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Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
Nombre: Blood Magic
Autor: Tessa Gratton
Adaptación: Si
Género: Fantasía, Terror, Suspenso.
Advertencias: No apta para escépticos.
Otras páginas: Del libro original si, de esta adaptación, no.
Autor: Tessa Gratton
Adaptación: Si
Género: Fantasía, Terror, Suspenso.
Advertencias: No apta para escépticos.
Otras páginas: Del libro original si, de esta adaptación, no.
Última edición por Shoffy_DiJoSmi el Miér 23 Ene 2013, 3:15 pm, editado 1 vez
Shoffy_DiJoSmi
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
------------------[[Prólogo]]
Para ____ y Joseph, el cementerio es el centro de todo. Allí se conocieron y allí han visto nacer la magia más poderosa de todas cuantas puedan existir; la que se realiza con hechizos de sangre.
Recurriendo a ella, todo se vuelve posible: desde regenerar una simple hoja muerta... hasta vivir para siempre.
Con la ayuda de un libro de magia que ha llegado a sus manos de forma misteriosa, Joseph y ____ irán adentrándose en un mundo oscuro y fascinante que les revelará algunas de las pieza que conforman el rompecabezas de sus vidas y su pasado. Pero todavía hay cosas que no saben; alguien los observa de cerca y ansía apoderarse de todo cuanto les pertenece...
Recurriendo a ella, todo se vuelve posible: desde regenerar una simple hoja muerta... hasta vivir para siempre.
Con la ayuda de un libro de magia que ha llegado a sus manos de forma misteriosa, Joseph y ____ irán adentrándose en un mundo oscuro y fascinante que les revelará algunas de las pieza que conforman el rompecabezas de sus vidas y su pasado. Pero todavía hay cosas que no saben; alguien los observa de cerca y ansía apoderarse de todo cuanto les pertenece...
Shoffy_DiJoSmi
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
Hola! Me presento... Soy Sofia Anabella y soy de Argentina. Amo en verdad este libro. Lo encontré un día por casualidad (o no) en una librería y me encantó la tapa, el prólogo, todo. Lo leí en una semana y lo amé. Les traigo la adaptación, espero que a ustedes también les guste tanto como a mi. Y más con el precioso bombonazo de nuestro querido Joseph *-*. El libro consta de 64 capítulos de pura magia, terror, emoción y algo de romance. Vale la pena leerlo, se los recomiendo. :)
Les cuento que amo los comentarios así que cuando vea algunos coments les subo el primer cap. :) Saludooos!!
Les cuento que amo los comentarios así que cuando vea algunos coments les subo el primer cap. :) Saludooos!!
Shoffy_DiJoSmi
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
------------------[[Capítulo uno]]
Mi nombre es Josephine Darly, y mi intención es vivir para siempre.
Shoffy_DiJoSmi
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
chelis escribió:SUBIRAS EL CAPIS!!???
O ESE ERA TODO EL CAPIS?????
Si, ese es todo, aunque no lo creas. Pero estaba editando el segundo que OBVIAMENTE es muuuuuuuuuuuucho más largo pero se me borró -_- YA lo edito :)
Shoffy_DiJoSmi
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
------------------[[Capítulo dos]]
_____
Es imposible saber quién eres en realidad hasta que pasas tiempo a solas en un cementerio.
Sentía la lápida fría contra la espalda, contra el fino tejido de mi camiseta, empapado por el sudor de mi piel. La oscuridad llenaba el cementerio de sombras confiriéndole una extraña cualidad intermedia: no era ni de día ni de noche, sino un momento gris y melancólico.
Estaba sentada con las piernas cruzadas y el libro sobre el regazo. Debajo, la hierba descuidada ocultaba la tumba de mis padres.
Quité el polvo de la cubierta delantera del libro, del tamaño de una novela edición barata, y parecía pequeño e insignificante entre mis manos. El cuero color caoba era suave, gastado por los años de uso; el color de las esquinas se había desvanecido. El canto de las páginas estuvo en su día bañado en oro, pero también eso había desaparecido.
Escuché un crujido al abrirlo. Leí de nuevo la inscripción y suspiré para mis adentros, ya que eso lo hacía todavía más real.
Esa era una de las citas preferidas de mi padre. De Hamlet. Papá solía recitarla siempre que Reeseo yo salíamos de la habitación hechos una furia. Decía que, en comparación con el príncipe de Dinamarca, no teníamos motivos para quejarnos. Y en ese momento recordé sus ojos azules mirándome por encima del borde de las gafas con los párpados entornados.
El libro me había llegado por correo esa misma tarde, envuelto en un papel marrón sin remitente. ____ KENNICOT aparecía escrito con letras mayúsculas, como una especie de invocación. Había seis sellos en la esquina superior. Olía a sangre.
Ese particular olor a moneda de metal se me quedó atrapado en la garganta y despertó algo en mi memoria. Cerré los ojos y vi el reguero de sangre que salpicaba las estanterías.
Cuando volví a abrirlos, seguía en el cementerio.
En la parte interior de la cubierta frontal habí auna nota plegada en tres partes escrita en un papel grueso y liso.
____, comenzaba. Cada vez que veía mi nombre escrito con esa antigua caligrafía cursiva me echaba a temblar. La parte inferior de la letra __ realizaba una espiral hacia ninguna parte.
____:
Siento tu pérdida como si fuera mía, hija. Conocí a tu padre durante casi toda su vida, y era un amigo muy querido para mi. Lamento no poder asistir a su funeral, aunque confío en que su vida sea celebrada y su muerte, muy llorada.
Si hay algo que pueda consolarte un poco, espero que este sirva a ese propósito. Aquí, en este libro, se encuentran los secretos que él perfeccionó tras décadas de investigación y toda una vida dedicada al conocimiento. Tu padre era un hechicero y un sanador con un maravilloso talento, y estaba orgulloso de ti, de tu fuerza. Sé que le gustaría que ahora tuvieses el testimonio de su trabajo.
Os deseo lo mejor a tu hermano y a ti
Firmaba como El Diácono, nada más. Ni apellidos ni ninguna dirección de contacto.
Los cuervos emitieron sus particulares carcajadas y salieron disparados a través de las lápidas lejanas, formando una nube negra que atravesó el aire con un estallido de aleteos y graznidos roncos. Los observé mientras recorrían el cielo gris en dirección al oeste, hacia mi casa, probablemente para aterrorizar a los arrendajos que vivían en el arce de nuestro jardín.
El viento convirtió mi cabello corto en látigos que azotaban mis mejillas, así que lo eché hacia atrás. Me pregunté quién sería ese tal Diácono. Afirmaba ser amigo de mi padre, pero yo nunca habría oído hablar de él. También me pregunté por qué sugería cosas tan ridículas e increíbles, por qué decía que mi padre había sido un hechicero y un sanador cuando no había sido más que un profesor de instituto que enseñaba latín. No obstante, a pesar de eso, supe con absoluta certeza que el libro que sujetaba en mis manos había sido escrito por mi padre: reconocí su fina y cuidada caligrafía, con sus diminutos bucles en cada "L" mayúscula y sus "R" perfectamente anguladas. Aborrecía escribir a máquina, y solía escribir a mano de manera legible. Reese le hizo caso y empezó a escribir en mayúsculas, pero a mi me gustaban demasiado las salvajes minúsculas como para preocuparme por la legibilidad.
No importaba de dónde hubiera salido; ese libro era de mi padre. Lo hojeé un poco y vi que cada página contenía líneas y líneas de una escritura perfecta y meticulosos diagramas que se extendían como telas de araña. Los diagramas encerraban círculos dentro de otros círculos, y estaban salpicados de letras griegas, runas y extraños pictogramas. Había triángulos o octógonos, cuadrados y estrellas de cinco y siete puntas. Mi padre había realizado pequeñas anotaciones en el margen (párrafos descriptivos escritos en latín) y también algunas listas de ingredientes.
La sal encabezaba todas las listas. También había otros ingredientes reconocibles, como el jengibre, la cera, las uñas, los espejos, las patas de pollo, los dientes de gato o los lazos de colores, si bien había algunos términos que no conocía, como el mineral rojo, la agrimonia o el espinacardo.
Y sangre. Todas las listas incluían al menos una gota de sangre.
Eran hechizos mágicos. Para localizar objetos, para bendecir a los recién nacidos o para retirar maldiciones. Para proteger contra la maldad. Para ver a grandes distancias. Para predecir el futuro. Para sanar todo tipo de enfermedades y heridas.
Pasé las páginas con el corazón lleno de una mezcla de entusiasmo y miedo. También podía saborear la excitación, como una descarga eléctrica en la parte posterior de la garganta. ¿Todo eso era real? Mi padre nunca había sido muy dado a las artimañas, y era más bien poco imaginativo, pese a su adoración por los libros antiguos y las historias épicas.
Debía de haber algún hechizo que yo pudiera hacer. Solo para probar. Para ver si era de verdad.
Mientras esa idea iba cobrando forma en mi mente, el olor a sangre trepó por mi garganta una vez más, penetrando en mis senos nasales y deslizándose por mi esófago como una especie de humo pegajoso.
Me acerqué el libro a la nariz e inhalé con fuerza para intentar cuando menos despejar el hedor y casi pude percibir el aroma de mi padre en el libro.
