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Mensaje por BooBearGirl♥ Miér 07 Nov 2012, 5:29 pm

Autor: Danielle Steel
Adaptación: Sí.
Genero: Drama/Romance
Advertencias: Intentaré subir cada vez que pueda (:
Otras Paginas: nop...


SINOPSIS:

A Lottie Tomlinson le encantaba todo lo relacionado con la Navidad. Le encantaba el tiempo, los árboles iluminados en los jardines y las siluetas de Santa Claus hechas con bombillitas en los tejados. Le encantaban los villancicos, esperar la llegada de Santa Claus, ir a patinar sobre hielo y luego tomar chocolate caliente, hacer guirnaldas de palomitas de maíz con su madre y sentarse después a mirar maravillada lo bonito que quedaba el árbol de Navidad iluminado. Su madre la dejaba allí sentada, envuelta en el resplandor, con su rostro de niña de cinco años lleno de embeleso.
Joahnnah Tomlinson tenía cuarenta y un años cuando nació Lottie y fue una sorpresa para ellos. Hacía tiempo que Joahnnah había abandonado la esperanza de tener otro hijo. Ella y Mark lo habían intentado durante años, Louis ya tenía entonces diez, y habían acabado resignándose a tener un solo hijo. Louis era un niño estupendo y sus padres siempre se habían considerado afortunados. Jugaba a fútbol americano y a béisbol en la liga infantil, y cada invierno era la estrella del equipo de hockey sobre hielo. Era buen chico y hacía todo lo que debía, sacaba buenas notas en el colegio y se mostraba cariñoso con ellos, y sus travesuras garantizaban que era normal. No es que fuera el niño perfecto, pero era buen chaval. Tenía el cabello rubio como su madre Jay y unos penetrantes ojos azules como su padre. También tenía sentido del humor y una mente despierta y, después de la sorpresa inicial, parecía haberse acostumbrado a la idea de tener una hermanita.
Durante los últimos cinco años y medio, desde el nacimiento de Lottie, Louis pensaba que el mundo giraba en torno a su hermana. Lottie era una criatura diminuta de amplia sonrisa y una carcajada que resonaba por toda la casa cada vez que Louis y ella estaban juntos. Cada día Lottie esperaba ansiosa mente el regreso de su hermano del colegio para sentarse a merendar galletas con leche en la cocina. Cuando nació Lottie, Jay dejó su trabajo a jornada completa para hacer sustituciones en escuelas. Decía que quería disfrutar de su último hijo todos los minutos que le fueran concedidos. Y así fue. Estaban siempre juntas.
Jay incluso encontró tiempo para colaborar como voluntaria durante dos años en la guardería a la que asistía Lottie, y ahora participaba en las actividades artísticas del parvulario. Por las tardes preparaban galletas o pan, o bien Jay le leía durante horas sentadas en la acogedora cocina. Sus vidas eran un círculo cálido en el que los cuatro se sentían protegidos de las cosas que ocurrían a las demás personas.
Mark cuidaba de ellos. Poseía el mayor negocio de venta de frutas y verduras al por mayor del estado y se ganaba bien la vida. El negocio iba bien desde el principio; antes de que pasara a sus manos lo había llevado su padre y su abuelo. Tenían una casa bonita en la mejor zona de la ciudad. No es que fueran ricos, pero estaban resguardados de los fríos vientos de cambio que afectaban a los agricultores y a quienes teñían negocios susceptibles de verse perjudicados por las modas. La demanda de comida de calidad era ingente y Mark Tomlinson siempre la había suministrado. Era un hombre afable y solícito y esperaba que algún día Louis se haría cargo del negocio. Pero quería que primero fuera a la universidad. Y también Lottie; Mark esperaba que fuera tan lista y tan culta como su madre. Lottie quería ser profesora, igual que su madre, pero él soñaba con que estudiara medicina o leyes. En aquellos tiempos era un sueño difícil de conseguir, pero Mark ya había ahorrado una suma considerable para costear la educación de Lottie, y también hacía varios años que tenía reservado el dinero para los estudios de Louis. De modo que financiera mente ambos tenían allanado el camino de la universidad. Mark era de los que creen en los sueños. Siempre decía que todo era posible si se deseaba con la intensidad suficiente y se estaba dispuesto a trabajar lo necesario para conseguirlo. Y él siempre había sido muy trabajador. Jay solía ayudarle, pero ahora le satisfacía que pudiera quedarse en casa. Le encantaba llegar a casa por las tardes y encontrarla con Lottie, o jugando a muñecas con su hija en la habitación de ésta. Se le ensanchaba el corazón sólo de mirarlas. Tenía cuarenta y nueve años y era feliz. Tenía una esposa maravillosa y dos hijos fantásticos
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~~~~~~~~~~

Bueno... Hola soy Sofía y la verdad es que amé este libro, por lo que decidí compartirlo con ustedes ;) háganme saber si les gustó :*
BooBearGirl♥
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Mensaje por BooBearGirl♥ Jue 08 Nov 2012, 8:28 am

CAPITULO 1


—¿Dónde estáis? —gritó aquella tarde al entrar en casa mientras se quitaba la nieve del sombrero y el abrigo y apartaba al perro, que agitaba la cola y correteaba alrededor de los charquitos que se formaban en el suelo.
Era una enorme setter irlandesa que se llamaba Bess.
—Estamos aquí atrás —gritó Jay, y Mark entró en la sala de estar, donde las encontró colgando monigotes de pan de jengibre del árbol de Navidad. Habían pasado la tarde preparándolos y mientras estaban en el horno Lottie había hecho cadenas de papel.
—¡Hola, papá! ¿Verdad que es bonito?
—Ya lo creo —respondió él sonriéndole, y la cogió en brazos sin esfuerzo.
Era un hombre fuerte de rasgos típicamente ingleses, como sus antepasados. Tenía el cabello negro, aunque sólo le faltaba un año para cumplir cincuenta, y unos ojos azul intenso que había heredado su hijo. Pese a ser rubia, Jay tenía los ojos castaño claro, a veces de un tono avellana. Pero el cabello de Lottie era tan claro que parecía casi blanco. Al sonreír mirando a su padre y frotando juguetona su naricilla contra la de él, parecía un ángel. La sentó cuidadosamente a su lado y se inclinó para darle un beso a su mujer mientras cruzaban una mirada cariñosa.
—¿Has tenido buen día? —preguntó ella.
Llevaban casados veintidós años y la mayor parte del tiempo, cuando no los asediaban las pequeñas contrariedades de la vida, parecían más enamorados que nunca. Se casaron dos años después de que Jay terminara los estudios. Ya trabajaba como profesora y tardó siete años en tener a Louis. Casi habían perdido la esperanza y el viejo doctor Thompson jamás supo por qué le costaba tanto quedar embarazada y no perder el niño una vez lo estaba. Había tenido tres abortos y les pareció un milagro cuando Louis por fin nació. Y todavía más cuando nació Lottie diez años más tarde. Reconocían que eran afortunados y que sus hijos les proporcionaban toda la alegría que esperaban de la vida.
—Me han llegado las naranjas de Florida —dijo Mark mientras se sentaba y cogía la pipa. El fuego ardía en la chimenea y la casa olía a pan de jengibre y a palomitas de maíz—. Mañana traeré unas cuantas.
—¡Me encantan las naranjas! —exclamó Lottie dando palmas. Se subió al regazo de su padre y Bess apoyó las dos patas en las rodillas de Mark e intentó subirse también. Mark la apartó suavemente. Jay bajó de la escalera para volver a besarlo y ofrecerle un vaso de zumo de manzana.
—Demasiado tentador para rechazarlo —dijo él sonriendo, y un momento después la siguió a la cocina, llevando a Lottie de la mano y admirando la esbelta figura de su mujer.
Unos instantes más tarde oyeron entrar a Louis por la puerta principal. Tenía la nariz y las mejillas coloradas y llevaba los patines en la mano.
—Mmm… ¡Qué bien huele! ¡Hola, mamá! ¡Hola, papá! ¿Qué hay, mocosa? ¿Qué has hecho hoy? ¿Te has comido todas las galletas de mamá? —Le revolvió el cabello y le dio un abrazo que le mojó la cara. En la calle estaba helando y nevaba cada vez más fuerte.
—Las galletas las he hecho yo con ayuda de mamá. Y sólo me he comido cuatro —dijo puntillosa mientras reían.
Era una monada de criatura a la que nadie se podía resistir, y mucho menos su hermano mayor o sus amorosos padres. Pero no estaba malcriada, simplemente se sentía querida y ello se percibía en el modo en que se enfrentaba al mundo y afrontaba cada nuevo desafío. Le gustaba la gente, le encantaba reír, jugar y correr con el cabello al viento. Y si le encantaba jugar con Bess, aún disfrutaba más con su hermano mayor, a quien miró con admiración mientras le cogía los gastados patines de la mano.
—¿Podemos ir a patinar mañana, Louis? —Había un pequeño lago cerca y los sábados por la mañana su hermano solía llevarla a patinar.
—Sólo si deja de nevar. Si sigue así ni siquiera podremos encontrar el lago —dijo mientras mordisqueaba una de las deliciosas galletas hechas por su madre, que le gustaban con delirio.
Su madre se quitó el delantal. Llevaba una pulcra blusa y una falda gris acampanada; siempre le complacía a Mark comprobar que conservaba la figura que tenía cuando la conoció en el instituto. Ella cursaba primero cuando él ya estaba a punto de terminar y durante una temporada le dio apuro admitir que estaba enamorado de una chica tan joven, pero con el tiempo todo el mundo se dio cuenta. Al principio se burlaban de él pero al cabo se acostumbraron a verlos siempre juntos. Al año siguiente empezó él a trabajar con su padre y ella cursó otros siete años de bachillerato y universidad, y luego trabajó de profesora durante dos años. Mark la esperó mucho tiempo, pero en ningún momento tuvo dudas. Todo lo que deseaban lo fueron consiguiendo lentamente, como sus hijos, pero cada una de las cosas buenas de su vida valían la pena de esperar. Ahora eran felices, tenían cuanto habían deseado.


