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El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
Nombre: El Destino de Joe
Autor: Sherryl Woods
Adaptación: Si
Género:( Drama, Romance, etc.): Drama-romance y algunas partes hot
Advertencias:Tiene una que otra parte hot
Otras páginas: No estoy segura, ya que es una adaptación
Reseña
Cinco hermanos separados en la infancia, reunidos por el amor…
Desolado por el descubrimiento de un terrible secreto familiar, Joe Jonas había colocado un cartel de No pasar en su maltrecho corazón y había dejado fuera al mundo. Entonces, ______ Newberry irrumpió en su vida, y lo convenció con apasionados besos para que saliera de su escondite. Los dulces ojos marrones de ______ atravesaron las defensas de Joe hasta llegar al dolor que él había tratado de enterrar. La encantadora profesora le enseñaría una poderosa lección sobre el amor y el perdón, y lo animaría a volver a tener esperanza. Pero antes de que Joe pudiera considerar a ______ suya, tendría que enfrentarse al mayor reto de su vida… su pasado.
Espero que les guste y me avisan si la sigo....es la primera que subo :D
Autor: Sherryl Woods
Adaptación: Si
Género:( Drama, Romance, etc.): Drama-romance y algunas partes hot
Advertencias:Tiene una que otra parte hot
Otras páginas: No estoy segura, ya que es una adaptación
Reseña
Cinco hermanos separados en la infancia, reunidos por el amor…
Desolado por el descubrimiento de un terrible secreto familiar, Joe Jonas había colocado un cartel de No pasar en su maltrecho corazón y había dejado fuera al mundo. Entonces, ______ Newberry irrumpió en su vida, y lo convenció con apasionados besos para que saliera de su escondite. Los dulces ojos marrones de ______ atravesaron las defensas de Joe hasta llegar al dolor que él había tratado de enterrar. La encantadora profesora le enseñaría una poderosa lección sobre el amor y el perdón, y lo animaría a volver a tener esperanza. Pero antes de que Joe pudiera considerar a ______ suya, tendría que enfrentarse al mayor reto de su vida… su pasado.
Espero que les guste y me avisan si la sigo....es la primera que subo :D
MiCy_Jonas
Re: El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
Les voy a poner el primer capítulo para que lo lean y me dicen que tal :D A mi me gusto mucho este libro por eso decidí adaptarlo así que espero que les guste y haré todo lo posible por subir todos los días un capítulo siempre y cuando hayan firmas :D y prometo no abandonar por nada del mundo esta novela
Capítulo 1
La primavera llegó tarde a Widow’s Cove, Maine, lo que le vino muy bien a ______ Newberry. El invierno, con sus plantas aletargadas, los vientos fríos del Atlántico y el paisaje helado, era más acorde a su sentido de culpabilidad. El escenario resultaba tan frío como su corazón.
Pero estaba trabajando en ello. De hecho, ésa era la razón por la que había regresado a casa, al pintoresco pueblecito de pescadores en el que muchas mujeres de su familia habían perdido a sus maridos en el mar. Ocho años atrás había tenido una amarga discusión con sus padres y se marchó, decidida a demostrarles que podía arreglárselas sola sin su ayuda.
Y lo había logrado. Terminó la universidad, se sacó el título en educación infantil y pasó varios años dando clases en un jardín de infancia, educando feliz a los hijos de otras mujeres. Dio por hecho que tendría tiempo de sobra por delante para hacer las paces con sus padres, y muchos más años todavía para crear su propia familia.
Entonces, hacía menos de un año, John y Diana Newberry habían muerto en un accidente cuando su coche resbaló en una carretera mojada y se estrelló contra el mar. La llamada de la Policía sacudió a ______ más que ninguna otra cosa en su vida. Sus padres estaban muertos y la posibilidad de una reconciliación se había perdido para siempre.
A partir de aquel momento, le atormentó la idea de que hubieran muerto con el recuerdo de sus horribles palabras resonando en sus mentes… si es que habían pensando en ella.
A ______ le atormentaba la posibilidad de que la hubieran borrado de su cabeza completamente el día en que se subió a aquel autobús en Widow’s Cove rumbo a Boston. ¿Habrían seguido adelante como si nunca hubieran tenido una hija?
Aquella posibilidad le destrozaba el corazón.
Cuando se leyó su testamento obtuvo la respuesta. John y Diana Newberry se lo habían dejado todo a ella, «su querida hija», y aquello sólo había servido para profundizar la herida. Durante dieciocho años ella fue su orgullo y su alegría, una hija diligente que nunca les dio problemas. Y entonces se marchó y sus padres se quedaron solos y sin nada.
______, que había vuelto a casa después del año escolar para poner en orden sus asuntos, pasó mucho tiempo en la agradable casita del acantilado observando las olas del Atlántico y tratando de alcanzar la paz con sus recuerdos… los de los buenos tiempos y de la amarga despedida. En el mes de julio se dio cuenta de que no lo conseguiría en cuestión de semanas, ni tampoco de meses. Así que solicitó una plaza de maestra en Widow’s Cove y regresó a casa en agosto para quedarse.
El primer año de escuela en Widow’s Cove estaba transcurriendo en medio de una neblina, las estaciones se marcaban sólo por la caída de las hojas en otoño, el paisaje helado en invierno y sus propios y oscuros pensamientos.
Ahora, a mediados de abril, la primavera se abría camino finalmente. Había capullos en los árboles y el campo se estaba volviendo verde. ______ odiaba el hecho de que el mundo estuviera viviendo su anual renacimiento mientras ella continuaba tan sola y atormentada por la culpa como siempre.
Para colmo, sus alumnos se mostraban más inquietos que nunca. A pesar de ser sólo doce alumnos, hacían un ruido insoportable. Le dolía terriblemente la cabeza.
Dio unas palmadas para llamar su atención. Al ver que no funcionaba, se acercó al líder de la clase, Ricky Foster, y lo observó con gesto serio hasta que finalmente él se giró para mirarla con expresión de culpabilidad.
—Lo siento, señorita Newberry —dijo bajando los ojos, los demás siguieron su ejemplo y se calmaron.
—Gracias, Ricky —dijo ella—. Como hace un día tan bueno, se me ha ocurrido que podríamos ir a tomar el almuerzo fuera y dar un paseo por el parque.
Un coro de vítores entusiastas siguió a sus palabras. Los niños recogieron sus bolsas del almuerzo y se dirigieron al parque que la escuela solía utilizar como patio de juegos. Los niños se sentaron en las mesas a comer y ______ giró el rostro hacia el sol y permitió que el calor calmara su dolor de cabeza.
Apenas había cerrado los ojos cuando sintió como le tiraban de la manga. Francesca, una de sus alumnas, le susurró con pánico:
—Señorita Newberry, Ricky se ha ido.
______ abrió los ojos de golpe y miró alrededor del parque. Captó la imagen del niño dirigiéndose directamente al borde del agua, algo que todos los niños sabían que estaba prohibido.
—¡Ricky Foster, vuelve aquí ahora mismo! —le gritó con todas sus fuerzas.
El niño suspiró, se dio la vuelta y regresó a regañadientes.
—Jovencito, ya conoces las normas. ¿En qué estabas pensando? —inquirió ______.
—Los barcos acaban de llegar. Iba a ver si traían pesca —aseguró mirándola con ojos suplicantes—. Creo de deberíamos ir todos a verlo. Podríamos dar una clase sobre pesca.
______ consideró la propuesta y suspiró.
—De acuerdo, supongo que podemos ir a ver los barcos —accedió—. Pero con una condición: Tenemos que estar todos juntos, y nada de correr.
Los niños recogieron los restos del almuerzo y se pusieron en fila, obedientes como ángeles mientras esperaban permiso para arrancar. ______ sabía que se trataba de una ilusión, pero no estaba preparada para el caos que iba irrumpir de manera tan brusca.
Ricky vio algo, ______ no supo qué, y salió disparado dando un grito. Otros tres niños lo siguieron. ______ fue tras los niños, y los demás la siguieron al galope, encantados.
Mientras trataba de alcanzar a los fugitivos, ______ se preguntó en qué momento se había torcido su vida. ¿Fue cuando optó por aquel paseo, cuando decidió regresar a Widow’s Cove o cuando desafió a sus padres?
No sabía cuándo empezó, pero su vida estaba descendiendo en espiral en aquel instante, y algo le dijo que estaba a punto de empeorar.
