Summer. {One Direction y tú}

Resulta aterrador el gran giro que pueden dar las cosas en tan poco tiempo.
La verdad es que mis dudas sobre estas vacaciones han vuelto y comienzo a pensar que todo esto ha sido una mala idea.
Hoy se cumple un mes desde que estoy aquí -y estoy agraciada, que no les engañe la desdicha de mis palabras-.
He estado pensando y llegué al punto de que ha sido el peor mes de toda mi vida.
Harry no quiere hablarme, vaya uno a saber por qué. Liam y Zayn están bastante más unidos a mí de lo que esperaba, lo que resulta extraño pero confortante. Después está Niall, con quién la cosa va estupenda. Y luego…, luego está Louis.
Louis. Suspiro.
Así ha sido lo que restó del mes. Pienso en Louis, suspiro.
Desde aquel día en la casa de Niall, aún con mi cuerpo semidesnudo y la habitación hecha un verdadero lío, Louis ha dejado en claro que no le intereso.
O que sí lo hago.
Pero de todas formas, ya da igual, porque él está muy ocupado pensando en Marina como para prestarme atención.
O puede que se lo tome como excusa, para simplemente olvidarme. Pero, ¿olvidar qué? ¿Nuestra amistad?
¿Por qué?
Ya es la quinta vez en el día que me cuestiono las mismas preguntas, que flotan en mi cerebro y no dan lugar a nada más que a la desgracia que pasa por mi vida en estos momentos.
Decido salir de la habitación, de la cual no salgo desde hace tres días. O bueno, no tan así. Sólo bajo para comer, porque sí por mí es, me la paso paseándome desde el baño a la habitación.
Cualquiera diría que estoy deprimida o que soy sólo una adolescente que pasa por la etapa del capricho, y la verdad no difiere mucho con eso. Pero estoy tan absorta del mundo, que ni sé que piensan los demás, es más: me da igual.
Cierro la puerta blanca tras de mí y el cartelito que ahora, además de indicar mi nombre, indica el de Harry en letras azules, se mueve un poco y hace un ruido espantoso.
Bajo las escaleras lentamente y saludo a mis hermanos con una sonrisa torcida, que ninguno de los dos corresponde. Joe está demasiado enfadado conmigo como para hacerlo, porque me dice que estoy siendo demasiado tonta y que me pierdo las vacaciones.
Evan, en cambio, está bastante preocupado por mí y me atrevo a decir que bajo a comer sólo por él.
Él deja la taza de té, que supongo es de manzanilla, de lado y hace un ademán de levantarse. Sé que quiere venir hacia mí y abrazarme, y no se lo impido. Así que eso es lo que hace.
Me sostiene entre sus brazos un rato largo y recuerdo lo que son los abrazos de mi hermano. Hace años que no tengo uno de verdad, así que esto es un milagro.
Se lo correspondo sin pensármelo porque sé cuánto le duele verme en situaciones como éstas.
–Estoy bien –le susurro, pero mi voz no acompaña mis palabras. Duda, pero después me suelta y asiente. No se lo ha creído, pero sé que intenta hacerlo por mí.
Le sonrío un poco y él también lo hace. Le dirijo una rápida mirada a Joe, quién no hace más que evitarme y a resignación pura, me retiro hacia la cocina.
Mi madre y Anne están ahí en compañía de Harry.
Ambas toman café, como todas las mañanas lo hacen. Y se sientan en la mesada de la cocina, cuya función es parecida a la de una isla, y se la pasan parloteando sobre la vida de medio barrio: mi madre habla sobre Frank, el vecino de la residencia que ocupamos en Londres y Anne le responde comentándole los nuevos rumores sobre Chester, el mecánico de la cuadra próxima a la suya.
Sinceramente, no sé como Harry las soporta.
Todos dejan sus actividades en cuanto me ven y supongo que es raro verme fuera de la habitación a la mañana.
Les sonrío sin saber bien que hacer y me busco un puesto libre en una silla, cercana a mi madre.
Cuando doy con una silla cercana, me siento y las observo echarse mirada cómplices.
–Buenos días –digo después de un rato. Porque, ¿qué más puedo decir?

– ¿Cómo has dormido? –pregunta mi madre. <<Mal, porque Harry no para de roncar>>, quiero decirle. Pero no lo hago, porque recuerdo que Harry siquiera me dirige la palabra. Asiento, dándole a entender que dormí bien aunque sea mentira.

– ¿No comes nada, cariño? –me dice Anne, examinando mi cuerpo. Coloca su mano sobre la mía, que se haya sobre la mesa, y la aprieta dulcemente.

