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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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#}Mis Horas Narradas
O W N :: Originales :: Originales :: One Shot's (originales)
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#}Mis Horas Narradas
HOMOFÓBICOS FUERA
Nombre: Mis Horas Narradas.Autor: Ary Moreno
Adaptación: No
Género: Romace-Drama-Mayores
Advertencias: Este Shot fue escrito por una amiga y me pidió que lo subiera por ella. No tiene nombres así que puede ser Larry Stylson, Ziam, Jovin, Joick... Lo que ustedes desen. Espero que lo disfruten.
Otras Páginas: No aún.
Mis Horas Narradas
Abro los ojos… veinticuatro horas más de paga. Volteo. Los aparatos son fieles y silenciosos acompañantes. A pesar de su lealtad, me dan miedo, porque van midiendo ese tiempo que me queda. Que le queda al corazón y a los pulmones que se están deteriorando. Al parecer los pulmones son más débiles ahora, pero para mí, más débil es mi corazón, mi corazón sin él, mi corazón que todo lo va perdiendo.
Hoy seria tal como ayer. Estoy comenzando a acostumbrarme a su desinterés y ausencia, aunque, hasta hace poco, yo no sabía el porqué. No me gusta encontrar respuesta a preguntas que no me hago yo.
Desde la ventana de mi habitación, de lujo superfluo, miro el mismo brillo que provoco mi sonrisa en sus ojos, pero no es mi sonrisa ni mis besos la que provoca esa mirada ahora. Otro hombre, con el mío, platicando alegres, interesados, olvidados de lo que sucede alrededor, el, de lo que sucede conmigo. Toca su brazo, asciende a su hombro, a su mejilla. El mantiene esa sonrisa ansiosa de sentir más. Finalmente, escucho el vidrio quebrarse y cortarme por dentro, finalmente, sus labios besan los de aquel extraño, aquel intruso, aquel ladrón que se llevo al único motivo que tenia para seguir aguantando las agujas persistentes en mis venas y los sonidos discretos y desesperantes de las maquinas al lado de mi cama.
El agua tibia y salina de mis ojos escurre, me molestan los labios y me provoca ardor en los pliegues de mi nariz. Pero, eso es lo de menos. Lo que me duele es que no recuerda que hay un cristal transparente por el que yo lo veo, por el que yo me entero que debido a mi agonía el busca a alguien más fuerte, más vivo. Yo veo su nuevo placer, pero él no ve mi dolor.
Suspiro, miro hacia el televisor. Quizá alguna de las historias que a diario cuenta me haga olvidarme de la mía, por un rato. Pero no funciona. Tampoco funciona tratar de evadir esa escena a través de las páginas de una novela, tampoco mirando al techo, menos cuando miro a la lluvia por esa maldita ventana que ojala nunca hubiera visto.
Su cinismo me lastima, me hace querer explotarle en la cara, pero olvido que no puedo valerme solo, y que, a pesar de que no sea más que un mueble de carne estorbando en su casa, el me hace seguir respirando. Por eso, brindo una leve sonrisa cuando el dibuja una para mí. Una sonrisa por compromiso, cotidiana y mecánica. Extraño sus sonrisas autenticas de antes, pero sé que no volverán.
Besa mis labios, siento el sabor de la boca de aquel. Las lágrimas escurren, pero rápido las limpio. Pregunta como estoy. No le importa como estoy. Es una rutina, una pregunta a la que debo siempre responder con un: -tranquilo, gracias- o –bien por ahora, gracias-.
Prefiero dormir, se que tal vez sea desconsiderado pero también tengo derecho a hartarme, a ignorarlo. El resopla y se va. Ya no se queda a preguntar porque cierro los ojos y dejo de escucharlo. No vuelvo a hacerlo, ¿Para qué, si le da lo mismo? Mantengo los ojos cerrados, intento dormir, pero no para soñar, solo para desconectarme de la realidad.
Pasan más horas, el destino vuelve a darme 24 horas varias veces más. Con que me den los cinco minutos, que se vuelven cuatro y luego tres en los que él está conmigo, me es suficiente. En esos minutos vivo intensamente, a mi manera. Me duelen, porque sé que está siendo hipócrita conmigo, que espera que me muera o me recupere para irme de su casa, pero siento sus labios y al menos yo si los saboreo, al menos yo si sonrío con honestidad, al menos yo lo sigo queriendo.
Vuelve a irse, y de nuevo vuelvo al limbo. Me suspendo, e intento dormir para desconectarme pero, no hay suficiente cansancio físico. Ojala y el cansancio mental me sirviera de algo.
Una enfermera llega a tomarme la presión e inyectarme la medicina. Me hace erguirme y pone el helado estetoscopio en mi espalda, escuchando atentamente mis pulmones, cada vez más hartos. Hace que me acueste de nuevo con suavidad, entonces, hablo en mucho tiempo, solo para hacer una petición: -Desconéctame el oxigeno, por favor-.
Sin ese respirador podré dejar toda esta mierda que solo me hace delirar y quedarme con el recuerdo de cuando tuve todo lo que ya no tengo, pero ella se niega, me dice que es imposible, que no puede matarme, cosas más que ignoro, porque desde el “no” que pronunció le perdí interés.
Lo vuelvo a hacer varias veces más, pero se sigue negando, entonces, debo tomar decisiones extremas. Hoy no quiero dormirme, hoy será un día emocionante.