Una docena de niños pequeños corría por el estrecho muelle en dirección al desastre. Joe Jonas oyó sus gritos y alzó la vista justo a tiempo de ver a su líder tropezar con un tablón suelto y caer de bruces en las turbulentas y heladas aguas. Murmurando una palabrota, Joe se lanzó instintivamente al mar tras el niño, lo subió y lo sentó al borde del muelle antes de que el pequeño fuera consciente de lo cerca que había estado de ahogarse.
Joe se giró automáticamente hacia la mujer que acompañaba a los niños.
—¿En qué diablos estabas pensando? —le preguntó acaloradamente.
Ella, que estaba paralizada en el sitio, comenzó a mover la boca. Para disgusto de Joe, rompió a llorar. Joe contuvo otra palabrota. Un niño que casi se ahoga y una mujer llorosa. El día iba cada vez mejor.
Suspirando, saltó desde el muelle a su barco de pesca, que además era su casa en aquellos momentos, agarró una manta y se la puso encima al tembloroso muchacho. Él se quitó la camisa empapada y se colocó una chaqueta de lana sin apartar los ojos del niño e ignorando a la mujer responsable de que hubiera estado a punto de ocurrir un desastre.
—¿Estás bien, amigo? —le preguntó.
El niño asintió con los ojos muy abiertos.
—Sólo tengo frío —dijo con los dientes castañeándole y mirándole con temor—. No le eche le culpa a la señorita Newberry. Me he tropezado. No ha sido culpa suya.
Joe no estaba de acuerdo. ¿Quién en su sano juicio llevaría a un puñado de niños revoltosos a un muelle privado sin la supervisión suficiente?
Volvió a mirar hacia la mujer, que al parecer se había recuperado del arrebato de lágrimas y estaba dirigiendo a los demás niños hacia tierra firme.
—La señorita Newberry se va a enfadar conmigo —le confió el niño con pesar—. Nos dijo que no corriéramos, que nadie se separara. Pero yo tenía prisa.
Joe comprendía la lógica de su razonamiento. Creía saber quién era aquel niño. El hijo de Matt Foster. Matt iba por la vida igual, sin una gota de sentido común.
—Eres Ricky Foster, ¿verdad?
—Sí —asintió él con la cabeza—. ¿Cómo lo sabe?
—Tu padre y yo fuimos juntos a la escuela. Será mejor que le llame para decirle lo que ha pasado —aseguró Joe—. Tienes que ir a casa y ponerte ropa seca.
—Yo me encargaré de que llegue a su casa —afirmó la mujer que estaba al cargo con voz tensa.
—¿Crees que podrás hacerlo y vigilar al mismo tiempo a los demás? —inquirió Joe señalando hacia el grupo, que ya estaba dispersándose en varias direcciones.
Murmurando una palabrota muy poco femenina, la mujer se dirigió hacia la orilla y reunió a los niños por segunda vez.
Joe sintió lástima por ella y se llevó a Ricky, que todavía temblaba, con los demás. Con dos adultos presentando frente común, tal vez evitaran más desastres.
—Vamos a llevarlos donde Jess para que entren en calor mientras tú llamas a Matt Foster para que venga —sugirió Joe. Se dirigió hacia aquella dirección sin esperar respuesta. Un brazo fuerte le hizo detenerse.
—No me parece que un bar sea el lugar apropiado para un grupo de niños de cinco años —dijo ella—. Deberíamos llevarlos de vuelta a la escuela —concluyó sin demasiado entusiasmo.
Joe comprendía su reluctancia. La directora de la escuela, Loretta Dowd, debía tener unos cien años y no era conocida precisamente por su comprensión. Joe lo sabía por propia experiencia. Él fue tan travieso como Ricky a su edad.
—¿La señora Dowd no sabía que ibais a salir? —preguntó.
—No —admitió la mujer con un suspiro—. Supongo que el bar es mejor opción, al menos por unos minutos.
—No estará muy lleno a esta hora del día —la consoló él—. La mayor parte de los pescadores llegarán dentro de unas horas. Y ya sabes cómo le gustan a Molly los niños.
Jess se había encargado de dar de comer a los pescadores de Widow’s Cove durante tres generaciones. Había fallecido tiempo atrás, pero su nieta llevaba el bar con la misma falta de ceremonia. Molly servía cerveza fría y sopa de pescado caliente, que era lo único que les interesaba a los clientes. Cuando Joe y la señorita Newberry entraron en tropel con los niños, Molly salió de detrás de la barra.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, pero luego hizo un gesto con la mano—. No importa. Prepararé chocolate caliente —miró a la profesora y frunció el ceño—. ______, tienes un aspecto horrible. Siéntate antes de que te desmayes enfrente de mí. Joe, instala a los niños y luego, por el amor de Dios, ponte un pantalón de chándal seco y una camisa calentita debajo de esa chaqueta. Tengo algunos del abuelo que te servirán. Están en la despensa. Sírvete tú mismo. Yo llamaré a Matt y le diré que venga a recoger a Ricky.
Joe conocía lo suficiente a Molly como para rechistar. Además, una mirada a ______ Newberry le hizo ver que no estaba en condiciones de tomar el mando. Nunca había visto a una mujer tan derrotada. Tenía la impresión de que aquél era el último de una larga lista de fracasos.
La observó con más simpatía. No había ni rastro de color en su delicado rostro en forma de corazón, y el cabello castaño se había convertido en un amasijo de rizos debido al viento. Estaba tratando de amansarlo, pero le temblaban las manos. Joe trató de no sentir lástima por ella, ya que ella misma se había buscado aquel lío, pero una mujer vulnerable siempre le llegaba al instante al corazón. Normalmente las evitaba como a una plaga, pero aquélla lo había pillado con las defensas bajas.
—Siéntate —le ordenó cuando pasó por delante de ella camino a la barra.
El chocolate estaría muy bien para los niños, pero ella necesitaba algo más fuerte. A él también le vendría bien un vaso de whisky. Sirvió dos tragos y se los llevó a la mesa, sentándose frente a ella. No le sorprendió que reaccionara con disgusto.
—No puedo beberme eso —aseguró la mujer—. Es de día y estoy trabajando.
Joe se encogió de hombros.
—Como quieras —él se bebió su propio trago, agradeciendo el fuego que le provocó en las venas. Fue sólo un destello temporal, pero serviría hasta que volviera a casa y se pudiera cambiar.
Cuando miró al otro lado de la mesa se encontró con la mirada de ______ Newberry clavada en él. Tenía la sensación de que un hombre podría ahogarse en aquellos ojos de miel si se dejaba ir.
—No te he dado las gracias —le dijo—. Le has salvado la vida a Ricky. No sé que hubiera hecho si no llegas a estar ahí.
—Habrías saltado tras él —aseguró Joe concediéndole el beneficio de la duda—. Sólo te quedaste paralizada durante un segundo.
—Eso es lo único que hace falta. Un segundo y todo puede cambiar. Alguien está vivo y sano, y un instante después… desaparece.
Algo le dijo a Joe que ya no estaba hablando del incidente de Ricky Foster. Y también supo que no quería saber contra qué demonios luchaba. Ya tenía más que suficiente con los suyos.
Ahora que sabía quién era, le sonaba haber escuchado el rumor de que la nueva profesora de jardín de infancia de Widow’s Cove regresaba a casa tras una tragedia personal. Todo el mundo hablaba en voz baja y Joe no se había enterado de los detalles. No le importaban. Había convertido en costumbre el mantener a todo el mundo lejos, no implicarse en sus vidas. Era la única manera de evitar la traición. No tenía familia en Widow’s Cove y muy pocos amigos. Y le gustaba que fuera así.
—Sí, las cosas malas suceden así —dijo con tono neutro en respuesta al lamento de ______—. Pero bien está lo que bien acaba. Ricky estará bien en cuanto se ponga ropa seca. Y tú también, en cuanto se te pase el susto.
Ella lo observó con gesto sorprendido.
—No parecías tan filosófico en el muelle. Creo recordar que me preguntaste en qué diablos estaba pensando.
Joe se encogió de hombros.
