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Mensaje por YoyMasNadie Lun 24 Jun 2013, 1:55 pm

Porque
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Mensaje por YoyMasNadie Lun 24 Jun 2013, 1:56 pm

OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH
YoyMasNadie
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!YO PASARE DE PAGINA! - Página 16 Empty Re: !YO PASARE DE PAGINA!

Mensaje por Invitado Lun 24 Jun 2013, 1:56 pm

Capítulo trigésimo tercero
Donde se cuenta la novela del curioso impertinente

En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia que llaman Toscana, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales, y tan amigos, que por excelencia y antonomasia de todos los que los conocían, "los dos amigos" eran llamados. Eran solteros, mozos de una misma edad y de unas mismas costumbres; todo lo cual era bastante causa a que los dos con recíproca amistad se correspondiesen.

Bien es verdad que el Anselmo era algo más inclinado a los pasatiempos amorosos que el Lotario, al cual llevaban tras de sí los de la caza; pero cuando se ofrecía, dejaba Anselmo de acudir a sus gustos por seguir los de Lotario, y Lotario dejaba los suyos por acudir a los de Anselmo, y desta manera andaban tan a una sus voluntades, que no había concertado reloj que así lo anduviese. Andaba Anselmo perdido de amores de una doncella principal y hermosa de la misma ciudad, hija de tan buenos padres, y tan buena ella por sí, que se determinó, con el parecer de su amigo Lotario (sin el cual ninguna cosa hacía), de pedilla por esposa a sus padres, y así lo puso en ejecución, y el que llevó la embajada fue Lotario, y el que concluyó el negocio tan a gusto de su amigo, que en breve tiempo se vio puesto en la posesión que deseaba, y Camila, tan contenta de haber alcanzado a Anselmo por esposo, que no cesaba de dar gracias al cielo y a Lotario, por cuyo medio tanto bien le había venido.

Los primeros días, como todos los de boda suelen ser alegres, continuó Lotario como solía la casa de su amigo Anselmo, procurando honralle, festajalle y regocijalle con todo aquello que a él le fue posible; pero acabadas las bodas, sosegada ya la frecuencia de las visitas y parabienes, comenzó Lotario a descuidarse con cuidado de las idas a casa de Anselmo, por parecerle a él, como es razón que parezca a todos los que fueren discretos, que no se han de visitar y continuar las casas de los amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros, porque aunque la buena y verdadera amistad no puede ni debe de ser sospechosa en nada, con todo esto es tan delicada la honra del casado, que parece que se puede ofender aun de los mismos hermanos, cuanto más de los amigos.

Notó Anselmo la remisión de Lotario y formó dél quejas grandes, diciéndole que si él supiera que el casarse había de ser parte para no comunicalle como solía, que jamás lo hubiera hecho, y que si por la buena correspondencia que los dos tenían, mientras él fue soltero, habían alcanzado tan dulce nombre, como el ser llamados "los dos amigos", que no permitiese por querer hacer el circunspecto, sin otra ocasión alguna, que tan famoso y agradable nombre se perdiese; y que así le suplicaba, si era lícito que tal término de hablar se usase entre ellos, que volviese a ser señor de su casa y a entrar y salir en ella como de antes, asegurándole que su esposa Camila no tenía otro gusto ni otra voluntad que la que él quería que tuviese, y que por haber sabido ella con cuántas veras los dos se amaban, estaba confusa de ver en él tanta esquiveza.

A todas estas y otras muchas razones que Anselmo dijo a Lotario, para persuadille volviese como solía a su casa, respondió Lotario con tanta prudencia, discreción y aviso, que Anselmo quedó satisfecho de la buena intención de su amigo, y quedaron de concierto que dos días en la semana y las fiestas fuese Lotario a comer con él; y aunque esto quedó así concertado entre los dos, propuso Lotario de no hacer más de aquello que viese que más convenía a la honra de su amigo, cuyo crédito le estaba en más que el suyo propio. Decía él, y decía bien, que el casado, a quien el cielo había concedido mujer hermosa, tanto cuidado había de tener en mirar qué amigos llevaba a casa, como en mirar con qué amigas su mujer conversaba, porque lo que no se hace ni concierta en las plazas, ni en los templos, ni en las fiestas públicas, ni estaciones (cosas que no todas veces las han de negar los maridos a sus mujeres), se concierta y facilita en casa de la amiga o la parienta de quien más satisfacción se tiene. También decía Lotario que tenían necesidad los casados de tener cada uno algún amigo que le advirtiese de los descuidos que en su proceder hiciese, porque suele acontecer que con el mucho amor que el marido a la mujer tiene, o no le advierta o no le dice, por no enojarla, que haga o deje de hacer algunas cosas, que el hacellas o no, le sería de honra o de vituperio; de lo cual, siendo del amigo advertido, fácilmente pondría remedio en todo.

Pero ¿en dónde se hallará amigo tan discreto, y tan leal y verdadero como aquí Lotario le pide? No lo sé yo por cierto; sólo Lotario era éste, que con toda solicitud y advertimiento miraba por la honra de su amigo, y procuraba diezmar, frisar y acortar los días del concierto del ir a su casa, porque no pareciese mal al vulgo ocioso y a los ojos vagabundos y maliciosos la entrada de un mozo rico gentil-hombre y bien nacido, y de las buenas partes que él pensaba que tenía, en la casa de una mujer tan hermosa como Camila; que puesto que su bondad y valor podían poner freno a toda maldiciente lengua, todavía no quería poner en duda su crédito ni el de su amigo; y por esto los más de los días del concierto los ocupaba y entretenía en otras cosas, que él daba a entender ser inexcusables: así que en quejas del uno y disculpas del otro se pasaban muchos ratos y partes del día. Sucedió, pues, que uno en que los dos se andaban paseando por un prado fuera de la ciudad, Anselmo dijo a Lotario las siguientes razones: ¿Pensarás, amigo Lotario, que a las mercedes que Dios me ha hecho en hacerme hijo de tales padres como fueron los míos, y al darme no con mano escasa los bienes, así los que llaman de naturaleza como los de fortuna, no puedo yo corresponder con agradecimiento que llegue al bien recibido, y sobre todo al que me hizo en darme a ti por amigo y a Camila por mujer propia, dos prendas que las estimo, sino en el grado que debo, en el que puedo? Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los hombres suelen y pueden vivir contentos, vivo yo el más despechado y el más desabrido hombre de todo el universo mundo; porque no sé de qué días a esta parte me fatiga y aprieta un deseo tan extraño y tan fuera del uso común de otros, que yo me maravillo de mí mismo, y me culpo y me riño a solas, y procuro callarlo y encubrillo de mis propios pensamientos, y así me ha sido posible salir con este secreto, como si de industria procurara decillo a todo el mundo; y pues que en efecto él ha de salir a plaza quiero que sea en la del archivo de tu secreto, confiado que con él y con la diligencia que pondrás como mi amigo verdadero en remediarme, yo me veré presto libre de la angustia que me causa, y llegará mi alegría por tu solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.

Suspenso tenían a Lotario las razones de Anselmo, y no sabía en qué había de parar tan larga prevención o preámbulo; y aunque iba revolviendo en su imaginación qué deseo podría ser aquel que a su amigo tanto fatigaba, dio siempre muy lejos del blanco de la verdad; y por salir presto de la agonía que le causaba aquella suspensión, le dijo que hacía notorio agravio a su mucha amistad en andar buscando rodeos para decille sus más encubiertos pensamientos, pues tenía cierto que se podría prometer dél, o ya consejos para entretenellos, o ya remedio para cumplillos. Así es la verdad, respondió Anselmo, y con esa confianza te hago saber, amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es el pensar si Camila mi esposa es tan buena y perfecta como yo pienso, y no puedo enterarme en esta verdad sino es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates de su bondad, como el fuego muestra los del oro; porque yo tengo para mí, oh amigo, que no es una mujer más buena de cuanto es o no es solicitada, y que aquella sola es fuerte que no se dobla a las promesas, a las dádivas, a las lágrimas y a las continuas importunidades de los solícitos amantes: porque ¿qué hay que agradecer, que una mujer sea buena, si nadie le dice que sea mala? ¿Qué mucho que esté recogida y temerosa la que no le dan ocasión para que se suelte, y la que sabe que tiene marido que en cogiéndola en la primera desenvoltura le ha de quitar la vida? Así que la que es buena por temor o por falta de lugar, yo no la quiero tener en aquella estima en que tendré a la solicitada y perseguida que salió con la corona del vencimiento: de modo que, con estas razones, y por otras muchas que te pudiera decir para acreditar y fortalecer la opinión que tengo, deseo que Camila mi esposa pase por estas dificultades, y se acrisole y quilate en el fuego de verse requerida y solicitada de quien tenga valor para poner en ella sus deseos: y si ella sale, como creo que saldrá, con la palma desta batalla, tendré yo por sin igual mi ventura; podré yo decir que ésta colmó el vacío de mis deseos, diré que me cupo en suerte la mujer fuerte, de quien el sabio dice, que ¿quién la hallara? Y cuando esto suceda al revés de lo que acerté en mi opinión, llevaré sin pena la que de razón podrá causarme mi tan costosa experiencia: y por supuesto que ninguna cosa de cuantas me dijeres en contra de mi deseo ha de ser de algún provecho para dejar de ponerlo por obra, quiero, oh amigo Lotario, que te dispongas a ser el instrumento que labre aquesta obra de mi gusto, que yo te daré lugar para que lo hagas, sin faltarte todo aquello que yo viere ser necesario para solicitar a una mujer honesta, honrada, recogida y desinteresada; y muéveme entre otras cosas a fiar de ti esta ardua empresa, el ver que si de ti es vencida Camila, no ha de llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sólo tener por hecho lo que se ha de hacer por buen respeto, y así no quedaré yo ofendido más de con el deseo, y mi injuria quedará escondida en la virtud de tu silencio, que bien sé que en lo que me tocare ha de ser eterno como el de la muerte; así que si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es, desde luego has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que mi deseo pide, y con la confianza que muestra amistad me asegura.

