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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
Nombre: para siempre
Autor: diana
Adaptación: Si
Género: Romantica
Advertencias: Por Ahora Ninguna *__*
Otras páginas: no lo creo8
sipnosis
Cuando era adolescente, ______
adoraba a su hermanastro Joe, un vaquero fuerte y circunspecto que no
tardó en irse de casa en busca de fortuna. Cuando _____ se quedó sola,
él se aseguró de que no le faltara de nada, y cuando regresó a casa
convertido en el adinerado propietario de un rancho en Comanche Wells,
descubrió que la joven del pasado se había convertido en toda una mujer.
Joe se dio cuenta de que estaba enamorándose de ella cuando un momento
de pasión desatada dio pie a un beso, pero ______ le tenía miedo al amor
por culpa de un secreto que ocultaba desde hacía tiempo. Él se sintió
herido por su rechazo, y se marchó dispuesto a dejar atrás el pasado… y a
la única mujer a la que no podía tener. ______ creía que le había
perdido para siempre, pero cuando un grave peligro se cernió sobre el
rancho y sobre ella, le quedó la esperanza de que su apuesto vaquero
regresara a casa y la salvara, de que tomara el control del rancho y de
su corazón de una vez por todas.
[/center]
Autor: diana
Adaptación: Si
Género: Romantica
Advertencias: Por Ahora Ninguna *__*
Otras páginas: no lo creo8
sipnosis
Cuando era adolescente, ______
adoraba a su hermanastro Joe, un vaquero fuerte y circunspecto que no
tardó en irse de casa en busca de fortuna. Cuando _____ se quedó sola,
él se aseguró de que no le faltara de nada, y cuando regresó a casa
convertido en el adinerado propietario de un rancho en Comanche Wells,
descubrió que la joven del pasado se había convertido en toda una mujer.
Joe se dio cuenta de que estaba enamorándose de ella cuando un momento
de pasión desatada dio pie a un beso, pero ______ le tenía miedo al amor
por culpa de un secreto que ocultaba desde hacía tiempo. Él se sintió
herido por su rechazo, y se marchó dispuesto a dejar atrás el pasado… y a
la única mujer a la que no podía tener. ______ creía que le había
perdido para siempre, pero cuando un grave peligro se cernió sobre el
rancho y sobre ella, le quedó la esperanza de que su apuesto vaquero
regresara a casa y la salvara, de que tomara el control del rancho y de
su corazón de una vez por todas.
[/center]
anasmile
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
Hjfhsjhdfh wowo! Me encanto holaa! Soy paola:) un gusto! Spero la sigas sip aqi sperare cap ansiosaa:3
Pao Jonatica Forever :3
Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
Capitulo 1
Cuando Barbara, una amiga suya que regentaba una cafetería en Jacobsville, había
comentado que era una pena que fueran hermanos porque tenían mucho en común,
ella le había recordado que no eran parientes consanguíneos. El padre de Joe se
había casado con su madre, que había muerto al cabo de unas semanas en un
accidente de tráfico. Como no tenía más parientes vivos, había seguido viviendo
con su padrastro, Myron Pendleton, que le había dado otra hermanastra,
Gloryanne Barnes, al casarse pocos meses después con la madre de ésta, Beverly
Barnes.
Glory y ella tenían más en común de lo que la gente pensaba, y las unía una estrecha
amistad. En su época de estudiantes se habían enfrentado juntas al mundo,
porque ambas habían tenido infancias difíciles y les costaba relacionarse con
los chicos. Apenas tenían citas y habían empezado a sufrir acoso escolar, pero
Joe había intervenido de inmediato y había atajado la situación de raíz de
forma discreta y eficiente. Para ella, Glory seguía siendo lo más parecido a
una hermana.
Después de ducharse y de secarse el pelo, se puso unos vaqueros que tenían una hilera de
rosas rosadas bordadas a lo largo de una pierna, y una camiseta rosa. Siguiendo
un impulso, se recogió la larga melena de pelo rubio claro en dos coletas, y se
contempló sonriente en el espejo. Tenía los ojos grises, y una complexión suave
con una tersura radiante. Sabía que no era una mujer despampanante, pero tenía
una belleza dulce y serena, sin estridencias. Se preguntó ceñuda si era
apropiado llevar coletas a su edad. A veces hacía cosas que los demás
consideraban extrañas, la pequeña tara que parecía tener en el cerebro causaba
estragos en su ego de vez en cuando.
Decidió
que ya era demasiado tarde para preocuparse por las coletas, así que se colocó
la riñonera y se puso unos gruesos calcetines y unas botas. La bocina de un
coche estaba sonando desde la puerta delantera… era Joe, tan impaciente como
siempre.
Bajó tan apresurada, que estuvo a punto de caerse de cabeza. Se detuvo en seco al darse
cuenta de que se había dejado el móvil en su cuarto, pero se dijo que Joe
llevaba el suyo y acabó de bajar la escalera a la carrera.
—¡Comeré
fuera, señora Harcourt! —gritó, al salir por la puerta.
—¡De
acuerdo, querida!
Al ver a Joe tamborileando con los dedos en el volante, esperando ceñudo en una enorme
furgoneta negra, bajó a toda prisa los escalones del porche de la elegante
mansión de ladrillo, y corrió por el sendero pavimentado hacia el camino de
entrada circular donde el vehículo esperaba con la puerta abierta.
Después de entrar como una exhalación en la furgoneta, cerró la puerta y luchó por ponerse
el cinturón de seguridad.
—Sí, ya sé que se me ha hecho tarde… ¡pero tenía que ducharme, no podía ir con el pelo
lleno de arena!
Él le lanzó una mirada, y a pesar de que su rostro permaneció serio, sus ojos negros
sonrieron. Llevaba un sombrero vaquero de color crema, pantalones vaqueros, un
zahón de cuero, unas botas viejas de color marrón que tenían las punteras
levantadas por culpa de la exposición continuada al agua y que estaban
manchadas por todas partes, y una camisa de Cambray descolorida. A pesar de que
sus preciosas manos bronceadas estaban inmaculadamente limpias, parecía un
vaquero pobretón.
Dios, qué hombre tan sexy,
se dijo para sus adentros mientras lo miraba con disimulo. Joe era alto, y
tenía unos hombros anchos y un físico de los que sólo podían verse en las
películas de vaqueros de Hollywood. Tenía el pelo negro y corto, en un estilo
muy convencional, y tanto su complexión olivácea como sus ojos negros eran el
legado que le había dejado un abuelo hispano. No era atractivo desde un punto
de vista convencional, pero tenía un rostro muy masculino, delgado y de
mandíbula cuadrada, unos ojos intensos, unos pómulos marcados, y una boca que
la fascinaba.
No la había besado nunca… al menos, tal y como un hombre besaría a una mujer. La
relación que mantenían no era de ese tipo. Joe no era un mujeriego, y a pesar
de que ella estaba convencida de que salía con mujeres de vez en cuando, jamás
las llevaba a casa.
—Estás muy pensativa, pequeñaja —le dijo, en tono de broma.
—Estaba pensando en lo guapo que eres —se puso roja como un tomate, y soltó una risita
nerviosa—. Perdona, mi boca y mi cerebro están desconectados.
Él permaneció serio, y sus ojos negros la contemplaron durante unos segundos antes
de centrarse de nuevo en la carretera.
—Tú tampoco estás nada mal, cielo.
—¿Sabes si va a ir alguien de Jacobsville a la subasta? —le preguntó, mientras jugueteaba
con el cinturón de seguridad.
—Cy Parks, J. D. Langley, y Leo Hart. Tengo entendido que
los Hart quieren comprar otro de esos toros japoneses que producen carne de
Kobe, van a empezar con nuevos programas de cría.
—¡No me digas que Leo va a dejar de criar Salers!
Joe se echó a reír, y le dijo:
—No del todo, pero teniendo en cuenta lo bien que se vende la ternera japonesa, su
decisión es comprensible. Estamos en plena guerra de mercado, y el consumidor
es el que manda. Hay que buscar tanto técnicas de marketing como
métodos de producción nuevos para superar el bajón de ventas.
—Estás en el comité de marketing de
la asociación de ganaderos, ¿verdad?
—Ya no, tuve que dejarlo. El dichoso negocio con los alemanes me tiene agobiado.
_______ sabía que su hermanastro estaba intentando adquirir otra compañía informática
con sede en Berlín, que producía un nuevo tipo de microchip. Ya llevaban
tres semanas de negociaciones, y los dueños aún no habían decidido si estaban
dispuestos a vender por el precio que les ofrecía él. Era obvio que iba a tener
que ir a ocuparse de la adquisición en persona, porque el empleado en el que
había delegado la autoridad había presentado su renuncia; al parecer, su esposa
era británica, y pensaban mudarse a Londres. No había tiempo para reemplazarlo,
porque las negociaciones estaban en un punto crítico y no había cabida para
alguien nuevo, así que Joe iba a tener que ocuparse del asunto.
—¿Por qué no envías a Grange?, él podría encargarse de todo —le dijo, con una sonrisita
traviesa.
Grange era el nuevo capataz del rancho. Antes trabajaba para los Ballenger, pero Joe había
conseguido contratarlo ofreciéndole un salario mejor. Grange era muy buen
trabajador, su pasado en el ejército le convertía en el capataz perfecto. Había
sido comandante, así que se le daba muy bien dar órdenes.
—Grange negocia como un militar, y ya sabes que no le dejarán salir del país con un
arma.
—Es tan grandote, que no le haría falta una pistola para intimidar a esos empresarios
alemanes.
Joe le lanzó una mirada penetrante. No le gustaba que ella hablara de Granger ni que
el capataz mostrara interés en ella, pero no demostraba abiertamente su
desagrado. Se limitaba a asegurarse de que Granger estuviera ocupado en algún
rincón del rancho cuando ella iba de visita.
Apretó el volante con una fuerza casi convulsiva mientras la recorría con la mirada,
mientras contemplaba su cuerpo esbelto. _______ no se dio cuenta, estaba
contemplando sonriente a unos niños que jugaban en el jardín de una casa vieja
que había junto a la carretera.
Cuando Barbara, una amiga suya que regentaba una cafetería en Jacobsville, había
comentado que era una pena que fueran hermanos porque tenían mucho en común,
ella le había recordado que no eran parientes consanguíneos. El padre de Joe se
había casado con su madre, que había muerto al cabo de unas semanas en un
accidente de tráfico. Como no tenía más parientes vivos, había seguido viviendo
con su padrastro, Myron Pendleton, que le había dado otra hermanastra,
Gloryanne Barnes, al casarse pocos meses después con la madre de ésta, Beverly
Barnes.
Glory y ella tenían más en común de lo que la gente pensaba, y las unía una estrecha
amistad. En su época de estudiantes se habían enfrentado juntas al mundo,
porque ambas habían tenido infancias difíciles y les costaba relacionarse con
los chicos. Apenas tenían citas y habían empezado a sufrir acoso escolar, pero
Joe había intervenido de inmediato y había atajado la situación de raíz de
forma discreta y eficiente. Para ella, Glory seguía siendo lo más parecido a
una hermana.
Después de ducharse y de secarse el pelo, se puso unos vaqueros que tenían una hilera de
rosas rosadas bordadas a lo largo de una pierna, y una camiseta rosa. Siguiendo
un impulso, se recogió la larga melena de pelo rubio claro en dos coletas, y se
contempló sonriente en el espejo. Tenía los ojos grises, y una complexión suave
con una tersura radiante. Sabía que no era una mujer despampanante, pero tenía
una belleza dulce y serena, sin estridencias. Se preguntó ceñuda si era
apropiado llevar coletas a su edad. A veces hacía cosas que los demás
consideraban extrañas, la pequeña tara que parecía tener en el cerebro causaba
estragos en su ego de vez en cuando.
Decidió
que ya era demasiado tarde para preocuparse por las coletas, así que se colocó
la riñonera y se puso unos gruesos calcetines y unas botas. La bocina de un
coche estaba sonando desde la puerta delantera… era Joe, tan impaciente como
siempre.
Bajó tan apresurada, que estuvo a punto de caerse de cabeza. Se detuvo en seco al darse
cuenta de que se había dejado el móvil en su cuarto, pero se dijo que Joe
llevaba el suyo y acabó de bajar la escalera a la carrera.
—¡Comeré
fuera, señora Harcourt! —gritó, al salir por la puerta.
—¡De
acuerdo, querida!
Al ver a Joe tamborileando con los dedos en el volante, esperando ceñudo en una enorme
furgoneta negra, bajó a toda prisa los escalones del porche de la elegante
mansión de ladrillo, y corrió por el sendero pavimentado hacia el camino de
entrada circular donde el vehículo esperaba con la puerta abierta.
Después de entrar como una exhalación en la furgoneta, cerró la puerta y luchó por ponerse
el cinturón de seguridad.
—Sí, ya sé que se me ha hecho tarde… ¡pero tenía que ducharme, no podía ir con el pelo
lleno de arena!
Él le lanzó una mirada, y a pesar de que su rostro permaneció serio, sus ojos negros
sonrieron. Llevaba un sombrero vaquero de color crema, pantalones vaqueros, un
zahón de cuero, unas botas viejas de color marrón que tenían las punteras
levantadas por culpa de la exposición continuada al agua y que estaban
manchadas por todas partes, y una camisa de Cambray descolorida. A pesar de que
sus preciosas manos bronceadas estaban inmaculadamente limpias, parecía un
vaquero pobretón.
Dios, qué hombre tan sexy,
se dijo para sus adentros mientras lo miraba con disimulo. Joe era alto, y
tenía unos hombros anchos y un físico de los que sólo podían verse en las
películas de vaqueros de Hollywood. Tenía el pelo negro y corto, en un estilo
muy convencional, y tanto su complexión olivácea como sus ojos negros eran el
legado que le había dejado un abuelo hispano. No era atractivo desde un punto
de vista convencional, pero tenía un rostro muy masculino, delgado y de
mandíbula cuadrada, unos ojos intensos, unos pómulos marcados, y una boca que
la fascinaba.
No la había besado nunca… al menos, tal y como un hombre besaría a una mujer. La
relación que mantenían no era de ese tipo. Joe no era un mujeriego, y a pesar
de que ella estaba convencida de que salía con mujeres de vez en cuando, jamás
las llevaba a casa.
—Estás muy pensativa, pequeñaja —le dijo, en tono de broma.
—Estaba pensando en lo guapo que eres —se puso roja como un tomate, y soltó una risita
nerviosa—. Perdona, mi boca y mi cerebro están desconectados.
Él permaneció serio, y sus ojos negros la contemplaron durante unos segundos antes
de centrarse de nuevo en la carretera.
—Tú tampoco estás nada mal, cielo.
—¿Sabes si va a ir alguien de Jacobsville a la subasta? —le preguntó, mientras jugueteaba
con el cinturón de seguridad.
—Cy Parks, J. D. Langley, y Leo Hart. Tengo entendido que
los Hart quieren comprar otro de esos toros japoneses que producen carne de
Kobe, van a empezar con nuevos programas de cría.
—¡No me digas que Leo va a dejar de criar Salers!
Joe se echó a reír, y le dijo:
—No del todo, pero teniendo en cuenta lo bien que se vende la ternera japonesa, su
decisión es comprensible. Estamos en plena guerra de mercado, y el consumidor
es el que manda. Hay que buscar tanto técnicas de marketing como
métodos de producción nuevos para superar el bajón de ventas.
—Estás en el comité de marketing de
la asociación de ganaderos, ¿verdad?
—Ya no, tuve que dejarlo. El dichoso negocio con los alemanes me tiene agobiado.
_______ sabía que su hermanastro estaba intentando adquirir otra compañía informática
con sede en Berlín, que producía un nuevo tipo de microchip. Ya llevaban
tres semanas de negociaciones, y los dueños aún no habían decidido si estaban
dispuestos a vender por el precio que les ofrecía él. Era obvio que iba a tener
que ir a ocuparse de la adquisición en persona, porque el empleado en el que
había delegado la autoridad había presentado su renuncia; al parecer, su esposa
era británica, y pensaban mudarse a Londres. No había tiempo para reemplazarlo,
porque las negociaciones estaban en un punto crítico y no había cabida para
alguien nuevo, así que Joe iba a tener que ocuparse del asunto.
—¿Por qué no envías a Grange?, él podría encargarse de todo —le dijo, con una sonrisita
traviesa.
Grange era el nuevo capataz del rancho. Antes trabajaba para los Ballenger, pero Joe había
conseguido contratarlo ofreciéndole un salario mejor. Grange era muy buen
trabajador, su pasado en el ejército le convertía en el capataz perfecto. Había
sido comandante, así que se le daba muy bien dar órdenes.
—Grange negocia como un militar, y ya sabes que no le dejarán salir del país con un
arma.
—Es tan grandote, que no le haría falta una pistola para intimidar a esos empresarios
alemanes.
Joe le lanzó una mirada penetrante. No le gustaba que ella hablara de Granger ni que
el capataz mostrara interés en ella, pero no demostraba abiertamente su
desagrado. Se limitaba a asegurarse de que Granger estuviera ocupado en algún
rincón del rancho cuando ella iba de visita.
Apretó el volante con una fuerza casi convulsiva mientras la recorría con la mirada,
mientras contemplaba su cuerpo esbelto. _______ no se dio cuenta, estaba
contemplando sonriente a unos niños que jugaban en el jardín de una casa vieja
que había junto a la carretera.
anasmile
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
Cuando Barbara, una amiga suya que regentaba una
cafetería en Jacobsville, había comentado que era una pena que fueran hermanos
porque tenían mucho en común, ella le había recordado que no eran parientes
consanguíneos. El padre de Joe se había casado con su madre, que había muerto
al cabo de unas semanas en un accidente de tráfico. Como no tenía más parientes
vivos, había seguido viviendo con su padrastro, Myron Pendleton, que le había
dado otra hermanastra, Gloryanne Barnes, al casarse pocos meses después con la
madre de ésta, Beverly Barnes.
Glory y ella tenían más en común de lo que la gente
pensaba, y las unía una estrecha amistad. En su época de estudiantes se habían
enfrentado juntas al mundo, porque ambas habían tenido infancias difíciles y
les costaba relacionarse con los chicos. Apenas tenían citas y habían empezado
a sufrir acoso escolar, pero Joe había intervenido de inmediato y había atajado
la situación de raíz de forma discreta y eficiente. Para ella, Glory seguía
siendo lo más parecido a una hermana.
Después de ducharse y de secarse el pelo, se puso
unos vaqueros que tenían una hilera de rosas rosadas bordadas a lo largo de una
pierna, y una camiseta rosa. Siguiendo un impulso, se recogió la larga melena
de pelo rubio claro en dos coletas, y se contempló sonriente en el espejo.
Tenía los ojos grises, y una complexión suave con una tersura radiante. Sabía
que no era una mujer despampanante, pero tenía una belleza dulce y serena, sin
estridencias. Se preguntó ceñuda si era apropiado llevar coletas a su edad. A
veces hacía cosas que los demás consideraban extrañas, la pequeña tara que
parecía tener en el cerebro causaba estragos en su ego de vez en cuando.
Decidió que ya era demasiado tarde para preocuparse
por las coletas, así que se colocó la riñonera y se puso unos gruesos
calcetines y unas botas. La bocina de un coche estaba sonando desde la puerta
delantera… era Joe, tan impaciente como siempre.
Bajó tan apresurada, que estuvo a punto de caerse
de cabeza. Se detuvo en seco al darse cuenta de que se había dejado el móvil en
su cuarto, pero se dijo que Joe llevaba el suyo y acabó de bajar la escalera a
la carrera.
—¡Comeré fuera, señora Harcourt! —gritó, al salir
por la puerta.