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Mensaje por BooBearGirl♥ Jue 08 Nov 2012, 10:22 am

CAPITULO 2

—Mañana por la tarde tengo partido —anunció Louis mientras engullía dos galletas más.
—Pero si es casi Nochebuena —repuso su madre, sorprendida—. ¿No tenéis nada más que hacer?
Siempre asistían a los partidos, a no ser que ocurriera algo realmente importante que lo impidiera. Mark también había jugado a hockey sobre hielo y a fútbol americano, y le encantaba. Jay no estaba tan segura; tenía miedo de que Louis se hiciera daño. Conocían a un par de chicos que habían perdido algún diente en los partidos de hockey, pero Louis tenía cuidado y bastante suerte, pues nunca se había roto un hueso ni había sufrido lesiones de consideración, sólo un par de torceduras y contusiones que, como afirmaba su padre, formaban parte de la diversión.
—Por el amor de Dios, es un niño. No puedes tenerlo siempre envuelto en algodones.
Secretamente, Jay admitía que le habría gustado que fuese así. Quería tanto a sus hijos que no soportaba la idea de que les ocurriera nada malo, ni tampoco a Mark.
—¿Hoy ha sido el último día de colegio? —preguntó Lottie.
El chico asintió sonriendo. Tenía numerosos planes para las vacaciones, muchos de los cuales incluían a una chica llamada Emily, en la que se había fijado desde el día de Acción de Gracias. Ese mismo año se había mudado a Doncaster. Su madre era enfermera y su padre médico, y antes vivían en Chicago. Emily era bastante linda, lo bastante para que Louis la invitara a varios partidos de hockey. Pero todavía no había pasado de ahí. Pensaba invitaría a ir al cine la semana siguiente, e incluso a salir la noche de fin de año, pero aún no había reunido el valor suficiente para hacerlo.
Lottie sabía que a su hermano le gustaba Emily. Lo había visto mirarla un día que fueron a patinar y se la encontraron. Estaba también patinando con unos amigos y una de sus hermanas. Lottie pensó que no estaba mal, pero no acababa de entender por qué Louis iba de cabeza a causa de ella. Tenía el cabello oscuro, largo y reluciente, y patinaba bastante bien. Pero apenas habló con Louis; se limitó a mirarlos con frecuencia, y luego, cuando ya se iban, le hizo muecas a Lottie.
—Lo ha hecho porque le gustas —le explicó la niña a Louis con aire de suficiencia mientras regresaban a casa andando.
—No sé por qué lo dices —repuso él intentando demostrar indiferencia, aunque en realidad estaba violentado y nervioso.
—Mientras estabas patinando no ha parado de mirarte amorosamente. —Lottie se apartó el largo cabello rubio de un hombro dándoselas de lista.
—Eres una sabihonda, Lottie Tomlinson. ¿No tendrías que estar jugando a muñecas? —Louis trataba de mostrarse imperturbable, pero finalmente se dijo que era una tontería aparentar ante una niña de cinco años y medio.
—Te gusta mucho, ¿no? —insistió ella riendo.
—¿Por qué no te metes en tus propios asuntos? —le espetó Louis con inusual firmeza.
Lottie no le hizo caso y dijo:
—Yo creo que su hermana mayor es mucho más guapa.
—Lo tendré en cuenta por si algún día quiero salir con una chica del último curso.
—¿Qué tienen de malo las del último curso? —Al parecer, Lottie no comprendía la distinción.
—Nada. Aparte de que tiene diecisiete años —explicó él.
Lottie asintió con la cabeza haciéndose cargo.
—Menuda vieja. Entonces supongo que Emily está bien.
—Gracias.
—De nada —dijo ella en el momento en que llegaban a casa, y abrió la puerta con ganas de tomarse una taza de chocolate caliente para entrar en calor.
Pese a sus comentarios sobre las chicas de su vida, a Louis le gustaba estar con su hermana. Lottie siempre le demostraba un gran cariño y le hacía sentir importante. Lo adoraba y no lo disimulaba en absoluto. Y él también la quería mucho.
Esa noche se sentó en su regazo antes de ir a acostarse y él le leyó sus cuentos preferidos; el más breve se lo leyó dos veces. Luego su madre se la llevó a la cama y el chico se quedó hablando con su padre. Mencionaron la elección de Eisenhower, que había tenido lugar el mes anterior, y los cambios que podía representar. Luego hablaron, como siempre, del negocio. Su padre quería que estudiara la carrera de ingeniero agrónomo pero dando preferencia al área económica en las asignaturas optativas. Creían en las cosas básicas pero importantes como la familia, los hijos, el matrimonio, la honradez y la amistad. En la comunidad se les estimaba y se les respetaba. De Mark Tomlinson la gente siempre decía que era un buen marido, un buen hombre y un patrono justo.
Esa noche Louis salió con sus amigos. Hacía tan mal tiempo que ni siquiera pidió prestado el coche; fue andando a casa de su mejor amigo y regresó a las once y media. Nunca tenían que preocuparse por él. A los quince años había cometido un par de excesos intrascendentes: beber demasiada cerveza y vomitar en el coche mientras su padre lo llevaba a casa. Los Tomlinson apenas si le dieron importancia. Louis era buen chico y sabían que todos los jovencitos hacían esas cosas. Mark también las había hecho, y algunas peores, sobre todo mientras Jay estaba en la universidad. A veces ella le gastaba bromas y él insistía en que había sido un modelo de comportamiento virtuoso, ante lo cual ella arqueaba una ceja y luego, generalmente, le daba un beso.
Esa noche también ellos se acostaron temprano. A la mañana siguiente, al mirar por la ventana, vieron un panorama propio de una tarjeta de Navidad. Todo estaba cubierto por un manto blanco y a las ocho y media Lottie había convencido a Louis de que la ayudara a hacer un muñeco de nieve. La niña se había encasquetado la gorra de hockey favorita de su hermano, quien le advirtió que aquella tarde iba a necesitarla para el partido; Lottie le contestó que ya le haría saber si le permitía usarla. Entonces Louis la derribó sobre la nieve y ambos cayeron, quedando tumbados de espalda, agitando brazos y piernas de modo que en la nieve se dibujaba la silueta de un ángel.
Aquella tarde toda la familia asistió al partido de Louis, quien, aunque su equipo fue derrotado, no perdió su buen humor. Emily también había ido a verlo, acompañada de un grupo de amigas, pero afirmó que casualmente estaba con ellas cuando decidieron asistir al partido. Llevaba una falda de cuadros escoceses y zapatos de dos colores; se había recogido el cabello en una coleta y, según Lottie, iba maquillada.
—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó Louis, sorprendido y divertido, en tanto toda la familia salía de la pista de patinaje del colegio y se dirigía a casa andando. Emily ya se había marchado con su pandilla de chicas risueñas.
—A veces me pongo maquillaje de mamá —contestó Lottie sin vacilar. Padre e hijo soltaron una carcajada y echaron una mirada a la enanita que iba andando a su lado.
—Mamá no se maquilla —objetó Louis.
—Ya lo creo que sí. Lleva polvos y colorete, y a veces se pinta los labios.
—¿De verdad? —Louis estaba sorprendido. Su madre era atractiva, lo sabía, pero no sospechaba que hubiera en ello ningún artificio ni que se maquillara.
—A veces también lleva una cosa negra en las pestañas, pero me hace llorar —explicó Lottie.
Jay se echó a reír y dijo:
—A mí también me hace llorar, por eso no me lo pongo casi nunca.
Luego comentaron el partido y otras cosas, y Louis volvió a salir con sus amigos.
Esa noche, una compañera de clase de Louis se quedó con Lottie para que sus padres pudieran ir a una fiesta que ofrecían unos vecinos.
A las diez estaban de nuevo en casa y a las doce ya se habían acostado. Cuando llegaron Lottie estaba dormida como un tronco en su cama, pero a la mañana siguiente se despertó al amanecer muy excitada porque era Navidad. En realidad era el día de Nochebuena y no pensaba en otra cosa que en lo que le había pedido a Santa Claus. Se moría de ganas de tener una muñeca Madame Alexander pero no estaba muy segura de que se la trajera. Y también quería un trineo nuevo y una bicicleta, pero sabía que la bicicleta era mejor pedirla en primavera, para su cumpleaños.
Aquel día parecía que había un montón de cosas que hacer, un millón de preparativos para el día de Navidad. Esperaban la llegada de unos amigos para la tarde siguiente y su madre estaba preparando cosas en el horno. Por la noche asistirían a la misa del gallo, un ritual que encantaba a Lottie pese a que no lo entendía del todo. Pero le gustaba ir a la iglesia con la familia por la noche y estar apretujada entre sus padres en el calor del templo, adormecida, escuchando los cánticos con aquel olor a incienso. También había un belén muy bonito con todos los animales rodeando a san José y la Virgen, y a medianoche ponían al niño Jesús. Le encantaba contemplarlo antes de salir de la iglesia.
—Como tú y yo, ¿verdad, mamá? —preguntó arrimándose a Jay, que se agachó para darle un beso.
—Sí, como nosotras.
Aquella noche fue a misa con todos ellos, como era habitual, y se durmió cómodamente sentada entre sus padres. Se sentía tan bien allí… El ambiente era cálido y la música la arrullaba plácidamente. Ni siquiera despertó en el momento de la comunión, pero sí para buscar al niño Jesús a la salida, como siempre; y allí estaba. Sonrió al ver la figurita y luego miró a su madre y le apretó la mano. Jay sintió que le afloraban las lágrimas. Lottie era como un regalo especial para ellos, enviado sólo para proporcionarles alegrías y cariño. No llegaron a casa hasta después de la una y Lottie estaba más dormida que despierta cuando la metieron en la cama. Al entrar Louis a darle un beso ya dormía como un tronco y roncaba suavemente. Le pareció que estaba algo caliente cuando le tocó la frente, pero no le dio importancia. Ni siquiera se lo dijo a su madre. Parecía un angelito y nada hacía sospechar que le ocurriera algo malo.
Pero aquella mañana de Navidad fue la primera vez, en su corta vida, que tardó en despertarse. Parecía un poco aturdida. La noche anterior Jay había sacado el plato de zanahorias y sal para los renos y las galletas para Santa Claus, ya que Lottie se había dormido apenas llegar a casa. Sin embargo, cuando despertó se acordó de mirar qué habían comido. Estaba un poco más soñolienta que de costumbre y dijo que le dolía la garganta, aunque no parecía resfriada. Jay pensó que quizá tenía la gripe. Últimamente había hecho mucho frío y tal vez éstas eran las consecuencias de haber jugado en la nieve con Louis dos días antes. No obstante, a la hora de comer parecía encontrarse bien. Estaba entusiasmada con la muñeca Madame Alexander que le había traído Santa Claus, así como con los demás juguetes y el trineo nuevo. Salió a jugar con Louis y cuando una hora más tarde regresó a tomar la taza de chocolate tenía las mejillas encarnadas y parecía completamente recuperada.
—Bueno, princesa —dijo su padre, sonriéndole después de exhalar una bocanada de humo de su pipa. Jay le había regalado una muñeca holandesa muy bonita y una estantería tallada a mano para guardar todas las que tenía—. ¿Se ha portado bien Santa Claus?
—Fantástico —contestó—. Me gusta mucho la muñeca nueva. —Le sonrió casi como si supiera quién se la había regalado en realidad, aunque no era así.
Todos se esforzaban por mantener el secreto, si bien algunos amigos de la niña ya lo sabían. Sin embargo, Jay insistía en que Santa Claus visitaba a todos los niños buenos, y también a algunos de los no tan buenos, en la esperanza de que se portasen mejor. Pero no cabía duda sobre la categoría en que se encontraba Lottie. Era la mejor, para ellos y para todo el que la conocía.
Aquella tarde tuvieron visita: tres familias que vivían cerca y dos de los encargados que tenía Mark en el negocio, con sus esposas e hijos. La casa se llenó pronto de risas y juegos. También había varios adolescentes de la edad de Louis, y éste les enseñó su nueva caña de pescar. Ansiaba que llegara la primavera para usarla.


