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"Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
me encanto el cap :D
gracias por subirlos:cheers: :cheers: :cheers:
me kiere probar...me va a morder en el cuello???
sigue necesito saber
me muero si no subes x_x
gracias por subirlos:cheers: :cheers: :cheers:
me kiere probar...me va a morder en el cuello???
sigue necesito saber
me muero si no subes x_x
Paulinna:D
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
No Gatita porque la dejas ahí
que me haga lo que quiera :twisted:
dios con esta novela amo a Nick :¬w¬:
por favor pon otro antes de que me muera
que me haga lo que quiera :twisted:
dios con esta novela amo a Nick :¬w¬:
por favor pon otro antes de que me muera
Leelan_Soteria
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
Gatiita escribió:en un rato mas subo Cap :D
NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! moriré mi gatita
quiero saber que me hará Nick
juro que tu novela cada día me gusta mas
pero después de esa noche con Nick :affraid: :¬w¬: :twisted:
mi imaginación voló
Leelan_Soteria
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
Perfección Joe Jonas escribió:Gatiita escribió:en un rato mas subo Cap :D
NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! moriré mi gatita
quiero saber que me hará Nick
juro que tu novela cada día me gusta mas
pero después de esa noche con Nick :affraid: :¬w¬: :twisted:
mi imaginación voló
jajajajaja!!!
en seguida subo Cap !!
Invitado
Invitado
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
–¿Te pasa algo? –le preguntó Alice.
Luchó contra la parte de sí mismo que le exigía tomarla sin miramientos. La entrepierna le ardía por el deseo. Estaba fuera de control.
El aroma de Alice lo rodeaba; no había nada más. No existía nada que no fuese ella. Y eso lo hacía muy peligroso.
Letal.
Con un gruñido, echó mano de la poca fuerza de voluntad que le quedaba y se obligó a apartarse de ella.
–Corre, Alice–masculló.
Ella no dudó ni un instante. Algo iba muy mal. Agarró la ropa y salió corriendo hacia su habitación.
Nicholas escuchó, tendido en el frío suelo, cómo los pasos se alejaban. Rodeó su miembro con una mano y notó cómo se agitaba, dolorido, bajo la palma. Nunca había experimentado algo parecido a lo que le estaba sucediendo. ¡Por Zeus! Un minuto más y le habría hundido los colmillos en el cuello.
Cerró los ojos y siguió temblando mientras luchaba por dominarse. Por someter a esa bestia que le exigía tomar a Alice una y otra vez, sin importar las consecuencias.
Alice no dejó de temblar hasta que llegó a su habitación. Nunca podría olvidar la expresión animal del rostro de Nicholas cuando le había ordenado que huyera. No había tenido miedo de él antes pero, ahora que había visto claramente al Cazador Oscuro, comprendía por qué los Daimons se meaban encima cuando se topaban con él.
Intentó calmarse respirando profundamente. Lo único que siempre había deseado era una relación normal.
Pero claro, pedir normalidad a un vampiro era excederse…
Con el corazón desbocado, se miró al espejo. Tenía los labios hinchados por sus besos y el cuello enrojecido allí donde la barba de Nicholas la había rozado.
–¿Alice?
Se quedó petrificada al oír su voz al otro lado de la puerta.
–¿Qué? –le contestó, insegura.
Él abrió la puerta pero no entró.
–¿Te he asustado?
–¿Quieres que sea sincera?
Él asintió con la cabeza.
–Sí.
Esa mirada ardiente se clavó con más intensidad en ella.
–Lo siento.
Amanda supo que era verdad. Nicholas se sentía culpable y sus ojos lo decían con claridad.
–Si es así, ¿por qué no me has pedido que te lleve a casa? –le preguntó él. Aunque hablaba casi en un susurro, su voz resonó en el pesado silencio de la habitación.
Ella se puso nerviosa.
–¿Quieres que me vaya?
Nicholas tardó tanto en contestar que pensó que no diría nada. Finalmente, murmuró:
–No.
La sinceridad de la respuesta la dejó atónita. Ni una declaración de amor en toda regla habría conseguido sorprenderla tanto como esa escueta respuesta.
Estaba a punto de acercarse a él cuando Nicholas retrocedió y ella se dio cuenta de que aún no debía haber recuperado del todo el control de sus acciones. Pero aún así lo deseaba.
–Entonces no me iré hasta que me eches.
Se quedó helado. El mundo dejaría de existir antes de que él la apartara de su lado. Y, al instante, lo asaltó otra idea: cuando el mundo dejara de existir, él aún estaría vivo, mientras que ella… se estremeció al recordar el significado de la palabra «inmortal». Era muy consciente de que para ellos dos no habría un «y vivieron felices para siempre».
Luchó contra la parte de sí mismo que le exigía tomarla sin miramientos. La entrepierna le ardía por el deseo. Estaba fuera de control.
El aroma de Alice lo rodeaba; no había nada más. No existía nada que no fuese ella. Y eso lo hacía muy peligroso.
Letal.
Con un gruñido, echó mano de la poca fuerza de voluntad que le quedaba y se obligó a apartarse de ella.
–Corre, Alice–masculló.
Ella no dudó ni un instante. Algo iba muy mal. Agarró la ropa y salió corriendo hacia su habitación.
Nicholas escuchó, tendido en el frío suelo, cómo los pasos se alejaban. Rodeó su miembro con una mano y notó cómo se agitaba, dolorido, bajo la palma. Nunca había experimentado algo parecido a lo que le estaba sucediendo. ¡Por Zeus! Un minuto más y le habría hundido los colmillos en el cuello.
Cerró los ojos y siguió temblando mientras luchaba por dominarse. Por someter a esa bestia que le exigía tomar a Alice una y otra vez, sin importar las consecuencias.
Alice no dejó de temblar hasta que llegó a su habitación. Nunca podría olvidar la expresión animal del rostro de Nicholas cuando le había ordenado que huyera. No había tenido miedo de él antes pero, ahora que había visto claramente al Cazador Oscuro, comprendía por qué los Daimons se meaban encima cuando se topaban con él.
Intentó calmarse respirando profundamente. Lo único que siempre había deseado era una relación normal.
Pero claro, pedir normalidad a un vampiro era excederse…
Con el corazón desbocado, se miró al espejo. Tenía los labios hinchados por sus besos y el cuello enrojecido allí donde la barba de Nicholas la había rozado.
–¿Alice?
Se quedó petrificada al oír su voz al otro lado de la puerta.
–¿Qué? –le contestó, insegura.
Él abrió la puerta pero no entró.
–¿Te he asustado?
–¿Quieres que sea sincera?
Él asintió con la cabeza.
–Sí.
Esa mirada ardiente se clavó con más intensidad en ella.
–Lo siento.
Amanda supo que era verdad. Nicholas se sentía culpable y sus ojos lo decían con claridad.
–Si es así, ¿por qué no me has pedido que te lleve a casa? –le preguntó él. Aunque hablaba casi en un susurro, su voz resonó en el pesado silencio de la habitación.
Ella se puso nerviosa.
–¿Quieres que me vaya?
Nicholas tardó tanto en contestar que pensó que no diría nada. Finalmente, murmuró:
–No.
La sinceridad de la respuesta la dejó atónita. Ni una declaración de amor en toda regla habría conseguido sorprenderla tanto como esa escueta respuesta.
Estaba a punto de acercarse a él cuando Nicholas retrocedió y ella se dio cuenta de que aún no debía haber recuperado del todo el control de sus acciones. Pero aún así lo deseaba.
–Entonces no me iré hasta que me eches.