El aparece en mi habitación, parado a los pies de mi cama, con las manos en los bolsillos. Me quito el respirador de la boca por unos segundos. –Ya no quiero vivir, desconéctame por favor. Todos se han negado a hacerlo, pero sé que tú no lo harás. Hazlo, por favor- Le pido con la voz ronca y débil. El rompe en llanto, a su manera dura de siempre, pero llora, y eso me hace llorar a mí.
-“No puedo hacerlo, no puedo dejarte ir. Puedes salir de esto, te queda mucho por delante, no te tires al vacio”-. Sus palabras solo despiertan una furia, una energía para gritar que no es capaz de salir de mi garganta. Finalmente me armo de valor, para confesar la verdad.
-Te he visto con otro hombre besándote. Sé que te estorbo, que no me quieres más. Yo fui perdiendo todo, solo me quedabas tú, mi posesión más grande, pero ya tampoco te tengo, por eso ya no quiero seguir. Tú no estás en esta cama postrado a diario. Tú no entiendes.- Digo, con todo el coraje y la convicción que me nació. Pero el solo se queda callado, observándome fríamente. No puede fingir aunque lo intente, no frente a mí.
-“Yo te amo. No digas esas cosas”- Me dice, y yo trato de analizar sus palabras y encontrar un poco de verdad, pero, estoy tan desanimado que no puedo creerle nada.
-No me amas, no más como antes. Te entiendo ¿Quién quiere a un vegetal en su casa? Por eso te pido que me dejes ir, que te quedes con el recuerdo de lo que fui, porque no quiero ser mas así. Te lo ruego- Mi voz quebrantada de nuevo lo pidió, con la desesperación como último recurso. El que me prometa que va a dejarlo, que cometió un error, que me ama mucho, no va a hacerme sentir mejor, porque es una mentira, porque no tengo ojos en todas partes para saber si lo cumple o no.
-Hazlo, pero antes, déjame amarte por última vez- Pido como si fuera un admirador solamente, sabiendo que el deseo de sentir su cuerpo es solamente mío, que me hará un favor, que yo trataré de imaginar que lo sentimos los dos.
El suspira y asiente en medio de sus lágrimas. Camina hacia la puerta y pone el cerrojo. Vuelve a mi cama, se sienta en la orilla, mira hacia las maquinas que a cada instante me monitorean. Me toma la mano, puedo sentir lo que él siente. Me siento como antes, solo que con un poco de “adiós”.
Se acerca a mí, con una mirada penetrante, que hace que los latidos se me aceleren. Me quita el respirador con cuidado y lo deja a milímetros, sobre la almohada, por si acaso. Besa mis labios, despacio, para no lastimarlos más de lo que ya están. Cierro los ojos, siento sus manos viajar a mi espalda y acariciarla por debajo de la ropa. Me duele, hay aftas en esa piel, pero él con su contacto las lastima y me cura a la vez.
Mis manos con cables conectados viajan a su pecho, lo acarician. Mi nariz, libre del plástico del respirador huele su colonia, su aroma propio, se deleita. Desabrocho los botones de su camisa, siento su piel tibia y sus vellos. Bajo a la hebilla del cinturón, la desabrocho, meto las manos y toco su virilidad, con una naciente erección que me hace sonreír. No de placer, sino de saber que mi cuerpo aún le despierta algo aunque sea.
El ancho de esa cama es utilizado correctamente por primera vez. Esta acostado al lado mío, a medio vestir, igual que yo. Toma mi cadera y baja el pantalón de tela suave y caliente hasta sacarlo de mis piernas. Besa mi hueso, lanzo un suspiro, arqueo la espalda a pesar del dolor.
Pronto está desnudo y yo de igual forma, sobre de él, porque el ya no puede estar sobre de mi. Pronto siento que su cuerpo me invade y me hace caer rendido a él de nuevo, me hace gemir, gastar ese poco oxigeno que tengo. Besa mi cuello, yo beso el de él, beso su pecho y sus brazos, acaricio su torso, él hace lo mismo. Cada vez es más un amor real y menos un amor platónico. Caigo, caigo de amor cuando me mira a los ojos y me sonríe, apenas levantando las comisuras de sus labios, cuando acaricia mis mejillas y me dice –“Te amo”- con una intensidad que no escuché desde hace meses, con una esperanza que me hace volver. Estoy por decirle que lo amo también, por vomitar mis sentimientos, por hacerle saber que es todo para mí mientras acaricia mi espalda con delicadeza, pero, me falta el aire, me duele el pecho, mi vista se nubla. El me pone el respirador sobre la boca, me conecta rápidamente, su mirada cambia. Miro su angustia, angustia como la mía de perder algo que amas. Eso me hace sonreír a pesar del dolor que comienza a matarme.
-Gracias- pronuncio a través del respirador varios minutos después, con la cabeza recostada en su pecho desnudo, escuchando su corazón que me arrulla. –Este es el recuerdo que debes tener de mí, de esta persona feliz por tenerte a su lado.- Digo con la voz débil, aunque viva para mí, optimista en sus palabras. El baja la vista y acaricia mi mejilla, con los ojos rojos e inundados en lágrimas que aún no salen. –Me hiciste volver a la vida- pronuncio y sonrío, con todos los recuerdos de lo que pasamos en estos años, recuerdos felices, que vale la pena que aloje en mi memoria. Miro sus ojos verdes y su sonrisa honesta fijamente, cada vez desenfocándolo más sin poder evitarlo, oscureciéndose más la imagen, ensordeciéndose más el sonido. Me falta el aire, tengo frío. Me acurruco en sus brazos tibios por última vez con una sonrisa de tranquilidad, de saber que a pesar de que él bese otros labios, me tuvo y yo lo tuve a él, a su cuerpo y a sus sentimientos solo para mí. Me voy… me fui feliz.