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Mensaje por BooBearGirl♥ Jue 08 Nov 2012, 11:07 am

CAPITULO 3

Tras una tarde alegre y placentera, una vez se hubieron marchado todos, disfrutaron de una cena tranquila. Jay había preparado sopa de pavo, que acompañaron con lo que había quedado del almuerzo y con las exquisiteces que habían llevado sus amigos.
—Me parece que no podré comer durante un mes —dijo Mark, repantigándose en la silla.
Su esposa sonrió, pero en ese momento advirtió que Lottie estaba un poco pálida y tenía los ojos brillantes; además, tenía dos manchas rojas en las mejillas que parecían del colorete con que le gustaba jugar.
—¿Has vuelto a cogerme el colorete? —preguntó Jay no sin cierta preocupación mezclada con diversión.
—No… Se cayó en la nieve y entonces… —Parecía confundida. Levantó la vista hacia su madre, sorprendida, como si hubiera comprendido lo que había dicho y se hubiese asustado.
—¿Te encuentras bien, cariño? —Jay se inclinó hacia ella para tocarle suavemente la frente. Estaba ardiendo. Aquella tarde parecía muy feliz, había jugado con la muñeca nueva y con sus amigos, y cada vez que Jay la veía iba correteando por la sala de estar y por la cocina—. ¿Te sientes enferma?
—Un poco —contestó Lottie encogiéndose de hombros y aparentando aspecto de muy pequeña.
Jay la sentó en el regazo y la abrazó. Efectivamente, la niña tenía fiebre. Jay propuso llamar al médico.
—No me gusta molestarlo el día de Navidad —se retractó con aire pensativo. Además, volvía a hacer mucho frío. Se avecinaba una tormenta del norte y habían anunciado que por la noche nevaría de nuevo.
—Mañana por la mañana Lottie estará bien —dijo Mark con calma. Por naturaleza, era menos proclive a preocuparse—. Son demasiadas emociones para una personita tan pequeña.
Todos estaban nerviosos desde hacía días, con las felicitaciones a los amigos, el partido de Louis, Nochebuena y los preparativos para el día de Navidad. Jay llegó a la conclusión de que seguramente Mark tenía razón. Eran demasiadas cosas para una niña pequeña.
—¿Qué te parece si papá te lleva a la cama a caballito?
A la niña le gustó la idea, pero cuando Mark intentó levantarla emitió un grito y dijo que le dolía el cuello.
—¿Qué crees que le pasa? —preguntó Jay cuando Mark bajó de la habitación de Lottie.
—Un resfriado. En el trabajo lo han pasado todos, seguro que en el colegio ocurre otro tanto. No será nada —dijo tranquilizando a su esposa. Ella sabía que tenía razón, pero siempre le preocupaban enfermedades como la polio y la tuberculosis—. No le pasa nada —repitió Mark, consciente de lo proclive que era su esposa a preocuparse—. Te lo aseguro.
Jay fue a darle un beso de buenas noches a Lottie y al verla se tranquilizó.
Le brillaban los ojos y, aunque tenía fiebre y seguía pálida, su estado parecía normal. Seguramente sólo estaba agotada de tantas emociones. Mark no se equivocaba. La niña tenía un resfriado o una gripe leve.
—Que duermas bien. Si te encuentras mal, nos lo dices —le dijo mientras la arropaba y le daba un beso—. Te quiero mucho, mucho… Y gracias por el dibujo tan bonito que nos has hecho a papá y a mí para Navidad. —También había hecho un cenicero para la pipa de su padre, y lo había pintado de verde porque según ella era el color preferido de Mark.
Le pareció que Lottie se quedaba dormida antes de que ella saliera de la habitación. Cuando hubo terminado de fregar los platos, subió a verla otra vez. La niña estaba más caliente y se revolvía y gimoteaba en sueños, pero no se despertó cuando Jay la tocó. Eran las diez y finalmente decidió que era preferible llamar al médico.
Lo encontró en casa y le explicó que Lottie tenía fiebre. No quería arriesgarse a despertarla poniéndole el termómetro otra vez, pero al acostarla marcaba treinta y ocho con tres. Le comentó que tenía el cuello dolorido y el médico dijo que no era inusual padecer dolores musculares a causa de la gripe. Coincidió con Mark en que seguramente no era más que agotamiento y un resfriado común.
—Tráela mañana por la mañana si ya no tiene fiebre, o ya pasaré yo a verla. Llámame cuando se despierte. No te preocupes. Tengo una veintena de resfriados con fiebre. Es una tontería, pero resultan bastante molestos. Que no pase frío. A lo mejor le baja la fiebre esta misma noche.
—Muchas gracias, Walt.
Walter Stone era su médico de cabecera desde antes de que naciera Louis y era también un buen amigo. Como siempre, tras la llamada se sintió más tranquila. Tenía razón: evidentemente, no era nada.
Mark y ella estuvieron un buen rato sentados en la sala, hablando de sus amigos, de la vida, de los hijos, de su buena suerte, de los años que habían pasado desde que se conocieron y de la felicidad en que vivían. Era momento de hacer balance y de sentirse agradecidos.
Antes de acostarse volvió a mirar a Lottie. No parecía haberle subido la fiebre y daba la impresión de que se encontraba más sosegada. Estaba muy quieta y respiraba suavemente. Bess se hallaba tendida a los pies de la cama, como solía hacer. Ni la niña ni la perra se movieron cuando Jay salió de la habitación para dirigirse a su dormitorio.
—¿Cómo está? —preguntó Mark al meterse en la cama.
—Bien —dijo Jay—. Ya lo sé. Me preocupo demasiado. No puedo evitarlo.
—Por eso te quiero. Porque nos cuidas tan bien a todos. No sé qué he hecho para tener tanta suerte.
—Supongo que fuiste lo bastante listo para cazarme cuando sólo tenía catorce años. —Jay no había conocido ni amado a ningún otro hombre, ni antes ni después de conocerlo a él. Y en aquellos treinta y dos años, su amor se había convertido en pasión.
—Ahora no aparentas muchos más de catorce, ¿sabes? —dijo él casi tímidamente, atrayéndola hacia sí. Ella no se resistió y Mark le desabrochó lentamente la blusa mientras Jay se soltaba la falda de terciopelo que se había puesto para el día de Navidad—. Te quiero, Jay —le susurró junto al cuello en tanto ella sentía arreciar el deseo.
Las manos de Mark se deslizaron suavemente sobre sus hombros desnudos hasta alcanzar sus pechos expectantes, y los labios de él se unieron a los de ella.
Permanecieron abrazados largo rato y finalmente se durmieron, satisfechos y complacidos. La suya era una vida llena de las cosas buenas que habían construido y hallado a lo largo de los años. El suyo era un amor que ambos respetaban y apreciaban. Jay estaba pensando en él cuando se quedó dormida entre los brazos de su marido. Mark la apretaba contra sí, tendido detrás de ella, sujetándola con firmeza por la cintura, con las rodillas pegadas a las curvas de su esposa, cuyas nalgas se cobijaban en el cuerpo de él. Mark tenía el rostro hundido en el fino cabello rubio de su Jay. Y así durmieron apaciblemente hasta la mañana siguiente.
Tan pronto despertó, Jay fue a ver a Lottie. Todavía se estaba anudando el cinturón de la bata cuando entró en la habitación de su hija y la vio dormida. No parecía enferma, pero en cuanto se acercó comprobó que estaba blanca como una sábana y que apenas respiraba. El corazón de Jay palpitaba violentamente mientras acariciaba a la niña y esperaba una respuesta, pero no obtuvo más que un leve gemido. Lottie tampoco despertó cuando su madre la sacudió y empezó a llamarla a gritos. Louis la oyó antes que Mark y acudió corriendo a ver qué sucedía.
—¿Qué pasa, mamá? —Era como si hubiera presentido algo. Todavía iba en pijama, parecía medio dormido y tenía el pelo revuelto.
—No lo sé. Dile a papá que llame al doctor Stone. No consigo despertar a Lottie. —Al decirlo, empezó a sollozar. Inclinó la cara hasta la de su hija; notaba su respiración, pero estaba inconsciente, y Jay percibió que la fiebre le había subido bastante. No se atrevió siquiera a dejarla el tiempo de ir a buscar el termómetro al cuarto de baño—. ¡Date prisa! —le gritó a Louis. Luego intentó incorporar a Lottie. Esta vez la niña se revolvió un poco y gimió, pero no habló ni abrió los ojos, y no había manera de despertarla. Parecía ajena a todo lo que ocurría a su alrededor. Jay permaneció allí sentada abrazándola y llorando en voz baja—. Por favor, por favor, despierta, vamos. Te quiero, Lottie, por favor. —Y siguió llorando cuando Mark entró apresuradamente en la habitación un instante después, seguido de Louis. —Walt viene de camino. ¿Qué ha pasado? —También él parecía asustado, aunque no le gustaba admitirlo ante Jay. Louis sollozaba quedamente detrás de su padre.
—No lo sé… Me parece que tiene una fiebre altísima… No puedo despertarla… ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Mark, por favor! —Sollozaba abrazada a su hijita, meciéndola, pero Lottie ni siquiera gimoteaba ya. Yacía exánime en los brazos de su madre mientras padre e hijo la observaban.
—Se recuperará. A los niños les pasan estas cosas y luego, al cabo de dos horas, están como si nada. Ya lo sabes. —Mark trataba de ocultar que estaba aterrado.
—No me vengas con ésas. Sé que está muy grave, eso es lo único que sé —repuso Jay, desesperada.
—Walt ha dicho que la llevará al hospital si hace falta. —Era obvio que iban a ingresarla—. ¿Por qué no te vistes? —sugirió Mark—. Ya la vigilo yo.
—No pienso dejarla —repuso Jay con firmeza.
Tumbó a Lottie en la cama y le alisó el cabello mientras Louis contemplaba a su hermana con ojos temerosos. Estaba tan blanca que casi parecía muerta, y, apenas se notaba que respiraba. Resultaba difícil creer que fuera a despertar y a echarse a reír como siempre; sin embargo, quería creer que todavía era posible.
—¿Cómo ha podido empeorar tan deprisa? Anoche estaba bien —dijo Louis, confuso y conmovido.
—No se encontraba bien, pero me pareció que no era nada. —De repente Jay miró furibunda a Mark, como si fuera culpa suya que no hubiera insistido al médico en que fuera a verla la noche anterior. Ahora le disgustaba pensar que habían hecho el amor mientras Lottie estaba tan enferma—. Debí haberle pedido a Walt que viniera anoche mismo.
—No podías saber que ocurriría esto —la tranquilizó Mark; ella guardó silencio. Entonces oyeron que llamaban a la puerta. Mark corrió a abrir. Era el médico. La tormenta anunciada había llegado y en la calle hacía mucho frío. Estaba nevando y el mundo exterior parecía tan sombrío como el ambiente de la habitación de Lottie.
—¿Qué ha pasado? —preguntó el médico mientras se encaminaba decidido hacia la habitación de la niña.
—No lo sé. Según Jay, la fiebre le ha subido mucho y no consigue despertarla.
Estaban en la puerta y, sin apenas saludar a Jay ni a su hijo, el médico se acercó a la cama de Lottie. La tocó, trató de moverle la cabeza y le miró las pupilas. Acercó el oído a su pecho, comprobó sus reflejos y seguidamente se volvió hacia ellos con expresión afligida.
—Será mejor llevarla al hospital para practicarle una punción lumbar. Creo que es meningitis.
—Dios mío. —Jay no estaba segura de lo que eso implicaba pero sí sabía que no eran buenas noticias, sobre todo con el aspecto que tenía Lottie—. ¿Se curará?
Jay apenas susurró la pregunta en tanto cogía la mano de Mark. Se había olvidado momentáneamente de Louis, que, sollozando en la puerta, miraba a su querida hermana. Jay oía los latidos de su corazón mientras esperaba la respuesta del médico. Eran amigos desde hacía muchísimo tiempo, incluso habían sido compañeros de colegio, pero ahora, mientras diagnosticaba el estado de Lottie y se lo comunicaba, parecía un enemigo.
—No lo sé —admitió con franqueza—. Está muy grave. Hay que llevarla al hospital inmediatamente. ¿Podéis venir uno de vosotros?
—Iremos los dos —dijo Mark—. Nos vestimos en un segundo. Louis, quédate con el doctor y con Lottie.
—Yo… Papá… —Tenía un nudo en la garganta; las lágrimas se agolpaban en sus ojos sin que pudiera evitarlo—. Yo también quiero ir… Tengo que estar…
Mark estuvo a punto de replicar pero al final asintió con la cabeza. Lo comprendía. Sabía lo que su hermana significaba para Louis, para todos ellos. No podían perderla.
—Ve a vestirte. —Y dirigiéndose al médico, añadió—: Estaremos listos en un minuto.
En el dormitorio, Jay ya se estaba vistiendo. Se había puesto las bragas y el sujetador. Luego se puso la faja y las medias y acabó con una falda vieja, unas botas y un jersey; se pasó un cepillo por el cabello, cogió el bolso y el abrigo y corrió a la habitación de Lottie.
—¿Cómo está? —preguntó sin aliento al entrar en la habitación.
—Sin cambios —dijo el médico en voz baja.
No había dejado de comprobar sus constantes vitales. Tenía la tensión muy baja, el pulso débil, y estaba entrando en coma. Quería llevarla de inmediato al hospital, pero también sabía que ni siquiera allí se podía hacer gran cosa contra la meningitis.
Un momento después apareció Mark vestido informalmente y luego llegó Louis con el uniforme de hockey, lo primero que había encontrado en el armario.
—Vamos —dijo Mark, levantando a Lottie de la cama mientras Jay la envolvía en dos gruesas mantas.
Tenía la cabecita tan caliente que casi parecía una bombilla. Su piel estaba seca y agrietada y los labios habían adquirido un tono azulado. Corrieron al automóvil del médico y Mark se acomodó en el asiento de atrás llevando a Lottie en brazos. Jay se sentó a su lado y Louis, delante, junto al médico. Lottie se movió ligeramente, pero no volvió a hacerlo durante el trayecto hasta el hospital. Todos guardaron silencio. Jay no le quitaba los ojos de encima y le retiraba el cabello de la cara. Le besó la frente un par de veces y el calor que irradiaba su hija la aterrorizó. Mark la llevó hasta la sala de urgencias, donde los esperaban las enfermeras. Walt había telefoneado antes de salir de casa. Jay se negó a dejar a su hija cuando le pidieron que saliera.
—Me quedo con ella —dijo enérgicamente. Las enfermeras se miraron y el médico asintió con la cabeza.
Jay no se apartó de Lottie ni le soltó la mano, estremecida, mientras efectuaban la punción.
Al atardecer se confirmó el diagnóstico de Walt. Lottie tenía meningitis. La fiebre aumentó a cuarenta y uno y medio, y nada de lo que se hizo para reducirla dio resultado. Yacía en la cama del ala infantil del hospital, con la cortina corrida a su alrededor, bajo la vigilancia de sus padres y su hermano. De vez en cuando gemía levemente, pero ni recobró la consciencia ni se movió. Cuando el médico la examinó, tenía el cuello absolutamente rígido; sabía que la niña no duraría mucho si no bajaba la fiebre o recuperaba la consciencia, pero no se podía hacer nada para devolverle el conocimiento ni para luchar contra la enfermedad. Todo estaba en manos del destino. Lottie les había llegado como un regalo hacía cinco años y medio y no les había traído sino amor y alegría, y ahora no podían impedir que les arrebataran aquel regalo; no les quedaba más que rezar y esperar, y rogarle que no los dejara. Pero la niña no parecía oír nada. Su madre permanecía a su lado, le besaba el rostro y le acariciaba una mano mientras Mark y Louis se alternaban para acariciarle la otra. Luego salieron al pasillo a llorar. Ninguno de ellos se había sentido jamás tan impotente. Pero era Jay la que se negaba a abandonar, a renunciar sin batallar. No estaba dispuesta a dejar que su hija se sumiera lentamente en la oscuridad, iba a aferrarse a ella, a sujetarla, a luchar para retenerla.
—Te queremos tanto…, todos te queremos mucho, papá, Louis y yo… Tienes que despertar, tienes que abrir los ojos. Vamos. Sé que puedes hacerlo. Te recuperarás. No es más que un bichito tonto que intenta fastidiarte, pero no vamos a dejar que se salga con la suya, ¿verdad? Vamos, Lottie, vamos, por favor…
Continuó hablándole incansablemente durante horas, negándose a separarse de ella. Por fin, aceptó una silla y se sentó, sin soltar la mano de Lottie. A ratos guardaba silencio y a ratos le hablaba. En varias ocasiones Mark tuvo que salir de la habitación porque no lo soportaba. Por la noche, las enfermeras tuvieron que llevarse a Louis porque estaba desesperado, viendo a su madre suplicarle a su hermanita inerte, a quien él tanto quería, que siguiera viviendo. Era consciente de lo que aquello representaba para sus padres, y era demasiado para él. Estaba allí de pie sollozando, y Jay no tenía fuerzas suficientes para consolarlo también a él. Lo abrazó un instante y luego las enfermeras se lo llevaron. Lottie necesitaba demasiado a su madre, ya hablaría ella con su hijo más tarde.
Una hora después, Lottie exhaló un leve gemido y dio la impresión de que movía las pestañas. Durante un instante pensaron que iba a abrir los ojos, pero se limitó a emitir un nuevo gemido.
Esta vez, sin embargo, apretó suavemente la mano de Jay y entonces, como si sencillamente hubiera estado durmiendo todo el día, abrió los ojos y miró a su madre.
—¡Lottie! —susurró Jay, sorprendida. Hizo una seña a Mark, que estaba de pie junto a la puerta, de que se acercara—. ¡Hola, cariño! Papá y mamá están aquí contigo y te quieren mucho.
Su padre sé situó al otro lado de la cama. Lottie no podía mover la cabeza pero era evidente que los veía con claridad. Parecía adormilada; cerró los ojos nuevamente un instante, volvió a abrirlos lentamente y sonrió.
—Yo también os quiero —dijo tan bajo que apenas la oyeron—. ¿Louis?
—También está aquí —dijo Jay con el rostro bañado en lágrimas.
Mark también lloraba, ya no le daba vergüenza que lo vieran. Sería capaz de hacer cualquier cosa para que su hija superara aquella prueba.
—Quiero a Louis —musitó Lottie—. Y a vosotros.
Entonces sonrió, más preciosa que nunca. Parecía la niña perfecta, allí tendida, rubia, con los ojos azules y aquellas mejillas redondeadas que tanto les gustaba besar. Sonreía como si supiera un secreto que ellos desconocían. En ese momento Louis entró en la habitación y la vio. Lottie miró hacia los pies de la cama y le sonrió. Su hermano pensó que era señal de que se encontraba mejor y se echó a llorar de alivio. Y entonces, como abarcándolos a todos con las palabras, susurró levemente:
—Gracias. —Volvió a cerrar los ojos con una sonrisa y un instante más tarde estaba dormida, agotada por el esfuerzo.
Cuando salió nuevamente de la habitación, Louis se sentía entusiasmado con lo que acababa de presenciar, pero Jay era consciente de la realidad. Intuía que ocurría algo malo, que aquello no significaba lo que aparentaba. Mientras observaba a su hija, sentía cómo se alejaba. El regalo había desaparecido. Se lo estaban quitando. Lo habían tenido un tiempo muy corto, apenas unos momentos. Jay permaneció sentada cogiéndola de la mano mientras Mark entraba y salía. Louis se había dormido en una silla del pasillo.
Eran casi las doce cuando finalmente los dejó. No volvió a abrir los ojos. No volvió a despertar. Había expresado lo que quería: les había dicho a cada uno de ellos cuánto los quería, e incluso les había dado las gracias por cinco hermosos años, cinco cortos años, de vida dorada y breve. Jay y Mark estaban con ella cuando murió. Cada uno la tenía cogida de una mano, ya no para retenerla sino para darle las gracias también por todo lo que les había dado. Eran conscientes de que no había modo de evitar que los dejara; simplemente querían estar allí hasta el último momento.
—Te quiero —susurró Jay por última vez en tanto la niñita exhalaba un aliento imperceptible.
Los abandonó llevada por alas de ángeles. El regalo les había sido arrebatado. Lottie Tominson era ya un espíritu. Y su hermano dormía en el pasillo, recordándola, pensando en ella con cariño, recordando cuando, unos días atrás, habían jugado a ser ángeles en la nieve. Ahora ella lo era de verdad.