Estas fueron las razones que Anselmo dijo a Lotario, a todas las cuales estuvo atento, que si no fueran las que quedan escritas que le dijo, no desplegó sus labios hasta que hubo acabado; y viendo que no decía más, después que le estuvo mirando un buen espacio, como si mirara una cosa que jamás hubiera visto que le causara admiración y encanto, le dijo: No me puedo persuadir, oh amigo Anselmo, a que no sean burlas las cosas que me has dicho, que a pensar que de veras las decías, no consintiera que tan adelante pasaras porque con no escucharte previniera tu larga arenga. Sin duda imagino, o que no me conoces, o que yo no te conozco; pero no, que bien sé que eres Anselmo, y tú sabes que yo soy Lotario. El daño está en que yo pienso que no eres el Anselmo que solías, y tú debes de haber pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía ser; porque las cosas que me has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni las que me pides se han de pedir a aquel Lotario que tú conoces, porque los buenos amigos han de probar a sus amigos y valerse de ellos, como dijo un poeta, "usque ad aras", que quiso decir que no se habían de valer de su amistad en cosas que fuese contra Dios. Pues si esto sintió un gentil de la amistad en cosas que fuese contra Dios, ¿cuánto mejor es que lo sienta el cristiano, que sabe que por ninguna humana ha de perder la amistad divina? Y cuando el amigo tirase tanto la barra, que pusiese aparte los respetos del cielo por acudir a los de su amigo, no ha de ser por cosas ligeras y de poco momento, sino por aquellas en que vaya la honra y la vida de su amigo. Pues dime tú ahora, Anselmo, ¿cuál destas dos cosas tienes en peligro para que yo me aventure a complacerte, y a hacer una cosa tan detestable como me pides? Ninguna por cierto; antes me pides, según yo entiendo, que procure y solicite quitarte la honra y la vida, y quitármela a mí juntamente; porque si yo he de procurar quitarte la honra, claro está que te quito la vida, pues el hombre sin honra peor es que un muerto, y siendo yo el instrumento, como tú quieres que lo sea de tanto mal tuyo, yo vengo a quedar deshonrado, y por el mismo consiguiente sin vida. Escucha, amigo Anselmo, y ten paciencia de no responderme hasta que acabe de decirte lo que se me ofreciere acerca de lo que te ha pedido tu deseo, que tiempo te quedará para que tú me repliques y yo te escuche. Que me place, dijo Anselmo, di lo que quisieres.

Y Lotario prosiguió diciendo: Paréceme, oh Anselmo, que tienes tú ahora el ingenio como el que siempre tienen los moros, a los cuales no se les puede dar a entender el error de su secta con las acotaciones de la Santa Escritura, ni con razones que consistan en especulación del entendimiento, ni que vayan fundadas en artículos de fe, sino que les han de traer ejemplos palpables, fáciles, inteligibles, demostrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas que no se pueden negar como cuando dicen: "Si de dos partes iguales quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales"; y cuando esto no entiendan de palabra, como en efecto no lo entienden, háseles de mostrar con las manos y ponérselo delante de los ojos, y aun con todo esto no basta nadie con ellos a persuadirles las verdades de nuestra sacra religión. Y este mismo término y modo me convendrá usar contigo, porque el deseo que en ti ha nacido va tan descaminado y tan fuera de todo aquello que tenga sombra de razonable que me parece que ha de ser tiempo mal gastado el que ocuparé en darte a entender tu simplicidad, que por ahora no le quiero dar otro nombre, y aun estoy por dejarte en tu desatino en pena de tu mal deseo; más no me deja usar deste rigor la amistad que te tengo, la cual no consiente que te deje puesto en tan manifiesto peligro de perderte. Y porque claro lo veas, dime, Anselmo, ¿tú no me has dicho que tengo de solicitar a una retirada?, ¿persuadir a una honesta?, ¿ofrecer a una desinteresada?, ¿servir a una prudente? Sí que me lo has dicho. Pues si tú sabes que tienes mujer retirada, honesta, desinteresada y prudente, ¿qué buscas? Y si piensas que de todos mis asaltos ha de salir vencedora, como saldrá sin duda, ¿qué mejores títulos piensas darle después que los que ahora tiene? ¿O qué será más después de lo que es ahora? O es que tú no la tienes por la que dices, o tú no sabes lo que pides. Si no la tienes por lo que dices, ¿para qué quieres probarla, sino como a mala hacer della lo que más te viniere en gusto? Mas si es tan buena como crees, impertinente cosa será hacer experiencia de la misma verdad, pues después de hecha se ha de quedar con la estimación que primero tenía. Así es que la razón concluyente, que el intentar las cosas, de las cuales antes nos puede suceder daño que provecho, es de juicios sin discurso y temerarios, y más cuando quieren intentar aquellas a que no son forzados ni compelidos, y que de muy lejos traen descubierto que el intentarlas es manifiesta locura. Las cosas dificultosas se intentan por Dios, o por el mundo, o por entrambos a dos. Las que se acometen por Dios son las que acometieron los santos, acometiendo a vivir vida de ángeles en cuerpos humanos. Las que se acometen por respeto del mundo son las de aquellos que pasan tanta infinidad de agua, tanta diversidad de climas, tanta extrañeza de gentes por adquirir estos que llaman bienes de fortuna. Y las que se intentan por Dios y por el mundo juntamente, son aquellas de los valerosos soldados, que apenas ven el contrario muro abierto tanto espacio, cuanto es el que pudo hacer una redonda bala de artillería, cuando puesto aparte todo temor, sin hacer discurso ni advertir al manifiesto peligro que los amenaza, llevados en vuelo de alas del deseo de volver por su fe, por su nación y por su rey, se arrojan intrépidamente por la mitad de mil contrapuestas muertes que los esperan.

Estas cosas son las que suelen intentarse, y es honra, gloria y provecho intentarlas, aunque tan llenas de inconvenientes y peligros; pero la que tú dices que quieres intentar y poner por obra, no te ha de alcanzar la gloria de Dios, bienes de fortuna, ni fama con los hombres, porque puesto que salgas con ella como deseas, no has de quedar ni más ufano, ni más rico, ni más honrado que estás ahora; y si no sales, te has de ver en la mayor miseria que imaginarse pueda, porque no te ha de aprovechar pasar entonces que no sabe nadie la desgracia que te ha sucedido, porque bastará para afligirte y deshacerte que la sepas tú mismo. Y para confirmación desta verdad, te quiero decir una estancia que hizo el famoso poeta Luis Tansilo en el fin de su primera parte de las lágrimas de San Pedro, que dice así:

Crece el dolor y crece la vergüenza
en Pedro, cuando el día se ha mostrado;
y aunque allí no ve a nadie, se avergüenza
de sí mismo, por ver que había pecado:
que a un magnánimo pecho a haber vergüenza
no sólo ha de moverle el ser mirado,
que de si se avergüenza cuando yerra,
si bien otro no ve que cielo y tierra.

Así que, no excusarás con el secreto tu dolor, antes tendrás que llorar contino, sino lágrimas de los ojos, lágrimas de sangre del corazón, como las lloraba aquel simple doctor que nuestro poeta nos cuenta que hizo la prueba del vaso, que con mejor discurso se excusó de hacerla el prudente Reinaldos que, puesto que aquello sea ficción poética, tiene en sí encerrados secretos morales dignos de ser advertidos y entendidos e imitados; cuanto más, que con lo que ahora pienso decirte, acabarás de venir en conocimiento del grande error que quieres cometer.