Hoy seria tal como ayer. Estoy comenzando a acostumbrarme a su desinterés y ausencia, aunque, hasta hace poco, yo no sabía el porqué. No me gusta encontrar respuesta a preguntas que no me hago yo.
Desde la ventana de mi habitación, de lujo superfluo, miro el mismo brillo que provoco mi sonrisa en sus ojos, pero no es mi sonrisa ni mis besos la que provoca esa mirada ahora. Otro hombre, con el mío, platicando alegres, interesados, olvidados de lo que sucede alrededor, el, de lo que sucede conmigo. Toca su brazo, asciende a su hombro, a su mejilla. El mantiene esa sonrisa ansiosa de sentir más. Finalmente, escucho el vidrio quebrarse y cortarme por dentro, finalmente, sus labios besan los de aquel extraño, aquel intruso, aquel ladrón que se llevo al único motivo que tenia para seguir aguantando las agujas persistentes en mis venas y los sonidos discretos y desesperantes de las maquinas al lado de mi cama.
El agua tibia y salina de mis ojos escurre, me molestan los labios y me provoca ardor en los pliegues de mi nariz. Pero, eso es lo de menos. Lo que me duele es que no recuerda que hay un cristal transparente por el que yo lo veo, por el que yo me entero que debido a mi agonía el busca a alguien más fuerte, más vivo. Yo veo su nuevo placer, pero él no ve mi dolor.
Suspiro, miro hacia el televisor. Quizá alguna de las historias que a diario cuenta me haga olvidarme de la mía, por un rato. Pero no funciona. Tampoco funciona tratar de evadir esa escena a través de las páginas de una novela, tampoco mirando al techo, menos cuando miro a la lluvia por esa maldita ventana que ojala nunca hubiera visto.
Su cinismo me lastima, me hace querer explotarle en la cara, pero olvido que no puedo valerme solo, y que, a pesar de que no sea más que un mueble de carne estorbando en su casa, el me hace seguir respirando. Por eso, brindo una leve sonrisa cuando el dibuja una para mí. Una sonrisa por compromiso, cotidiana y mecánica. Extraño sus sonrisas autenticas de antes, pero sé que no volverán.
Besa mis labios, siento el sabor de la boca de aquel. Las lágrimas escurren, pero rápido las limpio. Pregunta como estoy. No le importa como estoy. Es una rutina, una pregunta a la que debo siempre responder con un: -tranquilo, gracias- o –bien por ahora, gracias-.
Prefiero dormir, se que tal vez sea desconsiderado pero también tengo derecho a hartarme, a ignorarlo. El resopla y se va. Ya no se queda a preguntar porque cierro los ojos y dejo de escucharlo. No vuelvo a hacerlo, ¿Para qué, si le da lo mismo? Mantengo los ojos cerrados, intento dormir, pero no para soñar, solo para desconectarme de la realidad.
Pasan más horas, el destino vuelve a darme 24 horas varias veces más. Con que me den los cinco minutos, que se vuelven cuatro y luego tres en los que él está conmigo, me es suficiente. En esos minutos vivo intensamente, a mi manera. Me duelen, porque sé que está siendo hipócrita conmigo, que espera que me muera o me recupere para irme de su casa, pero siento sus labios y al menos yo si los saboreo, al menos yo si sonrío con honestidad, al menos yo lo sigo queriendo.
Vuelve a irse, y de nuevo vuelvo al limbo. Me suspendo, e intento dormir para desconectarme pero, no hay suficiente cansancio físico. Ojala y el cansancio mental me sirviera de algo.
Una enfermera llega a tomarme la presión e inyectarme la medicina. Me hace erguirme y pone el helado estetoscopio en mi espalda, escuchando atentamente mis pulmones, cada vez más hartos. Hace que me acueste de nuevo con suavidad, entonces, hablo en mucho tiempo, solo para hacer una petición: -Desconéctame el oxigeno, por favor-.
Sin ese respirador podré dejar toda esta mierda que solo me hace delirar y quedarme con el recuerdo de cuando tuve todo lo que ya no tengo, pero ella se niega, me dice que es imposible, que no puede matarme, cosas más que ignoro, porque desde el “no” que pronunció le perdí interés.
Lo vuelvo a hacer varias veces más, pero se sigue negando, entonces, debo tomar decisiones extremas. Hoy no quiero dormirme, hoy será un día emocionante.
El aparece en mi habitación, parado a los pies de mi cama, con las manos en los bolsillos. Me quito el respirador de la boca por unos segundos. –Ya no quiero vivir, desconéctame por favor. Todos se han negado a hacerlo, pero sé que tú no lo harás. Hazlo, por favor- Le pido con la voz ronca y débil. El rompe en llanto, a su manera dura de siempre, pero llora, y eso me hace llorar a mí.
-“No puedo hacerlo, no puedo dejarte ir. Puedes salir de esto, te queda mucho por delante, no te tires al vacio”-. Sus palabras solo despiertan una furia, una energía para gritar que no es capaz de salir de mi garganta. Finalmente me armo de valor, para confesar la verdad.