—¡De acuerdo, querida!
Al ver a Joe tamborileando con los dedos en el
volante, esperando ceñudo en una enorme furgoneta negra, bajó a toda prisa los
escalones del porche de la elegante mansión de ladrillo, y corrió por el
sendero pavimentado hacia el camino de entrada circular donde el vehículo
esperaba con la puerta abierta.
Después de entrar como una exhalación en la
furgoneta, cerró la puerta y luchó por ponerse el cinturón de seguridad.
—Sí, ya sé que se me ha hecho tarde… ¡pero tenía
que ducharme, no podía ir con el pelo lleno de arena!
Él le lanzó una mirada, y a pesar de que su rostro
permaneció serio, sus ojos negros sonrieron. Llevaba un sombrero vaquero de
color crema, pantalones vaqueros, un zahón de cuero, unas botas viejas de color
marrón que tenían las punteras levantadas por culpa de la exposición continuada
al agua y que estaban manchadas por todas partes, y una camisa de Cambray
descolorida. A pesar de que sus preciosas manos bronceadas estaban
inmaculadamente limpias, parecía un vaquero pobretón.
Dios, qué hombre tan sexy, se dijo
para sus adentros mientras lo miraba con disimulo. Joe era alto, y tenía unos
hombros anchos y un físico de los que sólo podían verse en las películas de
vaqueros de Hollywood. Tenía el pelo negro y corto, en un estilo muy
convencional, y tanto su complexión olivácea como sus ojos negros eran el
legado que le había dejado un abuelo hispano. No era atractivo desde un punto
de vista convencional, pero tenía un rostro muy masculino, delgado y de
mandíbula cuadrada, unos ojos intensos, unos pómulos marcados, y una boca que
la fascinaba.
No la había besado nunca… al menos, tal y como un
hombre besaría a una mujer. La relación que mantenían no era de ese tipo. Joe
no era un mujeriego, y a pesar de que ella estaba convencida de que salía con
mujeres de vez en cuando, jamás las llevaba a casa.
—Estás muy pensativa, pequeñaja —le dijo, en tono
de broma.
—Estaba pensando en lo guapo que eres —se puso roja
como un tomate, y soltó una risita nerviosa—. Perdona, mi boca y mi cerebro
están desconectados.
Él permaneció serio, y sus ojos negros la
contemplaron durante unos segundos antes de centrarse de nuevo en la carretera.
—Tú tampoco estás nada mal, cielo.
—¿Sabes si va a ir alguien de Jacobsville a la
subasta? —le preguntó, mientras jugueteaba con el cinturón de seguridad.
—Cy Parks, J. D. Langley, y
Leo Hart. Tengo entendido que los Hart quieren comprar otro
de esos toros japoneses que producen carne de Kobe, van a empezar con nuevos
programas de cría.
—¡No me digas que Leo va a dejar de criar Salers!
Joe se echó a reír, y le dijo:
—No del todo, pero teniendo en cuenta lo bien que
se vende la ternera japonesa, su decisión es comprensible. Estamos en plena
guerra de mercado, y el consumidor es el que manda. Hay que buscar tanto
técnicas de marketing como métodos de producción nuevos para superar el bajón de ventas.
—Estás en el comité de marketing de la
asociación de ganaderos, ¿verdad?
—Ya no, tuve que dejarlo. El dichoso negocio con
los alemanes me tiene agobiado.
_______ sabía que su hermanastro estaba intentando
adquirir otra compañía informática con sede en Berlín, que producía un nuevo
tipo de microchip. Ya llevaban tres semanas de negociaciones, y los dueños aún no habían
decidido si estaban dispuestos a vender por el precio que les ofrecía él. Era
obvio que iba a tener que ir a ocuparse de la adquisición en persona, porque el
empleado en el que había delegado la autoridad había presentado su renuncia; al
parecer, su esposa era británica, y pensaban mudarse a Londres. No había tiempo
para reemplazarlo, porque las negociaciones estaban en un punto crítico y no
había cabida para alguien nuevo, así que Joe iba a tener que ocuparse del
asunto.
—¿Por qué no envías a Grange?, él podría encargarse
de todo —le dijo, con una sonrisita traviesa.
Grange era el nuevo capataz del rancho. Antes
trabajaba para los Ballenger, pero Joe había conseguido contratarlo
ofreciéndole un salario mejor. Grange era muy buen trabajador, su pasado en el
ejército le convertía en el capataz perfecto. Había sido comandante, así que se
le daba muy bien dar órdenes.
—Grange negocia como un militar, y ya sabes que no
le dejarán salir del país con un arma.
—Es tan grandote, que no le haría falta una pistola
para intimidar a esos empresarios alemanes.
Joe le lanzó una mirada penetrante. No le gustaba
que ella hablara de Granger ni que el capataz mostrara interés en ella, pero no
demostraba abiertamente su desagrado. Se limitaba a asegurarse de que Granger
estuviera ocupado en algún rincón del rancho cuando ella iba de visita.
Apretó el volante con una fuerza casi convulsiva
mientras la recorría con la mirada, mientras contemplaba su cuerpo esbelto.
_______ no se dio cuenta, estaba contemplando sonriente a unos niños que
jugaban en el jardín de una casa vieja que había junto a la carretera.
El granero donde se celebraba la subasta estaba
abarrotado de gente. _______ entró detrás de Joe, y fue deteniéndose conforme
él iba parándose a saludar a otros ganaderos. El subastador le vio entrar, y le
saludó con una inclinación de cabeza. No había ningún ganadero de Jacobsville a
la vista, pero quizás estaban al otro lado de la sala.
Había tanta gente, que los únicos asientos que
quedaban libres estaban en la última fila, contra una pared, pero a Joe no
pareció importarle y saludó con amabilidad a un ganadero al que _______ no
reconoció. El hombre, que llevaba un traje caro y unas botas nuevas, lo
contempló con cierto desdén al ver su ropa de trabajo, las botas desgastadas,
el zahón, y la camisa vieja.
—Es un buen día para una subasta —comentó Joe con
cordialidad.
—Sí, pero para los que podemos permitirnos comprar
algo. ¿Trabajas en algún rancho de la zona? —el hombre lo miró con desprecio, y
añadió—: Parece que no te pagan demasiado bien —sin más, se giró y le dio la
espalda.
A _______ le hizo gracia la reacción del
desconocido y miró a su hermanastro con una enorme sonrisa, pero él no le
devolvió el gesto; de hecho, parecía indignado. Se sentaron de inmediato, y
esperaron mientras todo el mundo iba callando para que la subasta pudiera
empezar.
Al cabo de un momento, se inclinó hacia él y le
preguntó al oído:
—¿Quién es ese hombre? —le indicó al desconocido,
que estaba sentado en la fila que tenían delante.
Él no contestó y le indicó con un gesto al
subastador, que había subido ya a la tarima y estaba dándole unos golpecitos al
micrófono. Después de darles la bienvenida a todos, el hombre hizo un resumen
de cómo iba a transcurrir la subasta y empezó con un lote de terneros Black
Angus de pura raza. Joe se reclinó en la silla y se limitó a observar mientras
se iniciaba la puja.
A _______ le encantaba ir con él a aquellas
subastas. Cuando era una adolescente, solía acompañarlo a aquellos eventos, y
lo seguía de un lado a otro mientras aprendía cómo funcionaba el negocio de la
ganadería. Era uno de los recuerdos más agradables que tenía de aquella época.
A él le había irritado al principio, y después había pasado a hacerle gracia;
al final, parecía haberse dado cuenta de que lo que la atraía no era el negocio
en sí, sino la novedad de disfrutar de la compañía de un hombre.
Siempre se mostraba fría y distante con los chicos
de su edad y con los hombres en general, pero era obvio que adoraba a Joe. Con
el paso de los años, se había ganado el apodo de «la sombra de Joe», pero a él
no había parecido importarle. A Glory nunca le había interesado demasiado el
ganado, pero a ella siempre le había fascinado.
Habían llegado a tal punto, que _______ era
prácticamente la única persona a la que Joe invitaba a las subastas de ganado,
a comprar nueva maquinaria, o incluso a dar una vuelta por el rancho. Era un
hombre muy solitario, pero con ella se comportaba con total soltura.
Después de echarle una ojeada al programa, se
volvió hacia él y le dio un golpecito en la mano antes de señalar hacia el
siguiente lote que se iba a subastar. Él miró hacia donde le indicaba, y
asintió.
Las reses en cuestión eran unas vaquillas de Santa
Gertrudis de pura raza. Al igual que el resto de ganaderos, Joe tenía animales
de reemplazo por si había alguna pérdida tras la época de cría. Las vaquillas
que se subastaban eran excepcionales. Procedían de una división del Rancho
King, y tenían un pedigrí fantástico. Joe quería mejorar sus ejemplares, y
aquélla era toda una ganga a aquel precio.
Cuando el subastador anunció el lote y abrió la
puja, el ganadero elegante de la fila de delante alzó la mano para aceptar el
precio de salida. Hubo una subida de diez dólares por cabeza… Joe se rascó la
oreja, y el precio subió veinte dólares por cabeza.
El ganadero miró al hombre que estaba sentado a su
lado, y comentó con tono socarrón:
—Ya te dije que sabían que iba a venir. Sabía que
los precios subirían en cuanto yo empezara a pujar.
Joe no dijo ni una palabra, pero a juzgar por su
expresión, era obvio que aquel comentario le había hecho gracia. El vaquero
aumentó la puja en diez dólares, y él dobló aquella cantidad. El precio subió
cien dólares, quinientos, mil, dos mil.
—¿Quién demonios está pujando contra mí? —masculló
en voz baja el ganadero, antes de lanzar una mirada a su alrededor—. Aquí no
hay nadie con pinta de poder permitirse comprar un camión de ganado, y mucho
menos Santa Gertrudis de pura raza.
—Puja más alto —le dijo su compañero.
—¿Estás chalado?, ya he llegado a mi límite. Ojalá
pudiera llamar a mi jefe, pero no está en el despacho. Cuando se entere de que
alguien me ha ganado en la puja, no va a hacerle ninguna gracia. Estaba muy
interesado en comprar estas vaquillas.
Cuando el subastador preguntó si alguien ofrecía
más, el ganadero permaneció en silencio a regañadientes, y Joe se rascó la
oreja.
El subastador anunció el nuevo precio a la de una,
a la de dos, y a la de tres, y le adjudicó el lote de vaquillas al último
postor sin especificar quién era. Joe ya le había dicho previamente que no
quería que mencionara su nombre, y le había dado un cheque en blanco para que
lo rellenara al finalizar la venta. El hombre sabía dónde tenía que mandar las
vaquillas, y cómo hacerlo.
Como ya tenían lo que querían, decidieron
marcharse. Justo cuando salían de la sala de subastas, el ganadero de la fila
de delante pasó junto a ellos hecho una furia, marcando a toda prisa un número
en su móvil. Estuvo a punto de chocar con Joe, y le espetó con brusquedad:
—¡Mira por dónde vas!
Joe lo fulmino con la mirada y dio la impresión de
que estaba a punto de ir tras él, pero al cabo de un tenso momento, se
desperezó y se volvió hacia _______.
—¿Tienes hambre?
—Me comería una vaca entera, ¡hasta una Santa
Gertrudis! —le contestó ella, con ojos chispeantes.
Él se echó a reír, y le dijo:
—¡Eres una salvaje! Anda, vamos.
Fueron hacia la furgoneta que Joe había elegido
para la ocasión. Era una de las del rancho, y a pesar de que se trataba de un
vehículo cómodo y espacioso, no era lo último del mercado. Él procuraba
recortar costes en la medida de lo posible.
_______ siguió con la mirada al ganadero y a su
compañero, y vio que se metían en un coche de lujo y que se alejaban a toda
velocidad. Era un buen coche, pero no podía compararse con el impresionante
Jaguar de Joe.
—Espero que no volvamos a encontrarnos a ese tipo,
tiene un grave problema de actitud —comentó.
—Es un problema que se solucionará en breve —le
dijo él, sin inflexión alguna en la voz.
—Ha sido todo un detalle que viniera tan elegante,
así hemos visto cómo tiene que vestirse un ganadero para ir a una subasta
—comentó con ironía, mientras se metía en la furgoneta. Después de ponerse el
cinturón, lo miró con una expresión traviesa y añadió—: Estás dejándonos en
evidencia, mira que ir vestido así a un evento tan finolis…
—Mira quién habla, no eres ni mucho menos la reina
del baile —le espetó él, mientras encendía el motor.
—Voy cómoda, me dijiste que no me arreglara
demasiado —sintió una oleada de calidez cuando él se volvió a mirarla con una
expresión intensa.
—Estarías guapa hasta con un saco de harina, cielo,
pero me gustan las coletas.
Ella soltó una risita nerviosa, y empezó a tironear
de una de las coletas.
—Supongo que estoy demasiado crecidita para un
peinado así, pero no me apetecía recogerme mucho el pelo.
—Me gusta cómo te queda.
Se incorporaron a la carretera, y fueron a un
restaurante cercano por el que Joe tenía predilección. Dejaron la furgoneta a
un lado del establecimiento, y justo cuando se dirigían hacia la puerta
principal, el elegante coche del ganadero maleducado entró en el aparcamiento
delantero.
—Bueno, al menos tiene buen gusto a la hora de
comer —comentó Joe, sonriente.
—Seguro que alguien le ha recomendado este
restaurante.
Justo cuando una camarera estaba conduciéndolos
hacia una mesa, el ganadero y su acompañante entraron en el local.
—¡Hombre, mira quién acaba de llegar! —comentó Cy
Parks, que estaba sentado en una mesa cercana.
—Tan agradable como siempre, Parks —le espetó Joe.
—¿Cómo está Lisa? —dijo _______.
—Embarazada. Estamos locos de contentos —le
contestó Parks, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Felicidades —le dijo ella.
—Nuestro hijo necesita un compañero de juegos
—Parks alzó la mirada cuando su capataz, Harley Fowler, regresó a la mesa junto
a J. D. Langley y Leo Hart. Al ver los platos de ensalada que llevaban en la
mano, puso cara de asco y dijo—: ¿Ensalada? Dios, no puedo creer que esté
viendo a unos rancheros con platos de comida para conejos.
—Hemos entrado en el grupo de los verdes —comentó
Leo, con una carcajada—. Joe, _______, ¿qué tal os va? ¿Habéis ido a la
subasta?
—Sí, pero no te hemos visto por allí —le dijo él.
cafetería en Jacobsville, había comentado que era una pena que fueran hermanos
porque tenían mucho en común, ella le había recordado que no eran parientes
consanguíneos. El padre de Joe se había casado con su madre, que había muerto
al cabo de unas semanas en un accidente de tráfico. Como no tenía más parientes
vivos, había seguido viviendo con su padrastro, Myron Pendleton, que le había
dado otra hermanastra, Gloryanne Barnes, al casarse pocos meses después con la
madre de ésta, Beverly Barnes.
Glory y ella tenían más en común de lo que la gente
pensaba, y las unía una estrecha amistad. En su época de estudiantes se habían
enfrentado juntas al mundo, porque ambas habían tenido infancias difíciles y
les costaba relacionarse con los chicos. Apenas tenían citas y habían empezado
a sufrir acoso escolar, pero Joe había intervenido de inmediato y había atajado
la situación de raíz de forma discreta y eficiente. Para ella, Glory seguía
siendo lo más parecido a una hermana.
Después de ducharse y de secarse el pelo, se puso
unos vaqueros que tenían una hilera de rosas rosadas bordadas a lo largo de una
pierna, y una camiseta rosa. Siguiendo un impulso, se recogió la larga melena
de pelo rubio claro en dos coletas, y se contempló sonriente en el espejo.
Tenía los ojos grises, y una complexión suave con una tersura radiante. Sabía
que no era una mujer despampanante, pero tenía una belleza dulce y serena, sin
estridencias. Se preguntó ceñuda si era apropiado llevar coletas a su edad. A
veces hacía cosas que los demás consideraban extrañas, la pequeña tara que
parecía tener en el cerebro causaba estragos en su ego de vez en cuando.
Decidió que ya era demasiado tarde para preocuparse
por las coletas, así que se colocó la riñonera y se puso unos gruesos
calcetines y unas botas. La bocina de un coche estaba sonando desde la puerta
delantera… era Joe, tan impaciente como siempre.
Bajó tan apresurada, que estuvo a punto de caerse
de cabeza. Se detuvo en seco al darse cuenta de que se había dejado el móvil en
su cuarto, pero se dijo que Joe llevaba el suyo y acabó de bajar la escalera a
la carrera.
—¡Comeré fuera, señora Harcourt! —gritó, al salir
por la puerta.
—¡De acuerdo, querida!
Al ver a Joe tamborileando con los dedos en el
volante, esperando ceñudo en una enorme furgoneta negra, bajó a toda prisa los
escalones del porche de la elegante mansión de ladrillo, y corrió por el
sendero pavimentado hacia el camino de entrada circular donde el vehículo
esperaba con la puerta abierta.
Después de entrar como una exhalación en la
furgoneta, cerró la puerta y luchó por ponerse el cinturón de seguridad.
—Sí, ya sé que se me ha hecho tarde… ¡pero tenía
que ducharme, no podía ir con el pelo lleno de arena!
Él le lanzó una mirada, y a pesar de que su rostro
permaneció serio, sus ojos negros sonrieron. Llevaba un sombrero vaquero de
color crema, pantalones vaqueros, un zahón de cuero, unas botas viejas de color
marrón que tenían las punteras levantadas por culpa de la exposición continuada
al agua y que estaban manchadas por todas partes, y una camisa de Cambray
descolorida. A pesar de que sus preciosas manos bronceadas estaban
inmaculadamente limpias, parecía un vaquero pobretón.
Dios, qué hombre tan sexy, se dijo
para sus adentros mientras lo miraba con disimulo. Joe era alto, y tenía unos
hombros anchos y un físico de los que sólo podían verse en las películas de
vaqueros de Hollywood. Tenía el pelo negro y corto, en un estilo muy
convencional, y tanto su complexión olivácea como sus ojos negros eran el
legado que le había dejado un abuelo hispano. No era atractivo desde un punto
de vista convencional, pero tenía un rostro muy masculino, delgado y de
mandíbula cuadrada, unos ojos intensos, unos pómulos marcados, y una boca que
la fascinaba.
No la había besado nunca… al menos, tal y como un
hombre besaría a una mujer. La relación que mantenían no era de ese tipo. Joe
no era un mujeriego, y a pesar de que ella estaba convencida de que salía con
mujeres de vez en cuando, jamás las llevaba a casa.
—Estás muy pensativa, pequeñaja —le dijo, en tono
de broma.
—Estaba pensando en lo guapo que eres —se puso roja
como un tomate, y soltó una risita nerviosa—. Perdona, mi boca y mi cerebro
están desconectados.
Él permaneció serio, y sus ojos negros la
contemplaron durante unos segundos antes de centrarse de nuevo en la carretera.
—Tú tampoco estás nada mal, cielo.
—¿Sabes si va a ir alguien de Jacobsville a la
subasta? —le preguntó, mientras jugueteaba con el cinturón de seguridad.
—Cy Parks, J. D. Langley, y
Leo Hart. Tengo entendido que los Hart quieren comprar otro
de esos toros japoneses que producen carne de Kobe, van a empezar con nuevos
programas de cría.
—¡No me digas que Leo va a dejar de criar Salers!
Joe se echó a reír, y le dijo:
—No del todo, pero teniendo en cuenta lo bien que
se vende la ternera japonesa, su decisión es comprensible. Estamos en plena
guerra de mercado, y el consumidor es el que manda. Hay que buscar tanto
técnicas de marketing como métodos de producción nuevos para superar el bajón de ventas.