Dime, Anselmo, si el cielo, o la suerte buena, te hubiera hecho señor y legítimo posesor de un finísimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos cuantos lapidarios le vienes, que todos a una voz y común parecer dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza a cuanto se podía extender la naturaleza de tal piedra, y tú mismo lo creyeses así sin saber otra cosa en contrario, ¿sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel diamante, ponerle entre un yunque y un martillo, y allí a pura fuerza de golpes y brazos, probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más, si lo pusieses por obra, que puesto caso que la piedra hiciese resistencia a tan necia prueba, no por eso se le añadiría más valor ni más fama. Y si se rompiese, cosa que podría ser, ¿no se perdía todo? Sí por cierto, dejando a su dueño en estimación de que todos le tengan por simple. Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es finísimo diamante, así en tu estimación como en la ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de que se quiebre; pues aunque se quede con su entereza, no puede subir a más valor del que ahora tiene; y si faltase y no resistiese, considera desde ahora cuál quedarías sin ella, y con cuánta razón te podrías quejar de ti mismo por haber sido causa su perdición y la tuya. Mira que no hay joya en el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo el honor de las mujeres consiste en la opinión buena que dellas se tiene; y pues la de tu esposa es tal, que llega al extremo de bondad que sabes, ¿para qué quieres poner esta verdad en duda? Mira, amigo, que la mujer es animal imperfecto, y que no se le han de poner embarazos donde tropiece y caiga, sino quitárselos y despejalle el camino de cualquier inconveniente, para que sin pesadumbre corra ligera a alcanzar la imperfección que le falta, que consiste en el ser virtuosa.

Cuentan los naturales que el arminio es un animalejo que tiene una piel blanquísima, y que cuando quieren cazarle los cazadores, usan deste artificio, que sabiendo las partes por donde suele pasar y acudir, las atajan con lodo, y después, ojeándole, le encaminan hacia aquel lugar, y así como el arminio llega al lodo, se está quedo y se deja prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno, y perder y ensuciar su blancura, que la estima en más que la libertad y la vida. La honesta y casta mujer es arminio, y es más que nieve blanca y limpia la virtud de la honestidad; y el que quisiere que no la pierda, antes la guarde y conserve, ha de usar de otro estilo diferente que con el arminio se tiene, porque no le han de poner delante del cieno de los regalos y servicios de los importunos amantes; porque quizá, y aún sin quizá no tiene tanta virtud y la belleza que encierra en sí la buena fama. Es asímismo la buena mujer como espejo de cristal luciente y claro; pero está sujeto a empañarse y oscurecerse con cualquiera aliento que le toque. Hase de usar con la mujer el estilo que con las reliquias, adorarlas y no tocarlas. Hase de guardar y estimar la mujer buena, como se guarda y estima un hermoso jardín que está lleno de flores y rosas, cuyo dueño no consiente que nadie le pasee ni manosee; basta que desde lejos y por entre las verjas de hierro gocen de su fragancia y hermosura. Finalmente, quiero decirte unos versos que se me han venido a la memoria, que los oí en una comedia moderna, que me parecen al propósito de lo que vamos tratando. Aconsejaba un prudente viejo a otro, padre de una doncella, que la recogiese, guardase y encerrase y entre otras razones le dijo éstas:

Es de vidrio la mujer;
pero no se ha de probar
si se puede o no quebrar,
porque todo podría ser.

Y es más fácil el quebrarse,
y no es cordura ponerse
a peligro de romperse
lo que no puede soldarse.

Y en esta opinión estén
todos, y en razón lo fundo,
que si hay Dánaes en el mundo,
hay lluvias de oro también.

Cuanto hasta aquí te he dicho, oh Anselmo, ha sido por lo que a ti te toca, y ahora es bien que se oiga algo de lo que a mí me conviene; y si fuere largo, perdóname, que todo lo requiere el laberinto donde te has entrado y de donde quieres que yo te saque. Tú me tienes por amigo y quieres quitarme la honra, cosa que es contra toda amistad; y aun no sólo pretendes esto, sino que procuras que no te la quite a ti. Que me la quieres quitar a mí, está claro, pues cuando Camila vea que yo la solicito, como me pides, cierto está que me ha de tener por hombre sin honra y mal mirado, pues intento y hago una cosa tan fuera de aquello que el ser quien soy y tu amistad me obliga. De que quieres que te la quite a ti, no hay duda, porque viendo Camila que yo la solicito, ha de pensar que yo he visto en ella alguna liviandad, que me dió atrevimiento a descubrirle mi mal deseo, y teniéndose por deshonrada, te toca a ti como a cosa suya su misma deshonra. Y de aquí nace lo que comunmente se practica que el marido de la mujer adúltera, puesto que él no lo sepa, ni haya dado ocasión para que su mujer no sea lo que debe, ni haya sido en su mano ni por su descuido y poco recato estorbar su desgracia, con todo le llaman y le nombran con nombre de vituperio y bajo; y en cierta manera le miran (los que la maldad de su mujer saben) con ojos de menosprecio, en cambio de mirarle con los de lástima, sino por el gusto de su mala compañera, está en aquella desventura. Pero quiérote decir la causa porque con justa razón es deshonrado el marido de la mujer mala, aunque él no sepa que lo es, ni tenga culpa, ni haya sido parte ni dado ocasión para que ella lo sea; y no te canses de oirme, que todo ha de redundar en tu provecho.

Cuando Dios crió a nuestro primer padre en el Paraiso terrenal, dice la Divina Escritura que infundió Dios sueño en Adán, y que estando durmiendo le sacó una costilla del lado siniestro, de la cual formó a nuestra madre Eva, y así como Adan despertó y la miró, dijo: "Ésta es carne de mi carne y hueso de mis huesos." Y Dios dijo: Por ésta dejará el hombre a su padre y madre, y serán dos en una carne misma; y entonces fue instituido el divino sacramento del matrimonio con tales lazos, que solo la muerte puede desatarlos. Y tiene tanta fuerza y virtud este milagroso sacramento, que hace que dos diferentes personas sean una misma carne, y aún hace más en los buenos casados, que aunque tienen dos almas, no tienen más de una voluntad. Y de aquí viene que como la carne de la esposa sea una misma con la del esposo, las manchas que en ella caen, o los defectos que se procuran, redundan en la carne del marido, aunque él no haya dado, como queda dicho, ocasión para aquel daño, porque así como el dolor del pié, o de cualquier miembro del cuerpo humano, le siente todo el cuerpo, por ser todo de una carne misma, y la cabeza siente el daño del tobillo sin que ella se le haya causado, así el marido es participante de la deshonra de la mujer, por ser una misma cosa con ella, y como las de la mujer mala sean deste género, es forzoso que al marido le quepa parte dellas y sea tenido por deshonrado sin que él lo sepa. Mira, pues, oh Anselmo, al peligro que te pones al querer turbar el sosiego en que tu buena esposa vive. Mira por cuán vana e impertinente curiosidad quieres revolver los humores que ahora están sosegados en el pecho de tu casta esposa. Advierte que lo que aventuras a ganar es poco, y que lo que perderás será tanto, que lo dejaré en su punto, porque me faltan palabras para encarecerlo. Pero si todo cuanto he dicho no basta a moverte de tu mal propósito, bien puedes buscar otro instrumento de tu deshonra y desventura, que yo no pienso serlo, aunque por ello pierda tu amistad, que es la mayor pérdida que imaginar puedo.

Calló en esto el virtuoso y prudente Lotario, y Anselmo quedó tan confuso y pensativo, que por un buen espacio no le pudo responder palabra, pero en fin le dijo: Con la atención que has visto he escuchado, Lotario amigo, cuanto has querido decirme, y en tus razones, ejemplos y comparaciones he visto la mucha discreción que tienes y el extremo de la verdadera amistad que alcanzas; y asímesmo veo y confieso que si no sigo tu parecer y me voy tras el mío, voy huyendo del bien y corriendo tras el mal. Presupuesto esto, has de considerar que yo padezco ahora la enfermedad que suelen tener algunas mujeres, que se les antoja comer tierra, yeso, carbón y otras cosas peores, aun asquerosas para mirarse cuanto más para comerse. Así que, es menester usar de algún artificio para que yo sane, y esto se podía hacer con facilidad, sólo con que comiences, aunque tibia y fingidamente, a solicitar a Camila, la cual no ha de ser tan tierna que a los primero encuentros dé con su honestidad por tierra, y con sólo este principio quedaré contento, y tú habrás cumplido con lo que debes a nuestra amistad, no solamente dándome la vida, sino persuadiéndome de no verme sin honra, y estás obligado a hacer esto por una razón sola, y es que estando yo, como estoy, determinado de poner en práctica esta prueba, no has tú de consentir que yo dé cuenta de mi desatino a otra persona, con que pondría en aventura el honor que tú procuras que no pierda. Y cuando el tuyo no esté en el punto que debe en la intención de Camila en tanto que la solicitares, importa poco o nada; pues con brevedad, viendo en ella la entereza que esperamos, le podrás decir la pura verdad de nuestro artificio, con que volverá tu crédito al ser primero, y pues tan poco aventuras, y tanto contento me puedes dar aventurándote, no lo dejes de hacer, aunque más inconvenientes se te pongan delante, pues como ya he dicho, con sólo que comiences, daré por concluída la causa.