—En aquel momento me pareció una pregunta válida —ahora que la crisis había pasado hizo aparición su propio sentimiento de culpa—. Pero tú no podías anticipar que Ricky se tropezaría. Además, es tan culpa mía como tuya. Yo sabía que ese tablón estaba suelto desde que compré el muelle, pero siempre que voy a la ferretería se me olvida comprar clavos. Yo ya me he acostumbrado a esquivarlo, y nadie más pasa por ahí. Se supone que es un muelle privado.
Ella lo miró con sorpresa.
—¿En Widow's Cove?
A Joe no se le escapó el tono de desaprobación.
—Lo compré y pagué por él. ¿Por qué no iba ponerle un cartel de No pasar?
—Es poco habitual en un pueblo como éste —aseguró ella—. La mayoría de la gente no ve la necesidad de hacerlo.
—No me gusta que me molesten —Joe pensó que no había necesidad de explicar que el cartel estaba pensado para evitar a gente en concreto. Pero si con eso mantenía a los demás lejos también, mucho mejor.
Alzó la vista y vio a Matt Foster entrando por la puerta.
—El padre de Ricky está aquí —le dijo a ______—. Le explicaré lo que ha pasado y luego volveré a mi barco.
—Yo se lo explicaré —insistió ______ alzando la barbilla en un gesto de determinación mientras se levantaba de la silla—. Es mi responsabilidad.
—Como quieras —contestó él encogiéndose de hombros—. Sólo un consejo: la próxima vez que te lleves a la clase a dar un paseo, piénsatelo dos veces. O mantenla alejada de los muelles.
En sus ojos hubo un destello de ira ante aquella orden torpemente disfrazada de consejo.
—Si la ocasión vuelve a presentarse de nuevo, sin duda consideraré su propuesta, señor Jonas —le dijo mirándole a los ojos.
—Mantente lejos de los muelles —insistió Joe dejando de lado cualquier disimulo—. Y no es una sugerencia. Es una orden.
Ella seguía murmurando algo indignada cuando Joe habló un instante con Matt y luego salió por la puerta.
Algo en aquél arrebato de furia le había hecho hervir la sangre como hacía tiempo que no le pasaba. Saboreó la sensación durante un instante y luego la apartó deliberadamente de sí. Lo único que demostraba era que necesitaba mantener las distancias con ______ Newberry. Si una mujer se le podía meter debajo de la piel con un arrebato de furia, entonces es que llevaba demasiado tiempo privado de compañía femenina. Pero aquella profesora de jardín de infancia de trágico pasado y expresión vulnerable era la última mujer del mundo en la que debería pensar.
ConiiJonas
Capítulo 1
La primavera llegó tarde a Widow’s Cove, Maine, lo que le vino muy bien a ______ Newberry. El invierno, con sus plantas aletargadas, los vientos fríos del Atlántico y el paisaje helado, era más acorde a su sentido de culpabilidad. El escenario resultaba tan frío como su corazón.
Pero estaba trabajando en ello. De hecho, ésa era la razón por la que había regresado a casa, al pintoresco pueblecito de pescadores en el que muchas mujeres de su familia habían perdido a sus maridos en el mar. Ocho años atrás había tenido una amarga discusión con sus padres y se marchó, decidida a demostrarles que podía arreglárselas sola sin su ayuda.
Y lo había logrado. Terminó la universidad, se sacó el título en educación infantil y pasó varios años dando clases en un jardín de infancia, educando feliz a los hijos de otras mujeres. Dio por hecho que tendría tiempo de sobra por delante para hacer las paces con sus padres, y muchos más años todavía para crear su propia familia.
Entonces, hacía menos de un año, John y Diana Newberry habían muerto en un accidente cuando su coche resbaló en una carretera mojada y se estrelló contra el mar. La llamada de la Policía sacudió a ______ más que ninguna otra cosa en su vida. Sus padres estaban muertos y la posibilidad de una reconciliación se había perdido para siempre.
A partir de aquel momento, le atormentó la idea de que hubieran muerto con el recuerdo de sus horribles palabras resonando en sus mentes… si es que habían pensando en ella.
A ______ le atormentaba la posibilidad de que la hubieran borrado de su cabeza completamente el día en que se subió a aquel autobús en Widow’s Cove rumbo a Boston. ¿Habrían seguido adelante como si nunca hubieran tenido una hija?
Aquella posibilidad le destrozaba el corazón.
Cuando se leyó su testamento obtuvo la respuesta. John y Diana Newberry se lo habían dejado todo a ella, «su querida hija», y aquello sólo había servido para profundizar la herida. Durante dieciocho años ella fue su orgullo y su alegría, una hija diligente que nunca les dio problemas. Y entonces se marchó y sus padres se quedaron solos y sin nada.
______, que había vuelto a casa después del año escolar para poner en orden sus asuntos, pasó mucho tiempo en la agradable casita del acantilado observando las olas del Atlántico y tratando de alcanzar la paz con sus recuerdos… los de los buenos tiempos y de la amarga despedida. En el mes de julio se dio cuenta de que no lo conseguiría en cuestión de semanas, ni tampoco de meses. Así que solicitó una plaza de maestra en Widow’s Cove y regresó a casa en agosto para quedarse.
El primer año de escuela en Widow’s Cove estaba transcurriendo en medio de una neblina, las estaciones se marcaban sólo por la caída de las hojas en otoño, el paisaje helado en invierno y sus propios y oscuros pensamientos.
Ahora, a mediados de abril, la primavera se abría camino finalmente. Había capullos en los árboles y el campo se estaba volviendo verde. ______ odiaba el hecho de que el mundo estuviera viviendo su anual renacimiento mientras ella continuaba tan sola y atormentada por la culpa como siempre.
Para colmo, sus alumnos se mostraban más inquietos que nunca. A pesar de ser sólo doce alumnos, hacían un ruido insoportable. Le dolía terriblemente la cabeza.
Dio unas palmadas para llamar su atención. Al ver que no funcionaba, se acercó al líder de la clase, Ricky Foster, y lo observó con gesto serio hasta que finalmente él se giró para mirarla con expresión de culpabilidad.
—Lo siento, señorita Newberry —dijo bajando los ojos, los demás siguieron su ejemplo y se calmaron.
—Gracias, Ricky —dijo ella—. Como hace un día tan bueno, se me ha ocurrido que podríamos ir a tomar el almuerzo fuera y dar un paseo por el parque.
Un coro de vítores entusiastas siguió a sus palabras. Los niños recogieron sus bolsas del almuerzo y se dirigieron al parque que la escuela solía utilizar como patio de juegos. Los niños se sentaron en las mesas a comer y ______ giró el rostro hacia el sol y permitió que el calor calmara su dolor de cabeza.
Apenas había cerrado los ojos cuando sintió como le tiraban de la manga. Francesca, una de sus alumnas, le susurró con pánico:
—Señorita Newberry, Ricky se ha ido.
______ abrió los ojos de golpe y miró alrededor del parque. Captó la imagen del niño dirigiéndose directamente al borde del agua, algo que todos los niños sabían que estaba prohibido.
—¡Ricky Foster, vuelve aquí ahora mismo! —le gritó con todas sus fuerzas.
El niño suspiró, se dio la vuelta y regresó a regañadientes.
—Jovencito, ya conoces las normas. ¿En qué estabas pensando? —inquirió ______.
—Los barcos acaban de llegar. Iba a ver si traían pesca —aseguró mirándola con ojos suplicantes—. Creo de deberíamos ir todos a verlo. Podríamos dar una clase sobre pesca.
______ consideró la propuesta y suspiró.
—De acuerdo, supongo que podemos ir a ver los barcos —accedió—. Pero con una condición: Tenemos que estar todos juntos, y nada de correr.
Los niños recogieron los restos del almuerzo y se pusieron en fila, obedientes como ángeles mientras esperaban permiso para arrancar. ______ sabía que se trataba de una ilusión, pero no estaba preparada para el caos que iba irrumpir de manera tan brusca.
Ricky vio algo, ______ no supo qué, y salió disparado dando un grito. Otros tres niños lo siguieron. ______ fue tras los niños, y los demás la siguieron al galope, encantados.
Mientras trataba de alcanzar a los fugitivos, ______ se preguntó en qué momento se había torcido su vida. ¿Fue cuando optó por aquel paseo, cuando decidió regresar a Widow’s Cove o cuando desafió a sus padres?
No sabía cuándo empezó, pero su vida estaba descendiendo en espiral en aquel instante, y algo le dijo que estaba a punto de empeorar.