—Estás en el comité de marketing de la
asociación de ganaderos, ¿verdad?
—Ya no, tuve que dejarlo. El dichoso negocio con
los alemanes me tiene agobiado.
_______ sabía que su hermanastro estaba intentando
adquirir otra compañía informática con sede en Berlín, que producía un nuevo
tipo de microchip. Ya llevaban tres semanas de negociaciones, y los dueños aún no habían
decidido si estaban dispuestos a vender por el precio que les ofrecía él. Era
obvio que iba a tener que ir a ocuparse de la adquisición en persona, porque el
empleado en el que había delegado la autoridad había presentado su renuncia; al
parecer, su esposa era británica, y pensaban mudarse a Londres. No había tiempo
para reemplazarlo, porque las negociaciones estaban en un punto crítico y no
había cabida para alguien nuevo, así que Joe iba a tener que ocuparse del
asunto.
—¿Por qué no envías a Grange?, él podría encargarse
de todo —le dijo, con una sonrisita traviesa.
Grange era el nuevo capataz del rancho. Antes
trabajaba para los Ballenger, pero Joe había conseguido contratarlo
ofreciéndole un salario mejor. Grange era muy buen trabajador, su pasado en el
ejército le convertía en el capataz perfecto. Había sido comandante, así que se
le daba muy bien dar órdenes.
—Grange negocia como un militar, y ya sabes que no
le dejarán salir del país con un arma.
—Es tan grandote, que no le haría falta una pistola
para intimidar a esos empresarios alemanes.
Joe le lanzó una mirada penetrante. No le gustaba
que ella hablara de Granger ni que el capataz mostrara interés en ella, pero no
demostraba abiertamente su desagrado. Se limitaba a asegurarse de que Granger
estuviera ocupado en algún rincón del rancho cuando ella iba de visita.
Apretó el volante con una fuerza casi convulsiva
mientras la recorría con la mirada, mientras contemplaba su cuerpo esbelto.
_______ no se dio cuenta, estaba contemplando sonriente a unos niños que
jugaban en el jardín de una casa vieja que había junto a la carretera.
El granero donde se celebraba la subasta estaba
abarrotado de gente. _______ entró detrás de Joe, y fue deteniéndose conforme
él iba parándose a saludar a otros ganaderos. El subastador le vio entrar, y le
saludó con una inclinación de cabeza. No había ningún ganadero de Jacobsville a
la vista, pero quizás estaban al otro lado de la sala.
Había tanta gente, que los únicos asientos que
quedaban libres estaban en la última fila, contra una pared, pero a Joe no
pareció importarle y saludó con amabilidad a un ganadero al que _______ no
reconoció. El hombre, que llevaba un traje caro y unas botas nuevas, lo
contempló con cierto desdén al ver su ropa de trabajo, las botas desgastadas,
el zahón, y la camisa vieja.
—Es un buen día para una subasta —comentó Joe con
cordialidad.
—Sí, pero para los que podemos permitirnos comprar
algo. ¿Trabajas en algún rancho de la zona? —el hombre lo miró con desprecio, y
añadió—: Parece que no te pagan demasiado bien —sin más, se giró y le dio la
espalda.
A _______ le hizo gracia la reacción del
desconocido y miró a su hermanastro con una enorme sonrisa, pero él no le
devolvió el gesto; de hecho, parecía indignado. Se sentaron de inmediato, y
esperaron mientras todo el mundo iba callando para que la subasta pudiera
empezar.
Al cabo de un momento, se inclinó hacia él y le
preguntó al oído:
—¿Quién es ese hombre? —le indicó al desconocido,
que estaba sentado en la fila que tenían delante.
Él no contestó y le indicó con un gesto al
subastador, que había subido ya a la tarima y estaba dándole unos golpecitos al
micrófono. Después de darles la bienvenida a todos, el hombre hizo un resumen
de cómo iba a transcurrir la subasta y empezó con un lote de terneros Black
Angus de pura raza. Joe se reclinó en la silla y se limitó a observar mientras
se iniciaba la puja.
A _______ le encantaba ir con él a aquellas
subastas. Cuando era una adolescente, solía acompañarlo a aquellos eventos, y
lo seguía de un lado a otro mientras aprendía cómo funcionaba el negocio de la
ganadería. Era uno de los recuerdos más agradables que tenía de aquella época.
A él le había irritado al principio, y después había pasado a hacerle gracia;
al final, parecía haberse dado cuenta de que lo que la atraía no era el negocio
en sí, sino la novedad de disfrutar de la compañía de un hombre.
Siempre se mostraba fría y distante con los chicos
de su edad y con los hombres en general, pero era obvio que adoraba a Joe. Con
el paso de los años, se había ganado el apodo de «la sombra de Joe», pero a él
no había parecido importarle. A Glory nunca le había interesado demasiado el
ganado, pero a ella siempre le había fascinado.
Habían llegado a tal punto, que _______ era
prácticamente la única persona a la que Joe invitaba a las subastas de ganado,
a comprar nueva maquinaria, o incluso a dar una vuelta por el rancho. Era un
hombre muy solitario, pero con ella se comportaba con total soltura.
Después de echarle una ojeada al programa, se
volvió hacia él y le dio un golpecito en la mano antes de señalar hacia el
siguiente lote que se iba a subastar. Él miró hacia donde le indicaba, y
asintió.
Las reses en cuestión eran unas vaquillas de Santa
Gertrudis de pura raza. Al igual que el resto de ganaderos, Joe tenía animales
de reemplazo por si había alguna pérdida tras la época de cría. Las vaquillas
que se subastaban eran excepcionales. Procedían de una división del Rancho
King, y tenían un pedigrí fantástico. Joe quería mejorar sus ejemplares, y
aquélla era toda una ganga a aquel precio.
Cuando el subastador anunció el lote y abrió la
puja, el ganadero elegante de la fila de delante alzó la mano para aceptar el
precio de salida. Hubo una subida de diez dólares por cabeza… Joe se rascó la
oreja, y el precio subió veinte dólares por cabeza.
El ganadero miró al hombre que estaba sentado a su
lado, y comentó con tono socarrón:
—Ya te dije que sabían que iba a venir. Sabía que
los precios subirían en cuanto yo empezara a pujar.
Joe no dijo ni una palabra, pero a juzgar por su
expresión, era obvio que aquel comentario le había hecho gracia. El vaquero
aumentó la puja en diez dólares, y él dobló aquella cantidad. El precio subió
cien dólares, quinientos, mil, dos mil.
—¿Quién demonios está pujando contra mí? —masculló
en voz baja el ganadero, antes de lanzar una mirada a su alrededor—. Aquí no
hay nadie con pinta de poder permitirse comprar un camión de ganado, y mucho
menos Santa Gertrudis de pura raza.
—Puja más alto —le dijo su compañero.
—¿Estás chalado?, ya he llegado a mi límite. Ojalá
pudiera llamar a mi jefe, pero no está en el despacho. Cuando se entere de que
alguien me ha ganado en la puja, no va a hacerle ninguna gracia. Estaba muy
interesado en comprar estas vaquillas.
Cuando el subastador preguntó si alguien ofrecía
más, el ganadero permaneció en silencio a regañadientes, y Joe se rascó la
oreja.
El subastador anunció el nuevo precio a la de una,
a la de dos, y a la de tres, y le adjudicó el lote de vaquillas al último
postor sin especificar quién era. Joe ya le había dicho previamente que no
quería que mencionara su nombre, y le había dado un cheque en blanco para que
lo rellenara al finalizar la venta. El hombre sabía dónde tenía que mandar las
vaquillas, y cómo hacerlo.
Como ya tenían lo que querían, decidieron
marcharse. Justo cuando salían de la sala de subastas, el ganadero de la fila
de delante pasó junto a ellos hecho una furia, marcando a toda prisa un número
en su móvil. Estuvo a punto de chocar con Joe, y le espetó con brusquedad:
—¡Mira por dónde vas!
Joe lo fulmino con la mirada y dio la impresión de
que estaba a punto de ir tras él, pero al cabo de un tenso momento, se
desperezó y se volvió hacia _______.
—¿Tienes hambre?
—Me comería una vaca entera, ¡hasta una Santa
Gertrudis! —le contestó ella, con ojos chispeantes.
Él se echó a reír, y le dijo:
—¡Eres una salvaje! Anda, vamos.
Fueron hacia la furgoneta que Joe había elegido
para la ocasión. Era una de las del rancho, y a pesar de que se trataba de un
vehículo cómodo y espacioso, no era lo último del mercado. Él procuraba
recortar costes en la medida de lo posible.
_______ siguió con la mirada al ganadero y a su
compañero, y vio que se metían en un coche de lujo y que se alejaban a toda
velocidad. Era un buen coche, pero no podía compararse con el impresionante
Jaguar de Joe.
—Espero que no volvamos a encontrarnos a ese tipo,
tiene un grave problema de actitud —comentó.
—Es un problema que se solucionará en breve —le
dijo él, sin inflexión alguna en la voz.
—Ha sido todo un detalle que viniera tan elegante,
así hemos visto cómo tiene que vestirse un ganadero para ir a una subasta
—comentó con ironía, mientras se metía en la furgoneta. Después de ponerse el
cinturón, lo miró con una expresión traviesa y añadió—: Estás dejándonos en
evidencia, mira que ir vestido así a un evento tan finolis…
—Mira quién habla, no eres ni mucho menos la reina
del baile —le espetó él, mientras encendía el motor.
—Voy cómoda, me dijiste que no me arreglara
demasiado —sintió una oleada de calidez cuando él se volvió a mirarla con una
expresión intensa.
—Estarías guapa hasta con un saco de harina, cielo,
pero me gustan las coletas.
Ella soltó una risita nerviosa, y empezó a tironear
de una de las coletas.
—Supongo que estoy demasiado crecidita para un
peinado así, pero no me apetecía recogerme mucho el pelo.
—Me gusta cómo te queda.
Se incorporaron a la carretera, y fueron a un
restaurante cercano por el que Joe tenía predilección. Dejaron la furgoneta a
un lado del establecimiento, y justo cuando se dirigían hacia la puerta
principal, el elegante coche del ganadero maleducado entró en el aparcamiento
delantero.
—Bueno, al menos tiene buen gusto a la hora de
comer —comentó Joe, sonriente.
—Seguro que alguien le ha recomendado este
restaurante.
Justo cuando una camarera estaba conduciéndolos
hacia una mesa, el ganadero y su acompañante entraron en el local.
—¡Hombre, mira quién acaba de llegar! —comentó Cy
Parks, que estaba sentado en una mesa cercana.
—Tan agradable como siempre, Parks —le espetó Joe.
—¿Cómo está Lisa? —dijo _______.
—Embarazada. Estamos locos de contentos —le
contestó Parks, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Felicidades —le dijo ella.
—Nuestro hijo necesita un compañero de juegos
—Parks alzó la mirada cuando su capataz, Harley Fowler, regresó a la mesa junto
a J. D. Langley y Leo Hart. Al ver los platos de ensalada que llevaban en la
mano, puso cara de asco y dijo—: ¿Ensalada? Dios, no puedo creer que esté
viendo a unos rancheros con platos de comida para conejos.
—Hemos entrado en el grupo de los verdes —comentó
Leo, con una carcajada—. Joe, _______, ¿qué tal os va? ¿Habéis ido a la
subasta?
—Sí, pero no te hemos visto por allí —le dijo él.
anasmile
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
Hola Nueva Lectora!!!!
Me guata la nove!!!
que le paso a la rayis??? cual es el secreto???
Siguela!!!
:bye:
Me guata la nove!!!
que le paso a la rayis??? cual es el secreto???
Siguela!!!
:bye:
zai
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
Estábamos al otro lado de la sala —J. D. lanzó una rápida mirada hacia el ganadero elegante y su acompañante, que estaban a punto de sentarse en una mesa—. He preferido evitar a la plaga vestida con ropa de marca.
—¿Quién es ese hombre? —les preguntó _______.
—Deberías saberlo, _______ —le dijo Harley Fowler, sonriente.
—¿Por qué?, ¿crees que le conozco?
—Bueno, el señor Pendleton sí que debería conocerle —dijo Harley.
—El señor Pendleton era mi padre —le espetó Joe, ceñudo.
—Perdón —Harley se ruborizó un poco.
—A Joe no le gustan los formalismos, no entramos en ese juego —le dijo _______, sonriente.
—Entramos cuando no hay más remedio —Joe se tensó al ver que el ganadero se acercaba.
—Joe… —le dijo ella, con voz suave. No quería que se organizara una pelea, y era obvio que él estaba a punto de estallar por culpa del desconocido.
—Vaya, si es el grupito de Jacobsville… los ganaderitos amantes de los animales en persona —comentó el tipo, con una sonrisa burlona.
Joe se reclinó en su asiento, estiró las piernas, y le dijo con calma:
—Tratar bien al ganado no tiene nada de malo.
El hombre lo miró con desprecio, y le espetó:
—Disculpa, pero no recuerdo haberte pedido tu opinión. Puede que trabajes con ganado, pero seguro que no tienes ni una sola res. Ocúpate de tus propios asuntos, y deja que los profesionales hablemos de ganado.
Si no hubiera sido tan corto de entendederas, habría captado la expresión que relampagueó en los ojos negros de Joe.
—No has conseguido el lote de Santa Gertrudis que querías, ¿verdad? —comentó Cy Parks.
—No eches sal en la herida, estoy seguro de que has sido tú el que se lo ha llevado —dijo el hombre.
—De eso nada. He comprado el lote de terneros de Santa Gert, que es el que me interesaba. Tengo entendido que tu jefe te había encargado que consiguieras esas vaquillas en concreto.
—Sí, pero el dinero que me dio no era suficiente para pujar por ellas, y encima me dijo que no subiera de esa cifra. Vaya tipo más incompetente, seguro que no sabe diferenciar una vaquilla de un toro. Debe de pasarse todo el día sentado en su despacho, diciéndole a los vaqueros de verdad cómo hay que comprar ganado.
Cy lo miró con frialdad, y comentó:
—Con esa actitud, no vas a llegar demasiado lejos en la organización Pendleton.
—No tengo la culpa de que mi jefe no sepa cómo hay que pujar por el ganado, tendré que darle un par de lecciones.
Los ganaderos se tensaron de forma visible, pero Joe se limitó a enarcar las cejas. Era obvio que estaba divirtiéndose.
—¿Alguien sabe quién ha conseguido las vaquillas? —dijo el hombre.
Tanto _______ como los integrantes de la mesa de Cy Parks señalaron a Joe, que se quitó el sombrero y lo miró con expresión impasible.
—¿Has sido tú? —el elegante ganadero contempló atónito al hombre al que había tratado con tanto desdén, y le lanzó una mirada a _______ antes de comentar—: A juzgar por tu aspecto, seguro que no tienes ni para comprar un ternero enfermo, y está claro que tu noviecita no tiene dinero. ¿Para quién trabajas?
A Joe no le hizo ninguna gracia la alusión a _______, y su diversión dio paso a una furia gélida.
—Lo mismo podría preguntarte yo.
—Trabajo para la organización Pendleton.
—Ya no —le dijo Joe con firmeza.
—¿Quién te crees que eres para decirme algo así?
—Joe Pendleton.
El hombre miró con incredulidad a aquel vaquero de apariencia humilde, pero de repente recordó el retrato que había visto en el despacho del dueño de la corporación Pendleton, encima de la chimenea.
—¿Usted es el… el señor Pendleton? ¡No le había reconocido! —exclamó, acalorado.
—Qué lástima —le dijo Joe, con voz suave. Estaba jugueteando con su taza de café, y tenía la mirada fija en los ojos de su empleado.
El hombre pareció perder a la vez tanto la dignidad como su actitud arrogante.
—No lo sabía…
—Eso es obvio. Quería verte trabajar antes de darte vía libre como representante del rancho. Menos mal. Te gusta despreciar a la gente, ¿verdad? Pues no vas a hacerlo como empleado mío. Pasa por las oficinas para que te den tu último cheque, ¿hace falta que te lo diga más claro?
—¡No puede hacerme esto!, ¡nadie despide a un hombre por perder una puja! —le dijo el hombre, con tono beligerante.
Joe se puso de pie. Era bastante más alto que su empleado, y en ese momento parecía peligroso. Los rancheros de la mesa cercana se tensaron.
—Te he dicho que vayas a por tu último cheque —lo dijo con voz suave y amenazadora, y empezó a cerrar los puños a ambos lados del cuerpo.
El hombre que acompañaba al ganadero debió de darse cuenta de lo peligrosa que era la situación, porque agarró a su amigo y se lo llevó casi a rastras. Era obvio que sabía cosas sobre el mal genio de Joe Pendleton que su amigo desconocía.
_______ agarró la mano de su hermanastro, y le dio un pequeño tirón. Él la miró y acabó sentándose, pero a pesar de que parecía un poco más calmado, permaneció ceñudo mientras seguía con la mirada a su antiguo empleado.
Después de que su acompañante le dijera algo con prisa febril, el elegante ganadero se giró y le lanzó a Joe una mirada de preocupación. Volvió a girarse de inmediato, y se fue del restaurante junto a su amigo.
—¿Quién es? —dijo _______.
—Es… mejor dicho… era el empleado al que contraté para que se encargara de ir a las ventas de ganado en mi nombre —la voz de Joe reflejaba un enorme desdén—. Se llama Barker. Es el tipo del que te había hablado, el que no acababa de convencerme. Menos mal que decidí comprobar cómo lo hacía, nos habría perjudicado en los negocios con esa actitud. No me gusta la gente que juzga a los demás por las apariencias, la valía de una persona no se mide por el dinero que tiene.
—Por eso has pujado tan alto contra él, ¿no?
—Sí, tenía que presionarle para ver su reacción. El subastador estaba al tanto de la situación, así que no voy a tener que pagar tanto. Antes de la subasta acordamos un precio justo.
_______ soltó un pequeño silbido, y dijo:
—Impresionante.
—Apuesto a que a Barker no le parece tan impresionante —comentó Harley, que parecía haber disfrutado del espectáculo—. Le está bien empleado por fiarse de las apariencias, llevar ropa cómoda no tiene nada de malo —miró sonriente a Joe, y se volvió hacia _______—. Si está dispuesta a salir con un capataz, me encantaría llevarla al local de Shea y demostrarle lo bien que se me da bailar el vals… —se detuvo en seco al ver que Joe estaba fulminándolo con los ojos. Sonrió con nerviosismo, y fijó la mirada en su plato—. Eh… perdón, será mejor que acabe de comer cuanto antes y vuelva al trabajo…
_______ miró desconcertada a Joe, pero antes de que pudiera decir algo, llegó la camarera con las ensaladas y las bebidas. Decidió dejar el tema para más tarde, y esperó hasta que salieron del restaurante y entraron en la furgoneta.
—¿Por qué has reaccionado así?
—¿Con Barker?
—No, con Harley.
—Harley es un jovencito.
—Es muy agradable —le dijo, sin saber qué pensar.
Al ver que él no contestaba, lo miró ceñuda. Había notado que él estaba muy raro últimamente, y en ese momento parecía bastante tenso. Se dijo que quizá seguía enfadado por lo de Barker, y decidió dejarlo tranquilo.
Joe apenas pronunció palabra durante el trayecto de regreso a casa, incluso encendió la radio de la furgoneta para evitar entablar una conversación. Seguía extrañada por cómo se había comportado con Harley, porque era muy impropio en él tratar con tanta sequedad a los subalternos, en especial a los vaqueros; además, él mismo había dejado claro que no le gustaba la gente que trataba a los demás con superioridad. Joe no conocía demasiado bien a Harley, pero siempre le había tratado con cordialidad… hasta el incidente en el restaurante. Se había comportado como si estuviera celoso al ver que Harley estaba interesado en ella, pero eso era absurdo. Su hermanastro siempre había sido afectuoso con ella, pero su actitud era de lo más normal… seguro que todo habían sido imaginaciones suyas.
