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50 Sombras De Styles (Harry Styles y tu)(ADPATADA)(HOT)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: 50 Sombras De Styles (Harry Styles y tu)(ADPATADA)(HOT)
Capítulo 7
Lo primero que noto es el olor: piel, madera y cera con un ligero aroma a limón. Es muy agradable, y la luz es tenue, sutil. En realidad no veo de dónde sale, de algún sitio junto a la cornisa, y emite un resplandor ambiental. Las paredes y el techo son de color burdeos oscuro, que da a la espaciosa habitación un efecto uterino, y el suelo es de madera barnizada muy vieja. En la pared, frente a la puerta, hay una gran X de madera, de caoba muy brillante, con esposas en los extremos para sujetarse. Por encima hay una gran rejilla de hierro suspendida del techo, como mínimo de dos metros cuadrados, de la que cuelgan todo tipo de cuerdas, cadenas y grilletes brillantes. Cerca de la puerta, dos grandes postes relucientes y ornamentados, como balaustres de una barandilla pero más grandes, cuelgan a lo largo de la pared como barras de cortina. De ellos pende una impresionante colección de palos, látigos, fustas y curiosos instrumentos con plumas.
Junto a la puerta hay un mueble de caoba maciza con cajones muy estrechos, como si estuvieran destinados a guardar muestras en un viejo museo. Por un instante me pregunto qué hay dentro. ¿Quiero saberlo? En la esquina del fondo veo un banco acolchado de piel de color granate, y pegado a la pared, un estante de madera que parece una taquera para palos de billar, pero que al observarlo con más atención descubro que contiene varas de diversos tamaños y grosores. En la esquina opuesta hay una sólida mesa de casi dos metros de largo —madera brillante con patas talladas—, y debajo, dos taburetes a juego.
Pero lo que domina la habitación es una cama. Es más grande que las de matrimonio, con dosel de cuatro postes tallado de estilo rococó. Parece de finales del siglo XIX. Debajo del dosel veo más cadenas y esposas relucientes. No hay ropa de cama… solo un colchón cubierto de piel roja, y varios cojines de satén rojo en un extremo.
A unos metros de los pies de la cama hay un gran sofá Chesterfield granate, plantificado en medio de la sala, frente a la cama. Extraña distribución… eso de poner un sofá frente a la cama. Y sonrío para mis adentros. Me parece raro el sofá, cuando en realidad es el mueble más normal de toda la habitación. Alzo los ojos y observo el techo. Está lleno de mosquetones, a intervalos irregulares. Me pregunto por un segundo para qué sirven. Es extraño, pero toda esa madera, las paredes oscuras, la tenue luz y la piel granate hacen que la habitación parezca dulce y romántica… Sé que es cualquier cosa menos eso. Es lo que Harry entiende por dulzura y romanticismo.
Me giro y está mirándome fijamente, como suponía, con expresión impenetrable. Avanzo por la habitación y me sigue. El artilugio de plumas me ha intrigado. Me decido a tocarlo. Es de ante, como un pequeño gato de nueve colas, pero más grueso y con pequeñas bolas de plástico en los extremos.
—Es un látigo de tiras —dice Harry en voz baja y dulce.
Un látigo de tiras… Vaya. Creo que estoy en estado de shock. Mi subconsciente ha emigrado, o se ha quedado muda, o sencillamente se ha caído en redondo y se ha muerto. Estoy paralizada. Puedo observar y asimilar, pero no articular lo que siento ante todo esto, porque estoy en estado de shock. ¿Cuál es la reacción adecuada cuando descubres que tu posible amante es un sádico o un masoquista total? Miedo… sí… esa parece ser la sensación principal. Ahora me doy cuenta. Pero extrañamente no de él. No creo que me hiciera daño. Bueno, no sin mi consentimiento. Un sinfín de preguntas me nublan la mente. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Con qué frecuencia? ¿Quién? Me acerco a la cama y paso las manos por uno de los postes. Es muy grueso, y el tallado es impresionante.
—Di algo —me pide Harry en tono engañosamente dulce.
—¿Se lo haces a gente o te lo hacen a ti?
Frunce la boca, no sé si divertido o aliviado.
—¿A gente? — Pestañea un par de veces, como si estuviera pensando qué contestarme—. Se lo hago a mujeres que quieren que se lo haga.
No lo entiendo.
—Si tienes voluntarias dispuestas a aceptarlo, ¿qué hago yo aquí?
—Porque quiero hacerlo contigo, lo deseo.
—Oh.
Me quedo boquiabierta. ¿Por qué?
Me dirijo a la otra esquina de la sala, paso la mano por el banco acolchado, alto hasta la cintura, y deslizo los dedos por la piel. Le gusta hacer daño a las mujeres. La idea me deprime.
—¿Eres un sádico?
—Soy un Amo.
Sus ojos verdes se vuelven abrasadores, intensos.
—¿Qué significa eso? —le pregunto en un susurro.
—Significa que quiero que te rindas a mí en todo voluntariamente.
Lo miro frunciendo el ceño, intentando asimilar la idea.
—¿Por qué iba a hacer algo así?
—Por complacerme —murmura ladeando la cabeza.
Veo que esboza una sonrisa.
¡Complacerle! ¡Quiere que lo complazca! Creo que me quedo boquiabierta. Complacer a Harry Styles. Y en ese momento me doy cuenta de que sí, de que es exactamente lo que quiero hacer. Quiero que disfrute conmigo. Es una revelación.
—Digamos, en términos muy simples, que quiero que quieras complacerme —me dice en voz baja, hipnótica.
—¿Cómo tengo que hacerlo?
Siento la boca seca. Ojalá tuviera más vino. De acuerdo, entiendo lo de complacerle, pero el gabinete de tortura isabelino me ha dejado desconcertada. ¿Quiero saber la respuesta?
—Tengo normas, y quiero que las acates. Son normas que a ti te benefician y a mí me proporcionan placer. Si cumples esas normas para complacerme, te recompensaré. Si no, te castigaré para que aprendas —susurra.
Mientras me habla, miro el estante de las varas.
—¿Y en qué momento entra en juego todo esto? —le pregunto señalando con la mano alrededor del cuarto.
—Es parte del paquete de incentivos. Tanto de la recompensa como del castigo.
—Entonces disfrutarás ejerciendo tu voluntad sobre mí.
—Se trata de ganarme tu confianza y tu respeto para que me permitas ejercer mi voluntad sobre ti. Obtendré un gran placer, incluso una gran alegría, si te sometes. Cuanto más te sometas, mayor será mi alegría. La ecuación es muy sencilla.
—De acuerdo, ¿y qué saco yo de todo esto?
Se encoge de hombros y parece hacer un gesto de disculpa.
—A mí —se limita a contestarme.
Dios mío… Harry me observa pasándose la mano por el pelo.
—____________, no hay manera de saber lo que piensas —murmura nervioso—.
Volvamos abajo, así podré concentrarme mejor. Me desconcentro mucho contigo aquí.
Me tiende una mano, pero ahora no sé si cogerla.
Perrie me había dicho que era peligroso, y tenía mucha razón. ¿Cómo lo sabía? Es peligroso para mi salud, porque sé que voy a decir que sí. Y una parte de mí no quiere. Una parte de mí quiere gritar y salir corriendo de este cuarto y de todo lo que representa. Me siento muy desorientada.
—No voy a hacerte daño, _________.
Sé que no me miente. Le cojo de la mano y salgo con él del cuarto.
—Quiero mostrarte algo, por si aceptas.
En lugar de bajar las escaleras, gira a la derecha del cuarto de juegos, como él lo llama, y avanza por un pasillo. Pasamos junto a varias puertas hasta que llegamos a la última. Al otro lado hay un dormitorio con una cama de matrimonio. Todo es blanco… todo: los muebles, las paredes, la ropa de cama. Es aséptica y fría, pero con una vista preciosa de Seattle desde la pared de cristal.
—Esta será tu habitación. Puedes decorarla a tu gusto y tener aquí lo que quieras.
—¿Mi habitación? ¿Esperas que me venga a vivir aquí? —le pregunto sin poder disimular mi tono horrorizado.
—A vivir no. Solo, digamos, del viernes por la noche al domingo. Tenemos que hablar del tema y negociarlo. Si aceptas —añade en voz baja y dubitativa.
—¿Dormiré aquí?
—Sí.
—No contigo.
—No. Ya te lo dije. Yo no duermo con nadie. Solo contigo cuando te has emborrachado hasta perder el sentido —me dice en tono de reprimenda.
Aprieto los labios. Hay algo que no me encaja. El amable y cuidadoso Harry, que me rescata cuando estoy borracha y me sujeta amablemente mientras vomito en las azaleas, y el monstruo que tiene un cuarto especial lleno de látigos y cadenas.
—¿Dónde duermes tú?
—Mi habitación está abajo. Vamos, debes de tener hambre.
—Es raro, pero creo que se me ha quitado el hambre —murmuro de mala gana.
—Tienes que comer, _________ —me regaña.
Me coge de la mano y volvemos al piso de abajo.
De vuelta en el salón increíblemente grande, me siento muy inquieta. Estoy al borde de un precipicio y tengo que decidir si quiero saltar o no.
—Soy totalmente consciente de que estoy llevándote por un camino oscuro, _______, y por eso quiero de verdad que te lo pienses bien. Seguro que tienes cosas que preguntarme —me dice soltándome la mano y dirigiéndose con paso tranquilo a la cocina.
Tengo cosas que preguntarle. Pero ¿por dónde empiezo?
—Has firmado el acuerdo de confidencialidad, así que puedes preguntarme lo que quieras y te contestaré.
Estoy junto a la barra de la cocina y observo cómo abre el frigorífico y saca un plato de quesos con dos enormes racimos de uvas blancas y rojas. Deja el plato en la encimera y empieza a cortar una baguette.
—Siéntate —me dice señalando un taburete junto a la barra.
Obedezco su orden. Si voy a aceptarlo, tendré que acostumbrarme. Me doy cuenta de que se ha mostrado dominante desde que lo conocí.
—Has hablado de papeleo.
—Sí.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, aparte del acuerdo de confidencialidad, a un contrato que especifique lo que haremos y lo que no haremos. Tengo que saber cuáles son tus límites, y tú tienes que saber cuáles son los míos. Se trata de un consenso,________.
—¿Y si no quiero?
—Perfecto —me contesta prudentemente.
—Pero ¿no tendremos la más mínima relación? —le pregunto.
—No.
—¿Por qué?
—Es el único tipo de relación que me interesa.
—¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—Soy así.
—¿Y cómo llegaste a ser así?
—¿Por qué cada uno es cómo es? Es muy difícil saberlo. ¿Por qué a unos les gusta el queso y otros lo odian? ¿Te gusta el queso? La señora Jones, mi ama de llaves, ha dejado queso para la cena.
Saca dos grandes platos blancos de un armario y coloca uno delante de mí.
Y ahora nos ponemos a hablar del queso… Maldita sea…
—¿Qué normas tengo que cumplir?
—Las tengo por escrito. Las veremos después de cenar.
Comida… ¿Cómo voy a comer ahora?
—De verdad que no tengo hambre —susurro.
—Vas a comer —se limita a responderme.
El dominante Harry. Ahora está todo claro.
—¿Quieres otra copa de vino?
—Sí, por favor.
Me sirve otra copa y se sienta a mi lado. Doy un rápido sorbo.
—Te sentará bien comer,_______.
Cojo un pequeño racimo de uvas. Con esto sí que puedo. Él entorna los ojos.
—¿Hace mucho que estás metido en esto? —le pregunto.
—Sí.
—¿Es fácil encontrar a mujeres que lo acepten?
Me mira y alza una ceja.
—Te sorprenderías —me contesta fríamente.
—Entonces, ¿por qué yo? De verdad que no lo entiendo.
—________, ya te lo he dicho. Tienes algo. No puedo apartarme de ti. —Sonríe irónicamente—. Soy como una polilla atraída por la luz. —Su voz se enturbia—. Te deseo con locura, especialmente ahora, cuando vuelves a morderte el labio.
Respira hondo y traga saliva.
El estómago me da vueltas. Me desea… de una manera rara, es cierto, pero este hombre guapo, extraño y pervertido me desea.
—Creo que le has dado la vuelta a ese cliché —refunfuño.
Yo soy la polilla y él es la luz, y voy a quemarme. Lo sé.
—¡Come!
—No. Todavía no he firmado nada, así que creo que haré lo que yo decida un rato más, si no te parece mal.
Sus ojos se dulcifican y sus labios esbozan una sonrisa.
—Como quiera, señorita Steele.
—¿Cuántas mujeres? —pregunto de sopetón, pero siento mucha curiosidad.
—Quince.
Vaya, menos de las que pensaba.
—¿Durante largos periodos de tiempo?
—Algunas sí.
—¿Alguna vez has hecho daño a alguna?
—Sí.
¡Maldita sea!
—¿Grave?
—No.
—¿Me harás daño a mí?
—¿Qué quieres decir?
—Si vas a hacerme daño físicamente.
—Te castigaré cuando sea necesario, y será doloroso.
Creo que estoy mareándome. Tomo otro sorbo de vino. El alcohol me dará valor.
—¿Alguna vez te han pegado? —le pregunto.
—Sí.
Vaya, me sorprende. Antes de que haya podido preguntarle por esta última revelación, interrumpe el curso de mis pensamientos.
—Vamos a hablar a mi estudio. Quiero mostrarte algo.
Me cuesta mucho procesar todo esto. He sido tan inocente que pensaba que pasaría una noche de pasión desenfrenada en la cama de este hombre, y aquí estamos, negociando un extraño acuerdo.
Lo sigo hasta su estudio, una amplia habitación con otro ventanal desde el techo hasta el suelo que da al balcón. Se sienta a la mesa, me indica con un gesto que tome asiento en una silla de cuero frente a él y me tiende una hoja de papel.
—Estas son las normas. Podemos cambiarlas. Forman parte del contrato, que también te daré. Léelas y las comentamos.
NORMAS Obediencia: La Sumisa obedecerá inmediatamente todas las instrucciones del Amo, sin dudar, sin reservas y de forma expeditiva. La Sumisa aceptará toda actividad sexual que el Amo considere oportuna y placentera, excepto las actividades contempladas en los límites infranqueables (Apéndice 2). Lo hará con entusiasmo y sin dudar. Sueño: La Sumisa garantizará que duerme como mínimo siete horas diarias cuando no esté con el Amo. Comida :Para cuidar su salud y su bienestar, la Sumisa comerá frecuentemente los alimentos incluidos en una lista (Apéndice 4). La Sumisa no comerá entre horas, a excepción de fruta. Ropa: Durante la vigencia del contrato, la Sumisa solo llevará ropa que el Amo haya aprobado. El Amo ofrecerá a la Sumisa un presupuesto para ropa, que la Sumisa debe utilizar. El Amo acompañará a la Sumisa a comprar ropa cuando sea necesario. Si el Amo así lo exige, mientras el contrato esté vigente, la Sumisa se pondrá los adornos que le exija el Amo, en su presencia o en cualquier otro momento que el Amo considere oportuno. Ejercicio: El Amo proporcionará a la Sumisa un entrenador personal cuatro veces por semana, en sesiones de una hora, a horas convenidas por el entrenador personal y la Sumisa. El entrenador personal informará al Amo de los avances de la Sumisa. Higiene personal y belleza: La Sumisa estará limpia y depilada en todo momento. La Sumisa irá a un salón de belleza elegido por el Amo cuando este lo decida y se someterá a cualquier tratamiento que el Amo considere oportuno. Seguridad personal: La Sumisa no beberá en exceso, ni fumará, ni tomará sustancias psicotrópicas, ni correrá riesgos innecesarios. Cualidades personales: La Sumisa solo mantendrá relaciones sexuales con el Amo. La Sumisa se comportará en todo momento con respeto y humildad. Debe comprender que su conducta influye directamente en la del Amo. Será responsable de cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo cuando el Amo no esté presente. El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo. Madre mía.
—¿Límites infranqueables? —le pregunto.
—Sí. Lo que no harás tú y lo que no haré yo. Tenemos que especificarlo en nuestro acuerdo.
—No estoy segura de que vaya a aceptar dinero para ropa. No me parece bien.
Me muevo incómoda. La palabra «puta» me resuena en la cabeza.
—Quiero gastar dinero en ti. Déjame comprarte ropa. Quizá necesite que me acompañes a algún acto, y quiero que vayas bien vestida. Estoy seguro de que con tu sueldo, cuando encuentres trabajo, no podrás costearte la ropa que me gustaría que llevaras.
—¿No tendré que llevarla cuando no esté contigo?
—No.
—De acuerdo.
Hazte a la idea de que será como un uniforme.
—No quiero hacer ejercicio cuatro veces por semana.
—_______, necesito que estés ágil, fuerte y resistente. Confía en mí. Tienes que hacer ejercicio.
—Pero seguro que no cuatro veces por semana. ¿Qué te parece tres?
—Quiero que sean cuatro.
—Creía que esto era una negociación.
Frunce los labios.
—De acuerdo, señorita Steele, vuelve a tener razón. ¿Qué te parece una hora tres días por semana, y media hora otro día?
—Tres días, tres horas. Me da la impresión de que te ocuparás de que haga ejercicio cuando esté aquí.
Sonríe perversamente y le brillan los ojos, como si se sintiera aliviado.
—Sí, lo haré. De acuerdo. ¿Estás segura de que no quieres hacer las prácticas en mi empresa? Eres buena negociando.
—No, no creo que sea buena idea.
Observo la hoja con sus normas. ¡Depilarme! ¿Depilarme el qué? ¿Todo? ¡Uf!
—Pasemos a los límites. Estos son los míos —me dice tendiéndome otra hoja de papel.
LÍMITES INFRANQUEABLES Actos con fuego. Actos con orina, defecación y excrementos. Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre. Actos con instrumental médico ginecológico. Actos con niños y animales. Actos que dejen marcas permanentes en la piel. Actos relativos al control de la respiración. Actividad que implique contacto directo con corriente eléctrica (tanto alterna como continua), fuego o llamas en el cuerpo. Uf. ¡Tiene que escribirlos! Por supuesto… todos estos límites parecen sensatos y necesarios, la verdad… Seguramente cualquier persona en su sano juicio no querría meterse en este tipo de cosas. Pero se me ha revuelto el estómago.
—¿Quieres añadir algo? —me pregunta amablemente.
Mierda. No tengo ni idea. Estoy totalmente perpleja. Me mira y arruga la frente.
—¿Hay algo que no quieras hacer?
—No lo sé.
—¿Qué es eso de que no lo sabes?
Me remuevo incómoda y me muerdo el labio.
—Nunca he hecho cosas así.
—Bueno, ¿ha habido algo que no te ha gustado hacer en el sexo?
Por primera vez en lo que parecen siglos, me ruborizo.
—Puedes decírmelo,______. Si no somos sinceros, no va a funcionar.
Vuelvo a removerme incómoda y me contemplo los dedos nudosos.
—Dímelo —me pide.
—Bueno… Nunca me he acostado con nadie, así que no lo sé —le digo en voz baja.
Levanto los ojos hacia él, que me mira boquiabierto, paralizado y pálido, muy pálido.
—¿Nunca? —susurra.
Asiento.
—¿Eres virgen?
Asiento con la cabeza y vuelvo a ruborizarme. Cierra los ojos y parece estar contando hasta diez. Cuando los abre, me mira enfadado.
—¿Por qué cojones no me lo habías dicho? —gruñe.
ESPERO LES GUSTE.. EL PROXIMO CAPITULO SERA HOT...
Lo primero que noto es el olor: piel, madera y cera con un ligero aroma a limón. Es muy agradable, y la luz es tenue, sutil. En realidad no veo de dónde sale, de algún sitio junto a la cornisa, y emite un resplandor ambiental. Las paredes y el techo son de color burdeos oscuro, que da a la espaciosa habitación un efecto uterino, y el suelo es de madera barnizada muy vieja. En la pared, frente a la puerta, hay una gran X de madera, de caoba muy brillante, con esposas en los extremos para sujetarse. Por encima hay una gran rejilla de hierro suspendida del techo, como mínimo de dos metros cuadrados, de la que cuelgan todo tipo de cuerdas, cadenas y grilletes brillantes. Cerca de la puerta, dos grandes postes relucientes y ornamentados, como balaustres de una barandilla pero más grandes, cuelgan a lo largo de la pared como barras de cortina. De ellos pende una impresionante colección de palos, látigos, fustas y curiosos instrumentos con plumas.
Junto a la puerta hay un mueble de caoba maciza con cajones muy estrechos, como si estuvieran destinados a guardar muestras en un viejo museo. Por un instante me pregunto qué hay dentro. ¿Quiero saberlo? En la esquina del fondo veo un banco acolchado de piel de color granate, y pegado a la pared, un estante de madera que parece una taquera para palos de billar, pero que al observarlo con más atención descubro que contiene varas de diversos tamaños y grosores. En la esquina opuesta hay una sólida mesa de casi dos metros de largo —madera brillante con patas talladas—, y debajo, dos taburetes a juego.
Pero lo que domina la habitación es una cama. Es más grande que las de matrimonio, con dosel de cuatro postes tallado de estilo rococó. Parece de finales del siglo XIX. Debajo del dosel veo más cadenas y esposas relucientes. No hay ropa de cama… solo un colchón cubierto de piel roja, y varios cojines de satén rojo en un extremo.
A unos metros de los pies de la cama hay un gran sofá Chesterfield granate, plantificado en medio de la sala, frente a la cama. Extraña distribución… eso de poner un sofá frente a la cama. Y sonrío para mis adentros. Me parece raro el sofá, cuando en realidad es el mueble más normal de toda la habitación. Alzo los ojos y observo el techo. Está lleno de mosquetones, a intervalos irregulares. Me pregunto por un segundo para qué sirven. Es extraño, pero toda esa madera, las paredes oscuras, la tenue luz y la piel granate hacen que la habitación parezca dulce y romántica… Sé que es cualquier cosa menos eso. Es lo que Harry entiende por dulzura y romanticismo.
Me giro y está mirándome fijamente, como suponía, con expresión impenetrable. Avanzo por la habitación y me sigue. El artilugio de plumas me ha intrigado. Me decido a tocarlo. Es de ante, como un pequeño gato de nueve colas, pero más grueso y con pequeñas bolas de plástico en los extremos.
—Es un látigo de tiras —dice Harry en voz baja y dulce.
Un látigo de tiras… Vaya. Creo que estoy en estado de shock. Mi subconsciente ha emigrado, o se ha quedado muda, o sencillamente se ha caído en redondo y se ha muerto. Estoy paralizada. Puedo observar y asimilar, pero no articular lo que siento ante todo esto, porque estoy en estado de shock. ¿Cuál es la reacción adecuada cuando descubres que tu posible amante es un sádico o un masoquista total? Miedo… sí… esa parece ser la sensación principal. Ahora me doy cuenta. Pero extrañamente no de él. No creo que me hiciera daño. Bueno, no sin mi consentimiento. Un sinfín de preguntas me nublan la mente. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Con qué frecuencia? ¿Quién? Me acerco a la cama y paso las manos por uno de los postes. Es muy grueso, y el tallado es impresionante.
—Di algo —me pide Harry en tono engañosamente dulce.
—¿Se lo haces a gente o te lo hacen a ti?
Frunce la boca, no sé si divertido o aliviado.
—¿A gente? — Pestañea un par de veces, como si estuviera pensando qué contestarme—. Se lo hago a mujeres que quieren que se lo haga.
No lo entiendo.
—Si tienes voluntarias dispuestas a aceptarlo, ¿qué hago yo aquí?
—Porque quiero hacerlo contigo, lo deseo.
—Oh.
Me quedo boquiabierta. ¿Por qué?
Me dirijo a la otra esquina de la sala, paso la mano por el banco acolchado, alto hasta la cintura, y deslizo los dedos por la piel. Le gusta hacer daño a las mujeres. La idea me deprime.
—¿Eres un sádico?
—Soy un Amo.
Sus ojos verdes se vuelven abrasadores, intensos.
—¿Qué significa eso? —le pregunto en un susurro.
—Significa que quiero que te rindas a mí en todo voluntariamente.
Lo miro frunciendo el ceño, intentando asimilar la idea.
—¿Por qué iba a hacer algo así?
—Por complacerme —murmura ladeando la cabeza.
Veo que esboza una sonrisa.
¡Complacerle! ¡Quiere que lo complazca! Creo que me quedo boquiabierta. Complacer a Harry Styles. Y en ese momento me doy cuenta de que sí, de que es exactamente lo que quiero hacer. Quiero que disfrute conmigo. Es una revelación.
—Digamos, en términos muy simples, que quiero que quieras complacerme —me dice en voz baja, hipnótica.
—¿Cómo tengo que hacerlo?
Siento la boca seca. Ojalá tuviera más vino. De acuerdo, entiendo lo de complacerle, pero el gabinete de tortura isabelino me ha dejado desconcertada. ¿Quiero saber la respuesta?
—Tengo normas, y quiero que las acates. Son normas que a ti te benefician y a mí me proporcionan placer. Si cumples esas normas para complacerme, te recompensaré. Si no, te castigaré para que aprendas —susurra.
Mientras me habla, miro el estante de las varas.
—¿Y en qué momento entra en juego todo esto? —le pregunto señalando con la mano alrededor del cuarto.
—Es parte del paquete de incentivos. Tanto de la recompensa como del castigo.
—Entonces disfrutarás ejerciendo tu voluntad sobre mí.
—Se trata de ganarme tu confianza y tu respeto para que me permitas ejercer mi voluntad sobre ti. Obtendré un gran placer, incluso una gran alegría, si te sometes. Cuanto más te sometas, mayor será mi alegría. La ecuación es muy sencilla.
—De acuerdo, ¿y qué saco yo de todo esto?
Se encoge de hombros y parece hacer un gesto de disculpa.
—A mí —se limita a contestarme.
Dios mío… Harry me observa pasándose la mano por el pelo.
—____________, no hay manera de saber lo que piensas —murmura nervioso—.
Volvamos abajo, así podré concentrarme mejor. Me desconcentro mucho contigo aquí.
Me tiende una mano, pero ahora no sé si cogerla.
Perrie me había dicho que era peligroso, y tenía mucha razón. ¿Cómo lo sabía? Es peligroso para mi salud, porque sé que voy a decir que sí. Y una parte de mí no quiere. Una parte de mí quiere gritar y salir corriendo de este cuarto y de todo lo que representa. Me siento muy desorientada.
—No voy a hacerte daño, _________.
Sé que no me miente. Le cojo de la mano y salgo con él del cuarto.
—Quiero mostrarte algo, por si aceptas.
En lugar de bajar las escaleras, gira a la derecha del cuarto de juegos, como él lo llama, y avanza por un pasillo. Pasamos junto a varias puertas hasta que llegamos a la última. Al otro lado hay un dormitorio con una cama de matrimonio. Todo es blanco… todo: los muebles, las paredes, la ropa de cama. Es aséptica y fría, pero con una vista preciosa de Seattle desde la pared de cristal.
—Esta será tu habitación. Puedes decorarla a tu gusto y tener aquí lo que quieras.
—¿Mi habitación? ¿Esperas que me venga a vivir aquí? —le pregunto sin poder disimular mi tono horrorizado.
—A vivir no. Solo, digamos, del viernes por la noche al domingo. Tenemos que hablar del tema y negociarlo. Si aceptas —añade en voz baja y dubitativa.
—¿Dormiré aquí?
—Sí.
—No contigo.
—No. Ya te lo dije. Yo no duermo con nadie. Solo contigo cuando te has emborrachado hasta perder el sentido —me dice en tono de reprimenda.
Aprieto los labios. Hay algo que no me encaja. El amable y cuidadoso Harry, que me rescata cuando estoy borracha y me sujeta amablemente mientras vomito en las azaleas, y el monstruo que tiene un cuarto especial lleno de látigos y cadenas.
—¿Dónde duermes tú?
—Mi habitación está abajo. Vamos, debes de tener hambre.
—Es raro, pero creo que se me ha quitado el hambre —murmuro de mala gana.
—Tienes que comer, _________ —me regaña.
Me coge de la mano y volvemos al piso de abajo.
De vuelta en el salón increíblemente grande, me siento muy inquieta. Estoy al borde de un precipicio y tengo que decidir si quiero saltar o no.
—Soy totalmente consciente de que estoy llevándote por un camino oscuro, _______, y por eso quiero de verdad que te lo pienses bien. Seguro que tienes cosas que preguntarme —me dice soltándome la mano y dirigiéndose con paso tranquilo a la cocina.
Tengo cosas que preguntarle. Pero ¿por dónde empiezo?
—Has firmado el acuerdo de confidencialidad, así que puedes preguntarme lo que quieras y te contestaré.
Estoy junto a la barra de la cocina y observo cómo abre el frigorífico y saca un plato de quesos con dos enormes racimos de uvas blancas y rojas. Deja el plato en la encimera y empieza a cortar una baguette.
—Siéntate —me dice señalando un taburete junto a la barra.
Obedezco su orden. Si voy a aceptarlo, tendré que acostumbrarme. Me doy cuenta de que se ha mostrado dominante desde que lo conocí.
—Has hablado de papeleo.
—Sí.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, aparte del acuerdo de confidencialidad, a un contrato que especifique lo que haremos y lo que no haremos. Tengo que saber cuáles son tus límites, y tú tienes que saber cuáles son los míos. Se trata de un consenso,________.
—¿Y si no quiero?
—Perfecto —me contesta prudentemente.
—Pero ¿no tendremos la más mínima relación? —le pregunto.
—No.
—¿Por qué?
—Es el único tipo de relación que me interesa.
—¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—Soy así.
—¿Y cómo llegaste a ser así?
—¿Por qué cada uno es cómo es? Es muy difícil saberlo. ¿Por qué a unos les gusta el queso y otros lo odian? ¿Te gusta el queso? La señora Jones, mi ama de llaves, ha dejado queso para la cena.
Saca dos grandes platos blancos de un armario y coloca uno delante de mí.
Y ahora nos ponemos a hablar del queso… Maldita sea…
—¿Qué normas tengo que cumplir?
—Las tengo por escrito. Las veremos después de cenar.
Comida… ¿Cómo voy a comer ahora?
—De verdad que no tengo hambre —susurro.
—Vas a comer —se limita a responderme.
El dominante Harry. Ahora está todo claro.
—¿Quieres otra copa de vino?
—Sí, por favor.
Me sirve otra copa y se sienta a mi lado. Doy un rápido sorbo.
—Te sentará bien comer,_______.
Cojo un pequeño racimo de uvas. Con esto sí que puedo. Él entorna los ojos.
—¿Hace mucho que estás metido en esto? —le pregunto.
—Sí.
—¿Es fácil encontrar a mujeres que lo acepten?
Me mira y alza una ceja.
—Te sorprenderías —me contesta fríamente.
—Entonces, ¿por qué yo? De verdad que no lo entiendo.
—________, ya te lo he dicho. Tienes algo. No puedo apartarme de ti. —Sonríe irónicamente—. Soy como una polilla atraída por la luz. —Su voz se enturbia—. Te deseo con locura, especialmente ahora, cuando vuelves a morderte el labio.
Respira hondo y traga saliva.
El estómago me da vueltas. Me desea… de una manera rara, es cierto, pero este hombre guapo, extraño y pervertido me desea.
—Creo que le has dado la vuelta a ese cliché —refunfuño.
Yo soy la polilla y él es la luz, y voy a quemarme. Lo sé.
—¡Come!
—No. Todavía no he firmado nada, así que creo que haré lo que yo decida un rato más, si no te parece mal.
Sus ojos se dulcifican y sus labios esbozan una sonrisa.
—Como quiera, señorita Steele.
—¿Cuántas mujeres? —pregunto de sopetón, pero siento mucha curiosidad.
—Quince.
Vaya, menos de las que pensaba.
—¿Durante largos periodos de tiempo?
—Algunas sí.
—¿Alguna vez has hecho daño a alguna?
—Sí.
¡Maldita sea!
—¿Grave?
—No.
—¿Me harás daño a mí?
—¿Qué quieres decir?
—Si vas a hacerme daño físicamente.
—Te castigaré cuando sea necesario, y será doloroso.
Creo que estoy mareándome. Tomo otro sorbo de vino. El alcohol me dará valor.
—¿Alguna vez te han pegado? —le pregunto.
—Sí.
Vaya, me sorprende. Antes de que haya podido preguntarle por esta última revelación, interrumpe el curso de mis pensamientos.
—Vamos a hablar a mi estudio. Quiero mostrarte algo.
Me cuesta mucho procesar todo esto. He sido tan inocente que pensaba que pasaría una noche de pasión desenfrenada en la cama de este hombre, y aquí estamos, negociando un extraño acuerdo.
Lo sigo hasta su estudio, una amplia habitación con otro ventanal desde el techo hasta el suelo que da al balcón. Se sienta a la mesa, me indica con un gesto que tome asiento en una silla de cuero frente a él y me tiende una hoja de papel.
—Estas son las normas. Podemos cambiarlas. Forman parte del contrato, que también te daré. Léelas y las comentamos.
NORMAS Obediencia: La Sumisa obedecerá inmediatamente todas las instrucciones del Amo, sin dudar, sin reservas y de forma expeditiva. La Sumisa aceptará toda actividad sexual que el Amo considere oportuna y placentera, excepto las actividades contempladas en los límites infranqueables (Apéndice 2). Lo hará con entusiasmo y sin dudar. Sueño: La Sumisa garantizará que duerme como mínimo siete horas diarias cuando no esté con el Amo. Comida :Para cuidar su salud y su bienestar, la Sumisa comerá frecuentemente los alimentos incluidos en una lista (Apéndice 4). La Sumisa no comerá entre horas, a excepción de fruta. Ropa: Durante la vigencia del contrato, la Sumisa solo llevará ropa que el Amo haya aprobado. El Amo ofrecerá a la Sumisa un presupuesto para ropa, que la Sumisa debe utilizar. El Amo acompañará a la Sumisa a comprar ropa cuando sea necesario. Si el Amo así lo exige, mientras el contrato esté vigente, la Sumisa se pondrá los adornos que le exija el Amo, en su presencia o en cualquier otro momento que el Amo considere oportuno. Ejercicio: El Amo proporcionará a la Sumisa un entrenador personal cuatro veces por semana, en sesiones de una hora, a horas convenidas por el entrenador personal y la Sumisa. El entrenador personal informará al Amo de los avances de la Sumisa. Higiene personal y belleza: La Sumisa estará limpia y depilada en todo momento. La Sumisa irá a un salón de belleza elegido por el Amo cuando este lo decida y se someterá a cualquier tratamiento que el Amo considere oportuno. Seguridad personal: La Sumisa no beberá en exceso, ni fumará, ni tomará sustancias psicotrópicas, ni correrá riesgos innecesarios. Cualidades personales: La Sumisa solo mantendrá relaciones sexuales con el Amo. La Sumisa se comportará en todo momento con respeto y humildad. Debe comprender que su conducta influye directamente en la del Amo. Será responsable de cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo cuando el Amo no esté presente. El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo. Madre mía.
—¿Límites infranqueables? —le pregunto.
—Sí. Lo que no harás tú y lo que no haré yo. Tenemos que especificarlo en nuestro acuerdo.
—No estoy segura de que vaya a aceptar dinero para ropa. No me parece bien.
Me muevo incómoda. La palabra «puta» me resuena en la cabeza.
—Quiero gastar dinero en ti. Déjame comprarte ropa. Quizá necesite que me acompañes a algún acto, y quiero que vayas bien vestida. Estoy seguro de que con tu sueldo, cuando encuentres trabajo, no podrás costearte la ropa que me gustaría que llevaras.
—¿No tendré que llevarla cuando no esté contigo?
—No.
—De acuerdo.
Hazte a la idea de que será como un uniforme.
—No quiero hacer ejercicio cuatro veces por semana.
—_______, necesito que estés ágil, fuerte y resistente. Confía en mí. Tienes que hacer ejercicio.
—Pero seguro que no cuatro veces por semana. ¿Qué te parece tres?
—Quiero que sean cuatro.
—Creía que esto era una negociación.
Frunce los labios.
—De acuerdo, señorita Steele, vuelve a tener razón. ¿Qué te parece una hora tres días por semana, y media hora otro día?
—Tres días, tres horas. Me da la impresión de que te ocuparás de que haga ejercicio cuando esté aquí.
Sonríe perversamente y le brillan los ojos, como si se sintiera aliviado.
—Sí, lo haré. De acuerdo. ¿Estás segura de que no quieres hacer las prácticas en mi empresa? Eres buena negociando.
—No, no creo que sea buena idea.
Observo la hoja con sus normas. ¡Depilarme! ¿Depilarme el qué? ¿Todo? ¡Uf!
—Pasemos a los límites. Estos son los míos —me dice tendiéndome otra hoja de papel.
LÍMITES INFRANQUEABLES Actos con fuego. Actos con orina, defecación y excrementos. Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre. Actos con instrumental médico ginecológico. Actos con niños y animales. Actos que dejen marcas permanentes en la piel. Actos relativos al control de la respiración. Actividad que implique contacto directo con corriente eléctrica (tanto alterna como continua), fuego o llamas en el cuerpo. Uf. ¡Tiene que escribirlos! Por supuesto… todos estos límites parecen sensatos y necesarios, la verdad… Seguramente cualquier persona en su sano juicio no querría meterse en este tipo de cosas. Pero se me ha revuelto el estómago.
—¿Quieres añadir algo? —me pregunta amablemente.
Mierda. No tengo ni idea. Estoy totalmente perpleja. Me mira y arruga la frente.
—¿Hay algo que no quieras hacer?
—No lo sé.
—¿Qué es eso de que no lo sabes?
Me remuevo incómoda y me muerdo el labio.
—Nunca he hecho cosas así.
—Bueno, ¿ha habido algo que no te ha gustado hacer en el sexo?
Por primera vez en lo que parecen siglos, me ruborizo.
—Puedes decírmelo,______. Si no somos sinceros, no va a funcionar.
Vuelvo a removerme incómoda y me contemplo los dedos nudosos.
—Dímelo —me pide.
—Bueno… Nunca me he acostado con nadie, así que no lo sé —le digo en voz baja.
Levanto los ojos hacia él, que me mira boquiabierto, paralizado y pálido, muy pálido.
—¿Nunca? —susurra.
Asiento.
—¿Eres virgen?
Asiento con la cabeza y vuelvo a ruborizarme. Cierra los ojos y parece estar contando hasta diez. Cuando los abre, me mira enfadado.
—¿Por qué cojones no me lo habías dicho? —gruñe.
ESPERO LES GUSTE.. EL PROXIMO CAPITULO SERA HOT...
PaulaC0223
Re: 50 Sombras De Styles (Harry Styles y tu)(ADPATADA)(HOT)
Capítulo 8 (HOT)
Harry recorre su estudio de un lado a otro pasándose las manos por el pelo. Las dos manos… lo que quiere decir que está doblemente enfadado. Su férreo control habitual parece haberse resquebrajado.
—No entiendo por qué no me lo has dicho —me riñe.
—No ha salido el tema. No tengo por costumbre ir contando por ahí mi vida sexual. Además… apenas nos conocemos.
Me contemplo las manos. ¿Por qué me siento culpable? ¿Por qué está tan rabioso? Lo miro.
—Bueno, ahora sabes mucho más de mí —me dice bruscamente. Y aprieta los labios—. Sabía que no tenías mucha experiencia, pero… ¡virgen! —Lo dice como si fuera un insulto—. Mierda, _____, acabo de mostrarte… —se queja—. Que Dios me perdone. ¿Te han besado alguna vez, sin contarme a mí?
—Pues claro —le contesto intentando parecer ofendida.
Vale… quizá un par de veces.
—¿Y no has perdido la cabeza por ningún chico guapo? De verdad que no lo entiendo. Tienes veintiún años, casi veintidós. Eres guapa.
Vuelve a pasarse la mano por el pelo.
Guapa. Me ruborizo de alegría. Harry Styles me considera guapa. Entrelazo los dedos y los miro fijamente intentando disimular mi estúpida sonrisa. Quizá es miope. Mi adormecida subconsciente asoma la cabeza. ¿Dónde estaba cuando la necesitaba?
—¿Y de verdad estás hablando de lo que quiero hacer cuando no tienes experiencia? —Junta las cejas—. ¿Por qué has eludido el sexo? Cuéntamelo, por favor.
Me encojo de hombros.
—Nadie me ha… en fin…
Nadie me ha hecho sentir así, solo tú. Y resulta que tú eres una especie de monstruo.
—¿Por qué estás tan enfadado conmigo? —le susurro.
—No estoy enfadado contigo. Estoy enfadado conmigo mismo. Había dado por sentado… —Suspira, me mira detenidamente y mueve la cabeza—. ¿Quieres marcharte? —me pregunta en tono dulce.
—No, a menos que tú quieras que me marche —murmuro.
No, por favor… No quiero marcharme.
—Claro que no. Me gusta tenerte aquí —me dice frunciendo el ceño, y echa un vistazo al reloj—. Es tarde. —Y vuelve a levantar los ojos hacia mí—. Estás mordiéndote el labio —me dice con voz ronca y mirándome pensativo.
—Perdona.
—No te disculpes. Es solo que yo también quiero morderlo… fuerte.
Me quedo boquiabierta… ¿Cómo puede decirme esas cosas y pretender que no me afecten?
—Ven —murmura.
—¿Qué?
—Vamos a arreglar la situación ahora mismo.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué situación?
—Tu situación, _______. Voy a hacerte el amor, ahora.
—Oh.
Siento que el suelo se mueve. Soy una situación. Contengo la respiración.
—Si quieres, claro. No quiero tentar a la suerte.
—Creía que no hacías el amor. Creía que tú solo follabas duro.
Trago saliva. De pronto se me ha secado la boca.
Me lanza una sonrisa perversa que me recorre el cuerpo hasta llegar a…
—Puedo hacer una excepción, o quizá combinar las dos cosas. Ya veremos. De verdad quiero hacerte el amor. Ven a la cama conmigo, por favor. Quiero que nuestro acuerdo funcione, pero tienes que hacerte una idea de dónde estás metiéndote. Podemos empezar tu entrenamiento esta noche… con lo básico. No quiere decir que venga con flores y corazones. Es un medio para llegar a un fin, pero quiero ese fin y espero que tú lo quieras también —me dice con mirada intensa.
Me ruborizo… Madre mía… Mis deseos se hacen realidad.
—Pero no he hecho todo lo que pides en tu lista de normas —le digo con voz entrecortada e insegura.
—Olvídate de las normas. Olvídate de todos esos detalles por esta noche. Te deseo. Te he deseado desde que te caíste en mi despacho, y sé que tú también me deseas. No estarías aquí charlando tranquilamente sobre castigos y límites infranqueables si no me desearas. ______, por favor, quédate conmigo esta noche.
Me tiende la mano con ojos brillantes, ardientes… excitados, y la cojo. Tira de mí hasta rodearme entre sus brazos. El movimiento me pilla por sorpresa y de pronto siento todo su cuerpo pegado al mío. Me recorre la nuca con los dedos, enrolla mi coleta entorno a la muñeca y tira suavemente para obligarme a levantar la cara. Está mirándome.
—Eres una chica muy valiente —me susurra—. Me tienes fascinado.
Sus palabras son como un artilugio incendiario. Me arde la sangre. Se inclina, me besa suavemente y me chupa el labio inferior.
—Quiero morder este labio —murmura sin despegarse de mi boca.
Y tira de él con los dientes cuidadosamente. Gimo y sonríe.
—Por favor, _______, déjame hacerte el amor.
—Sí —susurro.
Para eso estoy aquí. Veo su sonrisa triunfante cuando me suelta, me coge de la mano y me conduce a través de la casa.
Su dormitorio es grande. Desde los ventanales se ven los iluminados rascacielos de Seattle. Las paredes son blancas, y los accesorios, azul claro. La enorme cama es ultramoderna, de madera maciza de color gris, con cuatro postes pero sin dosel. En la pared de la cabecera hay un impresionante paisaje marino.
Estoy temblando como una hoja. Ya está. Por fin, después de tanto tiempo, voy a hacerlo, y nada menos que con Harry Styles. Respiro entrecortadamente y no puedo apartar los ojos de él. Se quita el reloj y lo deja encima de una cómoda a juego con la cama. Luego se quita la americana y la deja en una silla. Lleva la camisa blanca de lino y unos vaqueros. Es guapo hasta perder el sentido. Su pelo cobrizo está alborotado y le cuelga la camisa… Sus ojos verdesson audaces y brillantes. Se quita las Converse y se inclina para quitarse también los calcetines. Los pies de Harry Styles … Uau… ¿Qué tendrán los pies descalzos? Se gira y me mira con expresión dulce.
—Supongo que no tomas la píldora.
¿Qué? Mierda.
—Me temo que no.
Abre el primer cajón y saca una caja de condones. Me mira fijamente.
—Tienes que estar preparada —murmura—. ¿Quieres que cierre las persianas?
—No me importa —susurro—. Creía que no permitías a nadie dormir en tu cama.
—¿Quién ha dicho que vamos a dormir? —murmura.
—Oh.
Madre mía.
Se acerca a mí despacio. Está muy seguro de sí mismo, muy sexy, y le brillan los ojos. El corazón se me dispara y la sangre me bombea por todo el cuerpo. El deseo, un deseo caliente e intenso, me invade el vientre. Se detiene frente a mí y me mira a los ojos. Oh, es tan sexy…
—Vamos a quitarte la chaqueta, si te parece —me dice en voz baja.
Agarra las solapas y muy suavemente me desliza la chaqueta por los hombros y la deja en la silla.
—¿Tienes idea de lo mucho que te deseo, ____ Steele? —me susurra.
Se me corta la respiración. No puedo apartar mis ojos de los suyos. Alza una mano y me pasa suavemente los dedos por la mejilla hasta el mentón.
—¿Tienes idea de lo que voy a hacerte? —añade acariciándome la barbilla.
Los músculos de mi parte más profunda y oscura se tensan con infinito placer. El dolor es tan dulce y tan agudo que quiero cerrar los ojos, pero los suyos, que me miran ardientes, me hipnotizan. Se inclina y me besa. Sus labios exigentes, firmes y lentos se acoplan a los míos. Empieza a desabrocharme la blusa besándome ligeramente la mandíbula, la barbilla y las comisuras de la boca. Me la quita muy despacio y la deja caer al suelo. Se aparta un poco y me observa. Por suerte, llevo el sujetador azul cielo de encaje, que me queda estupendo.
—________… —me dice—. Tienes una piel preciosa, blanca y perfecta. Quiero besártela centímetro a centímetro.
Me ruborizo. Madre mía… ¿Por qué me dijo que no podía hacer el amor? Haré lo que me pida. Me agarra de la coleta, la deshace y jadea cuando la melena me cae en cascada sobre los hombros.
—Me gustan las morenas —murmura.
Mete las dos manos entre mis cabellos y me sujeta la cabeza. Su beso es exigente, su lengua y sus labios, persuasivos. Gimo y mi lengua indecisa se encuentra con la suya. Me rodea con sus brazos, me acerca su cuerpo y me aprieta muy fuerte. Una mano sigue en mi pelo, y la otra me recorre la columna hasta la cintura y sigue avanzando, sigue la curva de mi trasero y me empuja suavemente contra sus caderas. Siento su erección, que empuja lánguidamente contra mi cuerpo.
Vuelvo a gemir sin apartar los labios de su boca. Apenas puedo resistir las desenfrenadas sensaciones —¿o son hormonas?— que me devastan el cuerpo. Lo deseo con locura. Lo cojo por los brazos y siento sus bíceps. Es sorprendentemente fuerte… musculoso. Con gesto indeciso, subo las manos hasta su cara y su pelo alborotado, que es muy suave. Tiro suavemente de él, y Harry gime. Me conduce despacio hacia la cama, hasta que la siento detrás de las rodillas. Creo que va a empujarme, pero no lo hace. Me suelta y de pronto se arrodilla. Me sujeta las caderas con las dos manos y desliza la lengua por mi ombligo, avanza hasta la cadera mordisqueándome y después me recorre la barriga en dirección a la otra cadera.
—Ah —gimo.
No esperaba verlo de rodillas frente a mí y sentir su lengua recorriendo mi cuerpo. Es excitante. Apoyo las manos en su pelo y tiro suavemente intentando calmar mi acelerada respiración. Levanta la cara y sus ardientes ojos Verdes me miran a través de las pestañas, increíblemente largas. Sube las manos, me desabrocha el botón de los vaqueros y me baja lentamente la cremallera. Sin apartar sus ojos de los míos, introduce muy despacio las manos en mi pantalón, las pega a mi cuerpo, las desliza hasta el trasero y avanza hasta los muslos arrastrando con ellas los vaqueros. No puedo dejar de mirarlo. Se detiene y, sin apartar los ojos de mí ni un segundo, se lame los labios. Se inclina hacia delante y pasa la nariz por el vértice en el que se unen mis muslos. Lo siento junto a mi sexo.