Se quedó helado. El mundo dejaría de existir antes de que él la apartara de su lado. Y, al instante, lo asaltó otra idea: cuando el mundo dejara de existir, él aún estaría vivo, mientras que ella… se estremeció al recordar el significado de la palabra «inmortal». Era muy consciente de que para ellos dos no habría un «y vivieron felices para siempre».
FIN DEL CAPITULO 10
Invitado
Invitado
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
Once
Nicholas seguía atormentado por lo que había sucedido con Alice la noche anterior. Había estado muy cerca de estropearlo todo. Había estado tan cerca de…
Desechó la idea de su mente y siguió caminando sobre los tejados del Barrio Francés; era casi medianoche. Las ráfagas de aire helado agitaban su abrigo de cuero mientras caminaba por el borde del tejado, mirando los callejones adyacentes al edificio. Solía encaramarse a los lugares más altos, como un gato; de ese modo, nadie advertía su llegada. Al menos no hasta que era demasiado tarde. Se detuvo al escuchar algo.
–No me hagáis daño.
El viento trajo el débil sonido de una voz, procedente de unos edificios cercanos al lugar donde se encontraba.
Se deslizó sobre los tejados, más ágil y rápido que un guepardo, hasta que encontró a la persona que acababa de hablar. Si alguien se asomaba al oscuro callejón, sólo vería a un pobre hombre al que estaban asaltando; pero los cuatro Daimons rubios no podían pasar desapercibidos a los ojos de un Cazador Oscuro.
Arqueó una ceja. Era la misma imagen de siempre. Por alguna razón, a los vampiros les gustaba moverse en grupos de cuatro o seis. Habían acorralado al humano en un rincón, junto a un viejo edificio en ruinas. Sorprendentemente, la víctima le resultaba familiar.
Rodeado por el insoportable olor a basura, el hombre intentó ofrecerles a los Daimons la cartera.
–Tomad –les dijo con voz insegura–. Pero no me hagáis daño.
El vampiro más alto del grupo soltó una carcajada.
–¡Vaya! Pero si no vamos a hacerte daño, humano… vamos a matarte.
Nicholas saltó desde el tejado, con los brazos extendidos para guardar el equilibrio. Mientras descendía los tres pisos que le separaban del callejón, el abrigo flotaba a su alrededor empujado por el viento. Aterrizó sin hacer ningún ruido, agazapado tras los Daimons.
–¿Habéis oído eso? –preguntó uno de los vampiros, mirando a uno y otro lado.
–Lo único que oigo son los latidos de un corazón humano. –Nada más decirlo, el más alto de los Daimons agarró al hombre.
–O… –dijo Nicholas, alzándose muy despacio hasta quedar completamente erguido. Apartó el abrigo y colocó la mano sobre la empuñadura del srad de Talon–… el sonido de cuatro Daimons a punto de morir.
Cuando los vampiros se apartaron de su víctima, Nicholas reconoció al humano. Era Cliff que, a su vez, también lo reconoció al instante.
–¡¿Tú?! –rugió–. ¿Qué estás haciendo aquí?
Malditas sean las Parcas, pensó. No le apetecía nada ayudar al hombre que había hecho daño a Alice. Ella le había contado toda la historia, junto con las duras críticas que su ex-prometido había dedicado a la familia Devereaux al completo. El tipo no se merecía su ayuda.
Maldito sea el Código.
Nicholas le contestó en voz alta.
–Según parece, te estoy salvando la vida.
–No necesito tu ayuda.
Los cuatro Daimons se dieron la vuelta para mirar a Cliff y estallaron en carcajadas.
–Ya lo has oído, Cazador Oscuro –dijo el líder del grupo–. No necesita tu ayuda, así que te puedes largar.
Nicholas suspiró, tentado por la idea de marcharse.
–Sí, pero ¿sabes una cosa? A veces hay que salvarlos aunque no quieran.
En ese momento, el más alto de los cuatro vampiros atacó. Nicholas arrojó el srad pero, antes de pudiera golpear al Daimon, Cliff agarró a su atacante y tiró de él hasta hacerlo tambalearse y perder el equilibrio.
–Ahora vas a saber quién es el malo aquí. –Y, diciendo esto, dio un puñetazo al vampiro, que no pareció notarlo, ya que siguió en pie riéndose de él.
El srad se estrelló contra la pared y se rompió en dos. ¡Gilipollas! De no ser por la bravata de Cliff, el Daimon ya estaría muerto. Haciendo un esfuerzo supremo, Nicholas corrió a interponerse entre el humano y el vampiro antes de que éste atacara. No llegó a tiempo; apenas se había acercado a Cliff cuando el Daimon le dio una patada que lo lanzó sobre el cuerpo endeble del humano.
Los dos cayeron al suelo, pero Nicholas rodó sobre sí mismo y se puso en pie con agilidad mientras el ex-novio de Alice forcejeaba para levantarse. Le costó la misma vida no poner los ojos en blanco ante la inutilidad del tipo.
–¿Te importaría salir corriendo?
Cliff volvió a adoptar una actitud arrogante nada más ponerse en pie.
–Soy perfectamente capaz de luchar contra ellos, igual que tú.
Nicholas reprimió un gruñido de exasperación. Ese tío era un imbécil. En primer lugar, apenas si llegaba al metro ochenta, mientras que los Daimons igualaban su altura e incluso la superaban. En segundo lugar, el cuerpo del humano era el de un experto en el sillón-ball… muy diferente al musculoso y letal de los vampiros.
Sin ninguna duda, Cliff era una enorme amenaza…
Antes de que pudiera moverse, dos de los vampiros fueron a por él. Nicholas golpeó al primero con una bota y lo pulverizó. El otro lo atacó con una espada. Impulsándose hacia un lado, saltó, dio una vuelta hacia atrás en el aire y aterrizó sobre la escalera de incendios, justo encima del Daimon.
–¡Oye! –exclamó Cliff–. ¿Cómo has hecho eso?
No hubo tiempo de responder, ya que los tres Daimons restantes se abalanzaron sobre la escalera, tras él. Nicholas volvió a saltar al callejón.
Lógicamente, los vampiros lo siguieron.
Nicholas se preparó para el ataque. Tan pronto como el líder se acercó, Cliff llegó corriendo y se colocó a su lado, empuñando un palo de madera. Se dispuso a golpear a los vampiros al mismo tiempo que éstos se acercaban a Nicholas.
Atrapado entre Cliff y los Daimons, Nicholas fue incapaz de maniobrar. Como resultado, el ex-novio de Alice acabó golpeándole en la cabeza con el palo. El dolor estalló de repente en el cráneo del cazador y se tambaleó hacia atrás. Sacudió la cabeza para despejarse y se recuperó un instante antes de que dos de los vampiros lo agarraran por la cintura y lo echaran al suelo.
Sujetándole las muñecas, extendieron sus brazos a los lados y lo inmovilizaron. El pánico se adueñó de él al instante, asaltado por los viejos recuerdos.
–Hemos encontrado su punto débil –dijo uno de los Daimons–. Decidle a Desiderius que con los brazos extendidos se vuelve loco.
Vale, puede que lo hubieran descubierto. Pero ninguno de ellos iba a vivir lo suficiente como para revelarlo. Rugiendo de rabia, Nicholas alzó las piernas hasta subirlas por encima de la cabeza y se impulsó con fuerza, saltando hasta quedar en pie, libre de sus captores. Con los colmillos bien visibles, apuñaló a un Daimon y luego al otro. El vampiro restante comenzó a alejarse camino de la calle principal. Nicholas le lanzó el otro srad a la espalda y el Daimon se desintegró.
Cuando se dio la vuelta, vio a Cliff mirándolo con la boca abierta y el rostro ceniciento. Se le pusieron los ojos en blanco y cayó al suelo, desmayado.