-Te he visto con otro hombre besándote. Sé que te estorbo, que no me quieres más. Yo fui perdiendo todo, solo me quedabas tú, mi posesión más grande, pero ya tampoco te tengo, por eso ya no quiero seguir. Tú no estás en esta cama postrado a diario. Tú no entiendes.- Digo, con todo el coraje y la convicción que me nació. Pero el solo se queda callado, observándome fríamente. No puede fingir aunque lo intente, no frente a mí.
-“Yo te amo. No digas esas cosas”- Me dice, y yo trato de analizar sus palabras y encontrar un poco de verdad, pero, estoy tan desanimado que no puedo creerle nada.
-No me amas, no más como antes. Te entiendo ¿Quién quiere a un vegetal en su casa? Por eso te pido que me dejes ir, que te quedes con el recuerdo de lo que fui, porque no quiero ser mas así. Te lo ruego- Mi voz quebrantada de nuevo lo pidió, con la desesperación como último recurso. El que me prometa que va a dejarlo, que cometió un error, que me ama mucho, no va a hacerme sentir mejor, porque es una mentira, porque no tengo ojos en todas partes para saber si lo cumple o no.
-Hazlo, pero antes, déjame amarte por última vez- Pido como si fuera un admirador solamente, sabiendo que el deseo de sentir su cuerpo es solamente mío, que me hará un favor, que yo trataré de imaginar que lo sentimos los dos.
El suspira y asiente en medio de sus lágrimas. Camina hacia la puerta y pone el cerrojo. Vuelve a mi cama, se sienta en la orilla, mira hacia las maquinas que a cada instante me monitorean. Me toma la mano, puedo sentir lo que él siente. Me siento como antes, solo que con un poco de “adiós”.
Se acerca a mí, con una mirada penetrante, que hace que los latidos se me aceleren. Me quita el respirador con cuidado y lo deja a milímetros, sobre la almohada, por si acaso. Besa mis labios, despacio, para no lastimarlos más de lo que ya están. Cierro los ojos, siento sus manos viajar a mi espalda y acariciarla por debajo de la ropa. Me duele, hay aftas en esa piel, pero él con su contacto las lastima y me cura a la vez.
Mis manos con cables conectados viajan a su pecho, lo acarician. Mi nariz, libre del plástico del respirador huele su colonia, su aroma propio, se deleita. Desabrocho los botones de su camisa, siento su piel tibia y sus vellos. Bajo a la hebilla del cinturón, la desabrocho, meto las manos y toco su virilidad, con una naciente erección que me hace sonreír. No de placer, sino de saber que mi cuerpo aún le despierta algo aunque sea.
El ancho de esa cama es utilizado correctamente por primera vez. Esta acostado al lado mío, a medio vestir, igual que yo. Toma mi cadera y baja el pantalón de tela suave y caliente hasta sacarlo de mis piernas. Besa mi hueso, lanzo un suspiro, arqueo la espalda a pesar del dolor.
Pronto está desnudo y yo de igual forma, sobre de él, porque el ya no puede estar sobre de mi. Pronto siento que su cuerpo me invade y me hace caer rendido a él de nuevo, me hace gemir, gastar ese poco oxigeno que tengo. Besa mi cuello, yo beso el de él, beso su pecho y sus brazos, acaricio su torso, él hace lo mismo. Cada vez es más un amor real y menos un amor platónico. Caigo, caigo de amor cuando me mira a los ojos y me sonríe, apenas levantando las comisuras de sus labios, cuando acaricia mis mejillas y me dice –“Te amo”- con una intensidad que no escuché desde hace meses, con una esperanza que me hace volver. Estoy por decirle que lo amo también, por vomitar mis sentimientos, por hacerle saber que es todo para mí mientras acaricia mi espalda con delicadeza, pero, me falta el aire, me duele el pecho, mi vista se nubla. El me pone el respirador sobre la boca, me conecta rápidamente, su mirada cambia. Miro su angustia, angustia como la mía de perder algo que amas. Eso me hace sonreír a pesar del dolor que comienza a matarme.
-Gracias- pronuncio a través del respirador varios minutos después, con la cabeza recostada en su pecho desnudo, escuchando su corazón que me arrulla. –Este es el recuerdo que debes tener de mí, de esta persona feliz por tenerte a su lado.- Digo con la voz débil, aunque viva para mí, optimista en sus palabras. El baja la vista y acaricia mi mejilla, con los ojos rojos e inundados en lágrimas que aún no salen. –Me hiciste volver a la vida- pronuncio y sonrío, con todos los recuerdos de lo que pasamos en estos años, recuerdos felices, que vale la pena que aloje en mi memoria. Miro sus ojos verdes y su sonrisa honesta fijamente, cada vez desenfocándolo más sin poder evitarlo, oscureciéndose más la imagen, ensordeciéndose más el sonido. Me falta el aire, tengo frío. Me acurruco en sus brazos tibios por última vez con una sonrisa de tranquilidad, de saber que a pesar de que él bese otros labios, me tuvo y yo lo tuve a él, a su cuerpo y a sus sentimientos solo para mí. Me voy… me fui feliz.
Magui
Re: #}Mis Horas Narradas
oh wn casí lloro estoy al borde de la lagrima, MALDITA MI RUDEZA!
Atte: me encanto T-T
Atte: me encanto T-T
# Remember.
Re: #}Mis Horas Narradas
Gracias chicas, mi amiga se pondrá feliz de que les haya gustado su relato, ella está siguiéndolo, tal vez cuando lo acabe se decida a subirlo entero :3
Magui
Re: #}Mis Horas Narradas
Bueno, les hago entrega del segundo capitulo de este relato, que mi amiga planea convertir en novela, espero que les agrade.