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Mensaje por MilaMalik Vie 09 Nov 2012, 10:52 am

Holaa!! Nueva, primera y fiel lectora!!
Me encantaron los 3 caps!!
Me llamo Mila y soy de España
Si necesitas chica para Zayn aqui me tienes ;)
MilaMalik
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https://twitter.com/Love1DndDanielJ

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Mensaje por BooBearGirl♥ Vie 09 Nov 2012, 5:12 pm

MilaMalik escribió:Holaa!! Nueva, primera y fiel lectora!!
Me encantaron los 3 caps!!
Me llamo Mila y soy de España
Si necesitas chica para Zayn aqui me tienes ;)


Hola! (: no sabes lo feliz que me hace tener una lectora *-* espero pronto lleguen más ;) lo siento pero no necesito chica para Zayn :c igual me alegra mucho que leas mi nove :D
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Mensaje por BooBearGirl♥ Vie 09 Nov 2012, 5:29 pm

CAPITULO 4:

El funeral fue una agonía llena de sufrimiento y ternura, de todos los elementos que componen las pesadillas de una madre. Faltaban dos días para Nochevieja y asistieron todos sus amigos, niños y padres, los maestros de la guardería y el parvulario, los socios y empleados de Mark y los compañeros de trabajo de Jay. Walter Stone también estuvo presente. En un discreto aparte les dijo que se reprochaba no haber ido a verla la noche que llamó Jay. Había supuesto que se trataba simplemente de una gripe o un resfriado, pero no debería haber supuesto nada. No obstante, reconoció que, aunque hubiera ido, no habría podido evitar el trágico desenlace. Las estadísticas relativas a la meningitis demostraban que en la población infantil era devastadora. Jay y Mark lo animaron amablemente a no recriminarse nada. Jay, por su parte, se culpaba de no haberle pedido al doctor que fuera a examinarla aquella misma noche, y Mark de decirle a Jay que no era nada; y ambos se odiaban a sí mismos por haber hecho el amor mientras la niña caía en coma. Louis estaba confundido, pero también se sentía responsable de la muerte de su hermana. Debería haber notado algo. Sin embargo, ninguno de ellos imaginó lo peor.
Como dijo el sacerdote aquel día, Lottie había sido un angelito prestado por Dios durante un breve período, una amiguita que había venido a enseñarles a amar y a unirlos en el afecto. Todos los presentes recordaron aquella picara sonrisa, aquellos grandes ojos azules, aquella carita resplandeciente que los hacía reír y se hacía querer. Ninguno de ellos dudaba de que había llegado hasta allí como un regalo de amor. El interrogante era cómo iban a vivir ahora sin ella. Todos creían que la muerte de un niño es un reproche a los pecados de los mayores, un recordatorio de lo que repentinamente se puede llegar a perder en la vida. Es la pérdida de todo, de la esperanza, de la vida, del futuro. Es una pérdida de cariño, de las cosas que uno valora. Y jamás han existido tres personas más abandonadas que Jay, Mark y Louis Tomlinson aquella gélida mañana de diciembre. Estaban de pie ante la tumba, rodeados de amigos, incapaces de separarse de Lottie, incapaces de soportar la idea de dejarla allí, en su diminuto ataúd blanco cubierto de llores.
—No puedo —le dijo Jay a Mark con voz entrecortada cuando hubo terminado la ceremonia, y él supo a qué se refería. Le apretó el brazo, temeroso de que sufriera una crisis de histeria. Llevaban días a punto de derrumbarse y Jay parecía haber empeorado—. No puedo dejarla aquí, no puedo. —Pese a su entereza, se ahogaba en sus propios sollozos. Mark la estrechó contra sí.
—No esta aquí, Jay. Se ha ido. Ahora está en un lugar mejor.
—No es verdad. Es mía, quiero que me la devuelvan, quiero que me la devuelvan —repitió sollozando en tanto sus amigos se apartaban acongojados. No se podía hacer ni decir nada para aliviar el dolor o hacerlo desaparecer. Louis estaba allí mirándolos, lleno de sufrimiento, llorando a su hermana.
—¿Cómo estás? —le preguntó el entrenador de hockey cuando pasó apesadumbrado por su lado, enjugándose las lágrimas sin siquiera intentar disimular. Louis fue a contestar maquinalmente que bien, pero meneó la cabeza y se dejó caer en los brazos del hombretón—. Comprendo lo que sientes. Yo perdí a mi hermana a los veintiún años; ella tenía quince. Es horroroso, es un verdadero horror. Lottie era una niña monísima —dijo, y ambos rompieron a llorar—. Conserva todos los recuerdos de ella, hijo. De esa manera te acompañará toda la vida. Los ángeles nos hacen regalos así. A veces ni nos damos cuenta, pero están ahí. Ella está aquí. Háblale cuando te sientas solo. Te oirá, y tú la oirás a ella. No la perderás nunca.
Louis lo miró con extrañeza, pensando si estaría loco, y luego asintió con la cabeza. Su padre por fin había conseguido apartar a su madre de la tumba. Jay apenas podía andar. Regresaron al coche. Su padre tenía la cara descompuesta en tanto conducía el automóvil; todos guardaban un absoluto silencio.
A lo largo de la tarde fue llegando gente a expresarles sus condolencias y llevarles flores. Algunos se limitaron a dejar las flores en la entrada, temerosos de molestar o de no saber qué hacer al verlos. Sin embargo, el flujo de visitas era constante. Otros, no obstante, se mantenían alejados, como si creyeran que con sólo acercarse a los Tomlinson podía ocurrirles una tragedia similar, como si ésta fuese contagiosa.