No el hedor insoportable de la sangre que empapaba su camisa y la alfombra debajo de su cuerpo, sino el aroma a cigarrillo y jabón que tenía siempre que se acercaba a la mesa del desayuno por las mañanas, después de ducharse y fumarse un pitillo rápido en el patio de atrás. Volví a dejar el libro sobre mi regazo y cerré los ojos hasta que mi padre apareció delante de mí, sentado, con una mano apoyada sobre mi rodilla derecha.
Cuando era pequeña, solía venir a mi habitación justo antes de apagar las luces. Se sentaba en mi cama y apoyaba la mano sobre mi rodilla. El colchón se hundía y me arrastraba hacia sí, hasta que apoyaba la cabeza sobre su hombro o me encaramaba a su regazo; luego él me narraba versiones resumidas de obras de la literatura clásica. Mis favoritas eran "Frankestein" y "Como gustéis", y siempre le pedía que me las contara.
Otro cuervo solitario graznó en el cementerio, mientras volaba despacio tras sus parientes.
Sujeté el libro con ambas manos y dejé que se abriera al azar. Cuando las páginas eligieron su posición, volví a colocarlo sobre mis piernas y le eché un vistazo al hechizo: Regeneración.
Un hechizo para devolver la vida. Un hechizo que se realizaba cuando la carne estaba infectada o necrosada. O para mantener el vigor de las flores.
El diagrama era una espiral en el interior e un círculo que se estrechaba en el centro como una serpiente. Solo se necesitaba sal, sangre y aliento. Fácil.
Con un palito, dibujé en círculo en el suelo del cementerio, y de la bolsa de plástico que había llenado con los ingredientes disponibles en la cocina, saqué un frasquito de sal. Los cristales brillaron entre las delgadas briznas de hierba cuando los eché sobre el círculo. Sitúa el objeto en el centro del círculo, había escrito papá.
Me mordí la parte interna del labio inferior. no tenía ningún corte ni carne muerta. Y el otoño estaba demasiado avanzado para que hubiera flores.
Sin embargo, había un pequeño montón de hojas muertas acumuladas en la lápida que había frente a mí, así que me levanté y agarré una grande. Me senté de nuevo y coloqué la arrugada hoja de arce en el interior del círculo. Tenía los bordes curvados y ennegrecidos, pero aún podían apreciarse las líneas escarlatas de las nervaduras. Los árboles de alrededor no habían perdido muchas hojas todavía, así que lo más probable era que aquella fuera del invierno anterior. Había pasado mucho tiempo en el cementerio.
Ahora llegaba la parte difícil. Saqué la navaja del bolsillo que guardaba en los pantalones vaqueros y la abrí. Apoyé la punta sobre la yema de mi pulgar izquierdo y me detuve.
Se me encogió el estómago al pensar en lo mucho que me iba a doler. ¿Y si ese libro de hechizos no era más que una farsa? ¿Estaba loca por intentarlo? Era imposible. La magia no podía ser real.
Sin embargo, estaba escrito con la letra de mi padre, y él nunca había sido dado a las bromas. Y no estaba loco... no importaba lo que le dijeran los demás. Papá debía haber creído en ello, de lo contrario no habría desperdiciado su tiempo en eso. Y yo creía en mi padre. Tenía que hacerlo.
De cualquier forma, solo era una gota de sangre.
Apreté la hoja contra mi piel y presioné, aunque no conseguí atravesarla. Todo mi cuerpo temblaba ante el posible descubrimiento de que la magia era real. El estimulante sabor del terror dejaba un regusto penetrante en mi lengua.
Apreté más fuerte.
Un grito apagado escapó de mis labios cuando la sangre empezó a brotar como si fuera aceite. Extendí la mano y contemplé la densa gota que se deslizaba por el pulgar. Sentí un dolor sordo que se extendió a lo largo del brazo antes de asentarse en la escápula y desaparecer. Me temblaba la mano, pero ya no tenía ningún miedo.
A toda prisa, dejé que una, dos y tres gotas de sangre cayeran sobre la hoja. Se acumularon en la parte central, formando un pequeño charquito. Me incliné hacia adelante y contemplé la sangre como si esta pudiera devolverme la mirada. Pensé en mi padre, en lo mucho que lo echaba de menos. Necesitaba que aquello fuera real.
-Ago vita iterum- Susurré muy despacio, dejando que mi aliento rozara la hoja y agitara el diminuto charquito de sangre.
No ocurrió nada. El viento volvió a sacudir mi cabello, así que coloqué las manos a ambos lados de la hoja para protegerla. La observé con los párpados entornados y decidí que debía de haber pronunciado mal la frase en latín. Me apreté el corte del pulgar y añadí sangre al pequeño cúmulo de la hoja. repetí la frase.
La hoja se estremeció bajo mi aliento, y los bordes se estiraron como si fueran los pétalos de una flor fotografiada a intervalos de tiempo. El centro escarlata se extendió y llegó a las puntas antes de adquirir un exuberante tono verde brillante. La hoja permaneció en el centro del círculo, lisa y fresca, como recién cortada.
De repente, el ruido de la hierba aplastada llamó mi atención.
Un chico me miraba con los ojos abiertos de par en par.
Es imposible saber quién eres en realidad hasta que pasas tiempo a solas en un cementerio.
Sentía la lápida fría contra la espalda, contra el fino tejido de mi camiseta, empapado por el sudor de mi piel. La oscuridad llenaba el cementerio de sombras confiriéndole una extraña cualidad intermedia: no era ni de día ni de noche, sino un momento gris y melancólico.
Estaba sentada con las piernas cruzadas y el libro sobre el regazo. Debajo, la hierba descuidada ocultaba la tumba de mis padres.
Quité el polvo de la cubierta delantera del libro, del tamaño de una novela edición barata, y parecía pequeño e insignificante entre mis manos. El cuero color caoba era suave, gastado por los años de uso; el color de las esquinas se había desvanecido. El canto de las páginas estuvo en su día bañado en oro, pero también eso había desaparecido.
Escuché un crujido al abrirlo. Leí de nuevo la inscripción y suspiré para mis adentros, ya que eso lo hacía todavía más real.
Apuntes sobre Transformación y Trascendencia ¡Ojalá que esta carne tan firme, tan sólida, se fundiera y derritiera hecha rocío! -Shakespeare
Esa era una de las citas preferidas de mi padre. De Hamlet. Papá solía recitarla siempre que Reeseo yo salíamos de la habitación hechos una furia. Decía que, en comparación con el príncipe de Dinamarca, no teníamos motivos para quejarnos. Y en ese momento recordé sus ojos azules mirándome por encima del borde de las gafas con los párpados entornados.
El libro me había llegado por correo esa misma tarde, envuelto en un papel marrón sin remitente. ____ KENNICOT aparecía escrito con letras mayúsculas, como una especie de invocación. Había seis sellos en la esquina superior. Olía a sangre.
Ese particular olor a moneda de metal se me quedó atrapado en la garganta y despertó algo en mi memoria. Cerré los ojos y vi el reguero de sangre que salpicaba las estanterías.
Cuando volví a abrirlos, seguía en el cementerio.
En la parte interior de la cubierta frontal habí auna nota plegada en tres partes escrita en un papel grueso y liso.
____, comenzaba. Cada vez que veía mi nombre escrito con esa antigua caligrafía cursiva me echaba a temblar. La parte inferior de la letra __ realizaba una espiral hacia ninguna parte.
____:
Siento tu pérdida como si fuera mía, hija. Conocí a tu padre durante casi toda su vida, y era un amigo muy querido para mi. Lamento no poder asistir a su funeral, aunque confío en que su vida sea celebrada y su muerte, muy llorada.
Si hay algo que pueda consolarte un poco, espero que este sirva a ese propósito. Aquí, en este libro, se encuentran los secretos que él perfeccionó tras décadas de investigación y toda una vida dedicada al conocimiento. Tu padre era un hechicero y un sanador con un maravilloso talento, y estaba orgulloso de ti, de tu fuerza. Sé que le gustaría que ahora tuvieses el testimonio de su trabajo.
Os deseo lo mejor a tu hermano y a ti
Firmaba como El Diácono, nada más. Ni apellidos ni ninguna dirección de contacto.
Los cuervos emitieron sus particulares carcajadas y salieron disparados a través de las lápidas lejanas, formando una nube negra que atravesó el aire con un estallido de aleteos y graznidos roncos. Los observé mientras recorrían el cielo gris en dirección al oeste, hacia mi casa, probablemente para aterrorizar a los arrendajos que vivían en el arce de nuestro jardín.
El viento convirtió mi cabello corto en látigos que azotaban mis mejillas, así que lo eché hacia atrás. Me pregunté quién sería ese tal Diácono. Afirmaba ser amigo de mi padre, pero yo nunca habría oído hablar de él. También me pregunté por qué sugería cosas tan ridículas e increíbles, por qué decía que mi padre había sido un hechicero y un sanador cuando no había sido más que un profesor de instituto que enseñaba latín. No obstante, a pesar de eso, supe con absoluta certeza que el libro que sujetaba en mis manos había sido escrito por mi padre: reconocí su fina y cuidada caligrafía, con sus diminutos bucles en cada "L" mayúscula y sus "R" perfectamente anguladas. Aborrecía escribir a máquina, y solía escribir a mano de manera legible. Reese le hizo caso y empezó a escribir en mayúsculas, pero a mi me gustaban demasiado las salvajes minúsculas como para preocuparme por la legibilidad.