Nicholas se acercó para comprobar su estado, totalmente asqueado. Tenía el pulso acelerado, pero estable.
–¿Qué vería en ti? –se preguntó mientras cogía el móvil y llamaba a una ambulancia.
Horas después –una vez se convenció de que el ex-novio de Alice sobreviviría–, volvió a casa. No había modo de localizar a Desiderius.
Joder.
Se detuvo en la puerta de la cocina y observó a Alice con curiosidad. Eran casi las cinco de la mañana y, según parecía, estaba haciendo sopa y unos sándwiches.
¿Y esto?
Se movía por la cocina con la elegancia de una ninfa, totalmente ajena a su presencia. Estaba tarareando una melodía, «S.O.S», de los Jonas Brothers, si no estaba equivocado. Una elección extraña…
No había conocido a una mujer más fascinante en toda su vida. Llevaba un camisón de seda ligeramente transparente, pero que ocultaba sus curvas. El suave color azul le sentaba de maravilla a esa piel pálida y al pelo cobrizo.
Su miembro reaccionó al instante y se endureció. Cuanto más la miraba, más la deseaba.
Estaba echando la sopa en dos cuencos y, una vez acabó, metió un dedo para comprobar la temperatura.
Eso era más de lo que un inmortal podía soportar. Se movió como una sombra hasta ponerse a su espalda y la cogió de la mano.
Ella alzó la vista con un jadeo, asustada hasta que lo reconoció. Sin dejar de sonreírle, Nicholas se llevó su dedo a la boca y pasó la lengua a su alrededor, saboreando tanto la sopa como la piel de Alice.
–Delicioso –le dijo.
Ella se sonrojó.
–Hola, cielo, ¿qué tal te ha ido en el trabajo?
Nicholas soltó una carcajada por la imitación de Donna Reed.
–¿Otra vez has estado viendo Nick at Nite?
Alice se encogió de hombros con timidez.
–Pensé que te gustaría un poco de comida caliente, para variar, cuando llegaras a casa. Debes sentirte muy solo cuando llegas a una casa vacía y oscura, sin nadie que te dé la bienvenida.
No podía imaginarse cuánto. La miró, observando esos labios abiertos que lo llamaban a gritos. Habían pasado muchos siglos desde la última vez que alguien le diera la bienvenida al volver a casa. Siglos de inenarrable soledad y abandono.
Pero ambos sentimientos habían desaparecido en el mismo instante que despertó en aquella fábrica abandonada y contempló esos enormes y vivaces ojos azules que lo hacían arder.
Alice no estaba preparada para lo que Nicholas hizo a continuación. La besó como un poseso. Le introdujo la lengua en la boca, saboreando sus profundidades, mientras le acariciaba la espalda con las manos antes de colocarlas sobre su trasero. Era la primera vez que permitía a un hombre tomarse esas libertades; claro, que tampoco es que le importara demasiado. Nunca había creído ser una mujer particularmente atractiva. No hasta que lo conoció a él.
Tratándose de Nicholas, parecía no tener inhibiciones. Quería estar con él a todas horas; quería abrazarlo, tocarlo… estar a su lado. Si pudiera, se volvería a ponerse los grilletes y, esta vez, para siempre.
Sin interrumpir el beso, Nicholas deslizó las manos por debajo del borde del camisón, en busca de ese lugar cálido y húmedo que latía de deseo. Alice gimió cuando la tocó; cuando sus dedos se deslizaron en su interior y comenzaron a atormentarla sin piedad. ¡Dios! Qué facilidad tenía ese hombre para ponerla a cien.
–Nicholas, la sopa –le dijo sin aliento.
Invitado
Invitado
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
no la dejes justo en "ese" momento :twisted:
y la sopa se va a enfriar :D
sigue por favor :cheers: :cheers: :cheers: :cheers: :cheers:
y la sopa se va a enfriar :D
sigue por favor :cheers: :cheers: :cheers: :cheers: :cheers:
Paulinna:D
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
Gatita no la dejes ahí
por favor siguela
necesito saber que pasara :¬w¬:
por favor siguela
necesito saber que pasara :¬w¬:
Leelan_Soteria
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
–Nicholas, la sopa –le dijo sin aliento.
Él se retiró un poco, con la respiración alterada y los labios hinchados por el beso.
–Que espere.
Esa noche lo rodeaba un aura un poco más indómita; algo salvaje y malicioso. La llevó hasta la mesa y la ayudó a tenderse sobre ella. Con una mirada hambrienta y apasionada, se puso en pie entre sus piernas y la observó.
–Esto sí que es un banquete digno de un rey.
Y se inclinó. Ella emitió un jadeo al sentir la furia de esas manos inquisitivas, que parecían estar en todos sitios a la vez. Sus caricias la electrificaban; la dejaban saciada y la hacían ansiar mucho más.
Mientras la besaba hasta hacerla perder la cordura, ella estiró un brazo en busca de la cremallera de los pantalones y la bajó para poder tocarlo. Ya estaba duro como una roca y lo notó palpitar entre los dedos. Nicholas soltó un gemido sobre sus labios.
Su actitud no dejaba de sorprenderla. Un guerrero inmortal que no necesitaba a nadie y que, aun así, se comportaba con exquisita ternura entre sus brazos. Un hombre que se estremecía cuando ella acariciaba su miembro y deslizaba la mano sobre él.
Las caricias de Alice le nublaban la mente. No podía pensar. Sólo podía inhalar su aroma y saborearla. La deseaba con toda el alma. La pasión y el deseo le impedían razonar más allá de lo que estaba sucediendo y, sin darse cuenta de lo que hacía, le apartó las manos y se hundió en ella.
Alice dejó escapar un gemido ante la increíble sensación de tenerlo profundamente enterrado en su cuerpo. Su miembro era tan grueso y estaba tan duro… la llenaba por completo. Le envolvió la cintura con las piernas al mismo tiempo que Nicholas comenzaba a mover las caderas, alternando un ritmo suave con embestidas largas y profundas.
Se amaron muy lentamente. Ella se retorcía bajo los poderosos envites de Nicholas mientras éste le mordisqueaba el cuello, arañándola con los colmillos. Al cerrar los ojos, volvió a sentir el increíble vínculo que los unía. Eran un solo ser. En ese instante, Nicholas se estremeció y susurró su nombre sobre sus labios, haciéndola temblar de deseo.
Y cuando el mundo se desintegró, Alice creyó ver un millar de colores girando a su alrededor.
Nicholas la observó mientras llegaba al orgasmo y sintió cómo envolvía su miembro con más fuerza. ¡Por los dioses! Cómo anhelaba poder satisfacerse, pero no podía; sus poderes ya se estaban debilitando, y los necesitaba para mantenerla a salvo.
Salió de ella de mala gana, rechinando los dientes.
Se colocó la ropa sin decir una sola palabra, aunque por dentro se moría de dolor, y dio un tirón a los vaqueros intentando aliviar la incomodidad que le producía la presión de la tela sobre su erección.
Resultó inútil.
Alice sintió pena por él al percibir su incomodidad y la rigidez de sus movimientos. ¿Cómo podía llevarla al orgasmo y no buscar su propia satisfacción? Debía estar sufriendo una agonía.
Y sin quejarse.
Ninguno de los dos dijo nada mientras comían, pero Alice lloraba por dentro. Por su pobre guerrero. En el fondo de su mente, una vocecilla le decía que no importaba lo mucho que lo quisiera, porque entre ellos nunca habría lugar para una relación.
Se despertó pasadas las tres de la tarde. Salió de la cama, se dio una ducha y se vistió mientras Nicholas seguía durmiendo.