Una docena de niños pequeños corría por el estrecho muelle en dirección al desastre. Joe Jonas oyó sus gritos y alzó la vista justo a tiempo de ver a su líder tropezar con un tablón suelto y caer de bruces en las turbulentas y heladas aguas. Murmurando una palabrota, Joe se lanzó instintivamente al mar tras el niño, lo subió y lo sentó al borde del muelle antes de que el pequeño fuera consciente de lo cerca que había estado de ahogarse.
Joe se giró automáticamente hacia la mujer que acompañaba a los niños.
—¿En qué diablos estabas pensando? —le preguntó acaloradamente.
Ella, que estaba paralizada en el sitio, comenzó a mover la boca. Para disgusto de Joe, rompió a llorar. Joe contuvo otra palabrota. Un niño que casi se ahoga y una mujer llorosa. El día iba cada vez mejor.
Suspirando, saltó desde el muelle a su barco de pesca, que además era su casa en aquellos momentos, agarró una manta y se la puso encima al tembloroso muchacho. Él se quitó la camisa empapada y se colocó una chaqueta de lana sin apartar los ojos del niño e ignorando a la mujer responsable de que hubiera estado a punto de ocurrir un desastre.
—¿Estás bien, amigo? —le preguntó.
El niño asintió con los ojos muy abiertos.
—Sólo tengo frío —dijo con los dientes castañeándole y mirándole con temor—. No le eche le culpa a la señorita Newberry. Me he tropezado. No ha sido culpa suya.
Joe no estaba de acuerdo. ¿Quién en su sano juicio llevaría a un puñado de niños revoltosos a un muelle privado sin la supervisión suficiente?
Volvió a mirar hacia la mujer, que al parecer se había recuperado del arrebato de lágrimas y estaba dirigiendo a los demás niños hacia tierra firme.
—La señorita Newberry se va a enfadar conmigo —le confió el niño con pesar—. Nos dijo que no corriéramos, que nadie se separara. Pero yo tenía prisa.
Joe comprendía la lógica de su razonamiento. Creía saber quién era aquel niño. El hijo de Matt Foster. Matt iba por la vida igual, sin una gota de sentido común.
—Eres Ricky Foster, ¿verdad?
—Sí —asintió él con la cabeza—. ¿Cómo lo sabe?
—Tu padre y yo fuimos juntos a la escuela. Será mejor que le llame para decirle lo que ha pasado —aseguró Joe—. Tienes que ir a casa y ponerte ropa seca.
—Yo me encargaré de que llegue a su casa —afirmó la mujer que estaba al cargo con voz tensa.
—¿Crees que podrás hacerlo y vigilar al mismo tiempo a los demás? —inquirió Joe señalando hacia el grupo, que ya estaba dispersándose en varias direcciones.
Murmurando una palabrota muy poco femenina, la mujer se dirigió hacia la orilla y reunió a los niños por segunda vez.
Joe sintió lástima por ella y se llevó a Ricky, que todavía temblaba, con los demás. Con dos adultos presentando frente común, tal vez evitaran más desastres.
—Vamos a llevarlos donde Jess para que entren en calor mientras tú llamas a Matt Foster para que venga —sugirió Joe. Se dirigió hacia aquella dirección sin esperar respuesta. Un brazo fuerte le hizo detenerse.
—No me parece que un bar sea el lugar apropiado para un grupo de niños de cinco años —dijo ella—. Deberíamos llevarlos de vuelta a la escuela —concluyó sin demasiado entusiasmo.
Joe comprendía su reluctancia. La directora de la escuela, Loretta Dowd, debía tener unos cien años y no era conocida precisamente por su comprensión. Joe lo sabía por propia experiencia. Él fue tan travieso como Ricky a su edad.
—¿La señora Dowd no sabía que ibais a salir? —preguntó.
—No —admitió la mujer con un suspiro—. Supongo que el bar es mejor opción, al menos por unos minutos.
—No estará muy lleno a esta hora del día —la consoló él—. La mayor parte de los pescadores llegarán dentro de unas horas. Y ya sabes cómo le gustan a Molly los niños.
Jess se había encargado de dar de comer a los pescadores de Widow’s Cove durante tres generaciones. Había fallecido tiempo atrás, pero su nieta llevaba el bar con la misma falta de ceremonia. Molly servía cerveza fría y sopa de pescado caliente, que era lo único que les interesaba a los clientes. Cuando Joe y la señorita Newberry entraron en tropel con los niños, Molly salió de detrás de la barra.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, pero luego hizo un gesto con la mano—. No importa. Prepararé chocolate caliente —miró a la profesora y frunció el ceño—. ______, tienes un aspecto horrible. Siéntate antes de que te desmayes enfrente de mí. Joe, instala a los niños y luego, por el amor de Dios, ponte un pantalón de chándal seco y una camisa calentita debajo de esa chaqueta. Tengo algunos del abuelo que te servirán. Están en la despensa. Sírvete tú mismo. Yo llamaré a Matt y le diré que venga a recoger a Ricky.
Joe conocía lo suficiente a Molly como para rechistar. Además, una mirada a ______ Newberry le hizo ver que no estaba en condiciones de tomar el mando. Nunca había visto a una mujer tan derrotada. Tenía la impresión de que aquél era el último de una larga lista de fracasos.
La observó con más simpatía. No había ni rastro de color en su delicado rostro en forma de corazón, y el cabello castaño se había convertido en un amasijo de rizos debido al viento. Estaba tratando de amansarlo, pero le temblaban las manos. Joe trató de no sentir lástima por ella, ya que ella misma se había buscado aquel lío, pero una mujer vulnerable siempre le llegaba al instante al corazón. Normalmente las evitaba como a una plaga, pero aquélla lo había pillado con las defensas bajas.
—Siéntate —le ordenó cuando pasó por delante de ella camino a la barra.
El chocolate estaría muy bien para los niños, pero ella necesitaba algo más fuerte. A él también le vendría bien un vaso de whisky. Sirvió dos tragos y se los llevó a la mesa, sentándose frente a ella. No le sorprendió que reaccionara con disgusto.
—No puedo beberme eso —aseguró la mujer—. Es de día y estoy trabajando.
Joe se encogió de hombros.
—Como quieras —él se bebió su propio trago, agradeciendo el fuego que le provocó en las venas. Fue sólo un destello temporal, pero serviría hasta que volviera a casa y se pudiera cambiar.
Cuando miró al otro lado de la mesa se encontró con la mirada de ______ Newberry clavada en él. Tenía la sensación de que un hombre podría ahogarse en aquellos ojos de miel si se dejaba ir.
—No te he dado las gracias —le dijo—. Le has salvado la vida a Ricky. No sé que hubiera hecho si no llegas a estar ahí.
—Habrías saltado tras él —aseguró Joe concediéndole el beneficio de la duda—. Sólo te quedaste paralizada durante un segundo.
—Eso es lo único que hace falta. Un segundo y todo puede cambiar. Alguien está vivo y sano, y un instante después… desaparece.
Algo le dijo a Joe que ya no estaba hablando del incidente de Ricky Foster. Y también supo que no quería saber contra qué demonios luchaba. Ya tenía más que suficiente con los suyos.
Ahora que sabía quién era, le sonaba haber escuchado el rumor de que la nueva profesora de jardín de infancia de Widow’s Cove regresaba a casa tras una tragedia personal. Todo el mundo hablaba en voz baja y Joe no se había enterado de los detalles. No le importaban. Había convertido en costumbre el mantener a todo el mundo lejos, no implicarse en sus vidas. Era la única manera de evitar la traición. No tenía familia en Widow’s Cove y muy pocos amigos. Y le gustaba que fuera así.
—Sí, las cosas malas suceden así —dijo con tono neutro en respuesta al lamento de ______—. Pero bien está lo que bien acaba. Ricky estará bien en cuanto se ponga ropa seca. Y tú también, en cuanto se te pase el susto.
Ella lo observó con gesto sorprendido.
—No parecías tan filosófico en el muelle. Creo recordar que me preguntaste en qué diablos estaba pensando.
Joe se encogió de hombros.
—En aquel momento me pareció una pregunta válida —ahora que la crisis había pasado hizo aparición su propio sentimiento de culpa—. Pero tú no podías anticipar que Ricky se tropezaría. Además, es tan culpa mía como tuya. Yo sabía que ese tablón estaba suelto desde que compré el muelle, pero siempre que voy a la ferretería se me olvida comprar clavos. Yo ya me he acostumbrado a esquivarlo, y nadie más pasa por ahí. Se supone que es un muelle privado.