–No tengo hambre –las dos se observan. Mi madre niega y me mira reprobatoriamente, buscando una respuesta en mi mirada. Pero no obtiene nada.

–Madeleine, estás comiendo muy poco –me reprende, y me volteo hacia Harry por inercia. O no sé por qué. Solo me volteo a él. Estaba muy concentrado en una porción de tarta, que seguramente Niall ha traído, pero ahora eleva su vista y se cruza con la mía.
Su rostro se endurece.

–No tengo hambre –repito. Me mira compasivamente y me doy cuenta cuán preocupado parece estar. Sin embargo, le dirijo una última mirada y me retiro de la mesa.
Como no sé que más se supone que debo hacer en la cocina, decido salir al jardín, el cual no he disfrutado lo suficiente.
Cerca de la pileta, a unos cuantos metros se halla una especie de sillón-hamaca que cuelga de una madera, mientras que el acolchonado asiento y los almohadones están forrados en cuero blanco.
Corro los pequeños almohadones a un lado y me siento. Libero mis pies de las pantuflas de conejito que mi madre me regaló para mi cumpleaños pasado, porque pensó que eran realmente chic -cosa que no es cierta-.
La brisa recorre mis talones y un estremecimiento agradable se extiende por todo mi cuerpo, acariciándome la espalda.
Echo la cabeza para atrás y como consecuencia, todo mi cuerpo se recuesta en el cuero. Cierro los ojos y aspiro el aire fresco y puro que en la ciudad no puedo encontrar.
Está bien, es un punto a favor del campo.
Meso mis pies de un lado a otro y el sillón-hamaca comienza a moverse. Adelante, atrás. Adelante, atrás. Eso es todo.
Me dedico a hamacarme y cuando me canso de mentalizar aquel corto movimiento, levanto mi mirada y la poso en el horizonte.
Recuerdo que allá atrás está la pradera a la que solemos ir con Liam.
Ayer fuimos y la pasamos excelente. Solos, sin nadie más. Y lo mejor de todo fue que no hubo a quién consolar, porque ambos esquivamos el tema fácilmente.
Fue un lindo día. De hecho, creo que estar con él es lo mejor que puedo hacer para olvidarme de todo lo demás.
Una presencia se siente a mi lado y doy un respingo al voltear mi rostro y encontrarme el suyo tan cercano al mío.
Suspiro, me llevo la mano al pecho y cierro los ojos. El corazón me late desenfrenado.
– ¿Qué haces aquí? –digo después de un rato, cuando ya me siento mejor.

–Quiero que comas –extiende una pequeña bandeja hacia mí. La observo minuciosamente: este chico ha pensado en todo.
Viene con unos pequeños platitos que contienen mis muffins favoritos y confirmo mis sospechas de que el rubio ha estado por aquí.
Seguramente no pidió verme porque no quiso despertarme.
Odio que me despierten.
A un lado de los platitos hay unas galletas de avena y chispas de chocolate: otras de mis favoritas y estas las ha preparado Anne.
Una cafetera vidriada con medio litro de café con leche dentro, una pequeña taza de porcelana que reza <<I’m sorry>> con letras grandes y ennegrecidas, y por último, un vasito de vidrio con un poco de jugo de naranja fresco.
Y que no se me olvide, que detallista fue la rosa.
Una rosa roja escarlata, sin espinas y en perfectas condiciones. Estoy segura de que la cortó del rosal de mi abuela que hay en el jardín delantero y eso va a costarle caro.
Intento sonreír, pero mi rostro está entumecido.
Lo miro y veo como su mirada me suplica.

–Harry, dije que no tengo hambre dos veces –le digo, pero él sigue con la bandeja tendida hacia mí. Al final suspiro y la tomo entre mis manos. El sonríe.

–Y… ¿ya viste la taza? –pregunta y me dan ganas de sonreír, sin embargo no lo hago, porque hacerlo sufrir un rato no parece tan mala idea.

–Sí, está bonita –me dedico amenamente a volcar el café en el cuenco de porcelana y le tiro unas cucharaditas de azúcar que colocó en una azucarera con flores.
Lo revuelvo.

–La hice con mucho amor.

– ¿El qué? –ni me inmuto.

–La taza –<<bueno, acabas de sorprenderme>>. Se le da mal, todo lo que tenga que ver con artesanías se le da mal a pesar de que su madre es artesana. Trago en seco y me volteo a verlo.

– ¿Tú has hecho la taza? ¿Cómo?

–Bueno…, la verdad es que yo no la hice –entorno los ojos y me dedico a engullir un muffin con rapidez–. Pero intenté hacerla.

–Oh, ¿intentaste?