Viendo Lotario la resoluta voluntad de Anselmo, y no sabiendo qué más ejemplos traerle, ni qué más razones mostrarle para que no la siguiese, y viendo que le amenazaba que daría a otro cuenta de su mal deseo, para evitar mayor mal, determinó de contentarle y hacer lo que le pedía, con propósito e intención de guiar aquel negocio de modo que sin alterar los pensamientos de Camila, quedase Anselmo satisfecho; y así le respondió que no comunicase su pensamiento con otro alguno, que él tomaba a su cargo aquella empresa, la cual comenzaría cuando a él le diese más gusto. Abrazóle Anselmo tierna y amorosamente, y agradecióle su ofrecimiento, como si alguna grande merced le hubiera hecho, y quedaron de acuerdo entre los dos, que desde otro día siguiente se comenzase la obra, que él le daría lugar y tiempo para qué a sus solas pudiese hablar a Camila, y asímismo le daría dineros y joyas que ofrecerla y que darla. Aconsejóle que le diese música, que escribiese versos en su alabanza, y que cuando él no quisiese tomar trabajo de hacerlos, él mismo los haría. A todo se ofreció Lotario, bien con diferente intención que Anselmo pensaba; y con este acuerdo se volvieron a casa de Anselmo donde hallaron a Camila con ansia y cuidado esperando a su esposo, porque aquel día tardaba en venir más de lo acostumbrado. Fuese Lotario a su casa, y Anselmo quedó en la suya tan contento como Lotario fue pensativo, no sabiendo qué traza dar para salir bien de aquel impertinente negocio; pero aquella noche pensó el modo que tendría para engañar a Anselmo sin ofender a Camila, y otro día vino a comer con su amigo, y fue bien recibido de Camila, la cual le recibía y regalaba con mucha voluntad, por entender la buena que su esposo le tenía. Acabaron de comer, levantaron los manteles, y Anselmo le dijo a Lotario que se quedase allí con Camila, en tanto que él iba a un negocio forzoso, que dentro de hora y media volvería. Rogóle Camila que no fuese, y Lotario se ofreció a hacerle compañía; mas nada aprovechó con Anselmo, antes importunó a Lotario que se quedase y aguardase, porque tenía de tratar con él una cosa de mucha importancia. Dijo a Camila que no dejase solo a Lotario en tanto que él volviese. En efecto, él supo tan bien fingir la necesidad o necedad de su ausencia, que nadie pudiera entender que era fingida.

Fuese Anselmo, y quedaron solos a la mesa Camila y Lotario, porque la demás gente de casa se había ido a comer. Vióse Lotario puesto en la estacada que su amigo deseaba, y con el enemigo delante, que pudiera vencer con sola su hermosura a un escuadrón de caballeros armados. Mirad si era razón que temiera Lotario; pero lo que hizo fue poner el codo sobre el brazo de la silla, y la mano abierta en la mejilla, y pidiendo perdón a Camila del mal comedimiento, dijo que quería reposar un poco en tanto que Anselmo volvía. Camila le respondió que mejor reposaría en el estrado que en la silla, y así le rogó se entrase a dormir en él. No quiso Lotario, y allí se quedó dormido hasta que volvió Anselmo, el cual, como halló a Camila en su aposento y a Lotario durmiendo, creyó que como se había tardado tanto, ya habrían tenido los dos lugar para hablar y aún para dormir, y no vió la hora en que Lotario despertase, para volverse con él fuera y preguntarle de su ventura. Todo le sucedió como él quiso. Lotario despertó, y luego salieron los dos de casa, y así le preguntó lo que deseaba, y le respondió Lotario que no le había parecido ser bien que la primera vez se descubriese del todo, y así no había hecho otra cosa que alabar a Camila de hermosa, diciéndole que en toda la ciudad no se trataba de otra cosa que de su hermosura y discreción, y que éste le había parecido buen principio para entrar ganando la voluntad y disponiéndola a que otra vez le escuchase con gusto, usando en esto del artificio que el demonio usa cuando quiere engañar a alguno que está puesto en atalaya para mirar por sí, que se transforma en ángel de luz, siéndolo él de tinieblas, y poniéndole delante apariencias buenas, al cabo descubre quién es, y sale con su intención si a los principios no es descubierto su engaño. Todo esto le contentó mucho a Anselmo, y dijo que cada día daría el mismo lugar, aunque no saliese de casa, porque en ella se ocuparía en cosas que Camila no pudiese venir en conocimiento de su artificio.

Sucedió, pues que se pasaron muchos días que sin decir Lotario palabra a Camila, respondía a Anselmo que la hablaba, y jamás podía sacar della una pequeña muestra de venir en ninguna cosa que mala fuese, ni aun dar una señal ni sombra de esperanza; antes decía que le amenazaba, que si de aquel mal pensamiento no se quitaba, que lo había de decir a su esposo. Bien está, dijo Anselmo, hasta aquí ha resistido Camila a las palabras, es menester ver cómo resiste a las obras. Yo os daré mañana dos mil escudos de oro para que se los ofrezcais y aun se los deis, y otros tantos para que compreis joyas con que cebarla, que las mujeres suelen ser aficionadas, y más si son hermosas, por más castas que sean, a esto de traerse bien y andar galanas. Y si ella resiste a esta tentación, yo quedaré satisfecho y no os daré más pesadumbre.

Lotario respondió que ya que había comenzado, que él llevaría hasta el fin aquella empresa, puesto que entendía salir della cansado y vencido. Otro día recibió los cuatro mil escudos, y con ellos cuatro mil confusiones, porque no sabía qué decirse para mentir de nuevo; pero en efecto determinó de decirle que Camila estaba tan entera a las dádivas y promesas como a las palabras, y que no había para qué cansarse más, porque todo el tiempo se gastaba en balde.

Pero la suerte, que las cosas guiaba de otra manera, ordenó que habiendo dejado Anselmo solos a Lotario y a Camila, como otras veces solía, él se encerró en su aposento, y por el agujero de la cerradura estuvo mirando y escuchando lo que los dos trataban, y vió que en más de media hora Lotario no habló palabra a Camila, ni se la hablara si allí estuviera un siglo y cayó en la cuenta de que cuanto su amigo le había dicho de las respuestas de Camila todo era ficción y mentira. Y para ver si esto era ansí, salió del aposento, y llamando a Lotario aparte, le preguntó qué nuevas había, y de qué temple estaba Camila. Lotario respondió que no pensaba más darle puntada en aquel negocio, porque respondía tan áspera y desabridamente, que no tendría ánimo para volver a decirle cosa alguna. ¡Ah!, dijo Anselmo. ¡Lotario, Lotario, y cuán mal correspondes a lo que me debes y a lo mucho que de ti confío! Ahora te he estado mirando por el lugar que concede la entrada desta llave, y he visto que no has dicho palabra a Camila, por donde me doy a entender que aún las primeras le tienes por decir; y si esto es así, como sin duda lo es, ¿para qué me engañas, o por qué quieres quitarme con tu industria los medios que yo podría hallar para conseguir mi deseo? No dijo más Anselmo; pero bastó lo que había dicho para dejar corrido y confuso a Lotario, el cual casi como tomando por punto de honra el haber sido llamado en mentira, juró a Anselmo que desde aquel momento tomaba tan a su cargo el contentalle y no mentille, cual lo vería si con curiosidad lo espiaba, cuanto más que no sería menester usar de ninguna diligencia, porque la que él pensaba poner en satisfacelle le quitaría de toda sospecha.

Creyóle Anselmo, y para dalle más segura y menos sobresaltada, determinó de hacer ausencia de su casa por ocho días, yéndose a la de un amigo suyo que estaba en una aldea no lejos de la ciudad; con el cual amigo concertó que lo enviase a llamar con muchas veras, para tener ocasión con Camila de su partida.

Desdichado y mal advertido de ti, Anselmo, ¿qué es lo que haces? ¿Qué es lo que haces? ¿Qué es lo que trazas? ¿Qué es lo que ordenas? Mira que haces contra ti mismo, trazando tu deshonra y ordenando tu perdición. Buena es tu esposa Camila, quieta y sosegadamente la posees, nadie sobresalta tu gusto, sus pensamientos no salen de las paredes de su casa, tú eres su cielo en la tierra, el blanco de sus deseos, el cumplimiento de sus gustos y la medida por donde mide su voluntad, ajustándola en todo con la tuya y con la del cielo. Pues si la mina de su honor, hermosura, honestidad y recogimiento te da sin ningún trabajo toda la riqueza que tiene, y tú puedes desear, ¿para qué quieres hondar la tierra y buscar nuevas vetas de nuevo y nunca visto tesoro, poniéndote a peligro que todo se venga abajo, pues en fin se sustenta sobre los débiles arrimos de su flaca naturaleza?