Ella lo miró con sorpresa.
—¿En Widow's Cove?
A Joe no se le escapó el tono de desaprobación.
—Lo compré y pagué por él. ¿Por qué no iba ponerle un cartel de No pasar?
—Es poco habitual en un pueblo como éste —aseguró ella—. La mayoría de la gente no ve la necesidad de hacerlo.
—No me gusta que me molesten —Joe pensó que no había necesidad de explicar que el cartel estaba pensado para evitar a gente en concreto. Pero si con eso mantenía a los demás lejos también, mucho mejor.
Alzó la vista y vio a Matt Foster entrando por la puerta.
—El padre de Ricky está aquí —le dijo a ______—. Le explicaré lo que ha pasado y luego volveré a mi barco.
—Yo se lo explicaré —insistió ______ alzando la barbilla en un gesto de determinación mientras se levantaba de la silla—. Es mi responsabilidad.
—Como quieras —contestó él encogiéndose de hombros—. Sólo un consejo: la próxima vez que te lleves a la clase a dar un paseo, piénsatelo dos veces. O mantenla alejada de los muelles.
En sus ojos hubo un destello de ira ante aquella orden torpemente disfrazada de consejo.
—Si la ocasión vuelve a presentarse de nuevo, sin duda consideraré su propuesta, señor Jonas —le dijo mirándole a los ojos.
—Mantente lejos de los muelles —insistió Joe dejando de lado cualquier disimulo—. Y no es una sugerencia. Es una orden.
Ella seguía murmurando algo indignada cuando Joe habló un instante con Matt y luego salió por la puerta.
Algo en aquél arrebato de furia le había hecho hervir la sangre como hacía tiempo que no le pasaba. Saboreó la sensación durante un instante y luego la apartó deliberadamente de sí. Lo único que demostraba era que necesitaba mantener las distancias con ______ Newberry. Si una mujer se le podía meter debajo de la piel con un arrebato de furia, entonces es que llevaba demasiado tiempo privado de compañía femenina. Pero aquella profesora de jardín de infancia de trágico pasado y expresión vulnerable era la última mujer del mundo en la que debería pensar.
ConiiJonas
MiCy_Jonas
Re: El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
Gracias por leer!!! subiré este capítulo por ti :D y espero que haya más lectoras porque fuiste la única que firmaste xd El capítulo 2 esta dedicado a ti así que espero a que lo disfrutes mucho y trata de recomendar la novela por favor! gracias por leer :Dandreita escribió:NUEVA LECTORA
ESTA SUEPR LA NOVE SIGUELA
MiCy_Jonas
Re: El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
Capítulo 2
En cuanto se dio una ducha caliente y se puso ropa seca, Joe se dirigió hacia la ferretería del centro de Widow's Cove. El incidente de aquel día había sido la llamada que necesitaba para arreglar el muelle de una vez por todas.
Había dejado pasar demasiadas cosas durante los últimos años. Lo único que le importaba eran las horas en el mar, el tamaño de la pesca y la cerveza fría al final de una dura jornada. La caída de Ricky Foster al agua le había devuelto a la realidad. A menos que se mudara a una isla desierta, no podía seguir dejando al mundo fuera para siempre. Y como aquello no era posible, más le valía estar preparado para las intrusiones. Además tenía otro asunto urgente que considerar… la perturbadora reacción ante ______ Newberry. Podría arreglar el muelle y evitar que se tropezara otro niño, pero no sabía cómo protegerse a sí mismo de alguien así. Tal vez Molly pudiera darle algunas directrices al respecto. Estaba claro que las mujeres se conocían. Sabiendo cómo era Molly, hacer preguntas supondría levantar la liebre, pero eso era mejor que arriesgarse a otro encuentro en el que ______ Newberry lo pillara desprevenido y lo mirara con aquellos grandes ojos color miel.
Una vez en la ferretería, Joe escogió los clavos que necesitaba y unos tablones nuevos y se dirigió al mostrador.
Caleb Jenkins, que había heredado la ferretería de su padre cincuenta años atrás y la había modernizado más bien poco, le saludó con una sonrisa.
—Sabía que vendrías, porque me enteré de lo que pasó en el muelle —le dijo—. Ese tablón estaba suelto desde que Red Foley compró el muelle hace treinta años. Le dije mil veces que era un peligro, y te habría dicho lo mismo a ti si hubieras pasado por aquí, pero apenas te has dejado ver desde que te mudaste a vivir aquí desde casa de tus padres.
A Joe se le borró la sonrisa ante la mención de sus padres, pero no quería hablar de aquello ni con Caleb Jenkins ni con nadie. Había borrado a sus padres, y las razones sólo le importaban a él. El hecho de que estuvieran a menos de cincuenta kilómetros significaba que de vez en cuando se encontraría con gente que los conocía. Pero no tenía por qué hablar de ello.
Así que decidió centrarse en la otra parte del comentario de Caleb.
—Dudo que yo te hubiera hecho más caso que Red —le dijo al anciano.
—Seguramente no —Caleb sacudió la cabeza—. Te haces viejo y al final sabes un par de cosas, pero nadie quiere escucharte. Aunque me han dicho que el niño está bien.
—Así es —Joe sacó la cartera para pagar. Estaba deseando volver a casa, terminar el trabajo y dejar aquel día atrás.
Caleb le miró de reojo mientras le entregaba la factura.
—He oído que ______ Newberry se tomó muy a pecho lo ocurrido.
—Estaba disgustada, pero se le pasará. Después de todo, no ocurrió nada.
—Dudo que Loretta lo vea así —insistió Caleb sacudiendo la cabeza—. Tal vez deberías ir a la escuela y hablar con ella.
Joe lo miró con dureza.
—¿Yo? ¿Por qué debería implicarme en este asunto?
—Ya estás implicado —señaló Caleb—. El niño se cayó en tu muelle. Además, un hombre debería estar dispuesto a ayudar a una mujer cuando lo necesita. Así funciona el mundo.
Tal vez el mundo antiguo, pensó Joe. No creía tener ninguna razón para verse envuelto en la salvación de ______ Newberry. Además, tenía la sensación de que ella podía valerse perfectamente por sí misma. No creí que agradeciera que acudiera a su rescate.
—Si me entero de que la señora Newberry necesita ayuda, hablaré con Loretta —prometió tras pensárselo un instante.
—Supongo que con eso servirá —dijo Caleb con expresión desilusionada.
—Supongo que tú irías corriendo ahora mismo a la escuela —adivinó Joe sintiendo la sutil presión.
—Así es —aseguró el anciano con expresión otra vez radiante—. Es mejor atajar las cosas desde la raíz. Dale recuerdos a Loretta de mi parte.
—Yo no he dicho que fuera a ir a la escuela —protestó Joe.
—Claro que vas a ir. Está a diez minutos de aquí. No te llevarás más que un par de minutos arreglar las cosas con Loretta, y volverás a ese muelle tuyo en un periquete. Habrás hecho una buena obra.
—Creía que mi buena obra había sido lanzarme al agua helada —gruñó Joe.
—Una de ellas —reconoció Caleb—. Un hombre inteligente sabe que necesita hacer muchas para el registro antes de que llegue el día en que se encuentre con San Pedro.
Joe suspiró pesadamente.
—Lo tendré en cuenta.
Se dio cuenta de que Caleb lo observaba sumamente complacido mientras recogía su compra. Justo lo que necesitaba en aquel momento… un anciano entrometido que se creía con derecho a meterse en conciencia. Aun así, se dirigió hacia la escuela y entró en sus pasillos, que olían exactamente igual que veinte años atrás. Siguió el familiar camino hacia el despacho de la directora y llamó a la puerta, decidido a no dejarse intimidar por Loretta Dowd. Ahora era un adulto y ya no estaba bajo su autoridad.
—Adelante —dijo una voz seca.
Joe entró y se enfrentó a los ojos brillantes y negros de Loretta Dowd y a su cabello gris como el acero. Se sintió de pronto como si tuviera seis años de nuevo y se hubiera metido en problemas una vez más.
—¡Tú! —le espetó ella—. Tenía que haberlo imaginado. Supongo que estás aquí para decirme que ______ no tiene la culpa de que Ricky se tropezara en tu muelle.