¡Dios santo! Era tan guapo… tenía un brazo alzado sobre la cabeza y, en esa posición, se asemejaba más a un niño dormido que a un sombrío guerrero inmortal. Siguiendo un impulso, se inclinó y lo besó en los labios. Él se incorporó y la aferró por el cuello; la apretaba con tanta fuerza que apenas podía respirar.
–¿Nicholas? –jadeó, forcejeando para soltarse–. Cariño, me estás ahogando.
Él no le hizo caso. Le costó más de tres minutos librarse de sus manos.
–Muy bien –dijo sin aliento, mientras observaba cómo él se daba la vuelta y se quedaba de costado–. Recuérdame que no se me ocurra volver a hacerlo.
Lo tapó con las sábanas y salió de puntillas de la habitación.
Encontró a Jack en el salón de la planta baja; se había calzado unos patines y se deslizaba de un lado a otro de la estancia, sorteando montañas de papeles.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó.
Él se detuvo y se encogió de hombros.
–Nicholas se cabrea si uso el monopatín dentro de la casa.
Alice soltó una carcajada.
–Vale; aunque supongo que tampoco le harán mucha gracia los patines.
–Probablemente no, pero, ¡joder!, este lugar es enorme y tengo que ir del sitio A al B sin que me acaben temblando las piernas.
Ella volvió a reírse. El humor del Escudero era contagioso, una vez que te acostumbrabas a él.
Describió una pequeña circunferencia y entró patinando a la cocina. Antes de que ella pudiese llegar a mitad de la sala, Jack regresó, trayéndole un vaso de zumo de naranja.
–Gracias –le dijo mientras lo cogía–. ¿Qué se sabe de Rosa?
–Miguel dice que está mejor. Cuando llamé se había despertado y estaba viendo La Rueda de la Fortuna.
–Estupendo.
–Sí, Nicholas se alegrará mucho.
Súbitamente, se escuchó tras ella un estruendo horrible. Aterrorizada por la idea de que fuese Desiderius irrumpiendo de forma repentina, se dio la vuelta y vio en el suelo un enorme montón de oro y diamantes; exactamente en el mismo lugar en el que solía estar una mesita tallada a mano del siglo XII.
–¡Mierda! –exclamó el Escudero con una mirada hastiada–. A Nicholas le encantaba esa mesa. Ahora sí que va a cabrearse.
–¿Qué es eso? –preguntó Alice, acercándose para ver mejor lo que podría ser el rescate de un rey en lingotes de oro y diamantes.
Jack suspiró.
–Estamos a primeros de mes.
–¿Cómo?
El Escudero se encogió de hombros.
–Artemisa no acaba de entender que es más sencillo hacer una transferencia a las cuentas de sus Cazadores Oscuros. Así que, una vez al mes, nos encontramos una montaña de oro y diamantes donde menos lo esperamos. En una ocasión, todo cayó a la piscina; imagínate la puta*da.
–No te lo tomes a broma –contestó Alice, maravillada por la cantidad–. Alguien podría acabar herido.
–Eso es cierto. El tercer Escudero de Nicholas murió así.
Alice se dio la vuelta para mirarlo a la cara y, al instante, se dio cuenta de que Jack no estaba bromeando.
–Y, ¿qué hacen con todo eso? –preguntó, señalando el montón de oro.
Él sonrió.
–Ejerzo de San Jack. Hay un Escudero en la ciudad que se encarga de cambiarlo a dólares. Desde allí, la mayoría del dinero se destina a obras de caridad. El dos por ciento va a una fundación que se dedica a cuidar de las familias de los Escuderos que murieron cumpliendo con su deber y a los Escuderos que se han retirado; otro dos por ciento se destina a una empresa de investigación, encargada de hacer juguetitos electrónicos para los Cazadores Oscuros.
–¿Con cuánto se queda Nicholas?
–Con nada. Vive de los intereses del dinero que tenía cuando era humano.
–¿En serio?
Jack le contestó con un movimiento de cabeza.
¡Guau! Debía haber estado forrado en aquella época.
–Vale, ¿puedo hacerte una pregunta un poco impertinente?
Jack sonrió.
–¿Quieres saber cuánto gano?
–Sí.
–Lo suficiente para hacer de mí un hombre muy feliz.
En ese momento sonó el teléfono.
El Escudero se alejó patinando mientras Alice se tomaba el zumo sentada en el sofá y leía el periódico. Cuando acabó dejó el vaso en la mesa de café... o ataúd.
Unos minutos después, Jack volvió con muchas prisas; tenía una expresión ceñuda y ni siquiera le habló mientras se acercaba al armario situado en la pared del fondo. Cuando abrió la puerta, Alice vio un impresionante arsenal.
El terror se apoderó de ella.
–¿Qué ocurre?, ¿Quién ha llamado?
–Era Acheron, avisando que entramos en alerta roja.
Alice frunció el ceño. Por las prisas que llevaba el Escudero, sabía que algo debía ir muy mal.
–¿Y eso qué significa?
La expresión de Jack le erizó la piel.
–¿Conoces el dicho «El infierno acaba de desatarse»?
–Sí.
–Se inventó para designar una situación de alerta máxima. Por alguna razón, hay una alta concentración de Daimons en esta zona. Acaban de abandonar sus refugios. Cuando hay una aglomeración de esta magnitud, los vampiros alcanzan su fuerza máxima y se alimentan, lo necesiten o no. No hay nada más peligroso que una alerta máxima, exceptuando, claro está, un eclipse de sol. Las cosas se van a poner muy feas esta noche.
A las siete en punto, Alice supo –de primera mano– que Jack no mentía. Estaba limpiando los restos del «desayuno» de Nicholas mientras su Escudero le contaba la conversación que había tenido con Acheron.
Él se retiró un poco, con la respiración alterada y los labios hinchados por el beso.
–Que espere.
Esa noche lo rodeaba un aura un poco más indómita; algo salvaje y malicioso. La llevó hasta la mesa y la ayudó a tenderse sobre ella. Con una mirada hambrienta y apasionada, se puso en pie entre sus piernas y la observó.
–Esto sí que es un banquete digno de un rey.
Y se inclinó. Ella emitió un jadeo al sentir la furia de esas manos inquisitivas, que parecían estar en todos sitios a la vez. Sus caricias la electrificaban; la dejaban saciada y la hacían ansiar mucho más.
Mientras la besaba hasta hacerla perder la cordura, ella estiró un brazo en busca de la cremallera de los pantalones y la bajó para poder tocarlo. Ya estaba duro como una roca y lo notó palpitar entre los dedos. Nicholas soltó un gemido sobre sus labios.
Su actitud no dejaba de sorprenderla. Un guerrero inmortal que no necesitaba a nadie y que, aun así, se comportaba con exquisita ternura entre sus brazos. Un hombre que se estremecía cuando ella acariciaba su miembro y deslizaba la mano sobre él.
Las caricias de Alice le nublaban la mente. No podía pensar. Sólo podía inhalar su aroma y saborearla. La deseaba con toda el alma. La pasión y el deseo le impedían razonar más allá de lo que estaba sucediendo y, sin darse cuenta de lo que hacía, le apartó las manos y se hundió en ella.
Alice dejó escapar un gemido ante la increíble sensación de tenerlo profundamente enterrado en su cuerpo. Su miembro era tan grueso y estaba tan duro… la llenaba por completo. Le envolvió la cintura con las piernas al mismo tiempo que Nicholas comenzaba a mover las caderas, alternando un ritmo suave con embestidas largas y profundas.
Se amaron muy lentamente. Ella se retorcía bajo los poderosos envites de Nicholas mientras éste le mordisqueaba el cuello, arañándola con los colmillos. Al cerrar los ojos, volvió a sentir el increíble vínculo que los unía. Eran un solo ser. En ese instante, Nicholas se estremeció y susurró su nombre sobre sus labios, haciéndola temblar de deseo.