—Hueles muy bien —murmura.
Cierra los ojos, con expresión de puro placer, y siento como una sacudida. Extiende un brazo, tira del edredón, me empuja suavemente y caigo sobre la cama.
Todavía de rodillas, me coge un pie, me desabrocha la Converse y me la quita, junto con el calcetín. Me apoyo en los codos y me incorporo para ver lo que hace. Jadeo, muerta de deseo. Me agarra el pie por el talón y me recorre el empeine con la uña del pulgar. Es casi doloroso, pero siento que el recorrido se proyecta sobre mi ingle. Gimo. Sin apartar los ojos de mí, vuelve a recorrerme el empeine, esta vez con la lengua, y después con los dientes. Mierda. ¿Cómo puedo sentirlo entre las piernas? Caigo sobre la cama gimiendo. Oigo su risa ahogada.
—_____, no te imaginas lo que podría hacer contigo —me susurra.
Me quita la otra zapatilla y el calcetín, y después se levanta y me quita los vaqueros. Estoy tumbada en su cama, en bragas y sujetador, y él me mira detenidamente.
—Eres muy hermosa, _____- Steele. Me muero por estar dentro de ti.
¡Vaya manera de hablar! Es todo un seductor. Me corta la respiración.
—Muéstrame cómo te das placer.
¿Qué? Frunzo el ceño.
—No seas tímida, ______. Muéstramelo —me susurra.
Muevo la cabeza.
—No entiendo lo que quieres decir —le contesto con voz ronca, tan empapada de deseo que apenas la reconozco.
—¿Cómo te corres sola? Quiero verlo.
Muevo la cabeza.
—No me corro sola —murmuro.
Alza las cejas, atónito por un momento, sus ojos se vuelven impenetrables y niega con la cabeza como si no pudiera creérselo.
—Bueno, veremos qué podemos hacer —me dice en voz baja, desafiante, en un tono de amenaza exquisitamente sensual.
Se desabrocha los botones de los vaqueros y se los quita despacio sin apartar los ojos de los míos. Se inclina sobre mí, me agarra de los tobillos, me separa rápidamente las piernas y avanza por la cama entre ellas. Se queda suspendido encima de mí. Me retuerzo de deseo.
—No te muevas —murmura.
Se inclina, me besa la parte interior de un muslo y va subiendo, sin dejar de besarme, hasta mis bragas de encaje.
Ay… No puedo quedarme quieta. ¿Cómo no voy a moverme? Me retuerzo debajo de él.
—Vamos a tener que trabajar para que aprendas a quedarte quieta, nena.
Sigue besándome la barriga y me introduce la lengua en el ombligo. Sus labios ascienden hacia el torso. Me arde la piel. Estoy sofocada. Por un momento siento mucho calor, luego frío, y araño la sábana sobre la que estoy tumbada. Harry se tumba a mi lado y me recorre con la mano desde la cadera hasta el pecho, pasando por la cintura. Me observa con expresión impenetrable y me rodea suavemente los pechos con las manos.
—Encajan perfectamente en mi mano, _____ —murmura.
Mete el dedo índice por la copa de mi sujetador, la baja muy despacio y deja mi pecho al aire, empujado hacia arriba por la varilla y la tela. Desplaza el dedo a mi otro seno y repite el proceso. Los pechos se me hinchan y los pezones se me endurecen bajo su insistente mirada. El sujetador mantiene alzados mis senos.
—Muy bonitos —suspira admirado.
Y los pezones se me endurecen todavía más.
Me chupa suavemente un pezón, desliza una mano al otro pecho, y con el pulgar rodea muy despacio el otro pezón y tira de él. Gimo y siento que una dulce sensación me desciende hasta la ingle. Estoy muy húmeda. Oh, por favor, suplico para mis adentros agarrando con fuerza la sábana. Cierra los labios alrededor de mi otro pezón, y cuando lo lame, casi siento una convulsión.
—Vamos a ver si conseguimos que te corras así —me susurra.
Y sigue con su lenta y sensual incursión. Mis pezones sienten sus hábiles dedos y sus labios, que encienden mis terminaciones nerviosas hasta el punto de que todo mi cuerpo gime en una dulce agonía, pero él no se detiene.
—Oh… por favor —le suplico.
Tiro la cabeza hacia atrás, con la boca abierta, y gimo. Siento las piernas entumecidas. Maldita sea, ¿qué está pasándome?
—Déjate ir, nena —murmura.
Me aprieta un pezón con los dientes, con el pulgar y el índice tira fuerte del otro, y me dejo caer en sus manos. Mi cuerpo se agita y estalla en mil pedazos. Me besa profundamente, metiéndome la lengua en la boca para absorber mis gritos.
¡Dios mío! Ha sido fantástico. Ahora ya sé a qué viene tanto asombro ante mi reacción. Me mira con una sonrisa satisfecha, aunque estoy segura de que no es más que gratitud y admiración por mí.
—Eres muy receptiva —me dice—. Tendrás que aprender a controlarlo, y será muy divertido enseñarte.
Vuelve a besarme.
Mi respiración es todavía irregular mientras me recupero del orgasmo. Desliza
una mano hasta mi cintura, mis caderas, y la posa en mis partes íntimas… Ay. Introduce un dedo por el encaje y lentamente empieza a trazar círculos alrededor de mi sexo. Cierra los ojos por un instante y contiene la respiración.
—Estás muy húmeda. No sabes cuánto te deseo.
Introduce un dedo dentro de mí, y yo grito mientras lo saca y vuelve a meterlo. Me frota el clítoris con la palma de la mano, y grito de nuevo. Sigue introduciéndome el dedo, cada vez con más fuerza. Gimo.
De repente se sienta, me quita las bragas y las tira al suelo. Se quita también él los calzoncillos y libera su erección. ¡Madre mía! Alarga el brazo hasta la mesita de noche, coge un paquetito plateado y se mueve entre mis piernas para que las abra. Se arrodilla y desliza un condón por su largo miembro. Oh, no… ¿Cómo va a entrar?
—No te preocupes —me susurra mirándome a los ojos—. Tú también te dilatas.
Se inclina apoyando las manos a ambos lados de mi cabeza, de modo que queda suspendido por encima de mí. Me mira a los ojos con la mandíbula apretada y los ojos ardientes. En este momento me doy cuenta de que todavía lleva puesta la camisa.
—¿De verdad quieres hacerlo? —me pregunta en voz baja.
—Por favor —le suplico.
—Levanta las rodillas —me ordena en tono suave.
Obedezco de inmediato.
—Ahora voy a follarla, señorita Steele —murmura colocando la punta de su miembro erecto delante de mi sexo—. Duro —susurra.
Y me penetra bruscamente.
—¡Aaay! —grito.
Al desgarrar mi virginidad, siento una extraña sensación en lo más profundo de mí, como un pellizco. Se queda inmóvil y me observa con ojos en los que brilla el triunfo.
Tiene la boca ligeramente abierta y le cuesta respirar. Gime.
—Estás muy cerrada. ¿Estás bien?
Asiento con los ojos en blanco y agarrándome a sus brazos. Me siento llena por dentro. Sigue inmóvil para que me aclimate a la invasiva y abrumadora sensación de tenerlo dentro de mí.
—Voy a moverme, nena —me susurra un momento después en tono firme.
Oh.
Retrocede con exquisita lentitud. Cierra los ojos, gime y vuelve a penetrarme. Grito por segunda vez, y se detiene.
—¿Más? —me susurra con voz salvaje.
—Sí —le contesto.
Vuelve a penetrarme y a detenerse.
Gimo. Mi cuerpo lo acepta… Oh, quiero que siga.
—¿Otra vez? —me pregunta.
—Sí —le contesto en tono de súplica.
Y se mueve, pero esta vez no se detiene. Se apoya en los codos, de modo que siento su peso sobre mí, aprisionándome. Al principio se mueve despacio, entra y sale de mi cuerpo. Y a medida que voy acostumbrándome a la extraña sensación, empiezo a mover las caderas hacia las suyas. Acelera. Gimo y me embiste con fuerza, cada vez más deprisa, sin piedad, a un ritmo implacable, y yo mantengo el ritmo de sus embestidas. Me agarra la cabeza con las manos, me besa bruscamente y vuelve a tirar de mi labio inferior con los dientes. Se retira un poco y siento que algo crece en lo más profundo de mí, como antes. Voy poniéndome tensa a medida que me penetra una y otra vez. Me tiembla el cuerpo, me arqueo. Estoy bañada en sudor. No sabía que sería así… No sabía que la sensación podía ser tan agradable. Mis pensamientos se dispersan… No hay más que sensaciones… Solo él… Solo yo… Ay, por favor… Mi cuerpo se pone rígido.
—Córrete para mí, ______ —susurra sin aliento.
Y me dejo ir en cuanto lo dice, llego al clímax y estallo en mil pedazos bajo su cuerpo. Y mientras se corre también él, grita mi nombre, da una última embestida se queda inmóvil, como si se vaciara dentro de mí.
Todavía jadeo, intento ralentizar la respiración y los latidos del corazón, y mis pensamientos se sumen en el caos. Uau… ha sido algo increíble. Abro los ojos. Harry ha apoyado su frente en la mía. Tiene los ojos cerrados y su respiración es irregular. Parpadea, abre los ojos y me lanza una mirada turbia, aunque dulce. Sigue dentro de mí. Se inclina, me besa suavemente en la frente y, muy despacio, empieza a salir de mi cuerpo.
—Oooh.
Es una sensación extraña, que me hace estremecer.
—¿Te he hecho daño? —me pregunta Harry mientras se tumba a mi lado apoyándose en un codo.
Me pasa un mechón de pelo por detrás de la oreja. Y no puedo evitar esbozar una amplia sonrisa.
—¿Estás de verdad preguntándome si me has hecho daño?
—No me vengas con ironías —me dice con una sonrisa burlona—. En serio, ¿estás bien?
Sus ojos son intensos, perspicaces, incluso exigentes.
Me tiendo a su lado sintiendo los miembros desmadejados, con los huesos como de goma, pero estoy relajada, muy relajada. Le sonrío. No puedo dejar de sonreír. Ahora entiendo a qué viene tanto alboroto. Dos orgasmos… todo tu ser completamente descontrolado, como cuando una lavadora centrifuga. Uau. No tenía ni idea de lo que mi cuerpo era capaz, de que podía tensarse tanto y liberarse de forma tan violenta, tan gratificante. El placer ha sido indescriptible.
—Estás mordiéndote el labio, y no me has contestado.
Frunce el ceño. Le sonrío con gesto travieso. Está imponente con su pelo alborotado, sus ardientes ojos verdes entrecerrados y su expresión seria e impenetrable.
—Me gustaría volver a hacerlo —susurro.
Por un momento creo ver una fugaz expresión de alivio en su cara. Luego cambia rápidamente de expresión y me mira con ojos velados.
—¿Ahora mismo, señorita Steele? —musita en tono frío. Se inclina sobre mí y me besa suavemente en la comisura de la boca—. ¿No eres un poquito exigente? Date la vuelta.
Parpadeo varias veces, pero al final me doy la vuelta. Me desabrocha el sujetador y me desliza la mano desde la espalda hasta el trasero.
—Tienes una piel realmente preciosa —murmura.
Mete una pierna entre las mías y se queda medio tumbado sobre mi espalda. Siento la presión de los botones de su camisa mientras me retira el pelo de la cara y me besa en el hombro.
—¿Por qué no te has quitado la camisa? —le pregunto.
Se queda inmóvil. Acto seguido se quita la camisa y vuelve a tumbarse encima de mí. Siento su cálida piel sobre la mía. Mmm… Es una maravilla. Tiene el pecho cubierto de una ligera capa de pelo, que me hace cosquillas en la espalda.
—Así que quieres que vuelva a follarte… —me susurra al oído.
Y empieza a besarme muy suavemente alrededor de la oreja y en el cuello. Me levanta las rodillas y se me corta la respiración… ¿Qué está haciendo ahora? Se mete entre mis piernas, se pega a mi espalda y me pasa la mano por el muslo hasta el trasero. Me acaricia despacio las nalgas y después desliza los dedos entre mis piernas.
—Voy a follarte desde atrás, _______ —murmura.
Con la otra mano me agarra del pelo a la altura de la nuca y tira ligeramente para colocarme. No puedo mover la cabeza. Estoy inmovilizada debajo de él, indefensa.
—Eres mía —susurra—. Solo mía. No lo olvides.
Su voz es embriagadora, y sus palabras, seductoras. Noto cómo crece su erección contra mi muslo.
Desliza los dedos y me acaricia suavemente el clítoris, trazando círculos muy despacio. Siento su respiración en la cara mientras me pellizca lentamente la mandíbula.
—Hueles de maravilla.
Me acaricia detrás de la oreja con la nariz. Frota las manos contra mi cuerpo una y otra vez. En un instinto reflejo, empiezo a trazar círculos con las caderas, al compás de su mano, y un placer enloquecedor me recorre las venas como si fuera adrenalina.
—No te muevas —me ordena en voz baja, aunque imperiosa.
Y lentamente me introduce el pulgar y lo gira acariciando las paredes de mi vagina. El efecto es alucinante. Toda mi energía se concentra en esa pequeña parte de mi cuerpo. Gimo.
—¿Te gusta? —me pregunta en voz baja pasándome los dientes por la oreja.
Y empieza a mover el pulgar lentamente, dentro, fuera, dentro, fuera… con los dedos todavía trazando círculos.
Cierro los ojos e intento controlar mi respiración, intento absorber las desordenadas y caóticas sensaciones que sus dedos desatan en mí mientras el fuego me recorre el cuerpo. Vuelvo a gemir.
—Estás muy húmeda y eres muy rápida. Muy receptiva. Oh, _______, me gusta, me gusta mucho —susurra.
Quiero mover las piernas, pero no puedo. Me tiene aprisionada y mantiene un ritmo constante, lento y tortuoso. Es absolutamente maravilloso. Gimo de nuevo y de pronto se mueve.
—Abre la boca —me pide.
Y me introduce en la boca el pulgar. Pestañeo frenéticamente.
—Mira cómo sabes —me susurra al oído—. Chúpame, nena.
Me presiona la lengua con el pulgar, cierro la boca alrededor de su dedo y chupo salvajemente. Siento el sabor salado de su pulgar y la acidez ligeramente metálica de la sangre. Madre mía. Esto no está bien, pero es terriblemente erótico.
—Quiero follarte la boca, _________, y pronto lo haré —me dice con voz ronca, salvaje, y respiración entrecortada.
¡Follarme la boca! Gimo y le muerdo. Pega un grito ahogado y me tira del pelo con más fuerza, me hace daño, así que le suelto el dedo.
—Mi niña traviesa —susurra.
Alarga la mano hacia la mesita de noche y coge un paquetito plateado.
—Quieta, no te muevas —me ordena soltándome el pelo.
Rasga el paquetito plateado mientras yo jadeo y siento el calor recorriendo mis venas. La espera es excitante. Se inclina, su peso vuelve a caer sobre mí y me agarra del pelo para inmovilizarme la cabeza. No puedo moverme. Me tiene seductoramente atrapada y está listo para volver a penetrarme.
—Esta vez vamos a ir muy despacio, _______ —me dice.
Y me penetra despacio, muy despacio, hasta el fondo. Su miembro se extiende y me invade por dentro implacablemente. Gimo con fuerza. Esta vez lo siento más profundo, exquisito. Vuelvo a gemir, y a un ritmo muy lento traza círculos con las caderas y retrocede, se detiene un momento y vuelve a penetrarme. Repite el movimiento una y otra vez. Me vuelve loca. Sus provocadoras embestidas, deliberadamente lentas, y la intermitente sensación de plenitud son irresistibles.
—Se está tan bien dentro de ti —gime.
Y mis entrañas empiezan a temblar. Retrocede y espera.
—No, nena, todavía no —murmura.
Cuando dejo de temblar, comienza de nuevo el maravilloso proceso.
—Por favor —le suplico.
Creo que no voy a aguantar mucho más. Mi cuerpo tenso se desespera por liberarse.
—Te quiero dolorida, nena —murmura.
Y sigue con su dulce y pausado suplicio, adelante y atrás.
—Quiero que, cada vez que te muevas mañana, recuerdes que he estado dentro de ti. Solo yo. Eres mía.
Gimo.
—Harry, por favor —susurro.
—¿Qué quieres, _______? Dímelo.
Vuelvo a gemir. Se retira y vuelve a penetrarme lentamente, de nuevo trazando círculos con las caderas.
—Dímelo —murmura.
—A ti, por favor.
Aumenta el ritmo progresivamente y su respiración se vuelve irregular. Empiezo a temblar por dentro, y Harry acelera la acometida.
—Eres… tan… dulce —murmura al ritmo de sus embestidas—. Te… deseo… tanto…
Gimo.
—Eres… mía… Córrete para mí, nena —ruge.
Sus palabras son mi perdición, me lanzan por el precipicio. Siento que mi cuerpo se convulsiona y me corro gritando una balbuceante versión de su nombre contra el colchón. Harry embiste hasta el fondo dos veces más y se queda paralizado, se deja ir y se derrama dentro de mí. Se desploma sobre mi cuerpo, con la cara hundida en mi pelo.
—Joder,______ —jadea.
Se retira inmediatamente y cae rodando en su lado de la cama. Subo las rodillas hasta el pecho, totalmente agotada, y al momento me sumerjo en un profundo sueño.
Cuando me despierto, todavía no ha amanecido. No tengo ni idea de cuánto tiempo he dormido. Estiro las piernas debajo del edredón y me siento dolorida, exquisitamente dolorida. No veo a Harry por ningún sitio. Me siento en la cama y contemplo la ciudad frente a mí. Hay menos luces encendidas en los rascacielos y el amanecer se insinúa ya hacia el este. Oigo música, notas cadenciosas de piano. Un dulce y triste lamento. Bach, creo, pero no estoy segura.
Echo el edredón a un lado y me dirijo sin hacer ruido al pasillo que lleva al gran salón. Harry está sentado al piano, totalmente absorto en la melodía que está tocando. Su expresión es triste y desamparada, como la música. Toca maravillosamente bien. Me apoyo en la pared y lo escucho embelesada. Es un músico extraordinario. Está desnudo, con el cuerpo bañado en la cálida luz de una lámpara solitaria junto al piano. Como el resto del salón está oscuro, parece aislado en su pequeño foco de luz, intocable… solo en una burbuja.
Avanzo en silencio hacia él, atraída por la sublime y melancólica música. Estoy fascinada. Observo sus largos y hábiles dedos recorriendo y presionando suavemente las teclas, y pienso que esos mismos dedos han recorrido y acariciado con destreza mi cuerpo. Me ruborizo al pensarlo, sofoco un grito y aprieto los muslos. Harry levanta sus insondables ojos verdes con expresión indescifrable.
—Perdona —susurro—. No quería molestarte.
Frunce ligeramente el ceño.
—Está claro que soy yo el que tendría que pedirte perdón —murmura.
Deja de tocar y apoya las manos en las piernas.
De pronto me doy cuenta de que lleva puestos unos pantalones de pijama. Se pasa los dedos por el pelo y se levanta. Los pantalones le caen de esa manera tan sexy… Madre mía. Se me seca la boca cuando rodea tranquilamente el piano y se acerca a mí. Es ancho de hombros y estrecho de caderas, y al andar se le tensan los abdominales. Es impresionante…
—Deberías estar en la cama —me riñe.
—Un tema muy hermoso. ¿Bach?
—La transcripción es de Bach, pero originariamente es un concierto para oboe de Alessandro Marcello.
—Precioso, aunque muy triste, una melodía muy melancólica.
Esboza una media sonrisa.
—A la cama —me ordena—. Por la mañana estarás agotada.
—Me he despertado y no estabas.
—Me cuesta dormir. No estoy acostumbrado a dormir con nadie —murmura.
No logro discernir cuál es su estado de ánimo. Parece algo decaído, pero es difícil asegurarlo en la oscuridad. Quizá se deba al tono del tema que estaba tocando. Me rodea con un brazo y me lleva cariñosamente a la habitación.
—¿Cuándo empezaste a tocar? Tocas muy bien.
—A los seis años.
Harry a los seis años… Imagino a un precioso niño de pelo castaño y ojos verdes, y se me cae la baba… Un niño de cabello alborotado al que le gusta la música increíblemente triste.
—¿Cómo te sientes? —me pregunta ya de vuelta en la habitación.
Enciende una lamparita.
—Estoy bien.
Los dos miramos la cama al mismo tiempo. Las sábanas están manchadas de sangre, como una prueba de mi virginidad perdida. Me ruborizo, incómoda, y me echo el edredón por encima.
—Bueno, la señora Jones tendrá algo en lo que pensar —refunfuña Harry frente a mí.
Me coloca la mano debajo de la barbilla, me levanta la cara y me mira fijamente. Me observa con ojos intensos. Me doy cuenta de que es la primera vez que le veo el pecho desnudo. Alargo la mano de forma instintiva. Quiero pasarle los dedos por el oscuro pelo del pecho, pero de inmediato da un paso atrás.
—Métete en la cama —me dice bruscamente. Y luego suaviza un poco el tono—: Me acostaré contigo.
Retiro la mano y frunzo levemente el ceño. Creo que no le he tocado el torso ni una sola vez. Abre un cajón, saca una camiseta y se la pone rápidamente.
—A la cama —vuelve a ordenarme.
Salto a la cama intentando no pensar en la sangre. Se tumba también él y me rodea con los brazos por detrás, de manera que no le veo la cara. Me besa el pelo con suavidad e inhala profundamente.
—Duérmete, dulce ________ —murmura.
Cierro los ojos, pero no puedo evitar sentir cierta melancolía, no sé si por la música o por su conducta. Harry Styles tiene un lado triste.
Harry recorre su estudio de un lado a otro pasándose las manos por el pelo. Las dos manos… lo que quiere decir que está doblemente enfadado. Su férreo control habitual parece haberse resquebrajado.
—No entiendo por qué no me lo has dicho —me riñe.
—No ha salido el tema. No tengo por costumbre ir contando por ahí mi vida sexual. Además… apenas nos conocemos.
Me contemplo las manos. ¿Por qué me siento culpable? ¿Por qué está tan rabioso? Lo miro.
—Bueno, ahora sabes mucho más de mí —me dice bruscamente. Y aprieta los labios—. Sabía que no tenías mucha experiencia, pero… ¡virgen! —Lo dice como si fuera un insulto—. Mierda, _____, acabo de mostrarte… —se queja—. Que Dios me perdone. ¿Te han besado alguna vez, sin contarme a mí?
—Pues claro —le contesto intentando parecer ofendida.
Vale… quizá un par de veces.
—¿Y no has perdido la cabeza por ningún chico guapo? De verdad que no lo entiendo. Tienes veintiún años, casi veintidós. Eres guapa.
Vuelve a pasarse la mano por el pelo.
Guapa. Me ruborizo de alegría. Harry Styles me considera guapa. Entrelazo los dedos y los miro fijamente intentando disimular mi estúpida sonrisa. Quizá es miope. Mi adormecida subconsciente asoma la cabeza. ¿Dónde estaba cuando la necesitaba?
—¿Y de verdad estás hablando de lo que quiero hacer cuando no tienes experiencia? —Junta las cejas—. ¿Por qué has eludido el sexo? Cuéntamelo, por favor.
Me encojo de hombros.
—Nadie me ha… en fin…
Nadie me ha hecho sentir así, solo tú. Y resulta que tú eres una especie de monstruo.
—¿Por qué estás tan enfadado conmigo? —le susurro.
—No estoy enfadado contigo. Estoy enfadado conmigo mismo. Había dado por sentado… —Suspira, me mira detenidamente y mueve la cabeza—. ¿Quieres marcharte? —me pregunta en tono dulce.
—No, a menos que tú quieras que me marche —murmuro.
No, por favor… No quiero marcharme.
—Claro que no. Me gusta tenerte aquí —me dice frunciendo el ceño, y echa un vistazo al reloj—. Es tarde. —Y vuelve a levantar los ojos hacia mí—. Estás mordiéndote el labio —me dice con voz ronca y mirándome pensativo.
—Perdona.
—No te disculpes. Es solo que yo también quiero morderlo… fuerte.
Me quedo boquiabierta… ¿Cómo puede decirme esas cosas y pretender que no me afecten?
—Ven —murmura.
—¿Qué?
—Vamos a arreglar la situación ahora mismo.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué situación?
—Tu situación, _______. Voy a hacerte el amor, ahora.
—Oh.
Siento que el suelo se mueve. Soy una situación. Contengo la respiración.
—Si quieres, claro. No quiero tentar a la suerte.
—Creía que no hacías el amor. Creía que tú solo follabas duro.
Trago saliva. De pronto se me ha secado la boca.
Me lanza una sonrisa perversa que me recorre el cuerpo hasta llegar a…
—Puedo hacer una excepción, o quizá combinar las dos cosas. Ya veremos. De verdad quiero hacerte el amor. Ven a la cama conmigo, por favor. Quiero que nuestro acuerdo funcione, pero tienes que hacerte una idea de dónde estás metiéndote. Podemos empezar tu entrenamiento esta noche… con lo básico. No quiere decir que venga con flores y corazones. Es un medio para llegar a un fin, pero quiero ese fin y espero que tú lo quieras también —me dice con mirada intensa.
Me ruborizo… Madre mía… Mis deseos se hacen realidad.
—Pero no he hecho todo lo que pides en tu lista de normas —le digo con voz entrecortada e insegura.
—Olvídate de las normas. Olvídate de todos esos detalles por esta noche. Te deseo. Te he deseado desde que te caíste en mi despacho, y sé que tú también me deseas. No estarías aquí charlando tranquilamente sobre castigos y límites infranqueables si no me desearas. ______, por favor, quédate conmigo esta noche.
Me tiende la mano con ojos brillantes, ardientes… excitados, y la cojo. Tira de mí hasta rodearme entre sus brazos. El movimiento me pilla por sorpresa y de pronto siento todo su cuerpo pegado al mío. Me recorre la nuca con los dedos, enrolla mi coleta entorno a la muñeca y tira suavemente para obligarme a levantar la cara. Está mirándome.
—Eres una chica muy valiente —me susurra—. Me tienes fascinado.
Sus palabras son como un artilugio incendiario. Me arde la sangre. Se inclina, me besa suavemente y me chupa el labio inferior.
—Quiero morder este labio —murmura sin despegarse de mi boca.
Y tira de él con los dientes cuidadosamente. Gimo y sonríe.
—Por favor, _______, déjame hacerte el amor.
—Sí —susurro.
Para eso estoy aquí. Veo su sonrisa triunfante cuando me suelta, me coge de la mano y me conduce a través de la casa.
Su dormitorio es grande. Desde los ventanales se ven los iluminados rascacielos de Seattle. Las paredes son blancas, y los accesorios, azul claro. La enorme cama es ultramoderna, de madera maciza de color gris, con cuatro postes pero sin dosel. En la pared de la cabecera hay un impresionante paisaje marino.
Estoy temblando como una hoja. Ya está. Por fin, después de tanto tiempo, voy a hacerlo, y nada menos que con Harry Styles. Respiro entrecortadamente y no puedo apartar los ojos de él. Se quita el reloj y lo deja encima de una cómoda a juego con la cama. Luego se quita la americana y la deja en una silla. Lleva la camisa blanca de lino y unos vaqueros. Es guapo hasta perder el sentido. Su pelo cobrizo está alborotado y le cuelga la camisa… Sus ojos verdesson audaces y brillantes. Se quita las Converse y se inclina para quitarse también los calcetines. Los pies de Harry Styles … Uau… ¿Qué tendrán los pies descalzos? Se gira y me mira con expresión dulce.
—Supongo que no tomas la píldora.
¿Qué? Mierda.
—Me temo que no.
Abre el primer cajón y saca una caja de condones. Me mira fijamente.
—Tienes que estar preparada —murmura—. ¿Quieres que cierre las persianas?
—No me importa —susurro—. Creía que no permitías a nadie dormir en tu cama.
—¿Quién ha dicho que vamos a dormir? —murmura.
—Oh.
Madre mía.
Se acerca a mí despacio. Está muy seguro de sí mismo, muy sexy, y le brillan los ojos. El corazón se me dispara y la sangre me bombea por todo el cuerpo. El deseo, un deseo caliente e intenso, me invade el vientre. Se detiene frente a mí y me mira a los ojos. Oh, es tan sexy…
—Vamos a quitarte la chaqueta, si te parece —me dice en voz baja.
Agarra las solapas y muy suavemente me desliza la chaqueta por los hombros y la deja en la silla.
—¿Tienes idea de lo mucho que te deseo, ____ Steele? —me susurra.
Se me corta la respiración. No puedo apartar mis ojos de los suyos. Alza una mano y me pasa suavemente los dedos por la mejilla hasta el mentón.
—¿Tienes idea de lo que voy a hacerte? —añade acariciándome la barbilla.
Los músculos de mi parte más profunda y oscura se tensan con infinito placer. El dolor es tan dulce y tan agudo que quiero cerrar los ojos, pero los suyos, que me miran ardientes, me hipnotizan. Se inclina y me besa. Sus labios exigentes, firmes y lentos se acoplan a los míos. Empieza a desabrocharme la blusa besándome ligeramente la mandíbula, la barbilla y las comisuras de la boca. Me la quita muy despacio y la deja caer al suelo. Se aparta un poco y me observa. Por suerte, llevo el sujetador azul cielo de encaje, que me queda estupendo.
—________… —me dice—. Tienes una piel preciosa, blanca y perfecta. Quiero besártela centímetro a centímetro.
Me ruborizo. Madre mía… ¿Por qué me dijo que no podía hacer el amor? Haré lo que me pida. Me agarra de la coleta, la deshace y jadea cuando la melena me cae en cascada sobre los hombros.
—Me gustan las morenas —murmura.
Mete las dos manos entre mis cabellos y me sujeta la cabeza. Su beso es exigente, su lengua y sus labios, persuasivos. Gimo y mi lengua indecisa se encuentra con la suya. Me rodea con sus brazos, me acerca su cuerpo y me aprieta muy fuerte. Una mano sigue en mi pelo, y la otra me recorre la columna hasta la cintura y sigue avanzando, sigue la curva de mi trasero y me empuja suavemente contra sus caderas. Siento su erección, que empuja lánguidamente contra mi cuerpo.
Vuelvo a gemir sin apartar los labios de su boca. Apenas puedo resistir las desenfrenadas sensaciones —¿o son hormonas?— que me devastan el cuerpo. Lo deseo con locura. Lo cojo por los brazos y siento sus bíceps. Es sorprendentemente fuerte… musculoso. Con gesto indeciso, subo las manos hasta su cara y su pelo alborotado, que es muy suave. Tiro suavemente de él, y Harry gime. Me conduce despacio hacia la cama, hasta que la siento detrás de las rodillas. Creo que va a empujarme, pero no lo hace. Me suelta y de pronto se arrodilla. Me sujeta las caderas con las dos manos y desliza la lengua por mi ombligo, avanza hasta la cadera mordisqueándome y después me recorre la barriga en dirección a la otra cadera.
—Ah —gimo.
No esperaba verlo de rodillas frente a mí y sentir su lengua recorriendo mi cuerpo. Es excitante. Apoyo las manos en su pelo y tiro suavemente intentando calmar mi acelerada respiración. Levanta la cara y sus ardientes ojos Verdes me miran a través de las pestañas, increíblemente largas. Sube las manos, me desabrocha el botón de los vaqueros y me baja lentamente la cremallera. Sin apartar sus ojos de los míos, introduce muy despacio las manos en mi pantalón, las pega a mi cuerpo, las desliza hasta el trasero y avanza hasta los muslos arrastrando con ellas los vaqueros. No puedo dejar de mirarlo. Se detiene y, sin apartar los ojos de mí ni un segundo, se lame los labios. Se inclina hacia delante y pasa la nariz por el vértice en el que se unen mis muslos. Lo siento junto a mi sexo.
—Hueles muy bien —murmura.
Cierra los ojos, con expresión de puro placer, y siento como una sacudida. Extiende un brazo, tira del edredón, me empuja suavemente y caigo sobre la cama.
Todavía de rodillas, me coge un pie, me desabrocha la Converse y me la quita, junto con el calcetín. Me apoyo en los codos y me incorporo para ver lo que hace. Jadeo, muerta de deseo. Me agarra el pie por el talón y me recorre el empeine con la uña del pulgar. Es casi doloroso, pero siento que el recorrido se proyecta sobre mi ingle. Gimo. Sin apartar los ojos de mí, vuelve a recorrerme el empeine, esta vez con la lengua, y después con los dientes. Mierda. ¿Cómo puedo sentirlo entre las piernas? Caigo sobre la cama gimiendo. Oigo su risa ahogada.
—_____, no te imaginas lo que podría hacer contigo —me susurra.
Me quita la otra zapatilla y el calcetín, y después se levanta y me quita los vaqueros. Estoy tumbada en su cama, en bragas y sujetador, y él me mira detenidamente.
—Eres muy hermosa, _____- Steele. Me muero por estar dentro de ti.
¡Vaya manera de hablar! Es todo un seductor. Me corta la respiración.
—Muéstrame cómo te das placer.
¿Qué? Frunzo el ceño.
—No seas tímida, ______. Muéstramelo —me susurra.
Muevo la cabeza.
—No entiendo lo que quieres decir —le contesto con voz ronca, tan empapada de deseo que apenas la reconozco.
—¿Cómo te corres sola? Quiero verlo.
Muevo la cabeza.
—No me corro sola —murmuro.
Alza las cejas, atónito por un momento, sus ojos se vuelven impenetrables y niega con la cabeza como si no pudiera creérselo.
—Bueno, veremos qué podemos hacer —me dice en voz baja, desafiante, en un tono de amenaza exquisitamente sensual.
Se desabrocha los botones de los vaqueros y se los quita despacio sin apartar los ojos de los míos. Se inclina sobre mí, me agarra de los tobillos, me separa rápidamente las piernas y avanza por la cama entre ellas. Se queda suspendido encima de mí. Me retuerzo de deseo.
—No te muevas —murmura.
Se inclina, me besa la parte interior de un muslo y va subiendo, sin dejar de besarme, hasta mis bragas de encaje.
Ay… No puedo quedarme quieta. ¿Cómo no voy a moverme? Me retuerzo debajo de él.
—Vamos a tener que trabajar para que aprendas a quedarte quieta, nena.
Sigue besándome la barriga y me introduce la lengua en el ombligo. Sus labios ascienden hacia el torso. Me arde la piel. Estoy sofocada. Por un momento siento mucho calor, luego frío, y araño la sábana sobre la que estoy tumbada. Harry se tumba a mi lado y me recorre con la mano desde la cadera hasta el pecho, pasando por la cintura. Me observa con expresión impenetrable y me rodea suavemente los pechos con las manos.
—Encajan perfectamente en mi mano, _____ —murmura.
Mete el dedo índice por la copa de mi sujetador, la baja muy despacio y deja mi pecho al aire, empujado hacia arriba por la varilla y la tela. Desplaza el dedo a mi otro seno y repite el proceso. Los pechos se me hinchan y los pezones se me endurecen bajo su insistente mirada. El sujetador mantiene alzados mis senos.
—Muy bonitos —suspira admirado.
Y los pezones se me endurecen todavía más.
Me chupa suavemente un pezón, desliza una mano al otro pecho, y con el pulgar rodea muy despacio el otro pezón y tira de él. Gimo y siento que una dulce sensación me desciende hasta la ingle. Estoy muy húmeda. Oh, por favor, suplico para mis adentros agarrando con fuerza la sábana. Cierra los labios alrededor de mi otro pezón, y cuando lo lame, casi siento una convulsión.
—Vamos a ver si conseguimos que te corras así —me susurra.
Y sigue con su lenta y sensual incursión. Mis pezones sienten sus hábiles dedos y sus labios, que encienden mis terminaciones nerviosas hasta el punto de que todo mi cuerpo gime en una dulce agonía, pero él no se detiene.
—Oh… por favor —le suplico.
Tiro la cabeza hacia atrás, con la boca abierta, y gimo. Siento las piernas entumecidas. Maldita sea, ¿qué está pasándome?
—Déjate ir, nena —murmura.
Me aprieta un pezón con los dientes, con el pulgar y el índice tira fuerte del otro, y me dejo caer en sus manos. Mi cuerpo se agita y estalla en mil pedazos. Me besa profundamente, metiéndome la lengua en la boca para absorber mis gritos.
¡Dios mío! Ha sido fantástico. Ahora ya sé a qué viene tanto asombro ante mi reacción. Me mira con una sonrisa satisfecha, aunque estoy segura de que no es más que gratitud y admiración por mí.
—Eres muy receptiva —me dice—. Tendrás que aprender a controlarlo, y será muy divertido enseñarte.
Vuelve a besarme.
Mi respiración es todavía irregular mientras me recupero del orgasmo. Desliza
una mano hasta mi cintura, mis caderas, y la posa en mis partes íntimas… Ay. Introduce un dedo por el encaje y lentamente empieza a trazar círculos alrededor de mi sexo. Cierra los ojos por un instante y contiene la respiración.
—Estás muy húmeda. No sabes cuánto te deseo.
Introduce un dedo dentro de mí, y yo grito mientras lo saca y vuelve a meterlo. Me frota el clítoris con la palma de la mano, y grito de nuevo. Sigue introduciéndome el dedo, cada vez con más fuerza. Gimo.
De repente se sienta, me quita las bragas y las tira al suelo. Se quita también él los calzoncillos y libera su erección. ¡Madre mía! Alarga el brazo hasta la mesita de noche, coge un paquetito plateado y se mueve entre mis piernas para que las abra. Se arrodilla y desliza un condón por su largo miembro. Oh, no… ¿Cómo va a entrar?
—No te preocupes —me susurra mirándome a los ojos—. Tú también te dilatas.
Se inclina apoyando las manos a ambos lados de mi cabeza, de modo que queda suspendido por encima de mí. Me mira a los ojos con la mandíbula apretada y los ojos ardientes. En este momento me doy cuenta de que todavía lleva puesta la camisa.
—¿De verdad quieres hacerlo? —me pregunta en voz baja.
—Por favor —le suplico.
—Levanta las rodillas —me ordena en tono suave.
Obedezco de inmediato.
—Ahora voy a follarla, señorita Steele —murmura colocando la punta de su miembro erecto delante de mi sexo—. Duro —susurra.
Y me penetra bruscamente.
—¡Aaay! —grito.
Al desgarrar mi virginidad, siento una extraña sensación en lo más profundo de mí, como un pellizco. Se queda inmóvil y me observa con ojos en los que brilla el triunfo.
Tiene la boca ligeramente abierta y le cuesta respirar. Gime.
—Estás muy cerrada. ¿Estás bien?
Asiento con los ojos en blanco y agarrándome a sus brazos. Me siento llena por dentro. Sigue inmóvil para que me aclimate a la invasiva y abrumadora sensación de tenerlo dentro de mí.
—Voy a moverme, nena —me susurra un momento después en tono firme.
Oh.
Retrocede con exquisita lentitud. Cierra los ojos, gime y vuelve a penetrarme. Grito por segunda vez, y se detiene.
—¿Más? —me susurra con voz salvaje.
—Sí —le contesto.
Vuelve a penetrarme y a detenerse.
Gimo. Mi cuerpo lo acepta… Oh, quiero que siga.
—¿Otra vez? —me pregunta.
—Sí —le contesto en tono de súplica.
Y se mueve, pero esta vez no se detiene. Se apoya en los codos, de modo que siento su peso sobre mí, aprisionándome. Al principio se mueve despacio, entra y sale de mi cuerpo. Y a medida que voy acostumbrándome a la extraña sensación, empiezo a mover las caderas hacia las suyas. Acelera. Gimo y me embiste con fuerza, cada vez más deprisa, sin piedad, a un ritmo implacable, y yo mantengo el ritmo de sus embestidas. Me agarra la cabeza con las manos, me besa bruscamente y vuelve a tirar de mi labio inferior con los dientes. Se retira un poco y siento que algo crece en lo más profundo de mí, como antes. Voy poniéndome tensa a medida que me penetra una y otra vez. Me tiembla el cuerpo, me arqueo. Estoy bañada en sudor. No sabía que sería así… No sabía que la sensación podía ser tan agradable. Mis pensamientos se dispersan… No hay más que sensaciones… Solo él… Solo yo… Ay, por favor… Mi cuerpo se pone rígido.
—Córrete para mí, ______ —susurra sin aliento.
Y me dejo ir en cuanto lo dice, llego al clímax y estallo en mil pedazos bajo su cuerpo. Y mientras se corre también él, grita mi nombre, da una última embestida se queda inmóvil, como si se vaciara dentro de mí.
Todavía jadeo, intento ralentizar la respiración y los latidos del corazón, y mis pensamientos se sumen en el caos. Uau… ha sido algo increíble. Abro los ojos. Harry ha apoyado su frente en la mía. Tiene los ojos cerrados y su respiración es irregular. Parpadea, abre los ojos y me lanza una mirada turbia, aunque dulce. Sigue dentro de mí. Se inclina, me besa suavemente en la frente y, muy despacio, empieza a salir de mi cuerpo.
—Oooh.
Es una sensación extraña, que me hace estremecer.
—¿Te he hecho daño? —me pregunta Harry mientras se tumba a mi lado apoyándose en un codo.
Me pasa un mechón de pelo por detrás de la oreja. Y no puedo evitar esbozar una amplia sonrisa.
—¿Estás de verdad preguntándome si me has hecho daño?
—No me vengas con ironías —me dice con una sonrisa burlona—. En serio, ¿estás bien?
Sus ojos son intensos, perspicaces, incluso exigentes.
Me tiendo a su lado sintiendo los miembros desmadejados, con los huesos como de goma, pero estoy relajada, muy relajada. Le sonrío. No puedo dejar de sonreír. Ahora entiendo a qué viene tanto alboroto. Dos orgasmos… todo tu ser completamente descontrolado, como cuando una lavadora centrifuga. Uau. No tenía ni idea de lo que mi cuerpo era capaz, de que podía tensarse tanto y liberarse de forma tan violenta, tan gratificante. El placer ha sido indescriptible.
—Estás mordiéndote el labio, y no me has contestado.
Frunce el ceño. Le sonrío con gesto travieso. Está imponente con su pelo alborotado, sus ardientes ojos verdes entrecerrados y su expresión seria e impenetrable.
—Me gustaría volver a hacerlo —susurro.
Por un momento creo ver una fugaz expresión de alivio en su cara. Luego cambia rápidamente de expresión y me mira con ojos velados.
—¿Ahora mismo, señorita Steele? —musita en tono frío. Se inclina sobre mí y me besa suavemente en la comisura de la boca—. ¿No eres un poquito exigente? Date la vuelta.
Parpadeo varias veces, pero al final me doy la vuelta. Me desabrocha el sujetador y me desliza la mano desde la espalda hasta el trasero.
—Tienes una piel realmente preciosa —murmura.
Mete una pierna entre las mías y se queda medio tumbado sobre mi espalda. Siento la presión de los botones de su camisa mientras me retira el pelo de la cara y me besa en el hombro.
—¿Por qué no te has quitado la camisa? —le pregunto.
Se queda inmóvil. Acto seguido se quita la camisa y vuelve a tumbarse encima de mí. Siento su cálida piel sobre la mía. Mmm… Es una maravilla. Tiene el pecho cubierto de una ligera capa de pelo, que me hace cosquillas en la espalda.
—Así que quieres que vuelva a follarte… —me susurra al oído.
Y empieza a besarme muy suavemente alrededor de la oreja y en el cuello. Me levanta las rodillas y se me corta la respiración… ¿Qué está haciendo ahora? Se mete entre mis piernas, se pega a mi espalda y me pasa la mano por el muslo hasta el trasero. Me acaricia despacio las nalgas y después desliza los dedos entre mis piernas.
—Voy a follarte desde atrás, _______ —murmura.
Con la otra mano me agarra del pelo a la altura de la nuca y tira ligeramente para colocarme. No puedo mover la cabeza. Estoy inmovilizada debajo de él, indefensa.
—Eres mía —susurra—. Solo mía. No lo olvides.
Su voz es embriagadora, y sus palabras, seductoras. Noto cómo crece su erección contra mi muslo.
Desliza los dedos y me acaricia suavemente el clítoris, trazando círculos muy despacio. Siento su respiración en la cara mientras me pellizca lentamente la mandíbula.
—Hueles de maravilla.
Me acaricia detrás de la oreja con la nariz. Frota las manos contra mi cuerpo una y otra vez. En un instinto reflejo, empiezo a trazar círculos con las caderas, al compás de su mano, y un placer enloquecedor me recorre las venas como si fuera adrenalina.
—No te muevas —me ordena en voz baja, aunque imperiosa.
Y lentamente me introduce el pulgar y lo gira acariciando las paredes de mi vagina. El efecto es alucinante. Toda mi energía se concentra en esa pequeña parte de mi cuerpo. Gimo.
—¿Te gusta? —me pregunta en voz baja pasándome los dientes por la oreja.
Y empieza a mover el pulgar lentamente, dentro, fuera, dentro, fuera… con los dedos todavía trazando círculos.
Cierro los ojos e intento controlar mi respiración, intento absorber las desordenadas y caóticas sensaciones que sus dedos desatan en mí mientras el fuego me recorre el cuerpo. Vuelvo a gemir.
—Estás muy húmeda y eres muy rápida. Muy receptiva. Oh, _______, me gusta, me gusta mucho —susurra.
Quiero mover las piernas, pero no puedo. Me tiene aprisionada y mantiene un ritmo constante, lento y tortuoso. Es absolutamente maravilloso. Gimo de nuevo y de pronto se mueve.
—Abre la boca —me pide.
Y me introduce en la boca el pulgar. Pestañeo frenéticamente.
—Mira cómo sabes —me susurra al oído—. Chúpame, nena.
Me presiona la lengua con el pulgar, cierro la boca alrededor de su dedo y chupo salvajemente. Siento el sabor salado de su pulgar y la acidez ligeramente metálica de la sangre. Madre mía. Esto no está bien, pero es terriblemente erótico.
—Quiero follarte la boca, _________, y pronto lo haré —me dice con voz ronca, salvaje, y respiración entrecortada.
¡Follarme la boca! Gimo y le muerdo. Pega un grito ahogado y me tira del pelo con más fuerza, me hace daño, así que le suelto el dedo.
—Mi niña traviesa —susurra.
Alarga la mano hacia la mesita de noche y coge un paquetito plateado.
—Quieta, no te muevas —me ordena soltándome el pelo.
Rasga el paquetito plateado mientras yo jadeo y siento el calor recorriendo mis venas. La espera es excitante. Se inclina, su peso vuelve a caer sobre mí y me agarra del pelo para inmovilizarme la cabeza. No puedo moverme. Me tiene seductoramente atrapada y está listo para volver a penetrarme.
—Esta vez vamos a ir muy despacio, _______ —me dice.
Y me penetra despacio, muy despacio, hasta el fondo. Su miembro se extiende y me invade por dentro implacablemente. Gimo con fuerza. Esta vez lo siento más profundo, exquisito. Vuelvo a gemir, y a un ritmo muy lento traza círculos con las caderas y retrocede, se detiene un momento y vuelve a penetrarme. Repite el movimiento una y otra vez. Me vuelve loca. Sus provocadoras embestidas, deliberadamente lentas, y la intermitente sensación de plenitud son irresistibles.
—Se está tan bien dentro de ti —gime.
Y mis entrañas empiezan a temblar. Retrocede y espera.
—No, nena, todavía no —murmura.
Cuando dejo de temblar, comienza de nuevo el maravilloso proceso.
—Por favor —le suplico.
Creo que no voy a aguantar mucho más. Mi cuerpo tenso se desespera por liberarse.
—Te quiero dolorida, nena —murmura.
Y sigue con su dulce y pausado suplicio, adelante y atrás.
—Quiero que, cada vez que te muevas mañana, recuerdes que he estado dentro de ti. Solo yo. Eres mía.
Gimo.
—Harry, por favor —susurro.
—¿Qué quieres, _______? Dímelo.
Vuelvo a gemir. Se retira y vuelve a penetrarme lentamente, de nuevo trazando círculos con las caderas.
—Dímelo —murmura.
—A ti, por favor.
Aumenta el ritmo progresivamente y su respiración se vuelve irregular. Empiezo a temblar por dentro, y Harry acelera la acometida.