No importaba de dónde hubiera salido; ese libro era de mi padre. Lo hojeé un poco y vi que cada página contenía líneas y líneas de una escritura perfecta y meticulosos diagramas que se extendían como telas de araña. Los diagramas encerraban círculos dentro de otros círculos, y estaban salpicados de letras griegas, runas y extraños pictogramas. Había triángulos o octógonos, cuadrados y estrellas de cinco y siete puntas. Mi padre había realizado pequeñas anotaciones en el margen (párrafos descriptivos escritos en latín) y también algunas listas de ingredientes.
La sal encabezaba todas las listas. También había otros ingredientes reconocibles, como el jengibre, la cera, las uñas, los espejos, las patas de pollo, los dientes de gato o los lazos de colores, si bien había algunos términos que no conocía, como el mineral rojo, la agrimonia o el espinacardo.
Y sangre. Todas las listas incluían al menos una gota de sangre.
Eran hechizos mágicos. Para localizar objetos, para bendecir a los recién nacidos o para retirar maldiciones. Para proteger contra la maldad. Para ver a grandes distancias. Para predecir el futuro. Para sanar todo tipo de enfermedades y heridas.
Pasé las páginas con el corazón lleno de una mezcla de entusiasmo y miedo. También podía saborear la excitación, como una descarga eléctrica en la parte posterior de la garganta. ¿Todo eso era real? Mi padre nunca había sido muy dado a las artimañas, y era más bien poco imaginativo, pese a su adoración por los libros antiguos y las historias épicas.
Debía de haber algún hechizo que yo pudiera hacer. Solo para probar. Para ver si era de verdad.
Mientras esa idea iba cobrando forma en mi mente, el olor a sangre trepó por mi garganta una vez más, penetrando en mis senos nasales y deslizándose por mi esófago como una especie de humo pegajoso.
Me acerqué el libro a la nariz e inhalé con fuerza para intentar cuando menos despejar el hedor y casi pude percibir el aroma de mi padre en el libro.
No el hedor insoportable de la sangre que empapaba su camisa y la alfombra debajo de su cuerpo, sino el aroma a cigarrillo y jabón que tenía siempre que se acercaba a la mesa del desayuno por las mañanas, después de ducharse y fumarse un pitillo rápido en el patio de atrás. Volví a dejar el libro sobre mi regazo y cerré los ojos hasta que mi padre apareció delante de mí, sentado, con una mano apoyada sobre mi rodilla derecha.
Cuando era pequeña, solía venir a mi habitación justo antes de apagar las luces. Se sentaba en mi cama y apoyaba la mano sobre mi rodilla. El colchón se hundía y me arrastraba hacia sí, hasta que apoyaba la cabeza sobre su hombro o me encaramaba a su regazo; luego él me narraba versiones resumidas de obras de la literatura clásica. Mis favoritas eran "Frankestein" y "Como gustéis", y siempre le pedía que me las contara.
Otro cuervo solitario graznó en el cementerio, mientras volaba despacio tras sus parientes.
Sujeté el libro con ambas manos y dejé que se abriera al azar. Cuando las páginas eligieron su posición, volví a colocarlo sobre mis piernas y le eché un vistazo al hechizo: Regeneración.
Un hechizo para devolver la vida. Un hechizo que se realizaba cuando la carne estaba infectada o necrosada. O para mantener el vigor de las flores.
El diagrama era una espiral en el interior e un círculo que se estrechaba en el centro como una serpiente. Solo se necesitaba sal, sangre y aliento. Fácil.
Con un palito, dibujé en círculo en el suelo del cementerio, y de la bolsa de plástico que había llenado con los ingredientes disponibles en la cocina, saqué un frasquito de sal. Los cristales brillaron entre las delgadas briznas de hierba cuando los eché sobre el círculo. Sitúa el objeto en el centro del círculo, había escrito papá.
Me mordí la parte interna del labio inferior. no tenía ningún corte ni carne muerta. Y el otoño estaba demasiado avanzado para que hubiera flores.
Sin embargo, había un pequeño montón de hojas muertas acumuladas en la lápida que había frente a mí, así que me levanté y agarré una grande. Me senté de nuevo y coloqué la arrugada hoja de arce en el interior del círculo. Tenía los bordes curvados y ennegrecidos, pero aún podían apreciarse las líneas escarlatas de las nervaduras. Los árboles de alrededor no habían perdido muchas hojas todavía, así que lo más probable era que aquella fuera del invierno anterior. Había pasado mucho tiempo en el cementerio.
Ahora llegaba la parte difícil. Saqué la navaja del bolsillo que guardaba en los pantalones vaqueros y la abrí. Apoyé la punta sobre la yema de mi pulgar izquierdo y me detuve.
Se me encogió el estómago al pensar en lo mucho que me iba a doler. ¿Y si ese libro de hechizos no era más que una farsa? ¿Estaba loca por intentarlo? Era imposible. La magia no podía ser real.
Sin embargo, estaba escrito con la letra de mi padre, y él nunca había sido dado a las bromas. Y no estaba loco... no importaba lo que le dijeran los demás. Papá debía haber creído en ello, de lo contrario no habría desperdiciado su tiempo en eso. Y yo creía en mi padre. Tenía que hacerlo.
De cualquier forma, solo era una gota de sangre.
Apreté la hoja contra mi piel y presioné, aunque no conseguí atravesarla. Todo mi cuerpo temblaba ante el posible descubrimiento de que la magia era real. El estimulante sabor del terror dejaba un regusto penetrante en mi lengua.
Apreté más fuerte.
Un grito apagado escapó de mis labios cuando la sangre empezó a brotar como si fuera aceite. Extendí la mano y contemplé la densa gota que se deslizaba por el pulgar. Sentí un dolor sordo que se extendió a lo largo del brazo antes de asentarse en la escápula y desaparecer. Me temblaba la mano, pero ya no tenía ningún miedo.
A toda prisa, dejé que una, dos y tres gotas de sangre cayeran sobre la hoja. Se acumularon en la parte central, formando un pequeño charquito. Me incliné hacia adelante y contemplé la sangre como si esta pudiera devolverme la mirada. Pensé en mi padre, en lo mucho que lo echaba de menos. Necesitaba que aquello fuera real.
-Ago vita iterum- Susurré muy despacio, dejando que mi aliento rozara la hoja y agitara el diminuto charquito de sangre.
No ocurrió nada. El viento volvió a sacudir mi cabello, así que coloqué las manos a ambos lados de la hoja para protegerla. La observé con los párpados entornados y decidí que debía de haber pronunciado mal la frase en latín. Me apreté el corte del pulgar y añadí sangre al pequeño cúmulo de la hoja. repetí la frase.
La hoja se estremeció bajo mi aliento, y los bordes se estiraron como si fueran los pétalos de una flor fotografiada a intervalos de tiempo. El centro escarlata se extendió y llegó a las puntas antes de adquirir un exuberante tono verde brillante. La hoja permaneció en el centro del círculo, lisa y fresca, como recién cortada.
De repente, el ruido de la hierba aplastada llamó mi atención.
Un chico me miraba con los ojos abiertos de par en par.
Última edición por Shoffy_DiJoSmi el Jue 31 Ene 2013, 8:11 pm, editado 1 vez
Shoffy_DiJoSmi
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!!!!!!!!
SI EXISTE LA MAGIIIIIAAAAAA!!!!!!!
Y GUUAAUU EL PRIMER CAPIS ESTUVO CORTITITOO!!
Y EL SEGUNDO LAAARGOOOO!!
AAII SIGUELAA PARA SABER QUIEN ES EL CHICOOOO!!!!
SI EXISTE LA MAGIIIIIAAAAAA!!!!!!!
Y GUUAAUU EL PRIMER CAPIS ESTUVO CORTITITOO!!
Y EL SEGUNDO LAAARGOOOO!!
AAII SIGUELAA PARA SABER QUIEN ES EL CHICOOOO!!!!
chelis
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
------------------[[Capítulo tres]]
Joseph
Me encantaría poder decir que fui al cementerio en busca de mi pasado o por un sentimiento de nostalgia, pero lo cierto es que fui allí para alejarme de la loca de mi madrastra.
Habíamos estado cenando mi padre, ella y yo, sentados alrededor de la enorme mesa del lujoso comedor. En un momento de la cena, toqueteé el mantel blanco con la yema de los dedos y me pregunté qué ocurriría si derramaba unas gotas de vino tinto encima. Seguro que Lilith pone los ojos en blanco y empieza a recitar versículos de la Biblia al revés, me dije.
-¿Impaciente por empezar las clases mañana, Joseph? -preguntó mi padre antes de llevarse la copa de vino a los labios.
Mi padre creía que lo apropiado era empezar a relacionarme con las bebidas alcohólicas de manera gradual y controlada, como si yo no hubiese entablado amistad con ellas en el cuarto de baño del colegio cuando tenía catorce años.
-Tan impaciente como por deslizarme por una pendiente llena de hojas de afeitar.
-No será tan malo. -Lilith atrapó el trozo de carne de su tenedor con los dientes: su versión de una sonrisa desdeñosa y desafiante.
-Claro... Empezar mi último año de instituto perdido en mitad de ninguna parte será genial, seguro.
Lilith frunció sus labios llenos de Botox.
-Vamos, Joseph. Dudo mucho que aquí tengas más problemas para aislarte y convertirte en un marginado de los que tuviste en Chicago.
Dejé la copa de vino sobre la mesa con un fuerte golpe que hizo que el tinto se derramara sobre el mantel.