Podía ver mi cuerpo, yaciendo en sus brazos,
que me rodeaban fuerte mientras él me lloraba, me suplicaba, besaba mis
mejillas, mis labios y mis parpados cerrados, pidiendo a gritos que regresara.
Sentía que volaba sobre su cuerpo y el mío, que mi cuerpo se tornaba pálido,
que emanaba todo el calor de mi sangre por las ventanas y se quedaba frio y
tieso.
Mire a varias enfermeras entrar y comenzar a
poner aparatos sobre mi pecho. Este brincoteaba, mi energía volvía mientras
aterrizaba a mi cuerpo, pero luego, salía de este nuevamente y volvía a flotar
sobre las cabezas de todos, siendo invisible e inaudible. Sucedió lo mismo
varias veces, pero la última vez no permanecí dentro de mi cuerpo, solo me quede
nostálgico, observando cómo Ernesto gritaba mi nombre a gritos, me sacudía,
trataba de abrir mis parpados e incluso daba ligeros golpes en mis mejillas, los
cuales no me dolían ya, ni siquiera los sentía. No era yo, estaba perturbado,
arrepentido de haberle pedido que me matara de amor.
Estuve sentado al lado suyo, en la orilla del
colchón, contemplando la misma escena de más de tres horas antes. Quise
tocar mi mano, más blanca que la
leche, con las venas marcadas, pero la traspase. No pude sentir la frialdad que
imagine tenía mi piel. Entonces, me estire y toque su antebrazo. Me di cuenta de
algo mágico, maravilloso: Aun podía sentir su piel, tibia y palpitante. Me
emocione, pero no sabía si mis emociones se exteriorizaban o si tenía emociones
siquiera. Lo quede mirando con los ojos que creí tenia aun y pude notar como
sintió mi presencia y volteo para todos lados, menos para donde me encontraba,
frente a él.
Ahí se encontraban todos los familiares de
Adad reunidos y los falsos socios de Ernesto, en la enorme sala blanca y
elegante de velación, en esa tarde lluviosa, triste, la más triste que Ernesto
pudo haber vivido alguna vez. No escuchaba los pésames, los saludos de nadie,
el llanto de nadie, la misa, el órgano. No sentía el olor del indispensable
café, solo estaba parado al lado del ataúd, contemplando a ese hermoso ángel
con una camisola blanca sobre el torso que dormitaba para siempre dentro del
cofre de cedro. Abrió la caja por completo y tomo una de sus manos,
desacomodando la típica posición de los brazos en el pecho. Beso el helado
dorso de esta, con las venas reventadas, pero la piel suave, tan suave como
siempre fue. Luego, procedió a acariciar sus mejillas, sus parpados, sus
pestañas largas, rizadas y sus labios carnosos con delicadeza, esos labios que
incontables veces beso, hasta el día que conoció a un maldito extraño, que lo
hizo olvidarse de aquel joven hermoso, tierno, inocente que yacía en la cama
muriendo día a día hasta hoy.
Ernesto moría de culpa, se arrancaba el
cabello de ira y lloraba en silencio, sin separarse ni un segundo de su amado.
Las personas llegaban para contemplar su cadáver, su madre se abalanzo y abrazo
el pecho sin pálpitos de su hijo mientras soltaba mil cosas que le gustaría
haber dicho antes de este día, cosas de las que se arrepentía. Todos pasaban a
dar su mensaje, a lamentarse de que un hombre de apenas veinte años hubiera
muerto injustamente y Ernesto seguía en trance, sin parpadear siquiera,
absorbiendo la imagen de su amor todo lo que podía, porque en menos tiempo del
que imaginaba estaría bajo la tierra, pudriéndose su belleza y
ternura y su piel solo sería un recuerdo remoto para él.
La noche transcurrió, y ambos cuerpos
siguieron imperturbables, inmóviles uno del otro, conectados como lo estuvieron
desde el día en que se conocieron. Los primeros rayos de sol entraron por los
ventanales, mientras el olor a café predominaba en el salón y los familiares
dormían en los sillones. La mano de Adad quedo sujeta fuertemente a la mano de
Ernesto, al que no le importaba ni un poco que lo tieso de su piel muerta se
hubiera aferrado a su cuerpo.
Se agacho a la altura de su cara, respiro
cerca de su boca y comenzó a besar lentamente sus labios maquillados con
suavidad y lentitud, como si él estuviera aun vivo. Disfrutaba de su masoquismo
cuando llegaron los cargadores del ataúd y se despertaban los presentes. Era
hora de partir al campo santo.
Entonces, tomaron sus cosas y salieron del
salón, caminando tras el ataúd en medio de la procesión camino al panteón.
Ernesto miraba con fijeza el horizonte, deseando con todas sus fuerzas nunca
llegar a ese lugar, y Adad, lo acompañaba, caminando junto a él en
su forma idéntica, sublime y maravillosa pero invisible.
No entendía porque mi Ernesto estaba tan
triste, si yo seguía a su lado. Tomé su mano y avancé junto con el rumbo al
panteón. El volteó y quedó a milímetros de mí, yo lo quede viendo, lo detuve y
acaricié su mejilla, en medio del bullicio. –Todo está bien- le dije, aunque no
sabía si podía escucharme. Reanudé el paso, calmo, hasta que llegamos al lugar
donde me enterrarían. Lo noté perdido, confundido, tal vez asustado, mientras mi
hermano y mi madre se acercaban a él y él les contaba que sintió una presencia,
algo mágico y extraño. Entonces, sonreí, porque confirmé que él sabía que yo
seguía ahí.