—Eres… tan… dulce —murmura al ritmo de sus embestidas—. Te… deseo… tanto…
Gimo.
—Eres… mía… Córrete para mí, nena —ruge.
Sus palabras son mi perdición, me lanzan por el precipicio. Siento que mi cuerpo se convulsiona y me corro gritando una balbuceante versión de su nombre contra el colchón. Harry embiste hasta el fondo dos veces más y se queda paralizado, se deja ir y se derrama dentro de mí. Se desploma sobre mi cuerpo, con la cara hundida en mi pelo.
—Joder,______ —jadea.
Se retira inmediatamente y cae rodando en su lado de la cama. Subo las rodillas hasta el pecho, totalmente agotada, y al momento me sumerjo en un profundo sueño.
Cuando me despierto, todavía no ha amanecido. No tengo ni idea de cuánto tiempo he dormido. Estiro las piernas debajo del edredón y me siento dolorida, exquisitamente dolorida. No veo a Harry por ningún sitio. Me siento en la cama y contemplo la ciudad frente a mí. Hay menos luces encendidas en los rascacielos y el amanecer se insinúa ya hacia el este. Oigo música, notas cadenciosas de piano. Un dulce y triste lamento. Bach, creo, pero no estoy segura.
Echo el edredón a un lado y me dirijo sin hacer ruido al pasillo que lleva al gran salón. Harry está sentado al piano, totalmente absorto en la melodía que está tocando. Su expresión es triste y desamparada, como la música. Toca maravillosamente bien. Me apoyo en la pared y lo escucho embelesada. Es un músico extraordinario. Está desnudo, con el cuerpo bañado en la cálida luz de una lámpara solitaria junto al piano. Como el resto del salón está oscuro, parece aislado en su pequeño foco de luz, intocable… solo en una burbuja.
Avanzo en silencio hacia él, atraída por la sublime y melancólica música. Estoy fascinada. Observo sus largos y hábiles dedos recorriendo y presionando suavemente las teclas, y pienso que esos mismos dedos han recorrido y acariciado con destreza mi cuerpo. Me ruborizo al pensarlo, sofoco un grito y aprieto los muslos. Harry levanta sus insondables ojos verdes con expresión indescifrable.
—Perdona —susurro—. No quería molestarte.
Frunce ligeramente el ceño.
—Está claro que soy yo el que tendría que pedirte perdón —murmura.
Deja de tocar y apoya las manos en las piernas.
De pronto me doy cuenta de que lleva puestos unos pantalones de pijama. Se pasa los dedos por el pelo y se levanta. Los pantalones le caen de esa manera tan sexy… Madre mía. Se me seca la boca cuando rodea tranquilamente el piano y se acerca a mí. Es ancho de hombros y estrecho de caderas, y al andar se le tensan los abdominales. Es impresionante…
—Deberías estar en la cama —me riñe.
—Un tema muy hermoso. ¿Bach?
—La transcripción es de Bach, pero originariamente es un concierto para oboe de Alessandro Marcello.
—Precioso, aunque muy triste, una melodía muy melancólica.
Esboza una media sonrisa.
—A la cama —me ordena—. Por la mañana estarás agotada.
—Me he despertado y no estabas.
—Me cuesta dormir. No estoy acostumbrado a dormir con nadie —murmura.
No logro discernir cuál es su estado de ánimo. Parece algo decaído, pero es difícil asegurarlo en la oscuridad. Quizá se deba al tono del tema que estaba tocando. Me rodea con un brazo y me lleva cariñosamente a la habitación.
—¿Cuándo empezaste a tocar? Tocas muy bien.
—A los seis años.
Harry a los seis años… Imagino a un precioso niño de pelo castaño y ojos verdes, y se me cae la baba… Un niño de cabello alborotado al que le gusta la música increíblemente triste.
—¿Cómo te sientes? —me pregunta ya de vuelta en la habitación.
Enciende una lamparita.
—Estoy bien.
Los dos miramos la cama al mismo tiempo. Las sábanas están manchadas de sangre, como una prueba de mi virginidad perdida. Me ruborizo, incómoda, y me echo el edredón por encima.
—Bueno, la señora Jones tendrá algo en lo que pensar —refunfuña Harry frente a mí.
Me coloca la mano debajo de la barbilla, me levanta la cara y me mira fijamente. Me observa con ojos intensos. Me doy cuenta de que es la primera vez que le veo el pecho desnudo. Alargo la mano de forma instintiva. Quiero pasarle los dedos por el oscuro pelo del pecho, pero de inmediato da un paso atrás.
—Métete en la cama —me dice bruscamente. Y luego suaviza un poco el tono—: Me acostaré contigo.
Retiro la mano y frunzo levemente el ceño. Creo que no le he tocado el torso ni una sola vez. Abre un cajón, saca una camiseta y se la pone rápidamente.
—A la cama —vuelve a ordenarme.
Salto a la cama intentando no pensar en la sangre. Se tumba también él y me rodea con los brazos por detrás, de manera que no le veo la cara. Me besa el pelo con suavidad e inhala profundamente.
—Duérmete, dulce ________ —murmura.
Cierro los ojos, pero no puedo evitar sentir cierta melancolía, no sé si por la música o por su conducta. Harry Styles tiene un lado triste.
PaulaC0223
Re: 50 Sombras De Styles (Harry Styles y tu)(ADPATADA)(HOT)
Capítulo 9
La luz que inunda la habitación me arranca del profundo sueño. Me desperezo y abro los ojos. Es una bonita mañana de mayo, con Seattle a mis pies. Uau, qué vista. Harry Styles está profundamente dormido a mi lado. Uau, qué vista. Me sorprende que esté todavía en la cama. Como está de cara a mí, tengo la oportunidad de examinarlo bien por primera vez. Su hermoso rostro parece más joven, relajado. Sus labios, gruesos y perfilados, están ligeramente abiertos, y el pelo, limpio y brillante, alborotado. ¿Cómo puede ser alguien tan guapo y aun así ser legal? Recuerdo su cuarto del piso de arriba… Quizá no sea tan legal. Tengo mucho en que pensar. Siento la tentación de alargar la mano y tocarlo, pero está precioso dormido, como un niño pequeño. No tengo que preocuparme de lo que digo, de lo que dice él, de sus planes, especialmente de sus planes para mí.
Podría pasarme el día contemplándolo, pero tengo mis necesidades… fisiológicas. Salgo despacio de la cama, veo su camisa blanca en el suelo y me la pongo. Me dirijo a una puerta pensando que puede ser el cuarto de baño, pero lo que encuentro es un vestidor tan grande como mi habitación. Filas y filas de trajes caros, de camisas, zapatos y corbatas. ¿Para qué necesita tanta ropa? Chasqueo la lengua. La verdad es que el ropero de Perrie seguramente no tiene nada que envidiar a este. ¡Perrie! Oh, no. No me acordé de ella en toda la noche. Se suponía que tenía que mandarle un mensaje. Mierda. Va a enfadarse conmigo. Por un segundo me pregunto cómo le irá con Elliot.
Vuelvo al dormitorio, en el que Harry sigue dormido. Abro la otra puerta. Es el cuarto de baño, más grande que mi habitación. ¿Para qué necesita tanto espacio un hombre solo? Dos lavabos, observo con ironía. Si nunca duerme con nadie, uno de los dos no se habrá utilizado.
Me miro en el enorme espejo. ¿Parezco diferente? Me siento diferente. Para ser sincera, estoy un poco dolorida, y los músculos… es como si no hubiera hecho ejercicio en la vida. En la vida has hecho ejercicio, me dice mi subconsciente, que se ha despertado y me mira frunciendo los labios y dando golpecitos en el suelo con el pie. Acabas de acostarte con él. Has entregado tu virginidad a un hombre que no te ama, que tiene planes muy raros para ti, que quiere convertirte en una especie
de pervertida esclava sexual.
¿ESTÁS LOCA?, me grita.
Sigo mirándome en el espejo y me estremezco. Tengo que asimilar todo esto. Sinceramente, me he encaprichado de un hombre guapísimo, que está forrado y que tiene un cuarto rojo del dolor esperándome. Me estremezco. Estoy desconcertada y confundida. Tengo el pelo hecho un desastre, como siempre. El pelo revuelto no me queda nada bien. Intento poner orden en ese caos con los dedos, pero no lo consigo y me rindo… Quizá tenga alguna goma en el bolso.
Me muero de hambre. Vuelvo a la habitación. El bello durmiente sigue dormido, así que lo dejo y voy a la cocina.
Oh, no… Perrie. Dejé el bolso en el estudio de Harry. Voy a buscarlo y saco el móvil. Tres mensajes.
*Todo OK ____*
*Donde estas ______*
*Maldita sea ______*
Llamo a Perrie, pero no me contesta y le dejo un mensaje en el contestador diciéndole que estoy viva y que Barbazul no ha acabado conmigo, bueno, al menos no en el sentido que podría preocuparle… o quizá sí. Estoy muy confundida. Tengo que intentar aclararme y analizar mis sentimientos hacia Harry Styles. Es imposible. Muevo la cabeza dándome por vencida. Necesito estar sola, lejos de aquí, para pensar.
Encuentro en el bolso dos gomas para el pelo y rápidamente me hago dos trenzas. ¡Sí! Quizá cuanto más niña parezca, más a salvo estaré de Barbazul. Saco el iPod del bolso y me pongo los auriculares. No hay nada como la música para cocinar. Me meto el iPod en el bolsillo de la camisa de Harry, subo el volumen y empiezo a bailar.
Dios, qué hambre tengo.
La cocina me intimida un poco. Es elegante y moderna, con armarios sin tiradores. Tardo unos segundos en llegar a la conclusión de que tengo que presionar en las puertas para que se abran. Quizá debería prepararle el desayuno a Harry. El otro día comió una tortilla… Bueno, ayer, en el Heathman. Hay que ver la de cosas que han pasado desde ayer. Abro el frigorífico, veo que hay muchos huevos y decido que quiero tortitas y beicon. Empiezo a hacer la masa bailando por la cocina.
Está bien tener algo que hacer, porque eso te concede algo de tiempo para pensar, pero sin profundizar demasiado. La música que resuena en mis oídos también me ayuda a alejar los pensamientos profundos. Vine a pasar la noche en la cama de Harry Styles y lo he conseguido, aunque no permita a nadie dormir en su cama. Sonrío. Misión cumplida. Genial. Sonrío. Genial, genial, y empiezo a divagar recordando la noche. Sus palabras, su cuerpo, su manera de hacer el amor… Cierro los ojos, mi cuerpo vibra al recordarlo y los músculos de mi vientre se contraen. Mi subconsciente me pone mala cara. Su manera de follar, no de hacer el amor, me grita como una arpía. No le hago caso, pero en el fondo sé que tiene razón. Muevo la cabeza para concentrarme en lo que estoy haciendo.
La cocina es de lo más sofisticado. Confío en que sabré cómo funciona. Necesito un sitio para dejar las tortitas y que no se enfríen. Empiezo con el beicon. Amy Studt me canta al oído una canción sobre gente inadaptada, una canción que siempre ha significado mucho para mí, porque soy una inadaptada. Nunca he encajado en ningún sitio, y ahora… tengo que considerar una proposición indecente del mísmisimo rey de los inadaptados. ¿Por qué es Harry así? ¿Por naturaleza o por educación? Nunca he conocido a nadie igual.
Meto el beicon en el grill y, mientras se hace, bato los huevos. Me vuelvo y veo a Harry sentado en un taburete, con los codos encima de la barra y la cara apoyada en las manos. Lleva la camiseta con la que ha dormido. El pelo revuelto le queda realmente bien, como la barba de dos días. Parece divertido y sorprendido a la vez. Me quedo paralizada y me pongo roja. Luego me calmo y me quito los auriculares. Me tiemblan las rodillas solo de verlo.
—Buenos días, señorita Steele. Está muy activa esta mañana —me dice en tono frío.
—He… He dormido bien —le digo tartamudeando.
Intenta disimular su sonrisa.
—No imagino por qué. —Se calla un instante y frunce el ceño—. También yo cuando volví a la cama.
—¿Tienes hambre?
—Mucha —me contesta con una mirada intensa.
Creo que no se refiere a la comida.
—¿Tortitas, beicon y huevos?
—Suena muy bien.
—No sé dónde están los manteles individuales.
Me encojo de hombros e intento desesperadamente no parecer nerviosa.
—Yo me ocupo. Tú cocina. ¿Quieres que ponga música para que puedas seguir bailando?
Me miro los dedos, perfectamente consciente de que me estoy ruborizando.
—No te cortes por mí. Es muy entretenido —me dice en tono burlón.
Arrugo los labios. Entretenido, ¿verdad? Mi subconsciente se parte de risa. Me giro y sigo batiendo los huevos, seguramente con más fuerza de la necesaria. Al momento está a mi lado y me tira de una trenza.
—Me encantan —susurra—. Pero no van a servirte de nada.
Mmm, Barbazul…
—¿Cómo quieres los huevos? —le pregunto bruscamente.
—Muy batidos —me contesta con una mueca irónica.
Sigo con lo que estaba haciendo intentando ocultar mi sonrisa. Es difícil no volverse loca por él, especialmente cuando está tan juguetón, lo cual no es nada frecuente. Abre un cajón, saca dos manteles individuales negros y los coloca en la barra. Echo el huevo batido en una sartén, saco el beicon del grill, le doy la vuelta y vuelvo a meterlo.
Cuando me vuelvo, hay zumo de naranja en la barra, y Harry está preparando café.
—¿Quieres un té?
—Sí, por favor. Si tienes.
Cojo un par de platos y los dejo encima de la placa para mantenerlos calientes. Harry abre un armario y saca una caja de té Twinings English Breakfast. Frunzo los labios.
—El final estaba cantado, ¿no?
—¿Tú crees? No tengo tan claro que hayamos llegado todavía al final, señorita Steele —murmura.
¿Qué quiere decir? ¿Habla de nuestra negociación? Bueno… quiero decir… de nuestra relación… o lo que sea. Sigue igual de críptico que siempre. Sirvo el desayuno en los platos calientes, que dejo encima de los manteles individuales. Abro el frigorífico y saco sirope de arce.
Miro a Harry, que está esperando a que me siente.
—Señorita Steele —me dice señalando un taburete.
—Señor Styles.
Asiento dándole las gracias. Al sentarme hago una ligera mueca de dolor.
—¿Estás muy dolorida? —me pregunta mientras toma también asiento él.
Me ruborizo. ¿Por qué me hace preguntas tan personales?
—Bueno, a decir verdad, no tengo con qué compararlo —le contesto—. ¿Querías ofrecerme tu compasión? —le pregunto en tono demasiado dulce.
Creo que intenta reprimir una sonrisa, pero no estoy segura.
—No. Me preguntaba si debemos seguir con tu entrenamiento básico.
—Oh.
Lo miro estupefacta, contengo la respiración y me estremezco. Oh… me encantaría. Sofoco un gemido.
—Come, ________.
Se me ha vuelto a quitar el hambre… Más… más sexo… Sí, por favor.
—Por cierto, esto está buenísimo —me dice sonriendo.
Pincho un trocito de tortilla, pero apenas puedo tragar. ¡Entrenamiento básico! «Quiero follarte la boca». ¿Forma eso parte del entrenamiento básico?
—Deja de morderte el labio. Me desconcentras, y resulta que me he dado cuenta de que no llevas nada debajo de mi camisa, y eso me desconcentra todavía más.
Sumerjo la bolsa de té en la tetera que me ha traído Harry. La cabeza me da vueltas.
—¿En qué tipo de entrenamiento básico estás pensando? —le pregunto.
Hablo en un volumen un poco alto, lo cual traiciona mi deseo de parecer natural, como si no me importara demasiado, y lo más tranquila posible, pese a que las hormonas están causando estragos por todo mi cuerpo.
—Bueno, como estás dolorida, he pensado que podríamos dedicarnos a las técnicas orales.
Me atraganto con el té y lo miro boquiabierta y con los ojos como platos. Me da un golpecito en la espalda y me acerca el zumo de naranja. No tengo ni idea de en qué está pensando.
—Si quieres quedarte, claro —añade.
Lo miro intentando recuperar la serenidad. Su expresión es impenetrable. Es muy frustrante.
—Me gustaría quedarme durante el día, si no hay problema. Mañana tengo que trabajar.
—¿A qué hora tienes que estar en el trabajo?
—A las nueve.
—Te llevaré al trabajo mañana a las nueve.
Frunzo el ceño. ¿Quiere que me quede otra noche?
—Tengo que volver a casa esta noche. Necesito cambiarme de ropa.
—Podemos comprarte algo.
No tengo dinero para comprar ropa. Levanta la mano, me agarra de la barbilla y tira para que mis dientes suelten el labio inferior. No era consciente de que me lo estaba mordiendo.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
—Tengo que volver a casa esta noche.
Me mira muy serio.
—De acuerdo, esta noche —acepta—. Ahora acábate el desayuno.
La cabeza y el estómago me dan vueltas. Se me ha quitado el hambre. Contemplo la mitad de mi desayuno, que sigue en el plato. No me apetece comer ahora.
—Come, ______. Anoche no cenaste.
—No tengo hambre, de verdad —susurro.
Me mira muy serio.
—Me gustaría mucho que te terminaras el desayuno.
—¿Qué problema tienes con la comida? —le suelto de pronto.
Arruga la frente.
—Ya te dije que no soporto tirar la comida. Come —me dice bruscamente, con expresión sombría, dolida.
Maldita sea. ¿De qué va todo esto? Cojo el tenedor y como despacio, intentando masticar. Si va a ser siempre tan raro con la comida, tendré que recordar no llenarme tanto el plato. Su semblante se dulcifica a medida que voy comiéndome el desayuno. Lo observo retirar su plato. Espera a que termine y retira el mío también.
—Tú has cocinado, así que yo recojo la mesa.
—Muy democrático.
—Sí —me dice frunciendo el ceño—. No es mi estilo habitual. En cuanto acabe tomaremos un baño.
—Ah, vale.
Vaya… Preferiría una ducha. El sonido de mi teléfono me saca de la ensoñación. Es Perrie.
—Hola.
Me alejo de él y me dirijo hacia las puertas de cristal del balcón.
—__________, ¿por qué no me mandaste un mensaje anoche?
Está enfadada.
—Perdona. Me superaron los acontecimientos.
—¿Estás bien?
—Sí, perfectamente.
—¿Por fin?
Intenta sonsacarme información. Oigo su tono expectante y muevo la cabeza.
—______, no quiero comentarlo por teléfono.
Harry alza los ojos hacia mí.
—Sí… Estoy segura.
¿Cómo puede estar segura? Está tirándose un farol, pero no puedo hablar del tema. He firmado un maldito acuerdo.
—Perrie, por favor.
—¿Qué tal ha ido? ¿Estás bien?
—Te he dicho que estoy perfectamente.
—¿Ha sido tierno?
—¡Perrie, por favor!
No puedo reprimir mi enfado.
—_____, no me lo ocultes. Llevo casi cuatro años esperando este momento.
—Nos vemos esta noche.
Y cuelgo.
Va a ser difícil manejar este tema. Es muy obstinada y quiere que se lo cuente todo con detalles, pero no puedo contárselo porque he firmado un… ¿cómo se llama? Un acuerdo de confidencialidad. Va a darle un ataque, y con razón. Tengo que pensar en algo. Vuelvo la cabeza y observo a Harry moviéndose con soltura por la cocina.
—¿El acuerdo de confidencialidad lo abarca todo? —le pregunto indecisa.
—¿Por qué?
Se vuelva y me mira mientras guarda la caja del té. Me ruborizo.
—Bueno, tengo algunas dudas, ya sabes… sobre sexo —le digo mirándome los dedos—. Y me gustaría comentarlas con Perrie.
—Puedes comentarlas conmigo.
—Harry, con todo el respeto…
Me quedo sin voz. No puedo comentarlas contigo. Me darías tu visión del sexo, que es parcial, distorsionada y pervertida. Quiero una opinión imparcial.
—Son solo cuestiones técnicas. No diré nada del cuarto rojo del dolor.
Levanta las cejas.
—¿Cuarto rojo del dolor? Se trata sobre todo de placer,______. Créeme. Y además —añade en tono más duro—, tu compañera de piso está revolcándose con mi hermano. Preferiría que no hablaras con ella, la verdad.
—¿Sabe algo tu familia de tus… preferencias?
—No. No son asunto suyo. —Se acerca a mí—. ¿Qué quieres saber? —me pregunta.
Me desliza los dedos suavemente por la mejilla hasta el mentón, que levanta para mirarme directamente a los ojos. Me estremezco por dentro. No puedo mentir a este hombre.
—De momento nada en concreto —susurro.
—Bueno, podemos empezar preguntándote qué tal lo has pasado esta noche.
La curiosidad le arde en los ojos. Está impaciente por saberlo. Uau.
—Bien —murmuro.
Esboza una ligera sonrisa.
—Yo también —me dice en voz baja—. Nunca había echado un polvo vainilla, y no ha estado nada mal. Aunque quizá es porque ha sido contigo.
Desliza el pulgar por mi labio inferior.
Respiro hondo. ¿Un polvo vainilla?
—Ven, vamos a bañarnos.
Se inclina y me besa. El corazón me da un brinco y el deseo me recorre el cuerpo y se concentra… en mi parte más profunda.
La bañera es blanca, profunda y ovalada, muy de diseño. Harry se inclina y abre el grifo de la pared embaldosada. Vierte en el agua un aceite de baño que parece carísimo. A medida que se llena la bañera va formándose espuma, y un dulce y seductor aroma a jazmín invade el baño. Harry me mira con ojos impenetrables, se quita la camiseta y la tira al suelo.
—Señorita Steele —me dice tendiéndome la mano.
Estoy al lado de la puerta, con los ojos muy abiertos y recelosa, con las manos alrededor del cuerpo. Me acerco admirando furtivamente su cuerpo. Le cojo de la mano y me sujeta mientras me meto en la bañera, todavía con su camisa puesta. Hago lo que me dice. Voy a tener que acostumbrarme si acabo aceptando su escandalosa oferta… Solo si… El agua caliente es tentadora.
—Gírate y mírame —me ordena en voz baja.
Hago lo que me pide. Me observa con atención.
—Sé que ese labio está delicioso, doy fe de ello, pero ¿puedes dejar de mordértelo? —me dice apretando los dientes—. Cuando te lo muerdes, tengo ganas de follarte, y estás dolorida, ¿no?
Dejo de morderme el labio porque me quedo boquiabierta, impactada.
—Eso es —me dice—. ¿Lo has entendido?
Me mira. Asiento frenéticamente. No tenía ni idea de que yo pudiera afectarle tanto.
—Bien.
Se acerca, saca el iPod del bolsillo de la camisa y lo deja junto al lavabo.
—Agua e iPod… no es una combinación muy inteligente —murmura.
Se inclina, agarra la camisa blanca por debajo, me la quita y la tira al suelo.
Se retira para contemplarme. Dios mío, estoy completamente desnuda. Me pongo roja y bajo la mirada hacia las manos, que están a la altura de la barriga. Deseo desesperadamente desaparecer dentro del agua caliente y la espuma, pero sé que no va a querer que lo haga.
—Oye —me llama.
Lo miro. Tiene la cara inclinada hacia un lado.
—_______, eres muy guapa, toda tú. No bajes la cabeza como si estuvieras avergonzada. No tienes por qué avergonzarte, y te aseguro que es todo un placer poder contemplarte.
Me sujeta la barbilla y me levanta la cabeza para que lo mire. Sus ojos son dulces y cálidos, incluso ardientes. Está muy cerca de mí. Podría alargar el brazo y tocarlo.
—Ya puedes sentarte —me dice interrumpiendo mis erráticos pensamientos.
Me agacho y me meto en el agradable agua caliente. Oh… me escuece, y no me lo esperaba, pero huele de maravilla. El escozor inicial no tarda en disminuir. Me tumbo boca arriba, cierro los ojos un instante y me relajo en la tranquilizadora calidez. Cuando los abro, está mirándome fijamente.
—¿Por qué no te bañas conmigo? —me atrevo a preguntarle, aunque con voz ronca.
—Sí, muévete hacia delante —me ordena.
Se quita los pantalones de pijama y se mete en la bañera detrás de mí. El agua sube de nivel cuando se sienta y tira de mí para que me apoye en su pecho. Coloca sus largas piernas encima de las mías, con las rodillas flexionadas y los tobillos a la misma altura que los míos, y me abre las piernas con los pies. Me quedo boquiabierta. Mete la nariz entre mi pelo e inhala profundamente.
—Qué bien hueles, _________.
Un temblor me recorre todo el cuerpo. Estoy desnuda en una bañera con Harry Styles. Y él también está desnudo. Si alguien me lo hubiera dicho ayer, cuando me desperté en la suite del hotel, no le habría creído.
Coge una botella de gel del estante junto a la bañera y se echa un chorrito en la mano. Se frota las manos para hacer una ligera capa de espuma, me las coloca alrededor del cuello y empieza a extenderme el jabón por la nuca y los hombros, masajeándolos con fuerza con sus largos y fuertes dedos. Gimo. Me encanta sentir sus manos.
—¿Te gusta?
Casi puedo oír su sonrisa.
—Mmm.
Desciende hasta mis brazos, luego por debajo hasta las axilas, frotándome suavemente. Me alegro mucho de que Perrie insistiera en que me depilara. Desliza las manos por mis pechos, y respiro hondo cuando sus dedos los rodean y empiezan a masajearlos suavemente, sin agarrarlos. Arqueo el cuerpo instintivamente y aprieto los pechos contra sus manos. Tengo los pezones sensibles, muy sensibles, sin duda por el poco delicado trato que recibieron anoche. No se entretiene demasiado en ellos. Desliza las manos hasta mi vientre. Se me acelera la respiración y el corazón me late a toda prisa. Siento su erección contra mi trasero. Me excita que lo que le haga sentirse así sea mi cuerpo. Claro… no tu cabeza, se burla mi subconsciente. Aparto el inoportuno pensamiento.
Se detiene y coge una toallita mientras yo jadeo pegada a él, muerta de deseo. Apoyo las manos en sus muslos, firmes y musculosos. Echa más gel en la toallita, se inclina y me frota entre las piernas. Contengo la respiración. Sus dedos me estimulan hábilmente desde dentro de la tela, una maravilla, y mis caderas empiezan a moverse a su ritmo, presionando contra su mano. A medida que las sensaciones se apoderan de mí, inclino la cabeza hacia atrás con los ojos casi en blanco y la boca entreabierta. Gimo. Dentro de mí aumenta la presión, lenta e inexorablemente… Madre mía.
—Siéntelo, nena —me susurra Harry al oído, y me roza suavemente el lóbulo con los dientes—. Siéntelo para mí.
Sus piernas inmovilizan las mías contra las paredes de la bañera, las aprisionan, lo que le da libre acceso a la parte más íntima de mí.
—Oh… por favor —susurro.
El cuerpo se me queda rígido e intento estirar las piernas. Soy una esclava sexual de este hombre, que no me deja mover.
—Creo que ya estás lo suficientemente limpia —murmura.
Y se detiene.
¿Qué? ¡No! ¡No! ¡No! Mi respiración es irregular.
—¿Por qué te paras? —le pregunto jadeando.
—Porque tengo otros planes para ti, _______.
¿Qué…? Vaya… pero… estaba… No es justo.
—Date la vuelta. Yo también tengo que lavarme —murmura.
¡Oh! Me doy la vuelta y me quedo pasmada al ver que se agarra con fuerza el miembro erecto. Abro la boca.
—Quiero que, para empezar, conozcas bien la parte más valiosa de mi cuerpo, mi favorita. Le tengo mucho cariño.
Es enorme, cada vez más. El miembro erecto queda por encima del agua, que le llega a las caderas. Levanto los ojos un segundo y observo su sonrisa perversa. Le divierte mi expresión atónita. Me doy cuenta de que estoy mirando fijamente su miembro. Trago saliva. ¡Todo eso ha estado dentro de mí! Parece imposible. Quiere que lo toque. Mmm… de acuerdo, adelante.
Le sonrío, cojo el gel y me echo un chorrito en la mano. Hago lo mismo que él: me froto el jabón en las manos hasta que se forma espuma. No aparto los ojos de los suyos. Entreabro los labios para que me resulte más fácil respirar… y deliberadamente me muerdo el labio inferior y luego paso la lengua por encima, por la zona que acabo de morderme. Me mira con ojos serios, impenetrables, que se abren mientras deslizo la lengua por el labio. Me inclino y le rodeo el miembro con una mano, imitando la manera en que se lo agarra él mismo. Cierra un momento los ojos. Uau… es mucho más duro de lo que pensaba. Aprieto y él coloca su mano sobre la mía.
—Así —susurra.
Y mueve la mano arriba y abajo sujetándome con fuerza los dedos, que a su vez aprietan con fuerza su miembro. Cierra de nuevo los ojos y contiene la respiración. Cuando vuelve a abrirlos, su mirada es de un verde abrasador.
—Muy bien, nena.
Me suelta la mano, deja que siga yo sola y cierra los ojos mientras la muevo arriba y abajo. Flexiona ligeramente las caderas hacia mi mano, y de forma refleja lo aprieto con más fuerza. Desde lo más profundo de la garganta se le escapa un ronco gemido. Fóllame la boca… Mmm. Lo recuerdo metiéndome el pulgar en la boca y pidiéndome que se lo chupara con fuerza. Abre la boca a medida que su respiración se acelera. Tiene los ojos cerrados. Me inclino, coloco los labios alrededor de su miembro y chupo de forma vacilante, deslizando la lengua por la punta.
—Uau… _______.
Abre mucho los ojos y sigo chupando.
Mmm… Es duro y blando a la vez, como acero recubierto de terciopelo, y sorprendentemente sabroso, salado y suave.
—Dios —gime.
Y vuelve a cerrar los ojos.
Introduzco la boca hasta el fondo y vuelve a gemir. ¡Ja! La diosa que llevo dentro está encantada. Puedo hacerlo. Puedo follármelo con la boca. Vuelvo a girar la lengua alrededor de la punta, y él se arquea y levanta las caderas. Ha abierto los ojos, que despiden fuego. Vuelve a arquearse apretando los dientes. Me apoyo en sus muslos y clavo la boca hasta el fondo. Siento en las manos que sus piernas se tensan. Me coge de las trenzas y empieza a moverse.
—Oh… nena… es fantástico —murmura.
Chupo más fuerte y paso la lengua por la punta de su impresionante erección. Se la presiono con la boca cubriéndome los dientes con los labios. Él espira con la boca entreabierta y gime.
—Dios, ¿hasta dónde puedes llegar? —susurra.
Mmm… Empujo con fuerza y siento su miembro en el fondo de la garganta, y luego en los labios otra vez. Paso la lengua por la punta. Es como un polo con sabor a… Harry Styles. Chupo cada vez más deprisa, empujando cada vez más hondo y girando la lengua alrededor. Mmm… No tenía ni idea de que proporcionar placer podía ser tan excitante, verlo retorcerse sutilmente de deseo carnal. La diosa que llevo dentro baila merengue con algunos pasos de salsa.
—________, voy a correrme en tu boca —me advierte jadeando—. Si no quieres, para.
Vuelve a empujar las caderas, con los ojos muy abiertos, cautelosos y llenos de lascivo deseo… Y me desea a mí. Desea mi boca… Madre mía.
Me agarra del pelo con fuerza. Yo puedo. Empujo todavía con más fuerza y de pronto, en un momento de insólita seguridad en mí misma, descubro los dientes. Llega al límite. Grita, se queda inmóvil y siento un líquido caliente y salado deslizándose por mi garganta. Me lo trago rápidamente. Uf… No sé si he hecho bien. Pero me basta con mirarlo para que no me importe… He conseguido que perdiera el control en la bañera. Me incorporo y lo observo con una sonrisa triunfal que me eleva las comisuras de la boca. Respira entrecortadamente. Abre los ojos y me mira.
—¿No tienes arcadas? —me pregunta atónito—. Dios, ______… ha estado… muy bien, de verdad, muy bien. Aunque no lo esperaba. —Frunce el ceño—. ¿Sabes? No dejas de sorprenderme.
Sonrío y me muerdo el labio conscientemente. Me mira interrogante.
—¿Lo habías hecho antes?
—No.
No puedo ocultar un ligero matiz de orgullo en mi negativa.
—Bien —me dice complacido y, según creo, aliviado—. Otra novedad, señorita Steele. —Me evalúa con la mirada—. Bueno, tienes un sobresaliente en técnicas orales. Ven, vamos a la cama. Te debo un orgasmo.
¡Otro orgasmo!
Sale rápidamente de la bañera y me ofrece la primera imagen íntegra del Adonis de divinas proporciones que es Harry Styles. La diosa que llevo dentro ha dejado de bailar y lo observa también, boquiabierta y babeando. Su erección se ha reducido, pero sigue siendo importante… Uau. Se enrolla una toalla pequeña en la cintura para cubrirse mínimamente y saca otra más grande y suave, de color blanco, para mí. Salgo de la bañera y le cojo la mano que me tiende. Me envuelve en la toalla, me abraza y me besa con fuerza, metiéndome la lengua en la boca. Deseo estirar los brazos y abrazarlo… tocarlo… pero los tengo atrapados dentro de la toalla. No tardo en perderme en su beso. Me sujeta la cabeza con las manos, me recorre la boca con la lengua y me da la sensación de que está expresándome su gratitud… ¿quizá por mi primera felación?
Se aparta un poco, con las manos a ambos lados de mi cara, y me mira a los ojos. Parece perdido.
—Dime que sí —susurra fervientemente.
Frunzo el ceño, porque no lo entiendo.
—¿A qué?
—A nuestro acuerdo. A ser mía. Por favor, _______ —susurra suplicante, recalcando el «por favor» y mi nombre.
Vuelve a besarme con pasión, y luego se aparta y me mira parpadeando. Me coge de la mano y me conduce de vuelta al dormitorio. Me tambaleo un poco, así que lo sigo mansamente, aturdida. Lo desea de verdad.
Ya en el dormitorio, me observa junto a la cama.
—¿Confías en mí? —me pregunta de pronto.
Asiento con los ojos muy abiertos, y de pronto me doy cuenta de que efectivamente confío en él. ¿Qué va a hacerme ahora? Una descarga eléctrica me recorre el cuerpo.
—Buena chica —me dice pasándome el pulgar por el labio inferior.
Se acerca al armario y vuelve con una corbata gris de seda.
—Junta las manos por delante —me ordena quitándome la toalla y tirándola al suelo.
Hago lo que me pide. Me rodea las muñecas con la corbata y hace un nudo apretado. Los ojos le brillan de excitación. Tira de la corbata para asegurarse de que el nudo no se mueve. Tiene que haber sido boyscout para saber hacer estos nudos. ¿Y ahora qué? Se me ha disparado el pulso y el corazón me late a un ritmo frenético. Desliza los dedos por mis trenzas.
—Pareces muy joven con estas trenzas —murmura acercándose a mí.
Retrocedo instintivamente hasta que siento la cama detrás de las rodillas. Se quita la toalla, pero no puedo apartar los ojos de su cara. Su expresión es ardiente, llena de deseo.
—Oh, _______, ¿qué voy a hacer contigo? —me susurra.
Me tiende sobre la cama, se tumba a mi lado y me levanta las manos por encima de la cabeza.
—Deja las manos así. No las muevas. ¿Entendido?
Sus ojos abrasan los míos y su intensidad me deja sin aliento. No es un hombre al que quisiera hacer enfadar.
—Contéstame —me pide en voz baja.
—No moveré las manos —le contesto sin aliento.
—Buena chica —murmura.
Y deliberadamente se pasa la lengua por los labios muy despacio. Me fascina su lengua recorriendo lentamente su labio superior. Me mira a los ojos, me observa, me examina. Se inclina y me da un casto y rápido beso en los labios.
—Voy a besarle todo el cuerpo, señorita Steele —me dice en voz baja.
Me agarra de la barbilla y me la levanta, lo que le da acceso a mi cuello. Sus labios se deslizan por él, descienden por mi cuello besándome, chupándome y mordisqueándome. Todo mi cuerpo vibra expectante. El baño me ha dejado la piel hipersensible. La sangre caliente desciende lentamente hasta mi vientre, entre las piernas, hasta mi sexo. Gimo.
Quiero tocarlo. Muevo las manos, pero, como estoy atada, le toco el pelo con bastante torpeza. Deja de besarme, levanta los ojos y mueve la cabeza de un lado a otro chasqueando la lengua. Me sujeta las manos y vuelve a colocármelas por encima de la cabeza.
—Si mueves las manos, tendremos que volver a empezar —me regaña suavemente.
Oh, le gusta hacerme rabiar.
—Quiero tocarte —le digo jadeando sin poder controlarme.
—Lo sé —murmura—. Pero deja las manos quietas.
Oh… es muy frustrante. Sus manos descienden por mi cuerpo hasta mis pechos mientras sus labios se deslizan por mi cuello. Me lo acaricia con la punta de la nariz, y luego, con la boca, da inicio a una lenta travesía hacia el sur y sigue el rastro de sus manos por el esternón hasta mis pechos. Me besa y me mordisquea uno, luego el otro, y me chupa suavemente los pezones. Maldita sea. Mis caderas empiezan a balancearse y a moverse por su cuenta, siguiendo el ritmo de su boca, y yo intento desesperadamente recordar que tengo que mantener las manos por encima de la cabeza.
—No te muevas —me advierte.
Siento su cálida respiración sobre mi piel. Llega a mi ombligo, introduce la lengua y me roza la barriga con los dientes. Mi cuerpo se arquea.
—Mmm. Qué dulce es usted, señorita Steele.
Desliza la nariz desde mi ombligo hasta mi vello púbico mordiéndome suavemente y provocándome con la lengua. De pronto se arrodilla a mis pies, me agarra de los tobillos y me separa las piernas.
Madre mía. Me coge del pie izquierdo, me dobla la rodilla y se lleva el pie a la boca. Sin dejar de observar mis reacciones, besa todos mis dedos y luego me muerde suavemente las yemas. Cuando llega al meñique, lo muerde con más fuerza. Siento una convulsión y gimo suavemente. Desliza la lengua por el empeine… y ya no puedo seguir mirándolo. Es demasiado erótico. Voy a explotar. Aprieto los ojos e intento absorber y soportar todas las sensaciones que me provoca. Me besa el tobillo y sigue su recorrido por la pantorrilla hasta la rodilla, donde se detiene. Entonces empieza con el pie derecho, y repite todo el seductor y asombroso proceso.
Me muerde el meñique, y el mordisco se proyecta en lo más profundo de mi vientre.
—Por favor —gimo.
—Lo mejor para usted, señorita Steele —me dice.
Esta vez no se detiene en la rodilla. Sigue por la parte interior del muslo y a la vez me separa más las piernas. Sé lo que va a hacer, y parte de mí quiere apartarlo, porque me muero de vergüenza. Va a besarme el sexo. Lo sé. Pero otra parte de mí disfruta esperándolo. Se gira hacia la otra rodilla y sube hasta el muslo besándome, chupándome, lamiéndome, y de pronto está entre mis piernas, deslizando la nariz por mi sexo, arriba y abajo, muy suavemente, con mucha delicadeza. Me retuerzo… Madre mía.
Se detiene y espera a que me calme. Levanto la cabeza y lo miro con la boca abierta. Mi acelerado corazón intenta tranquilizarse.
—¿Sabe lo embriagador que es su olor, señorita Steele? —murmura.
Sin apartar sus ojos de los míos, introduce la nariz en mi vello púbico e inhala.
Me ruborizo, siento que voy a desmayarme y cierro los ojos al instante. No puedo verlo haciendo algo así.
Me recorre muy despacio el sexo. Oh, joder…
—Me gusta —me dice tirando suavemente de mi vello púbico—. Quizá lo conservaremos.
—Oh… por favor —le suplico.
—Mmm… Me gusta que me supliques, _______.
Gimo.
—No suelo pagar con la misma moneda, señorita Steele —susurra deslizándose por mi sexo—, pero hoy me ha complacido, así que tiene que recibir su recompensa.
Oigo en su voz la sonrisa perversa, y mientras mi cuerpo palpita con sus palabras, empieza a rodearme el clítoris con la lengua muy despacio, sujetándome los muslos con las manos.
—¡Ahhh! —gimo.
Mi cuerpo se arquea y se convulsiona al contacto de su lengua.
Sigue torturándome con la lengua una y otra vez. Pierdo la conciencia de mí misma. Todas las partículas de mi ser se concentran en el pequeño punto neurálgico por encima de los muslos. Las piernas se me quedan rígidas. Oigo su gemido mientras me introduce un dedo.
—Nena, me encanta que estés tan mojada para mí.
Mueve el dedo trazando un amplio círculo, expandiéndome, empujándome, y su lengua sigue el compás del dedo alrededor de mi clítoris. Gimo. Es demasiado… Mi cuerpo me suplica que lo alivie, y no puedo seguir negándome. Me dejo ir. El orgasmo se apodera de mí y pierdo todo pensamiento coherente, me retuerzo por dentro una y otra vez. ¡Madre mía! Grito, y el mundo se desmorona y desaparece de mi vista mientras la fuerza de mi clímax lo anula y lo vacía todo.
Mis jadeos apenas me permiten oír cómo rasga el paquetito plateado. Me penetra lentamente y empieza a moverse. Oh… Dios mío. La sensación es dolorosa y dulce, fuerte y suave a la vez.
—¿Cómo estás? —me pregunta en voz baja.
—Bien. Muy bien —le contesto.
Y empieza a moverse muy deprisa, hasta el fondo, me embiste una y otra vez, implacable, empuja y vuelve a empujar hasta que vuelvo a estar al borde del abismo. Gimoteo.
—Córrete para mí, nena.
Me habla al oído con voz áspera, dura y salvaje, y exploto mientras bombea rápidamente dentro de mí.
—Un polvo de agradecimiento —susurra.
Empuja fuerte una vez más y gime al llegar al clímax apretándose contra mí. Luego se queda inmóvil, con el cuerpo rígido.
Se desploma encima de mí. Siento su peso aplastándome contra el colchón. Paso mis manos atadas alrededor de su cuello y lo abrazo como puedo. En este momento sé que haría cualquier cosa por este hombre. Soy suya. La maravilla que está enseñándome es mucho más de lo que jamás habría podido imaginar. Y quiere ir más allá, mucho más allá, a un lugar que mi inocencia ni siquiera puede imaginar. Oh… ¿qué debo hacer?
Se apoya en los codos, y sus intensos ojos verdes me miran fijamente.
—¿Ves lo buenos que somos juntos? —murmura—. Si te entregas a mí, será mucho mejor. Confía en mí, ________. Puedo transportarte a lugares que ni siquiera sabes que existen.
Sus palabras se hacen eco de mis pensamientos. Pega su nariz a la mía. Todavía no me he recuperado de mi insólita reacción física y lo miro con la mente en blanco, buscando algún pensamiento coherente.
De pronto oímos voces en el salón, al otro lado del dormitorio. Tardo un momento en procesar lo que estoy oyendo.
—Si todavía está en la cama, tiene que estar enfermo. Nunca está en la cama a estas horas. Harry nunca se levanta tarde.
—Señora Styles, por favor.
—Taylor, no puedes impedirme ver a mi hijo.
—Señora Styles, no está solo.
—¿Qué quiere decir que no está solo?
—Está con alguien.
—Oh…
Hasta yo me doy cuenta de que le cuesta creérselo.
Harry parpadea y me mira con los ojos como platos, fingiendo estar aterrorizado.
—¡Mierda! Mi madre.
La luz que inunda la habitación me arranca del profundo sueño. Me desperezo y abro los ojos. Es una bonita mañana de mayo, con Seattle a mis pies. Uau, qué vista. Harry Styles está profundamente dormido a mi lado. Uau, qué vista. Me sorprende que esté todavía en la cama. Como está de cara a mí, tengo la oportunidad de examinarlo bien por primera vez. Su hermoso rostro parece más joven, relajado. Sus labios, gruesos y perfilados, están ligeramente abiertos, y el pelo, limpio y brillante, alborotado. ¿Cómo puede ser alguien tan guapo y aun así ser legal? Recuerdo su cuarto del piso de arriba… Quizá no sea tan legal. Tengo mucho en que pensar. Siento la tentación de alargar la mano y tocarlo, pero está precioso dormido, como un niño pequeño. No tengo que preocuparme de lo que digo, de lo que dice él, de sus planes, especialmente de sus planes para mí.
Podría pasarme el día contemplándolo, pero tengo mis necesidades… fisiológicas. Salgo despacio de la cama, veo su camisa blanca en el suelo y me la pongo. Me dirijo a una puerta pensando que puede ser el cuarto de baño, pero lo que encuentro es un vestidor tan grande como mi habitación. Filas y filas de trajes caros, de camisas, zapatos y corbatas. ¿Para qué necesita tanta ropa? Chasqueo la lengua. La verdad es que el ropero de Perrie seguramente no tiene nada que envidiar a este. ¡Perrie! Oh, no. No me acordé de ella en toda la noche. Se suponía que tenía que mandarle un mensaje. Mierda. Va a enfadarse conmigo. Por un segundo me pregunto cómo le irá con Elliot.
Vuelvo al dormitorio, en el que Harry sigue dormido. Abro la otra puerta. Es el cuarto de baño, más grande que mi habitación. ¿Para qué necesita tanto espacio un hombre solo? Dos lavabos, observo con ironía. Si nunca duerme con nadie, uno de los dos no se habrá utilizado.
Me miro en el enorme espejo. ¿Parezco diferente? Me siento diferente. Para ser sincera, estoy un poco dolorida, y los músculos… es como si no hubiera hecho ejercicio en la vida. En la vida has hecho ejercicio, me dice mi subconsciente, que se ha despertado y me mira frunciendo los labios y dando golpecitos en el suelo con el pie. Acabas de acostarte con él. Has entregado tu virginidad a un hombre que no te ama, que tiene planes muy raros para ti, que quiere convertirte en una especie
de pervertida esclava sexual.
¿ESTÁS LOCA?, me grita.
Sigo mirándome en el espejo y me estremezco. Tengo que asimilar todo esto. Sinceramente, me he encaprichado de un hombre guapísimo, que está forrado y que tiene un cuarto rojo del dolor esperándome. Me estremezco. Estoy desconcertada y confundida. Tengo el pelo hecho un desastre, como siempre. El pelo revuelto no me queda nada bien. Intento poner orden en ese caos con los dedos, pero no lo consigo y me rindo… Quizá tenga alguna goma en el bolso.
Me muero de hambre. Vuelvo a la habitación. El bello durmiente sigue dormido, así que lo dejo y voy a la cocina.
Oh, no… Perrie. Dejé el bolso en el estudio de Harry. Voy a buscarlo y saco el móvil. Tres mensajes.
*Todo OK ____*
*Donde estas ______*
*Maldita sea ______*
Llamo a Perrie, pero no me contesta y le dejo un mensaje en el contestador diciéndole que estoy viva y que Barbazul no ha acabado conmigo, bueno, al menos no en el sentido que podría preocuparle… o quizá sí. Estoy muy confundida. Tengo que intentar aclararme y analizar mis sentimientos hacia Harry Styles. Es imposible. Muevo la cabeza dándome por vencida. Necesito estar sola, lejos de aquí, para pensar.
Encuentro en el bolso dos gomas para el pelo y rápidamente me hago dos trenzas. ¡Sí! Quizá cuanto más niña parezca, más a salvo estaré de Barbazul. Saco el iPod del bolso y me pongo los auriculares. No hay nada como la música para cocinar. Me meto el iPod en el bolsillo de la camisa de Harry, subo el volumen y empiezo a bailar.
Dios, qué hambre tengo.
La cocina me intimida un poco. Es elegante y moderna, con armarios sin tiradores. Tardo unos segundos en llegar a la conclusión de que tengo que presionar en las puertas para que se abran. Quizá debería prepararle el desayuno a Harry. El otro día comió una tortilla… Bueno, ayer, en el Heathman. Hay que ver la de cosas que han pasado desde ayer. Abro el frigorífico, veo que hay muchos huevos y decido que quiero tortitas y beicon. Empiezo a hacer la masa bailando por la cocina.
Está bien tener algo que hacer, porque eso te concede algo de tiempo para pensar, pero sin profundizar demasiado. La música que resuena en mis oídos también me ayuda a alejar los pensamientos profundos. Vine a pasar la noche en la cama de Harry Styles y lo he conseguido, aunque no permita a nadie dormir en su cama. Sonrío. Misión cumplida. Genial. Sonrío. Genial, genial, y empiezo a divagar recordando la noche. Sus palabras, su cuerpo, su manera de hacer el amor… Cierro los ojos, mi cuerpo vibra al recordarlo y los músculos de mi vientre se contraen. Mi subconsciente me pone mala cara. Su manera de follar, no de hacer el amor, me grita como una arpía. No le hago caso, pero en el fondo sé que tiene razón. Muevo la cabeza para concentrarme en lo que estoy haciendo.
