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·Mi nana· [Isabella]
O W N :: Originales :: Originales :: One Shot's (originales)
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·Mi nana· [Isabella]
Nombre: Mi nana
Autor: yo, Manu.
Adaptación: No
Género: Drama
Advertencias: No.
Otras páginas: Otras novelas en el foro.
Autor: yo, Manu.
Adaptación: No
Género: Drama
Advertencias: No.
Otras páginas: Otras novelas en el foro.
Mi nana
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Mis dedos recorrían con ansias cada tecla. A medida que lo hacía, las notas invadían el salón y penetraban mis oídos. Mis ojos se cerraron al oír la melodía, dejándome llevar por el placer que me otorgaba tocar. Allí estaba únicamente el hermoso piano de cola que me había regalado y yo, nadie más. Era el único recuerdo que tenía de ella; un estremecimiento recorrió mi espalda cuando la imaginé allí. Sus ojos azules viajaron por un momento al centro de mi mente, al igual que su risa cálida y parecida al trinar de las aves. “Bella, no hagas eso… te ves muy bonita” le oía decir en mis pensamientos. Recordaba cada uno de sus gestos, cada una de sus reprimendas, cada una de sus sonrisas… pero eran solo eso. Recuerdos, memorias. No la tenía allí conmigo, para apoyarme cuando más le necesitaba.
Mis manos seguían reproduciendo esa balada, esa nana que ella había compuesto para mí y tocaba todas las noches antes de dormirme. Mientras lo hacía, observaba mi rostro a medida que me ganaba el sueño. Adoraba la manera en que mi madre tocaba el piano, cómo se introducía en su mundo cuando lo hacía. Sus afinados y suaves dedos recorrían las teclas con una velocidad increíble, insuperable.
A medida que yo tocaba, las imágenes de ella, la mujer más importante en mi vida, viajaban en mi mente. La extrañaba, demasiado. Tanto que recurría a cualquier forma para tenerla unos momentos a mi lado. Así había aprendido a tocar, pensando en ella. Y es que siempre estaba presente cuando lo hacía. Su rostro aparecía de entre las sombras, pálido pero aún con vestigios de calidez. Me sonreía, con lágrimas repletas de emoción brotando de sus ojos y cayendo a sus mejillas levemente sonrosadas. Su cabello refulgía en la luz del sol, tan brillante como antes de que se la llevaran. Y mi vida se recomponía, durante esos instantes en los que la veía.
Cuando menos me lo esperaba reapareció, y todas esas lágrimas, todo ese dolor de no tenerla a mi lado se esfumó, no significó nada. Ella estaba sentada a mi lado, observándome tocar como infinitas veces antes lo había hecho. Pero por primera vez, le hablé.
– Te extraño. ¿Cuándo volverás? – susurré, sin pensar en nada más que en ella.
– Yo también lo hago, mi niña – el solo oír su dulce voz hizo que un mar de lágrimas se escurriera por mis mejillas – y ansío verte. Pero sabes que no podemos…
– Lo sé, pero no es justo. Ellos nos separaron, tienen que devolverte sana y salva a casa – había evitado de todas maneras recordar ese trágico día, pero ahora no había marcha atrás. Lo que había vivido esa noche, que nunca osé recordar nuevamente, me quitó el aire y provocó en mi pecho un vacío que me fue difícil calmar. Había procurado olvidar, y ahora había fallado. Sin intenciones de luchar, me dejé arrastrar hacia la melancolía y el dolor que me traían esas memorias…
Unos años atrás
Era una noche cálida de verano. Toda la familia se hallaba cenando mientras oía la radio, al igual que hacíamos todas las noches. Mi padre se veía preocupado, su expresión tranquilizadora era meramente una especie de máscara para no preocuparnos. Pero a mis doce años no era ingenua, más bien muy inteligente, y lograba percibir que bajo esa paz y felicidad se extendía una tensión y preocupación aún mayor que la mía al verle así. Apenas probaba bocado y revolvía la lasaña que tanto adoraba algo distraído. Mi madre lanzaba miradas angustiadas hacia él, que no correspondía. Solo se concentraba en la radio que se hallaba a su lado.
Las horas pasaban, y para ese entonces no comprendía absolutamente nada de lo que estaba pasando. Junto a Rose, mi hermana, jugábamos a las muñecas frente a la chimenea como todas las noches antes de dormir. La única diferencia era que nuestro padre no se encontraba sentado en el sofá de cuero rojo, “su sofá”. Él había desaparecido entre las habitaciones junto a su esposa, mi madre. Oí los sollozos de esa adorada mujer por la rendija de la puerta que llevaba a la cocina y sin dudarlo siquiera me asomé, para lograr ver a mi padre abrazándola con todas sus fuerzas. Parecía querer protegerla de alguna cosa, sin conseguirlo.
– Ve a la cama Bella, ahora tu madre irá a arroparte – susurró él, mientras me propinaba leves empujoncitos hacia la otra habitación. Le obedecí, por supuesto, y conseguí llevar a mi hermana de camino. Era dos años menor que yo, por lo cual siempre la cuidaba con mi vida. Apenas llegamos al dormitorio la cabeza de nuestra madre se asomó por la abertura de la puerta.
– Aquí estoy niñas – susurró – acuéstense que ya es hora de dormir.
– Mamá, ¿Qué le sucede a papá? Está muy triste esta noche- murmuré cuando se acercó a mí para acomodar las sábanas que se arrebujaban en mi pecho.