Se estremeció al imaginarse cómo reaccionaría si Joe intentara tener una relación sentimental con ella. El amor no le daba miedo, pero el sexo la aterraba. No estaba segura de poder funcionar en ese aspecto… ni siquiera con Joe, que era el único hombre que había habido en su vida y en su corazón durante años.
—¿Quién es ese hombre? —les preguntó _______.
—Deberías saberlo, _______ —le dijo Harley Fowler, sonriente.
—¿Por qué?, ¿crees que le conozco?
—Bueno, el señor Pendleton sí que debería conocerle —dijo Harley.
—El señor Pendleton era mi padre —le espetó Joe, ceñudo.
—Perdón —Harley se ruborizó un poco.
—A Joe no le gustan los formalismos, no entramos en ese juego —le dijo _______, sonriente.
—Entramos cuando no hay más remedio —Joe se tensó al ver que el ganadero se acercaba.
—Joe… —le dijo ella, con voz suave. No quería que se organizara una pelea, y era obvio que él estaba a punto de estallar por culpa del desconocido.
—Vaya, si es el grupito de Jacobsville… los ganaderitos amantes de los animales en persona —comentó el tipo, con una sonrisa burlona.
Joe se reclinó en su asiento, estiró las piernas, y le dijo con calma:
—Tratar bien al ganado no tiene nada de malo.
El hombre lo miró con desprecio, y le espetó:
—Disculpa, pero no recuerdo haberte pedido tu opinión. Puede que trabajes con ganado, pero seguro que no tienes ni una sola res. Ocúpate de tus propios asuntos, y deja que los profesionales hablemos de ganado.
Si no hubiera sido tan corto de entendederas, habría captado la expresión que relampagueó en los ojos negros de Joe.
—No has conseguido el lote de Santa Gertrudis que querías, ¿verdad? —comentó Cy Parks.
—No eches sal en la herida, estoy seguro de que has sido tú el que se lo ha llevado —dijo el hombre.
—De eso nada. He comprado el lote de terneros de Santa Gert, que es el que me interesaba. Tengo entendido que tu jefe te había encargado que consiguieras esas vaquillas en concreto.
—Sí, pero el dinero que me dio no era suficiente para pujar por ellas, y encima me dijo que no subiera de esa cifra. Vaya tipo más incompetente, seguro que no sabe diferenciar una vaquilla de un toro. Debe de pasarse todo el día sentado en su despacho, diciéndole a los vaqueros de verdad cómo hay que comprar ganado.
Cy lo miró con frialdad, y comentó:
—Con esa actitud, no vas a llegar demasiado lejos en la organización Pendleton.
—No tengo la culpa de que mi jefe no sepa cómo hay que pujar por el ganado, tendré que darle un par de lecciones.
Los ganaderos se tensaron de forma visible, pero Joe se limitó a enarcar las cejas. Era obvio que estaba divirtiéndose.
—¿Alguien sabe quién ha conseguido las vaquillas? —dijo el hombre.
Tanto _______ como los integrantes de la mesa de Cy Parks señalaron a Joe, que se quitó el sombrero y lo miró con expresión impasible.
—¿Has sido tú? —el elegante ganadero contempló atónito al hombre al que había tratado con tanto desdén, y le lanzó una mirada a _______ antes de comentar—: A juzgar por tu aspecto, seguro que no tienes ni para comprar un ternero enfermo, y está claro que tu noviecita no tiene dinero. ¿Para quién trabajas?
A Joe no le hizo ninguna gracia la alusión a _______, y su diversión dio paso a una furia gélida.
—Lo mismo podría preguntarte yo.
—Trabajo para la organización Pendleton.
—Ya no —le dijo Joe con firmeza.
—¿Quién te crees que eres para decirme algo así?
—Joe Pendleton.
El hombre miró con incredulidad a aquel vaquero de apariencia humilde, pero de repente recordó el retrato que había visto en el despacho del dueño de la corporación Pendleton, encima de la chimenea.
—¿Usted es el… el señor Pendleton? ¡No le había reconocido! —exclamó, acalorado.
—Qué lástima —le dijo Joe, con voz suave. Estaba jugueteando con su taza de café, y tenía la mirada fija en los ojos de su empleado.
El hombre pareció perder a la vez tanto la dignidad como su actitud arrogante.
—No lo sabía…
—Eso es obvio. Quería verte trabajar antes de darte vía libre como representante del rancho. Menos mal. Te gusta despreciar a la gente, ¿verdad? Pues no vas a hacerlo como empleado mío. Pasa por las oficinas para que te den tu último cheque, ¿hace falta que te lo diga más claro?
—¡No puede hacerme esto!, ¡nadie despide a un hombre por perder una puja! —le dijo el hombre, con tono beligerante.
Joe se puso de pie. Era bastante más alto que su empleado, y en ese momento parecía peligroso. Los rancheros de la mesa cercana se tensaron.
—Te he dicho que vayas a por tu último cheque —lo dijo con voz suave y amenazadora, y empezó a cerrar los puños a ambos lados del cuerpo.
El hombre que acompañaba al ganadero debió de darse cuenta de lo peligrosa que era la situación, porque agarró a su amigo y se lo llevó casi a rastras. Era obvio que sabía cosas sobre el mal genio de Joe Pendleton que su amigo desconocía.
_______ agarró la mano de su hermanastro, y le dio un pequeño tirón. Él la miró y acabó sentándose, pero a pesar de que parecía un poco más calmado, permaneció ceñudo mientras seguía con la mirada a su antiguo empleado.
Después de que su acompañante le dijera algo con prisa febril, el elegante ganadero se giró y le lanzó a Joe una mirada de preocupación. Volvió a girarse de inmediato, y se fue del restaurante junto a su amigo.
—¿Quién es? —dijo _______.
—Es… mejor dicho… era el empleado al que contraté para que se encargara de ir a las ventas de ganado en mi nombre —la voz de Joe reflejaba un enorme desdén—. Se llama Barker. Es el tipo del que te había hablado, el que no acababa de convencerme. Menos mal que decidí comprobar cómo lo hacía, nos habría perjudicado en los negocios con esa actitud. No me gusta la gente que juzga a los demás por las apariencias, la valía de una persona no se mide por el dinero que tiene.
—Por eso has pujado tan alto contra él, ¿no?
—Sí, tenía que presionarle para ver su reacción. El subastador estaba al tanto de la situación, así que no voy a tener que pagar tanto. Antes de la subasta acordamos un precio justo.
_______ soltó un pequeño silbido, y dijo:
—Impresionante.
—Apuesto a que a Barker no le parece tan impresionante —comentó Harley, que parecía haber disfrutado del espectáculo—. Le está bien empleado por fiarse de las apariencias, llevar ropa cómoda no tiene nada de malo —miró sonriente a Joe, y se volvió hacia _______—. Si está dispuesta a salir con un capataz, me encantaría llevarla al local de Shea y demostrarle lo bien que se me da bailar el vals… —se detuvo en seco al ver que Joe estaba fulminándolo con los ojos. Sonrió con nerviosismo, y fijó la mirada en su plato—. Eh… perdón, será mejor que acabe de comer cuanto antes y vuelva al trabajo…
_______ miró desconcertada a Joe, pero antes de que pudiera decir algo, llegó la camarera con las ensaladas y las bebidas. Decidió dejar el tema para más tarde, y esperó hasta que salieron del restaurante y entraron en la furgoneta.
—¿Por qué has reaccionado así?
—¿Con Barker?
—No, con Harley.
—Harley es un jovencito.
—Es muy agradable —le dijo, sin saber qué pensar.
Al ver que él no contestaba, lo miró ceñuda. Había notado que él estaba muy raro últimamente, y en ese momento parecía bastante tenso. Se dijo que quizá seguía enfadado por lo de Barker, y decidió dejarlo tranquilo.
Joe apenas pronunció palabra durante el trayecto de regreso a casa, incluso encendió la radio de la furgoneta para evitar entablar una conversación. Seguía extrañada por cómo se había comportado con Harley, porque era muy impropio en él tratar con tanta sequedad a los subalternos, en especial a los vaqueros; además, él mismo había dejado claro que no le gustaba la gente que trataba a los demás con superioridad. Joe no conocía demasiado bien a Harley, pero siempre le había tratado con cordialidad… hasta el incidente en el restaurante. Se había comportado como si estuviera celoso al ver que Harley estaba interesado en ella, pero eso era absurdo. Su hermanastro siempre había sido afectuoso con ella, pero su actitud era de lo más normal… seguro que todo habían sido imaginaciones suyas.
Se estremeció al imaginarse cómo reaccionaría si Joe intentara tener una relación sentimental con ella. El amor no le daba miedo, pero el sexo la aterraba. No estaba segura de poder funcionar en ese aspecto… ni siquiera con Joe, que era el único hombre que había habido en su vida y en su corazón durante años.
anasmile
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
Capítulo 2
Dos días después, _______ estaba atareada de nuevo con los lechos de flores. En esa ocasión, había podado unas enredaderas que habían empezado a crecer a pasos agigantados después del paso del huracán Faye. Las lluvias habían sido torrenciales, y las plantas habían tenido un crecimiento acelerado gracias al aporte de agua. Era fantástico volver a ver verde por todas partes después de los meses de sequía que habían sufrido.
Era viernes, y aquella noche iba a hacer de anfitriona en una importante fiesta de negocios que Joe había organizado. A él no le gustaban aquel tipo de eventos, pero estaba negociando para intentar añadir a su larga lista de adquisiciones una nueva e imaginativa empresa californiana de software. Como los dueños eran unos veinteañeros locos por el fútbol, Joe había invitado a la fiesta a algunos miembros de las selecciones de Brasil y de Estados Unidos. Era típico en él informarse sobre los gustos de sus presas para ablandarlas y poder conseguir sus objetivos.
Se preguntó si sería igual de decidido a la hora de conseguir a alguna mujer que le interesara, pero la mera idea le provocó una punzada de dolor. No se atrevía a pensar en él desde un punto de vista sexual, sabía que por ese camino acabaría sufriendo. Su madre la había prevenido al respecto, y ella misma lo había visto en persona desde que era pequeña. A su padre sólo le satisfacía hacerle daño a su madre, ella la había visto una y otra vez con el camisón manchado de sangre. Era prueba más que suficiente de la brutalidad de los hombres apasionados.
Toda su niñez había sido una pesadilla, había vivido aterrada por su madre y por sí misma. Cuando era pequeña, solía rezar para que su madre no muriera, para que no la dejara a merced de su padre. No quería ni imaginarse lo que podría haberle hecho aquel hombre. Nunca había abusado de ella, pero la aterraba su mal genio, sobre todo cuando estaba borracho. Era muy violento cuando bebía.
Se estremeció al recordar los sollozos de su madre, cómo había intentado consolarla mientras la ayudaba a limpiarse la sangre y a lidiar con los cortes y las magulladuras poco antes de la muerte de su padre. Su madre le había advertido que los hombres eran dulces, atentos y tiernos hasta que conseguían llevarte a la cama, pero que la verdad salía a la luz en cuanto te tenían tras las puertas cerradas. Lo que salía en las películas, en la tele y en los libros era mentira. Aquélla era la realidad… sangre y lágrimas. Le había dicho que no olvidara jamás aquella lección, que no se dejara engatusar ni se casara jamás, que permaneciera casta y a salvo.
El sonido del frenazo de un coche la arrancó de los recuerdos. Supuso que algún conductor desafortunado había estado a punto de tener un accidente. Ella no era la mejor conductora del mundo ni mucho menos, y había sufrido tantos incidentes, que Joe se echaba a temblar cada vez que la veía ponerse al volante. No era mala conductora, pero el trauma físico que había sufrido años atrás parecía haberla dejado con pequeñas secuelas en el cerebro. El médico le había dicho que, como era una mujer muy inteligente, su propio organismo compensaría el problema, pero eso no la había reconfortado demasiado. Los demás la consideraban una frívola torpe sin sesera; de hecho, había oído a una mujer diciéndole a una amiga que la pobre _______ Pendleton era el pájaro loco de la alta sociedad de la zona.
Soltó una carcajada llena de amargura al recordar aquel comentario. Lo había oído en una merienda varias semanas atrás, y la mujer que lo había hecho apenas la conocía. Seguro que, si Joe la hubiera oído decir algo tan cruel sobre ella, habría hecho que se arrepintiera de haber abierto la boca, porque era muy protector con la gente a la que quería.
Poco después de la muerte de su madre, se había dado cuenta de lo caballeroso que era. A Myron, su padrastro, no parecía haberle afectado demasiado perder a su esposa, y se había casado al poco tiempo con Beverly Barnes, que tenía una hija llamada Gloryanne.
Joe había rescatado a Glory de una situación peligrosa y le había pedido a ella que le acompañara para que le diera apoyo moral a la joven, que era cuatro meses menor que ella; de no ser por él, seguro que su hermana y ella habrían tardado mucho más tiempo en llegar a tenerse afecto.
Joe era todo un enigma. A pesar de que había vivido con él durante doce años, aún sentía que no sabía nada sobre él. Myron Pendleton había muerto un año después de que Beverly, su tercera esposa, falleciera de un infarto; para entonces, tanto Glory como ella tenían dieciséis años. Joe se había hecho cargo de las dos, y las había cuidado mientras acababan la educación secundaria. Las había malcriado a más no poder… y seguía haciéndolo. El año anterior, le había regalado a Gloryanne un Jaguar XK verde por su cumpleaños, y a ella un meteorito por el que había pagado una fortuna en una subasta pública. Era una entusiasta de los fósiles y los meteoritos, tenía una colección bastante extensa. Las joyas no le llamaban demasiado la atención y detestaba las pieles, pero le encantaban las rocas y Joe la tenía muy consentida; de hecho, él llegaba al extremo de aceptar con resignación su manía de empezar a poner los adornos navideños incluso antes de Acción de Gracias. Por suerte, jamás le había preguntado por qué estaba tan obsesionada con la Navidad.
A pesar de que aún faltaban tres meses para Acción de Gracias, ella ya había encargado las guirnaldas de acebo y de abeto, además de tres nuevos árboles de Navidad y una caja de ornamentos. Disfrutaba en especial de los momentos esporádicos en que Joe dejaba su adorado rancho para ir a San Antonio por asuntos de negocios. Era entonces cuando salía a la luz su faceta de hombre de negocios perteneciente a la lista Fortune 500, y le pedía a ella que hiciera de anfitriona en las fiestas que organizaba. Joe invitaba a aquellos eventos a estrellas de Hollywood y del deporte, para que los empresarios con los que hacía negocios pudieran codearse con ellos. No había duda de que conocer a gente tan elitista le beneficiaba desde un punto de vista empresarial, y muchos integrantes del mundo de las artes y del deporte se sentían halagados por contar con su amistad. Además de ser dinámico y multimillonario, Joe no era nada tacaño con su fortuna, así que era un soltero muy codiciado.
Cuando no estaba codeándose con otros miembros de la lista Fortune 500, se dedicaba a trabajar en el rancho con el ganado, vestido con vaqueros, botas, zahón, y sombrero Stetson. Allí era igual de generoso, y estaba al tanto de las necesidades de sus vaqueros para ayudarlos si hacía falta.
Como era un hombre introvertido al que le costaba relacionarse con la gente, daba la impresión de que era seco e insensible, pero la percepción que los demás tenían de él distaba mucho de la realidad. Joe había estudiado Empresariales en Harvard, pero no hacía alarde de su titulación. Sus ingresos anuales superaban lo que sería el presupuesto nacional conjunto de dos o tres países pequeños, pero no vivía como un multimillonario. Siempre delegaba en ella las relaciones sociales, aunque lo cierto era que esa tarea le gustaba tan poco como a él; de hecho, pasaba gran parte del tiempo dedicada a obras de caridad y a buscar formas de ayudar a los demás. Joe no lo sabía, pero tenía una razón de peso para querer colaborar con los refugios para mujeres, los comedores sociales, y las asociaciones benéficas.
Sabía que a la gente le llamaba la atención que dos hermanos estuvieran juntos a todas horas, pero tanto Joe como ella estaban solteros, y daba la impresión de que ninguno de los dos acabaría casándose. Ella no quería tener ninguna relación física, y a pesar de que Joe había tenido alguna que otra novia, ninguna de las relaciones había sido lo bastante seria como para plantearse el matrimonio; de hecho, jamás había llevado a una mujer a casa, aunque quizás era por consideración, ya que según él ella tenía una actitud muy anticuada en lo relativo a las relaciones sentimentales.
Lo cierto era que ella no tenía aventuras amorosas. No le gustaban las personas promiscuas, y a pesar de que Joe acataba sus prejuicios, estaba convencida de que hacía lo que le daba la gana cuando estaba lejos de ella; al fin y al cabo, era un hombre.
Hizo una mueca al ver que se había manchado la inmaculada pero vieja sudadera blanca que se había puesto. También llevaba unos vaqueros desgastados, una verdadera reliquia de un fin de semana que había pasado en el rancho. Joe había tenido que enseñar a montar a caballo a un dignatario extranjero, y a ella le había tocado enseñar a la esposa.
Sabía que su hermanastro valoraba su destreza como amazona, su paciencia, y también el hecho de que no fuera vanidosa. Solía llevar su larga melena rubia sujeta en un moño o en un par de coletas, tenía los ojos de un suave tono gris, y un rostro ovalado con una complexión tan perfecta, que jamás había necesitado maquillaje. Sus labios carnosos tenían un precioso tono rosado natural, y nunca se molestaba en ponerse pintalabios a menos que tuviera que ir con Joe a algún evento de alto copete, como la ópera o elballet.
Los dos tenían gustos parecidos en música y en teatro, y estaban de acuerdo en temas como la religión y la política. Tenían en común tantas cosas, que formaban una pareja fuera de lo común…
Se recordó con firmeza que eran hermanos, a pesar de que en realidad no estaban emparentados. El rosal que estaba podando parecía un poco ladeado, y aquel pequeño defecto le recordó sus propias deficiencias. A veces se preguntaba por qué su madre se había esforzado tanto por ocultarle a todo el mundo la verdad sobre su pasado, pero en su momento no había cuestionado aquella decisión. Quizá su madre había tenido miedo de la reacción que pudiera tener Myron Pendleton si se enterara de la verdad sobre la mujer a la que había conocido en una tienda de ropa.
Para Cynthia Marsh había sido más fácil y seguro mentir y decir que su primer marido había muerto en una acción de infantería durante la Operación Tormenta del Desierto, y que _______ Marsh no era su hija biológica, sino su hijastra. Se había inventado aquella patraña para que las dos pudieran escapar de la pobreza en la que estaban viviendo, pero no había podido mantener la farsa en el dormitorio. En la mañana del día de su muerte le había confesado entre sollozos que, en el tiempo que llevaba casada con Myron, había sido incapaz de permitir que la tocara; al parecer, él se sentía dolido y furioso, pero ella era incapaz de superar el trauma que le había causado su primer esposo.
Su madre le había dicho que no podía seguir viviendo una mentira, y aquel mismo día había muerto en un supuesto accidente de tráfico. Ella era la única que sabía que el choque no había sido accidental, pero si revelaba esa información tendría que explicar el porqué, y eso era imposible.
Después de apartarse un mechón de pelo de la cara con el dorso de la mano, se dio cuenta de lo sucia que estaba, y soltó una pequeña carcajada al imaginarse la pinta que debía de tener.
—No me digas que vas a plantar más flores —dijo una profunda voz masculina a su espalda, en tono de broma—. Creía que ya habías acabado todo esto el día que fuimos a la subasta.