La cocina es de lo más sofisticado. Confío en que sabré cómo funciona. Necesito un sitio para dejar las tortitas y que no se enfríen. Empiezo con el beicon. Amy Studt me canta al oído una canción sobre gente inadaptada, una canción que siempre ha significado mucho para mí, porque soy una inadaptada. Nunca he encajado en ningún sitio, y ahora… tengo que considerar una proposición indecente del mísmisimo rey de los inadaptados. ¿Por qué es Harry así? ¿Por naturaleza o por educación? Nunca he conocido a nadie igual.
Meto el beicon en el grill y, mientras se hace, bato los huevos. Me vuelvo y veo a Harry sentado en un taburete, con los codos encima de la barra y la cara apoyada en las manos. Lleva la camiseta con la que ha dormido. El pelo revuelto le queda realmente bien, como la barba de dos días. Parece divertido y sorprendido a la vez. Me quedo paralizada y me pongo roja. Luego me calmo y me quito los auriculares. Me tiemblan las rodillas solo de verlo.
—Buenos días, señorita Steele. Está muy activa esta mañana —me dice en tono frío.
—He… He dormido bien —le digo tartamudeando.
Intenta disimular su sonrisa.
—No imagino por qué. —Se calla un instante y frunce el ceño—. También yo cuando volví a la cama.
—¿Tienes hambre?
—Mucha —me contesta con una mirada intensa.
Creo que no se refiere a la comida.
—¿Tortitas, beicon y huevos?
—Suena muy bien.
—No sé dónde están los manteles individuales.
Me encojo de hombros e intento desesperadamente no parecer nerviosa.
—Yo me ocupo. Tú cocina. ¿Quieres que ponga música para que puedas seguir bailando?
Me miro los dedos, perfectamente consciente de que me estoy ruborizando.
—No te cortes por mí. Es muy entretenido —me dice en tono burlón.
Arrugo los labios. Entretenido, ¿verdad? Mi subconsciente se parte de risa. Me giro y sigo batiendo los huevos, seguramente con más fuerza de la necesaria. Al momento está a mi lado y me tira de una trenza.
—Me encantan —susurra—. Pero no van a servirte de nada.
Mmm, Barbazul…
—¿Cómo quieres los huevos? —le pregunto bruscamente.
—Muy batidos —me contesta con una mueca irónica.
Sigo con lo que estaba haciendo intentando ocultar mi sonrisa. Es difícil no volverse loca por él, especialmente cuando está tan juguetón, lo cual no es nada frecuente. Abre un cajón, saca dos manteles individuales negros y los coloca en la barra. Echo el huevo batido en una sartén, saco el beicon del grill, le doy la vuelta y vuelvo a meterlo.
Cuando me vuelvo, hay zumo de naranja en la barra, y Harry está preparando café.
—¿Quieres un té?
—Sí, por favor. Si tienes.
Cojo un par de platos y los dejo encima de la placa para mantenerlos calientes. Harry abre un armario y saca una caja de té Twinings English Breakfast. Frunzo los labios.
—El final estaba cantado, ¿no?
—¿Tú crees? No tengo tan claro que hayamos llegado todavía al final, señorita Steele —murmura.
¿Qué quiere decir? ¿Habla de nuestra negociación? Bueno… quiero decir… de nuestra relación… o lo que sea. Sigue igual de críptico que siempre. Sirvo el desayuno en los platos calientes, que dejo encima de los manteles individuales. Abro el frigorífico y saco sirope de arce.
Miro a Harry, que está esperando a que me siente.
—Señorita Steele —me dice señalando un taburete.
—Señor Styles.
Asiento dándole las gracias. Al sentarme hago una ligera mueca de dolor.
—¿Estás muy dolorida? —me pregunta mientras toma también asiento él.
Me ruborizo. ¿Por qué me hace preguntas tan personales?
—Bueno, a decir verdad, no tengo con qué compararlo —le contesto—. ¿Querías ofrecerme tu compasión? —le pregunto en tono demasiado dulce.
Creo que intenta reprimir una sonrisa, pero no estoy segura.
—No. Me preguntaba si debemos seguir con tu entrenamiento básico.
—Oh.
Lo miro estupefacta, contengo la respiración y me estremezco. Oh… me encantaría. Sofoco un gemido.
—Come, ________.
Se me ha vuelto a quitar el hambre… Más… más sexo… Sí, por favor.
—Por cierto, esto está buenísimo —me dice sonriendo.
Pincho un trocito de tortilla, pero apenas puedo tragar. ¡Entrenamiento básico! «Quiero follarte la boca». ¿Forma eso parte del entrenamiento básico?
—Deja de morderte el labio. Me desconcentras, y resulta que me he dado cuenta de que no llevas nada debajo de mi camisa, y eso me desconcentra todavía más.
Sumerjo la bolsa de té en la tetera que me ha traído Harry. La cabeza me da vueltas.
—¿En qué tipo de entrenamiento básico estás pensando? —le pregunto.
Hablo en un volumen un poco alto, lo cual traiciona mi deseo de parecer natural, como si no me importara demasiado, y lo más tranquila posible, pese a que las hormonas están causando estragos por todo mi cuerpo.
—Bueno, como estás dolorida, he pensado que podríamos dedicarnos a las técnicas orales.
Me atraganto con el té y lo miro boquiabierta y con los ojos como platos. Me da un golpecito en la espalda y me acerca el zumo de naranja. No tengo ni idea de en qué está pensando.
—Si quieres quedarte, claro —añade.
Lo miro intentando recuperar la serenidad. Su expresión es impenetrable. Es muy frustrante.
—Me gustaría quedarme durante el día, si no hay problema. Mañana tengo que trabajar.
—¿A qué hora tienes que estar en el trabajo?
—A las nueve.
—Te llevaré al trabajo mañana a las nueve.
Frunzo el ceño. ¿Quiere que me quede otra noche?
—Tengo que volver a casa esta noche. Necesito cambiarme de ropa.
—Podemos comprarte algo.
No tengo dinero para comprar ropa. Levanta la mano, me agarra de la barbilla y tira para que mis dientes suelten el labio inferior. No era consciente de que me lo estaba mordiendo.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
—Tengo que volver a casa esta noche.
Me mira muy serio.
—De acuerdo, esta noche —acepta—. Ahora acábate el desayuno.
La cabeza y el estómago me dan vueltas. Se me ha quitado el hambre. Contemplo la mitad de mi desayuno, que sigue en el plato. No me apetece comer ahora.
—Come, ______. Anoche no cenaste.
—No tengo hambre, de verdad —susurro.
Me mira muy serio.
—Me gustaría mucho que te terminaras el desayuno.
—¿Qué problema tienes con la comida? —le suelto de pronto.
Arruga la frente.
—Ya te dije que no soporto tirar la comida. Come —me dice bruscamente, con expresión sombría, dolida.
Maldita sea. ¿De qué va todo esto? Cojo el tenedor y como despacio, intentando masticar. Si va a ser siempre tan raro con la comida, tendré que recordar no llenarme tanto el plato. Su semblante se dulcifica a medida que voy comiéndome el desayuno. Lo observo retirar su plato. Espera a que termine y retira el mío también.
—Tú has cocinado, así que yo recojo la mesa.
—Muy democrático.
—Sí —me dice frunciendo el ceño—. No es mi estilo habitual. En cuanto acabe tomaremos un baño.
—Ah, vale.
Vaya… Preferiría una ducha. El sonido de mi teléfono me saca de la ensoñación. Es Perrie.
—Hola.
Me alejo de él y me dirijo hacia las puertas de cristal del balcón.
—__________, ¿por qué no me mandaste un mensaje anoche?
Está enfadada.
—Perdona. Me superaron los acontecimientos.
—¿Estás bien?
—Sí, perfectamente.
—¿Por fin?
Intenta sonsacarme información. Oigo su tono expectante y muevo la cabeza.
—______, no quiero comentarlo por teléfono.
Harry alza los ojos hacia mí.
—Sí… Estoy segura.
¿Cómo puede estar segura? Está tirándose un farol, pero no puedo hablar del tema. He firmado un maldito acuerdo.
—Perrie, por favor.
—¿Qué tal ha ido? ¿Estás bien?
—Te he dicho que estoy perfectamente.
—¿Ha sido tierno?
—¡Perrie, por favor!
No puedo reprimir mi enfado.
—_____, no me lo ocultes. Llevo casi cuatro años esperando este momento.
—Nos vemos esta noche.
Y cuelgo.
Va a ser difícil manejar este tema. Es muy obstinada y quiere que se lo cuente todo con detalles, pero no puedo contárselo porque he firmado un… ¿cómo se llama? Un acuerdo de confidencialidad. Va a darle un ataque, y con razón. Tengo que pensar en algo. Vuelvo la cabeza y observo a Harry moviéndose con soltura por la cocina.
—¿El acuerdo de confidencialidad lo abarca todo? —le pregunto indecisa.
—¿Por qué?
Se vuelva y me mira mientras guarda la caja del té. Me ruborizo.
—Bueno, tengo algunas dudas, ya sabes… sobre sexo —le digo mirándome los dedos—. Y me gustaría comentarlas con Perrie.
—Puedes comentarlas conmigo.
—Harry, con todo el respeto…
Me quedo sin voz. No puedo comentarlas contigo. Me darías tu visión del sexo, que es parcial, distorsionada y pervertida. Quiero una opinión imparcial.
—Son solo cuestiones técnicas. No diré nada del cuarto rojo del dolor.
Levanta las cejas.
—¿Cuarto rojo del dolor? Se trata sobre todo de placer,______. Créeme. Y además —añade en tono más duro—, tu compañera de piso está revolcándose con mi hermano. Preferiría que no hablaras con ella, la verdad.
—¿Sabe algo tu familia de tus… preferencias?
—No. No son asunto suyo. —Se acerca a mí—. ¿Qué quieres saber? —me pregunta.
Me desliza los dedos suavemente por la mejilla hasta el mentón, que levanta para mirarme directamente a los ojos. Me estremezco por dentro. No puedo mentir a este hombre.
—De momento nada en concreto —susurro.
—Bueno, podemos empezar preguntándote qué tal lo has pasado esta noche.
La curiosidad le arde en los ojos. Está impaciente por saberlo. Uau.
—Bien —murmuro.
Esboza una ligera sonrisa.
—Yo también —me dice en voz baja—. Nunca había echado un polvo vainilla, y no ha estado nada mal. Aunque quizá es porque ha sido contigo.
Desliza el pulgar por mi labio inferior.
Respiro hondo. ¿Un polvo vainilla?
—Ven, vamos a bañarnos.
Se inclina y me besa. El corazón me da un brinco y el deseo me recorre el cuerpo y se concentra… en mi parte más profunda.
La bañera es blanca, profunda y ovalada, muy de diseño. Harry se inclina y abre el grifo de la pared embaldosada. Vierte en el agua un aceite de baño que parece carísimo. A medida que se llena la bañera va formándose espuma, y un dulce y seductor aroma a jazmín invade el baño. Harry me mira con ojos impenetrables, se quita la camiseta y la tira al suelo.
—Señorita Steele —me dice tendiéndome la mano.
Estoy al lado de la puerta, con los ojos muy abiertos y recelosa, con las manos alrededor del cuerpo. Me acerco admirando furtivamente su cuerpo. Le cojo de la mano y me sujeta mientras me meto en la bañera, todavía con su camisa puesta. Hago lo que me dice. Voy a tener que acostumbrarme si acabo aceptando su escandalosa oferta… Solo si… El agua caliente es tentadora.
—Gírate y mírame —me ordena en voz baja.
Hago lo que me pide. Me observa con atención.
—Sé que ese labio está delicioso, doy fe de ello, pero ¿puedes dejar de mordértelo? —me dice apretando los dientes—. Cuando te lo muerdes, tengo ganas de follarte, y estás dolorida, ¿no?
Dejo de morderme el labio porque me quedo boquiabierta, impactada.
—Eso es —me dice—. ¿Lo has entendido?
Me mira. Asiento frenéticamente. No tenía ni idea de que yo pudiera afectarle tanto.
—Bien.
Se acerca, saca el iPod del bolsillo de la camisa y lo deja junto al lavabo.
—Agua e iPod… no es una combinación muy inteligente —murmura.
Se inclina, agarra la camisa blanca por debajo, me la quita y la tira al suelo.
Se retira para contemplarme. Dios mío, estoy completamente desnuda. Me pongo roja y bajo la mirada hacia las manos, que están a la altura de la barriga. Deseo desesperadamente desaparecer dentro del agua caliente y la espuma, pero sé que no va a querer que lo haga.
—Oye —me llama.
Lo miro. Tiene la cara inclinada hacia un lado.
—_______, eres muy guapa, toda tú. No bajes la cabeza como si estuvieras avergonzada. No tienes por qué avergonzarte, y te aseguro que es todo un placer poder contemplarte.
Me sujeta la barbilla y me levanta la cabeza para que lo mire. Sus ojos son dulces y cálidos, incluso ardientes. Está muy cerca de mí. Podría alargar el brazo y tocarlo.
—Ya puedes sentarte —me dice interrumpiendo mis erráticos pensamientos.
Me agacho y me meto en el agradable agua caliente. Oh… me escuece, y no me lo esperaba, pero huele de maravilla. El escozor inicial no tarda en disminuir. Me tumbo boca arriba, cierro los ojos un instante y me relajo en la tranquilizadora calidez. Cuando los abro, está mirándome fijamente.
—¿Por qué no te bañas conmigo? —me atrevo a preguntarle, aunque con voz ronca.
—Sí, muévete hacia delante —me ordena.
Se quita los pantalones de pijama y se mete en la bañera detrás de mí. El agua sube de nivel cuando se sienta y tira de mí para que me apoye en su pecho. Coloca sus largas piernas encima de las mías, con las rodillas flexionadas y los tobillos a la misma altura que los míos, y me abre las piernas con los pies. Me quedo boquiabierta. Mete la nariz entre mi pelo e inhala profundamente.
—Qué bien hueles, _________.
Un temblor me recorre todo el cuerpo. Estoy desnuda en una bañera con Harry Styles. Y él también está desnudo. Si alguien me lo hubiera dicho ayer, cuando me desperté en la suite del hotel, no le habría creído.
Coge una botella de gel del estante junto a la bañera y se echa un chorrito en la mano. Se frota las manos para hacer una ligera capa de espuma, me las coloca alrededor del cuello y empieza a extenderme el jabón por la nuca y los hombros, masajeándolos con fuerza con sus largos y fuertes dedos. Gimo. Me encanta sentir sus manos.
—¿Te gusta?
Casi puedo oír su sonrisa.
—Mmm.
Desciende hasta mis brazos, luego por debajo hasta las axilas, frotándome suavemente. Me alegro mucho de que Perrie insistiera en que me depilara. Desliza las manos por mis pechos, y respiro hondo cuando sus dedos los rodean y empiezan a masajearlos suavemente, sin agarrarlos. Arqueo el cuerpo instintivamente y aprieto los pechos contra sus manos. Tengo los pezones sensibles, muy sensibles, sin duda por el poco delicado trato que recibieron anoche. No se entretiene demasiado en ellos. Desliza las manos hasta mi vientre. Se me acelera la respiración y el corazón me late a toda prisa. Siento su erección contra mi trasero. Me excita que lo que le haga sentirse así sea mi cuerpo. Claro… no tu cabeza, se burla mi subconsciente. Aparto el inoportuno pensamiento.
Se detiene y coge una toallita mientras yo jadeo pegada a él, muerta de deseo. Apoyo las manos en sus muslos, firmes y musculosos. Echa más gel en la toallita, se inclina y me frota entre las piernas. Contengo la respiración. Sus dedos me estimulan hábilmente desde dentro de la tela, una maravilla, y mis caderas empiezan a moverse a su ritmo, presionando contra su mano. A medida que las sensaciones se apoderan de mí, inclino la cabeza hacia atrás con los ojos casi en blanco y la boca entreabierta. Gimo. Dentro de mí aumenta la presión, lenta e inexorablemente… Madre mía.
—Siéntelo, nena —me susurra Harry al oído, y me roza suavemente el lóbulo con los dientes—. Siéntelo para mí.
Sus piernas inmovilizan las mías contra las paredes de la bañera, las aprisionan, lo que le da libre acceso a la parte más íntima de mí.
—Oh… por favor —susurro.
El cuerpo se me queda rígido e intento estirar las piernas. Soy una esclava sexual de este hombre, que no me deja mover.
—Creo que ya estás lo suficientemente limpia —murmura.
Y se detiene.
¿Qué? ¡No! ¡No! ¡No! Mi respiración es irregular.
—¿Por qué te paras? —le pregunto jadeando.
—Porque tengo otros planes para ti, _______.
¿Qué…? Vaya… pero… estaba… No es justo.
—Date la vuelta. Yo también tengo que lavarme —murmura.
¡Oh! Me doy la vuelta y me quedo pasmada al ver que se agarra con fuerza el miembro erecto. Abro la boca.
—Quiero que, para empezar, conozcas bien la parte más valiosa de mi cuerpo, mi favorita. Le tengo mucho cariño.
Es enorme, cada vez más. El miembro erecto queda por encima del agua, que le llega a las caderas. Levanto los ojos un segundo y observo su sonrisa perversa. Le divierte mi expresión atónita. Me doy cuenta de que estoy mirando fijamente su miembro. Trago saliva. ¡Todo eso ha estado dentro de mí! Parece imposible. Quiere que lo toque. Mmm… de acuerdo, adelante.
Le sonrío, cojo el gel y me echo un chorrito en la mano. Hago lo mismo que él: me froto el jabón en las manos hasta que se forma espuma. No aparto los ojos de los suyos. Entreabro los labios para que me resulte más fácil respirar… y deliberadamente me muerdo el labio inferior y luego paso la lengua por encima, por la zona que acabo de morderme. Me mira con ojos serios, impenetrables, que se abren mientras deslizo la lengua por el labio. Me inclino y le rodeo el miembro con una mano, imitando la manera en que se lo agarra él mismo. Cierra un momento los ojos. Uau… es mucho más duro de lo que pensaba. Aprieto y él coloca su mano sobre la mía.
—Así —susurra.
Y mueve la mano arriba y abajo sujetándome con fuerza los dedos, que a su vez aprietan con fuerza su miembro. Cierra de nuevo los ojos y contiene la respiración. Cuando vuelve a abrirlos, su mirada es de un verde abrasador.
—Muy bien, nena.
Me suelta la mano, deja que siga yo sola y cierra los ojos mientras la muevo arriba y abajo. Flexiona ligeramente las caderas hacia mi mano, y de forma refleja lo aprieto con más fuerza. Desde lo más profundo de la garganta se le escapa un ronco gemido. Fóllame la boca… Mmm. Lo recuerdo metiéndome el pulgar en la boca y pidiéndome que se lo chupara con fuerza. Abre la boca a medida que su respiración se acelera. Tiene los ojos cerrados. Me inclino, coloco los labios alrededor de su miembro y chupo de forma vacilante, deslizando la lengua por la punta.
—Uau… _______.
Abre mucho los ojos y sigo chupando.
Mmm… Es duro y blando a la vez, como acero recubierto de terciopelo, y sorprendentemente sabroso, salado y suave.
—Dios —gime.
Y vuelve a cerrar los ojos.
Introduzco la boca hasta el fondo y vuelve a gemir. ¡Ja! La diosa que llevo dentro está encantada. Puedo hacerlo. Puedo follármelo con la boca. Vuelvo a girar la lengua alrededor de la punta, y él se arquea y levanta las caderas. Ha abierto los ojos, que despiden fuego. Vuelve a arquearse apretando los dientes. Me apoyo en sus muslos y clavo la boca hasta el fondo. Siento en las manos que sus piernas se tensan. Me coge de las trenzas y empieza a moverse.
—Oh… nena… es fantástico —murmura.
Chupo más fuerte y paso la lengua por la punta de su impresionante erección. Se la presiono con la boca cubriéndome los dientes con los labios. Él espira con la boca entreabierta y gime.
—Dios, ¿hasta dónde puedes llegar? —susurra.
Mmm… Empujo con fuerza y siento su miembro en el fondo de la garganta, y luego en los labios otra vez. Paso la lengua por la punta. Es como un polo con sabor a… Harry Styles. Chupo cada vez más deprisa, empujando cada vez más hondo y girando la lengua alrededor. Mmm… No tenía ni idea de que proporcionar placer podía ser tan excitante, verlo retorcerse sutilmente de deseo carnal. La diosa que llevo dentro baila merengue con algunos pasos de salsa.
—________, voy a correrme en tu boca —me advierte jadeando—. Si no quieres, para.
Vuelve a empujar las caderas, con los ojos muy abiertos, cautelosos y llenos de lascivo deseo… Y me desea a mí. Desea mi boca… Madre mía.
Me agarra del pelo con fuerza. Yo puedo. Empujo todavía con más fuerza y de pronto, en un momento de insólita seguridad en mí misma, descubro los dientes. Llega al límite. Grita, se queda inmóvil y siento un líquido caliente y salado deslizándose por mi garganta. Me lo trago rápidamente. Uf… No sé si he hecho bien. Pero me basta con mirarlo para que no me importe… He conseguido que perdiera el control en la bañera. Me incorporo y lo observo con una sonrisa triunfal que me eleva las comisuras de la boca. Respira entrecortadamente. Abre los ojos y me mira.
—¿No tienes arcadas? —me pregunta atónito—. Dios, ______… ha estado… muy bien, de verdad, muy bien. Aunque no lo esperaba. —Frunce el ceño—. ¿Sabes? No dejas de sorprenderme.
Sonrío y me muerdo el labio conscientemente. Me mira interrogante.
—¿Lo habías hecho antes?
—No.
No puedo ocultar un ligero matiz de orgullo en mi negativa.
—Bien —me dice complacido y, según creo, aliviado—. Otra novedad, señorita Steele. —Me evalúa con la mirada—. Bueno, tienes un sobresaliente en técnicas orales. Ven, vamos a la cama. Te debo un orgasmo.
¡Otro orgasmo!
Sale rápidamente de la bañera y me ofrece la primera imagen íntegra del Adonis de divinas proporciones que es Harry Styles. La diosa que llevo dentro ha dejado de bailar y lo observa también, boquiabierta y babeando. Su erección se ha reducido, pero sigue siendo importante… Uau. Se enrolla una toalla pequeña en la cintura para cubrirse mínimamente y saca otra más grande y suave, de color blanco, para mí. Salgo de la bañera y le cojo la mano que me tiende. Me envuelve en la toalla, me abraza y me besa con fuerza, metiéndome la lengua en la boca. Deseo estirar los brazos y abrazarlo… tocarlo… pero los tengo atrapados dentro de la toalla. No tardo en perderme en su beso. Me sujeta la cabeza con las manos, me recorre la boca con la lengua y me da la sensación de que está expresándome su gratitud… ¿quizá por mi primera felación?
Se aparta un poco, con las manos a ambos lados de mi cara, y me mira a los ojos. Parece perdido.
—Dime que sí —susurra fervientemente.
Frunzo el ceño, porque no lo entiendo.
—¿A qué?
—A nuestro acuerdo. A ser mía. Por favor, _______ —susurra suplicante, recalcando el «por favor» y mi nombre.
Vuelve a besarme con pasión, y luego se aparta y me mira parpadeando. Me coge de la mano y me conduce de vuelta al dormitorio. Me tambaleo un poco, así que lo sigo mansamente, aturdida. Lo desea de verdad.
Ya en el dormitorio, me observa junto a la cama.
—¿Confías en mí? —me pregunta de pronto.
Asiento con los ojos muy abiertos, y de pronto me doy cuenta de que efectivamente confío en él. ¿Qué va a hacerme ahora? Una descarga eléctrica me recorre el cuerpo.
—Buena chica —me dice pasándome el pulgar por el labio inferior.
Se acerca al armario y vuelve con una corbata gris de seda.
—Junta las manos por delante —me ordena quitándome la toalla y tirándola al suelo.
Hago lo que me pide. Me rodea las muñecas con la corbata y hace un nudo apretado. Los ojos le brillan de excitación. Tira de la corbata para asegurarse de que el nudo no se mueve. Tiene que haber sido boyscout para saber hacer estos nudos. ¿Y ahora qué? Se me ha disparado el pulso y el corazón me late a un ritmo frenético. Desliza los dedos por mis trenzas.
—Pareces muy joven con estas trenzas —murmura acercándose a mí.
Retrocedo instintivamente hasta que siento la cama detrás de las rodillas. Se quita la toalla, pero no puedo apartar los ojos de su cara. Su expresión es ardiente, llena de deseo.
—Oh, _______, ¿qué voy a hacer contigo? —me susurra.
Me tiende sobre la cama, se tumba a mi lado y me levanta las manos por encima de la cabeza.
—Deja las manos así. No las muevas. ¿Entendido?
Sus ojos abrasan los míos y su intensidad me deja sin aliento. No es un hombre al que quisiera hacer enfadar.
—Contéstame —me pide en voz baja.
—No moveré las manos —le contesto sin aliento.
—Buena chica —murmura.
Y deliberadamente se pasa la lengua por los labios muy despacio. Me fascina su lengua recorriendo lentamente su labio superior. Me mira a los ojos, me observa, me examina. Se inclina y me da un casto y rápido beso en los labios.
—Voy a besarle todo el cuerpo, señorita Steele —me dice en voz baja.
Me agarra de la barbilla y me la levanta, lo que le da acceso a mi cuello. Sus labios se deslizan por él, descienden por mi cuello besándome, chupándome y mordisqueándome. Todo mi cuerpo vibra expectante. El baño me ha dejado la piel hipersensible. La sangre caliente desciende lentamente hasta mi vientre, entre las piernas, hasta mi sexo. Gimo.
Quiero tocarlo. Muevo las manos, pero, como estoy atada, le toco el pelo con bastante torpeza. Deja de besarme, levanta los ojos y mueve la cabeza de un lado a otro chasqueando la lengua. Me sujeta las manos y vuelve a colocármelas por encima de la cabeza.
—Si mueves las manos, tendremos que volver a empezar —me regaña suavemente.
Oh, le gusta hacerme rabiar.
—Quiero tocarte —le digo jadeando sin poder controlarme.
—Lo sé —murmura—. Pero deja las manos quietas.
Oh… es muy frustrante. Sus manos descienden por mi cuerpo hasta mis pechos mientras sus labios se deslizan por mi cuello. Me lo acaricia con la punta de la nariz, y luego, con la boca, da inicio a una lenta travesía hacia el sur y sigue el rastro de sus manos por el esternón hasta mis pechos. Me besa y me mordisquea uno, luego el otro, y me chupa suavemente los pezones. Maldita sea. Mis caderas empiezan a balancearse y a moverse por su cuenta, siguiendo el ritmo de su boca, y yo intento desesperadamente recordar que tengo que mantener las manos por encima de la cabeza.
—No te muevas —me advierte.
Siento su cálida respiración sobre mi piel. Llega a mi ombligo, introduce la lengua y me roza la barriga con los dientes. Mi cuerpo se arquea.
—Mmm. Qué dulce es usted, señorita Steele.
Desliza la nariz desde mi ombligo hasta mi vello púbico mordiéndome suavemente y provocándome con la lengua. De pronto se arrodilla a mis pies, me agarra de los tobillos y me separa las piernas.
Madre mía. Me coge del pie izquierdo, me dobla la rodilla y se lleva el pie a la boca. Sin dejar de observar mis reacciones, besa todos mis dedos y luego me muerde suavemente las yemas. Cuando llega al meñique, lo muerde con más fuerza. Siento una convulsión y gimo suavemente. Desliza la lengua por el empeine… y ya no puedo seguir mirándolo. Es demasiado erótico. Voy a explotar. Aprieto los ojos e intento absorber y soportar todas las sensaciones que me provoca. Me besa el tobillo y sigue su recorrido por la pantorrilla hasta la rodilla, donde se detiene. Entonces empieza con el pie derecho, y repite todo el seductor y asombroso proceso.
Me muerde el meñique, y el mordisco se proyecta en lo más profundo de mi vientre.
—Por favor —gimo.
—Lo mejor para usted, señorita Steele —me dice.
Esta vez no se detiene en la rodilla. Sigue por la parte interior del muslo y a la vez me separa más las piernas. Sé lo que va a hacer, y parte de mí quiere apartarlo, porque me muero de vergüenza. Va a besarme el sexo. Lo sé. Pero otra parte de mí disfruta esperándolo. Se gira hacia la otra rodilla y sube hasta el muslo besándome, chupándome, lamiéndome, y de pronto está entre mis piernas, deslizando la nariz por mi sexo, arriba y abajo, muy suavemente, con mucha delicadeza. Me retuerzo… Madre mía.
Se detiene y espera a que me calme. Levanto la cabeza y lo miro con la boca abierta. Mi acelerado corazón intenta tranquilizarse.
—¿Sabe lo embriagador que es su olor, señorita Steele? —murmura.
Sin apartar sus ojos de los míos, introduce la nariz en mi vello púbico e inhala.
Me ruborizo, siento que voy a desmayarme y cierro los ojos al instante. No puedo verlo haciendo algo así.
Me recorre muy despacio el sexo. Oh, joder…
—Me gusta —me dice tirando suavemente de mi vello púbico—. Quizá lo conservaremos.
—Oh… por favor —le suplico.
—Mmm… Me gusta que me supliques, _______.
Gimo.
—No suelo pagar con la misma moneda, señorita Steele —susurra deslizándose por mi sexo—, pero hoy me ha complacido, así que tiene que recibir su recompensa.
Oigo en su voz la sonrisa perversa, y mientras mi cuerpo palpita con sus palabras, empieza a rodearme el clítoris con la lengua muy despacio, sujetándome los muslos con las manos.
—¡Ahhh! —gimo.
Mi cuerpo se arquea y se convulsiona al contacto de su lengua.
Sigue torturándome con la lengua una y otra vez. Pierdo la conciencia de mí misma. Todas las partículas de mi ser se concentran en el pequeño punto neurálgico por encima de los muslos. Las piernas se me quedan rígidas. Oigo su gemido mientras me introduce un dedo.
—Nena, me encanta que estés tan mojada para mí.
Mueve el dedo trazando un amplio círculo, expandiéndome, empujándome, y su lengua sigue el compás del dedo alrededor de mi clítoris. Gimo. Es demasiado… Mi cuerpo me suplica que lo alivie, y no puedo seguir negándome. Me dejo ir. El orgasmo se apodera de mí y pierdo todo pensamiento coherente, me retuerzo por dentro una y otra vez. ¡Madre mía! Grito, y el mundo se desmorona y desaparece de mi vista mientras la fuerza de mi clímax lo anula y lo vacía todo.
Mis jadeos apenas me permiten oír cómo rasga el paquetito plateado. Me penetra lentamente y empieza a moverse. Oh… Dios mío. La sensación es dolorosa y dulce, fuerte y suave a la vez.
—¿Cómo estás? —me pregunta en voz baja.
—Bien. Muy bien —le contesto.
Y empieza a moverse muy deprisa, hasta el fondo, me embiste una y otra vez, implacable, empuja y vuelve a empujar hasta que vuelvo a estar al borde del abismo. Gimoteo.
—Córrete para mí, nena.
Me habla al oído con voz áspera, dura y salvaje, y exploto mientras bombea rápidamente dentro de mí.
—Un polvo de agradecimiento —susurra.
Empuja fuerte una vez más y gime al llegar al clímax apretándose contra mí. Luego se queda inmóvil, con el cuerpo rígido.
Se desploma encima de mí. Siento su peso aplastándome contra el colchón. Paso mis manos atadas alrededor de su cuello y lo abrazo como puedo. En este momento sé que haría cualquier cosa por este hombre. Soy suya. La maravilla que está enseñándome es mucho más de lo que jamás habría podido imaginar. Y quiere ir más allá, mucho más allá, a un lugar que mi inocencia ni siquiera puede imaginar. Oh… ¿qué debo hacer?
Se apoya en los codos, y sus intensos ojos verdes me miran fijamente.
—¿Ves lo buenos que somos juntos? —murmura—. Si te entregas a mí, será mucho mejor. Confía en mí, ________. Puedo transportarte a lugares que ni siquiera sabes que existen.
Sus palabras se hacen eco de mis pensamientos. Pega su nariz a la mía. Todavía no me he recuperado de mi insólita reacción física y lo miro con la mente en blanco, buscando algún pensamiento coherente.
De pronto oímos voces en el salón, al otro lado del dormitorio. Tardo un momento en procesar lo que estoy oyendo.
—Si todavía está en la cama, tiene que estar enfermo. Nunca está en la cama a estas horas. Harry nunca se levanta tarde.
—Señora Styles, por favor.
—Taylor, no puedes impedirme ver a mi hijo.
—Señora Styles, no está solo.
—¿Qué quiere decir que no está solo?
—Está con alguien.
—Oh…
Hasta yo me doy cuenta de que le cuesta creérselo.
Harry parpadea y me mira con los ojos como platos, fingiendo estar aterrorizado.
—¡Mierda! Mi madre.
PaulaC0223
Re: 50 Sombras De Styles (Harry Styles y tu)(ADPATADA)(HOT)
Capítulo 10
De repente sale de mi cuerpo y me estremezco. Se sienta en la cama y tira el condón usado en una papelera.
—Vamos, tenemos que vestirnos… si quieres conocer a mi madre.
Sonríe, se levanta de la cama y se pone los vaqueros… sin calzoncillos. Intento incorporarme, pero sigo atada.
—Harry… no puedo moverme.
Su sonrisa se acentúa. Se inclina y me desata la corbata, que me ha dejado la marca de la tela en las muñecas. Es… sexy. Me observa divertido, con ojos danzarines. Me besa rápidamente en la frente y me sonríe.
—Otra novedad —admite.
No tengo ni idea de lo que quiere decir.
—No tengo ropa limpia.
De pronto el pánico se apodera de mí, y teniendo en cuenta la experiencia que acabo de vivir, el pánico me parece insoportable. ¡Su madre! Maldita sea. No tengo ropa limpia y prácticamente nos ha pillado in fraganti.
—Quizá debería quedarme aquí.
—No, claro que no —me contesta en tono amenazador—. Puedes ponerte algo mío.
Se ha puesto una camiseta y se pasa la mano por el pelo revuelto. Aunque estoy muy nerviosa, me quedo embobada. Su belleza es arrebatadora.
—_______, estarías preciosa hasta con un saco. No te preocupes, por favor. Me gustaría que conocieras a mi madre. Vístete. Voy a calmarla un poco. —Aprieta los labios—. Te espero en el salón dentro de cinco minutos. Si no, vendré a buscarte y te arrastraré lleves lo que lleves puesto. Mis camisetas están en ese cajón. Las camisas, en el armario. Sírvete tú misma.
Me mira un instante inquisitivo y sale de la habitación.
Maldita sea, la madre de Harry. Es mucho más de lo que esperaba. Quizá conocerla me permita colocar algunas piezas del puzle. Podría ayudarme a entender por qué Harry es como es… De pronto quiero conocerla. Recojo mi blusa del suelo y me alegra descubrir que ha sobrevivido a la noche sin apenas arrugas. Encuentro el sujetador azul debajo de la cama y me visto a toda prisa. Pero si hay algo que odio es no llevar las bragas limpias. Me dirijo a la cómoda de Harry busco entre sus calzoncillos. Me pongo unos Calvin Klein ajustados, los vaqueros y las Converse.
Cojo la chaqueta, corro al cuarto de baño y observo mis ojos demasiado brillantes, mi cara colorada… y mi pelo. Dios mío… Las trenzas despeinadas tampoco me quedan bien. Busco un cepillo, pero solo encuentro un peine. Menos da una piedra. Me recojo el pelo rápidamente, mirando desesperada la ropa que llevo. Quizá debería aceptar la oferta de Harry. Mi subconsciente frunce los labios y articula la palabra «ja». No le hago caso. Me pongo la chaqueta y me alegro de que los puños cubran las marcas de la corbata. Nerviosa, me miro por última vez en el espejo. Es lo que hay. Me dirijo al salón.
—Aquí está —dice Harry levantándose del sofá.
Me mira con expresión cálida y agradecida. La mujer rubia que está a su lado se gira y me dedica una amplia sonrisa. Se levanta también. Va impecable, con un vestido de punto marrón claro y zapatos a juego, arreglada y elegante. Está muy guapa, y me mortifico un poco pensando que yo voy hecha un desastre.
—Mamá, te presento a ________ Steele. ______, esta es Grace Trevelyan-Grey.
La doctora Trevelyan-Styles me tiende la mano. T… ¿de Trevelyan? Su inicial.
—Encantada de conocerte —murmura.
Si no me equivoco, en su voz hay un matiz de sorpresa, quizá de inmenso alivio, y sus ojos castaños emiten un cálido destello. Le estrecho la mano y no puedo evitar sonreír, devolverle su calidez.
—Doctora Trevelyan-Styles —digo en voz baja.
—Llámame Grace. —Sonríe, y Harry frunce el ceño—. Suelen llamarme doctora Trevelyan, y la señora Styles es mi suegra. —Me guiña un ojo—. Bueno, ¿y cómo os conocisteis? —pregunta mirando interrogante a Harry, incapaz de ocultar su curiosidad.
—_______ me hizo una entrevista para la revista de la facultad, porque esta semana voy a entregar los títulos.
Mierda, mierda. Lo había olvidado.
—Así que te gradúas esta semana… —me dice Grace.
—Sí.
Empieza a sonar mi móvil. Apuesto a que es Perrie.
—Disculpadme.
El teléfono está en la cocina. Me acerco y lo cojo de la barra sin mirar quién me llama.
—Perrie.
—¡Dios mío! ¡_________!
Maldita sea, es José. Parece desesperado.
—¿Dónde estás? Te he llamado veinte veces. Tengo que verte. Quiero pedirte perdón por lo del viernes. ¿Por qué no me has devuelto las llamadas?
—Mira, José, ahora no es un buen momento.
Miro muy nerviosa a Harry, que me observa atentamente, con rostro impasible, mientras murmura algo a su madre. Le doy la espalda.
—¿Dónde estás? Perrie me ha dado largas —se queja.
—En Seattle.
—¿Qué haces en Seattle? ¿Estás con él?
—José, te llamo más tarde. No puedo hablar ahora.
Y cuelgo.
Vuelvo con toda tranquilidad con Harry y su madre. Grace está en pleno parloteo.
—… y Elliot me llamó para decirme que estabas por aquí… Hace dos semanas que no te veo, cariño.
—¿Elliot lo sabía? —pregunta Harry mirándome con expresión indescifrable.
—Pensé que podríamos comer juntos, pero ya veo que tienes otros planes, así que no quiero interrumpiros.
Coge su largo abrigo de color crema, se lo pone y le acerca la mejilla. Harry la besa rápidamente. Ella no le toca.
—Tengo que llevar a _______ a Portland.
—Claro, cariño._______, un placer conocerte. Espero que volvamos a vernos.
Me tiende la mano con ojos brillantes, y se la estrecho.
Taylor aparece procedente… ¿de dónde?
—Señora Styles…
—Gracias, Taylor.
La sigue por el salón y cruza detrás de ella la doble puerta que da al vestíbulo. ¿Taylor ha estado aquí todo el tiempo? ¿Cuánto lleva aquí? ¿Dónde ha estado?
Harry me mira.
—Así que te ha llamado el fotógrafo…
Mierda.
—Sí.
—¿Qué quería?
—Solo pedirme perdón, ya sabes… por lo del viernes.
Harry arruga la frente.
—Ya veo —se limita a decirme.
Taylor vuelve a aparecer.
—Señor Styles, hay un problema con el envío a Darfur.
Harry asiente bruscamente haciéndole callar.
—¿El Charlie Tango ha vuelto a Boeing Field?
—Sí, señor. —Me mira e inclina la cabeza—. Señorita Steele.
Le sonrío torpemente, se gira y se marcha.
—¿Taylor vive aquí?
—Sí —me contesta cortante.
¿Qué le pasa ahora?
Harry va a la cocina, coge su BlackBerry y echa un vistazo a los e-mails, supongo. Está muy serio. Hace una llamada.
—Ros, ¿cuál es el problema? —pregunta bruscamente.
Escucha sin dejar de mirarme con ojos interrogantes. Yo estoy en medio del enorme salón preguntándome qué hacer, totalmente cohibida y fuera de lugar.
—No voy a poner en peligro a la tripulación. No, cancélalo… Lo lanzaremos desde el aire… Bien.
Cuelga. La calidez de sus ojos ha desaparecido. Parece hostil. Me lanza una
rápida mirada, se dirige a su estudio y vuelve al momento.
—Este es el contrato. Léelo y lo comentamos el fin de semana que viene. Te sugiero que investigues un poco para que sepas de lo que estamos hablando. —Se calla un momento—. Bueno, si aceptas, y espero de verdad que aceptes —añade en tono más suave, nervioso.
—¿Que investigue?
—Te sorprendería saber lo que puedes encontrar en internet —murmura.
¡Internet! No tengo ordenador, solo el portátil de Perrie, y, por supuesto, no puedo utilizar el de Clayton’s para este tipo de «investigación».
—¿Qué pasa? —me pregunta ladeando la cabeza.
—No tengo ordenador. Suelo utilizar los de la facultad. Veré si puedo utilizar el portátil de Perrie.
Me tiende un sobre de papel manila.
—Seguro que puedo… bueno… prestarte uno. Recoge tus cosas. Volveremos a Portland en coche y comeremos algo por el camino. Voy a vestirme.
—Tengo que hacer una llamada —murmuro.
Solo quiero oír la voz de Perrie. Harry pone mala cara.
—¿Al fotógrafo?
Se le tensa la mandíbula y le arden los ojos. Parpadeo.
—No me gusta compartir, señorita Steele. Recuérdelo —me advierte con estremecedora tranquilidad.
Me lanza una larga y fría mirada y se dirige al dormitorio.
Maldita sea. Solo quería llamar a Perrie Quiero llamarla delante de él, pero su repentina actitud distante me ha dejado paralizada. ¿Qué ha pasado con el hombre generoso, relajado y sonriente que me hacía el amor hace apenas media hora?
—¿Lista? —me pregunta Harry junto a la puerta doble del vestíbulo.
Asiento, insegura. Ha recuperado su tono distante, educado y convencional. Ha vuelto a ponerse la máscara. Lleva una bolsa de piel al hombro. ¿Para qué la necesita? Quizá va a quedarse en Portland. Entonces recuerdo la entrega de títulos. Sí, claro… Estará en Portland el jueves. Lleva una cazadora negra de cuero. Vestido así, sin duda no parece un multimillonario. Parece un chico descarriado, quizá una rebelde estrella de rock o un modelo de pasarela. Suspiro por dentro deseando
tener una décima parte de su elegancia. Es tan tranquilo y controlado… Frunzo el ceño al recordar su arrebato por la llamada de José… Bueno, al menos parece que lo es.
Taylor está esperando al fondo.
—Mañana, pues —le dice a Taylor.
—Sí, señor —le contesta Taylor asintiendo—. ¿Qué coche va a llevarse?
Me lanza una rápida mirada.
—El R8.
—Buen viaje, señor Styles. Señorita Steele.
Taylor me mira con simpatía, aunque quizá en lo más profundo de sus ojos se esconda una pizca de lástima.
Sin duda cree que he sucumbido a los turbios hábitos sexuales del señor Styles. Bueno, a sus excepcionales hábitos sexuales… ¿o quizá el sexo sea así para todo el mundo? Frunzo el ceño al pensarlo. No tengo nada con lo que compararlo y por lo visto no puedo preguntárselo a Perrie. Así que tendré que hablar del tema con Harry. Sería perfectamente natural poder hablar de ello con alguien… pero no puedo hablar con Harry si de repente se muestra extrovertido y al minuto siguiente distante.
Taylor nos sujeta la puerta para que salgamos. Harry llama al ascensor.
—¿Qué pasa, ______? —me pregunta.
¿Cómo sabe que estoy dándole vueltas a algo? Alza una mano y me levanta la barbilla.
—Deja de morderte el labio o te follaré en el ascensor, y me dará igual si entra alguien o no.
Me ruborizo, pero sus labios esbozan una ligera sonrisa. Al final parece que está recuperando el sentido del humor.
—Harry, tengo un problema.
—¿Ah, sí? —me pregunta observándome con atención.
Llega el ascensor. Entramos y Harry pulsa el botón del parking.
—Bueno…
Me ruborizo. ¿Cómo explicárselo?
—Necesito hablar con Perrie. Tengo muchas preguntas sobre sexo, y tú estás demasiado implicado. Si quieres que haga todas esas cosas, ¿cómo voy a saber…?
—me interrumpo e intento encontrar las palabras adecuadas—. Es que no tengo puntos de referencia.
Pone los ojos en blanco.
—Si no hay más remedio, habla con ella —me contesta enfadado—. Pero asegúrate de que no comente nada con Elliot.
Su insinuación me hace dar un respingo. Perrie no es así.
—Perrie no haría algo así, como yo no te diría a ti nada de lo que ella me cuente de Elliot… si me contara algo —añado rápidamente.
—Bueno, la diferencia es que a mí no me interesa su vida sexual —murmura Harry en tono seco—. Elliot es un capullo entrometido. Pero háblale solo de lo que hemos hecho hasta ahora —me advierte—. Seguramente me cortaría los huevos si supiera lo que quiero hacer contigo —añade en voz tan baja que no estoy segura de si pretendía que lo oyera.
—De acuerdo —acepto sonriéndole aliviada.
No quiero ni pensar en que Perrie vaya a cortarle los huevos a Harry.
Frunce los labios y mueve la cabeza.
—Cuanto antes te sometas a mí mejor, y así acabamos con todo esto —murmura.
—¿Acabamos con qué?
—Con tus desafíos.
Me pasa una mano por la mejilla y me besa rápidamente en los labios. Las puertas del ascensor se abren. Me coge de la mano y tira de mí hacia el parking.
¿Mis desafíos? ¿De qué habla?
Cerca del ascensor veo el Audi 4 x 4 negro, pero cuando pulsa el mando para que se abran las puertas, se encienden las luces de un deportivo negro reluciente. Es uno de esos coches que debería tener tumbada en el capó a una rubia de largas piernas vestida solo con una banda de miss.
—Bonito coche —murmuro en tono frío.
Me mira y sonríe.
—Lo sé —me contesta.
Y por un segundo vuelve el dulce, joven y despreocupado Harry, Me inspira ternura. Está entusiasmado. Los chicos y sus juguetes. Pongo los ojos en blanco, pero no puedo ocultar mi sonrisa. Me abre la puerta y entro. Uau… es muy bajo.
Rodea el coche con paso seguro y, cuando llega al otro lado, dobla su largo cuerpo con elegancia. ¿Cómo lo consigue?
—¿Qué coche es?
—Un Audi R8 Spyder. Como hace un día precioso, podemos bajar la capota. Ahí hay una gorra. Bueno, debería haber dos.
Gira la llave de contacto, y el motor ruge a nuestras espaldas. Deja la bolsa entre los dos asientos, pulsa un botón y la capota retrocede lentamente. Pulsa otro, y la voz de Bruce Springsteen nos envuelve.
—Va a tener que gustarte Bruce.
Me sonríe, saca el coche de la plaza de parking y sube la empinada rampa, donde nos detenemos a esperar que se levante la puerta.
Y salimos a la soleada mañana de mayo de Seattle. Abro la guantera y saco las gorras. Son del equipo de los Mariners. ¿Le gusta el béisbol? Le tiendo una gorra y se la pone. Paso el pelo por la parte de atrás de la mía y me bajo la visera.
La gente nos mira al pasar. Por un momento pienso que lo miran a él… Luego, una paranoica parte de mí cree que me miran a mí porque saben lo que he estado haciendo en las últimas doce horas, pero al final me doy cuenta de que lo que miran es el coche. Harry parece ajeno a todo, perdido en sus pensamientos.
Hay poco tráfico, así que no tardamos en llegar a la interestatal 5 en dirección sur, con el viento soplando por encima de nuestras cabezas. Bruce canta que arde de deseo. Muy oportuno. Me ruborizo escuchando la letra. Harry me mira. Como lleva puestas las Ray-Ban, no veo su expresión. Frunce los labios, apoya una mano en mi rodilla y me la aprieta suavemente. Se me corta la respiración.
—¿Tienes hambre? —me pregunta.