-¡Joseph! -Mi padre me miró con los ojos entornados. Aún tenía puesta la corbata, a pesar de que llevaba varias horas en casa.
-Papá, ¿es que no has oído lo que me ha d...?
-Hijo, tienes casi dieciocho años. Tienes que empezar a dejar esas...
-¡Ella tiene treinta y dos! Creo que si alguien necesita comportarse con madurez, es tu mujer. -Me puse en pie-. Pero supongo que no se puede esperar otra cosa si te casas con alguien que tiene treinta años menos que tú.
-Tienes permiso para retirarte -señaló mi padre, que siempre conservaba la calma.
-Genial. -Agarré un espárrago y saludé a Lilith con él. Había ganado ese asalto, estaba claro. Siempre ganaba, ya que tenía a mi padre comiendo en la palma de su mano.
Mientras atravesaba el vestíbulo, oí que Lilith decía:
-No hay por qué preocuparse, cariño. Para eso está la lejía.
Apreté los dientes y me dirigí al armario para agarrar una sudadera con capucha. Cerré con fuerza la puerta principal. Si hubiera estado en casa, podría haberme acercado corriendo hasta el bloque de Trey e ir los dos a una cafetería, o a la casa de Mikey para matar a unos cuantos alienígenas en la Xbox. Pero estaba solo en una especie de granja de Missouri en cuyas cercanías no había nada más que un viejo cementerio.
Terminé de comerme el espárrago mientras caminaba sobre la grava del camino de entrada, y luego me subí la cremallera de la sudadera.
El sol acababa de ponerse tras los bosques que rodeaban la casa, así que todo estaba bastante oscuro. Sin embargo, el cielo aún conservaba algo de luz. Solo se veían unas cuantas estrellas. Metí las manos en los bolsillos de la sudadera y me encaminé hacia los árboles. Podía ver el cementerio desde mi habitación, y pensé que era un momento tan bueno como cualquier otro como para buscar la tumba de mi abuelo.
Mi abuelo había muerto ese verano y me había dejado la propiedad. Solo lo había visto una vez cuando tenía siete años, y lo único que recordaba de él era que siempre estaba enfermo y que le había gritado a mi madre por algo que no entendí. Pero supongo que la edad causa estragos a las personas, y yo era su único pariente vivo además de mi madre, la cual jamás había vuelto a ponerse en contacto con ninguno de nosotros dos.
Si, una bonita historia familiar.
Después de su muerte, Lilith y mi padre se abalanzaron sobre lo que a buen seguro había sido una encantadora casa de campo y arrancaron todo el papel de las paredes para reemplazarlo por adornos blancos y negros de diseño carentes de alma.
Ojalá su vida sexual fuera tan insulsa.
Lilith se había pasado varios días profiriendo distintas versiones de ¡Ohhh! y ¡Ahhh! mientras paseaba por la propiedad. Decía cosas como ¡Qué ambiente tan ideal para un escritor!, Ay, cielo, ¡mira qué vistas!, o ¡Nunca volveré a gastarme tres mil billetes en un abrigo de marca!. Está bien, eso último no lo había dicho, pero podría haberlo hecho.
Lo peor era que mi padre planeaba pasar cuatro días fuera, volar a Chicago para ponerse al día con todos sus clientes. Así pues, no solo estaba perdido en un pueblo de campesinos donde el lugar más popular era un establecimiento de comida rápida (el Dairy Queen, nada menos), sino que lo estaba con Lilith.
Al menos solo tendría que vivir allí unos cuantos meses, hasta que me graduara. Y, por suerte, solo había perdido un mes de estudios, así que aún podía graduarme.
Avancé a grandes zancadas entre los árboles. No habría sabido distinguir un roble de un olmo ni a plena luz del día, pero la puesta del sol había convertido el bosque en un lugar tan oscuro como boca de lobo y todos los árboles se amontonaban a mi alrededor como si fueran el centro urbano arbóreo de las ardillas. Y había bichos y ranas, que zumbaban y croaban de manera escandalosa. No sé muy bien si habría podido oírme a mi mismo.
El suelo estaba cubierto por varias capas de hojas caídas, y mientras las aplastaba a mi paso, pude percibir el delicioso aroma a moho y podredumbre. Tropecé un par de veces y a punto estuve de caerme al suelo, pero conseguí agarrarme del tronco del árbol mas próximo.
Fue divertido recibir el azore de las ramas y los arbustos bajos, tanto como correr a través de los montones de hojas rastrilladas que había en nuestro jardín trasero cuando era un niño. Mi madre solía hacer que las hojas bailaran, que flotaran alrededor de mi cabeza antes de caer en picado sobre mi. Ella decía que eran pequeños escarabajos kamikazes y que...
Está bien, se acabó.
Esa era la razón por la que no quería estar en Yaleylah; todo me recordaba a mi madre y me hacía pensar en cosas en las que se suponía que no debía pensar. En casa me detenía delante de todas las puertas preguntándome cuál habría sido su dormitorio. En la cocina me preguntaba si ella habría aprendido sola a hacer esas maravillosa salsa para los espaguetis, o si habría aprendido la receta de su propia madre. ¿Habría observado mi madre el cementerio como yo lo había hecho la noche anterior? ¿O a ella no le interesaban nada los fantasmas? Eran cosas que nunca averiguaría, ya que mi madre se había trasladado a Arizona y fingía que yo no existía.
De repente me encontré fuera del bosque. Ni siquiera e había dado cuenta de que la luz había ido aumentando poco a poco. Un camino (que en realidad no era otra cosa que unas roderas llenas de mala hierba) me separaba del muro del cementerio. Trepé por las piedras desmoronadas y salté la pared sin problemas. Una pequeña luna me sonreía al lado de unas cuantas estrellas desperdigadas. El cielo tenía un tono purpúreo y estaba despejado.
El cementerio se extendía alrededor de unos cuatrocientos metros antes de acabar en una cerca enorme que lo separaba de la casa de nuestros vecinos.
Me parecía de mala educación patear la hierba en un cementerio, así que aminoré el paso y empecé a caminar con calma. La mayoría de las lápidas eran de mármol o de granito ennegrecido, y los epitafios estaban tan desgastados que resultaban casi invisibles en la oscuridad. Pude leer algunos nombres y unas cuantas fechas que se remontaban a mil ochocientos y pico. La tentación de tocarlas resultaba irresistible, así que saqué las manos de los bolsillos para dar unos golpecitos por aquí y deslizar los dedos por allá. Las piedras estaban frías y rugosas, aparte de sucias. Algunas de las tumbas tenían flores marchitas.
Los sepulcros no seguían ningún trazado, así que tan pronto como creía haber encontrado un camino, este giraba y se convertía en un extraño óvalo o una especie de patio. Aún no había pensado en que existía la posibilidad de perderme cuando vi con claridad la masa de árboles que rodeaba mi casa en un extremo y la de los vecinos en el otro. Me pregunté quién vivía allí, y si las tierras del sur les pertenecían a ellos o a otros vecinos.
Lo único que perturbaba el silencio era el zumbido de los bichos del bosque y los ocasionales graznidos de los cuervos, que se chillaban unos a otros. Observé una bandada que se alejaba, cómo sus miembros jugueteaban los unos con los otros, y noté que empezaba a relajarme. Al menos podría encontrar algo de paz entre los muertos. Lo más probable era que todos se hubieran convertido en polvo a esas alturas. Salvo el abuelo. Clavé la vista en una lápida que parecía limpia y nueva.
Me pregunté si el abuelo me habría caído bien… si alguna vez habría ido a visitarlo. Tal vez sí. Podría haberme gustado, supongo. Sin embargo, no llegué a conocerlo, y mi padre jamás sacaba a relucir ningún tema que estuviera relacionado con la familia de mi madre, de modo que la mayor parte de mi vida había transcurrido sin pensar en ello.
No tenía sentido alterarse por esas cosas ahora.
Tres metros delante de mí, una estatua se movió. Me quedé paralizado un instante, y luego me agaché detrás de un obelisco de alrededor de un metro y medio de altura, muy parecido al monumento de Washington. Cuando me asomé llevaba pantalones vaqueros y una camiseta, y que las horquillas de su pelo tenían un brillo morado a la luz de la luna.
Era un idiota.
La chica estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra una lápida reciente. Tenía un libro abierto a su lado y una bolsa azul de plástico a los pies. Estaba muy delgada, y llevaba el pelo corto de punta, al estilo radical que tanto me gustaba, porque te permitía enredar las manos en el cabello de la chica sin que te diera una bofetada por alborotárselo (como algunas que conozco), aunque en realidad no podía alborotarse más. Abrí la boca para saludarla pero me detuve cuando agarró una navaja y se colocó la hoja sobre el pulgar
¿Qué demonios…?
Tras un instante de vacilación, la chica apretó los labios y se hizo un corte.
No…
Cuando la sangre empezó a brotar de la herida, recordé a mi madre, que siempre llevaba los dedos llenos de tiritas.
Recordé a mi madre pinchándose el dedo y salpicando el espejo con la sangre para mostrarme las imágenes que cobraban vida en él… o dejándola caer sobre un pequeño dinosaurio de juguete y susurrando palabras para que el estegosaurio meneara su cola llena de púas. No quería recordar esas cosas; no quería saber que esa clase de locura no era exclusiva de nuestra familia.