Él asintió con la cabeza.
—¿Fuiste tú quien lo sacó de clase, quien lo llevó al agua y quien permitió que se te escapara? —preguntó la directora con dureza—. No, ¿verdad? Entonces la culpa no es tuya. Puedes irte.
Joe se dio la vuelta para irse, pero entonces cayó en la cuenta de lo que no había dicho. Se giró para mirarla.
—No va a despedir a la señorita Newberry, ¿verdad?
—No seas ridículo —contestó ella frunciendo el ceño—. Es una gran profesora. Sólo ha tomado una mala decisión hoy. La primavera hace que mucha gente cometa locuras. Ya hemos hablado de ello y no volverá a pasar.
—De acuerdo entonces —dijo él girándose para marcharse.
—Joe —lo llamó la directora cuando se iba—, ha sido muy galante por tu parte venir a defender a la señorita Newberry. Te has convertido en un gran hombre.
Joe sintió una oleada de calor ante aquel inmerecido piropo.
—Creo que mucha gente no estaría de acuerdo, pero gracias de todas formas —aseguró.
—Si te refieres a tus padres, creo que sabes que eso no es así.
Joe se puso tenso.
—No hablo de mis padres.
—Tal vez deberías. O mejor aún, deberías hablar con ellos. Y con tu hermano.
—Eso es mi pasado —le dijo sin sorprenderse lo más mínimo por que se sintiera con derecho a meterse en medio, pero resentido de todas maneras.
—No lo será mientras haya un soplo de aliento en alguno de vosotros —le aseguró la directora con tono sorprendentemente dulce—. Una llamada de teléfono pondría fin a su sufrimiento. Y al tuyo.
—No he venido aquí para que me regañe —le dijo Joe—. Salí de la escuela hace mucho.
—Pero no te viene mal de vez en cuando un coscorrón amigable por parte de alguien mayor y más sabio que tú —le reprendió ella.
—Discúlpeme que se lo diga así, señora Dowd, pero en este caso no sabe de qué está hablando.
—Sé lo suficiente como para reconocer a un hombre desgraciado cuando lo veo delante —aseguró la directora—. No serás verdaderamente feliz hasta que hayas arreglado esto.
—Tal vez no pueda arreglarse, y tal vez no me importe ser verdaderamente feliz —contestó Joe—. Tal vez lo único que quiera es que me dejen en paz.
Dicho aquello, se giró sobre los talones y salió de la escuela lamentando haber permitido que Caleb lo convenciera para ir. Había días en que un hombre debería escuchar sólo su propio consejo y el de nadie más.
______ no se había sentido tan humillada y avergonzada en su vida. De todas las cosas estúpidas que podría haber hecho, no sólo había perdido el control sobre los alumnos y había dejado que uno casi se ahogara, sino que además lo había hecho delante de Joe Jonas.
Todo el mundo sabía en Widow’s Cove que Joe se había convertido en un ermitaño. Vivía en su barco de pesca, comía en el bar de Jess y, por lo que ______ sabía, también bebía cada noche hasta caer redondo.
Lo que nadie sabía era por qué, al menos no los detalles. Había habido algún tipo de pelea con sus padres, eso sí se sabía. Joe se marchó de su casa, que estaba situada a unos cincuenta kilómetros de allí, y se mudó a Widow's Cove. Aquellos cincuentas kilómetros eran como tres mil. Al parecer, ninguno de ellos había salvado esa distancia.
______ casi no reconoció a Joe cuando salió del mar empapado y furioso. Llevaba el cabello demasiado largo y la barba incipiente le ensombrecía las mejillas. Tenía un aspecto más desaliñado y un tanto peligroso, sobre todo con aquellos ojos azules tan intensos brillando como ascuas.
______ recordaba a un Joe muy diferente en el instituto. Aunque ella era dos años mayor, allí todo el mundo se conocía. Ya en su primer año, Joe era muy coqueto y popular, la estrella del equipo de fútbol, y su hermano gemelo Daniel era el capitán. Los dos eran inseparables. Ahora apenas se hablaban y trataban de no cruzarse. Nadie lo entendía.
A ______ no le sorprendió que Joe no se acordara de ella. Ella era mayor, y además en el instituto estaba siempre estudiando. Estaba decidida a ir a la universidad, a romper la tradición de las mujeres de su familia desde hacía mucha generaciones que se casaban con marineros, tenían hijos y vivían aterrorizadas cada vez que una violenta tormenta se acercaba a la costa.
Demasiados de aquellos hombres se habían perdido en el mar.
______ todavía recordaba el acalorado intercambio que tuvo lugar cuando les contó a sus padres sus planes. Ellos consideraban que estaba siendo desagradecida por desperdiciar la vida por la que ellos tanto habían luchado.
______ estaba a punto de salir de la escuela para irse a casa cuando llamaron al interfono de la sala de profesores.
—______, a mi despacho, por favor —dijo la señora Dowd con su habitual sequedad.
______ suspiró. Creía que ya habían dejado atrás el incidente, pero al parecer no era así. Tal vez Matt Foster había llamado para protestar por lo ocurrido. Recogió sus cosas y se dirigió al despacho de la directora con una sensación de pánico.
Llamó a la puerta con los nudillos y luego entró cuando la voz de la mujer se lo indicó.
—Creo que hay algo que deberías saber antes de irte —le dijo Loretta Dowd con una media sonrisa, extraña en ella—. Joe Jonas ha estado aquí.
______ se la quedó mirando fijamente.
—¿Para qué? —preguntó sintiendo un nudo en la garganta.
—Creo que quería salvar tu puesto de trabajo por si estaba en peligro. Le dije que no, pero creo que su actitud habla muy bien de él, ¿no te parece?
______ asintió, estaba demasiado impactada para hablar. ¿Joe había acudido a su rescate? Pero si estaba furioso con ella. Había alguien detrás, obviamente. Tal vez Molly.
—Asegúrate de darle las gracias cuando lo veas —dijo la directora con los ojos brillantes.
—No tengo pensado…
—El hombre se lanzó al agua helada para salvar a uno de tus alumnos —la atajó la señora Dowd—. Y luego vino a mi despacho para salvarte. ¿No crees que lo menos que podrías hacer es llevarle una sopa casera en señal de gratitud?
______ se la quedó mirando tratando de entender. Si no se equivocaba, Loretta Dowd estaba haciendo de casamentera.
—¿Qué estás tramando? —le preguntó, asombrada al ver que la mujer tenía interés en la vida amorosa de ______.
La directora se incorporó y le lanzó una de sus miradas más sobrecogedoras.
—No estoy tramando nada —aseguró con firmeza, pero la indignación había llegado demasiado tarde.
______ se había dado cuenta ahora de que Loretta Dowd era un fraude total. No era la institutriz sin sentimientos que todo el mundo temía. Tenía corazón.
—Si no sabes hacer sopa, yo he preparado crema de almejas esta mañana —añadió la directora.
______ sonrió.
—Sé hacer sopa. De hecho la preparé ayer y ha sobrado mucho. También he hecho pan.
—Bien, entonces, ¿a qué estás esperando? —dijo la señora Dowd con su familiar exasperación—. Vete al barco de ese muchacho antes de que se muera por culpa de un resfriado.
Agradecida por tener una excusa para hacer lo que estaba deseando hacer en el fondo, ______ entró en su casa, llenó un cacharro con sopa casera de carne y verdura, añadió una rebanada de pan casero a la cesta y se dirigió directamente al muelle privado de Joe Jonas.
Una vez allí, disfrutó con cierto placer perverso abriendo la fina valla y haciendo mucho ruido mientras se acercaba a su barco de pesca. No le sorprendió en absoluto que saliera a la cubierta con el gesto torcido.
—¿Qué parte de «mantenerse lejos» no entiendes? —inquirió saltando graciosamente al muelle y bloqueándole el camino.
—Pensé que eso no iba conmigo, porque vengo con regalos —aseguró ella con alegría mostrándole la sopa y el pan al tiempo que se daba cuenta de que tenía varios tablones nuevos bajo los pies—. Mencionaste el hecho de que te lanzaste a esas aguas heladas por mi culpa.
—Por culpa de Ricky —corrigió Joe.
Ella se encogió de hombros.
—Creí que un poco de sopa caliente te haría entrar en calor. No quiero cargar sobre mi conciencia el hecho de que enfermes por lo sucedido. Además, quiero agradecerte que hayas ido a ver la señora Dowd esta tarde. Estaba impresionada.