No de comida.
—No especialmente.
Sus labios vuelven a tensarse en una línea firme.
—Tienes que comer, ________ —me reprende—. Conozco un sitio fantástico cerca de Olympia. Pararemos allí.
Me aprieta la rodilla de nuevo, su mano vuelve a sujetar el volante y pisa el acelerador. Me veo impulsada contra el respaldo del asiento. Madre mía, cómo corre este coche.
El restaurante es pequeño e íntimo, un chalet de madera en medio de un bosque.
La decoración es rústica: sillas diferentes, mesas con manteles a cuadros y flores silvestres en pequeños jarrones. CUISINE SAUVAGE, alardea un cartel por encima de la puerta.
—Hacía tiempo que no venía. No se puede elegir… Preparan lo que han cazado o recogido.
Alza las cejas fingiendo horrorizarse y no puedo evitar reírme. La camarera nos pregunta qué vamos a beber. Se ruboriza al ver a Harry y se esconde debajo de su largo flequillo rubio para evitar mirarlo a los ojos. ¡Le gusta! ¡No solo me pasa a mí!
—Dos vasos de Pinot Grigio —dice Harry en tono autoritario.
Pongo mala cara.
—¿Qué pasa? —me pregunta bruscamente.
—Yo quería una Coca-Cola light —susurro.
Arruga la frente y mueve la cabeza.
—El Pinot Grigio de aquí es un vino decente. Irá bien con la comida, nos traigan lo que nos traigan —me dice en tono paciente.
—¿Nos traigan lo que nos traigan?
—Sí.
Esboza su deslumbrante sonrisa ladeando la cabeza y se me hace un nudo en el estómago. No puedo evitar devolvérsela.
—A mi madre le has gustado —me dice de pronto.
—¿En serio?
Sus palabras hacen que me ruborice de alegría.
—Claro. Siempre ha pensado que era gay.
Abro la boca al acordarme de aquella pregunta… en la entrevista. Oh, no.
—¿Por qué pensaba que eras gay? —le pregunto en voz baja.
—Porque nunca me ha visto con una chica.
—Vaya… ¿con ninguna de las quince?
Sonríe.
—Tienes buena memoria. No, con ninguna de las quince.
—Oh.
—Mira, ________, para mí también ha sido un fin de semana de novedades —me dice en voz baja.
—¿Sí?
—Nunca había dormido con nadie, nunca había tenido relaciones sexuales en mi cama, nunca había llevado a una chica en el Charlie Tango y nunca le había presentado una mujer a mi madre. ¿Qué estás haciendo conmigo?
La intensidad de sus ojos ardientes me corta la respiración.
Llega la camarera con nuestros vasos de vino, e inmediatamente doy un pequeño sorbo. ¿Está siendo franco o se trata de un simple comentario fortuito?
—Me lo he pasado muy bien este fin de semana, de verdad —digo en voz baja.
Vuelve a arrugar la frente.
—Deja de morderte el labio —gruñe—. Yo también —añade.
—¿Qué es un polvo vainilla? —le pregunto, aunque solo sea para no pensar en su intensa, ardiente y sexy mirada.
Se ríe.
—Sexo convencional, _______, sin juguetes ni accesorios. —Se encoge de hombros—. Ya sabes… bueno, la verdad es que no lo sabes, pero eso es lo que significa.
—Oh.
Creía que lo que habíamos hecho eran polvos de exquisita tarta de chocolate fundido con una guinda encima. Pero ya veo que no me entero.
La camarera nos trae sopa, que ambos miramos con cierto recelo.
—Sopa de ortigas —nos informa la camarera.
Se da media vuelta y regresa enfadada a la cocina. No creo que le guste que Harry no le haga ni caso. Pruebo la sopa, que está riquísima. Harry y yo nos miramos a la vez, aliviados. Suelto una risita, y él ladea la cabeza.
—Qué sonido tan bonito —murmura.
—¿Por qué nunca has echado polvos vainilla? ¿Siempre has hecho… bueno… lo que hagas? —le pregunto intrigada.
Asiente lentamente.
—Más o menos —me contesta con cautela.
Por un momento frunce el ceño y parece librar una especie de batalla interna.
Luego levanta los ojos, como si hubiera tomado una decisión.
—Una amiga de mi madre me sedujo cuando yo tenía quince años.
—Oh.
¡Dios mío, tan joven!
—Sus gustos eran muy especiales. Fui su sumiso durante seis años.
Se encoge de hombros.
—Oh.
Su confesión me deja helada, aturdida.
—Así que sé lo que implica, ________ —me dice con una mirada significativa.
Lo observo fijamente, incapaz de articular palabra… Hasta mi subconsciente está en silencio.
—La verdad es que no tuve una introducción al sexo demasiado corriente.
Me pica la curiosidad.
—¿Y nunca saliste con nadie en la facultad?
—No —me contesta negando con la cabeza para enfatizar su respuesta.
La camarera entra para retirar nuestros platos y nos interrumpe un momento.
—¿Por qué? —le pregunto cuando ya se ha ido.
Sonríe burlón.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Sí.
—Porque no quise. Solo la deseaba a ella. Además, me habría matado a palos.
Sonríe con cariño al recordarlo.
Oh, demasiada información de golpe… pero quiero más.
—Si era una amiga de tu madre, ¿cuántos años tenía?
Sonríe.
—Los suficientes para saber lo que se hacía.
—¿Sigues viéndola?
—Sí.
—¿Todavía… bueno…?
Me ruborizo.
—No —me dice negando con la cabeza y con una sonrisa indulgente—. Es una buena amiga.
—¿Tu madre lo sabe?
Me mira como diciéndome que no sea idiota.
—Claro que no.
La camarera vuelve con sendos platos de venado, pero se me ha quitado el hambre. Toda una revelación. Harry, sumiso… Madre mía. Doy un largo trago de Pinot Grigio… Harry tenía razón, por supuesto: está exquisito. Dios, tengo que pensar en todo lo que me ha contado. Necesito tiempo para procesarlo, cuando esté sola, porque ahora me distrae su presencia. Es tan irresistible, tan macho alfa, y de repente lanza este bombazo. Él sabe lo que es ser sumiso.
—Pero no estarías con ella todo el tiempo… —le digo confundida.
—Bueno, estaba solo con ella, aunque no la veía todo el tiempo. Era… difícil. Después de todo, todavía estaba en el instituto, y más tarde en la facultad. Come,_________.
—No tengo hambre, Harry, de verdad.
Lo que me ha contado me ha dejado aturdida.
Su expresión se endurece.
—Come —me dice en tono tranquilo, demasiado tranquilo.
Lo miro. Este hombre… abusaron sexualmente de él cuando era adolescente… Su tono es amenazador.
—Espera un momento —susurro.
Pestañea un par de veces.
—De acuerdo —murmura.
Y sigue comiendo.
Así será la cosa si firmo. Tendré que cumplir sus órdenes. Frunzo el ceño. ¿Es eso lo que quiero? Cojo el tenedor y el cuchillo, y empiezo a cortar el venado. Está delicioso.
—¿Así será nuestra… bueno… nuestra relación? ¿Estarás dándome órdenes todo el rato? —le pregunto en un susurro, sin apenas atreverme a mirarlo.
—Sí —murmura.
—Ya veo.
—Es más, querrás que lo haga —añade en voz baja.
Lo dudo, sinceramente. Pincho otro trozo de venado y me lo acerco a los labios.
—Es mucho decir —murmuro.
Y me lo meto en la boca.
—Lo es.
Cierra los ojos un segundo. Cuando los abre, está muy serio.
—____________, tienes que seguir tu instinto. Investiga un poco, lee el contrato… No tengo problema en comentar cualquier detalle. Estaré en Portland hasta el viernes, por si quieres que hablemos antes del fin de semana. —Sus palabras me llegan en un torrente apresurado—. Llámame… Podríamos cenar… ¿digamos el miércoles? De verdad quiero que esto funcione. Nunca he querido nada tanto.
Sus ojos reflejan su ardiente sinceridad y su deseo. Es básicamente lo que no entiendo. ¿Por qué yo? ¿Por qué no una de las quince? Oh, no… ¿En eso voy a convertirme? ¿En un número? ¿La dieciséis, nada menos?
—¿Qué pasó con las otras quince? —le pregunto de pronto.
Alza las cejas sorprendido y mueve la cabeza con expresión resignada.
—Cosas distintas, pero al fin y al cabo se reduce a… —Se detiene, creo que intentando encontrar las palabras—. Incompatibilidad.
Se encoge de hombros.
—¿Y crees que yo podría ser compatible contigo?
—Sí.
—Entonces ya no ves a ninguna de ellas.
—No,________. Soy monógamo.
Vaya… toda una noticia.
—Ya veo.
—Investiga un poco, _________.
Dejo el cuchillo y el tenedor. No puedo seguir comiendo.
—¿Ya has terminado? ¿Eso es todo lo que vas a comer?
Asiento. Me pone mala cara, pero decide callarse. Dejo escapar un pequeño suspiro de alivio. Con tanta información se me ha revuelto el estómago y estoy un poco mareada por el vino. Lo observo devorando todo lo que tiene en el plato.
Come como una lima. Debe de hacer mucho ejercicio para mantener la figura. De pronto recuerdo cómo le cae el pijama…, y la imagen me desconcentra. Me remuevo incómoda. Me mira y me ruborizo.
—Daría cualquier cosa por saber lo que estás pensando ahora mismo —murmura.
Me ruborizo todavía más.
Me lanza una sonrisa perversa.
—Ya me imagino… —me provoca.
—Me alegro de que no puedas leerme el pensamiento.
—El pensamiento no, _______, pero tu cuerpo… lo conozco bastante bien desde ayer —me dice en tono sugerente.
¿Cómo puede cambiar de humor tan rápido? Es tan volátil… Cuesta mucho seguirle el ritmo.
Llama a la camarera y le pide la cuenta. Cuando ha pagado, se levanta y me tiende la mano.
—Vamos.
Me coge de la mano y volvemos al coche. Lo inesperado de él es este contacto de su piel, normal, íntimo. No puedo reconciliar este gesto corriente y tierno con lo que quiere hacer en aquel cuarto… el cuarto rojo del dolor.
Hacemos el viaje de Olympia a Vancouver en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. Cuando aparca frente a la puerta de casa, son las cinco de la tarde. Las luces están encendidas, así que Perrie está dentro, sin duda empaquetando, a menos que Elliot todavía no se haya marchado. Harry apaga el motor, y entonces caigo en la cuenta de que tengo que separarme de él.
—¿Quieres entrar? —le pregunto.
No quiero que se marche. Quiero seguir más tiempo con él.
—No. Tengo trabajo —me dice mirándome con expresión insondable.
Me miro las manos y entrelazo los dedos. De pronto me pongo en plan sensiblero. Se va a marchar. Me coge de la mano, se la lleva lentamente a la boca y me la besa con ternura, un gesto dulce y pasado de moda. Me da un vuelco el corazón.
—Gracias por este fin de semana, ________. Ha sido… estupendo. ¿Nos vemos el miércoles? Pasaré a buscarte por el trabajo o por donde me digas.
—Nos vemos el miércoles —susurro.
Vuelve a besarme la mano y me la deja en el regazo. Sale del coche, se acerca a mi puerta y me la abre. ¿Por qué de pronto me siento huérfana? Se me hace un nudo en la garganta. No quiero que me vea así. Sonrío forzadamente, salgo del coche y me dirijo a la puerta sabiendo que tengo que enfrentarme a Perrie. A medio camino me giro y lo miro. Alegra esa cara, Steele, me riño a mí misma.
—Ah… por cierto, me he puesto unos calzoncillos tuyos.
Le sonrío y tiro de la goma de los calzoncillos para que los vea. Harry abre la boca, sorprendido. Una reacción genial. Mi humor cambia de inmediato y entro en casa pavoneándome. Una parte de mí quiere levantar el puño y dar un salto. ¡SÍ! La diosa que llevo dentro está encantada.
Perrie está en el comedor metiendo sus libros en cajas.
—¿Ya estás aquí? ¿Dónde está Harry? ¿Cómo estás? —me pregunta en tono febril, nervioso.
Viene hacia mí, me coge por los hombros y examina minuciosamente mi cara antes incluso de que la haya saludado.
Mierda… Tengo que lidiar con la insistencia y la tenacidad de Perrie, y llevo en el bolso un documento legal firmado que dice que no puedo hablar. No es una saludable combinación.
—Bueno, ¿cómo ha ido? No he dejado de pensar en ti todo el rato… después de que Elliot se marchara, claro —me dice sonriendo con picardía.
No puedo evitar sonreír por su preocupación y su acuciante curiosidad, pero de pronto me da vergüenza y me ruborizo. Lo que ha sucedido ha sido muy íntimo. Ver y saber lo que Harry esconde. Pero tengo que darle algunos detalles, porque si no, no va a dejarme en paz.
—Ha ido bien, Perrie. Muy bien, creo —le digo en tono tranquilo, intentando ocultar mi sonrisa.
—¿Estás segura?
—No tengo nada con lo que compararlo, ¿verdad? —le digo encogiéndome de hombros a modo de disculpa.
—¿Te has corrido?
Maldita sea, qué directa es. Me pongo roja.
—Sí —murmuro nerviosa.
Perrie me empuja hasta el sofá y nos sentamos. Me coge de las manos.
—Muy bien. —Me mira como si no se lo creyera—. Ha sido tu primera vez. Uau…Harry debe de saber lo que se hace.
Oh, Perrie, si tú supieras…
—Mi primera vez fue terrorífica —sigue diciendo, poniendo cara triste de máscara de comedia.
—¿Sí?
Me interesa. Nunca me lo había contado.
—Sí. Steve Patrone. En el instituto. Un atleta gilipollas. —Encoge los hombros—. Fue muy brusco, y yo no estaba preparada. Estábamos los dos borrachos. Ya sabes… el típico desastre adolescente después de la fiesta de fin de curso. Uf, tardé meses en decidirme a volver a intentarlo. Y no con ese inútil. Yo era demasiado joven. Has hecho bien en esperar.
—Perrie, eso suena espantoso.
Parece melancólica.
—Sí, tardé casi un año en tener mi primer orgasmo con penetración, y llegas tú… y a la primera.
Asiento con timidez. La diosa que llevo dentro está sentada en la postura del loto y parece serena, aunque tiene una astuta sonrisa autocomplaciente en la cara.
—Me alegro de que hayas perdido la virginidad con un hombre que sabe lo que se hace. —Me guiña un ojo—. ¿Y cuándo vuelves a verlo?
—El miércoles. Iremos a cenar.
—Así que todavía te gusta…
—Sí, pero no sé qué va a pasar.
—¿Por qué?
—Es complicado, Perrie. Ya sabes… Su mundo es totalmente diferente del mío.
Buena excusa. Y creíble. Mucho mejor que «tiene un cuarto rojo del dolor y quiere convertirme en su esclava sexual».
—Vamos, por favor, no permitas que el dinero sea un problema, ____. Elliot me ha dicho que es muy raro que Harry salga con una chica.
—¿Eso te ha dicho? —le pregunto en tono demasiado agudo.
¡Se te ve el plumero, Steele! Mi subconsciente me mira moviendo su largo dedo y luego se transforma en la balanza de la justicia para recordarme que Harry podría demandarme si hablo demasiado. Ja… ¿Qué va a hacer? ¿Quedarse con todo mi dinero? Tengo que acordarme de buscar en Google «penas por incumplir un acuerdo de confidencialidad» cuando haga mi «investigación». Es como si me hubieran puesto deberes. Quizá hasta me saco un título. Me ruborizo recordando mi sobresaliente por el experimento en la bañera de esta mañana.
—_______, ¿qué pasa?
—Estaba recordando algo que me ha dicho Harry.
—Pareces distinta —me dice Perrie con cariño.
—Me siento distinta. Dolorida —le confieso.
—¿Dolorida?
—Un poco. Me ruborizo.
—Yo también. Hombres… —dice con una mueca de disgusto—. Son como animales.
Nos reímos las dos.
—¿Tú también estás dolorida? —le pregunto sorprendida.
—Sí… de tanto darle.
Y me echo a reír.
—Cuéntame cosas de Elliot —le pido cuando paro por fin.
Siento que me relajo por primera vez desde que estaba haciendo cola en el lavabo del bar… antes de la llamada de teléfono con la que empezó todo esto… cuando admiraba al señor Styles desde la distancia. Días felices y sin complicaciones.
Perrie se ruboriza. Oh, Dios mío… Perrie Edwards se convierte en _____ Rose Steele. Me lanza una mirada ingenua. Nunca antes la había visto reaccionar así por un hombre. Abro tanto la boca que la mandíbula me llega al suelo. ¿Dónde está Perrie? ¿Qué habéis hecho con ella?
—______—me dice entusiasmada—, es tan… tan… Lo tiene todo. Y cuando… oh… es fantástico.
Está tan alterada que apenas puede hilvanar una frase.
—Creo que lo que intentas decirme es que te gusta.
Asiente y se ríe como una loca.
—He quedado con él el sábado. Nos ayudará con la mudanza.
Junta las manos, se levanta del sofá y se dirige a la ventana haciendo piruetas. La mudanza. Mierda, lo había olvidado, y eso que hay cajas por todas partes.
—Muy amable por su parte —le digo.
Así lo conoceré. Quizá pueda darme más pistas sobre su extraño e inquietante hermano.
—Bueno, ¿qué hicisteis anoche? —le pregunto.
Ladea la cabeza hacia mí y alza las cejas en un gesto que viene a decir: «¿Tú qué crees, idiota?».
—Más o menos lo mismo que vosotros, pero nosotros cenamos antes —me dice riéndose—. ¿De verdad estás bien? Pareces un poco agobiada.
—Estoy agobiada. Harry es muy intenso.
—Sí, ya me hice una idea. Pero ¿se ha portado bien contigo?
—Sí —la tranquilizo—. Me muero de hambre. ¿Quieres que prepare algo?
Asiente y mete un par de libros en una caja.
—¿Qué quieres hacer con los libros de catorce mil dólares? —me pregunta.
—Se los voy a devolver.
—¿De verdad?
—Es un regalo exagerado. No puedo aceptarlo, y menos ahora.
Sonrío, y Perrie asiente con la cabeza.
—Lo entiendo. Han llegado un par de cartas para ti, y José no ha dejado de llamar. Parecía desesperado.
—Lo llamaré —murmuro evasiva.
Si le cuento a Perrie lo de José, se lo merienda. Cojo las cartas de la mesa y las abro.
—Vaya, ¡tengo entrevistas! Dentro de dos semanas, en Seattle, para hacer las prácticas.
—¿Con qué editorial?
—Con las dos.
—Te dije que tu expediente académico te abriría puertas, ______.
Perrie ya tiene su puesto para hacer las prácticas en The Seattle Times, por supuesto. Su padre conoce a alguien que conoce a alguien.
—¿Qué le parece a Elliot que te vayas de vacaciones? —le pregunto.
Perrie se dirige hacia la cocina, y por primera vez desde que he llegado parece desconsolada.
—Lo entiende. Una parte de mí no quiere marcharse, pero es tentador tumbarse al sol un par de semanas. Además, mi madre no deja de insistir, porque cree que serán nuestras últimas vacaciones en familia antes de que Ethan y yo empecemos a trabajar en serio.
Nunca he salido del Estados Unidos continental. Perrie se va dos semanas a Barbados con sus padres y su hermano, Ethan. Pasaré dos semanas sola, sin Perrie, en la nueva casa. Será raro. Ethan ha estado viajando por el mundo desde el año pasado, después de graduarse. Por un momento me pregunto si lo veré antes de que se vayan de vacaciones. Es un tipo majísimo. El teléfono me saca de mi ensoñación.
—Será José.
Suspiro. Sé que tengo que hablar con él. Levanto el teléfono.
—Hola.
—¡________, has vuelto! —exclama José aliviado.
—Obviamente —le contesto con cierto sarcasmo.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Puedo verte? Siento mucho lo del viernes. Estaba borracho… y tú… bueno. _________, perdóname, por favor.
—Claro que te perdono, José. Pero que no se repita. Sabes cuáles son mis sentimientos por ti.
Suspira profundamente, con tristeza.
—Lo sé, ______. Pero pensé que si te besaba, quizá tus sentimientos cambiarían.
—José, te quiero mucho, eres muy importante para mí. Eres como el hermano que nunca he tenido. Y eso no va a cambiar. Lo sabes.
Siento hacerle daño, pero es la verdad.
—Entonces, ¿sales con él? —me pregunta con desdén.
—José, no salgo con nadie.
—Pero has pasado la noche con él.
—¡No es asunto tuyo!
—¿Es por el dinero?
—¡José! ¿Cómo te atreves? —le grito, atónita por su atrevimiento.
—________ —dice con voz quejumbrosa, en tono de disculpa.
Ahora mismo no estoy para aguantar sus mezquinos celos. Sé que está dolido, pero ya tengo bastante con lidiar con Harry Styles.
—Quizá podríamos tomar un café mañana. Te llamaré —le digo en tono conciliador.
Es mi amigo y le tengo mucho cariño, pero en estos momentos no estoy para aguantar estas cosas.
—Vale, mañana. ¿Me llamas tú?
Su voz esperanzada me conmueve.
—Sí… Buenas noches, José.
Cuelgo sin esperar su respuesta.
—¿De qué va todo esto? —me pregunta Perrie con las manos en las caderas.
Decido que lo mejor es decirle la verdad. Parece más obstinada que nunca.
—El viernes intentó besarme.
—¿José? ¿Y Harry Styles? ____, tus feromonas deben de estar haciendo horas extras. ¿En qué estaba pensando ese imbécil?
Mueve la cabeza enfadada y sigue empaquetando.
Tres cuartos de hora después hacemos una pausa para degustar la especialidad de la casa, mi lasaña. Perrie abre una botella de vino y nos sentamos a comer entre las cajas, bebiendo vino tinto barato y viendo programas de televisión basura. La normalidad. Es bien recibida y tranquilizadora después de las últimas cuarenta y ocho horas de… locura. Es mi primera comida en dos días sin preocupaciones, sin que me insistan y en paz. ¿Qué problema tiene Harry con la comida? Perrie recoge los platos mientras yo acabo de empaquetar lo que queda en el salón. Solo hemos dejado el sofá, la tele y la mesa. ¿Qué más podríamos necesitar? Solo falta por empaquetar el contenido de nuestras habitaciones y la cocina, y tenemos toda la semana por delante.
Vuelve a sonar el teléfono. Es Elliot. Perrie me guiña un ojo y se mete en su habitación dando saltitos como una quinceañera. Sé que debería estar escribiendo su discurso por haber sido la mejor alumna de la promoción, pero parece que Elliot
es más importante. ¿Qué pasa con los Styles? ¿Qué los hace tan absorbentes, tan devoradores y tan irresistibles? Doy otro trago de vino.
Hago zapping en busca de algún programa, pero en el fondo sé que estoy demorándome a propósito. El contrato echa humo dentro de mi bolso. ¿Tendré las fuerzas y lo que hay que tener para leerlo esta noche?
Apoyo la cabeza en las manos. Tanto José como Harry quieren algo de mí. Con José es fácil, pero Harry… Manejar y entender a Harry es otra cosa. Una parte de mí quiere salir corriendo y esconderse. ¿Qué voy a hacer? Pienso en sus ardientes ojos verdes, en su intensa y provocativa mirada, y me pongo tensa. Sofoco un grito. Ni siquiera está aquí y ya estoy a cien. No puede ser solo sexo, ¿verdad? Pienso en sus bromas amables de esta mañana, en el desayuno, en su alegría al verme encantada con el viaje en helicóptero, en cómo tocaba el piano, esa música tan triste, dulce y conmovedora…
Es un hombre muy complicado. Y ahora he empezado a entender por qué. Un chico privado de adolescencia, del que abusa sexualmente una malvada señora Robinson… No es extraño que parezca mayor de lo que es. Me entristece pensar en lo que debe de haber pasado. Soy demasiado ingenua para saber exactamente de qué se trata, pero la investigación arrojará algo de luz. Aunque ¿de verdad quiero saber? ¿Quiero explorar ese mundo del que no sé nada? Es un paso muy importante.
Si no lo hubiera conocido, seguiría tan feliz, ajena a todo esto. Mi mente se traslada a la noche de ayer y a esta mañana… a la increíble y sensual sexualidad que he experimentado. ¿Quiero despedirme de ella? ¡No!, exclama mi subconsciente… La diosa que llevo dentro, sumida en un silencio zen, asiente para mostrar que está de acuerdo con ella.
Perrie vuelve al comedor sonriendo de oreja a oreja. Quizá esté enamorada. La miro boquiabierta. Nunca se ha comportado así.
—______, me voy a la cama. Estoy muy cansada.
—Yo también, Perrie.
Me abraza.
—Me alegro de que hayas vuelto sana y salva. Hay algo raro en Harry —añade en voz baja, en tono de disculpa.
Sonrío para tranquilizarla, aunque pienso: ¿Cómo demonios lo sabe? Por eso será una buenísima periodista, por su infalible intuición.
Cojo el bolso y me voy a mi habitación con paso desganado. Los esfuerzos sexuales de las últimas horas y el total y absoluto dilema al que me enfrento me han dejado agotada. Me siento en la cama, saco con cautela del bolso el sobre de papel manila y le doy vueltas entre las manos. ¿Estoy segura de que quiero saber hasta dónde llega la depravación de Harry? Resulta tan intimidante… Respiro hondo y rasgo el sobre con el corazón en un puño.
NOTA: Aquí les dejo 2 cap. están buenisimos
De repente sale de mi cuerpo y me estremezco. Se sienta en la cama y tira el condón usado en una papelera.
—Vamos, tenemos que vestirnos… si quieres conocer a mi madre.
Sonríe, se levanta de la cama y se pone los vaqueros… sin calzoncillos. Intento incorporarme, pero sigo atada.
—Harry… no puedo moverme.
Su sonrisa se acentúa. Se inclina y me desata la corbata, que me ha dejado la marca de la tela en las muñecas. Es… sexy. Me observa divertido, con ojos danzarines. Me besa rápidamente en la frente y me sonríe.
—Otra novedad —admite.
No tengo ni idea de lo que quiere decir.
—No tengo ropa limpia.
De pronto el pánico se apodera de mí, y teniendo en cuenta la experiencia que acabo de vivir, el pánico me parece insoportable. ¡Su madre! Maldita sea. No tengo ropa limpia y prácticamente nos ha pillado in fraganti.
—Quizá debería quedarme aquí.
—No, claro que no —me contesta en tono amenazador—. Puedes ponerte algo mío.
Se ha puesto una camiseta y se pasa la mano por el pelo revuelto. Aunque estoy muy nerviosa, me quedo embobada. Su belleza es arrebatadora.
—_______, estarías preciosa hasta con un saco. No te preocupes, por favor. Me gustaría que conocieras a mi madre. Vístete. Voy a calmarla un poco. —Aprieta los labios—. Te espero en el salón dentro de cinco minutos. Si no, vendré a buscarte y te arrastraré lleves lo que lleves puesto. Mis camisetas están en ese cajón. Las camisas, en el armario. Sírvete tú misma.
Me mira un instante inquisitivo y sale de la habitación.
Maldita sea, la madre de Harry. Es mucho más de lo que esperaba. Quizá conocerla me permita colocar algunas piezas del puzle. Podría ayudarme a entender por qué Harry es como es… De pronto quiero conocerla. Recojo mi blusa del suelo y me alegra descubrir que ha sobrevivido a la noche sin apenas arrugas. Encuentro el sujetador azul debajo de la cama y me visto a toda prisa. Pero si hay algo que odio es no llevar las bragas limpias. Me dirijo a la cómoda de Harry busco entre sus calzoncillos. Me pongo unos Calvin Klein ajustados, los vaqueros y las Converse.
Cojo la chaqueta, corro al cuarto de baño y observo mis ojos demasiado brillantes, mi cara colorada… y mi pelo. Dios mío… Las trenzas despeinadas tampoco me quedan bien. Busco un cepillo, pero solo encuentro un peine. Menos da una piedra. Me recojo el pelo rápidamente, mirando desesperada la ropa que llevo. Quizá debería aceptar la oferta de Harry. Mi subconsciente frunce los labios y articula la palabra «ja». No le hago caso. Me pongo la chaqueta y me alegro de que los puños cubran las marcas de la corbata. Nerviosa, me miro por última vez en el espejo. Es lo que hay. Me dirijo al salón.
—Aquí está —dice Harry levantándose del sofá.
Me mira con expresión cálida y agradecida. La mujer rubia que está a su lado se gira y me dedica una amplia sonrisa. Se levanta también. Va impecable, con un vestido de punto marrón claro y zapatos a juego, arreglada y elegante. Está muy guapa, y me mortifico un poco pensando que yo voy hecha un desastre.
—Mamá, te presento a ________ Steele. ______, esta es Grace Trevelyan-Grey.
La doctora Trevelyan-Styles me tiende la mano. T… ¿de Trevelyan? Su inicial.
—Encantada de conocerte —murmura.
Si no me equivoco, en su voz hay un matiz de sorpresa, quizá de inmenso alivio, y sus ojos castaños emiten un cálido destello. Le estrecho la mano y no puedo evitar sonreír, devolverle su calidez.
—Doctora Trevelyan-Styles —digo en voz baja.
—Llámame Grace. —Sonríe, y Harry frunce el ceño—. Suelen llamarme doctora Trevelyan, y la señora Styles es mi suegra. —Me guiña un ojo—. Bueno, ¿y cómo os conocisteis? —pregunta mirando interrogante a Harry, incapaz de ocultar su curiosidad.
—_______ me hizo una entrevista para la revista de la facultad, porque esta semana voy a entregar los títulos.
Mierda, mierda. Lo había olvidado.
—Así que te gradúas esta semana… —me dice Grace.
—Sí.
Empieza a sonar mi móvil. Apuesto a que es Perrie.
—Disculpadme.
El teléfono está en la cocina. Me acerco y lo cojo de la barra sin mirar quién me llama.
—Perrie.
—¡Dios mío! ¡_________!
Maldita sea, es José. Parece desesperado.
—¿Dónde estás? Te he llamado veinte veces. Tengo que verte. Quiero pedirte perdón por lo del viernes. ¿Por qué no me has devuelto las llamadas?
—Mira, José, ahora no es un buen momento.
Miro muy nerviosa a Harry, que me observa atentamente, con rostro impasible, mientras murmura algo a su madre. Le doy la espalda.
—¿Dónde estás? Perrie me ha dado largas —se queja.
—En Seattle.
—¿Qué haces en Seattle? ¿Estás con él?
—José, te llamo más tarde. No puedo hablar ahora.
Y cuelgo.
Vuelvo con toda tranquilidad con Harry y su madre. Grace está en pleno parloteo.
—… y Elliot me llamó para decirme que estabas por aquí… Hace dos semanas que no te veo, cariño.
—¿Elliot lo sabía? —pregunta Harry mirándome con expresión indescifrable.
—Pensé que podríamos comer juntos, pero ya veo que tienes otros planes, así que no quiero interrumpiros.
Coge su largo abrigo de color crema, se lo pone y le acerca la mejilla. Harry la besa rápidamente. Ella no le toca.
—Tengo que llevar a _______ a Portland.
—Claro, cariño._______, un placer conocerte. Espero que volvamos a vernos.
Me tiende la mano con ojos brillantes, y se la estrecho.
Taylor aparece procedente… ¿de dónde?
—Señora Styles…
—Gracias, Taylor.
La sigue por el salón y cruza detrás de ella la doble puerta que da al vestíbulo. ¿Taylor ha estado aquí todo el tiempo? ¿Cuánto lleva aquí? ¿Dónde ha estado?
Harry me mira.
—Así que te ha llamado el fotógrafo…
Mierda.
—Sí.
—¿Qué quería?
—Solo pedirme perdón, ya sabes… por lo del viernes.
Harry arruga la frente.
—Ya veo —se limita a decirme.
Taylor vuelve a aparecer.
—Señor Styles, hay un problema con el envío a Darfur.
Harry asiente bruscamente haciéndole callar.
—¿El Charlie Tango ha vuelto a Boeing Field?
—Sí, señor. —Me mira e inclina la cabeza—. Señorita Steele.
Le sonrío torpemente, se gira y se marcha.
—¿Taylor vive aquí?
—Sí —me contesta cortante.
¿Qué le pasa ahora?
Harry va a la cocina, coge su BlackBerry y echa un vistazo a los e-mails, supongo. Está muy serio. Hace una llamada.
—Ros, ¿cuál es el problema? —pregunta bruscamente.
Escucha sin dejar de mirarme con ojos interrogantes. Yo estoy en medio del enorme salón preguntándome qué hacer, totalmente cohibida y fuera de lugar.
—No voy a poner en peligro a la tripulación. No, cancélalo… Lo lanzaremos desde el aire… Bien.
Cuelga. La calidez de sus ojos ha desaparecido. Parece hostil. Me lanza una
rápida mirada, se dirige a su estudio y vuelve al momento.
—Este es el contrato. Léelo y lo comentamos el fin de semana que viene. Te sugiero que investigues un poco para que sepas de lo que estamos hablando. —Se calla un momento—. Bueno, si aceptas, y espero de verdad que aceptes —añade en tono más suave, nervioso.
—¿Que investigue?
—Te sorprendería saber lo que puedes encontrar en internet —murmura.
¡Internet! No tengo ordenador, solo el portátil de Perrie, y, por supuesto, no puedo utilizar el de Clayton’s para este tipo de «investigación».
—¿Qué pasa? —me pregunta ladeando la cabeza.
—No tengo ordenador. Suelo utilizar los de la facultad. Veré si puedo utilizar el portátil de Perrie.
Me tiende un sobre de papel manila.
—Seguro que puedo… bueno… prestarte uno. Recoge tus cosas. Volveremos a Portland en coche y comeremos algo por el camino. Voy a vestirme.
—Tengo que hacer una llamada —murmuro.
Solo quiero oír la voz de Perrie. Harry pone mala cara.
—¿Al fotógrafo?
Se le tensa la mandíbula y le arden los ojos. Parpadeo.
—No me gusta compartir, señorita Steele. Recuérdelo —me advierte con estremecedora tranquilidad.
Me lanza una larga y fría mirada y se dirige al dormitorio.
Maldita sea. Solo quería llamar a Perrie Quiero llamarla delante de él, pero su repentina actitud distante me ha dejado paralizada. ¿Qué ha pasado con el hombre generoso, relajado y sonriente que me hacía el amor hace apenas media hora?
—¿Lista? —me pregunta Harry junto a la puerta doble del vestíbulo.
Asiento, insegura. Ha recuperado su tono distante, educado y convencional. Ha vuelto a ponerse la máscara. Lleva una bolsa de piel al hombro. ¿Para qué la necesita? Quizá va a quedarse en Portland. Entonces recuerdo la entrega de títulos. Sí, claro… Estará en Portland el jueves. Lleva una cazadora negra de cuero. Vestido así, sin duda no parece un multimillonario. Parece un chico descarriado, quizá una rebelde estrella de rock o un modelo de pasarela. Suspiro por dentro deseando
tener una décima parte de su elegancia. Es tan tranquilo y controlado… Frunzo el ceño al recordar su arrebato por la llamada de José… Bueno, al menos parece que lo es.
Taylor está esperando al fondo.
—Mañana, pues —le dice a Taylor.
—Sí, señor —le contesta Taylor asintiendo—. ¿Qué coche va a llevarse?
Me lanza una rápida mirada.
—El R8.
—Buen viaje, señor Styles. Señorita Steele.
Taylor me mira con simpatía, aunque quizá en lo más profundo de sus ojos se esconda una pizca de lástima.
Sin duda cree que he sucumbido a los turbios hábitos sexuales del señor Styles. Bueno, a sus excepcionales hábitos sexuales… ¿o quizá el sexo sea así para todo el mundo? Frunzo el ceño al pensarlo. No tengo nada con lo que compararlo y por lo visto no puedo preguntárselo a Perrie. Así que tendré que hablar del tema con Harry. Sería perfectamente natural poder hablar de ello con alguien… pero no puedo hablar con Harry si de repente se muestra extrovertido y al minuto siguiente distante.
Taylor nos sujeta la puerta para que salgamos. Harry llama al ascensor.
—¿Qué pasa, ______? —me pregunta.
¿Cómo sabe que estoy dándole vueltas a algo? Alza una mano y me levanta la barbilla.
—Deja de morderte el labio o te follaré en el ascensor, y me dará igual si entra alguien o no.
Me ruborizo, pero sus labios esbozan una ligera sonrisa. Al final parece que está recuperando el sentido del humor.
—Harry, tengo un problema.
—¿Ah, sí? —me pregunta observándome con atención.
Llega el ascensor. Entramos y Harry pulsa el botón del parking.
—Bueno…
Me ruborizo. ¿Cómo explicárselo?
—Necesito hablar con Perrie. Tengo muchas preguntas sobre sexo, y tú estás demasiado implicado. Si quieres que haga todas esas cosas, ¿cómo voy a saber…?
—me interrumpo e intento encontrar las palabras adecuadas—. Es que no tengo puntos de referencia.
Pone los ojos en blanco.
—Si no hay más remedio, habla con ella —me contesta enfadado—. Pero asegúrate de que no comente nada con Elliot.
Su insinuación me hace dar un respingo. Perrie no es así.
—Perrie no haría algo así, como yo no te diría a ti nada de lo que ella me cuente de Elliot… si me contara algo —añado rápidamente.
—Bueno, la diferencia es que a mí no me interesa su vida sexual —murmura Harry en tono seco—. Elliot es un capullo entrometido. Pero háblale solo de lo que hemos hecho hasta ahora —me advierte—. Seguramente me cortaría los huevos si supiera lo que quiero hacer contigo —añade en voz tan baja que no estoy segura de si pretendía que lo oyera.
—De acuerdo —acepto sonriéndole aliviada.
No quiero ni pensar en que Perrie vaya a cortarle los huevos a Harry.
Frunce los labios y mueve la cabeza.
—Cuanto antes te sometas a mí mejor, y así acabamos con todo esto —murmura.
—¿Acabamos con qué?
—Con tus desafíos.
Me pasa una mano por la mejilla y me besa rápidamente en los labios. Las puertas del ascensor se abren. Me coge de la mano y tira de mí hacia el parking.
¿Mis desafíos? ¿De qué habla?
Cerca del ascensor veo el Audi 4 x 4 negro, pero cuando pulsa el mando para que se abran las puertas, se encienden las luces de un deportivo negro reluciente. Es uno de esos coches que debería tener tumbada en el capó a una rubia de largas piernas vestida solo con una banda de miss.
—Bonito coche —murmuro en tono frío.
Me mira y sonríe.
—Lo sé —me contesta.
Y por un segundo vuelve el dulce, joven y despreocupado Harry, Me inspira ternura. Está entusiasmado. Los chicos y sus juguetes. Pongo los ojos en blanco, pero no puedo ocultar mi sonrisa. Me abre la puerta y entro. Uau… es muy bajo.
Rodea el coche con paso seguro y, cuando llega al otro lado, dobla su largo cuerpo con elegancia. ¿Cómo lo consigue?
—¿Qué coche es?
—Un Audi R8 Spyder. Como hace un día precioso, podemos bajar la capota. Ahí hay una gorra. Bueno, debería haber dos.
Gira la llave de contacto, y el motor ruge a nuestras espaldas. Deja la bolsa entre los dos asientos, pulsa un botón y la capota retrocede lentamente. Pulsa otro, y la voz de Bruce Springsteen nos envuelve.
—Va a tener que gustarte Bruce.
Me sonríe, saca el coche de la plaza de parking y sube la empinada rampa, donde nos detenemos a esperar que se levante la puerta.
Y salimos a la soleada mañana de mayo de Seattle. Abro la guantera y saco las gorras. Son del equipo de los Mariners. ¿Le gusta el béisbol? Le tiendo una gorra y se la pone. Paso el pelo por la parte de atrás de la mía y me bajo la visera.
La gente nos mira al pasar. Por un momento pienso que lo miran a él… Luego, una paranoica parte de mí cree que me miran a mí porque saben lo que he estado haciendo en las últimas doce horas, pero al final me doy cuenta de que lo que miran es el coche. Harry parece ajeno a todo, perdido en sus pensamientos.
Hay poco tráfico, así que no tardamos en llegar a la interestatal 5 en dirección sur, con el viento soplando por encima de nuestras cabezas. Bruce canta que arde de deseo. Muy oportuno. Me ruborizo escuchando la letra. Harry me mira. Como lleva puestas las Ray-Ban, no veo su expresión. Frunce los labios, apoya una mano en mi rodilla y me la aprieta suavemente. Se me corta la respiración.
—¿Tienes hambre? —me pregunta.
No de comida.
—No especialmente.
Sus labios vuelven a tensarse en una línea firme.
—Tienes que comer, ________ —me reprende—. Conozco un sitio fantástico cerca de Olympia. Pararemos allí.
Me aprieta la rodilla de nuevo, su mano vuelve a sujetar el volante y pisa el acelerador. Me veo impulsada contra el respaldo del asiento. Madre mía, cómo corre este coche.
El restaurante es pequeño e íntimo, un chalet de madera en medio de un bosque.
La decoración es rústica: sillas diferentes, mesas con manteles a cuadros y flores silvestres en pequeños jarrones. CUISINE SAUVAGE, alardea un cartel por encima de la puerta.
—Hacía tiempo que no venía. No se puede elegir… Preparan lo que han cazado o recogido.
Alza las cejas fingiendo horrorizarse y no puedo evitar reírme. La camarera nos pregunta qué vamos a beber. Se ruboriza al ver a Harry y se esconde debajo de su largo flequillo rubio para evitar mirarlo a los ojos. ¡Le gusta! ¡No solo me pasa a mí!
—Dos vasos de Pinot Grigio —dice Harry en tono autoritario.
Pongo mala cara.
—¿Qué pasa? —me pregunta bruscamente.
—Yo quería una Coca-Cola light —susurro.
Arruga la frente y mueve la cabeza.
—El Pinot Grigio de aquí es un vino decente. Irá bien con la comida, nos traigan lo que nos traigan —me dice en tono paciente.
—¿Nos traigan lo que nos traigan?
—Sí.
Esboza su deslumbrante sonrisa ladeando la cabeza y se me hace un nudo en el estómago. No puedo evitar devolvérsela.
—A mi madre le has gustado —me dice de pronto.
—¿En serio?
Sus palabras hacen que me ruborice de alegría.
—Claro. Siempre ha pensado que era gay.
Abro la boca al acordarme de aquella pregunta… en la entrevista. Oh, no.
—¿Por qué pensaba que eras gay? —le pregunto en voz baja.
—Porque nunca me ha visto con una chica.
—Vaya… ¿con ninguna de las quince?
Sonríe.
—Tienes buena memoria. No, con ninguna de las quince.
—Oh.
—Mira, ________, para mí también ha sido un fin de semana de novedades —me dice en voz baja.
—¿Sí?
—Nunca había dormido con nadie, nunca había tenido relaciones sexuales en mi cama, nunca había llevado a una chica en el Charlie Tango y nunca le había presentado una mujer a mi madre. ¿Qué estás haciendo conmigo?
La intensidad de sus ojos ardientes me corta la respiración.
Llega la camarera con nuestros vasos de vino, e inmediatamente doy un pequeño sorbo. ¿Está siendo franco o se trata de un simple comentario fortuito?
—Me lo he pasado muy bien este fin de semana, de verdad —digo en voz baja.
Vuelve a arrugar la frente.
—Deja de morderte el labio —gruñe—. Yo también —añade.
—¿Qué es un polvo vainilla? —le pregunto, aunque solo sea para no pensar en su intensa, ardiente y sexy mirada.
Se ríe.
—Sexo convencional, _______, sin juguetes ni accesorios. —Se encoge de hombros—. Ya sabes… bueno, la verdad es que no lo sabes, pero eso es lo que significa.
—Oh.
Creía que lo que habíamos hecho eran polvos de exquisita tarta de chocolate fundido con una guinda encima. Pero ya veo que no me entero.
La camarera nos trae sopa, que ambos miramos con cierto recelo.
—Sopa de ortigas —nos informa la camarera.
Se da media vuelta y regresa enfadada a la cocina. No creo que le guste que Harry no le haga ni caso. Pruebo la sopa, que está riquísima. Harry y yo nos miramos a la vez, aliviados. Suelto una risita, y él ladea la cabeza.
—Qué sonido tan bonito —murmura.
—¿Por qué nunca has echado polvos vainilla? ¿Siempre has hecho… bueno… lo que hagas? —le pregunto intrigada.
Asiente lentamente.
—Más o menos —me contesta con cautela.
Por un momento frunce el ceño y parece librar una especie de batalla interna.
Luego levanta los ojos, como si hubiera tomado una decisión.
—Una amiga de mi madre me sedujo cuando yo tenía quince años.
—Oh.
¡Dios mío, tan joven!
—Sus gustos eran muy especiales. Fui su sumiso durante seis años.
Se encoge de hombros.
—Oh.
Su confesión me deja helada, aturdida.
—Así que sé lo que implica, ________ —me dice con una mirada significativa.
Lo observo fijamente, incapaz de articular palabra… Hasta mi subconsciente está en silencio.
—La verdad es que no tuve una introducción al sexo demasiado corriente.
Me pica la curiosidad.
—¿Y nunca saliste con nadie en la facultad?
—No —me contesta negando con la cabeza para enfatizar su respuesta.
La camarera entra para retirar nuestros platos y nos interrumpe un momento.
—¿Por qué? —le pregunto cuando ya se ha ido.
Sonríe burlón.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Sí.
—Porque no quise. Solo la deseaba a ella. Además, me habría matado a palos.
Sonríe con cariño al recordarlo.
Oh, demasiada información de golpe… pero quiero más.
—Si era una amiga de tu madre, ¿cuántos años tenía?
Sonríe.
—Los suficientes para saber lo que se hacía.
—¿Sigues viéndola?
—Sí.
—¿Todavía… bueno…?
Me ruborizo.
—No —me dice negando con la cabeza y con una sonrisa indulgente—. Es una buena amiga.
—¿Tu madre lo sabe?
Me mira como diciéndome que no sea idiota.
—Claro que no.
La camarera vuelve con sendos platos de venado, pero se me ha quitado el hambre. Toda una revelación. Harry, sumiso… Madre mía. Doy un largo trago de Pinot Grigio… Harry tenía razón, por supuesto: está exquisito. Dios, tengo que pensar en todo lo que me ha contado. Necesito tiempo para procesarlo, cuando esté sola, porque ahora me distrae su presencia. Es tan irresistible, tan macho alfa, y de repente lanza este bombazo. Él sabe lo que es ser sumiso.
—Pero no estarías con ella todo el tiempo… —le digo confundida.
—Bueno, estaba solo con ella, aunque no la veía todo el tiempo. Era… difícil. Después de todo, todavía estaba en el instituto, y más tarde en la facultad. Come,_________.
—No tengo hambre, Harry, de verdad.
Lo que me ha contado me ha dejado aturdida.
Su expresión se endurece.
—Come —me dice en tono tranquilo, demasiado tranquilo.
Lo miro. Este hombre… abusaron sexualmente de él cuando era adolescente… Su tono es amenazador.
—Espera un momento —susurro.
Pestañea un par de veces.
—De acuerdo —murmura.
Y sigue comiendo.
Así será la cosa si firmo. Tendré que cumplir sus órdenes. Frunzo el ceño. ¿Es eso lo que quiero? Cojo el tenedor y el cuchillo, y empiezo a cortar el venado. Está delicioso.
—¿Así será nuestra… bueno… nuestra relación? ¿Estarás dándome órdenes todo el rato? —le pregunto en un susurro, sin apenas atreverme a mirarlo.
—Sí —murmura.
—Ya veo.
—Es más, querrás que lo haga —añade en voz baja.
Lo dudo, sinceramente. Pincho otro trozo de venado y me lo acerco a los labios.
—Es mucho decir —murmuro.
Y me lo meto en la boca.
—Lo es.
Cierra los ojos un segundo. Cuando los abre, está muy serio.
—____________, tienes que seguir tu instinto. Investiga un poco, lee el contrato… No tengo problema en comentar cualquier detalle. Estaré en Portland hasta el viernes, por si quieres que hablemos antes del fin de semana. —Sus palabras me llegan en un torrente apresurado—. Llámame… Podríamos cenar… ¿digamos el miércoles? De verdad quiero que esto funcione. Nunca he querido nada tanto.
Sus ojos reflejan su ardiente sinceridad y su deseo. Es básicamente lo que no entiendo. ¿Por qué yo? ¿Por qué no una de las quince? Oh, no… ¿En eso voy a convertirme? ¿En un número? ¿La dieciséis, nada menos?