Y cuando el mundo se desintegró, Alice creyó ver un millar de colores girando a su alrededor.
Nicholas la observó mientras llegaba al orgasmo y sintió cómo envolvía su miembro con más fuerza. ¡Por los dioses! Cómo anhelaba poder satisfacerse, pero no podía; sus poderes ya se estaban debilitando, y los necesitaba para mantenerla a salvo.
Salió de ella de mala gana, rechinando los dientes.
Se colocó la ropa sin decir una sola palabra, aunque por dentro se moría de dolor, y dio un tirón a los vaqueros intentando aliviar la incomodidad que le producía la presión de la tela sobre su erección.
Resultó inútil.
Alice sintió pena por él al percibir su incomodidad y la rigidez de sus movimientos. ¿Cómo podía llevarla al orgasmo y no buscar su propia satisfacción? Debía estar sufriendo una agonía.
Y sin quejarse.
Ninguno de los dos dijo nada mientras comían, pero Alice lloraba por dentro. Por su pobre guerrero. En el fondo de su mente, una vocecilla le decía que no importaba lo mucho que lo quisiera, porque entre ellos nunca habría lugar para una relación.
Se despertó pasadas las tres de la tarde. Salió de la cama, se dio una ducha y se vistió mientras Nicholas seguía durmiendo.
¡Dios santo! Era tan guapo… tenía un brazo alzado sobre la cabeza y, en esa posición, se asemejaba más a un niño dormido que a un sombrío guerrero inmortal. Siguiendo un impulso, se inclinó y lo besó en los labios. Él se incorporó y la aferró por el cuello; la apretaba con tanta fuerza que apenas podía respirar.
–¿Nicholas? –jadeó, forcejeando para soltarse–. Cariño, me estás ahogando.
Él no le hizo caso. Le costó más de tres minutos librarse de sus manos.
–Muy bien –dijo sin aliento, mientras observaba cómo él se daba la vuelta y se quedaba de costado–. Recuérdame que no se me ocurra volver a hacerlo.
Lo tapó con las sábanas y salió de puntillas de la habitación.
Encontró a Jack en el salón de la planta baja; se había calzado unos patines y se deslizaba de un lado a otro de la estancia, sorteando montañas de papeles.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó.
Él se detuvo y se encogió de hombros.
–Nicholas se cabrea si uso el monopatín dentro de la casa.
Alice soltó una carcajada.
–Vale; aunque supongo que tampoco le harán mucha gracia los patines.
–Probablemente no, pero, ¡joder!, este lugar es enorme y tengo que ir del sitio A al B sin que me acaben temblando las piernas.
Ella volvió a reírse. El humor del Escudero era contagioso, una vez que te acostumbrabas a él.
Describió una pequeña circunferencia y entró patinando a la cocina. Antes de que ella pudiese llegar a mitad de la sala, Jack regresó, trayéndole un vaso de zumo de naranja.
–Gracias –le dijo mientras lo cogía–. ¿Qué se sabe de Rosa?
–Miguel dice que está mejor. Cuando llamé se había despertado y estaba viendo La Rueda de la Fortuna.
–Estupendo.
–Sí, Nicholas se alegrará mucho.
Súbitamente, se escuchó tras ella un estruendo horrible. Aterrorizada por la idea de que fuese Desiderius irrumpiendo de forma repentina, se dio la vuelta y vio en el suelo un enorme montón de oro y diamantes; exactamente en el mismo lugar en el que solía estar una mesita tallada a mano del siglo XII.
–¡Mierda! –exclamó el Escudero con una mirada hastiada–. A Nicholas le encantaba esa mesa. Ahora sí que va a cabrearse.
–¿Qué es eso? –preguntó Alice, acercándose para ver mejor lo que podría ser el rescate de un rey en lingotes de oro y diamantes.
Jack suspiró.
–Estamos a primeros de mes.
–¿Cómo?
El Escudero se encogió de hombros.
–Artemisa no acaba de entender que es más sencillo hacer una transferencia a las cuentas de sus Cazadores Oscuros. Así que, una vez al mes, nos encontramos una montaña de oro y diamantes donde menos lo esperamos. En una ocasión, todo cayó a la piscina; imagínate la puta*da.
–No te lo tomes a broma –contestó Alice, maravillada por la cantidad–. Alguien podría acabar herido.
–Eso es cierto. El tercer Escudero de Nicholas murió así.
Alice se dio la vuelta para mirarlo a la cara y, al instante, se dio cuenta de que Jack no estaba bromeando.
–Y, ¿qué hacen con todo eso? –preguntó, señalando el montón de oro.
Él sonrió.
–Ejerzo de San Jack. Hay un Escudero en la ciudad que se encarga de cambiarlo a dólares. Desde allí, la mayoría del dinero se destina a obras de caridad. El dos por ciento va a una fundación que se dedica a cuidar de las familias de los Escuderos que murieron cumpliendo con su deber y a los Escuderos que se han retirado; otro dos por ciento se destina a una empresa de investigación, encargada de hacer juguetitos electrónicos para los Cazadores Oscuros.
–¿Con cuánto se queda Nicholas?
–Con nada. Vive de los intereses del dinero que tenía cuando era humano.
–¿En serio?
Jack le contestó con un movimiento de cabeza.
¡Guau! Debía haber estado forrado en aquella época.
–Vale, ¿puedo hacerte una pregunta un poco impertinente?
Jack sonrió.
–¿Quieres saber cuánto gano?
–Sí.
–Lo suficiente para hacer de mí un hombre muy feliz.
En ese momento sonó el teléfono.
El Escudero se alejó patinando mientras Alice se tomaba el zumo sentada en el sofá y leía el periódico. Cuando acabó dejó el vaso en la mesa de café... o ataúd.
Unos minutos después, Jack volvió con muchas prisas; tenía una expresión ceñuda y ni siquiera le habló mientras se acercaba al armario situado en la pared del fondo. Cuando abrió la puerta, Alice vio un impresionante arsenal.
El terror se apoderó de ella.
–¿Qué ocurre?, ¿Quién ha llamado?
–Era Acheron, avisando que entramos en alerta roja.
Alice frunció el ceño. Por las prisas que llevaba el Escudero, sabía que algo debía ir muy mal.
–¿Y eso qué significa?
La expresión de Jack le erizó la piel.
–¿Conoces el dicho «El infierno acaba de desatarse»?
–Sí.
–Se inventó para designar una situación de alerta máxima. Por alguna razón, hay una alta concentración de Daimons en esta zona. Acaban de abandonar sus refugios. Cuando hay una aglomeración de esta magnitud, los vampiros alcanzan su fuerza máxima y se alimentan, lo necesiten o no. No hay nada más peligroso que una alerta máxima, exceptuando, claro está, un eclipse de sol. Las cosas se van a poner muy feas esta noche.
A las siete en punto, Alice supo –de primera mano– que Jack no mentía. Estaba limpiando los restos del «desayuno» de Nicholas mientras su Escudero le contaba la conversación que había tenido con Acheron.
Invitado
Invitado
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
cap :D
cap :D
cap :D
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Paulinna:D
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
Gatita urgente necesito capitulo
me quieres matar de la intriga y desesperación
de verdad necesito tu novela
me quieres matar de la intriga y desesperación
de verdad necesito tu novela
Leelan_Soteria
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
por dios...
necesito de tu nove
sube cap por favor
me estoi muriendo
necesito de tu nove
sube cap por favor
me estoi muriendo
Paulinna:D
Re: "Placeres Nocturnos" (Nick Jonas)
Nicholas había cogido el doble de armas que de costumbre e iba de camino a la puerta cuando sonó el teléfono. Alice contestó.