Mira que el que busca lo imposible, es justo que lo posible se le niegue, como lo dijo mejor un poeta, diciendo:

Busco en la muerte la vida,
salud a la enfermedad,
en la prisión libertad,
en lo cerrado salida,
y en el traidor lealtad.

Pero mi suerte, de quien
jamás espero algún bien,
con el cielo ha estatuído,
que pues lo imposible pido,
lo posible aun no me den.

Fuese otro día Anselmo a la aldea, dejando dicho a Camila que el tiempo que él estuviese ausente, vendría Lotario a mirar por su casa y a comer con ella, que tuviese cuidado de tratalle como a su misma persona.

Afligióse Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba, y díjole que adviertiese que no estaba bien que nadie, él ausente, ocupase la silla de su mesa; y que si lo hacía por no tener confianza, que ella sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por experiencia cómo para mayores cuidados era bastante. Anselmo le replicó que aquel era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y obedecelle. Camila dijo que así lo haría, aunque contra su voluntad. Partióse Anselmo, y otro día vino a su casa Lotario, donde fue recibido de Camila con amoroso y honesto acogimiento; la cual jamás se puso en parte donde Lotario la viese a solas, porque siempre andaba rodeada de sus criados y criadas, especialmente de una doncella suya, llamada Leonela, a quien ella mucho quería, por haberse criado desde niñas las dos juntas en casa de los padres de Camila, y cuando se casó con Anselmo la trujo consigo. En los tres días primeros nunca Lotario le dijo nada, aunque pudiera, cuando se levantaban los manteles y la gente se iba a comer con mucha priesa, porque así se lo tenía mandado Camila; y aun tenía orden Leonela que comiese primero que Camila, y que de su lado jamás se quitase; mas ella, que en otras cosas de su gusto tenía puesto el pensamiento, y había menester aquellas horas y aquél para ocuparle en sus contentos, no cumplía todas las veces el mandamiento de su señora; antes los dejaba solos, como si aquello le hubieran mandado. Mas la honesta presencia de Camila, la gravedad de su rostro, la compostura de su persona era tanta, que ponía freno a la lengua de Lotario, redundó más en daño de los dos; porque si la lengua callaba, el pensamiento discurría y tenía lugar de contemplar parte por parte todos los extremos de bondad y de hermosura que Camila tenía, bastantes a enamorar una estatua de mármol, no un corazón de carne.

Mirábala Lotario en el lugar y espacio que había de hablarla, y consideraba cuán digna era de ser amada; y esta consideración comenzó poco a poco a dar asalto a los respetos que a Anselmo tenía, y mil veces quiso ausentarse de la ciudad, e irse donde jamás Anselmo le viese a él ni él viese a Camila; mas ya le hacía impedimento y detenía el gusto que hallaba en mirarla: hacíase fuerza y peleaba consigo mismo por desechar y no sentir el contento que le llevaba a mirar a Camila; culpábase a solas de su desatino; llamábase mal amigo y aun mal cristiano; hacía discursos y comparaciones entre él y Anselmo, y todos paraban en decir que más había sido la locura y confianza de Anselmo, que su poca fidelidad; y que si así tuviera disculpa para con Dios como para con los hombres, de lo que pensaba hacer, que no temiera pena por su culpa.

En efecto la hermosura y la bondad de Camila, juntamente con la ocasión que el ignorante marido le había puesto en las manos, dieron con la lealtad de Lotario en tierra; y sin mirar a otra cosa que aquella a que su gusto le inclinaba, al cabo de tres días de la ausencia de Anselmo, en los cuales estuvo en continua batalla por resistir a sus deseos, comenzó a requebrar a Camila con tanta turbación y con tan amorosas razones, que Camila quedó suspensa, y no hizo otra cosa que levantarse de donde estaba y entrarse en su aposento sin respondelle palabra alguna; mas no por esta sequedad se desmayó en Lotario la esperanza que siempre nace juntamente con el amor; antes tuvo en más a Camila, la cual, habiendo visto en Lotario lo que jamás pensara, no sabía qué hacerse; y pareciéndole no ser cosa segura ni bien hecha darle ocasión ni lugar a que otra vez le hablase, determinó de enviar aquella misma noche, como lo hizo, a un criado suyo con un billete a Anselmo, donde le escribió estas razones:
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Mensaje por Invitado Lun 24 Jun 2013, 1:57 pm

Capítulo vigésimosexto
Donde se prosigue las finezas que de enamorado hizo Don Quijote en Sierra Morena

Y volviendo a contar lo que hizo en la triste figura después que se vio solo, dice la historia que así como Don Quijote acabó de dar las tumbas, o vueltas de medio abajo desnudo, y de medio arriba vestido, y que vio que Sancho se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces, se subió sobre una punta de una alta peña, y allí tornó a pensar lo que otras muchas veces había pensado, sin haberse jamás resuelto en ello, y era que cuál sería mejor y le estaría más a cuento, imitar a Roldan en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólicas, y hablando entre sí mismo decía: si Roldán fue tan buen caballero y tan valiente como todos dicen, ¿qué maravilla? Pues al fin era encantado, y no le podía matar nadie, si no era metiéndole un alfiler de a blanca por la punta del pie, y él traía siempre los zapatos con siete suelas de hierro; aunque no le valieron tretas contra Bernardo del Carpio, que se las entendió y le ahogó entre los brazos en Roncesvalles; pero dejando en él lo de valentía a una parte, vengamos a lo de perder el juicio, que es cierto que le perdió por las señales que halló en la fuente, y por la nuevas que le dio el pastor de que Angélica había dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellos enrizados, y paje de Agramante; y si él entendió que esto era verdad, y que su dama le había cometido desaguisado, no hizo mucho en volverse loco; pero yo, ¿cómo puedo imitarle en las locuras, si no le imito en la ocasión della?

Porque mi Dulcinea del Toboso osaré yo jurar que no ha visto en todos los días de su vida moro alguno, así como él es, en su mismo traje, y que se está hoy como la madre que le parió; y haríale agravio manifiesto si imaginando otra cosa della me volviese loco de aquel género de locura de Roldán el furioso; por otra parte, veo que Amadís de Gaula, sin perder el juicio y sin hacer locuras, alcanzó tanta fama de enamorado como el que más, porque lo que hizo, según su historia, no fue más de que por verse desdeñado de su señora Oriana, que le había mandado que no pareciese ante su presencia hasta que fuese su voluntad, él se retiró a la Peña Pobre en compañía de un ermitaño, y allí se hartó de llorar hasta que el cielo le acorrió en medio de su mayor cuita y necesidad: y si esto es verdad, como lo es, ¿para qué quiero yo tomar trabajo ahora de desnudarme del todo, ni dar pesadumbre a estos árboles, que no me han hecho mal alguno, ni tengo para qué enturbiar el agua clara de estos arroyos, los cuales me han de dar de beber cuado tenga gana? Viva la memoria de Amadís, y sea imitado de Don Quijote de la Mancha en todo lo que pudiere; del cual se dirá lo que del otro se dijo, que si no acabó grandes cosas murió por acometellas; y si yo no soy desechado, ni desdeñado de mi Dulcinea, bástame, como ya he dicho, estar ausente della. Ea pues, manos a la obra, venid a mi memoria, cosas de Amadís, y enseñadme por donde tengo de comenzar a imitaros; mas yo sé que lo más que él hizo fue rezar, y así lo haré yo.

Y sirviéndole de rosario unas agallas de un alcornoque, que ensartó, de diez en diez; y lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermitaño que le confesase y con quien consolarse, y así se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea; mas los que se pudiesen leer, después que a él allí le hallaron, no fueron más que estos que aquí se siguen:

Arboles, yerbas y plantas,
Que en aqueste sitio estáis,
Tan altos, verdes y tantas,
Si de mi mal no os holgáis,
Escuchad mis quejas santas.
Mi dolor no os alborote,
Aunque más terrible sea,
Aquí lloró Don Quijote
Ausencia de Dulcinea del Toboso.

Es aquí el lugar a donde
El amador más leal
De su señora se esconde,
Y ha venido a tanto mal,
Sin saber cómo, o por dónde.

Tráele amor al estricote.
Que es de muy mala ralea,
Y así hasta henchir un pipote,
Aquí lloró Don Quijote
Ausencias de Dulcinea del Toboso.

Buscando las aventuras
Por entre las duras peñas,
Maldiciendo entrañas duras,
Que entre riscos y entre breñas,
Halla el triste desventuras.

Hirióle amor con su azote,
No con su blanda correa,
Y en tocándole el cogote,
Aquí lloró Don Quijote
Ausencias de Dulcinea del Toboso.

No causó poca risa en los que hallaron los versos referidos el añadidura del Toboso al nombre de Dulcinea, porque imaginaron que debió de imaginar Don Quijote, que si en nombrando a Dulcinea no decía también el Toboso, no se podría entender la copla; y así fue la verdad, como él después confesó. Otros muchos escribió; pero, como se ha dicho, no se pudieron sacar en limpio ni enteros más de estas tres coplas.