—Yo no me pongo enfermo —aseguró Joe—. Y no he ido a la escuela para impresionar a Loretta Dowd.
—Por eso resulta todavía más fascinante —replicó ella—. Y en cuanto a tu estado general de buena salud, no te hará daño un poco de nutritiva sopa. Debes estar cansado de la de Molly.
—¿Qué quieres decir? —a Joe se le borró la sonrisa.
Ella vaciló. No había sido su intención admitir que conocía todos sus hábitos.
—Dice que vas mucho por ahí. Eso es todo.
—¿Has preguntado por mí? —Joe ni siquiera se molestó en disimular la sorpresa.
—Por supuesto que no. Pero Molly tiene tendencia a ofrecer información que cree que servirá de ayuda.
Él suspiró al escuchar aquello.
—Sí, yo siempre se lo digo. Parece pensar que puede salvarme de mí mismo si consigue que haya la cantidad suficiente de gente dándome la lata.
—¿Y tú qué opinas? —preguntó ______ con curiosidad.
—Que no necesito que me salven.
______ se rió.
—Sí, yo no paro de decirle lo mismo. Pero eso no la ha detenido. Ahora tenemos a Loretta Dowd mediando en nuestras vidas. Ella ha sido la que insistió en lo de la sopa. Creo que estamos condenados.
—No me lo recuerdes —dijo él—. Imagino que la señora Dowd querrá saber con exactitud lo educado que fui cuando viniste a verme. Caleb Jenkins y ella sin duda compararán notas.
—¿Cómo diablos ha aparecido Caleb en esto? —preguntó ______.
—Creyó que debería hablar con la señora Dowd en tu nombre.
—Ah, eso explica la visita a la escuela. Ya imaginé que no había sido idea tuya.
—Oh, supongo que lo habría terminado haciendo tarde o temprano —aseguró Joe tendiéndole la mano—. ¿Quieres entrar y compartir una taza de esa sopa? Me parece que hay suficiente para los dos.
______ vaciló.
—¿Estás seguro? —le preguntó—. No pareces tener muchas ganas de compañía —señaló con la cabeza la señal de No pasar.
Joe la miró con intensidad.
—Eso no sirve para los invitados, y en lo que a ti se refiere, no estoy seguro de nada —dijo de un modo que le provocó escalofríos.
______ aceptó la mano que le tendía y subió a bordo. Se fijó en que el barco estaba impecable y en perfecto estado. Cada pieza de metal y de madera estaba pulida y brillante, las redes de pesca cuidadosamente dobladas.
Debajo, en la pequeña bañera, ocurría lo mismo.
La mesa estaba limpia, y la cama perfectamente hecha, con las sábanas limpias y una manta azul doblada a los pies.
Joe se movió por el estrecho espacio y sacó una olla del armario, vertió la sopa en ella y la colocó sobre el horno de dos quemadores. Luego retiró dos cuencos y dos cucharas del mismo armario. ______ era muy consciente de la anchura de sus hombros, la estrechez de las caderas. Definitivamente, seguía en forma. Era la primera vez en siglos que era consciente del poderoso efecto que la masculinidad pura podía provocar en ella.
Desde que perdió a sus padres hacía casi un año había vivido en un limbo emocional. No permitía que nada ni nadie la tocara. Una mirada de reojo al trasero de Joe cuando se inclinó a sacar algo del minúsculo refrigerador la devolvió al presente. Tuvo que hacer un esfuerzo por no suspirar en alto.
«No vayas por ahí», se dijo. Pero pensó que tampoco le haría daño mirar. Incluso una mujer que vivía en un estado de impuesto celibato tenía derecho a fantasear.
En cuanto se dio una ducha caliente y se puso ropa seca, Joe se dirigió hacia la ferretería del centro de Widow's Cove. El incidente de aquel día había sido la llamada que necesitaba para arreglar el muelle de una vez por todas.
Había dejado pasar demasiadas cosas durante los últimos años. Lo único que le importaba eran las horas en el mar, el tamaño de la pesca y la cerveza fría al final de una dura jornada. La caída de Ricky Foster al agua le había devuelto a la realidad. A menos que se mudara a una isla desierta, no podía seguir dejando al mundo fuera para siempre. Y como aquello no era posible, más le valía estar preparado para las intrusiones. Además tenía otro asunto urgente que considerar… la perturbadora reacción ante ______ Newberry. Podría arreglar el muelle y evitar que se tropezara otro niño, pero no sabía cómo protegerse a sí mismo de alguien así. Tal vez Molly pudiera darle algunas directrices al respecto. Estaba claro que las mujeres se conocían. Sabiendo cómo era Molly, hacer preguntas supondría levantar la liebre, pero eso era mejor que arriesgarse a otro encuentro en el que ______ Newberry lo pillara desprevenido y lo mirara con aquellos grandes ojos color miel.
Una vez en la ferretería, Joe escogió los clavos que necesitaba y unos tablones nuevos y se dirigió al mostrador.
Caleb Jenkins, que había heredado la ferretería de su padre cincuenta años atrás y la había modernizado más bien poco, le saludó con una sonrisa.
—Sabía que vendrías, porque me enteré de lo que pasó en el muelle —le dijo—. Ese tablón estaba suelto desde que Red Foley compró el muelle hace treinta años. Le dije mil veces que era un peligro, y te habría dicho lo mismo a ti si hubieras pasado por aquí, pero apenas te has dejado ver desde que te mudaste a vivir aquí desde casa de tus padres.
A Joe se le borró la sonrisa ante la mención de sus padres, pero no quería hablar de aquello ni con Caleb Jenkins ni con nadie. Había borrado a sus padres, y las razones sólo le importaban a él. El hecho de que estuvieran a menos de cincuenta kilómetros significaba que de vez en cuando se encontraría con gente que los conocía. Pero no tenía por qué hablar de ello.
Así que decidió centrarse en la otra parte del comentario de Caleb.
—Dudo que yo te hubiera hecho más caso que Red —le dijo al anciano.
—Seguramente no —Caleb sacudió la cabeza—. Te haces viejo y al final sabes un par de cosas, pero nadie quiere escucharte. Aunque me han dicho que el niño está bien.
—Así es —Joe sacó la cartera para pagar. Estaba deseando volver a casa, terminar el trabajo y dejar aquel día atrás.
Caleb le miró de reojo mientras le entregaba la factura.
—He oído que ______ Newberry se tomó muy a pecho lo ocurrido.
—Estaba disgustada, pero se le pasará. Después de todo, no ocurrió nada.
—Dudo que Loretta lo vea así —insistió Caleb sacudiendo la cabeza—. Tal vez deberías ir a la escuela y hablar con ella.
Joe lo miró con dureza.
—¿Yo? ¿Por qué debería implicarme en este asunto?
—Ya estás implicado —señaló Caleb—. El niño se cayó en tu muelle. Además, un hombre debería estar dispuesto a ayudar a una mujer cuando lo necesita. Así funciona el mundo.
Tal vez el mundo antiguo, pensó Joe. No creía tener ninguna razón para verse envuelto en la salvación de ______ Newberry. Además, tenía la sensación de que ella podía valerse perfectamente por sí misma. No creí que agradeciera que acudiera a su rescate.
—Si me entero de que la señora Newberry necesita ayuda, hablaré con Loretta —prometió tras pensárselo un instante.
—Supongo que con eso servirá —dijo Caleb con expresión desilusionada.
—Supongo que tú irías corriendo ahora mismo a la escuela —adivinó Joe sintiendo la sutil presión.
—Así es —aseguró el anciano con expresión otra vez radiante—. Es mejor atajar las cosas desde la raíz. Dale recuerdos a Loretta de mi parte.
—Yo no he dicho que fuera a ir a la escuela —protestó Joe.
—Claro que vas a ir. Está a diez minutos de aquí. No te llevarás más que un par de minutos arreglar las cosas con Loretta, y volverás a ese muelle tuyo en un periquete. Habrás hecho una buena obra.
—Creía que mi buena obra había sido lanzarme al agua helada —gruñó Joe.
—Una de ellas —reconoció Caleb—. Un hombre inteligente sabe que necesita hacer muchas para el registro antes de que llegue el día en que se encuentre con San Pedro.
Joe suspiró pesadamente.
—Lo tendré en cuenta.
