She will be loved. |Louis Tomlinson & Tú| TERMINADA.

De un lado para allá estaba todo el mundo cuando te despertaste en esa mañana fría y nublosa. Un gran escalofrío recorrió tu cuerpo, sabías que algo bueno no debería de estar pasando pues sino la ambulancia no estaría ahí. Rápidamente te pusiste una chaqueta larga y saliste de la habitación para dar de bruces con tu padre. Estaba fuera de la habitación de tu madre con la cabeza entre las manos y lloraba desconsoladamente. Sabías que había pasado, lo intuías… pero no querías aceptarlo. ¿Cómo aceptas la muerte de un ser tan querido? ¿Cómo aceptas vivir sin la persona que te había dado la vida? Tu madre era y sería la luz de tus ojos, la persona que más querías. ¿Por qué se había tenido que ir?

—¡No!—gritaste empezando a correr—¡Mamá!

—Hija, ¡no entres ahí!—te agarró tu padre antes de que pudieras entrar ahí dentro. Empezaste a pelear con él, querías entrar ahí, querías despedirte de tu madre, verla… tal vez asegurarte de que eso no era una pesadilla. Pero no te lo permitieron, sólo viste como se la llevaban en una camilla envuelta en un plástico o saco negro. Ese recuerdo te perseguiría toda la vida.

El entierro fue llanto, mucho llanto, tu mamá había sido una persona buena y muy querida. Tú no soltaste ninguna lágrima porque no te lo permitiste, tenías que ser fuerte y sacar de la miseria a tu padre, volver a empezar de nuevo con nuevas esperanzas. Sonaba bastante positivo pero más de una vez habías pensando que no podrías, todo era tan deprimente que en esa media hora que llevabas ahí, ya habías pensando en suicidarte tres veces. ¿Cómo se sentiría dejar ese dolor atrás? Lo pensabas pero después mirabas a tu padre tan hundido que todos esos pensamientos se borraban dejándote un sabor amargo en la boca.

—¿Estás bien cariño?—preguntó tu tía apretándote suavemente el hombro.

—Sí—te alejaste un poco de ella, no querías que nadie te tocara y que tampoco te hablara, en ese momento necesitabas tiempo a solas, tenías que empezar a hacerte la idea de que tu mamá ya no estaba, y aprender a vivir con el dolor.

—Vámonos, esto aquí ha acabado—habló tu padre en tono cansado y quebrado. Asentiste moviéndote casi como un robot, odiabas todas esas miradas de compasión y de pena, querías llegar de una vez por todas a tu casa y encerrarte en tu habitación.

Y al llegar eso hiciste. Subiste las escaleras calmadamente, nadie debía sospechar que estabas aguantándote las ganas de salir corriendo. Tu tía hizo un intento de llamarte pero antes de que pudiera a terminar la oración, ya habías cerrado la puerta de un portazo y habías puesto el seguro. Respiraste agitada mientras que las lágrimas se caían por tus mejillas. ¿Saben cuando las personas lloran y en su cara se nota por los gestos? A ti no se te había movido ni un músculo de la cara.

—¿Estás bien _____(TN)?—tocaron la puerta.

—Sí—tardaste un rato en contestar—estoy bien, solo quiero estar sola.

—¿No quieres comer algo? Te he preparado un sándwich—insistió tu tía.

—¡Sólo quiero estar sola!—levantaste un poco la voz. Te sentías mal por tratar así a la persona que se preocupaba por ti pero necesitabas espacio, necesitabas respirar por ti sola, si alguien estaba detrás de ti siempre no ibas a poder acostumbrarte a nada. Tenías dieciocho años, era tiempo de empezar a independizarte un poco.

Lo primero que hiciste fue cambiarte de la ropa, hacía tiempo odiabas el negro porque era un color oscuro y triste pero parecía que desde hoy sería uno de tus mejores amigos. Te metiste a la ducha y te quedaste largo rato sentada mientras que el agua caía por tu espalda. Si estaba frío o caliente no lo sentías, parecías inmune a cualquier dolor físico. Pero pensándolo bien, ¿qué demonios podría doler más que perder a tu madre? Probablemente todo lo que ibas a vivir desde ahora sería una mierda comparado con todo ese dolor que estabas sintiendo por dentro. Saliste de la ducha y te envolviste con la toalla para buscar tu típica ropa de estar por casa que básicamente consistía de unos pantalones de chándal muy cómodos y una blusa de tirantes que después por encima te ponías una muy ancha. Te hiciste una trenza en el pelo y te sentaste en la cama mirando el suelo. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Cómo seguirían las cosas? ¿Cómo iba a ser levantarte por las mañanas y ver que el desayuno ya no estaba y no estaría nunca más hecho por tu mamá? Y por supuesto, la gran pregunta, ¿cómo sería cuando volverías a las clases?