_______ se giró de inmediato. Joe estaba serio, como casi siempre, pero sus ojos negros reflejaban una sonrisa.
—Aquel día estaba haciendo sitio para plantar bulbos en otoño, ahora estoy podando estos rosales.
Él recorrió con la mirada los rosales en cuestión, que se amontonaban en el pequeño espacio disponible, y comentó:
—Has puesto demasiados, vas a tener que trasplantar unos cuantos.
—Me quedé sin espacio, y tenía varios más que quedaron después de la primavera. Se juntaron los unos con los otros, y la lluvia empeoró la situación. En fin, supongo que tendré que pasar unos cuantos a otro sitio —miró a su alrededor, en busca de terreno libre.
—Los invitados van a llegar en dos horas, _______.
—¿Qué? —lo miró desconcertada durante un segundo, y al final optó por mentir—. Ya lo sé, no se me había olvidado.
Él se sentó en la amplia balaustrada de piedra del porche. Llevaba unos pantalones de vestir, botas, un jersey blanco de cuello alto, y un bléiser azul. Tenía un aspecto elegante y sofisticado, costaba creer que fuera el mismo hombre que dos días antes había estado en la subasta de ganado vestido como un sencillo vaquero.
—Claro que se te había olvidado —respiró hondo, y recorrió con la mirada el paisaje—. No soporto este lugar —comentó, con voz queda.
—Nunca te ha gustado, no es el rancho.
—Me gusta el ganado, y no aguanto a la alta sociedad.
—Pues lo siento por ti, porque naciste justo en medio de este mundo elitista —le dijo ella, con una carcajada.
Joe la contempló con disimulo. _______ tenía una belleza dulce, y era bastante tímida. Era tan introvertida como él, pero se le daba muy bien organizar fiestas. Era una anfitriona detallista, una trabajadora incansable con las obras benéficas a las que apoyaba, y tenía muy buen gusto a la hora de vestir; además, sabía mantener la calma ante cualquier emergencia. Pero no sólo la admiraba por su capacidad de lidiar con los compromisos sociales… la recorrió con la mirada, pero se apresuró a mirar hacia otra parte al darse cuenta de que se había quedado embobado contemplando el contorno de sus senos.
—El fiscal general del estado ha hecho un comentario políticamente incorrecto sobre nosotros.
—¿Simón Hart?, ¿qué ha dicho? —le preguntó ella.
—Mi primo cree que tú y yo pasamos demasiado tiempo juntos, y que uno de los dos debería casarse y empezar a producir hijos —comentó, sin inflexión alguna en la voz.
—No quiero casarme —le dijo ella, con voz queda.
—¿Por qué no?
_______ apartó la mirada antes de contestar:
—Porque no, y punto.
—Simón está felizmente casado, Tira y él tienen dos hijos.
—Me alegro por ellos, pero yo no quiero casarme —le espetó, con voz firme.
—Tienes veintiséis años y nunca sales con nadie, _______. Ni siquiera me acuerdo de la última vez que tuviste novio… sólo tuviste una relación seria durante los cuatro años que estuviste estudiando Historia en la Universidad de Jacobsville, y al final resultó que el tipo era gay.
_______ lo miró con curiosidad al notar un matiz extraño en su voz. Joe se había comportado de forma abiertamente hostil con el joven en cuestión. Resultaba sorprendente, porque era el hombre más tolerante que conocía en cuestiones socialmente controvertidas. Solía ir a misa, al igual que ella, y siempre decía que el fundador de su religión no le habría dado la espalda a nadie, al margen de su estatus social. ¿Acaso había sentido celos de aquel antiguo novio…?
—Me sentía cómoda estando con Billy —le dijo, al cabo de un instante.
—Sí, pero supongo que no le interesaba darse el lote contigo en el sofá de casa.
—No me doy el lote con nadie, Joe.
—Ya me he dado cuenta… y Simón también.
—No tiene derecho a meterse en nuestras vidas, ¿verdad?
—Claro que no, pero tiene algo de razón. Ni tú ni yo somos ya unos jovencitos, _______.
—Sobre todo tú, que vas camino de los treinta y cinco —comentó, en tono de broma.
—No me lo recuerdes.
—Vas ganando atractivo con el paso de los años, Joe. Para mí nunca serás mayor —le dijo con afecto.
Él la miró a los ojos durante un largo momento, y al final sonrió y se limitó a decir:
—Gracias.
—A lo mejor tendrías que casarte —se preguntó por qué le dolía tanto pronunciar aquellas palabras—. ¿Quién heredará todo esto cuando mueras?
Dos días después, _______ estaba atareada de nuevo con los lechos de flores. En esa ocasión, había podado unas enredaderas que habían empezado a crecer a pasos agigantados después del paso del huracán Faye. Las lluvias habían sido torrenciales, y las plantas habían tenido un crecimiento acelerado gracias al aporte de agua. Era fantástico volver a ver verde por todas partes después de los meses de sequía que habían sufrido.
Era viernes, y aquella noche iba a hacer de anfitriona en una importante fiesta de negocios que Joe había organizado. A él no le gustaban aquel tipo de eventos, pero estaba negociando para intentar añadir a su larga lista de adquisiciones una nueva e imaginativa empresa californiana de software. Como los dueños eran unos veinteañeros locos por el fútbol, Joe había invitado a la fiesta a algunos miembros de las selecciones de Brasil y de Estados Unidos. Era típico en él informarse sobre los gustos de sus presas para ablandarlas y poder conseguir sus objetivos.
Se preguntó si sería igual de decidido a la hora de conseguir a alguna mujer que le interesara, pero la mera idea le provocó una punzada de dolor. No se atrevía a pensar en él desde un punto de vista sexual, sabía que por ese camino acabaría sufriendo. Su madre la había prevenido al respecto, y ella misma lo había visto en persona desde que era pequeña. A su padre sólo le satisfacía hacerle daño a su madre, ella la había visto una y otra vez con el camisón manchado de sangre. Era prueba más que suficiente de la brutalidad de los hombres apasionados.
Toda su niñez había sido una pesadilla, había vivido aterrada por su madre y por sí misma. Cuando era pequeña, solía rezar para que su madre no muriera, para que no la dejara a merced de su padre. No quería ni imaginarse lo que podría haberle hecho aquel hombre. Nunca había abusado de ella, pero la aterraba su mal genio, sobre todo cuando estaba borracho. Era muy violento cuando bebía.
Se estremeció al recordar los sollozos de su madre, cómo había intentado consolarla mientras la ayudaba a limpiarse la sangre y a lidiar con los cortes y las magulladuras poco antes de la muerte de su padre. Su madre le había advertido que los hombres eran dulces, atentos y tiernos hasta que conseguían llevarte a la cama, pero que la verdad salía a la luz en cuanto te tenían tras las puertas cerradas. Lo que salía en las películas, en la tele y en los libros era mentira. Aquélla era la realidad… sangre y lágrimas. Le había dicho que no olvidara jamás aquella lección, que no se dejara engatusar ni se casara jamás, que permaneciera casta y a salvo.
El sonido del frenazo de un coche la arrancó de los recuerdos. Supuso que algún conductor desafortunado había estado a punto de tener un accidente. Ella no era la mejor conductora del mundo ni mucho menos, y había sufrido tantos incidentes, que Joe se echaba a temblar cada vez que la veía ponerse al volante. No era mala conductora, pero el trauma físico que había sufrido años atrás parecía haberla dejado con pequeñas secuelas en el cerebro. El médico le había dicho que, como era una mujer muy inteligente, su propio organismo compensaría el problema, pero eso no la había reconfortado demasiado. Los demás la consideraban una frívola torpe sin sesera; de hecho, había oído a una mujer diciéndole a una amiga que la pobre _______ Pendleton era el pájaro loco de la alta sociedad de la zona.
Soltó una carcajada llena de amargura al recordar aquel comentario. Lo había oído en una merienda varias semanas atrás, y la mujer que lo había hecho apenas la conocía. Seguro que, si Joe la hubiera oído decir algo tan cruel sobre ella, habría hecho que se arrepintiera de haber abierto la boca, porque era muy protector con la gente a la que quería.
Poco después de la muerte de su madre, se había dado cuenta de lo caballeroso que era. A Myron, su padrastro, no parecía haberle afectado demasiado perder a su esposa, y se había casado al poco tiempo con Beverly Barnes, que tenía una hija llamada Gloryanne.
Joe había rescatado a Glory de una situación peligrosa y le había pedido a ella que le acompañara para que le diera apoyo moral a la joven, que era cuatro meses menor que ella; de no ser por él, seguro que su hermana y ella habrían tardado mucho más tiempo en llegar a tenerse afecto.
Joe era todo un enigma. A pesar de que había vivido con él durante doce años, aún sentía que no sabía nada sobre él. Myron Pendleton había muerto un año después de que Beverly, su tercera esposa, falleciera de un infarto; para entonces, tanto Glory como ella tenían dieciséis años. Joe se había hecho cargo de las dos, y las había cuidado mientras acababan la educación secundaria. Las había malcriado a más no poder… y seguía haciéndolo. El año anterior, le había regalado a Gloryanne un Jaguar XK verde por su cumpleaños, y a ella un meteorito por el que había pagado una fortuna en una subasta pública. Era una entusiasta de los fósiles y los meteoritos, tenía una colección bastante extensa. Las joyas no le llamaban demasiado la atención y detestaba las pieles, pero le encantaban las rocas y Joe la tenía muy consentida; de hecho, él llegaba al extremo de aceptar con resignación su manía de empezar a poner los adornos navideños incluso antes de Acción de Gracias. Por suerte, jamás le había preguntado por qué estaba tan obsesionada con la Navidad.
A pesar de que aún faltaban tres meses para Acción de Gracias, ella ya había encargado las guirnaldas de acebo y de abeto, además de tres nuevos árboles de Navidad y una caja de ornamentos. Disfrutaba en especial de los momentos esporádicos en que Joe dejaba su adorado rancho para ir a San Antonio por asuntos de negocios. Era entonces cuando salía a la luz su faceta de hombre de negocios perteneciente a la lista Fortune 500, y le pedía a ella que hiciera de anfitriona en las fiestas que organizaba. Joe invitaba a aquellos eventos a estrellas de Hollywood y del deporte, para que los empresarios con los que hacía negocios pudieran codearse con ellos. No había duda de que conocer a gente tan elitista le beneficiaba desde un punto de vista empresarial, y muchos integrantes del mundo de las artes y del deporte se sentían halagados por contar con su amistad. Además de ser dinámico y multimillonario, Joe no era nada tacaño con su fortuna, así que era un soltero muy codiciado.
Cuando no estaba codeándose con otros miembros de la lista Fortune 500, se dedicaba a trabajar en el rancho con el ganado, vestido con vaqueros, botas, zahón, y sombrero Stetson. Allí era igual de generoso, y estaba al tanto de las necesidades de sus vaqueros para ayudarlos si hacía falta.
Como era un hombre introvertido al que le costaba relacionarse con la gente, daba la impresión de que era seco e insensible, pero la percepción que los demás tenían de él distaba mucho de la realidad. Joe había estudiado Empresariales en Harvard, pero no hacía alarde de su titulación. Sus ingresos anuales superaban lo que sería el presupuesto nacional conjunto de dos o tres países pequeños, pero no vivía como un multimillonario. Siempre delegaba en ella las relaciones sociales, aunque lo cierto era que esa tarea le gustaba tan poco como a él; de hecho, pasaba gran parte del tiempo dedicada a obras de caridad y a buscar formas de ayudar a los demás. Joe no lo sabía, pero tenía una razón de peso para querer colaborar con los refugios para mujeres, los comedores sociales, y las asociaciones benéficas.
Sabía que a la gente le llamaba la atención que dos hermanos estuvieran juntos a todas horas, pero tanto Joe como ella estaban solteros, y daba la impresión de que ninguno de los dos acabaría casándose. Ella no quería tener ninguna relación física, y a pesar de que Joe había tenido alguna que otra novia, ninguna de las relaciones había sido lo bastante seria como para plantearse el matrimonio; de hecho, jamás había llevado a una mujer a casa, aunque quizás era por consideración, ya que según él ella tenía una actitud muy anticuada en lo relativo a las relaciones sentimentales.
Lo cierto era que ella no tenía aventuras amorosas. No le gustaban las personas promiscuas, y a pesar de que Joe acataba sus prejuicios, estaba convencida de que hacía lo que le daba la gana cuando estaba lejos de ella; al fin y al cabo, era un hombre.
Hizo una mueca al ver que se había manchado la inmaculada pero vieja sudadera blanca que se había puesto. También llevaba unos vaqueros desgastados, una verdadera reliquia de un fin de semana que había pasado en el rancho. Joe había tenido que enseñar a montar a caballo a un dignatario extranjero, y a ella le había tocado enseñar a la esposa.
Sabía que su hermanastro valoraba su destreza como amazona, su paciencia, y también el hecho de que no fuera vanidosa. Solía llevar su larga melena rubia sujeta en un moño o en un par de coletas, tenía los ojos de un suave tono gris, y un rostro ovalado con una complexión tan perfecta, que jamás había necesitado maquillaje. Sus labios carnosos tenían un precioso tono rosado natural, y nunca se molestaba en ponerse pintalabios a menos que tuviera que ir con Joe a algún evento de alto copete, como la ópera o elballet.
Los dos tenían gustos parecidos en música y en teatro, y estaban de acuerdo en temas como la religión y la política. Tenían en común tantas cosas, que formaban una pareja fuera de lo común…
Se recordó con firmeza que eran hermanos, a pesar de que en realidad no estaban emparentados. El rosal que estaba podando parecía un poco ladeado, y aquel pequeño defecto le recordó sus propias deficiencias. A veces se preguntaba por qué su madre se había esforzado tanto por ocultarle a todo el mundo la verdad sobre su pasado, pero en su momento no había cuestionado aquella decisión. Quizá su madre había tenido miedo de la reacción que pudiera tener Myron Pendleton si se enterara de la verdad sobre la mujer a la que había conocido en una tienda de ropa.
Para Cynthia Marsh había sido más fácil y seguro mentir y decir que su primer marido había muerto en una acción de infantería durante la Operación Tormenta del Desierto, y que _______ Marsh no era su hija biológica, sino su hijastra. Se había inventado aquella patraña para que las dos pudieran escapar de la pobreza en la que estaban viviendo, pero no había podido mantener la farsa en el dormitorio. En la mañana del día de su muerte le había confesado entre sollozos que, en el tiempo que llevaba casada con Myron, había sido incapaz de permitir que la tocara; al parecer, él se sentía dolido y furioso, pero ella era incapaz de superar el trauma que le había causado su primer esposo.
Su madre le había dicho que no podía seguir viviendo una mentira, y aquel mismo día había muerto en un supuesto accidente de tráfico. Ella era la única que sabía que el choque no había sido accidental, pero si revelaba esa información tendría que explicar el porqué, y eso era imposible.
Después de apartarse un mechón de pelo de la cara con el dorso de la mano, se dio cuenta de lo sucia que estaba, y soltó una pequeña carcajada al imaginarse la pinta que debía de tener.
—No me digas que vas a plantar más flores —dijo una profunda voz masculina a su espalda, en tono de broma—. Creía que ya habías acabado todo esto el día que fuimos a la subasta.
_______ se giró de inmediato. Joe estaba serio, como casi siempre, pero sus ojos negros reflejaban una sonrisa.
—Aquel día estaba haciendo sitio para plantar bulbos en otoño, ahora estoy podando estos rosales.
Él recorrió con la mirada los rosales en cuestión, que se amontonaban en el pequeño espacio disponible, y comentó:
—Has puesto demasiados, vas a tener que trasplantar unos cuantos.
—Me quedé sin espacio, y tenía varios más que quedaron después de la primavera. Se juntaron los unos con los otros, y la lluvia empeoró la situación. En fin, supongo que tendré que pasar unos cuantos a otro sitio —miró a su alrededor, en busca de terreno libre.
—Los invitados van a llegar en dos horas, _______.
—¿Qué? —lo miró desconcertada durante un segundo, y al final optó por mentir—. Ya lo sé, no se me había olvidado.
Él se sentó en la amplia balaustrada de piedra del porche. Llevaba unos pantalones de vestir, botas, un jersey blanco de cuello alto, y un bléiser azul. Tenía un aspecto elegante y sofisticado, costaba creer que fuera el mismo hombre que dos días antes había estado en la subasta de ganado vestido como un sencillo vaquero.
—Claro que se te había olvidado —respiró hondo, y recorrió con la mirada el paisaje—. No soporto este lugar —comentó, con voz queda.
—Nunca te ha gustado, no es el rancho.
—Me gusta el ganado, y no aguanto a la alta sociedad.
—Pues lo siento por ti, porque naciste justo en medio de este mundo elitista —le dijo ella, con una carcajada.
Joe la contempló con disimulo. _______ tenía una belleza dulce, y era bastante tímida. Era tan introvertida como él, pero se le daba muy bien organizar fiestas. Era una anfitriona detallista, una trabajadora incansable con las obras benéficas a las que apoyaba, y tenía muy buen gusto a la hora de vestir; además, sabía mantener la calma ante cualquier emergencia. Pero no sólo la admiraba por su capacidad de lidiar con los compromisos sociales… la recorrió con la mirada, pero se apresuró a mirar hacia otra parte al darse cuenta de que se había quedado embobado contemplando el contorno de sus senos.
—El fiscal general del estado ha hecho un comentario políticamente incorrecto sobre nosotros.
—¿Simón Hart?, ¿qué ha dicho? —le preguntó ella.
—Mi primo cree que tú y yo pasamos demasiado tiempo juntos, y que uno de los dos debería casarse y empezar a producir hijos —comentó, sin inflexión alguna en la voz.
—No quiero casarme —le dijo ella, con voz queda.
—¿Por qué no?
_______ apartó la mirada antes de contestar:
—Porque no, y punto.
—Simón está felizmente casado, Tira y él tienen dos hijos.
—Me alegro por ellos, pero yo no quiero casarme —le espetó, con voz firme.
—Tienes veintiséis años y nunca sales con nadie, _______. Ni siquiera me acuerdo de la última vez que tuviste novio… sólo tuviste una relación seria durante los cuatro años que estuviste estudiando Historia en la Universidad de Jacobsville, y al final resultó que el tipo era gay.
_______ lo miró con curiosidad al notar un matiz extraño en su voz. Joe se había comportado de forma abiertamente hostil con el joven en cuestión. Resultaba sorprendente, porque era el hombre más tolerante que conocía en cuestiones socialmente controvertidas. Solía ir a misa, al igual que ella, y siempre decía que el fundador de su religión no le habría dado la espalda a nadie, al margen de su estatus social. ¿Acaso había sentido celos de aquel antiguo novio…?
—Me sentía cómoda estando con Billy —le dijo, al cabo de un instante.
—Sí, pero supongo que no le interesaba darse el lote contigo en el sofá de casa.
—No me doy el lote con nadie, Joe.
—Ya me he dado cuenta… y Simón también.
—No tiene derecho a meterse en nuestras vidas, ¿verdad?
—Claro que no, pero tiene algo de razón. Ni tú ni yo somos ya unos jovencitos, _______.
—Sobre todo tú, que vas camino de los treinta y cinco —comentó, en tono de broma.
—No me lo recuerdes.
—Vas ganando atractivo con el paso de los años, Joe. Para mí nunca serás mayor —le dijo con afecto.
Él la miró a los ojos durante un largo momento, y al final sonrió y se limitó a decir:
—Gracias.
—A lo mejor tendrías que casarte —se preguntó por qué le dolía tanto pronunciar aquellas palabras—. ¿Quién heredará todo esto cuando mueras?
anasmile
*______________*
zai escribió:Hola Nueva Lectora!!!!