–Sí, intenté. Al final no pude, porque casi quemo tu cocina con la porcelana caliente y mi mamá decidió que la haría por mí…

–Estaríamos a mano.

– ¿Qué?

–Estaríamos a mano si quemaras mi cocina –respondo. Ni lo miro, pero sé que ha sonreído.

– ¿Viste la frase que dice? –asiento, indiferente. Lo oigo bufar–. Maddie, por favor, perdóname.

–Hm… no lo sé.

– ¿Qué debo hacer? –dice, resignado. Río porque me conoce perfectamente. Pienso en algo que le molestaría y asiento para mí misma. Su cara cambia a una de terror.

– ¿Sabes? Te noto algo dormido aún… ¿no quisieras espabilarte? –parece que ha entendido, porque ya está sacándose la remera. Sin más ni más, se acerca al borde de la piscina, murmura alguna obscenidad incomprensible a mis oídos y se tira en un perfecto clavado, salpicándome un poco.
Sale a la superficie con los labios morados.

– ¿Estoy perdonado?

–Yo creo que sí –digo y él sonríe a pesar de estar muriéndose de hipotermia.

–Mi madre me matará cuando esté resfriado, y adivina quién será mi sirvienta… –niego, divertida y le tiro una toalla que se hallaba en una mesa cercana. Mientras él sale, yo sigo devorándome el muffin.

–Harry –lo llamo, una vez se hubo sentado a mi lado–, ¿por qué no me hablaste por tanto tiempo? –hace una mueca y sé que está arrepentido. Me quita una galleta y antes de que pudiera reprenderlo, ya se la ha comido.

–Porque tenía que aclarar algunas cosas conmigo mismo –responde sin más. Sin embargo, yo debo de ser el ser más confundido de toda Inglaterra.

– ¿Cosas? ¿qué cosas?

–Cosas –entrecierro los ojos y vuelvo a mirar hacia el horizonte, por donde el alba cada vez se hace más notorio.

–Me quedé confundida desde que me dijiste que rompí una promesa, porque yo no recuerdo haber hecho ninguna –siento su mirada en mí y luego lo oigo suspirar.

–Bueno, creo que ahora ya lo sabes así que te lo diré –frunzo el ceño, aún sin voltearme a verlo–. No tengo idea de por qué no lo recuerdas, pero todos prometimos que no nos mentiríamos nunca –asiento y comienzo a recordarlo–, y resulta que me vengo a dar cuenta de qué a ti te gusta alguien de nosotros y a Louis le gustas tú –alzo las cejas y tengo que tomar un trago largo de jugo porque siento que vomitaré todo lo que ingerí.

– ¿Qué a Louis le gusto yo? –rio–. Eso no es verdad.

– ¿A no? –observo de reojo como enarca una ceja. Él y de hecho ninguno de ellos puede saber lo que Louis me dijo aquel día, porque me he encargado de esconderlo muy bien. Sin embargo, parece que él no hizo lo mismo–. Porque hay alguien que no dice lo mismo.

–Ya, sí –suspiro, resignada–. Él me lo dijo.

–Bueno y nos lo ha estado ocultando un buen tiempo –asiento desganada–. Y tú has hecho lo mismo, según veo.

–Está bien, aquí va la parte que no entiendo –resopla, evidentemente molesto–. A mí no me gusta nadie de ustedes.

–Vamos, Madeleine, a mí no me vengas con estupideces porque me he dado cuenta yo solito.

– ¿Debo darte un diploma?

–Lo reconoces.

–No es así.

–Sí, sí lo es.

– ¿Por qué siento que ya tuvimos una conversación parecida? –ríe y yo no entiendo por qué.

– ¿Por qué no me dijiste que te gusta Liam? –dice, pillándome por sorpresa. << ¿A moí? ¿Gustarme Liam? ¡Já!>>

– ¡No me gusta Liam! –digo inmediatamente, a la defensiva.

–Claro que te gusta.

–No es cierto, porque si me gustara Liam no podría gustarme Niall –alza las cejas y me doy cuenta de lo que dije. Me tapo la boca con las manos y sin saber bien qué hacer, intento echarme a correr. Pero el me sujeta a tiempo desde la cintura y me obliga a sentarme.

– ¿Qué has dicho?

–Nada.

– ¿Te gusta Niall?

–No.

–Sí, eso es lo que oí.

–Pues límpiate el oído.

–No, tú dijiste que te gusta Niall.

– ¿Qué? –oigo una voz áspera y miro sus labios, pero están sellados. Él no habló, el no ha sido. Pero, entonces, me doy cuenta de que hay alguien más de quién no nos hemos fiado.