En esto, y en suspirar y en llamar a los Faunos y Silvanos de aquellos bosques, a las Ninfas de los ríos, a la dolorosa y húmida Eco, que le respondiesen, consolasen y escuchasen, se entretenía en buscar algunas yerbas con que sustentarse, en tanto que Sancho volvía, que si como tardó tres días, tardara tres semanas, el Caballero de la Triste Figura quedara tan desfigurado que no lo conociera la madre que lo parió: y sería bien dejalle envuelto entre sus suspiros y versos, por contar lo que le avino a Sancho Panza en su mandadería, y fue que en saliendo al camino real se puso en busca del Toboso; y otro día llegó a la venta donde le había sucedido la desgracia de la manta, y no la hubo bien visto, cuando le parecio que otra vez andaba en los aires, y no quiso entrar dentro, aunque llegó a hora que lo pudiera y debiera hacer, por ser la del comer y llevar en deseo de gustar algo caliente, que había grandes días que todo era fiambre.

Esta necesidad le forzó a que llegase junto a la venta, todavía dudoso si entraría o no, y estando en esto, salieron de la venta dos personas, que luego le conocieron, y dijo el uno al otro; dígame, señor licenciado, ¿aquel del caballo no es Sancho Panza, el que dijo el ama de nuestro aventurero que había salido con su señor por escudero? Sí es, dijo el licenciado, y aquel es el caballo de nuestro Don Quijote; y conociéronle tan bien como aquellos que eran el cura y el barbero de su mismo lugar y los que hicieron el escrutinio y auto general de los libros: los cuales, así como acabaron de conocer a Sancho Panza y Rocinante, deseosos de saber de Don Quijote, se fueron a él, el cura le llamó por su nombre, diciéndole: amigo Sancho Panza, ¿adónde queda vuestro amo? Conociólos luego Sancho Panza, y determinó de encubrir el lugar y la suerte dónde y cómo su amo quedaba, y así les respondió que su amo quedaba ocupado en cierta parte y en cierta cosa que le era de mucha importancia, la cual el no podía descubrir por los ojos que en la cara tenía.

No, no, dijo el barbero; Sancho Panza, si vos no nos decís dónde queda, imaginaremos, como ya imaginamos, que vos lo habéis muerto y robado, pues venís encima de su caballo; en verdad que nos habéis de dar el dueño del rocín, o sobre eso morena. No hay para qué conmigo amenaza, que yo no soy hombre que robo ni mato a nadie; a cada uno mate su ventura, o Dios que le hizo. Mi amo queda haciendo penitencia en la mitad desta montaña, muy a su sabor: y luego, de corrida y sin parar, les contó de la suerte que quedaba las aventuras que le habían sucedido, y cómo llevaba la carta a la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados.

Quedaron admirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba, y aunque ya sabían la locura de Don Quijote y el género della, siempre que la oían se admiraban de nuevo. Pidiéronle a Sancho Panza que les enseñase la carta que llevaba a la señora Dulcinea del Toboso. El dijo que iba escrita en un libro de memoria, y que era orden de su señor que la hiciese trasladar en papel en el primer lugar que llegase; a lo cual dijo el cura que se la mostrase, que él la trasladaría de muy buena letra. Metió la mano en el seno Sancho Panza, buscando el librilllo; pero no le halló, ni le podía hallar si le buscara hasta ahora, porque se había quedado Don Quijote con él, y no se le había dado, ni a él se le acordó de pedirsele.

Cuando Sancho vio que no hallaba el libro, fuésele parando mortal el rostro, y tornándose a tentar todo el cuerpo muy apriesa, tornó a echar de ver que no le hallaba, y sin más ni más se echo entrambos puños a las barbas y se arrancó la mitad dellas, y luego apriesa y sin cesar, se dio media docena de puñadas en el rostro y en las narices, que se las baño todas en sangre. Visto lo cual por el cura y el barbero, le dijeron qué le había sucedido, que tan mal se paraba. Qué me ha de suceder, respondió Sancho, sino el haber perdido de una mano a otra, en un instante, tres pollinos, que cada uno era como un castillo. ¿Cómo es eso? replicó el barbero. He perdido el libro de memoria, respondió Sancho, donde venía la carta para Dulcinea; y una cédula firmada de mi señor, por la cual mandaba que su sobrina me diese tres pollinos de cuatro o cinco que estaban en casa, y con esto les contó la pérdida del rucio. Consolóle el cura, y díjole que en hallando a su señor él le haría revalidar la manda, y que tornase a hacer la libranza en papel, como era uso y costumbre, porque las que se hacían en libros de memoria jamás se aceptaban ni cumplían.

Con esto se consoló Sancho, y dijo que como aquello fuese así, que no le daba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea, porque él sabía casi de memoria, de la cual se podría trasladar donde y cuando quisiesen. Decidla, Sancho, pues, dijo el barbero, que después la trasladaremos. Paróse Sancho Panza a rascar la cabeza para traer a la memoria la carta, y ya se ponía sobre una pie y ya sobre otro; unas veces miraba al suelo, otras al cielo, y al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo suspensos a los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de grandísimo rato: por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda, aunque en el principio decía: Alla y sobajada señora. No dirá, dijo el barbero, sobajada, sino sobrehumana, o soberana señora. Así es, dijo Sancho: luego, si mal no me acuerdo, proseguía, el llagado y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa; y no sé que decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa en: Vuestro hasta la muerte, el caballero de la Triste Figura.

No poco gustaron los dos de ver la buena memoria de Sancho Panza, y alabáronsela mucho, y le pidieron que dijese la carta otras dos veces, para que ellos así mismo la tomasen de memoria para trasladarla a su tiempo. Tornóla a decir Sancho otras tres veces, y otras tantas volvió a decir otros tres mil disparates. Tras esto contó así mismo las cosas de su amo; pero no habló palabra acerca del manteamiento que le había sucedido en aquella venta, en la cual rehusaba entrar. Dijo también como su señor, en trayendo que le trajese buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso, se había de poner en camino a procurar cómo ser emperador o por lo menos monarca, que así lo tenían concertado entre los dos, y era cosa muy fácil venir a serlo, según era el valor de su persona y la fuerza de su brazo; y que en siéndolo, le había de casar a él, porque ya sería viudo, que no podía ser menos, y le había de dar por mujer a una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería.

Decía esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente había sido la locura de Don Quijote, pues había llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les sería de mas gusto oir sus necedades, y así le dijeron que rogase a Dios por la salud de su señor, que cosa contingente y muy agible era venir con el discurso del tiempo a ser emperador, como él decía, o por lo menos arzobispo u otra calidad equivalente. A lo cual respondió Sancho: Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera que a mi amo le viniese en voluntad de no ser emperador, sino de ser arzobispo, querría yo saber ahora qué suelen dar los arzobispos andantes a sus escuderos. Suélenles dar, repondió el cura, algún beneficio simple o curado, o alguna sacristanía que les vale mucho de renta rentada, amén del pie de altar, que se suele estimar en otro tanto. Para eso será menester, replicó Sancho, que el escudero no sea casado y que sepa ayudar a misa por lo menos; y si esto es así, desdichado de yo que soy casado y no sé la primera letra del A B C; ¿qué será de mi si a mi amo le da antojo de ser arzobispo y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes? No tengáis pena, Sancho amigo, dijo el barbero, que aquí rogaremos a vuestro amo, y se lo aconsejaremos, y aún se lo pondremos en caso de conciencia, que sea emperador y no arzobispo, porque le será más fácil, a causa de que él es más valiente que estudiante. Así me ha parecido a mí, respondió Sancho, aunque se decir que para todo tiene habilidad. Lo que yo pienso hacer de mi parte, es rogarle a nuestro Señor que le eche a aquellas partes donde él más se sirva, y a donde a mi más mercedes me haga. Vos lo decís como discreto, dijo el cura, y lo hareís como buen cristiano; más lo que ahora, se ha de hacer es dar órden como sacar a vuestro amo de aquella inútil penitencia que decís que queda haciendo. Y para pensar el modo que hemos de tener, y para comer, que ya es hora, será bien nos entremos en esa venta. Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaría allí fuera, y que después les diría la causa por qué no entraba ni le convenía entrar en ella, mas que les rogaba que le sacasen allí algo de comer que fuese cosa caliente, y así mismo cebada para Rocinante. Ellos se entraron y le dejaron, y de allí a poco el barbero le sacó de comer.