Me guata la nove!!!
que le paso a la rayis??? cual es el secreto???
Siguela!!!
:bye:
ya la seguii :P
anasmile
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
Él respiró hondo, y recorrió con la mirada las tierras que se extendían ante ellos antes de admitir con voz suave:
—La verdad es que he estado planteándome el tema.
_______ sintió que le daba un vuelco el corazón, pero consiguió preguntar:
—¿Has… pensado en alguien en concreto?, ¿tienes a alguna mujer en mente? —Al verle negar con la cabeza, insistió—: Estuviste saliendo con una abogada, ¿verdad? La amiga de Glory.
—Quería sacarse un doctorado en Derecho, y yo podía conseguirle una subvención —dijo, con desdén apenas contenido.
—¿Qué te parece aquella política que te presentó Simón?
—Quiere presentarse como candidata al senado, y yo tengo dinero.
—No todas las mujeres quieren tu dinero, Joe. Eres atractivo, y tienes un corazón enorme. Lo que pasa es que asustas a la gente.
—A ti no.
—Antes sí —admitió, con una carcajada.
—Sí, cuando te viniste a vivir aquí —su voz estaba cargada de afecto—. Al final conseguí sacarte de tu habitación sobornándote con bombones, pero tardé meses. Me mirabas como si pensaras que de un momento a otro iban a salirme cuernos y una cola de diablo.
—No era nada personal —lo miró con una sonrisa traviesa, y añadió—: Además, me acostumbré a tus cuernos cuando llegué a conocerte mejor.
Él hizo una mueca, pero la miró con expresión seria y comentó:
—No saliste con ningún chico hasta que yo insistí en el tema cuando estabas en el último año del instituto. Te invitaron a ir al baile de fin de curso, pero no querías ir. Eras demasiado tímida.
—Sí, y al final fui con el primer chico que me lo pidió —le recordó con sequedad.
—Parecía agradable —le dijo él, con tono de arrepentimiento.
—¿Ah, sí?
—Según tengo entendido, los dientes nuevos que tuvieron que ponerle parecen casi de verdad.
_______ se estremeció al recordar lo que había sucedido. La violencia la repelía, pero el chico había bebido mucho y se había puesto demasiado pesado. Habían forcejeado mientras él luchaba por desnudarla sin conseguirlo, y ella había tenido que llamar a Joe con el móvil. Había conseguido encerrarse en el coche del chico, y justo cuando él estaba golpeando la ventanilla con una piedra para intentar entrar, Joe había llegado a toda velocidad en su coche.
A pesar de los años que habían pasado, aún recordaba la cara de miedo que había puesto el chico al ver a aquel hombre alto e imponente acercándose hecho una furia. Joe era elegante y solía tener un temperamento calmado, pero era capaz de atacar con la rapidez de una cobra cuando se enfadaba. El muchacho también era alto y musculoso… de hecho, era uno de los jugadores estrella del equipo de rugby… pero no había durado ni diez segundos contra Joe, que le había derribado a puñetazos en un abrir y cerrar de ojos.
La confrontación la había horrorizado, pero era consciente de que Joe la había salvado. No había sido la única vez que la había sacado de un apuro. En el rancho Rocking Spur había un dicho: si un vaquero quería acabar en la sala de urgencias del hospital, sólo tenía que hacer algún comentario desagradable sobre ella delante de Joe.
Después de rescatarla la noche del baile de fin de curso, había permanecido tenso y silencioso mientras la llevaba de vuelta a casa, pero al llegar se había dado cuenta de lo asustada que estaba, y se había esforzado por calmarse y por volver a ser el mismo hermanastro afectuoso de siempre.
Joe le resultaba tan familiar como el jardín en el que estaba tan atareada, pero aun así, los separaba cierta distancia, sobre todo desde que él pasaba cada vez menos tiempo en la mansión de San Antonio. En los últimos tiempos la miraba de una forma muy rara, y a veces parecía melancólico, como si estuviera descontento con su vida. ¿ustedes que piensan?
Mientras seguía dándole vueltas al asunto, cortó la última rama de rosal que se solapaba con los crisantemos, que ya estaban empezando a echar ramas. Los rozó sonriente con la mano y pensó en lo preciosos que estarían en un par de meses, cuando las flores doradas empezaran a brotar con la llegada del frío. Iba a tener que desenterrar los bulbos para separarlos, pero esperaría a que hiciera más frío.
En otoño del año anterior había plantado nuevos bulbos en el rancho, pero el enorme pastor alemán de Joe los había desenterrado y se los había comido. Ella se había puesto hecha una furia y le había dicho a su hermanastro que aquel animal era una ardilla, que ningún perro que se preciara se comería unos pobres bulbos indefensos. Joe se había desternillado de risa al verla tan indignada, pero había comprado más bulbos y había hecho que uno de sus vaqueros la ayudara a plantarlos… aunque se había asegurado de que el vaquero en cuestión fuera uno de los más viejos y feos del rancho. Siempre se esforzaba por mantenerla alejada de Grange, el capataz.
—La verdad es que he estado planteándome el tema.
_______ sintió que le daba un vuelco el corazón, pero consiguió preguntar:
—¿Has… pensado en alguien en concreto?, ¿tienes a alguna mujer en mente? —Al verle negar con la cabeza, insistió—: Estuviste saliendo con una abogada, ¿verdad? La amiga de Glory.
—Quería sacarse un doctorado en Derecho, y yo podía conseguirle una subvención —dijo, con desdén apenas contenido.
—¿Qué te parece aquella política que te presentó Simón?
—Quiere presentarse como candidata al senado, y yo tengo dinero.
—No todas las mujeres quieren tu dinero, Joe. Eres atractivo, y tienes un corazón enorme. Lo que pasa es que asustas a la gente.
—A ti no.
—Antes sí —admitió, con una carcajada.
—Sí, cuando te viniste a vivir aquí —su voz estaba cargada de afecto—. Al final conseguí sacarte de tu habitación sobornándote con bombones, pero tardé meses. Me mirabas como si pensaras que de un momento a otro iban a salirme cuernos y una cola de diablo.
—No era nada personal —lo miró con una sonrisa traviesa, y añadió—: Además, me acostumbré a tus cuernos cuando llegué a conocerte mejor.
Él hizo una mueca, pero la miró con expresión seria y comentó:
—No saliste con ningún chico hasta que yo insistí en el tema cuando estabas en el último año del instituto. Te invitaron a ir al baile de fin de curso, pero no querías ir. Eras demasiado tímida.
—Sí, y al final fui con el primer chico que me lo pidió —le recordó con sequedad.
—Parecía agradable —le dijo él, con tono de arrepentimiento.
—¿Ah, sí?
—Según tengo entendido, los dientes nuevos que tuvieron que ponerle parecen casi de verdad.
_______ se estremeció al recordar lo que había sucedido. La violencia la repelía, pero el chico había bebido mucho y se había puesto demasiado pesado. Habían forcejeado mientras él luchaba por desnudarla sin conseguirlo, y ella había tenido que llamar a Joe con el móvil. Había conseguido encerrarse en el coche del chico, y justo cuando él estaba golpeando la ventanilla con una piedra para intentar entrar, Joe había llegado a toda velocidad en su coche.
A pesar de los años que habían pasado, aún recordaba la cara de miedo que había puesto el chico al ver a aquel hombre alto e imponente acercándose hecho una furia. Joe era elegante y solía tener un temperamento calmado, pero era capaz de atacar con la rapidez de una cobra cuando se enfadaba. El muchacho también era alto y musculoso… de hecho, era uno de los jugadores estrella del equipo de rugby… pero no había durado ni diez segundos contra Joe, que le había derribado a puñetazos en un abrir y cerrar de ojos.
La confrontación la había horrorizado, pero era consciente de que Joe la había salvado. No había sido la única vez que la había sacado de un apuro. En el rancho Rocking Spur había un dicho: si un vaquero quería acabar en la sala de urgencias del hospital, sólo tenía que hacer algún comentario desagradable sobre ella delante de Joe.
Después de rescatarla la noche del baile de fin de curso, había permanecido tenso y silencioso mientras la llevaba de vuelta a casa, pero al llegar se había dado cuenta de lo asustada que estaba, y se había esforzado por calmarse y por volver a ser el mismo hermanastro afectuoso de siempre.
Joe le resultaba tan familiar como el jardín en el que estaba tan atareada, pero aun así, los separaba cierta distancia, sobre todo desde que él pasaba cada vez menos tiempo en la mansión de San Antonio. En los últimos tiempos la miraba de una forma muy rara, y a veces parecía melancólico, como si estuviera descontento con su vida. ¿ustedes que piensan?
Mientras seguía dándole vueltas al asunto, cortó la última rama de rosal que se solapaba con los crisantemos, que ya estaban empezando a echar ramas. Los rozó sonriente con la mano y pensó en lo preciosos que estarían en un par de meses, cuando las flores doradas empezaran a brotar con la llegada del frío. Iba a tener que desenterrar los bulbos para separarlos, pero esperaría a que hiciera más frío.
En otoño del año anterior había plantado nuevos bulbos en el rancho, pero el enorme pastor alemán de Joe los había desenterrado y se los había comido. Ella se había puesto hecha una furia y le había dicho a su hermanastro que aquel animal era una ardilla, que ningún perro que se preciara se comería unos pobres bulbos indefensos. Joe se había desternillado de risa al verla tan indignada, pero había comprado más bulbos y había hecho que uno de sus vaqueros la ayudara a plantarlos… aunque se había asegurado de que el vaquero en cuestión fuera uno de los más viejos y feos del rancho. Siempre se esforzaba por mantenerla alejada de Grange, el capataz.
anasmile
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
Pao Jonatica Forever :3 escribió:Hjfhsjhdfh wowo! Me encanto holaa! Soy paola:) un gusto! Spero la sigas sip aqi sperare cap ansiosaa:3
:P :P :P :P que bueno que te guste ya la seguii!!!!!
anasmile
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
nueva lectora
me gusta mucho la nove espero y la sigas pronto
me gusta mucho la nove espero y la sigas pronto
ElitzJb
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
aqui yo reportandome, me llamo vale :) jskjskas este libro ya me lo lei*-* me encanto :B pero no te lo vas a creer, estuve a punto de adaptarlo con nick y de repente me encuentro con tu nove, uff al fin que no lo hice lol, sigueeela *-* es muy lindo el libro :')
VaaalM
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
Wow me encantaron los cps! Spero la sigas :)
Pao Jonatica Forever :3
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
—¿En qué estás pensando? —le preguntó él.
—Estaba acordándome de cuando Baker se comió los bulbos el año pasado —le dijo, con una carcajada.
—Le encantan, he tenido que vallar tu jardín de flores.
—¿Qué?
—Es una valla blanca de madera, queda bastante bien.
—Qué amable que eres.
—¿En serio?
Después de dejar a un lado las tijeras, _______ se levantó y se sacudió la falda. Al ver que acababa de mancharla incluso más, masculló:
—Diantre, esto no hay quien lo quite.
—La señora Harcourt puede quitar cualquier mancha, tiene un montón de productos de limpieza escondidos en la despensa.
Ella se echó a reír, y comentó:
—Sí, pero es Dilly la que se ocupa de la colada.
—Ella también tiene toda clase de productos para limpiar.
_______ bajó la mirada hacia sus zapatillas de deporte, y se dio cuenta de que estaban manchadas de barro.
—No puedo entrar así en casa —se las quitó de inmediato, pero sólo consiguió manchar de barro los calcetines—. ¡Diantre!
—Voy a tener que enseñarte a decir palabrotas, _______.
—Tú dices de sobra por los dos, y en dos idiomas.
—Eso es verdad.
—El suelo está frío —soltó una exclamación ahogada cuando Joe la alzó en brazos como si no pesara nada. La fuerza de aquellos brazos poderosos la estremeció, y se aferró a su cuello por miedo a que la soltara.
Nunca le había gustado que la llevaran en brazos, pero le resultaba muy estimulante que él lo hiciera. Tenerlo tan cerca la estremecía de pies a cabeza, no podía controlar la fascinación que sentía por él. Cuando la alzó un poco para sujetarla mejor, notó su aliento en el rostro, el movimiento de los músculos de su pecho, y el ligero aroma a colonia cara y a jabón.
El anhelo que había empezado a consumirla se volvió casi doloroso, y su mente empezó a llenarse con pensamientos extraños y peligrosos. Tendría que quedarse quieta, debería alejarse… pero mientras su mente intentaba decirle lo que tendría que hacer, se acercó aún más a aquel cuerpo cálido y masculino y hundió el rostro en su cuello. Tuvo la impresión de que Joe se estremecía, pero supuso que habían sido imaginaciones suyas. Jamás había conocido a un hombre con tanto autocontrol.
—Ya sé que no te gusta que te levanten en brazos —le dijo él, con voz ronca. Soltó una pequeña carcajada, y añadió—: Pero no puedes caminar por la alfombra blanca sin zapatos y con los calcetines sucios, cielo —la acercó más contra su cuerpo, hasta que sus senos pequeños y firmes quedaron aplastados contra su pecho musculoso—. Quédate quieta, y piensa en Inglaterra.
_______ lo miró ceñuda mientras la llevaba hacia la casa. Él la agarró mejor para poder abrir la puerta principal, y en cuanto entraron, cerró la puerta con el pie antes de dirigirse hacia la escalera que llevaba al segundo piso de la enorme mansión.
—¿Inglaterra? —le preguntó, desconcertada.
—Sí —le dijo él, sonriente, mientras la llevaba escaleras arriba.
—Inglaterra —nunca había estado allí.
Él se detuvo al llegar a su dormitorio, y la miró a los ojos. Lo tenía demasiado cerca, notaba la calidez de su aliento en el rostro. Estaba acalorada y con la respiración entrecortada al sentir aquellos brazos fuertes sujetándola, al tener tan cerca la calidez de su cuerpo. No quería moverse, quería que la apretara con más fuerza.
—En las películas antiguas, las mujeres se sacrificaban por el bien de su país, ¿verdad? —le dijo él.
A pesar de que seguía sonriendo, sus ojos negros reflejaban un brillo extraño, una expresión velada que dejaba entrever cosas con las que ella no estaba familiarizada, pero en ese momento _______ estaba centrada en controlar el ritmo acelerado de su corazón.
—¿A qué películas te refieres?
—Da igual —le espetó con frustración, antes de dejarla de pie con cierta brusquedad.
—No suelo ver películas antiguas, Joe. No tenemos ninguna —le dijo, para intentar aplacarle.
—Te compraré unas cuantas, y también un par de documentales.
—¿Documentales?, ¿sobre qué? —estaba cada vez más desconcertada.
Él abrió la boca para contestar, pero pareció pensárselo mejor y volvió a cerrarla. Al cabo de un instante, le dijo:
—Será mejor que dejemos el tema. No tardes demasiado.
—No te preocupes —al ver que parecía enfadado con ella, vaciló por un segundo y le preguntó—: ¿Qué ropa me pongo? —lo dijo para intentar apaciguarlo, porque sabía que a él le gustaba que le pidiera su opinión.
Él la recorrió de pies a cabeza con la mirada, y al final le dijo con voz suave:
—El vestido dorado que te traje de París, te queda muy bien.
—¿No es demasiado formal para un cóctel?
Él se le acercó un poco más. Era tan alto, que la coronilla de _______ le llegaba a la altura de la nariz. La miró a los ojos, y alzó una mano para acariciarle el pelo.
—No, no es demasiado formal. Y déjate el pelo suelto, hazlo por mí.
_______ sintió una oleada de calidez y un extraño nerviosismo al oír su voz cálida y profunda, tan suave como el satén. Sus labios se abrieron como por voluntad propia mientras lo miraba a los ojos, y se quedó sin aliento cuando él posó la mano bajo su barbilla para que la alzara y trazó su boca con el pulgar.
Joe entrecerró los ojos, y su mandíbula se tensó de forma visible. La contempló en silencio durante unos segundos, y al final dijo con voz suave:
—Sí —la soltó poco a poco, dio media vuelta, y bajó a la primera planta de la mansión.
_______ lo siguió con la mirada, fascinada. Alzó la mano hacia su boca, y la rozó con los dedos. El corazón le latía con tanta fuerza, que pensó que se le iba a salir del pecho. No podía recobrar el aliento. Era la primera vez que Joe la tocaba así…
No se atrevió a pensar a fondo en el asunto, no era el momento adecuado. Dio media vuelta, y se apresuró a entrar en su dormitorio.
Mientras bajaba la larga escalera curva, _______ recorrió con la mirada el salón repleto de elegantes invitados. Reconoció de inmediato a los propietarios de la empresa de informática, ya que los trajes que llevaban no les quedaban del todo bien y parecían fuera de lugar e incómodos.
Ella era toda una veterana en cuanto a reuniones sociales, así que entendía que se sintieran un poco desplazados. Había tardado bastante en acostumbrarse a los coches lujosos, la ropa de diseño, y las fiestas como aquélla; de hecho, en muchos aspectos se sentía mucho más cómoda con los vaqueros de Joe que entre millonarios y grandes empresarios, aunque en esa ocasión se sentía bastante presentable.
El ajustado vestido dorado que llevaba le cubría un brazo, y dejaba el otro desnudo. Le llegaba a los tobillos, pero por la espalda la sedosa tela caía hasta la base de la columna y dejaba al descubierto su piel aterciopelada. Llevaba el pelo suelto, y la larga melena rubia le enmarcaba el rostro. Se había puesto un collar de arandelas de oro entrelazadas, y unos pendientes a juego. Estaba guapa, y parecía más joven de lo que era.
Se acercó al pelirrojo delgado y pecoso que parecía ser el que llevaba la voz cantante, y le dijo sonriente:
—Hola, ¿todo va bien?
Él se quedó mirándola, y se puso rojo como un tomate.
—Eh… sí, eh… pues…
Su compañero, un joven de color con el rostro regordete, carraspeó un poco y comentó:
—Nos sentimos un poco fuera de lugar.
_______ los tomó del brazo y los llevó hacia el salón de baile, donde un grupo musical estaba tocando en directo. Los condujo hacia la barra del bar, y les dijo con naturalidad:
—Aquí nadie se anda con formalismos, somos personas normales y corrientes.
—Personas normales y corrientes con aviones privados, y que se codean con estrellas del mundo del fútbol —rezongó el pelirrojo.
—Sí, pero vosotros también formaréis parte de este círculo social algún día. Joe me ha dicho que sois unos genios, que habéis diseñado un software que revolucionará la industria de los videojuegos.
Los dos se quedaron mirándola, y el más bajo comentó al final:
—Eres su hermana, ¿verdad?
—Su hermanastra, _______ Marsh.
—Yo soy Fred Turnbill —dijo el de rostro regordete—. Él es Jeremy Carswell, somos los propietarios de Shadow Software.
—Encantada de conoceros —les dijo, mientras les estrechaba la mano.
—Así que es tu hermanastro, ¿no? —Fred lanzó una mirada hacia Joe, que estaba charlando con un famoso actor—. Es bastante agresivo. No nos interesaba vender la empresa, pero ha seguido insistiendo. Nos ha ofrecido control creativo, puestos ejecutivos, y hasta una bonificación accionaria —soltó una risita nerviosa, y añadió—: Es difícil negarle algo a un hombre así.
—Sí, ya lo sé.
—Parece de lo más relajado aquí —comentó Fred—. Supongo que es normal, teniendo en cuenta su estatus económico.
_______ le dio una copa de champán a cada uno, y les dijo con tono confidencial:
—Joe hace lo que le exigen los negocios, pero seguro que os daría una impresión muy distinta si le vierais echándole el lazo al ganado en el rancho, o montando a caballo —con mirada ensoñadora, comentó—: No he visto a nadie más imponente que Joe cabalgando.