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Mensaje por BooBearGirl♥ Vie 09 Nov 2012, 5:46 pm

CAPITULO 5

Jay y Mark estaban sentados en la sala de estar, con aspecto agotado e inexpresivo, esforzándose en ser corteses con sus amigos, pero se alegraron cuando llegó la hora de cerrar la puerta y dejar de contestar al teléfono. Durante todo el tiempo, Louis se quedó en su habitación sin ver a nadie. Pasó por delante de la habitación de su hermana un par de veces, y la puerta entreabierta le provocó un dolor insoportable. Finalmente cerró la puerta para no ver el interior de la habitación. Lo único que recordaba de Lottie era el aspecto que presentaba aquella última mañana, tan enferma, tan apagada, tan pálida, sólo unas pocas horas antes de abandonarlos para siempre. Ahora le resultaba difícil recordar cómo era su hermana cuando estaba bien, cuando le gastaba bromas o se reía. De repente ya no recordaba más que su cara en la cama del hospital, los últimos minutos, cuando dijo «gracias» y luego falleció. Sus palabras, su rostro y los motivos de su muerte obsesionaban a Louis. ¿Por qué había muerto? ¿Por qué había ocurrido? ¿Por qué no había sido él en lugar de Lottie? Pero no comentó a nadie lo que sentía, se lo guardó como un secreto.
Durante el resto de la semana no se hablaron. Solamente hablaban con los amigos cuando no les quedaba otro remedio; y Louis, ni siquiera eso.
La Nochevieja llegó y pasó como cualquier otra noche del año y el día de Año Nuevo transcurrió inadvertido. Dos días después Louis regresó al colegio y nadie le dijo nada. Todo el mundo sabía lo que había ocurrido. El entrenador de hockey se mostró amable con él, pero no volvió a nombrar a Lottie. Nadie le hizo ningún comentario y él no sabía cómo soportar su pena. De repente, hasta Emily, la chica con quien llevaba meses coqueteando, le producía dolor porque había hablado de ella con Lottie. Todo le recordaba lo que había perdido, y resultaba insoportable. Le martirizaba aquel dolor constante, como una extremidad herida, y el hecho de ser consciente de que todo el mundo lo miraba con lástima. Tal vez les parecía raro. No le decían nada, lo dejaban solo con su dolor. Y así permaneció, lo mismo que sus padres. Después de la racha inicial de visitas, dejaron de ver a sus amigos y casi dejaron de verse entre sí. Louis ya no comía con ellos. No soportaba estar sentado a la mesa de la cocina sin Lottie, no podía regresar a casa por la tarde y no tomar la leche y las galletas con ella. No podía estar en su casa sin su hermana. Así pues, se quedaba en los entrenamientos el mayor tiempo posible y luego tomaba a solas la cena que le dejaba su madre en la cocina. La mayoría de las veces comía unos bocados de pie, junto a los fogones, y luego tiraba la mitad de la cena a la basura. El resto de las noches se limitaba a llevarse un puñado de galletas y un vaso de leche a su habitación. Su madre apenas comía ya y su padre regresaba cada vez más tarde del trabajo y nunca tenía apetito. Las cenas de verdad eran cosa del pasado para todos ellos; los ratos en compañía, algo que todos temían y evitaban. Era como si supieran que, si los tres se reunían, la ausencia del cuarto resultaría demasiado dolorosa, de modo que se escondían de sí mismos y de los demás.
Todo les recordaba a la niña, todo despertaba su dolor, como una herida abierta que sólo dejara de sentirse esporádicamente y el resto del tiempo causara un dolor casi imposible de soportar.
El entrenador comprendió cómo se sentía Louis, y una de sus profesoras lo comentó justo antes de las vacaciones de Pascua. Por primera vez en sus años de colegial sus notas habían sido bajas y parecía que, sin Lottie, ya nada le importaba.
—Tomlinson lo está pasando mal —le comentó la tutora a la profesora de matemáticas un día en la cafetería—. Iba a llamar a su madre la semana pasada, pero me la encontré en el centro. Todavía tiene peor aspecto que él. La muerte de la niña les ha afectado mucho.
—¿Y a quién no le afectaría? —dijo la profesora de matemáticas, comprensiva. Ella también tenía hijos y no sabía cómo sobreviviría a una experiencia así—. ¿Hasta qué punto influye en su rendimiento? ¿Suspenderá alguna asignatura?
—Todavía no, pero está cerca —contestó—. Era uno de mis mejores alumnos. Sé que sus padres se preocupan mucho de su educación. Su padre me contó que les gustaría mandarlo a una de las mejores universidades, si él quiere y obtiene las calificaciones necesarias. Desde luego, ahora no las tiene.
—Todavía puede recuperarse. Sólo hace tres meses. Dale otra oportunidad. Creo que no deberíamos decirle nada ni a él ni a sus padres. Ya veremos cómo resulta a final de curso. Siempre podemos llamarlos si su rendimiento baja drásticamente y suspende un examen o algo así.
—Sí, pero no me gusta verlo en este estado.
—Quizá no puede hacer otra cosa. Quizá en este momento tiene que concentrar sus fuerzas en sobreponerse a lo que ha ocurrido. Sin duda eso es más importante que los estudios. Aunque me cueste admitirlo a veces, en la vida hay cosas más importantes que las ciencias sociales y la trigonometría. ¿Por qué no le damos tiempo para que se recupere?
—Ya han pasado tres meses —le recordó la otra profesora. Estaban a fines de marzo. Eisenhower llevaba dos meses en la Casa Blanca, se habían obtenido pruebas positivas de la vacuna contra la polio y Lucille Ball por fin había tenido el hijo que tanta publicidad había recibido. El mundo avanzaba con rapidez, pero no para Louis Tomlinson. Su vida se había detenido con la muerte de Lottie.
—Oye, yo tardaría toda la vida en recuperarme, si Lottie hubiera sido hija mía —dijo la profesora más comprensiva.
—Lo sé.
Las dos guardaron silencio y pensaron en sus familias respectivas. Al final del almuerzo acordaron dejar que Louis evolucionara a su aire durante una temporada. Pero todo el mundo se había dado cuenta. Louis parecía no interesarse por nada. Incluso había decidido no jugar a baloncesto ni a béisbol aquella primavera, aunque el entrenador intentaba convencerlo de lo contrario. Y en casa tenía la habitación hecha una leonera, nunca hacía las tareas domésticas que le tocaban y, por primera vez en su vida, parecía estar siempre en desacuerdo con sus padres.
Pero también ellos estaban en desacuerdo entre sí. Mark y Jay discutían continuamente y uno de ellos siempre estaba culpando al otro de algo: de no haber puesto gasolina al coche, no haber sacado la basura, no haber llevado a pasear el perro, no haber pagado las facturas, no haber mandado los cheques, no haber comprado café o contestado la carta. Eran todas cosas sin importancia, pero ya no hacían más que discutir. Su padre no estaba nunca en casa, su madre no sonreía nunca y nadie tenía jamás una palabra amable para nadie. Ni siquiera parecían ya tristes, solamente amargados. Estaban furiosos con los demás, con el mundo, con la vida, con el destino que tan cruelmente les había arrebatado a Lottie. Pero ninguno de ellos lo decía directamente, sino que gritaban y se quejaban de lo mucho que había subido el recibo de la luz y de todo lo demás.
A Louis le resultaba más fácil mantenerse lejos de ellos. Pasaba todo el tiempo en el jardín, sentado debajo de las escaleras de atrás, pensando, y había empezado a fumar e incluso bebía alguna que otra cerveza. En ocasiones simplemente permanecía sentado debajo de la escalera, protegido de la interminable lluvia que no había dejado de caer en todo el mes, bebiendo cerveza y fumando Camel. Así se sentía adulto, y una vez incluso sonrió al pensar que, de haberlo visto, Lottie se hubiera enfadado muchísimo. Pero no podía verlo, y a sus padres ya no les importaba, así que daba lo mismo lo que hiciera. Además, ya tenía dieciséis años; era todo un adulto.


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Mensaje por BooBearGirl♥ Vie 09 Nov 2012, 6:13 pm