Después, habiendo bien pensado entre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, vino el cura en un pensamiento muy acomodado al gusto de Don Quijote, y para lo que ellos querían, y fue que dijo al barbero que lo que había pensado era: que él se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde Don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual él no podría dejársele de otorgar como valeroso caballero andante y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella, donde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le tenía hecho, y que le suplicaba ansimesmo que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda hasta que la hubise hecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese sin duda que Don Quijote vendría en todo cuanto le pidiese por este término, y que desta manera le sacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su estraña locura.
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Mensaje por Invitado Lun 24 Jun 2013, 1:57 pm

¡¡¡¡COMO AL FINAL OS GUSTE EL QUIJOTE ME RÍO!!!
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Mensaje por Invitado Lun 24 Jun 2013, 1:58 pm

¡¡¡¡YOMASNADE!!! ¡ERES UNA SUERTUDA! PERO ES LA SUERTE DEL PRINCIPIANTE, YA VERÁS MI VENGANZA...SERÁ TERRIBLE.. :D
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Mensaje por Invitado Lun 24 Jun 2013, 1:59 pm

Capítulo trigésimo quinto
Que trata de la brava y descomunal batalla que Don Quijote tuvo con cueros de vino, y se da fin a la novela del curioso impertinente

Poco más quedaba por leer de la novela, cuando del camaranchón donde reposaba Don Quijote, salió Sancho Panza todo alborotado, diciendo a voces: Acudid, señores, presto, socorred a mi señor, que anda envuelto en la más reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercén a cercén como si fuera un nabo. ¿Qué dices, hermano?, dijo el cura, dejando de leer lo que de la novela quedaba. ¿Estais en vos, Sancho? ¿Cómo diablos puede ser eso que decís, estando el gigante dos mil leguas de aquí?

En esto oyeron un gran ruido en el aposento, y que Don Quijote decía a voces: Tente ladrón malandrín, follón, que aquí te tengo y no te ha de valer tu cimitarra. Y parecía que daba grandes cuchilladas por las paredes, y dijo Sancho: No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despedir la pelea o ayudar a mi amo; aunque ya no será menester, porque sin duda alguna el gigante está ya muerto y dando cuenta a Dios de su pasada y mala vida, que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a un lado, que es tamaña como un gran cuero de vino. Que me maten, dijo a esta sazón el ventero, si Don Quijote o don diablo no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre a este buen hombre.

Y con esto entró en el aposento, y todos tras él y hallaron a Don Quijote en el más extraño traje del mundo. Estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama con quien tenía ojeriza Sancho, y en él se sabía bien el por qué; y en la derecha desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante.

Y es lo bueno, que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante; que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón, y que ya estaba en la pelea con su enemigo; y había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino, lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo que arremetió a Don Quijote, y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes, que si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante. Y con todo aquello no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua fría del pozo, y se la echó por todo el cuerpo de golpe; con lo cual despertó Don Quijote, mas no con tanto acuerdo que echase de ver de la manera que estaba. Dorotea que vió cuán corta y sutilmente estaba vestido, no quiso entrar a ver la batalla de su ayudador y de su contrario.

Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y como no la hallaba, dijo: Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamiento; que la otra vez en este mesmo lugar donde ahora me hallo me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no parece por aquí esta cabeza que vi cortar por mis mesmos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente. ¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos?, dijo el ventero. ¿No ves ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están honrados, y el vino tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó? No sé nada, respondió Sancho; sólo sé que vendré a ser tan desdichado, que por no hallar esta cabeza se me ha de deshacer mi condado, como la sal en el agua. Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían las promesas que su amo le había hecho. El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maleficio del señor, y juraba que no había de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar, y que ahora no le habían de valer los privilegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aún hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habían de echar a los rotos cueros.

Tenía el cura de las manos a Don Quijote, el cual creyendo que había acabado la aventura y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante del cura, diciendo: Bien puede vuestra grandeza, alta y fermosa señora, vivir de hoy más segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo también de hoy más soy quito de la palabra que os di, pues con ayuda del alto Dios, y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien le he cumplido. ¿No lo dije yo?, dijo oyendo esto Sancho. Sí, que no estaba yo borracho; mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante. "Ciertos son los toros", mi condado está de molde. ¿Quién no había de reir con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían sino el ventero, que se daba a Satanás; pero en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio y el cura, que con no poco trabajo dieron con Don Quijote en la cama; el cual se quedó dormido con muestras de grandísimo cansancio. Dejáronle dormir, y saliéronse al portal de la venta a consolar a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante; aunque más tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros, y la ventera decía en voz y en grito: En mal punto y en mal hora menguada entró en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta. La vez pasada se fue con el costo de una noche de cena, cama, paja y cebada para él y para su escudero, y un rocín y un jumento, diciendo que era caballero aventurero (que mala ventura le dé Dios a él y a cuantos aventureros hay en el mundo), y que por esto no estaba obligado a pagar nada, que asi estaba escrito en los aranceles de la caballería andantesca: y ahora por su respeto vino estotro señor, y me llevó mi cola, y hámela vuelto con más de dos cuartillos de daño, toda pelada, que no puede servir para lo que la quiere mi marido; y por fin y remate de todo, romperme mis cueros y derramarme mi vino, que derramada le vea yo su sangre, pues no se piense, que por los huesos de mi padre, y por el siglo de mi madre, si no me lo han de pagar un cuarto sobre otro, o no me llamaría yo como me llamo, ni sería hija de quien soy.

Estas y otras razones tales decía la ventera con grande enojo, y ayudábala su buena criada Maritornes. La hija callaba, y de cuando en cuando se sonreía. El cura lo sosegó todo, prometiendo de satisfacerles su pérdida lo mejor que pudiese, así de los cueros como del vino, y principalmente del menoscabo de la cola, de quien tanta cuenta hacían. Dorotea consoló a Sancho Panza, diciéndole que cada y cuando que pareciese haber sido verdad que su amo hubiese descabezado al gigante, le prometía en viéndose pacífica en su reino de darle el mejor condado que en él hubiese. Consolóse con esto Sancho, y aseguró a la princesa que tuviese por cierto que él había visto la cabeza del gigante, y que por más señas tenía una barba que le llegaba a la cintura, y que si no parecía, era, porque todo cuanto en aquella casa pasaba era por vía de encantamiento, como él lo había probado otra vez que había posado en ella. Dorotea dijo que así lo creía, y que no tuviese pena, que todo se haría bien y sucedería a pedir de boca.

Sosegados todos, el cura quiso acabar de leer la novela, porque vió que faltaba poco. Cardenio, Dorotea y todos los demás le rogaron la acabase. Él, que a todos quiso dar gusto, y por el que él tenía de leerla, prosiguió el cuento, que así decía: Sucedió, pues, que por la satisfacción que Anselmo tenía de la bondad de Camila, vivía una vida contenta y descuidada. Camila de industria hacía mal rostro a Lotario, porque Anselmo entendiese al revés de la voluntad que le tenía; y para más confirmación de su hecho, pidió licencia Lotario para no venir a su casa, pues claramente se mostraba la pesadumbre que con su vista Camila recibía, mas el engañado Anselmo le dijo que en ninguna manera tal hiciese. Y así, por mil maneras era Anselmo el fabricador de su deshonra, creyendo que lo era de su gusto. En esto el gozo que tenía Leonela de verse calificada en sus amores llegó a tanto, que sin mirar a otra cosa se iba tras él a suelta rienda, fiada en que su señora la encubría y aún la advertía del modo que con poco recelo pudiese ponerle en ejecución.

En fin, una noche sintió Anselmo pasos en el aposento de Leonela, y queriendo entrar a ver quien los daba, sintió que le detenían la puerta; cosa que le puso más voluntad de abrirla, tanta fuerza hizo que la abrió, y entró dentro a tiempo que vió que un hombre saltaba por la ventana a la calle; y acudiendo con presteza a alcanzarle o conocerle, no pudo conseguir lo uno ni lo otro, porque Leonela se abrazó con él, diciéndole: Sosiégate, señor mio, y no te alborotes ni sigas al que de aquí saltó; es cosa mía, y tanto que es mi esposo.