—¿A caballo?—murmuró Fred.
—¿Echándole el lazo al ganado? —dijo Jeremy.
_______ sonrió al verlos tan desconcertados. Fijó la mirada en Joe, y comentó:
—Es el dueño de un rancho en Comanche Wells, cría Santa Gertrudis. Cuando no está lidiando con los negocios, se ocupa del ganado junto a sus vaqueros.
—Vaya, parece que no es uno de esos hombres de negocios codiciosos empeñados en adueñarse del mundo entero —comentó Fred.
—Claro que no. Se esfuerza al máximo por proteger el medio ambiente, ni siquiera usa pesticidas —le dijo _______ con voz suave.
Joe pareció notar el peso de su mirada, porque se volvió hacia ella. Sus ojos se encontraron a través del salón de baile, y a pesar de la distancia, _______ sintió que le flaqueaban las rodillas y que le faltaba la respiración. Era la primera vez que la miraba así, como si quisiera devorarla.
Cuando consiguió apartar la mirada de él, soltó una risita nerviosa y comentó:
—Joe no es lo que parece.
Fred frunció los labios, y cruzó una mirada con Jeremy antes de decir:
—Esto cambia bastante las cosas. No sabíamos que el señor Pendleton trabajaba codo a codo con sus empleados, teníamos una imagen muy distinta de él. Supongo que nos hemos dejado guiar por las apariencias.
—Uno no puede dar nada por supuesto cuando se trata de Joe. Dios rompió el molde después de crearlo, es único. Siempre cumple sus promesas, es el hombre más honesto que he conocido en toda mi vida.
—Nos has convencido, vamos a unirnos a la corporación —le dijo Jeremy, sonriente.
—Vais a uniros a la familia —le corrigió ella con suavidad—. Joe ofrece vacaciones como bonificación y buenos paquetes de incentivos, y cuida de su gente.
—Por un próspero futuro —dijo Jeremy, mientras Fred y él alzaban sus copas.
_______ alzó la suya, y dijo:
—Brindo por eso.
Poco después, se despidió de ellos y empezó a hacer la ronda de rigor para saludar al resto de invitados. Al cabo de unos minutos vio a Joe hablando con ellos muy sonriente, y no pudo evitar soltar una pequeña carcajada. No era la primera vez que le ayudaba a concretar un trato, cada vez se le daba mejor.
A eso de la medianoche, coincidió con él en la mesa de las bebidas. La pista de baile estaba llena de parejas bailando al ritmo de una canción lenta y romántica.
—¿Quieres bailar, Joe? —le preguntó, sonriente.
No le sorprendió que él respondiera negando con la cabeza. Le había visto bailar con varias mujeres a lo largo de la velada, incluyendo una bastante mayor que había asistido sola a la fiesta, pero en los últimos tiempos casi nunca bailaba con ella por mucho que intentara convencerlo.
—Bailas con otra gente —le dijo, ceñuda.
—Contigo no.
Su rechazo le dolió, porque no entendía a qué se debía. Sabía que era bastante patosa, pero bailar no se le daba mal. Agarró una copa de champán, y la llenó mientras intentaba disimular su decepción.
—No quiero herir tus sentimientos, _______. Tengo motivos para no querer bailar contigo, buenos motivos. Lo que pasa es que no puedo decirte cuáles son.
—No pasa nada —le dijo, con una sonrisa forzada.
Él la miró visiblemente tenso, y al final le dijo con voz cortante:
—Miras pero no ves, _______.
—No te entiendo.
—Eso ya lo sé —masculló en voz baja.
_______ tomó un sorbo de champán, pero él le quitó la copa con suavidad y, sin dejar de mirarla a los ojos, posó los labios en el lugar exacto donde habían estado los suyos y tomó un trago. Fue un acto deliberado, sensual y provocativo que la dejó atónita, y lo contempló con los labios entreabiertos. Fue incapaz de apartar los ojos mientras él le sostenía la mirada, y la inundó una explosión de sensaciones tan intensa que la dejó sin habla.
—¿Te he escandalizado, _______? —le preguntó, mientras le devolvía la copa.
—No… no lo sé.
Él alzó la mano, y con la punta de los dedos trazó una línea desde su mejilla sonrosada hasta la comisura de su boca. Con la mirada fija en sus labios, comentó:
—Has cerrado el trato.
—¿Qué… qué trato?
—El de la empresa informática. Han accedido a cerrar el trato gracias a ti, ni siquiera he tenido que presentarles a los futbolistas —recorrió con los dedos el contorno de sus labios, y añadió—: Tienes una facilidad increíble para conseguir que la gente se sienta cómoda, es un don.
—¿Un don? —le dijo, con voz queda. El roce de sus dedos en los labios era tan erótico, que la tenía cautivada. Apenas era consciente de lo que estaban hablando, y se acercó más a él de forma instintiva.
Joe se inclinó hacia ella para que nadie pudiera oírlos. La reacción de _______ ante su cercanía era todo un tormento, estaba enloquecido de deseo.
—Estoy oyendo el latido de tu corazón, _______ —le dijo, en voz baja.
—¿En… en serio? —su voz era apenas un susurro. Se sentía incapaz de apartar los ojos de su boca.
Él bajó la cabeza un poco más, y entreabrió los labios cuando sus bocas quedaron a un suspiro de distancia. Cuando ella alzó las manos y las posó sobre su camisa, se puso tenso de pies a cabeza y sintió que el corazón le martilleaba en el pecho.
—¿Qué harías si me inclinara un poco más y nuestros labios se tocaran? —le preguntó, con voz ronca y sensual.
_______ ni siquiera le escuchó, sólo era consciente de aquella boca tentadora que le llenaba la mente con sensuales imágenes. Cuando las piernas le flaquearon, tuvo que aferrarse a él y sintió el vello y los músculos que se ocultaban bajo la tela de la camisa.
—Podría reclinarte contra mi brazo y apretarte contra mí con tanta fuerza, que no podrías respirar hasta que yo lo hiciera —le susurró él, con voz ronca—. Podría besarte con tanta pasión, que los labios te quedarían hinchados.
Ella estaba de puntillas, con los senos apretados contra su pecho, y sintió cómo se le contraían los músculos bajo la chaqueta del esmoquin. Alzó la boca hacia él en una súplica muda. Estaba acalorada, el deseo que la embargaba era casi doloroso. No podía ocultar el temblor que la sacudía, pero le daba igual. Lo único que importaba era que él se acercara más, que la besara hasta hacerla arder de pasión, que saciara el anhelo que la atormentaba, que liberara aquella tensión insoportable…
—Joe… —alcanzó a decir con voz queda, mientras se aferraba con fuerza a sus hombros.
—¡Eh, Joe! —dijo una voz tras ellos—, ¿puedes explicarle a Ted cómo funciona ese nuevo programa informático de la empresa de California que te interesa? Quiere entrar en el negocio.
Joe se incorporó de golpe, como si acabaran de pegarle un tiro. Hizo un esfuerzo titánico por controlarse, y se volvió hacia el empresario que acababa de hablarle.
—Vamos a hablar con los inventores, ellos podrán explicárselo mejor —le dijo, con una sonrisa forzada, antes de marcharse sin mirar siquiera a _______.
El empresario vaciló por un instante al mirarla y ver la extraña expresión que se reflejaba en su rostro, pero como estaba un poco borracho, se dijo que la breve escenita que acababa de presenciar era una aberración provocada por todo el whisky que había bebido; al fin y al cabo, Joe sería incapaz de besar a su hermanastra en público.
Capítulo 3
Para _______ fue todo un alivio no volver a estar a solas con Joe en toda la velada, y tuvo la impresión de que el sentimiento era mutuo. Él le dio las buenas noches cuando los invitados se marcharon, pero lo hizo de forma cortante y formal, como si se sintiera avergonzado por lo que había pasado antes. Al principio, ella había creído que había intentado seducirla de forma deliberada, pero empezaba a pensar que había sido una pérdida de control involuntaria. Lo que había sucedido había cambiado la relación que los unía… a lo mejor se había comportado así porque estaba un poco bebido, y después se había arrepentido de lo que había hecho.
La explicación le parecía poco probable, porque Joe nunca bebía whisky. A veces tomaba vino blanco o champán, pero siempre con mucha moderación; además, lo había tenido muy cerca y no había notado que el aliento le oliera a alcohol, así que no sabía qué pensar. La mortificaba haber revelado la atracción que sentía por él. Nunca había tenido intención de revelarle sus sentimientos, porque sería como hacer promesas que no podría cumplir, pero el comportamiento de Joe la había dejado desorientada.
Cuando subió a su dormitorio, cerró la puerta con llave. Aún no se había recuperado del impacto que le había causado lo que había sucedido… lo que más la había afectado no era el comportamiento de Joe en sí, sino cómo había reaccionado ella.
Le había deseado, era la primera vez en su vida adulta que sentía verdadero deseo físico. Llevaba años pensando que era una mujer sin lívido, incapaz de sentir pasión, pero su cuerpo acababa de despertar y lo que estaba descubriendo sobre sí misma la angustiaba. No era inmune a los hombres, ya no. Era vulnerable… y Joe lo sabía.
Recordó las advertencias de su madre mientras se ponía un largo camisón de algodón y se metía en la cama. Después de arroparse bien con la colcha blanca y las sábanas bordadas a mano, fijó la mirada en el dosel bajo la luz tenue de la lamparita de noche. La sensual provocación de Joe la había dejado temblorosa. Sabía que jamás podría olvidar el deseo que había visto reflejado en sus ojos negros, en sus caricias. En ese terreno era un verdadero desconocido para ella. Se preguntó si había llegado tan lejos de forma deliberada, o si había perdido el control. Él nunca se había comportado así en público con ninguna mujer, y mucho menos con ella.
Empezaba a entender por qué tantas mujeres hermosas pululaban a su alrededor como satélites, intentando llamar su atención. Lo que las atraía no era su dinero, sino el hombre en sí, un hombre tierno y sensual. Lo que la tenía intrigada era por qué había cambiado de repente su actitud hacia ella, y por qué se había negado a bailar con ella. No era la primera vez que lo hacía; de hecho, Joe llevaba más de dos años evitando tener cualquier tipo de contacto físico con ella. ¿Qué había ocurrido?, ¿por qué había cambiado de actitud de un día para otro?
No, no había sido de un día para otro, también había estado raro el día de la subasta de ganado. La miraba con una expresión intensa, rapaz. Era como un enorme felino luchando contra la correa que lo sujetaba… ¿qué pasaría si lograba liberarse? Por un lado, estaba intrigada y quería saberlo, pero por el otro, seguía teniendo miedo de ese tipo de cosas, aunque se tratara de Joe.
Pasó la noche en vela, debatiéndose entre el deseo de ver a Joe y el temor que le causaba la idea de tenerlo cerca. ¿Cómo iba a seguir tratándolo con naturalidad después de lo que había pasado?
A la mañana siguiente, salió del dormitorio sin maquillar, con el pelo recogido en una coleta, y vestida con unos vaqueros viejos, una camisa larga de algodón, y unas zapatillas de deporte. Quería estar poco atractiva, por si Joe seguía allí.
Su camuflaje resultó ser innecesario, porque el comedor estaba vacío. Mientras desdoblaba la servilleta y se servía una taza de café, se dio cuenta de que la mesa estaba preparada con el servicio para una sola persona.
—¿Dónde está Joe? —le preguntó a la señora Harcourt, que acababa de entrar con una bandeja de carnes y huevos revueltos.
—Se ha marchado esta mañana como una exhalación, antes de que me diera tiempo de meter las galletas en el horno. Estaba tenso y nervioso, se ha ido en ese enorme coche suyo como alma que lleva el diablo. No me extraña que se llame Jaguar, sonaba como un gato salvaje mientras se alejaba de aquí.
Traducción: Joe estaba enfadado. Solía desfogarse en la carretera, era un defecto que le había costado bastantes multas de tráfico. No era un conductor imprudente, pero iba demasiado rápido.
Mientras se servía una buena cantidad de huevos revueltos, no supo si sentirse aliviada o decepcionada. Sabía que la ausencia de Joe sólo servía para posponer lo inevitable, porque no podían retomar la relación de antes después de lo que había pasado.
—Está muy seria, ¿no disfrutó de la fiesta? —le preguntó la señora Harcourt con voz suave, mientras le acercaba sonriente más platos de comida.
—¿Qué…? No, no es eso, aunque fue larga y ruidosa. La verdad es que no soy una persona fiestera —admitió, con una pequeña sonrisa.
—Joe tampoco lo es, preferiría vivir en su rancho y ser un simple vaquero.
—¿Cómo consiguió el rancho?
Su pregunta pareció sobresaltar a la mujer, pero se recuperó de inmediato y le dijo:
—Se lo compró a mi familia, pertenecía a mi abuelo. La verdad es que el lugar no estaba en muy buen estado, yo creía que acabaría dividido o que construirían un centro comercial. Me alegro de que no fuera así.
_______ tomó un trago de café mientras le daba vueltas al asunto, y comentó:
—Lo compró un año antes de que su padre muriera.
—Sí —la voz de la señora Harcourt adquirió un ligero matiz cortante.
—El señor Pendleton se quedó bastante anticuado, ¿verdad? —_______ dejó la taza sobre la mesa, y añadió—: No le gustaba el rancho, ni que Joe trabajara allí. Decía que un Pendleton no debía rebajarse a hacer ese tipo de trabajos.
—Le daba mucha importancia a la posición social. No permitía que el capataz de Joe entrara en la mansión por la puerta principal, porque decía que los empleados tenían que entrar por la de atrás.
—Qué ridiculez.
—Joe y él tuvieron una pelea muy fuerte por ese tema, y Joe ganó —la señora Harcourt soltó una carcajada—. Joe podrá tener algún que otro defecto… muy pocos, por supuesto… pero está claro que no es un esnob.
—¿Quería a su padre? —_______ soltó una risita nerviosa, y se apresuró a añadir—: Qué pregunta tan tonta, claro que le quería. Nunca olvidaré el día que fuimos a la lectura del testamento. Glory y yo recibimos dinero, pero el abogado quiso hablar con Joe a solas sobre todo lo demás. ¿Se acuerda?, Joe se emborrachó al salir de allí. Es la única vez que le he visto borracho. No derramó ni una lágrima en el funeral de su padre, pero se puso como loco después de ver el testamento. Supongo que tardó unos días en asimilar la pérdida. Su madre había muerto años atrás, y el hecho de perder para siempre a su padre… ¡señora Harcourt! ¿Se encuentra bien? —exclamó, al ver que al ama de llaves se le había escurrido la cafetera y acababa de quemarse la mano.
Se levantó de golpe, y la llevó a la cocina. Hizo que pusiera la mano debajo del grifo del fregadero, y le dijo con calma:
—No se mueva, ahora vuelvo —fue al cuarto de baño, y después de sacar del botiquín todo lo necesario, regresó a toda prisa a la cocina.
—Estaba acordándome de cuando Baker se comió los bulbos el año pasado —le dijo, con una carcajada.
—Le encantan, he tenido que vallar tu jardín de flores.
—¿Qué?
—Es una valla blanca de madera, queda bastante bien.
—Qué amable que eres.
—¿En serio?
Después de dejar a un lado las tijeras, _______ se levantó y se sacudió la falda. Al ver que acababa de mancharla incluso más, masculló:
—Diantre, esto no hay quien lo quite.
—La señora Harcourt puede quitar cualquier mancha, tiene un montón de productos de limpieza escondidos en la despensa.
Ella se echó a reír, y comentó:
—Sí, pero es Dilly la que se ocupa de la colada.
—Ella también tiene toda clase de productos para limpiar.
_______ bajó la mirada hacia sus zapatillas de deporte, y se dio cuenta de que estaban manchadas de barro.
—No puedo entrar así en casa —se las quitó de inmediato, pero sólo consiguió manchar de barro los calcetines—. ¡Diantre!
—Voy a tener que enseñarte a decir palabrotas, _______.
—Tú dices de sobra por los dos, y en dos idiomas.
—Eso es verdad.
—El suelo está frío —soltó una exclamación ahogada cuando Joe la alzó en brazos como si no pesara nada. La fuerza de aquellos brazos poderosos la estremeció, y se aferró a su cuello por miedo a que la soltara.
Nunca le había gustado que la llevaran en brazos, pero le resultaba muy estimulante que él lo hiciera. Tenerlo tan cerca la estremecía de pies a cabeza, no podía controlar la fascinación que sentía por él. Cuando la alzó un poco para sujetarla mejor, notó su aliento en el rostro, el movimiento de los músculos de su pecho, y el ligero aroma a colonia cara y a jabón.
El anhelo que había empezado a consumirla se volvió casi doloroso, y su mente empezó a llenarse con pensamientos extraños y peligrosos. Tendría que quedarse quieta, debería alejarse… pero mientras su mente intentaba decirle lo que tendría que hacer, se acercó aún más a aquel cuerpo cálido y masculino y hundió el rostro en su cuello. Tuvo la impresión de que Joe se estremecía, pero supuso que habían sido imaginaciones suyas. Jamás había conocido a un hombre con tanto autocontrol.
—Ya sé que no te gusta que te levanten en brazos —le dijo él, con voz ronca. Soltó una pequeña carcajada, y añadió—: Pero no puedes caminar por la alfombra blanca sin zapatos y con los calcetines sucios, cielo —la acercó más contra su cuerpo, hasta que sus senos pequeños y firmes quedaron aplastados contra su pecho musculoso—. Quédate quieta, y piensa en Inglaterra.
_______ lo miró ceñuda mientras la llevaba hacia la casa. Él la agarró mejor para poder abrir la puerta principal, y en cuanto entraron, cerró la puerta con el pie antes de dirigirse hacia la escalera que llevaba al segundo piso de la enorme mansión.
—¿Inglaterra? —le preguntó, desconcertada.
—Sí —le dijo él, sonriente, mientras la llevaba escaleras arriba.
—Inglaterra —nunca había estado allí.
Él se detuvo al llegar a su dormitorio, y la miró a los ojos. Lo tenía demasiado cerca, notaba la calidez de su aliento en el rostro. Estaba acalorada y con la respiración entrecortada al sentir aquellos brazos fuertes sujetándola, al tener tan cerca la calidez de su cuerpo. No quería moverse, quería que la apretara con más fuerza.
—En las películas antiguas, las mujeres se sacrificaban por el bien de su país, ¿verdad? —le dijo él.
A pesar de que seguía sonriendo, sus ojos negros reflejaban un brillo extraño, una expresión velada que dejaba entrever cosas con las que ella no estaba familiarizada, pero en ese momento _______ estaba centrada en controlar el ritmo acelerado de su corazón.
—¿A qué películas te refieres?
—Da igual —le espetó con frustración, antes de dejarla de pie con cierta brusquedad.
—No suelo ver películas antiguas, Joe. No tenemos ninguna —le dijo, para intentar aplacarle.
—Te compraré unas cuantas, y también un par de documentales.
—¿Documentales?, ¿sobre qué? —estaba cada vez más desconcertada.
Él abrió la boca para contestar, pero pareció pensárselo mejor y volvió a cerrarla. Al cabo de un instante, le dijo:
—Será mejor que dejemos el tema. No tardes demasiado.
—No te preocupes —al ver que parecía enfadado con ella, vaciló por un segundo y le preguntó—: ¿Qué ropa me pongo? —lo dijo para intentar apaciguarlo, porque sabía que a él le gustaba que le pidiera su opinión.
Él la recorrió de pies a cabeza con la mirada, y al final le dijo con voz suave:
—El vestido dorado que te traje de París, te queda muy bien.