CAPITULO 6

—Me da lo mismo que tengas dieciséis años, ____ ____ —le dijo su padre una noche de marzo en Onawa, Iowa, a unos cuatrocientos kilómetros de donde estaba sentado Louis, emborrachándose lentamente con cerveza debajo de las escaleras de atrás de su casa, contemplando cómo la tormenta aplastaba las flores de su madre—. No pienso permitir que salgas con ese vestido tan provocativo y con más maquillaje del que cabe en una tienda. Vete a lavar la cara y quítate ese vestido.
—Papá, es el baile de primavera. Todas las chicas van maquilladas y llevan vestidos de fiesta. —La chica con la que su hermano había ido al baile dos años antes, cuando tenía la edad de ____, iba mucho más descocada y su padre no puso ninguna objeción. Pero claro, era la novia de Niall, y eso era otra cosa. Niall podía hacer lo que quisiera. Era chico, y ella no.
—Si quieres salir, te pones un vestido decente. Si no, te quedas en casa a escuchar la radio con tu madre.
La tentación de quedarse en casa era fuerte, pero, por otra parte, el baile de fin de segundo curso no se repetiría. Aunque no le agradaría ir si tenía que ponerse un vestido de monja, tampoco quería quedarse en casa. Le había pedido prestado el vestido a la hermana mayor de una amiga y le quedaba un poco grande, pero le gustaba. Era de tafetán verde azulado y los zapatos del mismo color le machacaban los pies porque eran demasiado pequeños para ella; sin embargo, valía la pena. El vestido era sin tirantes y se complementaba con una chaquetilla a juego, pero el escote del vestido revelaba el inicio de sus pechos y sabía que por eso se oponía su padre.
—No me quitaré la chaqueta, te lo prometo.
—Con chaqueta o sin chaqueta, ese vestido te lo puedes poner para estar por casa, con tu madre. Si quieres ir al baile, más vale que busques otra cosa que ponerte o ya te puedes olvidar. Y, francamente, no me importaría nada que no fueras. Todas esas niñas parecen prostitutas con esos vestidos tan escotados. No hace falta enseñar el cuerpo para llamar la atención de los chicos, ____. Más vale que lo aprendas pronto o acabarás trayendo a casa a los chicos de peor clase. Tenlo en cuenta —sentenció con severidad.
Su hermana pequeña, Claudia, puso los ojos en blanco. No tenía más que trece años y era mucho más rebelde de lo que hubiera soñado siquiera ____, que era buena chica, lo mismo que Claudia, pero la pequeña esperaba más diversiones de la vida. Ya a los trece años le chispeaban los ojos cada vez que veía a un chico. Con dieciséis, ____ era mucho más tímida, y mucho más prudente a la hora de llevarle la contraria a su padre.
Al final, ____ se fue a su habitación y se tumbó en la cama llorando, hasta que su madre fue a ayudarla a buscar algo que ponerse. No disponía de gran cosa, pero tenía un vestido azul marino con el cuello blanco y manga larga que __(TM) __(TM) sabía que le agradaría a su marido. Sin embargo, sólo ver el vestido hacía arreciar el llanto de ____. Era feísimo.
—Mamá, pareceré una monja. Todo el mundo se reirá de mí.
—No todo el mundo llevará ese tipo de vestidos. ____ —dijo su madre señalando el que le habían prestado. Tenía que admitir que era bonito, pero también a ella le asustaba un poco. Con él ____ parecía una mujer. A los dieciséis años tenía la suerte, o la desgracia, de contar con unos pechos abundantes, unas caderas proporcionadas, una cintura diminuta y unas piernas largas y torneadas. Hasta con la ropa de cada día resultaba difícil ocultar su belleza. Era más alta que la mayoría de sus amigas y se había desarrollado muy pronto.
Costó una hora convencerla de que se pusiera aquel vestido y todo ese tiempo su padre estuvo sentado en el salón interrogando implacablemente a su acompañante. Era un chico que ____ casi no conocía y que se puso muy nervioso mientras el señor __(TP) lo interrogaba sobre lo que haría cuando terminara el colegio, a lo cual respondió que aún no lo había decidido. __(TP) __(TA) le explicó que trabajar duro era bueno para los jóvenes y que no le haría ningún daño entrar en el ejército. Harry Styles se mostró absolutamente de acuerdo con él en todo y parecía desesperado cuando ____ apareció de mala gana en el salón con el vestido que odiaba y el collar de perlas de su madre. Eso le animó un poco la cara a Harry. Aunque ____ llevaba unos zapatos planos azul marino en lugar de los de tacón que pensaba ponerse, de todas formas era más alta que Harry, de manera que trató de convencerse a sí misma de que no importaba. Sabía que estaba fatal. El vestido oscuro contrastaba fuertemente con su cabellera pelirroja, lo cual le producía todavía más vergüenza. Jamás se había sentido más fea que cuando saludó a Harry.
—Estás muy guapa —le dijo el chico tímidamente. Vestía el traje oscuro de su hermano mayor, que le sentaba holgado. Le había llevado a la chica un ramito de flores que debía sujetarle con un alfiler, pero le temblaban demasiado las manos y su madre tuvo que ayudarlo.
—Que lo paséis bien —les deseó la madre, algo apenada por su hija.
En cierto modo, pensaba que deberían haberle permitido ponerse el vestido escotado. Estaba muy guapa con él y parecía bastante más mayor. Pero no servía de nada discutir con __(TP) una vez había decidido algo. Y sabía cuánto le preocupaban sus hijas. Dos hermanas suyas habían tenido que casarse por obligación y siempre le había dicho a __(TM) que, costara lo que costara, aquello no iba a ocurrirles a sus hijas, que serían buenas chicas y se casarían con muchachos como Dios manda. Nada de busconas en su casa, nada de sexo ilícito, nada de desorden; __(TP) siempre lo había dejado claro. Sólo Niall podía hacer lo que quisiera. Al fin y al cabo, era un chico. Ya tenía dieciocho años y trabajaba en el negocio de su padre. __(TP) __(TA) tenía el taller de reparación de automóviles más floreciente de todo Onawa y, a tres dólares la hora, le iba muy bien. Estaba muy orgulloso.
A Niall le gustaba trabajar con él y se consideraba tan buen mecánico como su padre. Se llevaban bien y a veces, los fines de semana, iban a cazar o a pescar juntos. __(TM) se quedaba en casa con las niñas, iba al cine con ellas o se dedicaba a la costura. Nunca había trabajado fuera de casa y __(TP) también estaba orgulloso de ello. No es que fuera rico, pero en el pueblo podía llevar la cabeza en alto y ninguna hija suya iba a impedirlo poniéndose un vestido prestado que le diera aspecto de pavo real. La chica era guapa, razón de más para tenerla controlada y evitar que hiciera tonterías como sus hermanas.
__(TP) se había casado con una chica sencilla; antes de conocerlo a él, __(TM) __(SA) quería meterse a monja. Y había sido buena esposa durante casi veinte años. Pero no se hubiera casado con ella si le hubiera parecido una mujer mundana —como ____ había intentado aparentarlo—, o le hubiera llevado la contraria —como hacía Claudia—. Hacía años que había llegado a la conclusión de que los chicos eran más fáciles de gobernar que las chicas. Aunque ____ nunca le había causado problemas, tenía ideas extrañas sobre las mujeres y sobre lo que podían y no podían hacer, quería estudiar e incluso ir a la universidad. Sus profesores habían conseguido que se le subieran los humos diciéndole lo lista que era. No tenía nada de malo que una chica estudiara hasta cierto punto, le parecía a él, siempre que supiera hasta dónde debía llegar y cuándo usar los conocimientos adquiridos. __(TP) solía decir que no hacía falta ir a la universidad para aprender a cambiar un pañal. Pero cierta formación le hubiera ido bien en el negocio y no le importaba que ____ estudiara contabilidad y con el tiempo le ayudara a llevar las cuentas del taller; sin embargo, tenía ciertas ideas que parecían de otro planeta. Mujeres médicos, ingenieros, abogados… hasta las enfermeras le parecían demasiado a __(TP). A veces no entendía adonde quería ir a parar ____. Las niñas tenían que saber comportarse para no echar a perder su vida ni la de otros, y debían casarse y tener hijos, todos los que pudieran mantener sus maridos o todos los que éstos quisieran. Y luego debían cuidar a sus maridos e hijos, ocuparse de la casa y no buscar problemas. Eso mismo le había dicho a Niall, y le había advertido que no se casara con una chica alocada y que no dejara embarazada a ninguna con la que no quisiera casarse. El deber de las chicas era comportarse como señoritas y no ir medio desnudas a un baile ni marear a su familia con ideas insensatas sobre las mujeres. A veces se preguntaba si las películas que las llevaba a ver __(TM) les meterían esas ideas en la cabeza. Desde luego, __(TM) no era así. Se trataba de una mujer discreta que nunca le había causado problemas. Pero ____ era diferente.


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Mensaje por naiotomlinson Sáb 10 Nov 2012, 4:44 pm

hola mi nombre es Naiomi pero me puedes decir Naio o Nomi como gustes
soy de Chile y hoy me he convertido en tu nueva lectora, me encantaron los 6 capítulos, espero que la siguas
besos (:
naiotomlinson
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Mensaje por BooBearGirl♥ Dom 11 Nov 2012, 8:23 am

naiotomlinson escribió:hola mi nombre es Naiomi pero me puedes decir Naio o Nomi como gustes
soy de Chile y hoy me he convertido en tu nueva lectora, me encantaron los 6 capítulos, espero que la siguas
besos (:

WOW!! YA TENGO 2 MEGA LECTORAS!! *baile de 5 segundos* Soy muy feliz *-* de inmediato la sigo ;)

P.D: Te cuento un secreto? igual soy de chile :fiu:
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Mensaje por BooBearGirl♥ Dom 11 Nov 2012, 8:47 am

CAPITULO 7:

____ y Harry llegaron al baile más de una hora tarde. Al parecer, todo el mundo lo estaba pasando estupendamente sin ellos. Aunque se suponía que no estaba permitido beber alcohol, algunos chicos de su clase ya parecían borrachos, lo mismo que unas cuantas chicas. Al llegar, ____ se fijó en que había varias parejas dentro de los coches estacionados delante del edificio, pero intentó no prestarles atención. Le daba vergüenza reparar en ello yendo con Harry. Apenas lo conocía y no eran amigos, pero era el único que la había invitado al baile y ella quería ir, sólo para ver cómo era y luego poder decir que había estado allí. Estaba cansada de que la dejaran al margen de todo. Nunca encajaba, siempre era distinta. Durante años había estado entre los primeros de la clase y algunos compañeros la criticaban por eso; los demás simplemente se comportaban como si no existiera.
Y pasaba vergüenza cada vez que sus padres iban al colegio. Su madre era muy apocada, y su padre hablaba a gritos y le decía a todo el mundo lo que tenía que hacer, sobre todo a su madre, que nunca le había plantado cara. La tenía intimidada y ella siempre se mostraba de acuerdo con todo lo que decía, aunque estuviera equivocado. Y no se mordía la lengua a la hora de expresar sus opiniones, que abarcaban todos los temas, sobre todo en lo referente a las mujeres, a su papel en la vida, a la gran importancia de los hombres y a la poca de la educación. Siempre se ponía a sí mismo como ejemplo. Pese a haber nacido en Buffalo, a ser huérfano y a no haber pasado de sexto grado, le iba bien en la vida. Según él, nadie necesitaba estudiar más, y el hecho de que el hermano de ____ se hubiera molestado en terminar el bachillerato había sido un milagro. Niall ha sido un alumno terrible, asiduamente castigado por su comportamiento, pero tratándose de su hijo a __(TP) le parecía gracioso. Y seguramente Niall hubiera ingresado en los marines y se hubiera ido a Corea, de no haberse librado por tener los pies planos y por la rodilla que se había lesionado jugando a fútbol americano. Niall y ____ tenían muy poco en común. A ella le costaba creer que pertenecieran a la misma familia y que hubieran nacido en el mismo planeta. Niall era apuesto y arrogante, y no muy listo.
—¿Hay algo que te importe de verdad? —le preguntó un día a su hermano, en un intento por comprenderle y tal vez por comprender quién era ella en relación con él.
Niall la miró extrañado, sin entender por qué se lo preguntaba.
—Los coches, las chicas, la cerveza, divertirme… Papá habla siempre del trabajo. No está mal, supongo, mientras pueda trabajar con coches y no tenga que entrar en un banco, en una agencia de seguros o algo así. Supongo que tengo bastante suerte de trabajar con papá.
—Supongo —repuso ella en voz baja, asintiendo con la cabeza y mirándolo con sus grandes ojos verdes tratando de sentir respeto por él—. ¿No querrías ser algo más?
—¿Por ejemplo? —Parecía perplejo.
—Cualquier cosa —contestó ella—. Algo que no sea trabajar con papá. Marcharte a Chicago o a Nueva York, buscar un trabajo mejor, ir a la universidad.
Esos eran los sueños de ____, pero no podía compartirlos con nadie. Hasta las chicas de su clase eran distintas. Nadie entendía por qué le preocupaban las notas o los estudios. ¿Qué más daba? Sólo le importaban a ella. Por tanto, no tenía amigos y se veía obligada a ir a la fiesta con chicos como Harry.
Sin embargo, tenía sus propios sueños y nadie podía quitárselos, ni siquiera su padre. ____ quería vivir en un lugar más interesante, tener una profesión, un trabajo que la llenara, una educación, si podía pagársela, y con el tiempo un marido a quien amar y respetar. No podía imaginarse compartiendo la vida con alguien a quien no admirara. No podía imaginarse una vida como la de su madre, casada con un hombre que no le importara lo que pensaba.
____ quería mucho más. Tenía sueños e ideas que a todo el mundo le parecían absurdos, a todo el mundo menos a sus profesores, que sabían lo excepcional que era y querían ayudarla a librarse de las ataduras que la retenían. Sabían lo importante que sería para ella proseguir su educación. La única vez en que podía explayarse un poco era cuando escribía redacciones para sus clases, y entonces sus ideas eran alabadas, pero sólo durante ese fugaz momento. Nunca podía comentarlas con nadie.
—¿Quieres un poco de ponche? —le preguntó Harry.
—¿Cómo? —Estaba pensando en otra cosa—. Perdona, estaba distraída. Siento que mi padre te avasallara de esa manera. Hemos reñido por el vestido que quería ponerme y he tenido que cambiarme. —Se sentía muy avergonzada al contárselo.
—Es muy bonito —mintió el chico, nervioso.
De bonito no tenía nada, y ella lo sabía. Aquel vestido azul marino era tan soso que hacía falta una gran dosis de valentía para ponérselo. Pero ____ estaba acostumbrada a ser ridiculizada. O debería estarlo. Siempre destacaba por algo. Por eso Harry Styles la había invitado a ir al baile. Sabía que no la iba a invitar nadie. Era atractiva, pero también era rara, todo el mundo lo decía. Era demasiado alta, y pelirroja; estaba muy bien de cuerpo, pero sólo le importaba el colegio y nunca salía con chicos. Nadie la invitaba. Harry imaginó que le diría que sí, y acertó. Él no hacía deporte, era bajito y tenía problemas de piel (Se que él no es así, pero aquí tiene que serlo :c) ¿A quién iba a invitar sino a ____ ____? Era la única posibilidad, aparte de algunas chicas feísimas con las que no quería ser visto ni muerto. Además, ____ le gustaba, aunque su padre le intimidaba. El viejo __(TA) le había hecho sudar de verdad mientras esperaba. Harry suponía que se iba a quedar allí aguantándolo toda la noche cuando por fin apareció ella con el vestido azul oscuro. No estaba mal. Hasta con aquel vestido tan feo se notaba que tenía un cuerpo estupendo. De todas maneras, ¿qué más daba? Tenía ganas de bailar con ella y de sentir el calor de su cuerpo. Sólo de pensarlo ya se le ponía dura.
—¿Quieres un poco de ponche? —repitió.
Ella asintió con la cabeza. No le apetecía, pero no sabía qué decirle. Ahora se arrepentía de haber ido. Harry era un pelmazo y ningún otro iba a invitarla a bailar, sobre todo con aquel vestido. Debería haberse quedado en casa a escuchar la radio con su madre, tal como había propuesto su padre.
—Enseguida vuelvo —le dijo Harry, y desapareció mientras ella contemplaba cómo bailaban las otras parejas.
La mayoría de las chicas estaban muy guapas. Llevaban vestidos de colores vivos, con faldas de vuelo y chaquetillas, como el que pensaba llevar ella pero no le habían dejado.
Le pareció que pasaba una eternidad hasta que regresó Harry, sonriente y con aspecto de guardar un secreto divertido. En cuando probó el ponche, ____ supo por qué Harry estaba tan contento. Tenía un sabor extraño y supuso que alguien le había echado un poco de alcohol.
—¿Qué han echado aquí? —preguntó ella, olisqueándolo y bebiendo un sorbito para confirmar su sospecha. Sólo había probado el alcohol un par de veces, pero estaba bastante segura de que el ponche estaba cargado.
—Un poco de zumo de la felicidad —respondió el chico sonriendo.
De repente, a ella le pareció más bajo y más feo que cuando la había invitado. Era un desvergonzado y la miraba de una manera lasciva.
—No quiero emborracharme —dijo con firmeza, arrepintiéndose de haber ido, sobre todo con él. Como de costumbre, se sentía como pez fuera del agua.
—Vamos, ____, no seas aguafiestas. No te vas a emborrachar. Bebe un poco, te animará.
____ lo miró con mayor atención y comprendió que Harry había estado bebiendo mientras había ido por su copa.
—¿Cuántas has bebido ya?
—Los de primero tienen un par de botellas de ron detrás del gimnasio y Malik tiene una de vodka.
—Estupendo. Me parece fantástico.
—¿Sí, verdad? —dijo él sonriendo, alegrándose de que ella no se opusiera y sin percatarse del tono irónico que había empleado.
____ lo miraba con repugnancia, pero él no se daba cuenta.
—Ahora vuelvo —dijo la chica con serenidad, como si fuera varios años mayor de lo que era en realidad. La mayor parte del tiempo su estatura y su comportamiento la hacían parecer mayor, y junto a Harry parecía un gigante, aunque sólo medía un metro setenta y dos, ya que él era unos diez centímetros más bajo.
—¿Adonde vas? —preguntó, preocupado, pues todavía no habían bailado.
—Al servicio —respondió ella con absoluta calma.
—Me han dicho que allí también hay una botella.
—Te traeré un poco —dijo ____ antes de desaparecer entre la multitud.


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Mensaje por BooBearGirl♥ Dom 11 Nov 2012, 2:55 pm

CAPITULO 8

La orquesta interpretaba una canción lenta, y los chicos y chicas bailaban apretados. Durante todo el camino de salida del gimnasio, ____ se sentía triste. Pasó junto a un grupo de chicos que evidentemente intentaban esconder una botella, pero lo que no podían esconder era los efectos de su contenido; unos metros más allá había dos chicos vomitando contra la pared. ____ estaba acostumbrada a ver a su hermano hacer lo mismo. Se alejó de allí y fue a sentarse en un banco del otro lado del gimnasio con intención de recapacitar y de dejar pasar un poco de tiempo antes de regresar junto a Harry. Era evidente que el chico pensaba emborracharse y aquello a ella no le divertía. Debería irse a casa andando y olvidarlo todo. Dudaba que, después de haberse tomado unas copas, Harry se percatara siquiera de su ausencia.
Pasó largo rato sentada en el banco, sintiendo el frío aire nocturno sin que le importara. Se encontraba a gusto allí, apartada de todos, de Harry, de los chicos y chicas de su clase y de los que no conocía, los que bebían y vomitaban. Y también se encontraba a gusto lejos de sus padres. Por un instante deseó quedarse allí eternamente. Apoyó la cabeza en el respaldo del banco, cerró los ojos y estiró las piernas, dejándose envolver por el aire fresco mientras pensaba.
—¿Has bebido demasiado? —preguntó una voz suave a su lado. ____ dio un respingo. Alzó la vista y vio un rostro conocido. Era un chico de último curso, una estrella del equipo de fútbol que no tenía ni idea de quién era ella. ____ se preguntó qué hacía aquel chico allí y por qué se molestaba en hablarle. A lo mejor la confundía con otra chica. Se incorporó y meneó la cabeza, esperando que el chico se fuera.
—No; es que hay demasiada gente. Demasiado de todo, me parece.
—Sí, a mí me pasa lo mismo —dijo él sentándose a su lado. Era imposible no advertir lo guapo que era, incluso a la luz de la luna—. No soporto las aglomeraciones.
—Cualquiera lo diría —repuso ella con tono divertido y consciente de que, extrañamente, se encontraba a gusto con él, aunque fuera un héroe del colegio. Pero todo el ambiente resultaba irreal, sentados allí lucra, cu un banco, a oscuras—. Siempre estás rodeado de gente.
—Y tú, ¿cómo sabes quién soy? —Parecía intrigado y ciertamente su aspecto era irresistible—. ¿Quién eres?
—Soy la Cenicienta. Mi carroza acaba de convertirse en una calabaza y mi acompañante en un borracho, así que he salido a buscar mi zapatito de cristal. ¿Lo has visto?
—Puede que sí. ¿Cómo es? ¿Y cómo sé que de verdad eres la Cenicienta? —La chica era divertida y él no entendía cómo nunca se había fijado en ella. Llevaba un vestido feo pero era guapa de cara, estaba muy bien de cuerpo y tenía sentido del humor—. ¿Eres de último curso? —De repente parecía interesado, aunque todo el colegio sabía que él salía con Nataly O'Connor desde que estaban en segundo. Incluso corría el rumor de que iban a casarse en cuando terminaran los estudios.
—Estoy en segundo —contestó ella con una sonrisa irónica y sorprendentemente sincera delante del príncipe.
—Quizá por eso no me había fijado nunca en ti —dijo él, también con sinceridad—. Pero pareces mayor.
—Supongo que es un cumplido. —Le sonrió pensando que debía volver con Harry o, de lo contrario, regresar a casa; lo que no debía hacer era quedarse allí sola con un chico de último curso. Pero se sentía segura.
—Me llamo Zayn Malik. ¿Y tú, Cenicienta?
—____ ____. —Sonrió y se puso de pie.
—¿Adonde vas? —Era alto y moreno, y tenía una sonrisa deslumbrante.
—Me iba a casa.
—¿Sola? —Ella asintió con la cabeza—. ¿Quieres que te acompañe?
—No hace falta, gracias. —Era increíble que estuviera diciéndole que no a Zayn Malik, la estrella de último curso. ¿Quién lo iba a creer? Sonrió sólo de pensarlo, menuda hazaña.
—Vamos, al menos te acompañaré al gimnasio. ¿Vas a decirle a tu acompañante que te marchas?
—Supongo que debería hacerlo.
Se dirigieron a la entrada principal del gimnasio, como si fueran viejos amigos, y en cuanto llegaron ____ vio a Harry, que ya estaba como una cuba, con media docena de amigos que se pasaban la botella. Pese a que en la fiesta había también vigilantes, parecía que los chicos hacían lo que les daba la gana.
—Me parece que no hace falta que le diga nada —dijo ____ levantando los ojos hacia Zayn, que era más alto que ella, y se detuvo antes de llegar hasta Harry—. Gracias por acompañarme. Me voy a casa. —La velada había sido una total pérdida de tiempo. Lo había pasado fatal y sólo rescataba el haber hablado con Zayn Malik.
—No puedo permitir que regreses sola. Vamos, te acompaño. ¿O tienes miedo de que mi descapotable también se convierta en una calabaza?
—No lo creo. ¿Acaso eres el apuesto príncipe? —bromeó, pero enseguida se sintió avergonzada. La verdad era que sí se trataba del apuesto príncipe, y ella sabía que no debería haberlo mencionado.
—¿Lo soy? —repuso él ayudándola a entrar en el coche con desenvoltura. Era un Porch impecable, con acabados cromados; el interior estaba tapizado en piel roja.
—Me gusta tu calabaza, Zayn —bromeó de nuevo ella, y él rió.
Cuando le dio su dirección, Zayn sugirió que fueran a tomar una hamburguesa y un batido.
—No puedes haberlo pasado muy bien. Tu acompañante parecía un payaso; perdona…, no debí decir eso, pero desde luego esta noche no se ha portado muy bien contigo. Seguro que ni siquiera has bailado. No te iría mal divertirte un rato camino de casa. ¿Qué te parece? Todavía es temprano. —Lo era, y ella no tenía que regresar a casa hasta las doce.
—De acuerdo —dijo ella, cautelosa; tenía ganas de estar con él y se sentía más interesada de lo que quería reconocer. Era imposible no estarlo—. ¿Y tú? ¿Has venido solo? —preguntó, intrigada por lo que habría pasado con Nataly.
—Sí. Vuelvo a ser libre. —Por la manera en que ella lo había preguntado, él sospechó que estaba enterada de que salía con Nataly. Lo sabía todo el colegio. Pero habían roto dos días antes porque Nataly se había enterado de que había salido con otra chica durante las vacaciones de Navidad; sin embargo, se abstuvo de mencionarlo—. Supongo que he tenido suerte, ¿eh, ____?
Le dedicó una sonrisa cautivadora y empezó a preguntarle cosas sobre ella mientras se encaminaban a Mc Donalds, la hamburguesería donde pasaban el rato los chicos del colegio. Cuando llegaron, el stereo funcionaba a todo volumen y el local estaba abarrotado. Parecía que había más gente que en el baile y de repente ____ se avergonzó del vestido tan feo que le habían obligado a ponerse sus padres. De pronto se sintió una cría al lado de Zayn, que tenía ya dieciocho años. Pero fue como si él percibiera su timidez al presentársela a sus amigos. Algunos arquearon las cejas interrogativamente, deseosos de saber quién era, pero nadie puso objeciones a que se uniera al grupo. ____ no esperaba que fueran tan simpáticos con ella, como invitada de Zayn, y pasó un buen rato, riendo y charlando. Compartieron una hamburguesa con queso y un batido y bailaron media docena de canciones al son de los discos del stereo, entre ellas un par de lentas durante las cuales él la apretó con fuerza y ____ sintió sus pechos oprimidos contra su cuerpo. Al instante percibió también, con apuro, el efecto que ello ejercía en él, pero Zayn no permitía que se separara sino que la sujetaba con fuerza mientras bailaban y de vez en cuando la miraba sonriente.
—¿Dónde has estado los últimos cuatro años, niña? —dijo con voz ronca.
Ella le sonrió.
—Me parece que has estado demasiado ocupado para fijarte dónde estaba yo —repuso.
A Zayn le gustaba su sinceridad.