—¿Qué pasó con las otras quince? —le pregunto de pronto.
Alza las cejas sorprendido y mueve la cabeza con expresión resignada.
—Cosas distintas, pero al fin y al cabo se reduce a… —Se detiene, creo que intentando encontrar las palabras—. Incompatibilidad.
Se encoge de hombros.
—¿Y crees que yo podría ser compatible contigo?
—Sí.
—Entonces ya no ves a ninguna de ellas.
—No,________. Soy monógamo.
Vaya… toda una noticia.
—Ya veo.
—Investiga un poco, _________.
Dejo el cuchillo y el tenedor. No puedo seguir comiendo.
—¿Ya has terminado? ¿Eso es todo lo que vas a comer?
Asiento. Me pone mala cara, pero decide callarse. Dejo escapar un pequeño suspiro de alivio. Con tanta información se me ha revuelto el estómago y estoy un poco mareada por el vino. Lo observo devorando todo lo que tiene en el plato.
Come como una lima. Debe de hacer mucho ejercicio para mantener la figura. De pronto recuerdo cómo le cae el pijama…, y la imagen me desconcentra. Me remuevo incómoda. Me mira y me ruborizo.
—Daría cualquier cosa por saber lo que estás pensando ahora mismo —murmura.
Me ruborizo todavía más.
Me lanza una sonrisa perversa.
—Ya me imagino… —me provoca.
—Me alegro de que no puedas leerme el pensamiento.
—El pensamiento no, _______, pero tu cuerpo… lo conozco bastante bien desde ayer —me dice en tono sugerente.
¿Cómo puede cambiar de humor tan rápido? Es tan volátil… Cuesta mucho seguirle el ritmo.
Llama a la camarera y le pide la cuenta. Cuando ha pagado, se levanta y me tiende la mano.
—Vamos.
Me coge de la mano y volvemos al coche. Lo inesperado de él es este contacto de su piel, normal, íntimo. No puedo reconciliar este gesto corriente y tierno con lo que quiere hacer en aquel cuarto… el cuarto rojo del dolor.
Hacemos el viaje de Olympia a Vancouver en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. Cuando aparca frente a la puerta de casa, son las cinco de la tarde. Las luces están encendidas, así que Perrie está dentro, sin duda empaquetando, a menos que Elliot todavía no se haya marchado. Harry apaga el motor, y entonces caigo en la cuenta de que tengo que separarme de él.
—¿Quieres entrar? —le pregunto.
No quiero que se marche. Quiero seguir más tiempo con él.
—No. Tengo trabajo —me dice mirándome con expresión insondable.
Me miro las manos y entrelazo los dedos. De pronto me pongo en plan sensiblero. Se va a marchar. Me coge de la mano, se la lleva lentamente a la boca y me la besa con ternura, un gesto dulce y pasado de moda. Me da un vuelco el corazón.
—Gracias por este fin de semana, ________. Ha sido… estupendo. ¿Nos vemos el miércoles? Pasaré a buscarte por el trabajo o por donde me digas.
—Nos vemos el miércoles —susurro.
Vuelve a besarme la mano y me la deja en el regazo. Sale del coche, se acerca a mi puerta y me la abre. ¿Por qué de pronto me siento huérfana? Se me hace un nudo en la garganta. No quiero que me vea así. Sonrío forzadamente, salgo del coche y me dirijo a la puerta sabiendo que tengo que enfrentarme a Perrie. A medio camino me giro y lo miro. Alegra esa cara, Steele, me riño a mí misma.
—Ah… por cierto, me he puesto unos calzoncillos tuyos.
Le sonrío y tiro de la goma de los calzoncillos para que los vea. Harry abre la boca, sorprendido. Una reacción genial. Mi humor cambia de inmediato y entro en casa pavoneándome. Una parte de mí quiere levantar el puño y dar un salto. ¡SÍ! La diosa que llevo dentro está encantada.
Perrie está en el comedor metiendo sus libros en cajas.
—¿Ya estás aquí? ¿Dónde está Harry? ¿Cómo estás? —me pregunta en tono febril, nervioso.
Viene hacia mí, me coge por los hombros y examina minuciosamente mi cara antes incluso de que la haya saludado.
Mierda… Tengo que lidiar con la insistencia y la tenacidad de Perrie, y llevo en el bolso un documento legal firmado que dice que no puedo hablar. No es una saludable combinación.
—Bueno, ¿cómo ha ido? No he dejado de pensar en ti todo el rato… después de que Elliot se marchara, claro —me dice sonriendo con picardía.
No puedo evitar sonreír por su preocupación y su acuciante curiosidad, pero de pronto me da vergüenza y me ruborizo. Lo que ha sucedido ha sido muy íntimo. Ver y saber lo que Harry esconde. Pero tengo que darle algunos detalles, porque si no, no va a dejarme en paz.
—Ha ido bien, Perrie. Muy bien, creo —le digo en tono tranquilo, intentando ocultar mi sonrisa.
—¿Estás segura?
—No tengo nada con lo que compararlo, ¿verdad? —le digo encogiéndome de hombros a modo de disculpa.
—¿Te has corrido?
Maldita sea, qué directa es. Me pongo roja.
—Sí —murmuro nerviosa.
Perrie me empuja hasta el sofá y nos sentamos. Me coge de las manos.
—Muy bien. —Me mira como si no se lo creyera—. Ha sido tu primera vez. Uau…Harry debe de saber lo que se hace.
Oh, Perrie, si tú supieras…
—Mi primera vez fue terrorífica —sigue diciendo, poniendo cara triste de máscara de comedia.
—¿Sí?
Me interesa. Nunca me lo había contado.
—Sí. Steve Patrone. En el instituto. Un atleta gilipollas. —Encoge los hombros—. Fue muy brusco, y yo no estaba preparada. Estábamos los dos borrachos. Ya sabes… el típico desastre adolescente después de la fiesta de fin de curso. Uf, tardé meses en decidirme a volver a intentarlo. Y no con ese inútil. Yo era demasiado joven. Has hecho bien en esperar.
—Perrie, eso suena espantoso.
Parece melancólica.
—Sí, tardé casi un año en tener mi primer orgasmo con penetración, y llegas tú… y a la primera.
Asiento con timidez. La diosa que llevo dentro está sentada en la postura del loto y parece serena, aunque tiene una astuta sonrisa autocomplaciente en la cara.
—Me alegro de que hayas perdido la virginidad con un hombre que sabe lo que se hace. —Me guiña un ojo—. ¿Y cuándo vuelves a verlo?
—El miércoles. Iremos a cenar.
—Así que todavía te gusta…
—Sí, pero no sé qué va a pasar.
—¿Por qué?
—Es complicado, Perrie. Ya sabes… Su mundo es totalmente diferente del mío.
Buena excusa. Y creíble. Mucho mejor que «tiene un cuarto rojo del dolor y quiere convertirme en su esclava sexual».
—Vamos, por favor, no permitas que el dinero sea un problema, ____. Elliot me ha dicho que es muy raro que Harry salga con una chica.
—¿Eso te ha dicho? —le pregunto en tono demasiado agudo.
¡Se te ve el plumero, Steele! Mi subconsciente me mira moviendo su largo dedo y luego se transforma en la balanza de la justicia para recordarme que Harry podría demandarme si hablo demasiado. Ja… ¿Qué va a hacer? ¿Quedarse con todo mi dinero? Tengo que acordarme de buscar en Google «penas por incumplir un acuerdo de confidencialidad» cuando haga mi «investigación». Es como si me hubieran puesto deberes. Quizá hasta me saco un título. Me ruborizo recordando mi sobresaliente por el experimento en la bañera de esta mañana.
—_______, ¿qué pasa?
—Estaba recordando algo que me ha dicho Harry.
—Pareces distinta —me dice Perrie con cariño.
—Me siento distinta. Dolorida —le confieso.
—¿Dolorida?
—Un poco. Me ruborizo.
—Yo también. Hombres… —dice con una mueca de disgusto—. Son como animales.
Nos reímos las dos.
—¿Tú también estás dolorida? —le pregunto sorprendida.
—Sí… de tanto darle.
Y me echo a reír.
—Cuéntame cosas de Elliot —le pido cuando paro por fin.
Siento que me relajo por primera vez desde que estaba haciendo cola en el lavabo del bar… antes de la llamada de teléfono con la que empezó todo esto… cuando admiraba al señor Styles desde la distancia. Días felices y sin complicaciones.
Perrie se ruboriza. Oh, Dios mío… Perrie Edwards se convierte en _____ Rose Steele. Me lanza una mirada ingenua. Nunca antes la había visto reaccionar así por un hombre. Abro tanto la boca que la mandíbula me llega al suelo. ¿Dónde está Perrie? ¿Qué habéis hecho con ella?
—______—me dice entusiasmada—, es tan… tan… Lo tiene todo. Y cuando… oh… es fantástico.
Está tan alterada que apenas puede hilvanar una frase.
—Creo que lo que intentas decirme es que te gusta.
Asiente y se ríe como una loca.
—He quedado con él el sábado. Nos ayudará con la mudanza.
Junta las manos, se levanta del sofá y se dirige a la ventana haciendo piruetas. La mudanza. Mierda, lo había olvidado, y eso que hay cajas por todas partes.
—Muy amable por su parte —le digo.
Así lo conoceré. Quizá pueda darme más pistas sobre su extraño e inquietante hermano.
—Bueno, ¿qué hicisteis anoche? —le pregunto.
Ladea la cabeza hacia mí y alza las cejas en un gesto que viene a decir: «¿Tú qué crees, idiota?».
—Más o menos lo mismo que vosotros, pero nosotros cenamos antes —me dice riéndose—. ¿De verdad estás bien? Pareces un poco agobiada.
—Estoy agobiada. Harry es muy intenso.
—Sí, ya me hice una idea. Pero ¿se ha portado bien contigo?
—Sí —la tranquilizo—. Me muero de hambre. ¿Quieres que prepare algo?
Asiente y mete un par de libros en una caja.
—¿Qué quieres hacer con los libros de catorce mil dólares? —me pregunta.
—Se los voy a devolver.
—¿De verdad?
—Es un regalo exagerado. No puedo aceptarlo, y menos ahora.
Sonrío, y Perrie asiente con la cabeza.
—Lo entiendo. Han llegado un par de cartas para ti, y José no ha dejado de llamar. Parecía desesperado.
—Lo llamaré —murmuro evasiva.
Si le cuento a Perrie lo de José, se lo merienda. Cojo las cartas de la mesa y las abro.
—Vaya, ¡tengo entrevistas! Dentro de dos semanas, en Seattle, para hacer las prácticas.
—¿Con qué editorial?
—Con las dos.
—Te dije que tu expediente académico te abriría puertas, ______.
Perrie ya tiene su puesto para hacer las prácticas en The Seattle Times, por supuesto. Su padre conoce a alguien que conoce a alguien.
—¿Qué le parece a Elliot que te vayas de vacaciones? —le pregunto.
Perrie se dirige hacia la cocina, y por primera vez desde que he llegado parece desconsolada.
—Lo entiende. Una parte de mí no quiere marcharse, pero es tentador tumbarse al sol un par de semanas. Además, mi madre no deja de insistir, porque cree que serán nuestras últimas vacaciones en familia antes de que Ethan y yo empecemos a trabajar en serio.
Nunca he salido del Estados Unidos continental. Perrie se va dos semanas a Barbados con sus padres y su hermano, Ethan. Pasaré dos semanas sola, sin Perrie, en la nueva casa. Será raro. Ethan ha estado viajando por el mundo desde el año pasado, después de graduarse. Por un momento me pregunto si lo veré antes de que se vayan de vacaciones. Es un tipo majísimo. El teléfono me saca de mi ensoñación.
—Será José.
Suspiro. Sé que tengo que hablar con él. Levanto el teléfono.
—Hola.
—¡________, has vuelto! —exclama José aliviado.
—Obviamente —le contesto con cierto sarcasmo.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Puedo verte? Siento mucho lo del viernes. Estaba borracho… y tú… bueno. _________, perdóname, por favor.
—Claro que te perdono, José. Pero que no se repita. Sabes cuáles son mis sentimientos por ti.
Suspira profundamente, con tristeza.
—Lo sé, ______. Pero pensé que si te besaba, quizá tus sentimientos cambiarían.
—José, te quiero mucho, eres muy importante para mí. Eres como el hermano que nunca he tenido. Y eso no va a cambiar. Lo sabes.
Siento hacerle daño, pero es la verdad.
—Entonces, ¿sales con él? —me pregunta con desdén.
—José, no salgo con nadie.
—Pero has pasado la noche con él.
—¡No es asunto tuyo!
—¿Es por el dinero?
—¡José! ¿Cómo te atreves? —le grito, atónita por su atrevimiento.
—________ —dice con voz quejumbrosa, en tono de disculpa.
Ahora mismo no estoy para aguantar sus mezquinos celos. Sé que está dolido, pero ya tengo bastante con lidiar con Harry Styles.
—Quizá podríamos tomar un café mañana. Te llamaré —le digo en tono conciliador.
Es mi amigo y le tengo mucho cariño, pero en estos momentos no estoy para aguantar estas cosas.
—Vale, mañana. ¿Me llamas tú?
Su voz esperanzada me conmueve.
—Sí… Buenas noches, José.
Cuelgo sin esperar su respuesta.
—¿De qué va todo esto? —me pregunta Perrie con las manos en las caderas.
Decido que lo mejor es decirle la verdad. Parece más obstinada que nunca.
—El viernes intentó besarme.
—¿José? ¿Y Harry Styles? ____, tus feromonas deben de estar haciendo horas extras. ¿En qué estaba pensando ese imbécil?
Mueve la cabeza enfadada y sigue empaquetando.
Tres cuartos de hora después hacemos una pausa para degustar la especialidad de la casa, mi lasaña. Perrie abre una botella de vino y nos sentamos a comer entre las cajas, bebiendo vino tinto barato y viendo programas de televisión basura. La normalidad. Es bien recibida y tranquilizadora después de las últimas cuarenta y ocho horas de… locura. Es mi primera comida en dos días sin preocupaciones, sin que me insistan y en paz. ¿Qué problema tiene Harry con la comida? Perrie recoge los platos mientras yo acabo de empaquetar lo que queda en el salón. Solo hemos dejado el sofá, la tele y la mesa. ¿Qué más podríamos necesitar? Solo falta por empaquetar el contenido de nuestras habitaciones y la cocina, y tenemos toda la semana por delante.
Vuelve a sonar el teléfono. Es Elliot. Perrie me guiña un ojo y se mete en su habitación dando saltitos como una quinceañera. Sé que debería estar escribiendo su discurso por haber sido la mejor alumna de la promoción, pero parece que Elliot
es más importante. ¿Qué pasa con los Styles? ¿Qué los hace tan absorbentes, tan devoradores y tan irresistibles? Doy otro trago de vino.
Hago zapping en busca de algún programa, pero en el fondo sé que estoy demorándome a propósito. El contrato echa humo dentro de mi bolso. ¿Tendré las fuerzas y lo que hay que tener para leerlo esta noche?
Apoyo la cabeza en las manos. Tanto José como Harry quieren algo de mí. Con José es fácil, pero Harry… Manejar y entender a Harry es otra cosa. Una parte de mí quiere salir corriendo y esconderse. ¿Qué voy a hacer? Pienso en sus ardientes ojos verdes, en su intensa y provocativa mirada, y me pongo tensa. Sofoco un grito. Ni siquiera está aquí y ya estoy a cien. No puede ser solo sexo, ¿verdad? Pienso en sus bromas amables de esta mañana, en el desayuno, en su alegría al verme encantada con el viaje en helicóptero, en cómo tocaba el piano, esa música tan triste, dulce y conmovedora…
Es un hombre muy complicado. Y ahora he empezado a entender por qué. Un chico privado de adolescencia, del que abusa sexualmente una malvada señora Robinson… No es extraño que parezca mayor de lo que es. Me entristece pensar en lo que debe de haber pasado. Soy demasiado ingenua para saber exactamente de qué se trata, pero la investigación arrojará algo de luz. Aunque ¿de verdad quiero saber? ¿Quiero explorar ese mundo del que no sé nada? Es un paso muy importante.
Si no lo hubiera conocido, seguiría tan feliz, ajena a todo esto. Mi mente se traslada a la noche de ayer y a esta mañana… a la increíble y sensual sexualidad que he experimentado. ¿Quiero despedirme de ella? ¡No!, exclama mi subconsciente… La diosa que llevo dentro, sumida en un silencio zen, asiente para mostrar que está de acuerdo con ella.
Perrie vuelve al comedor sonriendo de oreja a oreja. Quizá esté enamorada. La miro boquiabierta. Nunca se ha comportado así.
—______, me voy a la cama. Estoy muy cansada.
—Yo también, Perrie.
Me abraza.
—Me alegro de que hayas vuelto sana y salva. Hay algo raro en Harry —añade en voz baja, en tono de disculpa.
Sonrío para tranquilizarla, aunque pienso: ¿Cómo demonios lo sabe? Por eso será una buenísima periodista, por su infalible intuición.
Cojo el bolso y me voy a mi habitación con paso desganado. Los esfuerzos sexuales de las últimas horas y el total y absoluto dilema al que me enfrento me han dejado agotada. Me siento en la cama, saco con cautela del bolso el sobre de papel manila y le doy vueltas entre las manos. ¿Estoy segura de que quiero saber hasta dónde llega la depravación de Harry? Resulta tan intimidante… Respiro hondo y rasgo el sobre con el corazón en un puño.
NOTA: Aquí les dejo 2 cap. están buenisimos
PaulaC0223
Re: 50 Sombras De Styles (Harry Styles y tu)(ADPATADA)(HOT)
Capítulo 11
En el sobre hay varios papeles. Los saco, con el corazón latiéndome muy deprisa, me siento en la cama y empiezo a leer.
CONTRATOA día___________ de 2011 («fecha de inicio») ENTREEL SR. HARRY STYLES, con domicilio en el Escala 301, Seattle, 98889 Washington («el Amo»)Y LA SRTA. ________ STEELE, con domicilio en SW Green Street 1114, apartamento 7, Haven Heights, Vancouver, 98888 Washington(«la Sumisa»)LAS PARTES ACUERDAN LO SIGUIENTE1. Los puntos siguientes son los términos de un contrato vinculante entre el Amo y la Sumisa. TÉRMINOS FUNDAMENTALES2. El propósito fundamental de este contrato es permitir que la Sumisa explore su sensualidad y sus límites de forma segura, con el debido respeto y miramiento por sus necesidades, sus límites y su bienestar.3. El Amo y la Sumisa acuerdan y admiten que todo lo que suceda bajo los términos de este contrato será consensuado y confidencial, y estará sujeto a los límites acordados y a los procedimientos de seguridad que se contemplan en este contrato. Pueden añadirse límites y procedimientos de seguridad adicionales.4. El Amo y la Sumisa garantizan que no padecen infecciones sexuales ni enfermedades graves, incluyendo VIH, herpes y hepatitis, entre otras. Si durante la vigencia del contrato (como se define abajo) o de cualquier ampliación del mismo una de las partes es diagnosticada o tiene conocimiento de padecer alguna de estas enfermedades, se compromete a informar a la otra inmediatamente y en todo caso antes de que se produzca cualquier tipo de contacto entre las partes.5. Es preciso cumplir las garantías y los acuerdos anteriormente mencionados (y todo límite y procedimiento de seguridad adicional acordado en la cláusula 3). Toda infracción invalidará este contrato con carácter inmediato, y ambas partes aceptan asumir totalmente ante la otra las consecuencias de la infracción.6. Todos los puntos de este contrato deben leerse e interpretarse a la luz del propósito y los términos fundamentales establecidos en las cláusulas
2-5.FUNCIONES7. El Amo será responsable del bienestar y del entrenamiento, la orientación y la disciplina de la Sumisa. Decidirá el tipo de entrenamiento, la orientación y la disciplina, y el momento y el lugar de administrarlos, atendiendo a los términos acordados, los límites y los procedimientos de seguridad establecidos en este contrato o añadidos en la cláusula 3.8. Si en algún momento el Amo no mantiene los términos acordados, los límites y los procedimientos de seguridad establecidos en este contrato o añadidos en la cláusula 3, la Sumisa tiene derecho a finalizar este contrato inmediatamente y a abandonar su servicio al Amo sin previo aviso.9. Atendiendo a esta condición y a las cláusulas 2-5, la Sumisa tiene que obedecer en todo al Amo. Atendiendo a los términos acordados, los límites y los procedimientos de seguridad establecidos en este contrato o añadidos en la cláusula 3, debe ofrecer al Amo, sin preguntar ni dudar, todo el placer que este le exija, y debe aceptar, sin preguntar ni dudar, el entrenamiento, la orientación y la disciplina en todas sus formas. INICIO Y VIGENCIA 10. El Amo y la Sumisa firman este contrato en la fecha de inicio, conscientes de su naturaleza y comprometiéndose a acatar sus condiciones sin excepción.11. Este contrato será efectivo durante un periodo de tres meses desde la fecha de inicio («vigencia del contrato»). Al expirar la vigencia, las partes comentarán si este contrato y lo dispuesto por ellos en el mismo son satisfactorios y si se han satisfecho las necesidades de cada parte. Ambas partes pueden proponer ampliar el contrato y ajustar los términos o los acuerdos que en él se establecen. Si no se llega a un acuerdo para ampliarlo, este contrato concluirá y ambas partes serán libres para seguir su vida por separado.DISPONIBILIDAD12. La Sumisa estará disponible para el Amo desde el viernes por la noche hasta el domingo por la tarde, todas las semanas durante la vigencia del contrato, a horas a especificar por el Amo («horas asignadas»). Pueden acordarse mutuamente más horas asignadas adicionales.13. El Amo se reserva el derecho a rechazar el servicio de la Sumisa en cualquier momento y por las razones que sean. La Sumisa puede solicitar su liberación en cualquier momento, liberación que quedará a criterio del Amo y estará exclusivamente sujeta a los derechos de la Sumisa contemplados en las cláusulas 2-5 y 8.UBICACIÓN14. La Sumisa estará disponible a las horas asignadas y a las horas adicionales en los lugares que determine el Amo. El Amo correrá con todos los costes de viaje en los que incurra la Sumisa con este fin. PRESTACIÓN DE SERVICIOS15. Las dos partes han discutido y acordado las siguientes prestaciones de servicios, y ambas deberán cumplirlas durante la vigencia del contrato. Ambas partes aceptan que pueden surgir cuestiones no contempladas en los términos de este contrato ni en la prestación de servicios, y que determinadas cuestiones podrán renegociarse. En estas circunstancias, podrán proponerse cláusulas adicionales a modo de enmienda. Ambas partes deberán acordar, redactar y firmar toda cláusula adicional o enmienda, que estará sujeta a los términos fundamentales establecidos en las cláusulas 2-5.AMO15.1. El Amo debe priorizar en todo momento la salud y la seguridad de la Sumisa. El Amo en ningún momento exigirá, solicitará, permitirá ni pedirá a la Sumisa que participe en las actividades detalladas en el Apéndice 2 o en toda actividad que cualquiera de las dos partes considere insegura. El Amo no llevará a cabo, ni permitirá que se lleve a cabo, ninguna actividad que pueda herir gravemente a la Sumisa o poner en peligro su vida. Los restantes subapartados de esta cláusula 15 deben leerse atendiendo a esta condición y a los acuerdos fundamentales de las cláusulas 2-5.15.2. El Amo acepta el control, el dominio y la disciplina de la Sumisa durante la vigencia del contrato. El Amo puede utilizar el cuerpo de la Sumisa en cualquier momento durante las horas asignadas, o en horas adicionales acordadas, de la manera que considere oportuno, en el sexo o en cualquier otro ámbito.15.3. El Amo ofrecerá a la Sumisa el entrenamiento y la orientación necesarios para servir adecuadamente al Amo.15.4. El Amo mantendrá un entorno estable y seguro en el que la Sumisa pueda llevar a cabo sus obligaciones para servir al Amo.15.5. El Amo puede disciplinar a la Sumisa cuanto sea necesario para asegurarse de que la Sumisa entiende totalmente su papel de sumisión al Amo y para desalentar conductas inaceptables. El Amo puede azotar, zurrar, dar latigazos y castigar físicamente a la Sumisa si lo considera oportuno por motivos de disciplina, por placer o por cualquier otra razón, que no está obligado a exponer.15.6. En el entrenamiento y en la administración de disciplina, el Amo garantizará que no queden marcas en el cuerpo de la Sumisa ni heridas que exijan atención médica.15.7. En el entrenamiento y en la administración de disciplina, el Amo garantizará que la disciplina y los instrumentos utilizados para administrarla sean seguros, no los utilizará de manera que provoquen daños serios y en ningún caso podrá traspasar los límites establecidos y detallados en este contrato.15.8. En caso de enfermedad o herida, el Amo cuidará a la Sumisa, vigilará su salud y su seguridad, y solicitará atención médica cuando lo considere necesario.15.9. El Amo cuidará de su propia salud y buscará atención médica cuando sea necesario para evitar riesgos.15.10. El Amo no prestará su Sumisa a otro Amo.15.11. El Amo podrá sujetar, esposar o atar a la Sumisa en todo momento durante las horas asignadas o en cualquier hora adicional por cualquier razón y por largos periodos de tiempo, prestando la debida atención a la salud y la seguridad de la Sumisa.15.12. El Amo garantizará que todo el equipamiento utilizado para el entrenamiento y la disciplina se mantiene limpio, higiénico y seguro en todo momento.SUMISA15.13. La Sumisa acepta al Amo como su dueño y entiende que ahora es de su propiedad y que está a su disposición cuando al Amo le plazca durante la vigencia del contrato en general, pero especialmente en las horas asignadas y en las horas adicionales acordadas.15.14. La Sumisa obedecerá las normas establecidas en el Apéndice 1 de este contrato.15.15. La Sumisa servirá al Amo en todo aquello que el Amo considere oportuno y debe hacer todo lo posible por complacer al Amo en todo momento.15.16. La Sumisa tomará las medidas necesarias para cuidar su salud, solicitará o buscará atención médica cuando la necesite, y en todo momento mantendrá informado al Amo de cualquier problema de salud que pueda surgir.15.17. La Sumisa garantizará que toma anticonceptivos orales, y que los toma como y cuando es debido para evitar quedarse embarazada.15.18. La Sumisa aceptará sin cuestionar todas y cada una de las acciones disciplinarias que el Amo considere necesarias, y en todo momento recordará su papel y su función ante el Amo.15.19. La Sumisa no se tocará ni se proporcionará placer sexual sin el permiso del Amo.15.20. La Sumisa se someterá a toda actividad sexual que exija el Amo, sin dudar y sin discutir.15.21. La Sumisa aceptará azotes, zurras, bastonazos, latigazos o cualquier otra disciplina que el Amo decida administrar, sin dudar, preguntar ni quejarse.15.22. La Sumisa no mirará directamente a los ojos al Amo excepto cuando se le ordene. La Sumisa debe agachar los ojos, guardar silencio y mostrarse respetuosa en presencia del Amo.15.23. La Sumisa se comportará siempre con respeto hacia el Amo y solo se dirigirá a él como señor, señor Styles o cualquier otro apelativo que le ordene el Amo.15.24. La Sumisa no tocará al Amo sin su expreso consentimiento.ACTIVIDADES16. La Sumisa no participará en actividades o actos sexuales que cualquiera de las dos partes considere inseguras ni en las actividades detalladas en el Apéndice 2.17. El Amo y la Sumisa han comentado las actividades establecidas en el Apéndice 3 y hacen constar por escrito en el Apéndice 3 su acuerdo al respecto. PALABRAS DE SEGURIDAD18. El Amo y la Sumisa admiten que el Amo puede solicitar a la Sumisa acciones que no puedan llevarse a cabo sin incurrir en daños físicos, mentales, emocionales, espirituales o de otro tipo en el momento en que se le solicitan. En este tipo de circunstancias, la Sumisa puede utilizar una palabra de seguridad. Se incluirán dos palabras de seguridad en función de la intensidad de las demandas.19. Se utilizará la palabra de seguridad «Amarillo» para indicar al Amo que la Sumisa está llegando al límite de resistencia.20. Se utilizará la palabra de seguridad «Rojo» para indicar al Amo que la Sumisa ya no puede tolerar más exigencias. Cuando se diga esta palabra, la acción del Amo cesará totalmente con efecto inmediato.CONCLUSIÓN21. Los abajo firmantes hemos leído y entendido totalmente lo que estipula este contrato. Aceptamos libremente los términos de este contrato y con nuestra firma damos nuestra conformidad.
El Amo: Harry Styles Fecha
La Sumisa: ______ SteeleFecha
APÉNDICE 1NORMAS Obediencia: La Sumisa obedecerá inmediatamente todas las instrucciones del Amo, sin dudar, sin reservas y de forma expeditiva. La Sumisa aceptará toda actividad sexual que el Amo considere oportuna y placentera, excepto las actividades contempladas en los límites infranqueables (Apéndice 2). Lo hará con entusiasmo y sin dudar. Sueño: La Sumisa garantizará que duerme como mínimo ocho horas diarias cuando no esté con el Amo. Comida: Para cuidar su salud y su bienestar, la Sumisa comerá frecuentemente los alimentos incluidos en una lista (Apéndice 4). La Sumisa no comerá entre horas, a excepción de fruta. Ropa: Durante la vigencia del contrato, la Sumisa solo llevará ropa que el Amo haya aprobado. El Amo ofrecerá a la Sumisa un presupuesto para ropa, que la Sumisa debe utilizar. El Amo acompañará a la Sumisa a comprar ropa cuando sea necesario. Si el Amo así lo exige, mientras el contrato esté vigente, la Sumisa se pondrá los adornos que le exija el Amo, en su presencia o en cualquier otro momento que el Amo considere oportuno. Ejercicio: El Amo proporcionará a la Sumisa un entrenador personal cuatro veces por semana, en sesiones de una hora, a horas convenidas por el entrenador personal y la Sumisa. El entrenador personal informará al Amo de los avances de la Sumisa. Higiene personal y belleza: La Sumisa estará limpia y depilada en todo momento. La Sumisa irá a un salón de belleza elegido por el Amo cuando este lo decida y se someterá a cualquier tratamiento que el Amo considere oportuno. El Amo correrá con todos los gastos. Seguridad personal: La Sumisa no beberá en exceso, ni fumará, ni tomará sustancias psicotrópicas, ni correrá riesgos innecesarios. Cualidades personales: La Sumisa solo mantendrá relaciones sexuales con el Amo. La Sumisa se comportará en todo momento con respeto y humildad. Debe comprender que su conducta influye directamente en la del Amo. Será responsable de cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo cuando el Amo no esté presente. El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo.
APÉNDICE 2Límites infranqueables Actos con fuego. Actos con orina, defecación y excrementos. Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre. Actos con instrumental médico ginecológico. Actos con niños y animales. Actos que dejen marcas permanentes en la piel. Actos relativos al control de la respiración. Actividad que implique contacto directo con corriente eléctrica (tanto alterna como continua), fuego o llamas en el cuerpo.
APÉNDICE 3Límites tolerables A discutir y acordar por ambas partes: ¿Acepta la Sumisa lo siguiente? • Masturbación• Penetración vaginal• Cunnilingus• Fisting vaginal• Felación• Penetración anal• Ingestión de semen• Fisting anal ¿Acepta la Sumisa lo siguiente? • Vibradores• Consoladores• Tapones anales• Otros juguetes vaginales/anales ¿Acepta la Sumisa lo siguiente?
• Bondage con cuerda• Bondage con cinta adhesiva• Bondage con muñequeras • Otros tipos de bondage de cuero• Bondage con esposas y grilletes ¿Acepta la Sumisa los siguientes tipos de bondage? • Manos al frente• Muñecas con tobillos• Tobillos• A objetos, muebles, etc.• Codos• Barras rígidas• Manos a la espalda• Suspensión• Rodillas ¿Acepta la Sumisa que se le venden los ojos? ¿Acepta la Sumisa que se la amordace? ¿Cuánto dolor está dispuesta a experimentar la Sumisa? 1 equivale a que le gusta mucho y 5, a que le disgusta mucho: 1 — 2 — 3 — 4 — 5 ¿Acepta la Sumisa las siguientes formas de dolor/castigo/disciplina?• Azotes• Azotes con pala• Latigazos• Azotes con vara• Mordiscos• Pinzas para pezones• Pinzas genitales• Hielo• Cera caliente• Otros tipos/métodos de dolor
Dios mío. Ni siquiera tengo fuerzas para echar un vistazo a la lista de los alimentos. Trago saliva y tengo la boca seca. Vuelvo a leerlo.
Me da vueltas la cabeza. ¿Cómo voy a aceptar todo esto? Y al parecer es en mi beneficio, para que explore mi sensualidad y mis límites de forma segura… ¡Por favor! Es de risa. Servirlo y obedecerlo en todo. ¡En todo! Muevo la cabeza sin terminar de creérmelo. En realidad, ¿los votos del matrimonio no utilizan palabras como… obediencia? Me desconcierta. ¿Todavía dicen eso las parejas? Solo tres meses… ¿Por eso ha habido tantas? ¿No se las queda mucho tiempo? ¿O ellas tuvieron bastante con tres meses? ¿Todos los fines de semana? Es demasiado. No podré ver a Perrie ni a los amigos que pueda hacer en mi nuevo trabajo, suponiendo que encuentre trabajo. Quizá debería reservarme un fin de semana al mes para mí. Quizá cuando tenga la regla… Parece… práctico. ¡Es mi dueño! ¡Tendré que hacer lo que le plazca! Dios mío.
Me estremezco al pensar en que me azote o me pegue. Probablemente los azotes no sean tan graves, aunque sí humillantes. ¿Y atarme? Bueno, ya me ha atado las manos. Fue… bueno, fue excitante, muy excitante, así que quizá tampoco sea tan grave. No me prestará a otro Amo… Maldita sea, por supuesto que no. Sería totalmente inaceptable. ¿Por qué me tomo siquiera la molestia de pensar en todo esto?
No puedo mirarlo a los ojos. ¡Qué raro! Es la única manera de tener alguna posibilidad de saber lo que está pensando. Pero ¿a quién intento engañar? Nunca sé lo que está pensando, pero me gusta mirarle a los ojos. Son bonitos, cautivadores, inteligentes, profundos y oscuros, con secretos de dominación. Pienso en su mirada ardiente, aprieto los muslos y me estremezco.
Y no puedo tocarlo. Bueno, esto no me sorprende. Y esas estúpidas normas…
No, no, no puedo. Me cubro la cara con las manos. No es manera de mantener una relación. Necesito dormir un poco. Estoy agotada. Las travesuras físicas que he hecho en las últimas veinticuatro horas han sido francamente agotadoras. Y mentalmente… Oh, es demasiado. Como diría José, una auténtica jodienda mental. Quizá por la mañana no me parezca una broma de mal gusto.
Me levanto y me cambio rápidamente. Quizá debería pedirle prestado a Perrie su pijama rosa de franela. Necesito el contacto de algo mimoso y tranquilizador. Voy al baño a lavarme los dientes en camiseta y pantalones cortos de pijama.
Me miro en el espejo del baño. No puedes estar planteándotelo en serio… Mi subconsciente parece cuerda y racional, no mordaz, como suele ser. La diosa que llevo dentro no deja de dar saltitos y palmas como una niña de cinco años. Por favor, di que sí… si no, acabaremos solas con un montón de gatos y tus novelas por única compañía.
El único hombre que me ha atraído, y llega con un maldito contrato, un látigo y un sinfín de puntos y cláusulas. Bueno, al menos he conseguido lo que quería este fin de semana. La diosa que llevo dentro deja de saltar y sonríe con serenidad. ¡Oh, sí…!, articula con los labios asintiendo con aire de suficiencia. Me ruborizo al recordar sus manos y su boca sobre mí, su cuerpo dentro del mío. Cierro los ojos y siento en lo más hondo la exquisita tensión de mis músculos. Quiero hacerlo una y otra vez. Quizá si solo me quedo con el sexo… ¿lo aceptaría? Me temo que no.
¿Soy sumisa? Quizá lo parezco. Quizá le di esa impresión en la entrevista. Soy tímida, sí… pero ¿sumisa? Dejo que perrie me avasalle… ¿Es lo mismo? Y esos límites tolerables… Alucino, aunque me tranquiliza saber que tenemos que discutirlos.
Vuelvo a mi habitación. Es demasiado en lo que pensar. Necesito aclararme, planteármelo por la mañana, cuando esté fresca. Guardo los transgresores documentos en el bolso. Mañana… mañana será otro día. Me meto en la cama, apago la luz y me tumbo mirando al techo. Ojalá no lo hubiera conocido nunca. La diosa que llevo dentro cabecea. Las dos sabemos que es mentira. Nunca me había sentido tan viva.
Cierro los ojos y me sumerjo en un sueño profundo en el que de vez en cuando veo camas de cuatro postes, grilletes e intensos ojos verdes.
A la mañana siguiente Perrie me despierta.
—______, llevo llamándote un buen rato. ¿Te has desmayado?
Mis ojos se niegan a abrirse. No solo se ha levantado, sino que ha salido a correr.
Echo un vistazo al despertador. Las ocho de la mañana. Vaya, he dormido más de nueve horas.
—¿Qué pasa? —balbuceo medio dormida.
—Ha llegado un tipo con un paquete para ti. Tienes que firmar.
—¿Qué?
—Vamos. Es grande. Parece interesante.
Da unos saltitos entusiasmada y vuelve al comedor. Salgo de la cama y cojo la bata, que está colgada en la puerta. En el comedor hay un chico elegante con coleta y una caja grande en las manos.
—Hola —murmuro.
—Te prepararé un té —me dice perrie metiéndose en la cocina.
—¿La señorita Steele?
E inmediatamente sé quién me manda el paquete.
—Sí —le contesto con recelo.
—Traigo un paquete para usted, pero tengo que instalarlo y enseñarle a utilizarlo.
—¿En serio? ¿A estas horas?
—Yo cumplo órdenes, señora.
Me dedica una sonrisa encantadora pero expeditiva, como diciendo que no le venga con chorradas.
¿Acaba de llamarme «señora»? ¿He envejecido diez años en una noche? De ser así, es culpa del contrato. Frunzo los labios disgustada.
—De acuerdo, ¿qué es?
—Un MacBook Pro.
—Cómo no —digo poniendo los ojos en blanco.
—Todavía no está en las tiendas, señora. Es lo último de Apple.
¿Por qué no me sorprende? Suspiro ruidosamente.
—Colóquelo ahí, en la mesa del comedor.
Voy a la cocina a reunirme con Perrie.
—¿Qué es? —me pregunta con los ojos brillantes.
Se ha hecho una coleta. También ella ha dormido bien.
—Un portátil de Harry.
—¿Por qué te manda un portátil? Sabes que puedes utilizar el mío.
No para lo que él tiene en mente.
—Bueno, es solo un préstamo. Quería que lo probara.
Mi excusa parece poco convincente, pero Perrie asiente. Vaya… He mentido a PERRIE EDWARDS. Una novedad. Me pasa mi taza de té.
El portátil es brillante, plateado y bastante bonito, con una pantalla grandísima. A Harry Styles le gustan las cosas a gran escala… Pienso en donde vive, en su casa.
—Lleva el último OS y todo un paquete de programas, más un disco duro de 1,5 terabytes, así que tendrá mucho espacio, 32 gigas de RAM… ¿Para qué va a utilizarlo?
—Bueno… para mandar e-mails.
—¡E-mails! —exclama pasmado, alzando las cejas con una ligera mirada demente.
—Y quizá navegar por internet… —añado encogiéndome de hombros, como disculpándome.
Suspira.
—Bueno, tiene rúter inalámbrico N, y lo he instalado con las especificaciones de su cuenta. Este cacharro está preparado para funcionar prácticamente en todo el mundo —me explica mirándolo con cierto deseo.
—¿Mi cuenta?
—Su nueva dirección de e-mail.
¿Tengo dirección de e-mail?
Pulsa un icono de la pantalla y sigue hablándome, pero yo ni caso. No entiendo una palabra de lo que dice y, para ser sincera, no me interesa. Dime solo cómo encenderlo y apagarlo… Lo demás ya lo descubriré. Al fin y al cabo, llevo cuatro años utilizando el de Perrie. Perrie silba impresionada en cuanto lo ve.
—Es tecnología de última generación —me dice alzando las cejas—. A la mayoría de las mujeres les regalan flores o alguna joya —me provoca intentando no sonreír.
Le pongo mala cara, pero no puedo aguantar seria. A las dos nos da un ataque de risa, y el tipo del ordenador nos mira perplejo, con la boca abierta. Termina y
me pide que firme el albarán de entrega.
Mientras Perrie lo acompaña a la puerta, me siento con mi taza de té, abro el programa de correo y descubro que está esperándome un e-mail de Harry. El corazón me da un brinco. Tengo un correo electrónico de Harry Styles. Lo abro, nerviosa.
De: Harry Styles Fecha: 22 de mayo de 2011 23:15
Para: ______ Steele
Asunto: Su nuevo ordenador
Querida señorita Steele: Confío en que haya dormido bien. Espero que haga buen uso de este portátil, como comentamos. Estoy impaciente por cenar con usted el miércoles. Hasta entonces, estaré encantado de contestar a cualquier pregunta vía e-mail, si lo desea.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Pulso «Responder».
De: _____ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:20
Para: Harry Styles
Asunto: Tu nuevo ordenador (en préstamo)
He dormido muy bien, gracias… por alguna extraña razón… Señor. Creí entender que el ordenador era en préstamo, es decir, no es mío. ____ Su respuesta llega casi al momento.
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:22
Para: ______Steele
Asunto: Su nuevo ordenador (en préstamo)
El ordenador es en préstamo. Indefinidamente, señorita Steele. Observo en su tono que ha leído la documentación que le di. ¿Tiene alguna pregunta?
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc. No puedo evitar sonreír.
De: ______ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:25
Para: Harry Styles
Asunto: Mentes inquisitivas
Tengo muchas preguntas, pero no me parece adecuado hacértelas vía e-mail, y algunos tenemos que trabajar para ganarnos la vida. No quiero ni necesito un ordenador indefinidamente. Hasta luego. Que tengas un buen día… Señor.
_____ Su respuesta vuelve a ser instantánea y hace que sonría.
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:26
Para: ______ Steele
Asunto: Tu nuevo ordenador (de nuevo en préstamo)
Hasta luego, nena.
P.D.: Yo también trabajo para ganarme la vida.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Cierro el ordenador sonriendo como una idiota. ¿Cómo puedo resistirme al juguetón Harry? Voy a llegar tarde al trabajo. Bueno, es mi última semana… Seguramente el señor y la señora Clayton harán un poco la vista gorda. Corro a la ducha sin poder quitarme la sonrisa de oreja a oreja. ¡Me ha escrito e-mails! Me siento como una niña aturdida. Y todas las angustias por el contrato desaparecen. Mientras me lavo el pelo, intento pensar en lo que podría preguntarle por e-mail, aunque seguramente estas cosas es mejor hablarlas. Supongamos que alguien hackea su cuenta… Me ruborizo solo de pensarlo. Me visto rápidamente, me despido a gritos de Perrie y salgo para trabajar mi última semana en Clayton’s.
José me llama a las once.
—Hola, ¿vamos a tomar un café?
Su tono es el del José de siempre, mi amigo José, no un… ¿cómo lo llamó Harry? Un pretendiente. Uf.
—Claro. Estoy en el trabajo. ¿Puedes pasarte por aquí, digamos, a las doce?
—Vale, nos vemos a las doce.
Cuelga y yo vuelvo a reponer las brochas y a pensar en Harry Styles y su contrato.
José es puntual. Entra en la tienda dando saltitos vacilantes como un cachorro de ojos oscuros.
—______.
En cuanto esboza su deslumbrante sonrisa hispanoamericana, se me pasa el enfado.
—Hola, José. —Lo abrazo—. Me muero de hambre. Voy a decirle a la señora Clayton que salgo a comer.
De camino a la cafetería, cojo a José del brazo. Me alegra mucho que actúe con… normalidad, como un amigo al que conozco y al que entiendo.
—_______—murmura—, ¿de verdad me has perdonado?
—José, sabes que nunca podré estar mucho tiempo enfadada contigo.
Sonríe.
Estoy impaciente por llegar a casa para ver si tengo un e-mail de Harry, y quizá pueda empezar mi investigación. Perrie ha salido, así que enciendo el nuevo ordenador y abro el programa de correo. Por supuesto, en la bandeja de entrada tengo un e-mail de Harry. Casi salto de la silla de alegría.
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:24
Para: _______ Steele
Asunto: Trabajar para ganarse la vida
Querida señorita Steele: Espero que haya tenido un buen día en el trabajo.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.Pulso «Responder».
De: _____Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:48
Para: Harry Styles
Asunto: Trabajar para ganarse la vida
Señor… He tenido un día excelente en el trabajo. Gracias.
______
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:50
Para: ______ Steele
Asunto: ¡A trabajar!
Señorita Steele: Me alegro mucho de que haya tenido un día excelente. Mientras escribe e-mails no está investigando.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: ____ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:53
Para: Harry Styles
Asunto: Pesado
Señor Styles: deja de mandarme e-mails y podré empezar a hacer los deberes. Me gustaría sacar otro sobresaliente. _____ Me abrazo a mí misma.
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:55 Para: _____ Steele
Asunto: Impaciente
Señorita Steele: Deje de escribirme e-mails… y haga los deberes. Me gustaría ponerle otro sobresaliente. El primero fue muy merecido.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc. Harry Styles
Acaba de enviarme un guiño… Madre mía. Abro el Google.
De: ____ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:59
Para: Harry Styles
Asunto: Investigación en internet
Señor Styles: ¿Qué me sugieres que ponga en el buscador?
_____
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 18:02
Para: _____ Steele
Asunto: Investigación en internet
Señorita Steele: Empiece siempre con la Wikipedia. No quiero más e-mails a menos que tenga preguntas. ¿Entendido?
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: _______ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 18:04
Para: Harry Styles
Asunto: ¡Autoritario!
Sí… señor. Eres muy autoritario.
______
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 18:06
Para: ______ Steele
Asunto: Controlando
____, no te imaginas cuánto. Bueno, quizá ahora te haces una ligera idea. Haz los deberes.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Tecleo «sumiso» en la Wikipedia.
Media hora después estoy un poco mareada y francamente impactada. ¿De verdad quiero meterme todo eso en la cabeza? ¿Es esto lo que hace en el cuarto rojo del dolor? Contemplo la pantalla, y una parte de mí, una húmeda parte de mí, de la que no he sido consciente hasta hace muy poco, se ha puesto a cien. Madre mía, algunas cosas son EXCITANTES. Pero ¿son para mí? Dios mío… ¿podría hacerlo? Necesito espacio. Tengo que pensar.
En el sobre hay varios papeles. Los saco, con el corazón latiéndome muy deprisa, me siento en la cama y empiezo a leer.