No lo quiso creer Anselmo; antes ciego de enojo sacó la daga y quiso herir a Leonela, diciéndole que le dijese la verdad sino que la mataría. Ella con el miedo, sin saber lo que se decía, le dijo: No me mates, señor, que yo te diré cosas de más importancia que las que puedes imaginar. Dilas luego, dijo Anselmo, si no muerta eres. Por ahora será imposible, dijo Leonela, según estoy turbada; déjame hasta mañana, que entonces sabrás de mí lo que te ha de admirar; y está seguro que el que saltó por esta ventana es un mancebo de esta ciudad, que me ha dado la mano de ser mi esposo. Sosegóse con esto Anselmo, y quiso aguardar el término que se le pedía, porque no pensaba oir cosa que contra Camila fuese, por estar de su bondad tan satisfecho y seguro; y así se salió del aposento y dejó encerrada en él a Leonela diciéndole que de allí no saldría hasta que le dijese lo que tenía que decirle. Fue luego a ver a Cardenio y a decirle, como le dijo, todo aquello que con su doncella le había pasado, y a la palabra que le había dado de decirle grandes cosas y de importancia. Si se turbó Camila o no, no hay para qué decirlo, porque fue tanto el temor y espanto que cobró, creyendo verdaderamente (y era de creer) que Leonela había de decir a Anselmo todo lo que sabía de su poca fe, que no tuvo ánimo para esperar si su sospecha salía falsa o no. Y aquella misma noche, cuando le pareció que Anselmo dormía, juntó las mejores joyas que tenía y algunos dineros, y sin ser de nadie sentida, salió de casa y se fue a la de Lotario, a quien contó lo que pasaba, y le pidió que la pusiese en cobro, o que se pudiesen estar seguros. La confusión en que Camila puso a Lotario fue tal, que no le sabía responder palabra, ni menos sabía resolverse en lo que haría. En fin, acordó de llevar a Camila a un monasterio en quien era priora una su hermana. Consintió Camila en ello, y con la presteza que el caso pedía la llevó Lotario y la dejó en el monasterio y él asímismo se ausentó luego de la ciudad sin dar parte a nadie de su ausencia. Cuando amaneció, sin echar de ver Anselmo que Camila faltaba de su lado, con el deseo que tenía de saber lo que Leonela quería decirle, se levantó y fue adonde la había dejado encerrada. Abrió y entró en el aposento, pero no halló en ella a Leonela; sólo halló puestas unas sábanas añudadas a la ventana, indicio y señal que por allí se había descolgado. Volvió luego muy triste a decírselo a Camila, y no hallándola en la cama ni en toda la casa, quedó asombrado. Preguntó a los criados de casa por ella, pero nadie le supo dar razón de lo que pedía. Acertó acaso, andando a buscar a Camila, que vió sus cofres abiertos y que dellos faltaban las más de sus joyas, y con esto acabó de caer en la cuenta de su desgracia, y en que no era Leonela la causa de su desventura; y ansí como estaba, sin acabarse de vestir, triste y pensativo, fue a dar cuenta de su desdicha a su amigo Lotario. Mas cuando no le halló, y sus criados le dijeron que aquella noche había faltado de casa y había llevado consigo todos los dineros que tenía, pensó perder el juicio; y para acabar de concluir con todo, volviéndose a su casa no halló en ella ninguno de cuantos criados ni criadas tenía, sino la casa desierta y sola. No sabía qué pensar, qué decir, ni que hacer, y poco a poco se le iba volviendo el juicio. Contemplábase y mirábase en un instante sin mujer, sin amigos y sin criados, desamparado a su parecer del cielo que le cubría, y sobre todo sin honra, porque en la falta de Camila vió su perdición. Resolvió, en fin, a cabo de una gran pieza, de irse a la aldea de su amigo, donde había estado cuando dió lugar a que se maquinase toda aquella desventura. Cerró las puertas de su casa, subió a caballo, y con desmayado aliento se puso en camino: y apenas hubo andado la mitad, cuando acosado de sus pensamientos le fue forzoso apearse y arrendar su caballo a un árbol, a cuyo tronco se dejó caer dando tiernos y dolorosos suspiros, y allí se estuvo hasta que casi anochecía; y a aquella hora vió que venía un hombre a caballo de la ciudad, y después de haberle saludado, le preguntó qué nuevas había en Florencia. El ciudadano respondió: Las más extrañas que muchos días ha se han oído en ella, porque se dice publicamente que Lotario, aquel grande amigo de Anselmo, el rico, que vivía en San Juan, se llevó esta noche a Camila, mujer de Anselmo, el cual tampoco parece. Todo esto ha dicho una criada de Camila, que anoche la halló el gobernador descolgándose con una sábana por las ventanas de la casa de Anselmo. En efecto, no sé puntualmente cómo pasó el negocio; sólo sé que toda la ciudad está admirada deste suceso, porque no se podía esperar tal hecho de la mucha y familiar amistad de los dos, que dicen que era tanta, que los llamaban "los dos amigos". ¿Sábese por ventura, dijo Anselmo, el camino que llevan Lotario y Camila? Ni por pienso, dijo el ciudadano, puesto que el gobernador ha usado de mucha diligencia en buscarlos. A Dios vais, señor, dijo Anselmo. Con él quedeis, respondió el ciudadano, y fuese. Con tan desdichadas nuevas casi llegó a términos Anselmo, no sólo de perder el juicio, sino de acabar la vida. Levantóse como pudo, y llegó a casa de su amigo, que aún no sabía su desgracia; mas como le vió llegar amarillo, consumido y seco, entendió que de algún grave mal venía fatigado. Pidió luego Anselmo que le acostasen, y que le diesen aderezo de escribir. Hízose así, y dejáronle acostado y solo, porque él así lo quiso y aún que le cerrasen las puertas. Viéndose, pues, solo, comenzó a cargar tanto la imaginación de su desventura, que claramente conoció, por las premisas mortales que en sí sentía, que se iba acabando la vida, y así ordenó de dejar noticia de la causa de su extraña muerte. Y comenzando a escribir, antes que acabase de poner todo lo que quería, le faltó el aliento y dejó la vida en las manos del dolor que le causó su curiosidad impertinente. Viendo el señor de casa que era ya tarde, y que Anselmo no llamaba, acordó de entrar a saber si pasaba adelante su indisposición; y hallóle tendido boca abajo, la mitad sobre el bufete, sobre el cual estaba con el papel escrito y abierto, y él tenía aún la pluma en la mano. Llegóse el huésped a él, habiéndole llamado primero, y trabándole por la mano, viendo que no le respondía, y hallándole frío, vió que estaba muerto. Admiró y congojóse en gran manera; y llamó a la gente de casa para que viesen la desgracia a Anselmo sucedida, y finalmente, leyó el papel, que conoció que de su misma mano estaba escrito, el cual contenía estas razones: "Un necio e impertinente deseo me quitó la vida. Si las nuevas de mi muerte llegaren a los oídos de Camila, sepa que yo la perdono porque no estaba ella obligada a hacer milagros, ni yo tenía necesidad de querer que ella los hiciese; y pues yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para qué..."

Hasta aquí escribió Anselmo, por donde se echó de ver que en aquel punto, sin poder acabar la razón, se le acabó la vida. Otro día dió aviso su amigo a los parientes de Anselmo de su muerte, los cuales ya sabían su desgracia, y el monasterio donde Camila estaba casi en el término de acompañar a su esposo en aquel forzoso viaje, no por las que supo del ausente amigo. Dícese que aunque se vió viuda, no quiso salir del monasterio, ni menos hacer profesión de monja hasta que (no de allí a muchos días) le vinieron nuevas que Lotario había muerto en una batalla, que en aquel tiempo dió monsieur de Aubigny el Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles, donde había ido a parar el tarde arrepentido amigo: lo cual, sabido por Camila, hizo profesión, y acabó en breves días la vida a las rigurosas manos de tristezas y melancolías. Éste fue el fin que tuvieron todos, nacido de un tan desatinado principio.

Bien, dijo el cura, me parece esta novela; pero no me puedo persuadir que esto sea verdad, y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede imaginar que haya marido tan necio que quiera hacer tan costosa experiencia como Anselmo. Si este caso se pusiera entre un galán y una dama, pudiérase llevar; pero entre marido y mujer, algo tiene de imposible, y en lo que toca al modo de contarle, no me descontenta.
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Mensaje por Invitado Lun 24 Jun 2013, 2:00 pm

OHHHH ¡¡COMON!! ¡NI CON EL QUIJOTE ME PASA DE PÁGINA!
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Mensaje por YoyMasNadie Lun 24 Jun 2013, 2:00 pm

JuJu escribió:¡¡¡¡YOMASNADE!!! ¡ERES UNA SUERTUDA! PERO ES LA SUERTE DEL PRINCIPIANTE, YA VERÁS MI VENGANZA...SERÁ TERRIBLE.. :D


UHHHHHHHHHHHH mira como tiemblo  :jojojo:
PD: no creo en la suerte de principiantes............... PORQUE SOY UNA SUERTUDA HAHAHAHA  :jojojo:

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Mensaje por Invitado Lun 24 Jun 2013, 2:01 pm

¡¡¡¡NOOOO!!! JURO QUE ME VENGARÉ :wut::gasp::muere: XDD
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Mensaje por YoyMasNadie Lun 24 Jun 2013, 2:03 pm

PASARE DE PAGINA!!!!!!!!!!!!! Y JUJU NO PODRA HACER NADA, REPITO N-A-D-A PAA IMPEDIRLO
MUAJAJAJAJAJ  :jojojo:
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Mensaje por Invitado Lun 24 Jun 2013, 2:08 pm

¡¡Ohh, bitcha'h!! No te has atrevido! ¿Please? ¡YO pasaré de página!
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Mensaje por Invitado Lun 24 Jun 2013, 2:08 pm

¡¡Ohh, bitcha'h!! No te has atrevido! ¿Please? ¡YO pasaré de página!
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Mensaje por Nαtαlíα. Lun 24 Jun 2013, 2:09 pm

sangriento
Nαtαlíα.
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Mensaje por Invitado Lun 24 Jun 2013, 2:09 pm

¡¡Venga, PÁGINA! ¡PÁGINA RETRASADA, PÁSATE!
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