La chica se inclinó hacia delante y le susurró algo a la hoja que tenía frente a ella. La hoja se estremeció, y luego empezó a estirarse… y a ponerse verde.
Me cago en la leche…
La muchacha levantó la vista y me descubrió mirándola boquiabierto. No podía ser cierto lo que acababa de ver. Era imposible. Allí no. Otra vez no.
Cerré la boca de inmediato cuando se puso en pie y escondió la navaja tras su espalda.
Rodeé la lápida mientras paseaba la mirada entre la hoja del suelo y su rostro.
-Lo siento… -conseguí balbucear-. Paseaba por aquí y he visto… -Eché un nuevo vistazo a la hoja
-¿Qué es lo que has visto? –susurró ella como si tuviera seca la garganta.
-Nada… Nada. Solo a ti.
La expresión de su rostro no perdió el matiz receloso.
-No sé quién eres
-Soy Joseph Jonas. –No suelo presentarme de esa forma, pero me pareció que en un cementerio había que decir nombre y apellidos. Como si eso importara…-. Acabo de mudarme a la vieja casa que hay junto al cementerio. .Conseguí no encogerme. Vaya cliché… Hola, acabo de trasladarme a la espeluznante casa del viejo Harleigh y me gusta pasearme por los cementerios. Antes me acompañaba un perro enorme llamado Scooby.
-Ah, si… -Ella miró en dirección a mi casa-. He oído algo al respecto. Me llamo ______ Kennicot. Vivimos por ahí. –Apuntó la navaja en dirección a la casa cercana, y en ese momento pareció recordar que la tenía en la mano y volvió a esconderla tras la espalda.
Respiré hondo. Está bien, así que esa chica era mi vecina. Y era de mi edad. Y era linda. Y, casi con toda seguridad, le faltaba un tornillo. O tal vez fuera yo quien estaba mal de la cabeza. Porque era imposible que aquello volviera a ocurrir. Estábamos una chica linda, yo y lo que parecía… no.
No.
Me sentí escamado, erizado, como si de pronto me hubieran salido púas de puercoespín en la espalda. Quise decir algo desagradable que me hiciera sentirme mejor, que me hiciera poner los pies en la tierra, pero en lugar de eso solté una estupidez.
-_____… Nunca había oído ese nombre. Es bonito.
Ella apartó la mirada, la expresión serena como el cristal. Cuando habló, su vos fue lo bastante cortante como para convertir ese cristal en miles de pedazos.
-Es el diminutivo de _____. Mi padre enseñaba latín en el instituto.
-Latin… vaya. -Enseñaba. En pasado.
-El significado del nombre está relacionado con la fuerza –comentó ella con tono irónico.
Nos miramos. Yo me debatía entre el impulso de agarrarla para gritarle que sabía exactamente lo que había estado haciendo y que debía parar antes de que alguien saliera herido… y el de fingir que todo era normal, que me importaba un comino la sangre. Tal vez a ella le gustara hacerse cortes estúpidos, o quizá hubiera sido un accidente. Puede que en realidad yo no hubiera visto nada. Me negué a volver a mirar la hoja verde.
-¿Ya te has graduado? –preguntó ella.
Sorprendido, respondí con un tono de voz demasiado elevado.
-¡Ah, no! Empiezo las clases mañana. –Mostré mi mejor sonrisa irónica-. Estoy impaciente.
-Debe ser tu último año, ¿no?
-Sí.
-En ese caso puede que no compartamos ninguna asignatura. Yo todavía estoy en el penúltimo año.
-A mi se me da fatal la historia –señalé.
-Yo estoy en el programa avanzado. –Sonrió de nuevo, pero esta vez sus ojos parecían verdaderamente alegres. Ya no parecían tan grandes y espectrales.
Me eché a reír.
-Mierda…
______ hizo un gesto afirmativo con la cabeza y bajó la mirada hasta el suelo. Mientras hablábamos, había arrastrado el pie sobre la espiral dibujada en la tierra. El dibujo había quedado reducido a borrón de líneas, trocitos de hierba seca y hojas. No había ni rastro de cosas extrañas. El alivio me hizo más atrevido.
-¿Tienes la mano bien?
-Ah… bueno… esto… -Mostró las manos después de guardarse la navaja en el bolsillo de los vaqueros. Llevaba unos anillos enormes en todos los dedos. Tras extenderlas, examinó su pulgar. Estaba manchado de sangre.
-Agua oxigenada –dije de repente. Eso era lo que usaba mi madre. Yo odiaba el olor del agua oxigenada.
-¿Qué?
-Deberías usarla para limpiar la… bueno, la herida.
-No es nada, solo un arañazo –murmuró ella.
Se hizo el silencio a nuestro alrededor, interrumpido tan solo por los graznidos distantes de los cuervos.
______ abrió la boca como si fuera a decir algo, pero luego la cerró y soltó un suspiro.
-Debería irme a casa y curarme el corte.
Deseé poder decir algo más, pero estaba atrapado entre el anhelo de olvidar lo que creía haber visto y el de exigirle una explicación. Lo único seguro era que no quería que se vaya.
-¿Quieres que te acompañe?
-No, no hace falta. Está muy cerca.
-Claro… -Me agaché para recoger el libro que había dejado en el suelo. Era un volumen sencillo de apariencia antigua, sin título-. ¿Una antigua herencia familiar? –bromeé.
______ se quedó paralizada y sus labios se entreabrieron por un instante como si estuviera asustada antes de echarse a reír.
-Si, exacto. –Se encogió de hombros como si hubiéramos compartido una especie de broma y agarró el libro-. Gracias. Ya nos veremos. Joseph.
Levanté una mano y la agité a modo de despedida. Ella se alejó casi sin hacer ruido. Sin embargo, yo seguí escuchando mi nombre, pronunciado con esa voz suave y exótica, mucho después de que ______ desapareciera entre las sombras.
Habíamos estado cenando mi padre, ella y yo, sentados alrededor de la enorme mesa del lujoso comedor. En un momento de la cena, toqueteé el mantel blanco con la yema de los dedos y me pregunté qué ocurriría si derramaba unas gotas de vino tinto encima. Seguro que Lilith pone los ojos en blanco y empieza a recitar versículos de la Biblia al revés, me dije.
-¿Impaciente por empezar las clases mañana, Joseph? -preguntó mi padre antes de llevarse la copa de vino a los labios.
Mi padre creía que lo apropiado era empezar a relacionarme con las bebidas alcohólicas de manera gradual y controlada, como si yo no hubiese entablado amistad con ellas en el cuarto de baño del colegio cuando tenía catorce años.
-Tan impaciente como por deslizarme por una pendiente llena de hojas de afeitar.
-No será tan malo. -Lilith atrapó el trozo de carne de su tenedor con los dientes: su versión de una sonrisa desdeñosa y desafiante.
-Claro... Empezar mi último año de instituto perdido en mitad de ninguna parte será genial, seguro.
Lilith frunció sus labios llenos de Botox.
-Vamos, Joseph. Dudo mucho que aquí tengas más problemas para aislarte y convertirte en un marginado de los que tuviste en Chicago.
Dejé la copa de vino sobre la mesa con un fuerte golpe que hizo que el tinto se derramara sobre el mantel.
-¡Joseph! -Mi padre me miró con los ojos entornados. Aún tenía puesta la corbata, a pesar de que llevaba varias horas en casa.
-Papá, ¿es que no has oído lo que me ha d...?
-Hijo, tienes casi dieciocho años. Tienes que empezar a dejar esas...
-¡Ella tiene treinta y dos! Creo que si alguien necesita comportarse con madurez, es tu mujer. -Me puse en pie-. Pero supongo que no se puede esperar otra cosa si te casas con alguien que tiene treinta años menos que tú.
-Tienes permiso para retirarte -señaló mi padre, que siempre conservaba la calma.
-Genial. -Agarré un espárrago y saludé a Lilith con él. Había ganado ese asalto, estaba claro. Siempre ganaba, ya que tenía a mi padre comiendo en la palma de su mano.
Mientras atravesaba el vestíbulo, oí que Lilith decía:
-No hay por qué preocuparse, cariño. Para eso está la lejía.
Apreté los dientes y me dirigí al armario para agarrar una sudadera con capucha. Cerré con fuerza la puerta principal. Si hubiera estado en casa, podría haberme acercado corriendo hasta el bloque de Trey e ir los dos a una cafetería, o a la casa de Mikey para matar a unos cuantos alienígenas en la Xbox. Pero estaba solo en una especie de granja de Missouri en cuyas cercanías no había nada más que un viejo cementerio.
Terminé de comerme el espárrago mientras caminaba sobre la grava del camino de entrada, y luego me subí la cremallera de la sudadera.
El sol acababa de ponerse tras los bosques que rodeaban la casa, así que todo estaba bastante oscuro. Sin embargo, el cielo aún conservaba algo de luz. Solo se veían unas cuantas estrellas. Metí las manos en los bolsillos de la sudadera y me encaminé hacia los árboles. Podía ver el cementerio desde mi habitación, y pensé que era un momento tan bueno como cualquier otro como para buscar la tumba de mi abuelo.
Mi abuelo había muerto ese verano y me había dejado la propiedad. Solo lo había visto una vez cuando tenía siete años, y lo único que recordaba de él era que siempre estaba enfermo y que le había gritado a mi madre por algo que no entendí. Pero supongo que la edad causa estragos a las personas, y yo era su único pariente vivo además de mi madre, la cual jamás había vuelto a ponerse en contacto con ninguno de nosotros dos.