CONTRATOA día___________ de 2011 («fecha de inicio») ENTREEL SR. HARRY STYLES, con domicilio en el Escala 301, Seattle, 98889 Washington («el Amo»)Y LA SRTA. ________ STEELE, con domicilio en SW Green Street 1114, apartamento 7, Haven Heights, Vancouver, 98888 Washington(«la Sumisa»)LAS PARTES ACUERDAN LO SIGUIENTE1. Los puntos siguientes son los términos de un contrato vinculante entre el Amo y la Sumisa. TÉRMINOS FUNDAMENTALES2. El propósito fundamental de este contrato es permitir que la Sumisa explore su sensualidad y sus límites de forma segura, con el debido respeto y miramiento por sus necesidades, sus límites y su bienestar.3. El Amo y la Sumisa acuerdan y admiten que todo lo que suceda bajo los términos de este contrato será consensuado y confidencial, y estará sujeto a los límites acordados y a los procedimientos de seguridad que se contemplan en este contrato. Pueden añadirse límites y procedimientos de seguridad adicionales.4. El Amo y la Sumisa garantizan que no padecen infecciones sexuales ni enfermedades graves, incluyendo VIH, herpes y hepatitis, entre otras. Si durante la vigencia del contrato (como se define abajo) o de cualquier ampliación del mismo una de las partes es diagnosticada o tiene conocimiento de padecer alguna de estas enfermedades, se compromete a informar a la otra inmediatamente y en todo caso antes de que se produzca cualquier tipo de contacto entre las partes.5. Es preciso cumplir las garantías y los acuerdos anteriormente mencionados (y todo límite y procedimiento de seguridad adicional acordado en la cláusula 3). Toda infracción invalidará este contrato con carácter inmediato, y ambas partes aceptan asumir totalmente ante la otra las consecuencias de la infracción.6. Todos los puntos de este contrato deben leerse e interpretarse a la luz del propósito y los términos fundamentales establecidos en las cláusulas
2-5.FUNCIONES7. El Amo será responsable del bienestar y del entrenamiento, la orientación y la disciplina de la Sumisa. Decidirá el tipo de entrenamiento, la orientación y la disciplina, y el momento y el lugar de administrarlos, atendiendo a los términos acordados, los límites y los procedimientos de seguridad establecidos en este contrato o añadidos en la cláusula 3.8. Si en algún momento el Amo no mantiene los términos acordados, los límites y los procedimientos de seguridad establecidos en este contrato o añadidos en la cláusula 3, la Sumisa tiene derecho a finalizar este contrato inmediatamente y a abandonar su servicio al Amo sin previo aviso.9. Atendiendo a esta condición y a las cláusulas 2-5, la Sumisa tiene que obedecer en todo al Amo. Atendiendo a los términos acordados, los límites y los procedimientos de seguridad establecidos en este contrato o añadidos en la cláusula 3, debe ofrecer al Amo, sin preguntar ni dudar, todo el placer que este le exija, y debe aceptar, sin preguntar ni dudar, el entrenamiento, la orientación y la disciplina en todas sus formas. INICIO Y VIGENCIA 10. El Amo y la Sumisa firman este contrato en la fecha de inicio, conscientes de su naturaleza y comprometiéndose a acatar sus condiciones sin excepción.11. Este contrato será efectivo durante un periodo de tres meses desde la fecha de inicio («vigencia del contrato»). Al expirar la vigencia, las partes comentarán si este contrato y lo dispuesto por ellos en el mismo son satisfactorios y si se han satisfecho las necesidades de cada parte. Ambas partes pueden proponer ampliar el contrato y ajustar los términos o los acuerdos que en él se establecen. Si no se llega a un acuerdo para ampliarlo, este contrato concluirá y ambas partes serán libres para seguir su vida por separado.DISPONIBILIDAD12. La Sumisa estará disponible para el Amo desde el viernes por la noche hasta el domingo por la tarde, todas las semanas durante la vigencia del contrato, a horas a especificar por el Amo («horas asignadas»). Pueden acordarse mutuamente más horas asignadas adicionales.13. El Amo se reserva el derecho a rechazar el servicio de la Sumisa en cualquier momento y por las razones que sean. La Sumisa puede solicitar su liberación en cualquier momento, liberación que quedará a criterio del Amo y estará exclusivamente sujeta a los derechos de la Sumisa contemplados en las cláusulas 2-5 y 8.UBICACIÓN14. La Sumisa estará disponible a las horas asignadas y a las horas adicionales en los lugares que determine el Amo. El Amo correrá con todos los costes de viaje en los que incurra la Sumisa con este fin. PRESTACIÓN DE SERVICIOS15. Las dos partes han discutido y acordado las siguientes prestaciones de servicios, y ambas deberán cumplirlas durante la vigencia del contrato. Ambas partes aceptan que pueden surgir cuestiones no contempladas en los términos de este contrato ni en la prestación de servicios, y que determinadas cuestiones podrán renegociarse. En estas circunstancias, podrán proponerse cláusulas adicionales a modo de enmienda. Ambas partes deberán acordar, redactar y firmar toda cláusula adicional o enmienda, que estará sujeta a los términos fundamentales establecidos en las cláusulas 2-5.AMO15.1. El Amo debe priorizar en todo momento la salud y la seguridad de la Sumisa. El Amo en ningún momento exigirá, solicitará, permitirá ni pedirá a la Sumisa que participe en las actividades detalladas en el Apéndice 2 o en toda actividad que cualquiera de las dos partes considere insegura. El Amo no llevará a cabo, ni permitirá que se lleve a cabo, ninguna actividad que pueda herir gravemente a la Sumisa o poner en peligro su vida. Los restantes subapartados de esta cláusula 15 deben leerse atendiendo a esta condición y a los acuerdos fundamentales de las cláusulas 2-5.15.2. El Amo acepta el control, el dominio y la disciplina de la Sumisa durante la vigencia del contrato. El Amo puede utilizar el cuerpo de la Sumisa en cualquier momento durante las horas asignadas, o en horas adicionales acordadas, de la manera que considere oportuno, en el sexo o en cualquier otro ámbito.15.3. El Amo ofrecerá a la Sumisa el entrenamiento y la orientación necesarios para servir adecuadamente al Amo.15.4. El Amo mantendrá un entorno estable y seguro en el que la Sumisa pueda llevar a cabo sus obligaciones para servir al Amo.15.5. El Amo puede disciplinar a la Sumisa cuanto sea necesario para asegurarse de que la Sumisa entiende totalmente su papel de sumisión al Amo y para desalentar conductas inaceptables. El Amo puede azotar, zurrar, dar latigazos y castigar físicamente a la Sumisa si lo considera oportuno por motivos de disciplina, por placer o por cualquier otra razón, que no está obligado a exponer.15.6. En el entrenamiento y en la administración de disciplina, el Amo garantizará que no queden marcas en el cuerpo de la Sumisa ni heridas que exijan atención médica.15.7. En el entrenamiento y en la administración de disciplina, el Amo garantizará que la disciplina y los instrumentos utilizados para administrarla sean seguros, no los utilizará de manera que provoquen daños serios y en ningún caso podrá traspasar los límites establecidos y detallados en este contrato.15.8. En caso de enfermedad o herida, el Amo cuidará a la Sumisa, vigilará su salud y su seguridad, y solicitará atención médica cuando lo considere necesario.15.9. El Amo cuidará de su propia salud y buscará atención médica cuando sea necesario para evitar riesgos.15.10. El Amo no prestará su Sumisa a otro Amo.15.11. El Amo podrá sujetar, esposar o atar a la Sumisa en todo momento durante las horas asignadas o en cualquier hora adicional por cualquier razón y por largos periodos de tiempo, prestando la debida atención a la salud y la seguridad de la Sumisa.15.12. El Amo garantizará que todo el equipamiento utilizado para el entrenamiento y la disciplina se mantiene limpio, higiénico y seguro en todo momento.SUMISA15.13. La Sumisa acepta al Amo como su dueño y entiende que ahora es de su propiedad y que está a su disposición cuando al Amo le plazca durante la vigencia del contrato en general, pero especialmente en las horas asignadas y en las horas adicionales acordadas.15.14. La Sumisa obedecerá las normas establecidas en el Apéndice 1 de este contrato.15.15. La Sumisa servirá al Amo en todo aquello que el Amo considere oportuno y debe hacer todo lo posible por complacer al Amo en todo momento.15.16. La Sumisa tomará las medidas necesarias para cuidar su salud, solicitará o buscará atención médica cuando la necesite, y en todo momento mantendrá informado al Amo de cualquier problema de salud que pueda surgir.15.17. La Sumisa garantizará que toma anticonceptivos orales, y que los toma como y cuando es debido para evitar quedarse embarazada.15.18. La Sumisa aceptará sin cuestionar todas y cada una de las acciones disciplinarias que el Amo considere necesarias, y en todo momento recordará su papel y su función ante el Amo.15.19. La Sumisa no se tocará ni se proporcionará placer sexual sin el permiso del Amo.15.20. La Sumisa se someterá a toda actividad sexual que exija el Amo, sin dudar y sin discutir.15.21. La Sumisa aceptará azotes, zurras, bastonazos, latigazos o cualquier otra disciplina que el Amo decida administrar, sin dudar, preguntar ni quejarse.15.22. La Sumisa no mirará directamente a los ojos al Amo excepto cuando se le ordene. La Sumisa debe agachar los ojos, guardar silencio y mostrarse respetuosa en presencia del Amo.15.23. La Sumisa se comportará siempre con respeto hacia el Amo y solo se dirigirá a él como señor, señor Styles o cualquier otro apelativo que le ordene el Amo.15.24. La Sumisa no tocará al Amo sin su expreso consentimiento.ACTIVIDADES16. La Sumisa no participará en actividades o actos sexuales que cualquiera de las dos partes considere inseguras ni en las actividades detalladas en el Apéndice 2.17. El Amo y la Sumisa han comentado las actividades establecidas en el Apéndice 3 y hacen constar por escrito en el Apéndice 3 su acuerdo al respecto. PALABRAS DE SEGURIDAD18. El Amo y la Sumisa admiten que el Amo puede solicitar a la Sumisa acciones que no puedan llevarse a cabo sin incurrir en daños físicos, mentales, emocionales, espirituales o de otro tipo en el momento en que se le solicitan. En este tipo de circunstancias, la Sumisa puede utilizar una palabra de seguridad. Se incluirán dos palabras de seguridad en función de la intensidad de las demandas.19. Se utilizará la palabra de seguridad «Amarillo» para indicar al Amo que la Sumisa está llegando al límite de resistencia.20. Se utilizará la palabra de seguridad «Rojo» para indicar al Amo que la Sumisa ya no puede tolerar más exigencias. Cuando se diga esta palabra, la acción del Amo cesará totalmente con efecto inmediato.CONCLUSIÓN21. Los abajo firmantes hemos leído y entendido totalmente lo que estipula este contrato. Aceptamos libremente los términos de este contrato y con nuestra firma damos nuestra conformidad.
El Amo: Harry Styles Fecha
La Sumisa: ______ SteeleFecha
APÉNDICE 1NORMAS Obediencia: La Sumisa obedecerá inmediatamente todas las instrucciones del Amo, sin dudar, sin reservas y de forma expeditiva. La Sumisa aceptará toda actividad sexual que el Amo considere oportuna y placentera, excepto las actividades contempladas en los límites infranqueables (Apéndice 2). Lo hará con entusiasmo y sin dudar. Sueño: La Sumisa garantizará que duerme como mínimo ocho horas diarias cuando no esté con el Amo. Comida: Para cuidar su salud y su bienestar, la Sumisa comerá frecuentemente los alimentos incluidos en una lista (Apéndice 4). La Sumisa no comerá entre horas, a excepción de fruta. Ropa: Durante la vigencia del contrato, la Sumisa solo llevará ropa que el Amo haya aprobado. El Amo ofrecerá a la Sumisa un presupuesto para ropa, que la Sumisa debe utilizar. El Amo acompañará a la Sumisa a comprar ropa cuando sea necesario. Si el Amo así lo exige, mientras el contrato esté vigente, la Sumisa se pondrá los adornos que le exija el Amo, en su presencia o en cualquier otro momento que el Amo considere oportuno. Ejercicio: El Amo proporcionará a la Sumisa un entrenador personal cuatro veces por semana, en sesiones de una hora, a horas convenidas por el entrenador personal y la Sumisa. El entrenador personal informará al Amo de los avances de la Sumisa. Higiene personal y belleza: La Sumisa estará limpia y depilada en todo momento. La Sumisa irá a un salón de belleza elegido por el Amo cuando este lo decida y se someterá a cualquier tratamiento que el Amo considere oportuno. El Amo correrá con todos los gastos. Seguridad personal: La Sumisa no beberá en exceso, ni fumará, ni tomará sustancias psicotrópicas, ni correrá riesgos innecesarios. Cualidades personales: La Sumisa solo mantendrá relaciones sexuales con el Amo. La Sumisa se comportará en todo momento con respeto y humildad. Debe comprender que su conducta influye directamente en la del Amo. Será responsable de cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo cuando el Amo no esté presente. El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo.
APÉNDICE 2Límites infranqueables Actos con fuego. Actos con orina, defecación y excrementos. Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre. Actos con instrumental médico ginecológico. Actos con niños y animales. Actos que dejen marcas permanentes en la piel. Actos relativos al control de la respiración. Actividad que implique contacto directo con corriente eléctrica (tanto alterna como continua), fuego o llamas en el cuerpo.
APÉNDICE 3Límites tolerables A discutir y acordar por ambas partes: ¿Acepta la Sumisa lo siguiente? • Masturbación• Penetración vaginal• Cunnilingus• Fisting vaginal• Felación• Penetración anal• Ingestión de semen• Fisting anal ¿Acepta la Sumisa lo siguiente? • Vibradores• Consoladores• Tapones anales• Otros juguetes vaginales/anales ¿Acepta la Sumisa lo siguiente?
• Bondage con cuerda• Bondage con cinta adhesiva• Bondage con muñequeras • Otros tipos de bondage de cuero• Bondage con esposas y grilletes ¿Acepta la Sumisa los siguientes tipos de bondage? • Manos al frente• Muñecas con tobillos• Tobillos• A objetos, muebles, etc.• Codos• Barras rígidas• Manos a la espalda• Suspensión• Rodillas ¿Acepta la Sumisa que se le venden los ojos? ¿Acepta la Sumisa que se la amordace? ¿Cuánto dolor está dispuesta a experimentar la Sumisa? 1 equivale a que le gusta mucho y 5, a que le disgusta mucho: 1 — 2 — 3 — 4 — 5 ¿Acepta la Sumisa las siguientes formas de dolor/castigo/disciplina?• Azotes• Azotes con pala• Latigazos• Azotes con vara• Mordiscos• Pinzas para pezones• Pinzas genitales• Hielo• Cera caliente• Otros tipos/métodos de dolor
Dios mío. Ni siquiera tengo fuerzas para echar un vistazo a la lista de los alimentos. Trago saliva y tengo la boca seca. Vuelvo a leerlo.
Me da vueltas la cabeza. ¿Cómo voy a aceptar todo esto? Y al parecer es en mi beneficio, para que explore mi sensualidad y mis límites de forma segura… ¡Por favor! Es de risa. Servirlo y obedecerlo en todo. ¡En todo! Muevo la cabeza sin terminar de creérmelo. En realidad, ¿los votos del matrimonio no utilizan palabras como… obediencia? Me desconcierta. ¿Todavía dicen eso las parejas? Solo tres meses… ¿Por eso ha habido tantas? ¿No se las queda mucho tiempo? ¿O ellas tuvieron bastante con tres meses? ¿Todos los fines de semana? Es demasiado. No podré ver a Perrie ni a los amigos que pueda hacer en mi nuevo trabajo, suponiendo que encuentre trabajo. Quizá debería reservarme un fin de semana al mes para mí. Quizá cuando tenga la regla… Parece… práctico. ¡Es mi dueño! ¡Tendré que hacer lo que le plazca! Dios mío.
Me estremezco al pensar en que me azote o me pegue. Probablemente los azotes no sean tan graves, aunque sí humillantes. ¿Y atarme? Bueno, ya me ha atado las manos. Fue… bueno, fue excitante, muy excitante, así que quizá tampoco sea tan grave. No me prestará a otro Amo… Maldita sea, por supuesto que no. Sería totalmente inaceptable. ¿Por qué me tomo siquiera la molestia de pensar en todo esto?
No puedo mirarlo a los ojos. ¡Qué raro! Es la única manera de tener alguna posibilidad de saber lo que está pensando. Pero ¿a quién intento engañar? Nunca sé lo que está pensando, pero me gusta mirarle a los ojos. Son bonitos, cautivadores, inteligentes, profundos y oscuros, con secretos de dominación. Pienso en su mirada ardiente, aprieto los muslos y me estremezco.
Y no puedo tocarlo. Bueno, esto no me sorprende. Y esas estúpidas normas…
No, no, no puedo. Me cubro la cara con las manos. No es manera de mantener una relación. Necesito dormir un poco. Estoy agotada. Las travesuras físicas que he hecho en las últimas veinticuatro horas han sido francamente agotadoras. Y mentalmente… Oh, es demasiado. Como diría José, una auténtica jodienda mental. Quizá por la mañana no me parezca una broma de mal gusto.
Me levanto y me cambio rápidamente. Quizá debería pedirle prestado a Perrie su pijama rosa de franela. Necesito el contacto de algo mimoso y tranquilizador. Voy al baño a lavarme los dientes en camiseta y pantalones cortos de pijama.
Me miro en el espejo del baño. No puedes estar planteándotelo en serio… Mi subconsciente parece cuerda y racional, no mordaz, como suele ser. La diosa que llevo dentro no deja de dar saltitos y palmas como una niña de cinco años. Por favor, di que sí… si no, acabaremos solas con un montón de gatos y tus novelas por única compañía.
El único hombre que me ha atraído, y llega con un maldito contrato, un látigo y un sinfín de puntos y cláusulas. Bueno, al menos he conseguido lo que quería este fin de semana. La diosa que llevo dentro deja de saltar y sonríe con serenidad. ¡Oh, sí…!, articula con los labios asintiendo con aire de suficiencia. Me ruborizo al recordar sus manos y su boca sobre mí, su cuerpo dentro del mío. Cierro los ojos y siento en lo más hondo la exquisita tensión de mis músculos. Quiero hacerlo una y otra vez. Quizá si solo me quedo con el sexo… ¿lo aceptaría? Me temo que no.
¿Soy sumisa? Quizá lo parezco. Quizá le di esa impresión en la entrevista. Soy tímida, sí… pero ¿sumisa? Dejo que perrie me avasalle… ¿Es lo mismo? Y esos límites tolerables… Alucino, aunque me tranquiliza saber que tenemos que discutirlos.
Vuelvo a mi habitación. Es demasiado en lo que pensar. Necesito aclararme, planteármelo por la mañana, cuando esté fresca. Guardo los transgresores documentos en el bolso. Mañana… mañana será otro día. Me meto en la cama, apago la luz y me tumbo mirando al techo. Ojalá no lo hubiera conocido nunca. La diosa que llevo dentro cabecea. Las dos sabemos que es mentira. Nunca me había sentido tan viva.
Cierro los ojos y me sumerjo en un sueño profundo en el que de vez en cuando veo camas de cuatro postes, grilletes e intensos ojos verdes.
A la mañana siguiente Perrie me despierta.
—______, llevo llamándote un buen rato. ¿Te has desmayado?
Mis ojos se niegan a abrirse. No solo se ha levantado, sino que ha salido a correr.
Echo un vistazo al despertador. Las ocho de la mañana. Vaya, he dormido más de nueve horas.
—¿Qué pasa? —balbuceo medio dormida.
—Ha llegado un tipo con un paquete para ti. Tienes que firmar.
—¿Qué?
—Vamos. Es grande. Parece interesante.
Da unos saltitos entusiasmada y vuelve al comedor. Salgo de la cama y cojo la bata, que está colgada en la puerta. En el comedor hay un chico elegante con coleta y una caja grande en las manos.
—Hola —murmuro.
—Te prepararé un té —me dice perrie metiéndose en la cocina.
—¿La señorita Steele?
E inmediatamente sé quién me manda el paquete.
—Sí —le contesto con recelo.
—Traigo un paquete para usted, pero tengo que instalarlo y enseñarle a utilizarlo.
—¿En serio? ¿A estas horas?
—Yo cumplo órdenes, señora.
Me dedica una sonrisa encantadora pero expeditiva, como diciendo que no le venga con chorradas.
¿Acaba de llamarme «señora»? ¿He envejecido diez años en una noche? De ser así, es culpa del contrato. Frunzo los labios disgustada.
—De acuerdo, ¿qué es?
—Un MacBook Pro.
—Cómo no —digo poniendo los ojos en blanco.
—Todavía no está en las tiendas, señora. Es lo último de Apple.
¿Por qué no me sorprende? Suspiro ruidosamente.
—Colóquelo ahí, en la mesa del comedor.
Voy a la cocina a reunirme con Perrie.
—¿Qué es? —me pregunta con los ojos brillantes.
Se ha hecho una coleta. También ella ha dormido bien.
—Un portátil de Harry.
—¿Por qué te manda un portátil? Sabes que puedes utilizar el mío.
No para lo que él tiene en mente.
—Bueno, es solo un préstamo. Quería que lo probara.
Mi excusa parece poco convincente, pero Perrie asiente. Vaya… He mentido a PERRIE EDWARDS. Una novedad. Me pasa mi taza de té.
El portátil es brillante, plateado y bastante bonito, con una pantalla grandísima. A Harry Styles le gustan las cosas a gran escala… Pienso en donde vive, en su casa.
—Lleva el último OS y todo un paquete de programas, más un disco duro de 1,5 terabytes, así que tendrá mucho espacio, 32 gigas de RAM… ¿Para qué va a utilizarlo?
—Bueno… para mandar e-mails.
—¡E-mails! —exclama pasmado, alzando las cejas con una ligera mirada demente.
—Y quizá navegar por internet… —añado encogiéndome de hombros, como disculpándome.
Suspira.
—Bueno, tiene rúter inalámbrico N, y lo he instalado con las especificaciones de su cuenta. Este cacharro está preparado para funcionar prácticamente en todo el mundo —me explica mirándolo con cierto deseo.
—¿Mi cuenta?
—Su nueva dirección de e-mail.
¿Tengo dirección de e-mail?
Pulsa un icono de la pantalla y sigue hablándome, pero yo ni caso. No entiendo una palabra de lo que dice y, para ser sincera, no me interesa. Dime solo cómo encenderlo y apagarlo… Lo demás ya lo descubriré. Al fin y al cabo, llevo cuatro años utilizando el de Perrie. Perrie silba impresionada en cuanto lo ve.
—Es tecnología de última generación —me dice alzando las cejas—. A la mayoría de las mujeres les regalan flores o alguna joya —me provoca intentando no sonreír.
Le pongo mala cara, pero no puedo aguantar seria. A las dos nos da un ataque de risa, y el tipo del ordenador nos mira perplejo, con la boca abierta. Termina y
me pide que firme el albarán de entrega.
Mientras Perrie lo acompaña a la puerta, me siento con mi taza de té, abro el programa de correo y descubro que está esperándome un e-mail de Harry. El corazón me da un brinco. Tengo un correo electrónico de Harry Styles. Lo abro, nerviosa.
De: Harry Styles Fecha: 22 de mayo de 2011 23:15
Para: ______ Steele
Asunto: Su nuevo ordenador
Querida señorita Steele: Confío en que haya dormido bien. Espero que haga buen uso de este portátil, como comentamos. Estoy impaciente por cenar con usted el miércoles. Hasta entonces, estaré encantado de contestar a cualquier pregunta vía e-mail, si lo desea.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Pulso «Responder».
De: _____ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:20
Para: Harry Styles
Asunto: Tu nuevo ordenador (en préstamo)
He dormido muy bien, gracias… por alguna extraña razón… Señor. Creí entender que el ordenador era en préstamo, es decir, no es mío. ____ Su respuesta llega casi al momento.
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:22
Para: ______Steele
Asunto: Su nuevo ordenador (en préstamo)
El ordenador es en préstamo. Indefinidamente, señorita Steele. Observo en su tono que ha leído la documentación que le di. ¿Tiene alguna pregunta?
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc. No puedo evitar sonreír.
De: ______ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:25
Para: Harry Styles
Asunto: Mentes inquisitivas
Tengo muchas preguntas, pero no me parece adecuado hacértelas vía e-mail, y algunos tenemos que trabajar para ganarnos la vida. No quiero ni necesito un ordenador indefinidamente. Hasta luego. Que tengas un buen día… Señor.
_____ Su respuesta vuelve a ser instantánea y hace que sonría.
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:26
Para: ______ Steele
Asunto: Tu nuevo ordenador (de nuevo en préstamo)
Hasta luego, nena.
P.D.: Yo también trabajo para ganarme la vida.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Cierro el ordenador sonriendo como una idiota. ¿Cómo puedo resistirme al juguetón Harry? Voy a llegar tarde al trabajo. Bueno, es mi última semana… Seguramente el señor y la señora Clayton harán un poco la vista gorda. Corro a la ducha sin poder quitarme la sonrisa de oreja a oreja. ¡Me ha escrito e-mails! Me siento como una niña aturdida. Y todas las angustias por el contrato desaparecen. Mientras me lavo el pelo, intento pensar en lo que podría preguntarle por e-mail, aunque seguramente estas cosas es mejor hablarlas. Supongamos que alguien hackea su cuenta… Me ruborizo solo de pensarlo. Me visto rápidamente, me despido a gritos de Perrie y salgo para trabajar mi última semana en Clayton’s.
José me llama a las once.
—Hola, ¿vamos a tomar un café?
Su tono es el del José de siempre, mi amigo José, no un… ¿cómo lo llamó Harry? Un pretendiente. Uf.
—Claro. Estoy en el trabajo. ¿Puedes pasarte por aquí, digamos, a las doce?
—Vale, nos vemos a las doce.
Cuelga y yo vuelvo a reponer las brochas y a pensar en Harry Styles y su contrato.
José es puntual. Entra en la tienda dando saltitos vacilantes como un cachorro de ojos oscuros.
—______.
En cuanto esboza su deslumbrante sonrisa hispanoamericana, se me pasa el enfado.
—Hola, José. —Lo abrazo—. Me muero de hambre. Voy a decirle a la señora Clayton que salgo a comer.
De camino a la cafetería, cojo a José del brazo. Me alegra mucho que actúe con… normalidad, como un amigo al que conozco y al que entiendo.
—_______—murmura—, ¿de verdad me has perdonado?
—José, sabes que nunca podré estar mucho tiempo enfadada contigo.
Sonríe.
Estoy impaciente por llegar a casa para ver si tengo un e-mail de Harry, y quizá pueda empezar mi investigación. Perrie ha salido, así que enciendo el nuevo ordenador y abro el programa de correo. Por supuesto, en la bandeja de entrada tengo un e-mail de Harry. Casi salto de la silla de alegría.
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:24
Para: _______ Steele
Asunto: Trabajar para ganarse la vida
Querida señorita Steele: Espero que haya tenido un buen día en el trabajo.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.Pulso «Responder».
De: _____Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:48
Para: Harry Styles
Asunto: Trabajar para ganarse la vida
Señor… He tenido un día excelente en el trabajo. Gracias.
______
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:50
Para: ______ Steele
Asunto: ¡A trabajar!
Señorita Steele: Me alegro mucho de que haya tenido un día excelente. Mientras escribe e-mails no está investigando.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: ____ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:53
Para: Harry Styles
Asunto: Pesado
Señor Styles: deja de mandarme e-mails y podré empezar a hacer los deberes. Me gustaría sacar otro sobresaliente. _____ Me abrazo a mí misma.
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:55 Para: _____ Steele
Asunto: Impaciente
Señorita Steele: Deje de escribirme e-mails… y haga los deberes. Me gustaría ponerle otro sobresaliente. El primero fue muy merecido.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc. Harry Styles
Acaba de enviarme un guiño… Madre mía. Abro el Google.
De: ____ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:59
Para: Harry Styles
Asunto: Investigación en internet
Señor Styles: ¿Qué me sugieres que ponga en el buscador?
_____
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 18:02
Para: _____ Steele
Asunto: Investigación en internet
Señorita Steele: Empiece siempre con la Wikipedia. No quiero más e-mails a menos que tenga preguntas. ¿Entendido?
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: _______ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 18:04
Para: Harry Styles
Asunto: ¡Autoritario!
Sí… señor. Eres muy autoritario.
______
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 18:06
Para: ______ Steele
Asunto: Controlando
____, no te imaginas cuánto. Bueno, quizá ahora te haces una ligera idea. Haz los deberes.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Tecleo «sumiso» en la Wikipedia.
Media hora después estoy un poco mareada y francamente impactada. ¿De verdad quiero meterme todo eso en la cabeza? ¿Es esto lo que hace en el cuarto rojo del dolor? Contemplo la pantalla, y una parte de mí, una húmeda parte de mí, de la que no he sido consciente hasta hace muy poco, se ha puesto a cien. Madre mía, algunas cosas son EXCITANTES. Pero ¿son para mí? Dios mío… ¿podría hacerlo? Necesito espacio. Tengo que pensar.
PaulaC0223
Re: 50 Sombras De Styles (Harry Styles y tu)(ADPATADA)(HOT)
CAPITULO 12
Por primera vez en mi vida salgo a correr voluntariamente. Busco mis asquerosas zapatillas, que nunca uso, unos pantalones de chándal y una camiseta. Me hago dos trenzas, me ruborizo con los recuerdos que vuelven a mi mente y enciendo el iPod. No puedo sentarme frente a esa maravilla de la tecnología y seguir viendo o leyendo más material inquietante. Necesito quemar parte de esta excesiva y enervante energía. La verdad es que me apetece correr hasta el hotel Heathman y pedirle al obseso del control que me eche un polvo. Pero está a ocho kilómetros, y dudo que pueda llegar a correr dos, no digamos ya ocho, y por supuesto podría rechazarme, lo que sería muy humillante.
Cuando abro la puerta, Perrie está saliendo de su coche. Casi se le caen las bolsas al verme. _______ Steele con zapatillas de deporte. La saludo con la mano y no me paro para que no me pregunte. De verdad necesito estar un rato sola. Con Snow Patrol sonando en mis oídos, me introduzco en el anochecer ópalo y aguamarina.
Cruzo el parque. ¿Qué voy a hacer? Lo deseo, pero ¿en esos términos? La verdad es que no lo sé. Quizá debería negociar lo que quiero. Revisar ese ridículo contrato línea a línea y decir lo que me parece aceptable y lo que no. He descubierto en internet que legalmente no tiene ningún valor. Seguro que él lo sabe. Supongo que solo sirve para sentar las bases de la relación. Detalla lo que puedo esperar de él y lo que él espera de mí: mi sumisión total. ¿Estoy preparada para ofrecérsela ? ¿Y estoy capacitada?
Una pregunta me reconcome: ¿por qué es él así? ¿Porque lo sedujeron cuando era muy joven? No lo sé. Sigue siendo todo un misterio.
Me paro junto a un gran abeto, apoyo las manos en las rodillas y respiro hondo, me lleno de aire los pulmones. Me siento bien, es catártico. Siento que mi determinación se fortalece. Sí. Tengo que decirle lo que me parece bien y lo que no. Tengo que mandarle por e-mail lo que pienso y ya lo discutiremos el miércoles. Respiro hondo, como para limpiarme por dentro, y doy la vuelta hacia casa.
Perrie ha ido a comprar ropa, cómo no, para sus vacaciones en Barbados. Sobre todo bikinis y pareos a juego. Estará fantástica con todos esos modelitos, pero aun así se los prueba todos y me obliga a sentarme y a comentarle qué me parecen. No hay muchas maneras de decir: «Estás fantástica, Perrie». Aunque está delgada, tiene unas curvas para perder el sentido. No lo hace a propósito, lo sé, pero al final arrastro mi penoso culo cubierto de sudor hasta la habitación con la excusa de ir a empaquetar más cajas. ¿Podría sentirme menos a la altura? Me llevo conmigo la alucinante tecnología inalámbrica, enciendo el portátil y escribo a Harry.
De: _______ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 20:33
Para: Harry Styles
Asunto: Universitaria escandalizada
Bien, ya he visto bastante. Ha sido agradable conocerte.
______
Pulso «Enviar» riéndome de mi travesura.
¿Le va a parecer a él tan divertida? Oh, mierda… seguramente no. Harry Styles no es famoso por su sentido del humor. Aunque sé que lo tiene, porque lo he vivido. Quizá me he pasado. Espero su respuesta.
Espero y espero. Miro el despertador. Han pasado diez minutos.
Para olvidarme de la angustia que se abre camino en mi estómago, me pongo a hacer lo que le he dicho a Perrie que haría: empaquetar las cosas de mi habitación. Empiezo metiendo mis libros en una caja. Hacia las nueve sigo sin noticias. Quizá ha salido. Malhumorada, hago un puchero, me pongo los auriculares del iPod, escucho a los Snow Patrol y me siento a mi mesa a releer el contrato y a anotar mis observaciones y comentarios.
No sé por qué levanto la mirada, quizá capto de reojo un ligero movimiento, no lo sé, pero cuando la levanto, Harry está en la puerta de mi habitación mirándome fijamente. Lleva sus pantalones grises de franela y una camisa blanca de lino, y agita suavemente las llaves del coche. Me quito los auriculares y me quedo helada. ¡Joder!
—Buenas noches, _________ —me dice en tono frío y expresión cauta e impenetrable.
La capacidad de hablar me abandona. Maldita Perrie, lo ha dejado entrar sin avisarme. Por un segundo soy consciente de que yo estoy hecha un asco, toda sudada y sin duchar, y él está guapísimo, con los pantalones un poco caídos, y para colmo, en mi habitación.
—He pensado que tu e-mail merecía una respuesta en persona —me explica en tono seco.
Abro la boca y vuelvo a cerrarla, dos veces. Esto sí que es una broma. Por nada del mundo se me había ocurrido que pudiera dejarlo todo para pasarse por aquí.
—¿Puedo sentarme? —me pregunta, ahora con ojos divertidos.
Gracias, Dios mío… Quizá la broma le ha parecido graciosa.
Asiento. Mi capacidad de hablar sigue sin hacer acto de presencia. Harry Styles está sentado en mi cama…
—Me preguntaba cómo sería tu habitación —me dice.
Miro a mí alrededor pensando por dónde escapar. No, sigue sin haber nada más que la puerta y la ventana. Mi habitación es funcional, pero acogedora: pocos muebles blancos de mimbre y una cama doble blanca, de hierro, con una colcha de patchwork que hizo mi madre cuando estaba en su etapa de labores hogareñas. Es azul cielo y crema.
—Es muy serena y tranquila —murmura.
No en este momento… no contigo aquí.
Al final mi bulbo raquídeo recupera la determinación. Respiro.
—¿Cómo…?
Me sonríe.
—Todavía estoy en el Heathman.
Eso ya lo sabía.
—¿Quieres tomar algo?
Tengo que decir que la educación siempre se impone.
—No, gracias, _______.
Esboza una deslumbrante media sonrisa con la cabeza ligeramente ladeada.
Bueno, seguramente sea yo quien necesita una copa.
—Así que ha sido agradable conocerme…
Maldita sea, ¿se ha ofendido? Me miro los dedos. A ver cómo salgo de esta. Si le digo que solo era una broma, no creo que le guste mucho.
—Pensaba que me contestarías por e-mail —le digo en voz muy baja, patética.
—¿Estás mordiéndote el labio a propósito? —me pregunta muy serio.
Pestañeo, abro la boca y suelto el labio.
—No era consciente de que me lo estaba mordiendo —murmuro.
El corazón me late muy deprisa. Siento la tensión, esa exquisita electricidad estática que invade el espacio. Está sentado muy cerca de mí, con sus ojos Verdes impenetrables, los codos apoyados en las rodillas y las piernas separadas. Se inclina, me deshace una trenza muy despacio y me separa el pelo con los dedos. Se me corta la respiración y no puedo moverme. Observo hipnotizada su mano moviéndose hacia la otra trenza, tirando de la goma y deshaciendo la trenza con sus largos y hábiles dedos.
—Veo que has decidido hacer un poco de ejercicio —me dice en voz baja y melodiosa, colocándome el pelo detrás de la oreja—. ¿Por qué, ________?
Me rodea la oreja con los dedos y muy suavemente, rítmicamente, tira del lóbulo. Es muy excitante.
—Necesitaba tiempo para pensar —susurro.
Me siento como un ciervo ante los faros de un coche, como una polilla junto a una llama, como un pájaro frente a una serpiente… y él sabe exactamente lo que está haciendo.
—¿Pensar en qué, ________?
—En ti.
—¿Y has decidido que ha sido agradable conocerme? ¿Te refieres a conocerme en sentido bíblico?
Mierda. Me ruborizo.
—No pensaba que fueras un experto en la Biblia.
—Iba a catequesis los domingos,________, Aprendí mucho.
—No recuerdo haber leído nada sobre pinzas para pezones en la Biblia. Quizá te dieron la catequesis con una traducción moderna.
Sus labios se arquean dibujando una ligera sonrisa y dirijo la mirada a su boca.
—Bueno, he pensado que debía venir a recordarte lo agradable que ha sido conocerme.
Dios mío. Lo miro boquiabierta, y sus dedos se desplazan de mi oreja a mi barbilla.
—¿Qué le parece, señorita Steele?
Sus ojos brillantes destilan una expresión de desafío. Tiene los labios entreabiertos. Está esperando, alerta para atacar. El deseo —agudo, líquido y provocativo— arde en lo más profundo de mi vientre. Me adelanto y me lanzo hacia él. De repente se mueve, no tengo ni idea de cómo, y en un abrir y cerrar de ojos estoy en la cama, inmovilizada debajo de él, con las manos extendidas y sujetas por encima de la cabeza, con su mano libre agarrándome la cara y su boca buscando la mía.
Me mete la lengua, me reclama y me posee, y yo me deleito en su fuerza. Lo siento por todo mi cuerpo. Me desea, y eso provoca extrañas y exquisitas sensaciones dentro de mí. No a Perrie, con sus minúsculos bikinis, ni a una de las quince, ni a la malvada señora Robinson. A mí. Este hermoso hombre me desea a mí. La diosa que llevo dentro brilla tanto que podría iluminar todo Portland. Deja de besarme. Abro los ojos y lo veo mirándome fijamente.
—¿Confías en mí? —me pregunta.
Asiento con los ojos muy abiertos, con el corazón rebotándome en las costillas y la sangre tronando por todo mi cuerpo.
Estira el brazo y del bolsillo del pantalón saca su corbata de seda gris… la corbata gris que deja pequeñas marcas del tejido en mi piel. Se sienta rápidamente a horcajadas sobre mí y me ata las muñecas, pero esta vez anuda el otro extremo de la corbata a un barrote del cabezal blanco de hierro. Tira del nudo para comprobar que es seguro. No voy a ir a ninguna parte. Estoy atada a mi cama, y muy excitada.
Se levanta y se queda de pie junto a la cama, mirándome con ojos turbios de deseo. Su mirada es de triunfo y a la vez de alivio.
—Mejor así —murmura.
Esboza una maliciosa sonrisa de superioridad. Se inclina y empieza a desatarme una zapatilla. Oh, no… no… los pies no. Acabo de correr.
—No —protesto y doy patadas para que me suelte.
Se detiene.
—Si forcejeas, te ataré también los pies,______. Si haces el menor ruido, te amordazaré. No abras la boca. Seguramente ahora mismo Perrie está ahí fuera escuchando.
¡Amordazarme! ¡Perrie! Me callo.
Me quita las zapatillas y los calcetines, y me baja muy despacio el pantalón de chándal. Oh… ¿qué bragas llevo? Me levanta, retira la colcha y el edredón de debajo de mí y me coloca boca arriba sobre las sábanas.
—Veamos. —Se pasa la lengua lentamente por el labio inferior—. Estás mordiéndote el labio, ______. Sabes el efecto que tiene sobre mí.
Me presiona la boca con su largo dedo índice a modo de advertencia.
Dios mío. Apenas puedo contenerme, estoy indefensa, tumbada, viendo cómo se mueve tranquilamente por mi habitación. Es un afrodisiaco embriagador. Se quita sin prisas los zapatos y los calcetines, se desabrocha los pantalones y se quita la camisa.
—Creo que has visto demasiado.
Se ríe maliciosamente. Vuelve a sentarse encima de mí, a horcajadas, y me levanta la camiseta. Creo que va a quitármela, pero la enrolla a la altura del cuello y luego la sube de manera que me deja al descubierto la boca y la nariz, pero me cubre los ojos. Y como está tan bien enrollada, no veo nada.
—Mmm —susurra satisfecho—. Esto va cada vez mejor. Voy a tomar una copa.
Se inclina, me besa suavemente en los labios y dejo de sentir su peso. Oigo el leve chirrido de la puerta de la habitación. Tomar una copa. ¿Dónde? ¿Aquí? ¿En Portland? ¿En Seattle? Aguzo el oído. Distingo ruidos sordos y sé que está hablando con Perrie… Oh, no… Está prácticamente desnudo. ¿Qué va a decir Perrie? Oigo un golpe seco. ¿Qué es eso? Regresa, la puerta vuelve a chirriar, oigo sus pasos por la habitación y el sonido de hielo tintineando en un vaso. ¿Qué está bebiendo? Cierra la puerta y oigo cómo se acerca quitándose los pantalones, que caen al suelo. Sé que está desnudo. Y vuelve a sentarse a horcajadas sobre mí.
—¿Tienes sed, ________? —me pregunta en tono burlón.
—Sí —le digo, porque de repente se me ha quedado la boca seca.
Oigo el tintineo del hielo en el vaso. Se inclina y, al besarme, me derrama en la boca un líquido delicioso y vigorizante. Es vino blanco. No lo esperaba y es muy excitante, aunque está helado, y los labios de ________ también están fríos.
—¿Más? —me pregunta en un susurro.
Asiento. Sabe todavía mejor porque viene de su boca. Se inclina y bebo otro trago de sus labios… Madre mía.
—No nos pasemos. Sabemos que tu tolerancia al alcohol es limitada, ______.
No puedo evitar reírme, y él se inclina y suelta otra deliciosa bocanada. Se mueve, se coloca a mi lado y siento su erección en la cadera. Oh, lo quiero dentro de mí.
—¿Te parece esto agradable? —me pregunta, y noto cierto tono amenazante en su voz.
Me pongo tensa. Vuelve a mover el vaso, me besa y, junto con el vino, me suelta un trocito de hielo en la boca. Muy despacio empieza a descender con los labios desde mi cuello, pasando por mis pechos, hasta mi torso y mi vientre. Me mete un trozo de hielo en el ombligo, donde se forma un pequeño charco de vino muy frío
que provoca un incendio que se propaga hasta lo más profundo de mi vientre. Uau.
—Ahora tienes que quedarte quieta —susurra—. Si te mueves, llenarás la cama de vino, ________.
Mis caderas se flexionan automáticamente.
—Oh, no. Si derrama el vino, la castigaré, señorita Steele.
Gimo, intento controlarme y lucho desesperadamente contra la necesidad de mover las caderas. Oh, no… por favor.
Me baja con un dedo las copas del sujetador y deja mis pechos al aire, expuestos y vulnerables. Se inclina, besa y tira de mis pezones con los labios fríos, helados. Lucho contra mi cuerpo, que intenta responder arqueándose.
—¿Te gusta esto? —me pregunta tirándome de un pezón.
Vuelvo a oír el tintineo del hielo, y luego lo siento alrededor de mi pezón derecho, mientras tira a la vez del izquierdo con los labios. Gimo y lucho por no moverme. Una desesperante y dulce tortura.
—Si derramas el vino, no dejaré que te corras.
—Oh… por favor… Harry… señor… por favor.
Está volviéndome loca. Puedo oírlo sonreír.
El hielo de mi pezón está derritiéndose. Estoy muy caliente… caliente, helada y muerta de deseo. Lo quiero dentro de mí. Ahora.
Me desliza muy despacio los dedos helados por el vientre. Como tengo la piel hipersensible, mis caderas se flexionan y el líquido del ombligo, ahora menos frío, me gotea por la barriga. Harry se mueve rápidamente y lo lame, me besa, me muerde suavemente, me chupa.
—Querida ______, te has movido. ¿Qué voy a hacer contigo?
Jadeo en voz alta. En lo único que puedo concentrarme es en su voz y su tacto. Nada más es real. Nada más importa. Mi radar no registra nada más. Desliza los dedos por dentro de mis bragas y me alivia oír que se le escapa un profundo suspiro.
—Oh, nena —murmura.
Y me introduce dos dedos.
Sofoco un grito.
—Estás lista para mí tan pronto… —me dice.
Mueve sus tentadores dedos despacio, dentro y fuera, y yo empujo hacia él alzando las caderas.
—Eres una glotona —me regaña suavemente.
Traza círculos alrededor de mi clítoris con el pulgar y luego lo presiona.
Jadeo y mi cuerpo da sacudidas bajo sus expertos dedos. Estira un brazo y me retira la camiseta de los ojos para que pueda verlo. La tenue luz de la lámpara me hace parpadear. Deseo tocarlo.
—Quiero tocarte —le digo.
—Lo sé —murmura.
Se inclina y me besa sin dejar de mover los dedos rítmicamente dentro de mi cuerpo, trazando círculos y presionando con el pulgar. Con la otra mano me recoge el pelo hacia arriba y me sujeta la cabeza para que no la mueva. Replica con la lengua el movimiento de sus dedos. Empiezo a sentir las piernas rígidas de tanto empujar hacia su mano. La aparta, y yo vuelvo al borde del abismo. Lo repite una y otra vez. Es tan frustrante… Oh, por favor, Harry, grito por dentro.
—Este es tu castigo, tan cerca y de pronto tan lejos. ¿Te parece esto agradable? —me susurra al oído.
Agotada, gimoteo y tiro de mis brazos atados. Estoy indefensa, perdida en una tortura erótica.
—Por favor —le suplico.
Al final se apiada de mí.
—¿Cómo quieres que te folle, ________?
Oh… mi cuerpo empieza a temblar y vuelve a quedarse inmóvil.
—Por favor.
—¿Qué quieres, _____?
—A ti… ahora —grito.
—Dime cómo quieres que te folle. Hay una variedad infinita de maneras —me susurra al oído.
Alarga la mano hacia el paquetito plateado de la mesita de noche. Se arrodilla entre mis piernas y, muy despacio, me quita las bragas sin dejar de mirarme con ojos brillantes. Se pone el condón. Lo miro fascinada, anonadada.
—¿Te parece esto agradable? —me dice acariciándose.
—Era una broma —gimoteo.
Por favor, fóllame, Harry.
Alza las cejas deslizando la mano arriba y abajo por su impresionante miembro.
—¿Una broma? —me pregunta en voz amenazadoramente baja.
—Sí. Por favor, Harry —le ruego.
—¿Y ahora te ríes?
—No —gimoteo.
La tensión sexual está a punto de hacerme estallar. Me mira un momento, evaluando mi deseo, y de pronto me agarra y me da la vuelta. Me pilla por sorpresa, y como tengo las manos atadas, tengo que apoyarme en los codos. Me empuja las rodillas para alzarme el trasero y me da un fuerte azote. Antes de que pueda reaccionar, me penetra. Grito, por el azote y por su repentina embestida, y me corro inmediatamente, me desmorono debajo de él, que sigue embistiéndome exquisitamente. No se detiene. Estoy destrozada. No puedo más… y él empuja una y otra vez… y siento que vuelve a inundarme otra vez… no puede ser… no…
—Vamos, _________, otra vez —ruge entre dientes.
Y por increíble que parezca, mi cuerpo responde, se convulsiona y vuelvo a alcanzar el clímax gritando su nombre. Me rompo de nuevo en mil pedazos y Harry se para, se deja ir por fin y se libera en silencio. Cae encima de mí jadeando.
—¿Te ha gustado? —me pregunta con los dientes apretados.
Madre mía.
Estoy tumbada en la cama, devastada, jadeando y con los ojos cerrados cuando se aparta de mí muy despacio. Se levanta y empieza a vestirse. Cuando ha acabado, vuelve a la cama, me desata y me quita la camiseta. Flexiono los dedos y me froto las muñecas, sonriendo al ver que se me ha marcado el dibujo del tejido. Me ajusto el sujetador mientras él tira de la colcha y del edredón para taparme. Lo miro aturdida y él me devuelve la sonrisa.
—Ha sido realmente agradable —susurro sonriendo tímidamente.
—Ya estamos otra vez con la palabrita.
—¿No te gusta que lo diga?
—No, no tiene nada que ver conmigo.
—Vaya… No sé… parece tener un efecto beneficioso sobre ti.
—¿Soy un efecto beneficioso? ¿Eso es lo que soy ahora? ¿Podría herir más mi
amor propio, señorita Steele?
—No creo que tengas ningún problema de amor propio.
Pero soy consciente de que lo digo sin convicción. Algo se me pasa rápidamente por la cabeza, una idea fugaz, pero se me escapa antes de que pueda atraparla.
—¿Tú crees? —me pregunta en tono amable.
Está tumbado a mi lado, vestido, con la cabeza apoyada en el codo, y yo solo llevo puesto el sujetador.
—¿Por qué no te gusta que te toquen?
—Porque no. —Se inclina sobre mí y me besa suavemente en la frente—. Así que ese e-mail era lo que tú llamas una broma.
Sonrío a modo de disculpa y me encojo de hombros.
—Ya veo. Entonces todavía estás planteándote mi proposición…
—Tu proposición indecente… Sí, me la estoy planteando. Pero tengo cosas que comentar.
Me sonríe aliviado.
—Me decepcionarías si no tuvieras cosas que comentar.
—Iba a mandártelas por correo, pero me has interrumpido.
—Coitus interruptus.
—¿Lo ves?, sabía que tenías algo de sentido del humor escondido por ahí —le digo sonriendo.
—No es tan divertido, ________. He pensado que estabas diciéndome que no, que ni siquiera querías comentarlo.
Se queda en silencio.
—Todavía no lo sé. No he decidido nada. ¿Vas a ponerme un collar?
Alza las cejas.
—Has estado investigando. No lo sé, ___. Nunca le he puesto un collar a nadie.
