torciesen en una sonrisa seductora. El hombre se movió suavemente hacia un lado; Alice con él, y luego al otro. Y la Reina de Espadas supo que esos ojos de azul oceánico causarían su tragedia.
- Es usted uno de esos hombres que se las dan de picaflores, ¿no es así? – Preguntó la de cabellos largos, dejándose guiar; sus ojos cautivados por los azules.
- Véalo como le plazca, pero al final de la noche sólo una persona recibirá la rosa que traigo conmigo. – Dijo el joven de dorados cabellos, haciendo a Alice girar antes de soltarle la mano y apartarse de ella. – Y usted parece ser un buena candidata… - Continuó.
Alice se sonrojó bajo el antifaz y se giró hacia la pista de baile. Cuando volvió a mirar hacia sus espaldas, el hombre ya no estaba.


* * *



Las campanadas de las doce ya habían repicado en el Palacio cuando los Espadas abandonaban la mascarada a medio acabar. Alice se arropó aguardando paciente hasta que la puerta del carruaje se abrió. El Rey subió primero, y ella le siguió luego, soltando su capa hasta que se vio dentro del vehículo, segura y cómoda en el asiento de cuero; pero recordando con nostalgia aquellos sofás tapizados en seda, llenos de mullidos cojines y almohadas de los más diversos y exóticos colores, que confortaban a los invitados de los Diamantes. Alice hubiese querido agradecer al Rey por sus atenciones, pero nunca le encontró; nunca le fue presentado.
Yun se estaba tardando en subir, cruzando palabras con una joven vestida de naranjo y cortos cabellos rubios; con una corona de flores y verdes ojos resplandecientes. Alice tragó saliva; era la acompañante del joven de ropas doradas que había bailado con ella.
La Jota subió a la carroza.
- Mi Reina, la Princesa de Diamantes desea hablar con usted.
Alice tragó saliva, intentando no cruzar miradas con Alfred al levantarse y bajar del carro, encontrándose con la doncella en las puertas del Palacio. La noche era agradable, pero algo fría para la costumbre de los Diamantes; por eso la chica estaba usando una capa de delicadas lanas en vez de una de velo, como sería lo común.
- Buenas noches. – Soltó Alice; su rostro descubierto observando los rasgos delicados de la florecilla que tenía enfrente. No debía pasar de los quince años. Y, con elegancia, la joven se inclinó frente a él, en una agraciada reverencia.
- Muy buenas noches sean, Reina de Espadas. He sido enviada como emisaria de alguien muy interesante y con mucho dinero a quien le gustaría tenerle de invitada más a menudo en el Reino. – Dijo la chica, soltando las palabras que había memorizado.
- Supongo que se trata de tu Rey. ¿Vestía de dorado?
La muchacha asintió y estiró las manos. En ellas portaba un sobre amarillento y una rosa solitaria, algo diferente a la que el hombre había llevado junto a él en el baile.
- Ha dicho que la rosa cultivada que llevaba consigo no era suficiente para reflejar su belleza, Reina. Así que decidió ir él mismo a por una rosa salvaje de la colina. Son algo escasas, por eso ha tardado la entrega. Lamenta la tardanza de todo corazón. – Continuó la chica mientras Alice cogía la rosa y el sobre, asegurándose de estar de espaldas a la carroza antes de guardarse la carta en la chaqueta, bajo la capa, pero con la rosa en su mano. Era roja, intensa.
- Dale las gracias de mi parte. – Contestó Alice, sin percatarse de que se estaba sonrojanda.
- Así será.
La chica se inclinó levemente antes de girar.
- ¡Espera! Al menos dime tu nombre, Princesa. – Pidió Alice.
La muchacha volteó, sonriendo mientras la brisa se alzaba desde la colina.
- Lily. Lily Zwingli.
- Soy Alice. Alice Kirkland. Ha sido un placer. ¿El nombre de tu Rey?
La joven se encogió de hombros.
- Me dijo que se sentiría honestamente honrado si usted pide el nombre a su esposo y éste le responde inocente. – Contestó, en cambio, girándose y entrando a los jardines.
Alice se quedó allí, de pie, sujetando la rosa fuertemente en su mano, sin darse cuenta de que las espinas le hacían sangrar. Sus ojos verdes se dirigieron al Palacio, sin saber que, desde una ventana, el Rey que causaría el caos le observaba con el corazón agitado y las pestañas rubias moviéndose rápidamente al parpadear, mientras dejaba que sus doncellas le despojasen de sus prendas doradas.
kai.
kai.


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Mensaje por adrii_sl Vie 07 Jun 2013, 3:26 pm

me gusta mucho la temática espero que la sigas pronto
adrii_sl
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