Se ofició una corta misa y minutos después mi
ataúd comenzó a hundirse en aquel agujero lentamente, hasta que toco el suelo.
Las mujeres rompieron en llanto y comenzaron a arrojar flores sobre la madera de
la caja y el padre a arrojar agua bendita sobre este. Ernesto se acerco al
agujero justo cuando los cargadores comenzaban a arrojar la tierra que cubría
por completo la caja y quiso arrojarse, en llanto desesperado. Las personas
trataban de sujetarlo, pero no podían hacerlo. Yo quería evitarlo, pero a pesar
de que lo agarre de la cintura para que no lo hiciera, no era suficiente, fue
entonces cuando levite hacia el árbol de enfrente y me recargue en este,
sonriendo tranquilamente, mirándolo a los ojos con toda la fuerza que pude. El
me miro, su llanto ceso y retrocedió atropelladamente en ese instante. Ondee mi
mano para saludarlo, manteniendo mi sonrisa pacífica y él me saludo también,
aunque atónito y sin la sonrisa que lo caracterizaba.
–Aquí estaré siempre contigo, no temas- pude pronunciar, escuchando mi
voz algo diferente a antes. El asintió mientras seguía llorando y sonriendo a
medias. Solo él se percataba de mi presencia, mi sonrisa y mi voz. Me hubiera
gustado decirles a mi madre y mi hermano que aun estaba para ellos, pero era
imposible por el momento.
Las hojas pardas de los arboles comenzaron a
caer sobre el agujero ya tapado y cubierto de flores y velas mientras las
personas se daban la media vuelta y se alejaban rumbo a la salida de aquel
jardín. Mire nuevamente a Ernesto, le hice una seña, para que fuese hacia el
árbol, y en cuanto llego, tomé sus manos.
-Per..perdóname amor, me siento terrible,
esto es mi culpa, no debiste mo…- Dijo, con la voz quebrantada y ronca,
apresurada, pero puse mi dedo traslúcido sobre su boca y lo callé.
-Sabes que no puedo enojarme contigo, te
quiero mucho Ernesto, siempre lo haré, siempre voy a esperarte hasta el día en
que los dos estemos en la misma dimensión. No llores, puedes sentirme aun,
mira.- Le dije, con un hilo de emoción en la voz y lleve su mano hacia mi
mejilla, recorriéndola despacio sobre esta. –Dime, ¿Qué es lo que sientes? ¿Es
lo que siento yo?- le pregunte en un susurro, a lo que él, sonriendo levemente,
me contesto –siento tu mejilla suave, esta sonrojada como siempre estuvo… pero,
¿Cómo… es posible esto?- preguntó, inquieto, a lo que yo suspiré y tomé su
mano, caminando hasta el fondo del campo entre las tumbas.
-Ni yo entiendo que sucede, no sé porque sigo
aun aquí, contigo, si tiene horas que me fui de este mundo. No sé cómo son las
reglas ahora, solo sé que soy invisible e inaudible, pero me siento vivo,
renovado, sin ese dolor en los pulmones que tenia… quiero creer que siempre será
así, porque no quiero alejarme de ti-
termine, frenándome justo frente a aquel lago. –tu… ¿me seguirás
amando? ¿Quieres seguir conmigo o
volverás con ese hombre ahora que no existo?- pregunte, tomando seriedad y
alejándome unos metros de él.
Ernesto se limpio las lágrimas, ensimismado
mirándome, incrédulo, y estaba a punto de responderme cuando pude oír su voz
cada vez menos, como si me alejara de él a cien kilómetros por hora y me elevara
por los aires. No era solo una sensación, en verdad estaba yéndome hacia otra
dimensión que aun no conocía. Solo pude ondear mi mano y sonreír, no sabía si
por última vez, a mi amado e infiel
Ernesto.
Ernesto cayó de rodillas al pasto y quebró en
llanto de nuevo, colocando sus manos sobre su rostro, tallando sus mejillas
frenéticamente. –Adad ¿Dónde estás? ¡¡Prometiste que estarías conmigo para
siempre!!- grito, furioso y melancólico, impotente. –¡¡Vuélvete visible, déjame
sentirte de nuevo, no te alejes otra vez!!- suplico, mirando al cielo, pensando
que de un segundo a otro su chico de facciones lindas y suaves volvería de aquella
dimensión para estar con él, pero no fue
así.
La madre de Adad y algunos amigos suyos
llegaron para abrazarlo y hacer que se levantara, para sacarlo a la fuerza del
campo santo, donde él quería permanecer, si era necesario, toda la vida para
esperar a que Adad volviera.
Lo llevaron a su enorme y vacía casa al
anochecer y se quedaron con él para dormir y acompañarlo, pero, esa compañía
era inútil, porque en las almohadas permanecía el olor a su colonia y su ropa
desdoblada que estaba inerte
sobre las sábanas, sus electrocardiogramas, sus pastilleros, sus
medicinas, sus libros, sus cartas, sus fotos, sus risas, sus besos en el cuello,
sus abrazos, sus palabras de buenas noches que resonaban únicamente en su mente,
sus sueros. Lloró sin cesar por horas, hasta que el cansancio lo derrotó.