Lo descubriste cuando tres días después te vestiste y saliste de casa con la mochila en la espalda. Parecía que todo el peso del mundo estaba en tus hombros y te sentías horrible, todo parecía horrible. Y lo irónico era que el cielo estaba más nublado que de costumbre, parecía que en cualquier momento iba a llover. La lluvia solía gustarte, adorabas caminar bajo la lluvia, ahora te parecía odiosa, era lo más parecido a llorar y tú ya no llorabas.

Al entrar todas las miradas se posaron en ti, sí, eras consciente que te habías quedado sin madre pero no tenían que hacerlo tan obvio. Miraban y cuchicheaban mientras que alguno que otro te daba una sonrisa débil y un poco triste. ¿Devolvérsela? No, no lo hiciste, a ninguno, ni siquiera a los profesores que te dieron el pésame. Querías gritarles a todos en la cara y desaparecer de ahí. Estabas intentando seguir adelante, que ellos te lo recordaran cada cinco segundos que respirabas no era cómodo.

A tercera hora ya no aguantaste así que las demás horas no pasaste. Saliste de ahí y te sentaste en un banco solitario que estaba casi escondido entre los árboles de un parque. Estabas congelándote un poco pero tampoco pensabas volver ahí, era mejor el frío que las miradas. Era mejor escuchar los árboles moverse por el viento que los cuchicheos de todos esos falsos.

—¡Pillada!—se sentó a tu lado asustándote—¿Qué haces por aquí?

—Lou, oh, Dios, me asustaste—la miraste sorprendida—. ¿Cómo estás? Yo sólo estaba por aquí … uhm, yo quería estar sola, alejarme de todo.

—Sí, lo siento, yo he escuchado eso—balbuceó un poco nerviosa. Lou Teasdale era la chica o mujer … o como quieren llamarla que vivía a pocas casas de la tuya, era prácticamente tu vecina. Tenía una hija llamada Baby Lux que era un amor de criatura y a su pareja Tom. Era estilista y hacía increíble su trabajo, tan increíble que trabajaba para una boyband bastante importante en esos momentos.

—No pasa nada, todo se supera en esta vida, supongo—intentaste sonreír pero salió una mueca algo fea.

—Sabes que puedes hablar conmigo pequeña, estaré aquí siempre—pasó su brazo por tus hombros y te atrajo hacia ella como si de su hija se tratara. Querías rechazar el contacto pero era lo más cercano que se sentía a tu madre, te hacía sentir bien, como si tu mamá estuviera en ese momento abrazándote como cuando eras pequeña y llorabas por una pesadilla tonta.

—Gracias—suspiraste mirando para arriba para que las lágrimas no cayeran por tus mejillas—. ¿Sabes de algún trabajo? Necesito trabajar y empezar a pensar más en las cosas de la casa, sé que tal vez mi edad sea un problema pero puedo trabajar en lo que sea, lo prometo.

—De momento no sé nada cariño—sonrió tristemente—pero prometo que en cuanto sepa algo te aviso y no te preocupes, encontraremos alguna solución, ¿vale? ¿Por qué no vamos a casa? Tom está con Lux y ella quiere verte.

—No sé si tenga ánimos y creo que será mejor que me quede aquí un poco más—rechazaste el plan suspirando, no podías ir a ver a Lux cuando lo único que tenías en mente era pensamientos asesinos.

—Pero te congelarás, mejor vete a casa y dile a tu padre que te sentías mal, lo entenderá—se levantó y espero hasta que tú también te levantaste—vamos juntas al final de cuentas es el mismo camino.

—Vale—asentiste y te metiste las manos en los bolsillos de la chaqueta.

Al llegar a tu casa no viste a tu papá así que te metiste a la cama directamente. Era mejor dormir así no pensabas en nada y en los sueños todo era felicidad y amor.