Si, una bonita historia familiar.
Después de su muerte, Lilith y mi padre se abalanzaron sobre lo que a buen seguro había sido una encantadora casa de campo y arrancaron todo el papel de las paredes para reemplazarlo por adornos blancos y negros de diseño carentes de alma.
Ojalá su vida sexual fuera tan insulsa.
Lilith se había pasado varios días profiriendo distintas versiones de ¡Ohhh! y ¡Ahhh! mientras paseaba por la propiedad. Decía cosas como ¡Qué ambiente tan ideal para un escritor!, Ay, cielo, ¡mira qué vistas!, o ¡Nunca volveré a gastarme tres mil billetes en un abrigo de marca!. Está bien, eso último no lo había dicho, pero podría haberlo hecho.
Lo peor era que mi padre planeaba pasar cuatro días fuera, volar a Chicago para ponerse al día con todos sus clientes. Así pues, no solo estaba perdido en un pueblo de campesinos donde el lugar más popular era un establecimiento de comida rápida (el Dairy Queen, nada menos), sino que lo estaba con Lilith.
Al menos solo tendría que vivir allí unos cuantos meses, hasta que me graduara. Y, por suerte, solo había perdido un mes de estudios, así que aún podía graduarme.
Avancé a grandes zancadas entre los árboles. No habría sabido distinguir un roble de un olmo ni a plena luz del día, pero la puesta del sol había convertido el bosque en un lugar tan oscuro como boca de lobo y todos los árboles se amontonaban a mi alrededor como si fueran el centro urbano arbóreo de las ardillas. Y había bichos y ranas, que zumbaban y croaban de manera escandalosa. No sé muy bien si habría podido oírme a mi mismo.
El suelo estaba cubierto por varias capas de hojas caídas, y mientras las aplastaba a mi paso, pude percibir el delicioso aroma a moho y podredumbre. Tropecé un par de veces y a punto estuve de caerme al suelo, pero conseguí agarrarme del tronco del árbol mas próximo.
Fue divertido recibir el azore de las ramas y los arbustos bajos, tanto como correr a través de los montones de hojas rastrilladas que había en nuestro jardín trasero cuando era un niño. Mi madre solía hacer que las hojas bailaran, que flotaran alrededor de mi cabeza antes de caer en picado sobre mi. Ella decía que eran pequeños escarabajos kamikazes y que...
Está bien, se acabó.
Esa era la razón por la que no quería estar en Yaleylah; todo me recordaba a mi madre y me hacía pensar en cosas en las que se suponía que no debía pensar. En casa me detenía delante de todas las puertas preguntándome cuál habría sido su dormitorio. En la cocina me preguntaba si ella habría aprendido sola a hacer esas maravillosa salsa para los espaguetis, o si habría aprendido la receta de su propia madre. ¿Habría observado mi madre el cementerio como yo lo había hecho la noche anterior? ¿O a ella no le interesaban nada los fantasmas? Eran cosas que nunca averiguaría, ya que mi madre se había trasladado a Arizona y fingía que yo no existía.
De repente me encontré fuera del bosque. Ni siquiera e había dado cuenta de que la luz había ido aumentando poco a poco. Un camino (que en realidad no era otra cosa que unas roderas llenas de mala hierba) me separaba del muro del cementerio. Trepé por las piedras desmoronadas y salté la pared sin problemas. Una pequeña luna me sonreía al lado de unas cuantas estrellas desperdigadas. El cielo tenía un tono purpúreo y estaba despejado.
El cementerio se extendía alrededor de unos cuatrocientos metros antes de acabar en una cerca enorme que lo separaba de la casa de nuestros vecinos.
Me parecía de mala educación patear la hierba en un cementerio, así que aminoré el paso y empecé a caminar con calma. La mayoría de las lápidas eran de mármol o de granito ennegrecido, y los epitafios estaban tan desgastados que resultaban casi invisibles en la oscuridad. Pude leer algunos nombres y unas cuantas fechas que se remontaban a mil ochocientos y pico. La tentación de tocarlas resultaba irresistible, así que saqué las manos de los bolsillos para dar unos golpecitos por aquí y deslizar los dedos por allá. Las piedras estaban frías y rugosas, aparte de sucias. Algunas de las tumbas tenían flores marchitas.
Los sepulcros no seguían ningún trazado, así que tan pronto como creía haber encontrado un camino, este giraba y se convertía en un extraño óvalo o una especie de patio. Aún no había pensado en que existía la posibilidad de perderme cuando vi con claridad la masa de árboles que rodeaba mi casa en un extremo y la de los vecinos en el otro. Me pregunté quién vivía allí, y si las tierras del sur les pertenecían a ellos o a otros vecinos.
Lo único que perturbaba el silencio era el zumbido de los bichos del bosque y los ocasionales graznidos de los cuervos, que se chillaban unos a otros. Observé una bandada que se alejaba, cómo sus miembros jugueteaban los unos con los otros, y noté que empezaba a relajarme. Al menos podría encontrar algo de paz entre los muertos. Lo más probable era que todos se hubieran convertido en polvo a esas alturas. Salvo el abuelo. Clavé la vista en una lápida que parecía limpia y nueva.
Me pregunté si el abuelo me habría caído bien… si alguna vez habría ido a visitarlo. Tal vez sí. Podría haberme gustado, supongo. Sin embargo, no llegué a conocerlo, y mi padre jamás sacaba a relucir ningún tema que estuviera relacionado con la familia de mi madre, de modo que la mayor parte de mi vida había transcurrido sin pensar en ello.
No tenía sentido alterarse por esas cosas ahora.
Tres metros delante de mí, una estatua se movió. Me quedé paralizado un instante, y luego me agaché detrás de un obelisco de alrededor de un metro y medio de altura, muy parecido al monumento de Washington. Cuando me asomé llevaba pantalones vaqueros y una camiseta, y que las horquillas de su pelo tenían un brillo morado a la luz de la luna.
Era un idiota.
La chica estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra una lápida reciente. Tenía un libro abierto a su lado y una bolsa azul de plástico a los pies. Estaba muy delgada, y llevaba el pelo corto de punta, al estilo radical que tanto me gustaba, porque te permitía enredar las manos en el cabello de la chica sin que te diera una bofetada por alborotárselo (como algunas que conozco), aunque en realidad no podía alborotarse más. Abrí la boca para saludarla pero me detuve cuando agarró una navaja y se colocó la hoja sobre el pulgar
¿Qué demonios…?
Tras un instante de vacilación, la chica apretó los labios y se hizo un corte.
No…
Cuando la sangre empezó a brotar de la herida, recordé a mi madre, que siempre llevaba los dedos llenos de tiritas.
Recordé a mi madre pinchándose el dedo y salpicando el espejo con la sangre para mostrarme las imágenes que cobraban vida en él… o dejándola caer sobre un pequeño dinosaurio de juguete y susurrando palabras para que el estegosaurio meneara su cola llena de púas. No quería recordar esas cosas; no quería saber que esa clase de locura no era exclusiva de nuestra familia.
La chica se inclinó hacia delante y le susurró algo a la hoja que tenía frente a ella. La hoja se estremeció, y luego empezó a estirarse… y a ponerse verde.
Me cago en la leche…
La muchacha levantó la vista y me descubrió mirándola boquiabierto. No podía ser cierto lo que acababa de ver. Era imposible. Allí no. Otra vez no.
Cerré la boca de inmediato cuando se puso en pie y escondió la navaja tras su espalda.
Rodeé la lápida mientras paseaba la mirada entre la hoja del suelo y su rostro.
-Lo siento… -conseguí balbucear-. Paseaba por aquí y he visto… -Eché un nuevo vistazo a la hoja
-¿Qué es lo que has visto? –susurró ella como si tuviera seca la garganta.
-Nada… Nada. Solo a ti.
La expresión de su rostro no perdió el matiz receloso.
-No sé quién eres
-Soy Joseph Jonas. –No suelo presentarme de esa forma, pero me pareció que en un cementerio había que decir nombre y apellidos. Como si eso importara…-. Acabo de mudarme a la vieja casa que hay junto al cementerio. .Conseguí no encogerme. Vaya cliché… Hola, acabo de trasladarme a la espeluznante casa del viejo Harleigh y me gusta pasearme por los cementerios. Antes me acompañaba un perro enorme llamado Scooby.
-Ah, si… -Ella miró en dirección a mi casa-. He oído algo al respecto. Me llamo ______ Kennicot. Vivimos por ahí. –Apuntó la navaja en dirección a la casa cercana, y en ese momento pareció recordar que la tenía en la mano y volvió a esconderla tras la espalda.
Respiré hondo. Está bien, así que esa chica era mi vecina. Y era de mi edad. Y era linda. Y, casi con toda seguridad, le faltaba un tornillo. O tal vez fuera yo quien estaba mal de la cabeza. Porque era imposible que aquello volviera a ocurrir. Estábamos una chica linda, yo y lo que parecía… no.
No.
Me sentí escamado, erizado, como si de pronto me hubieran salido púas de puercoespín en la espalda. Quise decir algo desagradable que me hiciera sentirme mejor, que me hiciera poner los pies en la tierra, pero en lugar de eso solté una estupidez.
-_____… Nunca había oído ese nombre. Es bonito.
Ella apartó la mirada, la expresión serena como el cristal. Cuando habló, su vos fue lo bastante cortante como para convertir ese cristal en miles de pedazos.