—¿No es demasiado formal para un cóctel?
Él se le acercó un poco más. Era tan alto, que la coronilla de _______ le llegaba a la altura de la nariz. La miró a los ojos, y alzó una mano para acariciarle el pelo.
—No, no es demasiado formal. Y déjate el pelo suelto, hazlo por mí.
_______ sintió una oleada de calidez y un extraño nerviosismo al oír su voz cálida y profunda, tan suave como el satén. Sus labios se abrieron como por voluntad propia mientras lo miraba a los ojos, y se quedó sin aliento cuando él posó la mano bajo su barbilla para que la alzara y trazó su boca con el pulgar.
Joe entrecerró los ojos, y su mandíbula se tensó de forma visible. La contempló en silencio durante unos segundos, y al final dijo con voz suave:
—Sí —la soltó poco a poco, dio media vuelta, y bajó a la primera planta de la mansión.
_______ lo siguió con la mirada, fascinada. Alzó la mano hacia su boca, y la rozó con los dedos. El corazón le latía con tanta fuerza, que pensó que se le iba a salir del pecho. No podía recobrar el aliento. Era la primera vez que Joe la tocaba así…
No se atrevió a pensar a fondo en el asunto, no era el momento adecuado. Dio media vuelta, y se apresuró a entrar en su dormitorio.
Mientras bajaba la larga escalera curva, _______ recorrió con la mirada el salón repleto de elegantes invitados. Reconoció de inmediato a los propietarios de la empresa de informática, ya que los trajes que llevaban no les quedaban del todo bien y parecían fuera de lugar e incómodos.
Ella era toda una veterana en cuanto a reuniones sociales, así que entendía que se sintieran un poco desplazados. Había tardado bastante en acostumbrarse a los coches lujosos, la ropa de diseño, y las fiestas como aquélla; de hecho, en muchos aspectos se sentía mucho más cómoda con los vaqueros de Joe que entre millonarios y grandes empresarios, aunque en esa ocasión se sentía bastante presentable.
El ajustado vestido dorado que llevaba le cubría un brazo, y dejaba el otro desnudo. Le llegaba a los tobillos, pero por la espalda la sedosa tela caía hasta la base de la columna y dejaba al descubierto su piel aterciopelada. Llevaba el pelo suelto, y la larga melena rubia le enmarcaba el rostro. Se había puesto un collar de arandelas de oro entrelazadas, y unos pendientes a juego. Estaba guapa, y parecía más joven de lo que era.
Se acercó al pelirrojo delgado y pecoso que parecía ser el que llevaba la voz cantante, y le dijo sonriente:
—Hola, ¿todo va bien?
Él se quedó mirándola, y se puso rojo como un tomate.
—Eh… sí, eh… pues…
Su compañero, un joven de color con el rostro regordete, carraspeó un poco y comentó:
—Nos sentimos un poco fuera de lugar.
_______ los tomó del brazo y los llevó hacia el salón de baile, donde un grupo musical estaba tocando en directo. Los condujo hacia la barra del bar, y les dijo con naturalidad:
—Aquí nadie se anda con formalismos, somos personas normales y corrientes.
—Personas normales y corrientes con aviones privados, y que se codean con estrellas del mundo del fútbol —rezongó el pelirrojo.
—Sí, pero vosotros también formaréis parte de este círculo social algún día. Joe me ha dicho que sois unos genios, que habéis diseñado un software que revolucionará la industria de los videojuegos.
Los dos se quedaron mirándola, y el más bajo comentó al final:
—Eres su hermana, ¿verdad?
—Su hermanastra, _______ Marsh.
—Yo soy Fred Turnbill —dijo el de rostro regordete—. Él es Jeremy Carswell, somos los propietarios de Shadow Software.
—Encantada de conoceros —les dijo, mientras les estrechaba la mano.
—Así que es tu hermanastro, ¿no? —Fred lanzó una mirada hacia Joe, que estaba charlando con un famoso actor—. Es bastante agresivo. No nos interesaba vender la empresa, pero ha seguido insistiendo. Nos ha ofrecido control creativo, puestos ejecutivos, y hasta una bonificación accionaria —soltó una risita nerviosa, y añadió—: Es difícil negarle algo a un hombre así.
—Sí, ya lo sé.
—Parece de lo más relajado aquí —comentó Fred—. Supongo que es normal, teniendo en cuenta su estatus económico.
_______ le dio una copa de champán a cada uno, y les dijo con tono confidencial:
—Joe hace lo que le exigen los negocios, pero seguro que os daría una impresión muy distinta si le vierais echándole el lazo al ganado en el rancho, o montando a caballo —con mirada ensoñadora, comentó—: No he visto a nadie más imponente que Joe cabalgando.
—¿A caballo?—murmuró Fred.
—¿Echándole el lazo al ganado? —dijo Jeremy.
_______ sonrió al verlos tan desconcertados. Fijó la mirada en Joe, y comentó:
—Es el dueño de un rancho en Comanche Wells, cría Santa Gertrudis. Cuando no está lidiando con los negocios, se ocupa del ganado junto a sus vaqueros.
—Vaya, parece que no es uno de esos hombres de negocios codiciosos empeñados en adueñarse del mundo entero —comentó Fred.
—Claro que no. Se esfuerza al máximo por proteger el medio ambiente, ni siquiera usa pesticidas —le dijo _______ con voz suave.
Joe pareció notar el peso de su mirada, porque se volvió hacia ella. Sus ojos se encontraron a través del salón de baile, y a pesar de la distancia, _______ sintió que le flaqueaban las rodillas y que le faltaba la respiración. Era la primera vez que la miraba así, como si quisiera devorarla.
Cuando consiguió apartar la mirada de él, soltó una risita nerviosa y comentó:
—Joe no es lo que parece.
Fred frunció los labios, y cruzó una mirada con Jeremy antes de decir:
—Esto cambia bastante las cosas. No sabíamos que el señor Pendleton trabajaba codo a codo con sus empleados, teníamos una imagen muy distinta de él. Supongo que nos hemos dejado guiar por las apariencias.
—Uno no puede dar nada por supuesto cuando se trata de Joe. Dios rompió el molde después de crearlo, es único. Siempre cumple sus promesas, es el hombre más honesto que he conocido en toda mi vida.
—Nos has convencido, vamos a unirnos a la corporación —le dijo Jeremy, sonriente.
—Vais a uniros a la familia —le corrigió ella con suavidad—. Joe ofrece vacaciones como bonificación y buenos paquetes de incentivos, y cuida de su gente.
—Por un próspero futuro —dijo Jeremy, mientras Fred y él alzaban sus copas.
_______ alzó la suya, y dijo:
—Brindo por eso.
Poco después, se despidió de ellos y empezó a hacer la ronda de rigor para saludar al resto de invitados. Al cabo de unos minutos vio a Joe hablando con ellos muy sonriente, y no pudo evitar soltar una pequeña carcajada. No era la primera vez que le ayudaba a concretar un trato, cada vez se le daba mejor.
A eso de la medianoche, coincidió con él en la mesa de las bebidas. La pista de baile estaba llena de parejas bailando al ritmo de una canción lenta y romántica.
—¿Quieres bailar, Joe? —le preguntó, sonriente.
No le sorprendió que él respondiera negando con la cabeza. Le había visto bailar con varias mujeres a lo largo de la velada, incluyendo una bastante mayor que había asistido sola a la fiesta, pero en los últimos tiempos casi nunca bailaba con ella por mucho que intentara convencerlo.
—Bailas con otra gente —le dijo, ceñuda.
—Contigo no.
Su rechazo le dolió, porque no entendía a qué se debía. Sabía que era bastante patosa, pero bailar no se le daba mal. Agarró una copa de champán, y la llenó mientras intentaba disimular su decepción.
—No quiero herir tus sentimientos, _______. Tengo motivos para no querer bailar contigo, buenos motivos. Lo que pasa es que no puedo decirte cuáles son.
—No pasa nada —le dijo, con una sonrisa forzada.
Él la miró visiblemente tenso, y al final le dijo con voz cortante:
—Miras pero no ves, _______.
—No te entiendo.
—Eso ya lo sé —masculló en voz baja.
_______ tomó un sorbo de champán, pero él le quitó la copa con suavidad y, sin dejar de mirarla a los ojos, posó los labios en el lugar exacto donde habían estado los suyos y tomó un trago. Fue un acto deliberado, sensual y provocativo que la dejó atónita, y lo contempló con los labios entreabiertos. Fue incapaz de apartar los ojos mientras él le sostenía la mirada, y la inundó una explosión de sensaciones tan intensa que la dejó sin habla.
—¿Te he escandalizado, _______? —le preguntó, mientras le devolvía la copa.
—No… no lo sé.
Él alzó la mano, y con la punta de los dedos trazó una línea desde su mejilla sonrosada hasta la comisura de su boca. Con la mirada fija en sus labios, comentó:
—Has cerrado el trato.
—¿Qué… qué trato?
—El de la empresa informática. Han accedido a cerrar el trato gracias a ti, ni siquiera he tenido que presentarles a los futbolistas —recorrió con los dedos el contorno de sus labios, y añadió—: Tienes una facilidad increíble para conseguir que la gente se sienta cómoda, es un don.
—¿Un don? —le dijo, con voz queda. El roce de sus dedos en los labios era tan erótico, que la tenía cautivada. Apenas era consciente de lo que estaban hablando, y se acercó más a él de forma instintiva.
Joe se inclinó hacia ella para que nadie pudiera oírlos. La reacción de _______ ante su cercanía era todo un tormento, estaba enloquecido de deseo.
—Estoy oyendo el latido de tu corazón, _______ —le dijo, en voz baja.
—¿En… en serio? —su voz era apenas un susurro. Se sentía incapaz de apartar los ojos de su boca.
Él bajó la cabeza un poco más, y entreabrió los labios cuando sus bocas quedaron a un suspiro de distancia. Cuando ella alzó las manos y las posó sobre su camisa, se puso tenso de pies a cabeza y sintió que el corazón le martilleaba en el pecho.
—¿Qué harías si me inclinara un poco más y nuestros labios se tocaran? —le preguntó, con voz ronca y sensual.
_______ ni siquiera le escuchó, sólo era consciente de aquella boca tentadora que le llenaba la mente con sensuales imágenes. Cuando las piernas le flaquearon, tuvo que aferrarse a él y sintió el vello y los músculos que se ocultaban bajo la tela de la camisa.
—Podría reclinarte contra mi brazo y apretarte contra mí con tanta fuerza, que no podrías respirar hasta que yo lo hiciera —le susurró él, con voz ronca—. Podría besarte con tanta pasión, que los labios te quedarían hinchados.
Ella estaba de puntillas, con los senos apretados contra su pecho, y sintió cómo se le contraían los músculos bajo la chaqueta del esmoquin. Alzó la boca hacia él en una súplica muda. Estaba acalorada, el deseo que la embargaba era casi doloroso. No podía ocultar el temblor que la sacudía, pero le daba igual. Lo único que importaba era que él se acercara más, que la besara hasta hacerla arder de pasión, que saciara el anhelo que la atormentaba, que liberara aquella tensión insoportable…
—Joe… —alcanzó a decir con voz queda, mientras se aferraba con fuerza a sus hombros.
—¡Eh, Joe! —dijo una voz tras ellos—, ¿puedes explicarle a Ted cómo funciona ese nuevo programa informático de la empresa de California que te interesa? Quiere entrar en el negocio.
Joe se incorporó de golpe, como si acabaran de pegarle un tiro. Hizo un esfuerzo titánico por controlarse, y se volvió hacia el empresario que acababa de hablarle.
—Vamos a hablar con los inventores, ellos podrán explicárselo mejor —le dijo, con una sonrisa forzada, antes de marcharse sin mirar siquiera a _______.
El empresario vaciló por un instante al mirarla y ver la extraña expresión que se reflejaba en su rostro, pero como estaba un poco borracho, se dijo que la breve escenita que acababa de presenciar era una aberración provocada por todo el whisky que había bebido; al fin y al cabo, Joe sería incapaz de besar a su hermanastra en público.
Capítulo 3
Para _______ fue todo un alivio no volver a estar a solas con Joe en toda la velada, y tuvo la impresión de que el sentimiento era mutuo. Él le dio las buenas noches cuando los invitados se marcharon, pero lo hizo de forma cortante y formal, como si se sintiera avergonzado por lo que había pasado antes. Al principio, ella había creído que había intentado seducirla de forma deliberada, pero empezaba a pensar que había sido una pérdida de control involuntaria. Lo que había sucedido había cambiado la relación que los unía… a lo mejor se había comportado así porque estaba un poco bebido, y después se había arrepentido de lo que había hecho.
La explicación le parecía poco probable, porque Joe nunca bebía whisky. A veces tomaba vino blanco o champán, pero siempre con mucha moderación; además, lo había tenido muy cerca y no había notado que el aliento le oliera a alcohol, así que no sabía qué pensar. La mortificaba haber revelado la atracción que sentía por él. Nunca había tenido intención de revelarle sus sentimientos, porque sería como hacer promesas que no podría cumplir, pero el comportamiento de Joe la había dejado desorientada.
Cuando subió a su dormitorio, cerró la puerta con llave. Aún no se había recuperado del impacto que le había causado lo que había sucedido… lo que más la había afectado no era el comportamiento de Joe en sí, sino cómo había reaccionado ella.
Le había deseado, era la primera vez en su vida adulta que sentía verdadero deseo físico. Llevaba años pensando que era una mujer sin lívido, incapaz de sentir pasión, pero su cuerpo acababa de despertar y lo que estaba descubriendo sobre sí misma la angustiaba. No era inmune a los hombres, ya no. Era vulnerable… y Joe lo sabía.
Recordó las advertencias de su madre mientras se ponía un largo camisón de algodón y se metía en la cama. Después de arroparse bien con la colcha blanca y las sábanas bordadas a mano, fijó la mirada en el dosel bajo la luz tenue de la lamparita de noche. La sensual provocación de Joe la había dejado temblorosa. Sabía que jamás podría olvidar el deseo que había visto reflejado en sus ojos negros, en sus caricias. En ese terreno era un verdadero desconocido para ella. Se preguntó si había llegado tan lejos de forma deliberada, o si había perdido el control. Él nunca se había comportado así en público con ninguna mujer, y mucho menos con ella.
Empezaba a entender por qué tantas mujeres hermosas pululaban a su alrededor como satélites, intentando llamar su atención. Lo que las atraía no era su dinero, sino el hombre en sí, un hombre tierno y sensual. Lo que la tenía intrigada era por qué había cambiado de repente su actitud hacia ella, y por qué se había negado a bailar con ella. No era la primera vez que lo hacía; de hecho, Joe llevaba más de dos años evitando tener cualquier tipo de contacto físico con ella. ¿Qué había ocurrido?, ¿por qué había cambiado de actitud de un día para otro?
No, no había sido de un día para otro, también había estado raro el día de la subasta de ganado. La miraba con una expresión intensa, rapaz. Era como un enorme felino luchando contra la correa que lo sujetaba… ¿qué pasaría si lograba liberarse? Por un lado, estaba intrigada y quería saberlo, pero por el otro, seguía teniendo miedo de ese tipo de cosas, aunque se tratara de Joe.
Pasó la noche en vela, debatiéndose entre el deseo de ver a Joe y el temor que le causaba la idea de tenerlo cerca. ¿Cómo iba a seguir tratándolo con naturalidad después de lo que había pasado?
A la mañana siguiente, salió del dormitorio sin maquillar, con el pelo recogido en una coleta, y vestida con unos vaqueros viejos, una camisa larga de algodón, y unas zapatillas de deporte. Quería estar poco atractiva, por si Joe seguía allí.
Su camuflaje resultó ser innecesario, porque el comedor estaba vacío. Mientras desdoblaba la servilleta y se servía una taza de café, se dio cuenta de que la mesa estaba preparada con el servicio para una sola persona.
—¿Dónde está Joe? —le preguntó a la señora Harcourt, que acababa de entrar con una bandeja de carnes y huevos revueltos.
—Se ha marchado esta mañana como una exhalación, antes de que me diera tiempo de meter las galletas en el horno. Estaba tenso y nervioso, se ha ido en ese enorme coche suyo como alma que lleva el diablo. No me extraña que se llame Jaguar, sonaba como un gato salvaje mientras se alejaba de aquí.
Traducción: Joe estaba enfadado. Solía desfogarse en la carretera, era un defecto que le había costado bastantes multas de tráfico. No era un conductor imprudente, pero iba demasiado rápido.
Mientras se servía una buena cantidad de huevos revueltos, no supo si sentirse aliviada o decepcionada. Sabía que la ausencia de Joe sólo servía para posponer lo inevitable, porque no podían retomar la relación de antes después de lo que había pasado.
—Está muy seria, ¿no disfrutó de la fiesta? —le preguntó la señora Harcourt con voz suave, mientras le acercaba sonriente más platos de comida.
—¿Qué…? No, no es eso, aunque fue larga y ruidosa. La verdad es que no soy una persona fiestera —admitió, con una pequeña sonrisa.
—Joe tampoco lo es, preferiría vivir en su rancho y ser un simple vaquero.
—¿Cómo consiguió el rancho?
Su pregunta pareció sobresaltar a la mujer, pero se recuperó de inmediato y le dijo:
—Se lo compró a mi familia, pertenecía a mi abuelo. La verdad es que el lugar no estaba en muy buen estado, yo creía que acabaría dividido o que construirían un centro comercial. Me alegro de que no fuera así.
_______ tomó un trago de café mientras le daba vueltas al asunto, y comentó:
—Lo compró un año antes de que su padre muriera.
—Sí —la voz de la señora Harcourt adquirió un ligero matiz cortante.
—El señor Pendleton se quedó bastante anticuado, ¿verdad? —_______ dejó la taza sobre la mesa, y añadió—: No le gustaba el rancho, ni que Joe trabajara allí. Decía que un Pendleton no debía rebajarse a hacer ese tipo de trabajos.
—Le daba mucha importancia a la posición social. No permitía que el capataz de Joe entrara en la mansión por la puerta principal, porque decía que los empleados tenían que entrar por la de atrás.
—Qué ridiculez.
—Joe y él tuvieron una pelea muy fuerte por ese tema, y Joe ganó —la señora Harcourt soltó una carcajada—. Joe podrá tener algún que otro defecto… muy pocos, por supuesto… pero está claro que no es un esnob.
—¿Quería a su padre? —_______ soltó una risita nerviosa, y se apresuró a añadir—: Qué pregunta tan tonta, claro que le quería. Nunca olvidaré el día que fuimos a la lectura del testamento. Glory y yo recibimos dinero, pero el abogado quiso hablar con Joe a solas sobre todo lo demás. ¿Se acuerda?, Joe se emborrachó al salir de allí. Es la única vez que le he visto borracho. No derramó ni una lágrima en el funeral de su padre, pero se puso como loco después de ver el testamento. Supongo que tardó unos días en asimilar la pérdida. Su madre había muerto años atrás, y el hecho de perder para siempre a su padre… ¡señora Harcourt! ¿Se encuentra bien? —exclamó, al ver que al ama de llaves se le había escurrido la cafetera y acababa de quemarse la mano.
Se levantó de golpe, y la llevó a la cocina. Hizo que pusiera la mano debajo del grifo del fregadero, y le dijo con calma:
—No se mueva, ahora vuelvo —fue al cuarto de baño, y después de sacar del botiquín todo lo necesario, regresó a toda prisa a la cocina.
anasmile
Re: Para Siempre Joe & Tú-adaptacion
hay dios mio casi casi
me fascino el cap espero q sigas con mas calitulos ahora mismo :)
me fascino el cap espero q sigas con mas calitulos ahora mismo :)
ElitzJb
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