Nowhere But Up.

El club de los sin nombre es la cosa más admirable que encontrarás jamás. Sobrevivientes de la sociedad, del rechazo y de los problemas. El club de los sin nombre es un club no club, sus pertenecientes no saben que están en un club, sólo son mejores amigos, colegas, compañeros que se defienden a capa y espada unos a otros. Eso es ser buen amigo.
Bullying, Alcoholismo, drogas, cutting y bulimia acompañaron a sus integrantes en el pasado y hoy, estos sonríen, con al frente en alto, como los triunfadores que son, ellos han crecen con una presión aplastante sobre sus hombros y jamás lo verás bajando los brazos, es más, jamás se detendrán hasta traspasar cada muro.
Como toda buena historia que merece ser narrada, os comenzaré contando el porqué de las cosas,  porque las cosas no pueden pasar porque sí y darles un argumento especifico y justificable es la  mejor manera de empezar toda buena historia que merece ser contada.
Bien, todo comenzó hace dos años, en las afueras del colegio St. Joseph, dónde una pequeña estaba sentada al borde de la carretera. A esta hora ya no había autos que transitaran, no al menos con mucha frecuencia y sólo cuestión de verla ahí para tomar otra ruta.
¿Y cómo no? Sí la pobre estaba pálida y cada vez que una luz la enfocaba, perdía más color. A las cuatro de la mañana, cualquiera pensaría que era un alma en pena, ¡hasta ella misma desearía que eso fuera verdad! Pero era una cruel mentira, no era un alma en pena ni nada parecido, sólo estaba sentada en la acera, esperando quien sabe qué. Tal vez que el día comenzara oficialmente y que trajera cosas buenas, “como sí eso fuera posible”. O quizá que la luz del amanecer, el cual ya estaba tardando de por sí mucho tiempo, le diera ánimos de seguir con su vida… pero, ¿y sí el amanecer no volvía? ¿sí se había ido para siempre? ¿Qué sería de ella? ¿De su familia? Tenía que decirles, tenía que avisarles que el sol no volvería pero, eso solo serían tragedias, ¿no?
La ansiedad llenó, poco a poco, su perturbada mente y las cicatrices en sus brazos comenzaron a escocer con furia, clavo las uñas en estás y sus ojos salpicaron en lágrimas por aquellas marcas recientes, aun sin cerrar o cicatrizar. Maldijo y se detuvo, se dejó caer sobre el cemento y mientras miraba las estrellas con lágrimas en los ojos pensó que felices son ellas allá arriba. Solas, sin nadie que las critique, sin nadie que espere la grandeza de ellas, simples estrellas felices. Fin.  Sonrío por ese pensamiento y cerró los ojos. La paz lleno su mente y sonrío con todo el cinismo de una persona enferma que no quiere abandonar su enfermedad.
Entonces el claxon de un auto la hizo salir de sus pensamientos, sin embargo ya sabía de quien se trataba y sólo por eso ni siquiera se molestó en abrir los ojos. El auto estacionó junto a ella y sintió el cuerpo bajando del auto, y cuando supo que lo tenía en frente dijo su nombre con una sonrisa de oreja a oreja.
― Niall. ― Sabía de antemano que era él.