-Es el diminutivo de _____. Mi padre enseñaba latín en el instituto.
-Latin… vaya. -Enseñaba. En pasado.
-El significado del nombre está relacionado con la fuerza –comentó ella con tono irónico.
Nos miramos. Yo me debatía entre el impulso de agarrarla para gritarle que sabía exactamente lo que había estado haciendo y que debía parar antes de que alguien saliera herido… y el de fingir que todo era normal, que me importaba un comino la sangre. Tal vez a ella le gustara hacerse cortes estúpidos, o quizá hubiera sido un accidente. Puede que en realidad yo no hubiera visto nada. Me negué a volver a mirar la hoja verde.
-¿Ya te has graduado? –preguntó ella.
Sorprendido, respondí con un tono de voz demasiado elevado.
-¡Ah, no! Empiezo las clases mañana. –Mostré mi mejor sonrisa irónica-. Estoy impaciente.
-Debe ser tu último año, ¿no?
-Sí.
-En ese caso puede que no compartamos ninguna asignatura. Yo todavía estoy en el penúltimo año.
-A mi se me da fatal la historia –señalé.
-Yo estoy en el programa avanzado. –Sonrió de nuevo, pero esta vez sus ojos parecían verdaderamente alegres. Ya no parecían tan grandes y espectrales.
Me eché a reír.
-Mierda…
______ hizo un gesto afirmativo con la cabeza y bajó la mirada hasta el suelo. Mientras hablábamos, había arrastrado el pie sobre la espiral dibujada en la tierra. El dibujo había quedado reducido a borrón de líneas, trocitos de hierba seca y hojas. No había ni rastro de cosas extrañas. El alivio me hizo más atrevido.
-¿Tienes la mano bien?
-Ah… bueno… esto… -Mostró las manos después de guardarse la navaja en el bolsillo de los vaqueros. Llevaba unos anillos enormes en todos los dedos. Tras extenderlas, examinó su pulgar. Estaba manchado de sangre.
-Agua oxigenada –dije de repente. Eso era lo que usaba mi madre. Yo odiaba el olor del agua oxigenada.
-¿Qué?
-Deberías usarla para limpiar la… bueno, la herida.
-No es nada, solo un arañazo –murmuró ella.
Se hizo el silencio a nuestro alrededor, interrumpido tan solo por los graznidos distantes de los cuervos.
______ abrió la boca como si fuera a decir algo, pero luego la cerró y soltó un suspiro.
-Debería irme a casa y curarme el corte.
Deseé poder decir algo más, pero estaba atrapado entre el anhelo de olvidar lo que creía haber visto y el de exigirle una explicación. Lo único seguro era que no quería que se vaya.
-¿Quieres que te acompañe?
-No, no hace falta. Está muy cerca.
-Claro… -Me agaché para recoger el libro que había dejado en el suelo. Era un volumen sencillo de apariencia antigua, sin título-. ¿Una antigua herencia familiar? –bromeé.
______ se quedó paralizada y sus labios se entreabrieron por un instante como si estuviera asustada antes de echarse a reír.
-Si, exacto. –Se encogió de hombros como si hubiéramos compartido una especie de broma y agarró el libro-. Gracias. Ya nos veremos. Joseph.
Levanté una mano y la agité a modo de despedida. Ella se alejó casi sin hacer ruido. Sin embargo, yo seguí escuchando mi nombre, pronunciado con esa voz suave y exótica, mucho después de que ______ desapareciera entre las sombras.
Shoffy_DiJoSmi
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
AAAAAAAAAAAHHH!! YA SE CONOCIEROOONN!!!
PERO POR QUE LA MAMI DE JOE HACIA LO MISMO QUE EL PAPI DE ____??
AAII SIGUELA PORFIISS
PERO POR QUE LA MAMI DE JOE HACIA LO MISMO QUE EL PAPI DE ____??
AAII SIGUELA PORFIISS
chelis
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
[[Capítulo cuatro]]
____
Justo cuando la puerta corredera se cerró con fuerza a mi espalda, el contestador comenzó a grabar la llamada de la abuela Judy.
-Hola, chicos. La partida de dados se va a alargar seguramente debido al vodka que le eché al ponche de Margie. Me perderé la cena, pero si me necesitáis para lo que sea, llamadme. Ciao.
Estupendo. Estaba temblando de la emoción, y quería hablar con Reese antes de que ella volviera a casa. Mientras recorría el pasillo hasta la cocina, pensé en que Joseph Jonas había estado a punto de pillarme haciendo magia. No se me había ocurrido pensar que debía tener cuidado en el cementerio... Nadie iba allí salvo yo. El abuelo de Joseph, el señor Harleigh, había sido enterrado al otro lado de la ciudad junto a todos los demás, en el cementerio nuevo. Tan solo la mención especial en el testamento de mis padres había conseguido que estuvieran enterrados tan cerca de casa.
Pero Joseph se había mostrado muy amable con lo de la herida, y me había observado con expresión extrañada y curiosa, como si conociera mi secreto. Aunque eso era imposible. Porque si hubiera visto la hoja, habría pensado que lo había imaginado todo. Nadie creía en la magia.
Tras asentir para mis adentros, como si aceptara mi propio razonamiento, encendí la luz de la cocina y dejé el libro de hechizos sobre la mesa. Abrí el grifo del fregadero y me lavé el pulgar. Las cortinas de encima de la pila se agitaron con la brisa que atravesaba la venta abierta, y me imaginé tarareando la melodía de mi canción favorita de la semana mientras mi madre, canturreando conmigo, pelaba patatas a mi lado con su delantal preferido, el de conejitos. Ahora ese delantal estaba doblado al fondo del cajón que había junto al horno.
Me sequé las manos y observé la herida. La hoja afilada había realizado un corte pequeño y limpio, pero escocía. Una parte de mí aún no podía creer que la magia hubiera funcionado, que de verdad hubiera tenido el valor necesario para cortarme y comprobarlo. Me giré para apoyarme sobre la encimera y contemplé el libro de hechizos. Sentí un vuelco en el estómago y que mis pulmones se quedaban sin aire.
La magia era real.
Había transformado esa hoja con tan solo unas líneas dibujadas en el suelo, mi sangre y unas cuantas palabras.
La magia era real, y mi padre no estaba loco.
Me sentí tan aliviada que tuve que sentarme a la mesa. Lo único que escuchaba era el suave tic tac del reloj de pared en la entrada y mi propia respiración. Apreté los codos contra la madera y enlacé las manos. Mis pies golpeteaban contra el duro suelo de madera de forma frenética, como si intentaran huir lejos, muy lejos. Pero no podía detenerlos. Yo también quería correr, gritar, volar por los cielos y reír mientras observaba cómo el mundo cambiaba a mis pies.
Dos horas antes era una chica perdida cuyos padres habían muerto y tenía un hermano cargado de rabia y distante. Ahora sabía que mi padre seguía vivo en ese libro de hechizos, gracias a la magia.
Una sonrisa se abrió paso en mi rostro. Imaginé una máscara sobre mi piel, una máscara azul y amarilla, con purpurina dorada por todas partes y alegres flores rosa en torno a una amplia sonrisa.
Eran las ocho de la tarde. Reese llegaría a casa en cualquier momento. No pude concentrarme en las tareas hogareñas mientras esperaba, pero de todas formas no tenía nada de hambre, y la casa estaba limpia. Los últimos meses había pasado mucho tiempo limpiando y cocinando para mantenerme ocupada y distraída, pelo lo cierto era que un cuarto de baño solo podía admitir cierta cantidad de lejía.
Aún así, al final me puse de pie de un salto. El papel marrón con el que habían envuelto el libro de hechizos se encontraba en el suelo, cerca de la puerta. Lo arrugué y lo tiré al cubo de reciclaje que había en el fregadero. Vacié el lavaplatos y coloqué las margaritas del jarrón del comedor. Barrí el suelo de madera del pasillo y todas las alfombras de la sala de estar y del dormitorio de la abuela Judy. Ni siquiera después de repasar la cocina tuve bastante basura para llenar el recogedor. Limpié el polvo de todos lados, salvo el del despacho de mi padre, pero solo tuve que utilizar una toallita atrapapolvo, ya que lo había limpiado dos días antes. Luego cogí uno de los libros de bolsillo de Reese, un clásico de los misterios de asesinatos. Empezaba con sangre, así que no pude seguir leyendo. EN lugar de eso, probé con unas de las revistas izquierdistas de la abuela Judy, y las palabras aglomeradas en la página me hicieron pensar en runas e ingredientes mágicos.
Oí la puerta de un coche cerrarse, Mi corazón latía a mil por hora, así que tuve que cerrar los ojos y respirar hondo para calmarme. Los familiares pasos de Reese recorrieron el porche y la puerta corredera se abrió un instante después.
Apreté el libro de hechizos contra mi pecho mientras me acercaba a él. Reese se detuvo a medio camino, ni dentro ni fuera de la casa, con el trasero apoyado contra el marco de la puerta mientras se limpiaba el barro de las botas.
Era dos años mayor que yo, y debería de haber estado en Kansas estudiando licenciatura. Sin embargo, había rechazado la admisión a la facultad cuando nuestros padres murieron, y yo no tuve fuerzas para oponerme.
Cuando se dio la vuelta para entrar, se sorprendió tanto al verme que extendió el brazo y se golpeó la mano con el marco de la puerta.