2
Podía ver mi cuerpo, yaciendo en sus brazos,
que me rodeaban fuerte mientras él me lloraba, me suplicaba, besaba mis
mejillas, mis labios y mis parpados cerrados, pidiendo a gritos que regresara.
Sentía que volaba sobre su cuerpo y el mío, que mi cuerpo se tornaba pálido,
que emanaba todo el calor de mi sangre por las ventanas y se quedaba frio y
tieso.
Mire a varias enfermeras entrar y comenzar a
poner aparatos sobre mi pecho. Este brincoteaba, mi energía volvía mientras
aterrizaba a mi cuerpo, pero luego, salía de este nuevamente y volvía a flotar
sobre las cabezas de todos, siendo invisible e inaudible. Sucedió lo mismo
varias veces, pero la última vez no permanecí dentro de mi cuerpo, solo me quede
nostálgico, observando cómo Ernesto gritaba mi nombre a gritos, me sacudía,
trataba de abrir mis parpados e incluso daba ligeros golpes en mis mejillas, los
cuales no me dolían ya, ni siquiera los sentía. No era yo, estaba perturbado,
arrepentido de haberle pedido que me matara de amor.
Estuve sentado al lado suyo, en la orilla del
colchón, contemplando la misma escena de más de tres horas antes. Quise
tocar mi mano, más blanca que la
leche, con las venas marcadas, pero la traspase. No pude sentir la frialdad que
imagine tenía mi piel. Entonces, me estire y toque su antebrazo. Me di cuenta de
algo mágico, maravilloso: Aun podía sentir su piel, tibia y palpitante. Me
emocione, pero no sabía si mis emociones se exteriorizaban o si tenía emociones
siquiera. Lo quede mirando con los ojos que creí tenia aun y pude notar como
sintió mi presencia y volteo para todos lados, menos para donde me encontraba,
frente a él.
Ahí se encontraban todos los familiares de
Adad reunidos y los falsos socios de Ernesto, en la enorme sala blanca y
elegante de velación, en esa tarde lluviosa, triste, la más triste que Ernesto
pudo haber vivido alguna vez. No escuchaba los pésames, los saludos de nadie,
el llanto de nadie, la misa, el órgano. No sentía el olor del indispensable
café, solo estaba parado al lado del ataúd, contemplando a ese hermoso ángel
con una camisola blanca sobre el torso que dormitaba para siempre dentro del
cofre de cedro. Abrió la caja por completo y tomo una de sus manos,
desacomodando la típica posición de los brazos en el pecho. Beso el helado
dorso de esta, con las venas reventadas, pero la piel suave, tan suave como
siempre fue. Luego, procedió a acariciar sus mejillas, sus parpados, sus
pestañas largas, rizadas y sus labios carnosos con delicadeza, esos labios que
incontables veces beso, hasta el día que conoció a un maldito extraño, que lo
hizo olvidarse de aquel joven hermoso, tierno, inocente que yacía en la cama
muriendo día a día hasta hoy.
Ernesto moría de culpa, se arrancaba el
cabello de ira y lloraba en silencio, sin separarse ni un segundo de su amado.
Las personas llegaban para contemplar su cadáver, su madre se abalanzo y abrazo
el pecho sin pálpitos de su hijo mientras soltaba mil cosas que le gustaría
haber dicho antes de este día, cosas de las que se arrepentía. Todos pasaban a
dar su mensaje, a lamentarse de que un hombre de apenas veinte años hubiera
muerto injustamente y Ernesto seguía en trance, sin parpadear siquiera,
absorbiendo la imagen de su amor todo lo que podía, porque en menos tiempo del
que imaginaba estaría bajo la tierra, pudriéndose su belleza y
ternura y su piel solo sería un recuerdo remoto para él.
La noche transcurrió, y ambos cuerpos
siguieron imperturbables, inmóviles uno del otro, conectados como lo estuvieron
desde el día en que se conocieron. Los primeros rayos de sol entraron por los
ventanales, mientras el olor a café predominaba en el salón y los familiares
dormían en los sillones. La mano de Adad quedo sujeta fuertemente a la mano de
Ernesto, al que no le importaba ni un poco que lo tieso de su piel muerta se
hubiera aferrado a su cuerpo.
Se agacho a la altura de su cara, respiro
cerca de su boca y comenzó a besar lentamente sus labios maquillados con
suavidad y lentitud, como si él estuviera aun vivo. Disfrutaba de su masoquismo
cuando llegaron los cargadores del ataúd y se despertaban los presentes. Era
hora de partir al campo santo.
Entonces, tomaron sus cosas y salieron del
salón, caminando tras el ataúd en medio de la procesión camino al panteón.
Ernesto miraba con fijeza el horizonte, deseando con todas sus fuerzas nunca
llegar a ese lugar, y Adad, lo acompañaba, caminando junto a él en
su forma idéntica, sublime y maravillosa pero invisible.
No entendía porque mi Ernesto estaba tan
triste, si yo seguía a su lado. Tomé su mano y avancé junto con el rumbo al
panteón. El volteó y quedó a milímetros de mí, yo lo quede viendo, lo detuve y
acaricié su mejilla, en medio del bullicio. –Todo está bien- le dije, aunque no
sabía si podía escucharme. Reanudé el paso, calmo, hasta que llegamos al lugar
donde me enterrarían. Lo noté perdido, confundido, tal vez asustado, mientras mi
hermano y mi madre se acercaban a él y él les contaba que sintió una presencia,
algo mágico y extraño. Entonces, sonreí, porque confirmé que él sabía que yo
seguía ahí.