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Mensaje por BooBearGirl♥ Dom 11 Nov 2012, 3:20 pm

CAPITULO 9

—Puede que tengas razón. He sido un tonto. Ésta debe de ser mi noche de la suerte. —Volvió a estrecharla y dejó que sus labios vagaran por el cabello de ella.
____ tenía algo que lo excitaba. No era sólo su cuerpo, ni los espectaculares pechos que había descubierto durante el baile, sino algo en la manera con que lo miraba y con que respondía a sus preguntas. Había algo agudo, descarado y audaz en ella, como si no temiese a nada. Sabía que no era más que una niña, y que cualquier chica de segundo se sentiría un poco intimidada con un chico de último curso, pero ella no lo estaba. No tenía miedo ni de él ni de decir lo que pensaba, y eso a Zayn le gustaba. Romper con Nataly había herido su ego y ____ era justamente el bálsamo que necesitaba para aliviarlo.
Volvieron al coche y Zayn la miró. No quería llevarla a casa. Le gustaba estar con ella. Le gustaba todo de ella. Y para ____ era una experiencia embriagadora estar en su compañía.
—¿Te apetece que vayamos a dar un paseo? No son más que las once. —Se habían marchado tan pronto del baile que habían tenido tiempo de sobra para charlar y bailar en Mc Donalds.
—Seguramente debería irme a casa —dijo ella en tanto Zayn ponía el coche en marcha.
Se dirigieron al parque en lugar de hacia su casa. ____ no estaba preocupada, pero no quería llegar demasiado tarde. Con él se sentía segura; había sido un perfecto caballero toda la noche, mucho más que Zayn.
—Una vueltecita y luego te llevo a casa, te lo prometo. Es que no quiero que termine esta noche. Ha sido una noche especial para mí —dijo el muchacho.
A ____ la cabeza le dio vueltas de emoción. ¿Zayn Malik? ¿Podía ser verdad? ¿Y si empezaba a salir en serio con ella en lugar de con Nataly O'Connor? No acababa de creérselo.
—Me lo he pasado muy bien, ____.
—Yo también. Mucho mejor que en el baile —dijo riendo. Charlaron unos minutos hasta que llegaron a una zona solitaria junto al lago, Zayn detuvo el coche y se volvió hacia ella.
—Eres una chica especial —dijo, y ____ no tuvo dudas de que lo decía en serio. Zayn abrió la guantera, sacó una botella de ginebra y se la ofreció—. ¿Te apetece un trago?
—No, gracias. No bebo.
—¿Cómo es eso?
—No me gusta. —A Zayn le pareció raro y se la alargó de todas formas.
Ella la rechazó pero, como él insistía, bebió un sorbito de cortesía. El líquido transparente le produjo quemazón en la garganta y en los ojos. Luego, cuando Zayn se inclinó hacia ella para abrazarla y besarla, tenía una sensación extraña en la boca y se sentía sofocada.
—¿Te gusta esto más que la ginebra? —preguntó Zayn con tono sensual después de besarla. Ella sonrió y asintió con la cabeza, sintiéndose mayor, excitada y algo pecaminosa. Era irresistible—. A mí también —dijo, y la besó de nuevo. Esta vez empezó a desabrocharle el recatado vestido mientras ella trataba de impedírselo, pero los dedos de él eran más ágiles que los de ella y tenían más práctica. Al cabo de unos segundos tenía sus pechos en las manos y los acariciaba mientras la besaba hasta quitarle el aliento. Ella no sabía cómo detenerlo.
—Zayn, no, por favor… —musitó, queriendo imprimir firmeza a su voz. Sabía lo que tenía que hacer, pero resultaba difícil no desear a Zayn Malik.
Entonces, Zayn se agachó y empezó a besarle los pechos. De repente, ____ se encontró con el sujetador desabrochado y el vestido totalmente abierto. Zayn le besaba los pechos y a continuación los labios mientras le acariciaba los pezones con los dedos. Contra su propia voluntad, ____ exhaló un gemido cuando deslizó él la mano debajo de la falda y encontró lo que buscaba con gesto rápido y experto, pese a los intentos de ella por mantener las piernas juntas. Tenía que recordarse continuamente que no quería que Zayn hiciera lo que le estaba haciendo. Quería sentir miedo, pero no era así. Todo lo que Zayn le hacía era emocionante y placentero, pero ella sabía que tenía que parar y por fin se apartó, sin aliento. Lo miró con pesadumbre y negó con la cabeza. Zayn comprendió.
—No puedo. Lo siento, Zayn. —Estaba asombrada por las sensaciones que había experimentado. La cabeza le daba vueltas.
—No importa —dijo él suavemente—. Ya lo sé… No debería haber… Lo siento mucho. —Y al decirlo volvió a besarla y empezaron de nuevo.
Esta vez todavía fue más difícil detenerse. Ambos estaban totalmente excitados cuando ____ se apartó de él y vio, pasmada, que tenía la bragueta abierta. Zayn tiró de la mano de ella y ____ intentó resistirse, pero estaba fascinada. Aquello era lo que le habían advertido, lo que le habían dicho que no hiciera nunca; sin embargo, todo era como un torbellino del que no podía escapar. Y el miembro de Zayn creció vertiginosamente entre las manos de ____, que se encontró acariciándolo mientras él la besaba, la tendía en el asiento y se deslizaba encima de ella, palpitando de deseo y excitación.
—Dios mío, ____, te deseo tanto… Oh… te quiero.
Le levantó la falda y se bajó los pantalones en lo que pareció un único movimiento. Ella lo notó contra su piel, buscando, con una necesidad imperiosa de ella, la misma necesidad que ella sentía de él, y en una fulminante oleada de placer y de dolor la penetró. Sin apenas moverse en su interior, no pudo evitar un profundo estremecimiento y un momento después eyaculó.
—Oh, Dios mío, Dios mío, ____. —Zayn regresó lentamente a la Tierra y la miró. La chica lo observaba fijamente, como conmocionada, incapaz de creer lo que acababan de hacer. Zayn le acarició el rostro y dijo—: Oh, ____, lo siento, eras virgen. No he podido evitarlo. Eres tan guapa y te deseaba tanto… Lo siento.
—No importa. —____ se sorprendió a sí misma tranquilizándolo.
Todavía estaba dentro de ella y se retiró lentamente. Aunque ya se estaba excitando de nuevo, no volvió a intentarlo. Sacó una toalla que milagrosamente encontró debajo del asiento y trató de ayudar a ____ a recuperar la compostura mientras ella procuraba no mostrarse azorada. Luego Zayn bebió un largo trago de ginebra y seguidamente le ofreció la botella a ____, que esta vez la aceptó, preguntándose si el primer trago la habría hecho sucumbir a sus intenciones o si estaría enamorada de él, o él de ella, qué implicaciones tendría todo aquello y si significaba que ahora él era su novio.
—Eres increíble —le dijo él besándola de nuevo y atrayéndola hacia sí—. Siento que haya pasado aquí, de esta manera, esta noche. La próxima vez será mejor, te lo prometo. Mis padres se irán fuera dentro de dos semanas, puedes venir a mi casa. —No se le había pasado por la cabeza que tal vez ella no querría continuar. Supuso lo contrario, y no andaba del todo errado, pero sobre todo ____ no estaba segura de lo que sentía. En cuestión de minutos, todo su mundo se había vuelto del revés.
—¿Nataly y tú…? —Antes de terminar la frase ya sabía que era una pregunta tonta. Él le sonrió durante un momento como un hermano mayor y mucho más experimentado.
—Eres muy joven, ¿verdad? Ahora que lo pienso, ¿cuántos años tienes?
—Cumplí dieciséis hace dos semanas.
—Bueno, pues ahora ya eres toda una señorita. —Al ver que ella temblaba, se quitó la chaqueta y le cubrió los hombros.
____ todavía estaba conmocionada y entonces se dio cuenta de que tenía que preguntarle una cosa.
—¿Podría quedarme embarazada por esto? —Sintió pánico sólo de pensarlo, pero él la tranquilizó. ____ no estaba segura de la magnitud del riesgo que había corrido.
—No lo creo. Sólo por una vez… Quiero decir que podrías, pero no pasará. Y la próxima vez tendré cuidado.
Ella no estaba muy segura de lo que quería decir tener cuidado, pero sabía que si lo volvía a hacer, y quizá lo haría si empezaban a salir, si Nataly O'Connor lo había hecho y eso era lo que él esperaba de ella, entonces tendría cuidado. Estaba claro que no le hacía ninguna falta tener un niño. Hasta la más remota posibilidad la hacía temblar. No quería casarse por obligación, como sus dos tías. Y de repente recordó todas las historias que contaba su padre.
—¿Cómo sabré si lo estoy? —le preguntó mientras él ponía en marcha el coche.
Zayn se volvió para mirarla dándose cuenta de lo inocente que era, aunque aquella misma noche le había parecido toda una mujer.
—¿Es que no lo sabes? —preguntó sorprendidísimo. Ella negó con la cabeza, sincera como siempre—. No te vendrá la regla.
____ se sintió avergonzada y movió la cabeza para indicar que había comprendido. Aunque no sabía nada más, no quería seguir preguntando por miedo a que él la considerara una perfecta idiota.
Camino de casa, Zayn apenas dijo nada. Cuando se detuvieron, echó un vistazo en derredor y a continuación la besó.
—Gracias, ____. Lo he pasado muy bien esta noche.
Intuitivamente, ella suponía que perder la virginidad era algo más que pasarlo muy bien; sin embargo, no tenía derecho a esperar más de él y lo sabía. No debería haberlo hecho la misma noche en que lo había conocido, y suponía que tendría suerte si la cosa seguía. No obstante, Zayn le había dicho que la quería.
—Yo también lo he pasado bien —dijo con cautela y cortesía—. Ya nos veremos en el colegio —añadió esperanzada.
Le devolvió la chaqueta y echó a correr hacia la entrada de su casa. La puerta estaba abierta y entró. Faltaban dos minutos para las doce y se alegró de que todos estuvieran acostados, así que no tendría que explicar nada ni contestar preguntas. Se lavó lo mejor que pudo, agradeciendo que no la hubiera visto nadie, puso la falda del vestido en remojo y luego lo tendió tratando de contener las lágrimas. Podía decir que le habían derramado una copa de ponche encima, o que alguien había vomitado.


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Mensaje por naiotomlinson Dom 11 Nov 2012, 5:38 pm

me encantaron los capítulos y me alegra que seas de Chile ojalá pronto tengas más lectoras
síguela en cuanto puedas
naiotomlinson
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