–¿Mamá? –preguntó al reconocer la voz llorosa. El corazón dejó de latirle un instante–. ¿Qué pasa?
Nicholas se detuvo junto a la entrada y, sin perder un minuto, voló hasta su lado.
–Al –continuó la señora Devereaux entre sollozos–. Se trata de Ali…
Alice no quiso escuchar nada más. A punto de ahogarse por las lágrimas, dejó caer el teléfono al suelo. Sólo era consciente de los brazos de Nicholas a su alrededor, sosteniéndola, y de Jack hablando con su madre.
Nicholas comenzó a verlo todo rojo mientras escuchaba la explicación de la señora Devereaux, presa de la histeria, y sentía a Alice temblar entre sus brazos. Sus lágrimas le estaban mojando la camiseta y, en ese momento, juró que mataría a Desiderius por haber provocado esta situación.
–No pasa nada –le susurró al oído–. Sólo está herida.
Ella se echó hacia atrás y lo miró a los ojos.
–¿Qué dices?
Nicholas le limpió las lágrimas con la mano.
–No la ha matado, cariño. –Aunque su estado era grave, según había dicho su madre, Alicia sobreviviría.
Desiderius, al contrario, no.
–Alicia está en el hospital –dijo Jack mientras colgaba el teléfono–. Afortunadamente, sólo se encontraron con dos Daimons y ella y su grupo fueron capaces de acabar con ellos. –Miró a Nicholas–. ¿Sabes lo que creo? Me da la sensación de que Desi sólo estaba jugando con ella, lo justo para cabrearte y hacer que pierdas la cabeza. No hay otra explicación posible. Si no, no hubiese enviado sólo a dos vampiros.
–¡Cierra la boca, Jack! –masculló Nicholas. Lo último que quería era que Alice se preocupara aún más. La besó suavemente en los labios–. Jack te acompañará al hospital.
Cogió el móvil y llamó a Talon, que ya iba de camino a la ciudad. Le dijo que se pasara por su casa y se encargara de proteger a Alice, por si Desiderius estuviera esperándolos en el hospital.
–Nicholas –lo increpó Alice cuando él acabó de hablar–, no quiero que salgas esta noche. Tengo un mal presentimiento.
Y él también.
–Tengo que hacerlo.
–Por favor, escúchame…
–Shhh –murmuró, colocándole un dedo sobre los labios–. Éste es mi trabajo, Alice. Esto es lo que soy.
No tardó mucho en dejarla en el coche de Jack, con Talon en la Harley siguiéndolos de cerca; en cuanto se alejaron, se encaminó al centro de la ciudad en busca de ese cerdo chupa-sangre y devora-almas para hacerle lo que debía haber hecho la noche que se conocieron.
Las horas fueron pasando mientras recorría el Barrio Francés en busca de Desiderius. Los Daimons recuperarían fuerzas esa noche y sabía que, tarde o temprano, harían su aparición en busca de sangre. Más peligrosos que nunca. Y Desiderius, al igual que sus congéneres, prefería salir de casa en el Barrio Francés, donde resultaba muy fácil encontrar turistas descuidados y borrachos.
Pero, de momento, no había ni rastro de ellos.
–Oye, nene –lo llamó una prostituta al pasar a su lado–. ¿Quieres compañía?
Nicholas se giró para mirarla, sacó todo el dinero que tenía en la cartera –unos quinientos dólares– y se los ofreció.
–¿Por qué no te tomas la noche libre y te vas a cenar a un buen restaurante?
La chica lo miró, atónita, pero cogió el dinero antes de salir corriendo.
Nicholas suspiró cuando la vio escabullirse entre la multitud. Pobre mujer. Ojalá le diera un buen uso al dinero. De todos modos, estaba claro que le hacía más falta que a él. En ese momento, vio un destello metálico por el rabillo del ojo. Al girar la cabeza distinguió a dos muchachos entre la multitud. Definitivamente, eran humanos.
Al principio, su apariencia le recordó a la de los chicos de la pandilla callejera con la que Jack se relacionaba; tipos duros con chaquetas negras. Hasta que se dio cuenta de que lo estaban observando… como si supieran lo que era en realidad.
Con todos los instintos en estado de alerta, Nicholas les devolvió la mirada. El más alto de los dos, que aparentaba tener poco más de veinte años, arrojó el cigarro al suelo, lo pisó y cruzó la calle sin quitarle los ojos de encima.
Al acercarse, estudió a Nicholas de arriba abajo con total frialdad.
–¿Eres el Cazador Oscuro?
Nicholas alzó una ceja.
–¿Eres el chico de los recados?
–No me gusta tu tono de voz.
–Y a mí no me gustas tú. Ahora que hemos acabado con las presentaciones y nos hemos declarado nuestro mutuo desagrado, ¿por qué no me llevas hasta tu jefe?
El chico lo miró con los ojos entrecerrados.
–Sí, ¿por qué no?
Era una trampa. Nicholas lo sabía. Que así fuera. Estaba deseando enfrentarse a Desiderius. Estaba más que preparado.
Los siguió sin que tuvieran que obligarlo. Atravesaron los callejones traseros hasta llegar a un pequeño patio, rodeado por una verja. Los arbustos tapaban los muros e impedían que la luz de las farolas penetrase en el lugar. Nicholas no reconoció el sitio. Pero tampoco es que importara mucho.
Al rodear un seto muy alto, vio a Desiderius esperándolo. Tenía a una mujer embarazada entre los brazos, a la que amenazaba con un cuchillo sobre la garganta, y exhibía una sonrisa diabólica.
–Bienvenido, Cazador Oscuro –lo saludó mientras acariciaba con la mano libre el abultado vientre de la mujer–. ¿Sabes lo que me ha deparado la suerte? Acabo de encontrar dos vidas por el precio de una. –Agachó la cabeza y frotó la nariz sobre el cuello de la embarazada–. Mmm… se huele la fuerza...
–Por favor –suplicó la mujer, histérica–. Por favor, ayúdeme. No deje que haga daño a mi bebé.
Nicholas respiró hondo, luchando contra el impulso a derramar la sangre de Desiderius y sentirla correr entre los dedos.
–Déjame suponer… ¿su vida a cambio de la mía?
–Exactamente.
Intentando poner nervioso a su oponente, Nicholas resopló con cansancio mientras tomaba nota de los seis Daimons y los dos delincuentes humanos que lo rodeaban. Si no fuera por la mujer, podría encargarse de todos ellos fácilmente, pero el más leve movimiento por su parte haría que Desiderius le cortara la garganta a la mujer, sin duda alguna. De hecho, para un Daimon no había nada mejor que conseguir el alma de una embarazada.
–¿No podías haber planeado algo un poco más original? –se burló Nicholas, a sabiendas que Desiderius era lo bastante pomposo como para tomarse el insulto al pie de la letra–. Lo que quiero decir es que a ver si te superas un día de estos. Se supone que tienes una mente privilegiada y ¿esto es todo lo que se te ocurre?
–Bueno, ya que no te veo muy impresionado, permíteme acabar con ella –contestó el Daimon acercando aún más el cuchillo al cuello de la mujer.
La chica gritó.
–¡Espera! –exclamó Nicholas antes de que Desiderius le hiciera un corte–. Sabes que no puedo permitir que le hagas daño.
El vampiro sonrió.
–Entonces, tira los srads y acércate a la valla.
¿Cómo sabe lo de los srads?
–Vale –contestó muy lentamente–. Y, ¿por qué tengo que hacerlo?
–¡Porque lo digo yo!