Se ofició una corta misa y minutos después mi
ataúd comenzó a hundirse en aquel agujero lentamente, hasta que toco el suelo.
Las mujeres rompieron en llanto y comenzaron a arrojar flores sobre la madera de
la caja y el padre a arrojar agua bendita sobre este. Ernesto se acerco al
agujero justo cuando los cargadores comenzaban a arrojar la tierra que cubría
por completo la caja y quiso arrojarse, en llanto desesperado. Las personas
trataban de sujetarlo, pero no podían hacerlo. Yo quería evitarlo, pero a pesar
de que lo agarre de la cintura para que no lo hiciera, no era suficiente, fue
entonces cuando levite hacia el árbol de enfrente y me recargue en este,
sonriendo tranquilamente, mirándolo a los ojos con toda la fuerza que pude. El
me miro, su llanto ceso y retrocedió atropelladamente en ese instante. Ondee mi
mano para saludarlo, manteniendo mi sonrisa pacífica y él me saludo también,
aunque atónito y sin la sonrisa que lo caracterizaba.
–Aquí estaré siempre contigo, no temas- pude pronunciar, escuchando mi
voz algo diferente a antes. El asintió mientras seguía llorando y sonriendo a
medias. Solo él se percataba de mi presencia, mi sonrisa y mi voz. Me hubiera
gustado decirles a mi madre y mi hermano que aun estaba para ellos, pero era
imposible por el momento.
Las hojas pardas de los arboles comenzaron a
caer sobre el agujero ya tapado y cubierto de flores y velas mientras las
personas se daban la media vuelta y se alejaban rumbo a la salida de aquel
jardín. Mire nuevamente a Ernesto, le hice una seña, para que fuese hacia el
árbol, y en cuanto llego, tomé sus manos.
-Per..perdóname amor, me siento terrible,
esto es mi culpa, no debiste mo…- Dijo, con la voz quebrantada y ronca,
apresurada, pero puse mi dedo traslúcido sobre su boca y lo callé.
-Sabes que no puedo enojarme contigo, te
quiero mucho Ernesto, siempre lo haré, siempre voy a esperarte hasta el día en
que los dos estemos en la misma dimensión. No llores, puedes sentirme aun,
mira.- Le dije, con un hilo de emoción en la voz y lleve su mano hacia mi
mejilla, recorriéndola despacio sobre esta. –Dime, ¿Qué es lo que sientes? ¿Es
lo que siento yo?- le pregunte en un susurro, a lo que él, sonriendo levemente,
me contesto –siento tu mejilla suave, esta sonrojada como siempre estuvo… pero,
¿Cómo… es posible esto?- preguntó, inquieto, a lo que yo suspiré y tomé su
mano, caminando hasta el fondo del campo entre las tumbas.
-Ni yo entiendo que sucede, no sé porque sigo
aun aquí, contigo, si tiene horas que me fui de este mundo. No sé cómo son las
reglas ahora, solo sé que soy invisible e inaudible, pero me siento vivo,
renovado, sin ese dolor en los pulmones que tenia… quiero creer que siempre será
así, porque no quiero alejarme de ti-
termine, frenándome justo frente a aquel lago. –tu… ¿me seguirás
amando? ¿Quieres seguir conmigo o
volverás con ese hombre ahora que no existo?- pregunte, tomando seriedad y
alejándome unos metros de él.
Ernesto se limpio las lágrimas, ensimismado
mirándome, incrédulo, y estaba a punto de responderme cuando pude oír su voz
cada vez menos, como si me alejara de él a cien kilómetros por hora y me elevara
por los aires. No era solo una sensación, en verdad estaba yéndome hacia otra
dimensión que aun no conocía. Solo pude ondear mi mano y sonreír, no sabía si
por última vez, a mi amado e infiel
Ernesto.
Ernesto cayó de rodillas al pasto y quebró en
llanto de nuevo, colocando sus manos sobre su rostro, tallando sus mejillas
frenéticamente. –Adad ¿Dónde estás? ¡¡Prometiste que estarías conmigo para
siempre!!- grito, furioso y melancólico, impotente. –¡¡Vuélvete visible, déjame
sentirte de nuevo, no te alejes otra vez!!- suplico, mirando al cielo, pensando
que de un segundo a otro su chico de facciones lindas y suaves volvería de aquella
dimensión para estar con él, pero no fue
así.
La madre de Adad y algunos amigos suyos
llegaron para abrazarlo y hacer que se levantara, para sacarlo a la fuerza del
campo santo, donde él quería permanecer, si era necesario, toda la vida para
esperar a que Adad volviera.
Lo llevaron a su enorme y vacía casa al
anochecer y se quedaron con él para dormir y acompañarlo, pero, esa compañía
era inútil, porque en las almohadas permanecía el olor a su colonia y su ropa
desdoblada que estaba inerte
sobre las sábanas, sus electrocardiogramas, sus pastilleros, sus
medicinas, sus libros, sus cartas, sus fotos, sus risas, sus besos en el cuello,
sus abrazos, sus palabras de buenas noches que resonaban únicamente en su mente,
sus sueros. Lloró sin cesar por horas, hasta que el cansancio lo derrotó.
Magui
Re: #}Mis Horas Narradas
Ayy, no TT__TT, esto es tan triste. Imagino a Ernesto y Adad como Louis y Harry, lo que lo hace aún más melancólico.
Tu amiga escribe genial, espero que siga así!
Tu amiga escribe genial, espero que siga así!
Kit Walker
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