– Nada amor, quédate tranquila – se dirigió a arropar a Rose y luego se sentó en la banquilla frente al piano. Comenzó a tocar y no fui capaz de observar su rostro ya que se encontraba a espaldas de mí. Mis ojos se fueron cerrando lentamente mientras el ensueño se apoderaba de mí. Estaba a punto de dormirme por completo cuando oí un golpe sordo, y abrí repentinamente los ojos. Los ojos de mi madre se habían agrandado debido al temor, y Rose restregaba sus ojos con sus pequeñas manitos.
– ¿Qué sucede mami? – balbuceó con voz rasposa debido al cansancio. Se oyeron más golpes, acompañados de gritos atemorizantes que dejaban helado a quien los oyera.
– Niñas, rápido. Ocúltense debajo de la cama de Isabella, sin preguntas. ¡Rápido pequeñas! – la oración se teñía de impaciencia y preocupación, que provocaron terror en nuestros confundidos pensamientos. Aún así le obedecimos y la vimos correr hacia la sala. Oímos un grito y una lágrima se desbordó hacia mis mejillas cubiertas de pecas, pero la limpié rápidamente con mi pulgar para no aterrar aún más a mi pequeña hermana.
– Todo estará bien linda – farfullé sobre los gritos y sonidos extraños, mientras la abrazaba con todas las fuerzas que me restaban. Logré oír el sonido de objetos cayendo, estallando en mil pedazos al entrar en contacto con el suelo de madera de la sala, además de voces. Eran hombres, por lo menos en su mayoría. Mi piel se volvió de gallina cuando oí las suplicas de mi madre y sus gritos, sumados a los de mi padre. Los segundos pasaban lentamente, el tiempo en el cual estuve escondida allí pareció una eternidad.
Luego de unos minutos, el silencio fue lo único que pude percibir. Temerosa, salí de nuestro escondite indicándole a Rose que no se moviera de allí bajo ningún motivo. Caminaba intentando hacer el menor sonido posible, y mis manos temblaban al intentar girar el picaporte de la puerta de madera. El crujido de ésta al abrirse solo hizo más aterradora la situación. Al otro lado de la habitación pude vislumbrar una silueta apoyada en la alfombra, me acerqué arrastrando los pies solo para comprobar que era mi padre.
– ¿Papá? ¿Papá te encuentras bien? Respóndeme, por favor – sollozaba junto a su cuerpo. Lo tomé de su camisa, cubierta de pequeñas y dispersas manchas de sangre, y comencé a zarandearlo y empujarlo para que reaccionara, inútilmente. Cuando así lo hizo, suspiré aliviada.
– ¿Bells? Isabella, mi amor ¿te encuentras bien? ¿Y Rose? ¿En dónde está ella? – dijo refiriéndose a mi hermanita, parecía levemente aturdido.
– Estamos bien ambas papá. Pero ¿tú lo estás? – le dediqué un veloz análisis para comprobar que todo estuviera en orden.
– Eso creo hija – pareció buscar a alguien con la mirada, y luego se sumió en profundos sollozos.
– Padre, ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? – tomé su rostro entre mis manos y su expresión me dejó anonadada.
– Alice, mi vida… - prorrumpió en llantos y todo encajó. Solté el rostro de mi padre y caí de rodillas a su lado. Al oír el nombre de mi madre lo comprendí todo: ellos se la habían llevado.
Ahora, luego de años en su búsqueda, todavía no la habían hallado. Claro que no era consciente de nada en ese entonces, pero al pasar el tiempo me había enterado.
En esos tiempos el pequeño país en el cual vivíamos, Uruguay, se sumía en una intensa dictadura. A pesar de la fuerza y los castigos impartidos por los que la llevaban a cabo, una parte del pueblo se resistía. Y, desgraciadamente para mí, mis padres pertenecían a esa parte. Militaban, realizaban reuniones furtivas y protestaban en secreto, mediante medidas prácticamente imposibles de detectar. Recordaba aún el sonido de las cacerolas al chocarse entre ellas, y cómo mi madre nos indicaba quedarnos en silencio. A nuestras infantiles mentes les parecía divertido, nada conocían de la verdad. Incluso cuando nuestra casa se llenaba de desconocidos, compañeros de lucha de mis padres, no nos habíamos percatado de nada. Hasta ese día en el cual se llevaron a mi fuerza, mi todo, mi razón de existir.
Luego de los años, Rose había preferido darla por muerta. Incluso mi padre, que con todas sus fuerzas la había buscado, se había resignado en los últimos seis meses. Sólo había recuperado un poco de esperanza cuando oyó acerca de la reforma en la ley de caducidad, para castigar a todas esas personas que por tener poder habían quedado impunes de todas las desgracias que habían causado en familias como la mía. Incluso esa ley se imponía ante nosotros, ante la memoria de mi madre y de otras decenas de personas más. Nunca fue reformada, y mi padre volvió a su decepción inicial.
Mi hermana lo había superado, a diferencia de mi padre y yo misma. No lo creía justo, no era correcto.
Seguía tocando y seguía sintiendo su presencia a mi lado. Era lo único que importaba en esos momentos, nada más. Al percibir que la nana se acababa y que con ella se acababa la visión de mi madre, me apresuré a hablarle por última vez.
– ¿Te gusta cómo lo toco? – meneé mi cabeza hacia el piano, y su sonrisa me encandiló.
– Por supuesto bebé. Estoy muy orgullosa de ti – se disipaba, y lo podía notar claramente. Se alejaba de mí sin quererlo así, como todas las veces. No podía dejarla ir, no ahora.
– Te amo – susurré con la voz quebrada.
– Yo te amo a ti Bella, para siempre. Nunca lo olvides – murmuró, y acercó la palma de su mano hacia mí. Segundos después, la oscuridad la arrastró hacia ella, dejándome sola otra vez.
Manu.
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