Intentando imaginarse lo que pasaba por la cabeza del Daimon, Nicholas sacó las armas de Talon de debajo del abrigo y se acercó muy despacio a la valla. Una vez estuvo frente a ella, los dos humanos lo agarraron por las muñecas y comenzaron a enrollarle unas cuerdas alrededor.
Súbitamente, se encontró atrapado, con los brazos totalmente extendidos a los lados y atados a los barrotes de hierro. Luchó como si fuese un salvaje. Tiró de las cuerdas que lo mantenían inmóvil mientras el corazón le latía en los oídos. La mente fría y racional del Cazador Oscuro lo abandonó, dejándolo al borde del pánico. Luchó contra las cuerdas como un animal atrapado en un cepo.
Tenía que salir de allí. No iba a permitir que lo ataran hasta dejarlo indefenso. Así, no. Nunca más. Los continuos tirones le estaban desgarrando la piel de las muñecas, pero no le importaba. Estaba concentrado en recuperar la libertad.
–Ya te dije que sabía cuál era tu debilidad –le dijo Desiderius–. Aparte de saber que jamás permitirías que hiciese daño a una embarazada. –Se inclinó y besó a la chica en la mejilla–. Melissa, sé una buena chica y agradécele al Cazador Oscuro su sacrificio.
Nicholas se quedó petrificado cuando la mujer se apartó de Desiderius y caminó hasta llegar junto al humano que lo había atado. Había estado de acuerdo con ellos todo el tiempo.
Hijo de put*a, ¿cuándo iba a aprender la lección?
–¿Estás preparado para morir? –le preguntó Desiderius.
Nicholas le enseñó los colmillos.
–Yo no sería tan arrogante. Aún no me has matado.
–Eso es cierto, pero la noche es joven, ¿no es verdad? Tengo mucho tiempo para jugar con el chico de los recados de Artemisa.
Nicholas agarró las cuerdas y tiró de ellas con todas sus fuerzas, asaltado por una nueva oleada de pánico. Tenía que calmarse. Lo sabía. Pero los recuerdos de las torturas a las que fue sometido en Roma lo angustiaban.
–¿Qué te pasa? –le preguntó el Daimon, acercándose–. Estás un poco pálido, comandante. ¿Acaso estás recordando la humillación de tu derrota? ¿O las manos de los soldados romanos mientras te clavaban en la cruz?
–¡Vete al mierda! –Nicholas liberó con el dedo del pie la hoja retráctil oculta en la bota, y atacó a Desiderius.
El Daimon se alejó de un salto, quedando fuera de su alcance.
–¡Vaya! Me olvidé de esas botas. Una vez acabe contigo, el siguiente Cazador Oscuro de mi lista va a ser el viejo Kell. Con él fuera de combate y sin sus armas, ¿qué será de todos vosotros? –Inclinó la cabeza hacia la chica–. Melissa, pórtate bien y quítale las botas al comandante.
Nicholas apretó los dientes al ver cómo la mujer se acercaba. El Código le permitía protegerse de los humanos que quisieran hacerle daño, pero no era capaz de atacar a una mujer, y menos estando embarazada. No era más que una criatura, aunque ella quisiera dar otra imagen.
–¿Qué estás haciendo con esta gente? –le preguntó mientras le quitaba las botas.
–Cuando nazca mi bebé, él me hará inmortal.
–No puede hacerlo. No tiene ese poder.
–Estás mintiendo. Todo el mundo sabe que los vampiros pueden quitarte la vida, o hacer que vivas eternamente. Quiero ser uno de los vuestros.
Entonces, así era cómo Desiderius conseguía a sus secuaces humanos.
–No podrás ser uno de nosotros jamás. Te matará cuando todo esto acabe.
La chica soltó una carcajada, burlándose de él.
Desiderius chasqueó la lengua.
–Eres capaz de seguir protegiéndola aun cuando te está preparando para que seas sacrificado. Qué enternecedor. Dime, ¿con tus hermanos, los romanos, también fuiste tan considerado?
–¿Mamá? –preguntó al reconocer la voz llorosa. El corazón dejó de latirle un instante–. ¿Qué pasa?
Nicholas se detuvo junto a la entrada y, sin perder un minuto, voló hasta su lado.
–Al –continuó la señora Devereaux entre sollozos–. Se trata de Ali…
Alice no quiso escuchar nada más. A punto de ahogarse por las lágrimas, dejó caer el teléfono al suelo. Sólo era consciente de los brazos de Nicholas a su alrededor, sosteniéndola, y de Jack hablando con su madre.
Nicholas comenzó a verlo todo rojo mientras escuchaba la explicación de la señora Devereaux, presa de la histeria, y sentía a Alice temblar entre sus brazos. Sus lágrimas le estaban mojando la camiseta y, en ese momento, juró que mataría a Desiderius por haber provocado esta situación.
–No pasa nada –le susurró al oído–. Sólo está herida.
Ella se echó hacia atrás y lo miró a los ojos.
–¿Qué dices?
Nicholas le limpió las lágrimas con la mano.
–No la ha matado, cariño. –Aunque su estado era grave, según había dicho su madre, Alicia sobreviviría.
Desiderius, al contrario, no.
–Alicia está en el hospital –dijo Jack mientras colgaba el teléfono–. Afortunadamente, sólo se encontraron con dos Daimons y ella y su grupo fueron capaces de acabar con ellos. –Miró a Nicholas–. ¿Sabes lo que creo? Me da la sensación de que Desi sólo estaba jugando con ella, lo justo para cabrearte y hacer que pierdas la cabeza. No hay otra explicación posible. Si no, no hubiese enviado sólo a dos vampiros.
–¡Cierra la boca, Jack! –masculló Nicholas. Lo último que quería era que Alice se preocupara aún más. La besó suavemente en los labios–. Jack te acompañará al hospital.
Cogió el móvil y llamó a Talon, que ya iba de camino a la ciudad. Le dijo que se pasara por su casa y se encargara de proteger a Alice, por si Desiderius estuviera esperándolos en el hospital.
–Nicholas –lo increpó Alice cuando él acabó de hablar–, no quiero que salgas esta noche. Tengo un mal presentimiento.
Y él también.
–Tengo que hacerlo.
–Por favor, escúchame…
–Shhh –murmuró, colocándole un dedo sobre los labios–. Éste es mi trabajo, Alice. Esto es lo que soy.
No tardó mucho en dejarla en el coche de Jack, con Talon en la Harley siguiéndolos de cerca; en cuanto se alejaron, se encaminó al centro de la ciudad en busca de ese cerdo chupa-sangre y devora-almas para hacerle lo que debía haber hecho la noche que se conocieron.
Las horas fueron pasando mientras recorría el Barrio Francés en busca de Desiderius. Los Daimons recuperarían fuerzas esa noche y sabía que, tarde o temprano, harían su aparición en busca de sangre. Más peligrosos que nunca. Y Desiderius, al igual que sus congéneres, prefería salir de casa en el Barrio Francés, donde resultaba muy fácil encontrar turistas descuidados y borrachos.
Pero, de momento, no había ni rastro de ellos.
–Oye, nene –lo llamó una prostituta al pasar a su lado–. ¿Quieres compañía?
Nicholas se giró para mirarla, sacó todo el dinero que tenía en la cartera –unos quinientos dólares– y se los ofreció.
–¿Por qué no te tomas la noche libre y te vas a cenar a un buen restaurante?
La chica lo miró, atónita, pero cogió el dinero antes de salir corriendo.
Nicholas suspiró cuando la vio escabullirse entre la multitud. Pobre mujer. Ojalá le diera un buen uso al dinero. De todos modos, estaba claro que le hacía más falta que a él. En ese momento, vio un destello metálico por el rabillo del ojo. Al girar la cabeza distinguió a dos muchachos entre la multitud. Definitivamente, eran humanos.