Oh… ¿Debería sorprenderme? Sé tan poco sobre las sesiones… No sé.
—¿A ti te han puesto un collar? —le pregunto en un susurro.
—Sí.
—¿La señora Robinson?
—¡La señora Robinson!
Se ríe a carcajadas, y parece joven y despreocupado, con la cabeza echada hacia atrás. Su risa es contagiosa.
Le sonrío.
—Le diré cómo la llamas. Le encantará.
—¿Sigues en contacto con ella? —le pregunto sin poder disimular mi temor.
—Sí —me contesta muy serio.
Oh… De pronto una parte de mí se vuelve loca de celos. El sentimiento es tan fuerte que me perturba.
—Ya veo —le digo en tono tenso—. Así que tienes a alguien con quien comentar tu alternativo estilo de vida, pero yo no puedo.
Frunce el ceño.
—Creo que nunca lo he pensado desde ese punto de vista. La señora Robinson formaba parte de este estilo de vida. Te dije que ahora es una buena amiga. Si quieres, puedo presentarte a una de mis ex sumisas. Podrías hablar con ella.
¿Qué? ¿Lo dice a propósito para que me enfade?
—¿Esto es lo que tú llamas una broma?
—No, ______ —me contesta perplejo.
—No… me las arreglaré yo sola, muchas gracias —le contesto bruscamente, tirando de la colcha hasta mi barbilla.
Me observa perdido, sorprendido.
—_________, no… —No sabe qué decir. Una novedad, creo—. No quería ofenderte.
—No estoy ofendida. Estoy consternada.
—¿Consternada?
—No quiero hablar con ninguna ex novia tuya… o esclava… o sumisa… como las llames.
—_________ Steele, ¿estás celosa?
Me pongo colorada.
—¿Vas a quedarte?
—Mañana a primera hora tengo una reunión en el Heathman. Además ya te dije que no duermo con mis novias, o esclavas, o sumisas, ni con nadie. El viernes y el
sábado fueron una excepción. No volverá a pasar.
Oigo la firme determinación detrás de su dulce voz ronca.
Frunzo los labios.
—Bueno, estoy cansada.
—¿Estás echándome?
Alza las cejas perplejo y algo afligido.
—Sí.
—Bueno, otra novedad. —Me mira interrogante—. ¿No quieres que comentemos nada? Sobre el contrato.
—No —le contesto de mal humor.
—Ay, cuánto me gustaría darte una buena tunda. Te sentirías mucho mejor, y yo también.
—No puedes decir esas cosas… Todavía no he firmado nada.
—Pero soñar es humano, _____. —Se inclina y me agarra de la barbilla—. ¿Hasta el miércoles? —murmura.
Me besa rápidamente en los labios.
—Hasta el miércoles —le contesto—. Espera, salgo contigo. Dame un minuto.
Me siento, cojo la camiseta y lo empujo para que se levante de la cama. Lo hace de mala gana.
—Pásame los pantalones de chándal, por favor.
Los recoge del suelo y me los tiende.
—Sí, señora.
Intenta ocultar su sonrisa, pero no lo consigue.
Lo miro con mala cara mientras me pongo los pantalones. Tengo el pelo hecho un desastre y sé que después de que se marche voy a tener que enfrentarme a la santa inquisidora Perrie Edwards. Cojo una goma para el pelo, me dirijo a la puerta y la abro para ver si está Perrie. No está en el comedor. Creo que la oigo hablando por teléfono en su habitación. Harry me sigue. Durante el breve recorrido entre mi habitación y la puerta de la calle mis pensamientos y mis sentimientos fluyen y se transforman. Ya no estoy enfadada con él. De pronto me siento insoportablemente tímida. No quiero que se marche. Por primera vez me gustaría que fuera normal, me gustaría mantener una relación normal que no exigiera un acuerdo de diez páginas, azotes y mosquetones en el techo de su cuarto
de juegos.
Le abro la puerta y me miro las manos. Es la primera vez que me traigo un chico a mi casa, y creo que ha estado genial. Pero ahora me siento como un recipiente, como un vaso vacío que se llena a su antojo. Mi subconsciente mueve la cabeza. Querías correr al Heathman en busca de sexo… y te lo han traído a casa. Cruza los brazos y golpea el suelo con el pie, como preguntándose de qué me quejo. Harry se detiene junto a la puerta, me agarra de la barbilla y me obliga a mirarlo. Arruga la frente.
—¿Estás bien? —me pregunta acariciándome la barbilla con el pulgar.
—Sí —le contesto, aunque la verdad es que no estoy tan segura.
Siento un cambio de paradigma. Sé que si acepto, me hará daño. Él no puede, no le interesa o no quiere ofrecerme nada más… pero yo quiero más. Mucho más. El ataque de celos que he sentido hace un momento me dice que mis sentimientos por él son más profundos de lo que me he reconocido a mí misma.
—Nos vemos el miércoles —me dice.
Se inclina y me besa con ternura. Pero mientras está besándome, algo cambia. Sus labios me presionan imperiosamente. Sube una mano desde la barbilla hasta un lado de la cara, y con la otra me sujeta la otra mejilla. Su respiración se acelera. Se inclina hacia mí y me besa más profundamente. Le cojo de los brazos. Quiero deslizar las manos por su pelo, pero me resisto porque sé que no le gustaría. Pega su frente a la mía con los ojos cerrados.
—_________ —susurra con voz quebrada—, ¿qué estás haciendo conmigo?
—Lo mismo podría decirte yo —le susurro a mi vez.
Respira hondo, me besa en la frente y se marcha. Avanza con paso decidido hacia el coche pasándose la mano por el pelo. Mientras abre la puerta, levanta la mirada y me lanza una sonrisa arrebatadora. Totalmente deslumbrada, le devuelvo una leve sonrisa y vuelvo a pensar en Ícaro acercándose demasiado al sol. Cierro la puerta de la calle mientras se mete en su coche deportivo. Siento una irresistible necesidad de llorar. Una triste y solitaria melancolía me oprime el corazón. Vuelvo a mi habitación, cierro la puerta y me apoyo en ella intentando racionalizar mis sentimientos, pero no puedo. Me dejo caer al suelo, me cubro la cara con las manos y empiezan a saltárseme las lágrimas.
Perrie llama a la puerta suavemente.
—¿_______? —susurra.
Abro la puerta. Me mira y me abraza.
—¿Qué pasa? ¿Qué te ha hecho ese repulsivo cabrón guaperas?
—Nada que no quisiera que me hiciera, Perrie.
Me lleva hasta la cama y nos sentamos.
—Tienes el pelo de haber echado un polvo espantoso.
Aunque estoy desconsolada, me río.
—Ha sido un buen polvo, para nada espantoso.
Perrie sonríe.
—Mejor. ¿Por qué lloras? Tú nunca lloras.
Coge el cepillo de la mesita de noche, se sienta a mi lado y empieza a desenredarme los nudos muy despacio.
—¿No me dijiste que habías quedado con él el miércoles?
—Sí, en eso habíamos quedado.
—¿Y por qué se ha pasado hoy por aquí?
—Porque le he mandado un e-mail.
—¿Pidiéndole que se pasara?
—No, diciéndole que no quería volver a verlo.
—¿Y se presenta aquí? _____, es genial.
—La verdad es que era una broma.
—Vaya, ahora sí que no entiendo nada.
Me armo de paciencia y le explico de qué iba mi e-mail sin entrar en detalles.
—Pensaste que te respondería por correo.
—Sí.
—Pero lo que ha hecho ha sido presentarse aquí.
—Sí.
—Te habrá dicho que está loco por ti.
Frunzo el ceño. ¿Harry loco por mí? Difícilmente. Solo está buscando un nuevo juguete, un nuevo y adecuado juguete con el que acostarse y al que hacerle cosas indescriptibles. Se me encoge el corazón y me duele. Esa es la verdad.
—Ha venido a follarme, eso es todo.
—¿Quién dijo que el romanticismo había muerto? —murmura horrorizada.
He dejado impresionada a Perrie. No pensaba que eso fuera posible. Me encojo de hombros a modo de disculpa.
—Utiliza el sexo como un arma.
—¿Te echa un polvo para someterte?
Mueve la cabeza contrariada. Pestañeo y siento que estoy poniéndome colorada. Oh… has dado en el clavo, Perrie Edwards, vas a ganar el Pulitzer.
—_______, no lo entiendo. ¿Y le dejas que te haga el amor?
—No, Perrie, no hacemos el amor… follamos… como dice Harry No le interesa el amor.
—Sabía que había algo raro en él. Tiene problemas con el compromiso.
Asiento, como si estuviera de acuerdo, pero por dentro suspiro. Ay, Perrie… Ojalá pudiera contártelo todo sobre este tipo extraño, triste y perverso, y ojalá tú pudieras decirme que lo olvidara, que dejara de ser una idiota.
—Me temo que la situación es bastante abrumadora —murmuro.
Me quedo muy, muy corta.
Como no quiero seguir hablando de Harry, le pregunto por Elliot. Con solo mencionar su nombre, la actitud de Perrie cambia radicalmente. Se le ilumina la cara y me sonríe.
—El sábado vendrá temprano para ayudarnos a cargar.
Estrecha el cepillo con fuerza contra su pecho —vaya, le ha pillado fuerte—, y siento una vaga y familiar punzada de envidia. Perrie ha encontrado a un hombre normal y parece muy feliz.
Me giro hacia ella y la abrazo.
—Ah, casi me olvido. Tu padre ha llamado cuando estabas… bueno, ocupada. Parece que Bob ha tenido un pequeño accidente, así que tu madre y él no podrán venir a la entrega de títulos. Pero tu padre estará aquí el jueves. Quiere que lo llames.
—Vaya… Mi madre no me ha llamado para decírmelo. ¿Está bien Bob?
—Sí. Llámala mañana. Ahora es tarde.
—Gracias, Perrie. Ya estoy bien. Mañana llamaré también a Ray. Creo que me voy a acostar.
Sonríe, pero arruga los ojos preocupada.
Cuando ya se ha marchado, me siento, vuelvo a leer el contrato y voy tomando notas. Una vez que he terminado, enciendo el ordenador dispuesta a responderle.
En mi bandeja de entrada hay un e-mail de Christian.
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 23:16
Para: _____ Steele
Asunto: Esta noche
Señorita Steele: Espero impaciente sus notas sobre el contrato. Entretanto, que duermas bien, nena.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: ________ Steele
Fecha: 24 de mayo de 2011 00:02
Para: Harry Styles
Asunto: Objeciones
Querido señor Styles: Aquí está mi lista de objeciones. Espero que el miércoles las discutamos con calma en nuestra cena. Los números remiten a las cláusulas:2: No tengo nada claro que sea exclusivamente en MI beneficio, es decir, para que explore mi sensualidad y mis límites. Estoy segura de que para eso no necesitaría un contrato de diez páginas. Seguramente es para TU beneficio.4: Como sabes, solo he practicado sexo contigo. No tomo drogas y nunca me han hecho una transfusión. Seguramente estoy más que sana. ¿Qué pasa contigo?8: Puedo dejarlo en cualquier momento si creo que no te ciñes a los límites acordados. De acuerdo, eso me parece muy bien.9: ¿Obedecerte en todo? ¿Aceptar tu disciplina sin dudar? Tenemos que hablarlo.11: Periodo de prueba de un mes, no de tres.12: No puedo comprometerme todos los fines de semana. Tengo vida propia, y seguiré teniéndola. ¿Quizá tres de cada cuatro?15.2: Utilizar mi cuerpo de la manera que consideres oportuna, en el sexo o en cualquier otro ámbito… Por favor, define «en cualquier otro ámbito».15.5: Toda la cláusula sobre la disciplina en general. No estoy segura de que quiera ser azotada, zurrada o castigada físicamente. Estoy segura de que esto infringe las cláusulas 2-5. Y además eso de «por cualquier otra razón» es sencillamente mezquino… y me dijiste que no eras un sádico.15.10: Como si prestarme a alguien pudiera ser una opción. Pero me alegro de que lo dejes tan claro.15.14: Sobre las normas comento más adelante.15.19: ¿Qué problema hay en que me toque sin tu permiso? En cualquier caso, sabes que no lo hago.15.21: Disciplina: véase arriba cláusula 15.5.15.22: ¿No puedo mirarte a los ojos? ¿Por qué?15.24: ¿Por qué no puedo tocarte? Normas: Dormir: aceptaré seis horas. Comida: no voy a comer lo que ponga en una lista. O la lista de los alimentos se elimina, o rompo el contrato. Ropa: de acuerdo, siempre y cuando solo tenga que llevar tu ropa cuando esté contigo. Ejercicio: habíamos quedado en tres horas, pero sigue poniendo cuatro. Límites tolerables:¿Tenemos que pasar por todo esto? No quiero fisting de ningún tipo. ¿Qué es la suspensión? Pinzas genitales… debes de estar de broma. ¿Podrías decirme cuáles son tus planes para el miércoles? Yo trabajo hasta las cinco de la tarde. Buenas noches. _____
De: Harry Styles
Fecha: 24 de mayo de 2011 00:07
Para: ________ Steele
Asunto: Objeciones
Señorita Steele: Es una lista muy larga. ¿Por qué está todavía despierta?
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: _______ Steele
Fecha: 24 de mayo de 2011 00:10
Para: Harry Styles
Asunto: Quemándome las cejas
Señor: Si no recuerdo mal, estaba con esta lista cuando un obseso del control me interrumpió y me llevó a la cama. Buenas noches.
_______
De: Harry Styles
Fecha: 24 de mayo de 2011 00:12
Para: _______ Steele
Asunto: Deja de quemarte las cejas
________, VETE A LA CAMA.
Harry Styles Obseso del control y presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Vaya… en mayúsculas, como si me gritara. Apago el ordenador. ¿Cómo puede intimidarme estando a ocho kilómetros? Todavía triste, me meto en la cama e inmediatamente caigo en un sueño profundo, aunque intranquilo.
Por primera vez en mi vida salgo a correr voluntariamente. Busco mis asquerosas zapatillas, que nunca uso, unos pantalones de chándal y una camiseta. Me hago dos trenzas, me ruborizo con los recuerdos que vuelven a mi mente y enciendo el iPod. No puedo sentarme frente a esa maravilla de la tecnología y seguir viendo o leyendo más material inquietante. Necesito quemar parte de esta excesiva y enervante energía. La verdad es que me apetece correr hasta el hotel Heathman y pedirle al obseso del control que me eche un polvo. Pero está a ocho kilómetros, y dudo que pueda llegar a correr dos, no digamos ya ocho, y por supuesto podría rechazarme, lo que sería muy humillante.
Cuando abro la puerta, Perrie está saliendo de su coche. Casi se le caen las bolsas al verme. _______ Steele con zapatillas de deporte. La saludo con la mano y no me paro para que no me pregunte. De verdad necesito estar un rato sola. Con Snow Patrol sonando en mis oídos, me introduzco en el anochecer ópalo y aguamarina.
Cruzo el parque. ¿Qué voy a hacer? Lo deseo, pero ¿en esos términos? La verdad es que no lo sé. Quizá debería negociar lo que quiero. Revisar ese ridículo contrato línea a línea y decir lo que me parece aceptable y lo que no. He descubierto en internet que legalmente no tiene ningún valor. Seguro que él lo sabe. Supongo que solo sirve para sentar las bases de la relación. Detalla lo que puedo esperar de él y lo que él espera de mí: mi sumisión total. ¿Estoy preparada para ofrecérsela ? ¿Y estoy capacitada?
Una pregunta me reconcome: ¿por qué es él así? ¿Porque lo sedujeron cuando era muy joven? No lo sé. Sigue siendo todo un misterio.
Me paro junto a un gran abeto, apoyo las manos en las rodillas y respiro hondo, me lleno de aire los pulmones. Me siento bien, es catártico. Siento que mi determinación se fortalece. Sí. Tengo que decirle lo que me parece bien y lo que no. Tengo que mandarle por e-mail lo que pienso y ya lo discutiremos el miércoles. Respiro hondo, como para limpiarme por dentro, y doy la vuelta hacia casa.
Perrie ha ido a comprar ropa, cómo no, para sus vacaciones en Barbados. Sobre todo bikinis y pareos a juego. Estará fantástica con todos esos modelitos, pero aun así se los prueba todos y me obliga a sentarme y a comentarle qué me parecen. No hay muchas maneras de decir: «Estás fantástica, Perrie». Aunque está delgada, tiene unas curvas para perder el sentido. No lo hace a propósito, lo sé, pero al final arrastro mi penoso culo cubierto de sudor hasta la habitación con la excusa de ir a empaquetar más cajas. ¿Podría sentirme menos a la altura? Me llevo conmigo la alucinante tecnología inalámbrica, enciendo el portátil y escribo a Harry.
De: _______ Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 20:33
Para: Harry Styles
Asunto: Universitaria escandalizada
Bien, ya he visto bastante. Ha sido agradable conocerte.
______
Pulso «Enviar» riéndome de mi travesura.
¿Le va a parecer a él tan divertida? Oh, mierda… seguramente no. Harry Styles no es famoso por su sentido del humor. Aunque sé que lo tiene, porque lo he vivido. Quizá me he pasado. Espero su respuesta.
Espero y espero. Miro el despertador. Han pasado diez minutos.
Para olvidarme de la angustia que se abre camino en mi estómago, me pongo a hacer lo que le he dicho a Perrie que haría: empaquetar las cosas de mi habitación. Empiezo metiendo mis libros en una caja. Hacia las nueve sigo sin noticias. Quizá ha salido. Malhumorada, hago un puchero, me pongo los auriculares del iPod, escucho a los Snow Patrol y me siento a mi mesa a releer el contrato y a anotar mis observaciones y comentarios.
No sé por qué levanto la mirada, quizá capto de reojo un ligero movimiento, no lo sé, pero cuando la levanto, Harry está en la puerta de mi habitación mirándome fijamente. Lleva sus pantalones grises de franela y una camisa blanca de lino, y agita suavemente las llaves del coche. Me quito los auriculares y me quedo helada. ¡Joder!
—Buenas noches, _________ —me dice en tono frío y expresión cauta e impenetrable.
La capacidad de hablar me abandona. Maldita Perrie, lo ha dejado entrar sin avisarme. Por un segundo soy consciente de que yo estoy hecha un asco, toda sudada y sin duchar, y él está guapísimo, con los pantalones un poco caídos, y para colmo, en mi habitación.
—He pensado que tu e-mail merecía una respuesta en persona —me explica en tono seco.
Abro la boca y vuelvo a cerrarla, dos veces. Esto sí que es una broma. Por nada del mundo se me había ocurrido que pudiera dejarlo todo para pasarse por aquí.
—¿Puedo sentarme? —me pregunta, ahora con ojos divertidos.
Gracias, Dios mío… Quizá la broma le ha parecido graciosa.
Asiento. Mi capacidad de hablar sigue sin hacer acto de presencia. Harry Styles está sentado en mi cama…
—Me preguntaba cómo sería tu habitación —me dice.
Miro a mí alrededor pensando por dónde escapar. No, sigue sin haber nada más que la puerta y la ventana. Mi habitación es funcional, pero acogedora: pocos muebles blancos de mimbre y una cama doble blanca, de hierro, con una colcha de patchwork que hizo mi madre cuando estaba en su etapa de labores hogareñas. Es azul cielo y crema.
—Es muy serena y tranquila —murmura.
No en este momento… no contigo aquí.
Al final mi bulbo raquídeo recupera la determinación. Respiro.
—¿Cómo…?
Me sonríe.
—Todavía estoy en el Heathman.
Eso ya lo sabía.
—¿Quieres tomar algo?
Tengo que decir que la educación siempre se impone.
—No, gracias, _______.
Esboza una deslumbrante media sonrisa con la cabeza ligeramente ladeada.
Bueno, seguramente sea yo quien necesita una copa.
—Así que ha sido agradable conocerme…
Maldita sea, ¿se ha ofendido? Me miro los dedos. A ver cómo salgo de esta. Si le digo que solo era una broma, no creo que le guste mucho.
—Pensaba que me contestarías por e-mail —le digo en voz muy baja, patética.
—¿Estás mordiéndote el labio a propósito? —me pregunta muy serio.
Pestañeo, abro la boca y suelto el labio.
—No era consciente de que me lo estaba mordiendo —murmuro.
El corazón me late muy deprisa. Siento la tensión, esa exquisita electricidad estática que invade el espacio. Está sentado muy cerca de mí, con sus ojos Verdes impenetrables, los codos apoyados en las rodillas y las piernas separadas. Se inclina, me deshace una trenza muy despacio y me separa el pelo con los dedos. Se me corta la respiración y no puedo moverme. Observo hipnotizada su mano moviéndose hacia la otra trenza, tirando de la goma y deshaciendo la trenza con sus largos y hábiles dedos.
—Veo que has decidido hacer un poco de ejercicio —me dice en voz baja y melodiosa, colocándome el pelo detrás de la oreja—. ¿Por qué, ________?
Me rodea la oreja con los dedos y muy suavemente, rítmicamente, tira del lóbulo. Es muy excitante.
—Necesitaba tiempo para pensar —susurro.
Me siento como un ciervo ante los faros de un coche, como una polilla junto a una llama, como un pájaro frente a una serpiente… y él sabe exactamente lo que está haciendo.
—¿Pensar en qué, ________?
—En ti.
—¿Y has decidido que ha sido agradable conocerme? ¿Te refieres a conocerme en sentido bíblico?
Mierda. Me ruborizo.
—No pensaba que fueras un experto en la Biblia.
—Iba a catequesis los domingos,________, Aprendí mucho.
—No recuerdo haber leído nada sobre pinzas para pezones en la Biblia. Quizá te dieron la catequesis con una traducción moderna.
Sus labios se arquean dibujando una ligera sonrisa y dirijo la mirada a su boca.
—Bueno, he pensado que debía venir a recordarte lo agradable que ha sido conocerme.
Dios mío. Lo miro boquiabierta, y sus dedos se desplazan de mi oreja a mi barbilla.
—¿Qué le parece, señorita Steele?
Sus ojos brillantes destilan una expresión de desafío. Tiene los labios entreabiertos. Está esperando, alerta para atacar. El deseo —agudo, líquido y provocativo— arde en lo más profundo de mi vientre. Me adelanto y me lanzo hacia él. De repente se mueve, no tengo ni idea de cómo, y en un abrir y cerrar de ojos estoy en la cama, inmovilizada debajo de él, con las manos extendidas y sujetas por encima de la cabeza, con su mano libre agarrándome la cara y su boca buscando la mía.
Me mete la lengua, me reclama y me posee, y yo me deleito en su fuerza. Lo siento por todo mi cuerpo. Me desea, y eso provoca extrañas y exquisitas sensaciones dentro de mí. No a Perrie, con sus minúsculos bikinis, ni a una de las quince, ni a la malvada señora Robinson. A mí. Este hermoso hombre me desea a mí. La diosa que llevo dentro brilla tanto que podría iluminar todo Portland. Deja de besarme. Abro los ojos y lo veo mirándome fijamente.
—¿Confías en mí? —me pregunta.
Asiento con los ojos muy abiertos, con el corazón rebotándome en las costillas y la sangre tronando por todo mi cuerpo.
Estira el brazo y del bolsillo del pantalón saca su corbata de seda gris… la corbata gris que deja pequeñas marcas del tejido en mi piel. Se sienta rápidamente a horcajadas sobre mí y me ata las muñecas, pero esta vez anuda el otro extremo de la corbata a un barrote del cabezal blanco de hierro. Tira del nudo para comprobar que es seguro. No voy a ir a ninguna parte. Estoy atada a mi cama, y muy excitada.
Se levanta y se queda de pie junto a la cama, mirándome con ojos turbios de deseo. Su mirada es de triunfo y a la vez de alivio.
—Mejor así —murmura.
Esboza una maliciosa sonrisa de superioridad. Se inclina y empieza a desatarme una zapatilla. Oh, no… no… los pies no. Acabo de correr.
—No —protesto y doy patadas para que me suelte.
Se detiene.
—Si forcejeas, te ataré también los pies,______. Si haces el menor ruido, te amordazaré. No abras la boca. Seguramente ahora mismo Perrie está ahí fuera escuchando.
¡Amordazarme! ¡Perrie! Me callo.
Me quita las zapatillas y los calcetines, y me baja muy despacio el pantalón de chándal. Oh… ¿qué bragas llevo? Me levanta, retira la colcha y el edredón de debajo de mí y me coloca boca arriba sobre las sábanas.
—Veamos. —Se pasa la lengua lentamente por el labio inferior—. Estás mordiéndote el labio, ______. Sabes el efecto que tiene sobre mí.
Me presiona la boca con su largo dedo índice a modo de advertencia.
Dios mío. Apenas puedo contenerme, estoy indefensa, tumbada, viendo cómo se mueve tranquilamente por mi habitación. Es un afrodisiaco embriagador. Se quita sin prisas los zapatos y los calcetines, se desabrocha los pantalones y se quita la camisa.
—Creo que has visto demasiado.
Se ríe maliciosamente. Vuelve a sentarse encima de mí, a horcajadas, y me levanta la camiseta. Creo que va a quitármela, pero la enrolla a la altura del cuello y luego la sube de manera que me deja al descubierto la boca y la nariz, pero me cubre los ojos. Y como está tan bien enrollada, no veo nada.
—Mmm —susurra satisfecho—. Esto va cada vez mejor. Voy a tomar una copa.
Se inclina, me besa suavemente en los labios y dejo de sentir su peso. Oigo el leve chirrido de la puerta de la habitación. Tomar una copa. ¿Dónde? ¿Aquí? ¿En Portland? ¿En Seattle? Aguzo el oído. Distingo ruidos sordos y sé que está hablando con Perrie… Oh, no… Está prácticamente desnudo. ¿Qué va a decir Perrie? Oigo un golpe seco. ¿Qué es eso? Regresa, la puerta vuelve a chirriar, oigo sus pasos por la habitación y el sonido de hielo tintineando en un vaso. ¿Qué está bebiendo? Cierra la puerta y oigo cómo se acerca quitándose los pantalones, que caen al suelo. Sé que está desnudo. Y vuelve a sentarse a horcajadas sobre mí.
—¿Tienes sed, ________? —me pregunta en tono burlón.
—Sí —le digo, porque de repente se me ha quedado la boca seca.
Oigo el tintineo del hielo en el vaso. Se inclina y, al besarme, me derrama en la boca un líquido delicioso y vigorizante. Es vino blanco. No lo esperaba y es muy excitante, aunque está helado, y los labios de ________ también están fríos.
—¿Más? —me pregunta en un susurro.
Asiento. Sabe todavía mejor porque viene de su boca. Se inclina y bebo otro trago de sus labios… Madre mía.
—No nos pasemos. Sabemos que tu tolerancia al alcohol es limitada, ______.
No puedo evitar reírme, y él se inclina y suelta otra deliciosa bocanada. Se mueve, se coloca a mi lado y siento su erección en la cadera. Oh, lo quiero dentro de mí.
—¿Te parece esto agradable? —me pregunta, y noto cierto tono amenazante en su voz.
Me pongo tensa. Vuelve a mover el vaso, me besa y, junto con el vino, me suelta un trocito de hielo en la boca. Muy despacio empieza a descender con los labios desde mi cuello, pasando por mis pechos, hasta mi torso y mi vientre. Me mete un trozo de hielo en el ombligo, donde se forma un pequeño charco de vino muy frío
que provoca un incendio que se propaga hasta lo más profundo de mi vientre. Uau.
—Ahora tienes que quedarte quieta —susurra—. Si te mueves, llenarás la cama de vino, ________.
Mis caderas se flexionan automáticamente.
—Oh, no. Si derrama el vino, la castigaré, señorita Steele.
Gimo, intento controlarme y lucho desesperadamente contra la necesidad de mover las caderas. Oh, no… por favor.
Me baja con un dedo las copas del sujetador y deja mis pechos al aire, expuestos y vulnerables. Se inclina, besa y tira de mis pezones con los labios fríos, helados. Lucho contra mi cuerpo, que intenta responder arqueándose.
—¿Te gusta esto? —me pregunta tirándome de un pezón.
Vuelvo a oír el tintineo del hielo, y luego lo siento alrededor de mi pezón derecho, mientras tira a la vez del izquierdo con los labios. Gimo y lucho por no moverme. Una desesperante y dulce tortura.
—Si derramas el vino, no dejaré que te corras.
—Oh… por favor… Harry… señor… por favor.
Está volviéndome loca. Puedo oírlo sonreír.
El hielo de mi pezón está derritiéndose. Estoy muy caliente… caliente, helada y muerta de deseo. Lo quiero dentro de mí. Ahora.
Me desliza muy despacio los dedos helados por el vientre. Como tengo la piel hipersensible, mis caderas se flexionan y el líquido del ombligo, ahora menos frío, me gotea por la barriga. Harry se mueve rápidamente y lo lame, me besa, me muerde suavemente, me chupa.
—Querida ______, te has movido. ¿Qué voy a hacer contigo?
Jadeo en voz alta. En lo único que puedo concentrarme es en su voz y su tacto. Nada más es real. Nada más importa. Mi radar no registra nada más. Desliza los dedos por dentro de mis bragas y me alivia oír que se le escapa un profundo suspiro.
—Oh, nena —murmura.
Y me introduce dos dedos.
Sofoco un grito.
—Estás lista para mí tan pronto… —me dice.
Mueve sus tentadores dedos despacio, dentro y fuera, y yo empujo hacia él alzando las caderas.
—Eres una glotona —me regaña suavemente.
Traza círculos alrededor de mi clítoris con el pulgar y luego lo presiona.
Jadeo y mi cuerpo da sacudidas bajo sus expertos dedos. Estira un brazo y me retira la camiseta de los ojos para que pueda verlo. La tenue luz de la lámpara me hace parpadear. Deseo tocarlo.
—Quiero tocarte —le digo.
—Lo sé —murmura.
Se inclina y me besa sin dejar de mover los dedos rítmicamente dentro de mi cuerpo, trazando círculos y presionando con el pulgar. Con la otra mano me recoge el pelo hacia arriba y me sujeta la cabeza para que no la mueva. Replica con la lengua el movimiento de sus dedos. Empiezo a sentir las piernas rígidas de tanto empujar hacia su mano. La aparta, y yo vuelvo al borde del abismo. Lo repite una y otra vez. Es tan frustrante… Oh, por favor, Harry, grito por dentro.
—Este es tu castigo, tan cerca y de pronto tan lejos. ¿Te parece esto agradable? —me susurra al oído.
Agotada, gimoteo y tiro de mis brazos atados. Estoy indefensa, perdida en una tortura erótica.
—Por favor —le suplico.
Al final se apiada de mí.
—¿Cómo quieres que te folle, ________?
Oh… mi cuerpo empieza a temblar y vuelve a quedarse inmóvil.
—Por favor.
—¿Qué quieres, _____?
—A ti… ahora —grito.
—Dime cómo quieres que te folle. Hay una variedad infinita de maneras —me susurra al oído.
Alarga la mano hacia el paquetito plateado de la mesita de noche. Se arrodilla entre mis piernas y, muy despacio, me quita las bragas sin dejar de mirarme con ojos brillantes. Se pone el condón. Lo miro fascinada, anonadada.
—¿Te parece esto agradable? —me dice acariciándose.
—Era una broma —gimoteo.
Por favor, fóllame, Harry.
Alza las cejas deslizando la mano arriba y abajo por su impresionante miembro.
—¿Una broma? —me pregunta en voz amenazadoramente baja.
—Sí. Por favor, Harry —le ruego.
—¿Y ahora te ríes?
—No —gimoteo.
La tensión sexual está a punto de hacerme estallar. Me mira un momento, evaluando mi deseo, y de pronto me agarra y me da la vuelta. Me pilla por sorpresa, y como tengo las manos atadas, tengo que apoyarme en los codos. Me empuja las rodillas para alzarme el trasero y me da un fuerte azote. Antes de que pueda reaccionar, me penetra. Grito, por el azote y por su repentina embestida, y me corro inmediatamente, me desmorono debajo de él, que sigue embistiéndome exquisitamente. No se detiene. Estoy destrozada. No puedo más… y él empuja una y otra vez… y siento que vuelve a inundarme otra vez… no puede ser… no…
—Vamos, _________, otra vez —ruge entre dientes.
Y por increíble que parezca, mi cuerpo responde, se convulsiona y vuelvo a alcanzar el clímax gritando su nombre. Me rompo de nuevo en mil pedazos y Harry se para, se deja ir por fin y se libera en silencio. Cae encima de mí jadeando.
—¿Te ha gustado? —me pregunta con los dientes apretados.
Madre mía.
Estoy tumbada en la cama, devastada, jadeando y con los ojos cerrados cuando se aparta de mí muy despacio. Se levanta y empieza a vestirse. Cuando ha acabado, vuelve a la cama, me desata y me quita la camiseta. Flexiono los dedos y me froto las muñecas, sonriendo al ver que se me ha marcado el dibujo del tejido. Me ajusto el sujetador mientras él tira de la colcha y del edredón para taparme. Lo miro aturdida y él me devuelve la sonrisa.
—Ha sido realmente agradable —susurro sonriendo tímidamente.
—Ya estamos otra vez con la palabrita.
—¿No te gusta que lo diga?
—No, no tiene nada que ver conmigo.
—Vaya… No sé… parece tener un efecto beneficioso sobre ti.
—¿Soy un efecto beneficioso? ¿Eso es lo que soy ahora? ¿Podría herir más mi
amor propio, señorita Steele?
—No creo que tengas ningún problema de amor propio.
Pero soy consciente de que lo digo sin convicción. Algo se me pasa rápidamente por la cabeza, una idea fugaz, pero se me escapa antes de que pueda atraparla.
—¿Tú crees? —me pregunta en tono amable.
Está tumbado a mi lado, vestido, con la cabeza apoyada en el codo, y yo solo llevo puesto el sujetador.
—¿Por qué no te gusta que te toquen?
—Porque no. —Se inclina sobre mí y me besa suavemente en la frente—. Así que ese e-mail era lo que tú llamas una broma.
Sonrío a modo de disculpa y me encojo de hombros.
—Ya veo. Entonces todavía estás planteándote mi proposición…
—Tu proposición indecente… Sí, me la estoy planteando. Pero tengo cosas que comentar.
Me sonríe aliviado.
—Me decepcionarías si no tuvieras cosas que comentar.
—Iba a mandártelas por correo, pero me has interrumpido.
—Coitus interruptus.
—¿Lo ves?, sabía que tenías algo de sentido del humor escondido por ahí —le digo sonriendo.
—No es tan divertido, ________. He pensado que estabas diciéndome que no, que ni siquiera querías comentarlo.
Se queda en silencio.
—Todavía no lo sé. No he decidido nada. ¿Vas a ponerme un collar?
Alza las cejas.
—Has estado investigando. No lo sé, ___. Nunca le he puesto un collar a nadie.
Oh… ¿Debería sorprenderme? Sé tan poco sobre las sesiones… No sé.
—¿A ti te han puesto un collar? —le pregunto en un susurro.
—Sí.
—¿La señora Robinson?
—¡La señora Robinson!
Se ríe a carcajadas, y parece joven y despreocupado, con la cabeza echada hacia atrás. Su risa es contagiosa.
Le sonrío.
—Le diré cómo la llamas. Le encantará.
—¿Sigues en contacto con ella? —le pregunto sin poder disimular mi temor.
—Sí —me contesta muy serio.
Oh… De pronto una parte de mí se vuelve loca de celos. El sentimiento es tan fuerte que me perturba.
—Ya veo —le digo en tono tenso—. Así que tienes a alguien con quien comentar tu alternativo estilo de vida, pero yo no puedo.
Frunce el ceño.
—Creo que nunca lo he pensado desde ese punto de vista. La señora Robinson formaba parte de este estilo de vida. Te dije que ahora es una buena amiga. Si quieres, puedo presentarte a una de mis ex sumisas. Podrías hablar con ella.
¿Qué? ¿Lo dice a propósito para que me enfade?
—¿Esto es lo que tú llamas una broma?
—No, ______ —me contesta perplejo.
—No… me las arreglaré yo sola, muchas gracias —le contesto bruscamente, tirando de la colcha hasta mi barbilla.
Me observa perdido, sorprendido.
—_________, no… —No sabe qué decir. Una novedad, creo—. No quería ofenderte.
—No estoy ofendida. Estoy consternada.
—¿Consternada?
—No quiero hablar con ninguna ex novia tuya… o esclava… o sumisa… como las llames.
—_________ Steele, ¿estás celosa?
Me pongo colorada.
—¿Vas a quedarte?
—Mañana a primera hora tengo una reunión en el Heathman. Además ya te dije que no duermo con mis novias, o esclavas, o sumisas, ni con nadie. El viernes y el
sábado fueron una excepción. No volverá a pasar.
Oigo la firme determinación detrás de su dulce voz ronca.
Frunzo los labios.
—Bueno, estoy cansada.
—¿Estás echándome?
Alza las cejas perplejo y algo afligido.
—Sí.
—Bueno, otra novedad. —Me mira interrogante—. ¿No quieres que comentemos nada? Sobre el contrato.
—No —le contesto de mal humor.
—Ay, cuánto me gustaría darte una buena tunda. Te sentirías mucho mejor, y yo también.
—No puedes decir esas cosas… Todavía no he firmado nada.
—Pero soñar es humano, _____. —Se inclina y me agarra de la barbilla—. ¿Hasta el miércoles? —murmura.
Me besa rápidamente en los labios.
—Hasta el miércoles —le contesto—. Espera, salgo contigo. Dame un minuto.
Me siento, cojo la camiseta y lo empujo para que se levante de la cama. Lo hace de mala gana.
—Pásame los pantalones de chándal, por favor.
Los recoge del suelo y me los tiende.
—Sí, señora.
Intenta ocultar su sonrisa, pero no lo consigue.
Lo miro con mala cara mientras me pongo los pantalones. Tengo el pelo hecho un desastre y sé que después de que se marche voy a tener que enfrentarme a la santa inquisidora Perrie Edwards. Cojo una goma para el pelo, me dirijo a la puerta y la abro para ver si está Perrie. No está en el comedor. Creo que la oigo hablando por teléfono en su habitación. Harry me sigue. Durante el breve recorrido entre mi habitación y la puerta de la calle mis pensamientos y mis sentimientos fluyen y se transforman. Ya no estoy enfadada con él. De pronto me siento insoportablemente tímida. No quiero que se marche. Por primera vez me gustaría que fuera normal, me gustaría mantener una relación normal que no exigiera un acuerdo de diez páginas, azotes y mosquetones en el techo de su cuarto
de juegos.
Le abro la puerta y me miro las manos. Es la primera vez que me traigo un chico a mi casa, y creo que ha estado genial. Pero ahora me siento como un recipiente, como un vaso vacío que se llena a su antojo. Mi subconsciente mueve la cabeza. Querías correr al Heathman en busca de sexo… y te lo han traído a casa. Cruza los brazos y golpea el suelo con el pie, como preguntándose de qué me quejo. Harry se detiene junto a la puerta, me agarra de la barbilla y me obliga a mirarlo. Arruga la frente.
—¿Estás bien? —me pregunta acariciándome la barbilla con el pulgar.
—Sí —le contesto, aunque la verdad es que no estoy tan segura.
Siento un cambio de paradigma. Sé que si acepto, me hará daño. Él no puede, no le interesa o no quiere ofrecerme nada más… pero yo quiero más. Mucho más. El ataque de celos que he sentido hace un momento me dice que mis sentimientos por él son más profundos de lo que me he reconocido a mí misma.
—Nos vemos el miércoles —me dice.
Se inclina y me besa con ternura. Pero mientras está besándome, algo cambia. Sus labios me presionan imperiosamente. Sube una mano desde la barbilla hasta un lado de la cara, y con la otra me sujeta la otra mejilla. Su respiración se acelera. Se inclina hacia mí y me besa más profundamente. Le cojo de los brazos. Quiero deslizar las manos por su pelo, pero me resisto porque sé que no le gustaría. Pega su frente a la mía con los ojos cerrados.
—_________ —susurra con voz quebrada—, ¿qué estás haciendo conmigo?
—Lo mismo podría decirte yo —le susurro a mi vez.
Respira hondo, me besa en la frente y se marcha. Avanza con paso decidido hacia el coche pasándose la mano por el pelo. Mientras abre la puerta, levanta la mirada y me lanza una sonrisa arrebatadora. Totalmente deslumbrada, le devuelvo una leve sonrisa y vuelvo a pensar en Ícaro acercándose demasiado al sol. Cierro la puerta de la calle mientras se mete en su coche deportivo. Siento una irresistible necesidad de llorar. Una triste y solitaria melancolía me oprime el corazón. Vuelvo a mi habitación, cierro la puerta y me apoyo en ella intentando racionalizar mis sentimientos, pero no puedo. Me dejo caer al suelo, me cubro la cara con las manos y empiezan a saltárseme las lágrimas.
Perrie llama a la puerta suavemente.
—¿_______? —susurra.
Abro la puerta. Me mira y me abraza.
—¿Qué pasa? ¿Qué te ha hecho ese repulsivo cabrón guaperas?
—Nada que no quisiera que me hiciera, Perrie.
Me lleva hasta la cama y nos sentamos.
—Tienes el pelo de haber echado un polvo espantoso.
Aunque estoy desconsolada, me río.
—Ha sido un buen polvo, para nada espantoso.
Perrie sonríe.
—Mejor. ¿Por qué lloras? Tú nunca lloras.
Coge el cepillo de la mesita de noche, se sienta a mi lado y empieza a desenredarme los nudos muy despacio.
—¿No me dijiste que habías quedado con él el miércoles?
—Sí, en eso habíamos quedado.
—¿Y por qué se ha pasado hoy por aquí?
—Porque le he mandado un e-mail.
—¿Pidiéndole que se pasara?
—No, diciéndole que no quería volver a verlo.
—¿Y se presenta aquí? _____, es genial.
—La verdad es que era una broma.
—Vaya, ahora sí que no entiendo nada.
Me armo de paciencia y le explico de qué iba mi e-mail sin entrar en detalles.
—Pensaste que te respondería por correo.
—Sí.
—Pero lo que ha hecho ha sido presentarse aquí.
—Sí.
—Te habrá dicho que está loco por ti.
Frunzo el ceño. ¿Harry loco por mí? Difícilmente. Solo está buscando un nuevo juguete, un nuevo y adecuado juguete con el que acostarse y al que hacerle cosas indescriptibles. Se me encoge el corazón y me duele. Esa es la verdad.
—Ha venido a follarme, eso es todo.
—¿Quién dijo que el romanticismo había muerto? —murmura horrorizada.
He dejado impresionada a Perrie. No pensaba que eso fuera posible. Me encojo de hombros a modo de disculpa.
—Utiliza el sexo como un arma.
—¿Te echa un polvo para someterte?
Mueve la cabeza contrariada. Pestañeo y siento que estoy poniéndome colorada. Oh… has dado en el clavo, Perrie Edwards, vas a ganar el Pulitzer.
—_______, no lo entiendo. ¿Y le dejas que te haga el amor?
—No, Perrie, no hacemos el amor… follamos… como dice Harry No le interesa el amor.
—Sabía que había algo raro en él. Tiene problemas con el compromiso.
Asiento, como si estuviera de acuerdo, pero por dentro suspiro. Ay, Perrie… Ojalá pudiera contártelo todo sobre este tipo extraño, triste y perverso, y ojalá tú pudieras decirme que lo olvidara, que dejara de ser una idiota.
—Me temo que la situación es bastante abrumadora —murmuro.
Me quedo muy, muy corta.
Como no quiero seguir hablando de Harry, le pregunto por Elliot. Con solo mencionar su nombre, la actitud de Perrie cambia radicalmente. Se le ilumina la cara y me sonríe.
—El sábado vendrá temprano para ayudarnos a cargar.
Estrecha el cepillo con fuerza contra su pecho —vaya, le ha pillado fuerte—, y siento una vaga y familiar punzada de envidia. Perrie ha encontrado a un hombre normal y parece muy feliz.
Me giro hacia ella y la abrazo.
—Ah, casi me olvido. Tu padre ha llamado cuando estabas… bueno, ocupada. Parece que Bob ha tenido un pequeño accidente, así que tu madre y él no podrán venir a la entrega de títulos. Pero tu padre estará aquí el jueves. Quiere que lo llames.
—Vaya… Mi madre no me ha llamado para decírmelo. ¿Está bien Bob?
—Sí. Llámala mañana. Ahora es tarde.
—Gracias, Perrie. Ya estoy bien. Mañana llamaré también a Ray. Creo que me voy a acostar.
Sonríe, pero arruga los ojos preocupada.
Cuando ya se ha marchado, me siento, vuelvo a leer el contrato y voy tomando notas. Una vez que he terminado, enciendo el ordenador dispuesta a responderle.
En mi bandeja de entrada hay un e-mail de Christian.
De: Harry Styles
Fecha: 23 de mayo de 2011 23:16
Para: _____ Steele
Asunto: Esta noche
Señorita Steele: Espero impaciente sus notas sobre el contrato. Entretanto, que duermas bien, nena.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: ________ Steele
Fecha: 24 de mayo de 2011 00:02
Para: Harry Styles
Asunto: Objeciones
Querido señor Styles: Aquí está mi lista de objeciones. Espero que el miércoles las discutamos con calma en nuestra cena. Los números remiten a las cláusulas:2: No tengo nada claro que sea exclusivamente en MI beneficio, es decir, para que explore mi sensualidad y mis límites. Estoy segura de que para eso no necesitaría un contrato de diez páginas. Seguramente es para TU beneficio.4: Como sabes, solo he practicado sexo contigo. No tomo drogas y nunca me han hecho una transfusión. Seguramente estoy más que sana. ¿Qué pasa contigo?8: Puedo dejarlo en cualquier momento si creo que no te ciñes a los límites acordados. De acuerdo, eso me parece muy bien.9: ¿Obedecerte en todo? ¿Aceptar tu disciplina sin dudar? Tenemos que hablarlo.11: Periodo de prueba de un mes, no de tres.12: No puedo comprometerme todos los fines de semana. Tengo vida propia, y seguiré teniéndola. ¿Quizá tres de cada cuatro?15.2: Utilizar mi cuerpo de la manera que consideres oportuna, en el sexo o en cualquier otro ámbito… Por favor, define «en cualquier otro ámbito».15.5: Toda la cláusula sobre la disciplina en general. No estoy segura de que quiera ser azotada, zurrada o castigada físicamente. Estoy segura de que esto infringe las cláusulas 2-5. Y además eso de «por cualquier otra razón» es sencillamente mezquino… y me dijiste que no eras un sádico.15.10: Como si prestarme a alguien pudiera ser una opción. Pero me alegro de que lo dejes tan claro.15.14: Sobre las normas comento más adelante.15.19: ¿Qué problema hay en que me toque sin tu permiso? En cualquier caso, sabes que no lo hago.15.21: Disciplina: véase arriba cláusula 15.5.15.22: ¿No puedo mirarte a los ojos? ¿Por qué?15.24: ¿Por qué no puedo tocarte? Normas: Dormir: aceptaré seis horas. Comida: no voy a comer lo que ponga en una lista. O la lista de los alimentos se elimina, o rompo el contrato. Ropa: de acuerdo, siempre y cuando solo tenga que llevar tu ropa cuando esté contigo. Ejercicio: habíamos quedado en tres horas, pero sigue poniendo cuatro. Límites tolerables:¿Tenemos que pasar por todo esto? No quiero fisting de ningún tipo. ¿Qué es la suspensión? Pinzas genitales… debes de estar de broma. ¿Podrías decirme cuáles son tus planes para el miércoles? Yo trabajo hasta las cinco de la tarde. Buenas noches. _____
De: Harry Styles
Fecha: 24 de mayo de 2011 00:07
Para: ________ Steele
Asunto: Objeciones
Señorita Steele: Es una lista muy larga. ¿Por qué está todavía despierta?
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: _______ Steele
Fecha: 24 de mayo de 2011 00:10
Para: Harry Styles
Asunto: Quemándome las cejas
Señor: Si no recuerdo mal, estaba con esta lista cuando un obseso del control me interrumpió y me llevó a la cama. Buenas noches.
_______
De: Harry Styles
Fecha: 24 de mayo de 2011 00:12
Para: _______ Steele
Asunto: Deja de quemarte las cejas
________, VETE A LA CAMA.
Harry Styles Obseso del control y presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Vaya… en mayúsculas, como si me gritara. Apago el ordenador. ¿Cómo puede intimidarme estando a ocho kilómetros? Todavía triste, me meto en la cama e inmediatamente caigo en un sueño profundo, aunque intranquilo.
PaulaC0223
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