-Por Dios, ____, ¿qué demonios haces ahí?
Extendí el libro de hechizos hacia él, como si fuera un regalo.
-¿Qué es eso? -Entró en la habitación y me arrebató el libro sin ningún miramiento.
Ahogué una exclamación y me mordí los labios.
Reese pasó junto a mi para dirigirse a la cocina. Arrojó su billetera sobre la mesa junto con el libro. Tras acercarse a la alacena, sacó un vaso y lo llenó de agua.
-¿De dónde ha salido eso?
Atónita ante su falta de curiosidad, respondí:
-Es de papá.
Quedó paralizado, con el vaso de agua frente a sus labios. Luego, con mucho cuidado, dejó el vaso sobre la encimera y se dio la vuelta. Tenía la mandíbula apretada.
-Mira. -Abrí el libro y saqué la nota del Diácono, aunque mantuve la vista lejos de la escritura de mi padre. Agité el papel delante de Reese.
Muy despacio, como si se moviera dentro del agua, mi hermano cogió la nota. Contemplé su rostro con detenimiento mientras la desplegaba y la leía. Necesitaba afeitarse, pero solía hacerlo a menudo.
Su piel tenía un color más oscuro que nunca, ya que últimamente pasaba mucho tiempo trabajando al sol con la cuadrilla de la cosecha. El sol había aclarado su cabello y se había colado por todos los poros de su piel. Ahora parecía mayor. Aunque quizá eso estuviera más relacionado con la muerte de nuestros padres.
Sus labios se apretaron en una línea fina, su entrecejo se llenó de arrugas y en sus mejillas aparecieron dos manchas rosadas. De pronto cerró el puño para arrugar el papel.
Salté hacia adelante para impedírselo.
-¡Reese!
-Esto es una estupidez -dijo mientras agarraba el libro de hechizos y lo hojeaba.
-¡No, no lo es!
-¿Quieres creer que todo esto es real? -Dio un paso hacia delante y volvió a dejar el libro sobre la mesa.
-Es real. -Apreté su puño entre mis manos y le abrí los dedos lo suficiente para recuperar la nota. Empecé a temblar de nuevo.
-Es una locura. Si esto era de papá, demuestra que todo el mundo tenía razón. Estaba loco y lo hizo a propósito.
Noté que mi lengua se secaba. Como siempre, me quedé muda ante la terrible seguridad que mostraba Reese.
-Si, _____. A propósito. Tenía planeado disparar a mamá. Su voz vaciló y apretó los puños como si estuviera dispuesto a golpear la pared de nuevo.
-No. -Me acerqué a la mesa para recuperar el libro de hechizos-. Lo he probado. La magia funciona. Yo...
-Tonterías.
Su tono cortante hizo añicos mi máscara de alegría y consiguió arrancármela de la cara.
Reese se cruzó de brazos.
-No digas idioteces, ______. Estoy cansado y no tengo ganas de oír bobadas.
-No son idioteces. -Mi voz sonó razonable y calmada-. Funciona. Ha transformado una hoja seca, Reese. Y si la magia es real, entonces papá no estaba loco. No hizo lo que la gente cree que hizo.
-Dilo, _____. Di que no mató a mamá. Eso es lo que la gente cree, por eso fue lo que ocurrió.
Sacudí la cabeza y dejé el libro sobre la mesa con determinación.
-Échale un vistazo. Míralo de verdad. Y luego te lo demostraré. -Necesitaba salir.
Recorrí el pasillo y me dirigí a la parte trasera de la casa antes de bajar a la carrera las escaleras que conducían al patio. Los grillos y las cigarras se desgañitaban en la oscuridad. Cerré los ojos y vi a mis padres con las piernas y los brazos entrelazados en un charco de sangre. Los regueros de sangre llegaban hasta mis zapatos, pero no podía moverme. Lo único que podía hacer era observarlos y respirar ese aire viciado de sangre y muerte. ¿Habría servido de algo arrancarme los ojos para que el recuerdo de sus cuerpos tumbados en el despacho se borrara de mi mente para siempre?
-_____... -Reese salió fuera llevando consigo el libro.
-¿Por qué no crees en él?
Me solté de un tirón.
-Claro que lo veo.
-Ves lo que quieres ver, ____. ¿Alguna vez has oído hablar de ese tal Diácono? No. No sabemos nada sobre él, si es una persona de verdad o qué. En el mejor de los casos, se trata de una broma macabra, y en el peor, de algo que papá creía de verdad y que no demuestra su inocencia, sino que era un psicópata.
La magia es real, Reese. Esta noche, el mudo es diferente, pensé.
Dejé escapar un largo y lento suspiro. Mi hermano no creía en lo que no podía ver. No tenía fe.
-Era nuestro padre. Sé que no haría algo así.
Tras arrojar el libro sobre la hierba, Reese dijo:
-Lo hizo. La policía lo demostró, por el amor de Dios. A nadie le cabe la menor duda. Da igual que alguno de esos estúpidos hechizos funcione. Fue él quien apretó el maldito gatillo. El sheriff Todd era amigo de papá. ¿Crees que no hizo todo lo posible para...? -Su voz se apagó y empezó a mover la cabeza en un gesto de frustración.
Ya habíamos mantenido esa conversación antes.
-No lo hizo. La magia...
Reese me interrumpió con un movimiento brusco de la mano, pero su ira se desvaneció un instante después.
-Abejita... -dijo, y esta vez, cuando dio un paso adelante, no me aparté-. Han pasado tres meses. Tienes que aceptarlo.
-¿Igual que tú?
Me rodeó con los brazos y dejó que apoyara la cabeza contra su pecho. Noté el aroma del heno, mezclado con el del sudor y el del aceite de tractor. Olores familiares, puros, igual que Reese. Me pregunté que se sentiría al estar tan seguro de algo; qué sentiría una persona con tanta fuerza y tanto aplomo, una persona capaz de descargar su ira contra la pared o trabajando en el campo.
-Si... -respondió. La palabra estaba teñida de amargura, y me alivió saber que a Reese no le hacía ninguna gracia creer que nuestro padre había matado a nuestra madre. Para él tampoco tenía sentido-. Necesito una cerveza -añadió un momento después-. ¿Quieres una?
-No. -Ya estaba bastante mareada.
-¿Dónde está la abuela?
-Desplumando a la señora Margaret y a Patty Grander.
-Ah, es verdad. Noche de dados. -Inclinó la cabeza y, por un momento, pensé que iba a disculparse por gritarme, en cuyo caso también tendría que disculparme yo. En lugar de eso, Reese dejó escapar un suspiro-. Prepararé unos sándwiches, ¿te parece bien?
-Claro. Yo... yo me quedaré aquí afuera un rato.
Reese asintió con la cabeza y volvió dentro.
Mis zapatillas se hundieron poco a poco en la hierba. Deseé que la tierra creciera alrededor de mis tobillos, de mis pantorrillas, de mis rodillas... Deseé que me atrapara y me convirtiera en una piedra.
Shoffy_DiJoSmi
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
La persona que me lo envio, está todavia asombrada delo que ocurrio, ya
que ella dice que lo hizo por hacerlo y que pidio algo que creia
imposible de lograr. Probemos.
* Para ti mismo di el nombre de la única persona del sexo opuesto con quien quieras estar (tres veces...)...
* Piensa en algo que quieras lograr dentro de la próxima semana y repítelo para ti mismo(a) (seis veces)...
*
Piensa en algo que quieras que pase entre tú y la persona especial (que
dijiste en el no. 1) y dilo a ti mismo/a (doce veces)...
* Ahora haz un último y final deseo acerca del deseo que escogiste.
* Después de leer esto tienes 1 hora para mandarlo a 15 temas y lo que pediste se te hará realidad en 1 semana.
A la mayor cantidad de gente a quien lo mandes más fuerte se hará tu deseo.
Si tu escoges ignorar esta carta lo contrario del deseo te sucederá,
o esto no sucederá jamás...
que ella dice que lo hizo por hacerlo y que pidio algo que creia
imposible de lograr. Probemos.
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* Piensa en algo que quieras lograr dentro de la próxima semana y repítelo para ti mismo(a) (seis veces)...
*
Piensa en algo que quieras que pase entre tú y la persona especial (que
dijiste en el no. 1) y dilo a ti mismo/a (doce veces)...
* Ahora haz un último y final deseo acerca del deseo que escogiste.
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julie.jam.jsam
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
La persona que me lo envio, está todavia asombrada delo que ocurrio, ya
que ella dice que lo hizo por hacerlo y que pidio algo que creia
imposible de lograr. Probemos.
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*
Piensa en algo que quieras que pase entre tú y la persona especial (que
dijiste en el no. 1) y dilo a ti mismo/a (doce veces)...
* Ahora haz un último y final deseo acerca del deseo que escogiste.
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julie.jam.jsam
Re: Blood Magic JoeJonas & Tu [Primer libro]
La persona que me lo envio, está todavia asombrada delo que ocurrio, ya
que ella dice que lo hizo por hacerlo y que pidio algo que creia
imposible de lograr. Probemos.
* Para ti mismo di el nombre de la única persona del sexo opuesto con quien quieras estar (tres veces...)...
* Piensa en algo que quieras lograr dentro de la próxima semana y repítelo para ti mismo(a) (seis veces)...
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Piensa en algo que quieras que pase entre tú y la persona especial (que
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julie.jam.jsam
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