Al principio, su apariencia le recordó a la de los chicos de la pandilla callejera con la que Jack se relacionaba; tipos duros con chaquetas negras. Hasta que se dio cuenta de que lo estaban observando… como si supieran lo que era en realidad.
Con todos los instintos en estado de alerta, Nicholas les devolvió la mirada. El más alto de los dos, que aparentaba tener poco más de veinte años, arrojó el cigarro al suelo, lo pisó y cruzó la calle sin quitarle los ojos de encima.
Al acercarse, estudió a Nicholas de arriba abajo con total frialdad.
–¿Eres el Cazador Oscuro?
Nicholas alzó una ceja.
–¿Eres el chico de los recados?
–No me gusta tu tono de voz.
–Y a mí no me gustas tú. Ahora que hemos acabado con las presentaciones y nos hemos declarado nuestro mutuo desagrado, ¿por qué no me llevas hasta tu jefe?
El chico lo miró con los ojos entrecerrados.
–Sí, ¿por qué no?
Era una trampa. Nicholas lo sabía. Que así fuera. Estaba deseando enfrentarse a Desiderius. Estaba más que preparado.
Los siguió sin que tuvieran que obligarlo. Atravesaron los callejones traseros hasta llegar a un pequeño patio, rodeado por una verja. Los arbustos tapaban los muros e impedían que la luz de las farolas penetrase en el lugar. Nicholas no reconoció el sitio. Pero tampoco es que importara mucho.
Al rodear un seto muy alto, vio a Desiderius esperándolo. Tenía a una mujer embarazada entre los brazos, a la que amenazaba con un cuchillo sobre la garganta, y exhibía una sonrisa diabólica.
–Bienvenido, Cazador Oscuro –lo saludó mientras acariciaba con la mano libre el abultado vientre de la mujer–. ¿Sabes lo que me ha deparado la suerte? Acabo de encontrar dos vidas por el precio de una. –Agachó la cabeza y frotó la nariz sobre el cuello de la embarazada–. Mmm… se huele la fuerza...
–Por favor –suplicó la mujer, histérica–. Por favor, ayúdeme. No deje que haga daño a mi bebé.
Nicholas respiró hondo, luchando contra el impulso a derramar la sangre de Desiderius y sentirla correr entre los dedos.
–Déjame suponer… ¿su vida a cambio de la mía?
–Exactamente.
Intentando poner nervioso a su oponente, Nicholas resopló con cansancio mientras tomaba nota de los seis Daimons y los dos delincuentes humanos que lo rodeaban. Si no fuera por la mujer, podría encargarse de todos ellos fácilmente, pero el más leve movimiento por su parte haría que Desiderius le cortara la garganta a la mujer, sin duda alguna. De hecho, para un Daimon no había nada mejor que conseguir el alma de una embarazada.
–¿No podías haber planeado algo un poco más original? –se burló Nicholas, a sabiendas que Desiderius era lo bastante pomposo como para tomarse el insulto al pie de la letra–. Lo que quiero decir es que a ver si te superas un día de estos. Se supone que tienes una mente privilegiada y ¿esto es todo lo que se te ocurre?
–Bueno, ya que no te veo muy impresionado, permíteme acabar con ella –contestó el Daimon acercando aún más el cuchillo al cuello de la mujer.
La chica gritó.
–¡Espera! –exclamó Nicholas antes de que Desiderius le hiciera un corte–. Sabes que no puedo permitir que le hagas daño.
El vampiro sonrió.
–Entonces, tira los srads y acércate a la valla.
¿Cómo sabe lo de los srads?
–Vale –contestó muy lentamente–. Y, ¿por qué tengo que hacerlo?
–¡Porque lo digo yo!
Intentando imaginarse lo que pasaba por la cabeza del Daimon, Nicholas sacó las armas de Talon de debajo del abrigo y se acercó muy despacio a la valla. Una vez estuvo frente a ella, los dos humanos lo agarraron por las muñecas y comenzaron a enrollarle unas cuerdas alrededor.
Súbitamente, se encontró atrapado, con los brazos totalmente extendidos a los lados y atados a los barrotes de hierro. Luchó como si fuese un salvaje. Tiró de las cuerdas que lo mantenían inmóvil mientras el corazón le latía en los oídos. La mente fría y racional del Cazador Oscuro lo abandonó, dejándolo al borde del pánico. Luchó contra las cuerdas como un animal atrapado en un cepo.
Tenía que salir de allí. No iba a permitir que lo ataran hasta dejarlo indefenso. Así, no. Nunca más. Los continuos tirones le estaban desgarrando la piel de las muñecas, pero no le importaba. Estaba concentrado en recuperar la libertad.
–Ya te dije que sabía cuál era tu debilidad –le dijo Desiderius–. Aparte de saber que jamás permitirías que hiciese daño a una embarazada. –Se inclinó y besó a la chica en la mejilla–. Melissa, sé una buena chica y agradécele al Cazador Oscuro su sacrificio.
Nicholas se quedó petrificado cuando la mujer se apartó de Desiderius y caminó hasta llegar junto al humano que lo había atado. Había estado de acuerdo con ellos todo el tiempo.
Hijo de put*a, ¿cuándo iba a aprender la lección?
–¿Estás preparado para morir? –le preguntó Desiderius.
Nicholas le enseñó los colmillos.
–Yo no sería tan arrogante. Aún no me has matado.
–Eso es cierto, pero la noche es joven, ¿no es verdad? Tengo mucho tiempo para jugar con el chico de los recados de Artemisa.
Nicholas agarró las cuerdas y tiró de ellas con todas sus fuerzas, asaltado por una nueva oleada de pánico. Tenía que calmarse. Lo sabía. Pero los recuerdos de las torturas a las que fue sometido en Roma lo angustiaban.
–¿Qué te pasa? –le preguntó el Daimon, acercándose–. Estás un poco pálido, comandante. ¿Acaso estás recordando la humillación de tu derrota? ¿O las manos de los soldados romanos mientras te clavaban en la cruz?
–¡Vete al mierda! –Nicholas liberó con el dedo del pie la hoja retráctil oculta en la bota, y atacó a Desiderius.
El Daimon se alejó de un salto, quedando fuera de su alcance.
–¡Vaya! Me olvidé de esas botas. Una vez acabe contigo, el siguiente Cazador Oscuro de mi lista va a ser el viejo Kell. Con él fuera de combate y sin sus armas, ¿qué será de todos vosotros? –Inclinó la cabeza hacia la chica–. Melissa, pórtate bien y quítale las botas al comandante.
Nicholas apretó los dientes al ver cómo la mujer se acercaba. El Código le permitía protegerse de los humanos que quisieran hacerle daño, pero no era capaz de atacar a una mujer, y menos estando embarazada. No era más que una criatura, aunque ella quisiera dar otra imagen.
–¿Qué estás haciendo con esta gente? –le preguntó mientras le quitaba las botas.
–Cuando nazca mi bebé, él me hará inmortal.
–No puede hacerlo. No tiene ese poder.
–Estás mintiendo. Todo el mundo sabe que los vampiros pueden quitarte la vida, o hacer que vivas eternamente. Quiero ser uno de los vuestros.
Entonces, así era cómo Desiderius conseguía a sus secuaces humanos.
–No podrás ser uno de nosotros jamás. Te matará cuando todo esto acabe.
La chica soltó una carcajada, burlándose de él.
Desiderius chasqueó la lengua.
–Eres capaz de seguir protegiéndola aun cuando te está preparando para que seas sacrificado. Qué enternecedor. Dime, ¿con tus hermanos, los romanos, también fuiste tan considerado?
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