Se dio cuenta de que Caleb lo observaba sumamente complacido mientras recogía su compra. Justo lo que necesitaba en aquel momento… un anciano entrometido que se creía con derecho a meterse en conciencia. Aun así, se dirigió hacia la escuela y entró en sus pasillos, que olían exactamente igual que veinte años atrás. Siguió el familiar camino hacia el despacho de la directora y llamó a la puerta, decidido a no dejarse intimidar por Loretta Dowd. Ahora era un adulto y ya no estaba bajo su autoridad.
—Adelante —dijo una voz seca.
Joe entró y se enfrentó a los ojos brillantes y negros de Loretta Dowd y a su cabello gris como el acero. Se sintió de pronto como si tuviera seis años de nuevo y se hubiera metido en problemas una vez más.
—¡Tú! —le espetó ella—. Tenía que haberlo imaginado. Supongo que estás aquí para decirme que ______ no tiene la culpa de que Ricky se tropezara en tu muelle.
Él asintió con la cabeza.
—¿Fuiste tú quien lo sacó de clase, quien lo llevó al agua y quien permitió que se te escapara? —preguntó la directora con dureza—. No, ¿verdad? Entonces la culpa no es tuya. Puedes irte.
Joe se dio la vuelta para irse, pero entonces cayó en la cuenta de lo que no había dicho. Se giró para mirarla.
—No va a despedir a la señorita Newberry, ¿verdad?
—No seas ridículo —contestó ella frunciendo el ceño—. Es una gran profesora. Sólo ha tomado una mala decisión hoy. La primavera hace que mucha gente cometa locuras. Ya hemos hablado de ello y no volverá a pasar.
—De acuerdo entonces —dijo él girándose para marcharse.
—Joe —lo llamó la directora cuando se iba—, ha sido muy galante por tu parte venir a defender a la señorita Newberry. Te has convertido en un gran hombre.
Joe sintió una oleada de calor ante aquel inmerecido piropo.
—Creo que mucha gente no estaría de acuerdo, pero gracias de todas formas —aseguró.
—Si te refieres a tus padres, creo que sabes que eso no es así.
Joe se puso tenso.
—No hablo de mis padres.
—Tal vez deberías. O mejor aún, deberías hablar con ellos. Y con tu hermano.
—Eso es mi pasado —le dijo sin sorprenderse lo más mínimo por que se sintiera con derecho a meterse en medio, pero resentido de todas maneras.
—No lo será mientras haya un soplo de aliento en alguno de vosotros —le aseguró la directora con tono sorprendentemente dulce—. Una llamada de teléfono pondría fin a su sufrimiento. Y al tuyo.
—No he venido aquí para que me regañe —le dijo Joe—. Salí de la escuela hace mucho.
—Pero no te viene mal de vez en cuando un coscorrón amigable por parte de alguien mayor y más sabio que tú —le reprendió ella.
—Discúlpeme que se lo diga así, señora Dowd, pero en este caso no sabe de qué está hablando.
—Sé lo suficiente como para reconocer a un hombre desgraciado cuando lo veo delante —aseguró la directora—. No serás verdaderamente feliz hasta que hayas arreglado esto.
—Tal vez no pueda arreglarse, y tal vez no me importe ser verdaderamente feliz —contestó Joe—. Tal vez lo único que quiera es que me dejen en paz.
Dicho aquello, se giró sobre los talones y salió de la escuela lamentando haber permitido que Caleb lo convenciera para ir. Había días en que un hombre debería escuchar sólo su propio consejo y el de nadie más.
______ no se había sentido tan humillada y avergonzada en su vida. De todas las cosas estúpidas que podría haber hecho, no sólo había perdido el control sobre los alumnos y había dejado que uno casi se ahogara, sino que además lo había hecho delante de Joe Jonas.
Todo el mundo sabía en Widow’s Cove que Joe se había convertido en un ermitaño. Vivía en su barco de pesca, comía en el bar de Jess y, por lo que ______ sabía, también bebía cada noche hasta caer redondo.
Lo que nadie sabía era por qué, al menos no los detalles. Había habido algún tipo de pelea con sus padres, eso sí se sabía. Joe se marchó de su casa, que estaba situada a unos cincuenta kilómetros de allí, y se mudó a Widow's Cove. Aquellos cincuentas kilómetros eran como tres mil. Al parecer, ninguno de ellos había salvado esa distancia.
______ casi no reconoció a Joe cuando salió del mar empapado y furioso. Llevaba el cabello demasiado largo y la barba incipiente le ensombrecía las mejillas. Tenía un aspecto más desaliñado y un tanto peligroso, sobre todo con aquellos ojos azules tan intensos brillando como ascuas.
______ recordaba a un Joe muy diferente en el instituto. Aunque ella era dos años mayor, allí todo el mundo se conocía. Ya en su primer año, Joe era muy coqueto y popular, la estrella del equipo de fútbol, y su hermano gemelo Daniel era el capitán. Los dos eran inseparables. Ahora apenas se hablaban y trataban de no cruzarse. Nadie lo entendía.
A ______ no le sorprendió que Joe no se acordara de ella. Ella era mayor, y además en el instituto estaba siempre estudiando. Estaba decidida a ir a la universidad, a romper la tradición de las mujeres de su familia desde hacía mucha generaciones que se casaban con marineros, tenían hijos y vivían aterrorizadas cada vez que una violenta tormenta se acercaba a la costa.
Demasiados de aquellos hombres se habían perdido en el mar.
______ todavía recordaba el acalorado intercambio que tuvo lugar cuando les contó a sus padres sus planes. Ellos consideraban que estaba siendo desagradecida por desperdiciar la vida por la que ellos tanto habían luchado.
______ estaba a punto de salir de la escuela para irse a casa cuando llamaron al interfono de la sala de profesores.
—______, a mi despacho, por favor —dijo la señora Dowd con su habitual sequedad.
______ suspiró. Creía que ya habían dejado atrás el incidente, pero al parecer no era así. Tal vez Matt Foster había llamado para protestar por lo ocurrido. Recogió sus cosas y se dirigió al despacho de la directora con una sensación de pánico.
Llamó a la puerta con los nudillos y luego entró cuando la voz de la mujer se lo indicó.
—Creo que hay algo que deberías saber antes de irte —le dijo Loretta Dowd con una media sonrisa, extraña en ella—. Joe Jonas ha estado aquí.
______ se la quedó mirando fijamente.
—¿Para qué? —preguntó sintiendo un nudo en la garganta.
—Creo que quería salvar tu puesto de trabajo por si estaba en peligro. Le dije que no, pero creo que su actitud habla muy bien de él, ¿no te parece?
______ asintió, estaba demasiado impactada para hablar. ¿Joe había acudido a su rescate? Pero si estaba furioso con ella. Había alguien detrás, obviamente. Tal vez Molly.
—Asegúrate de darle las gracias cuando lo veas —dijo la directora con los ojos brillantes.
—No tengo pensado…
—El hombre se lanzó al agua helada para salvar a uno de tus alumnos —la atajó la señora Dowd—. Y luego vino a mi despacho para salvarte. ¿No crees que lo menos que podrías hacer es llevarle una sopa casera en señal de gratitud?
______ se la quedó mirando tratando de entender. Si no se equivocaba, Loretta Dowd estaba haciendo de casamentera.
—¿Qué estás tramando? —le preguntó, asombrada al ver que la mujer tenía interés en la vida amorosa de ______.
La directora se incorporó y le lanzó una de sus miradas más sobrecogedoras.
—No estoy tramando nada —aseguró con firmeza, pero la indignación había llegado demasiado tarde.
______ se había dado cuenta ahora de que Loretta Dowd era un fraude total. No era la institutriz sin sentimientos que todo el mundo temía. Tenía corazón.
—Si no sabes hacer sopa, yo he preparado crema de almejas esta mañana —añadió la directora.
______ sonrió.
—Sé hacer sopa. De hecho la preparé ayer y ha sobrado mucho. También he hecho pan.
—Bien, entonces, ¿a qué estás esperando? —dijo la señora Dowd con su familiar exasperación—. Vete al barco de ese muchacho antes de que se muera por culpa de un resfriado.
Agradecida por tener una excusa para hacer lo que estaba deseando hacer en el fondo, ______ entró en su casa, llenó un cacharro con sopa casera de carne y verdura, añadió una rebanada de pan casero a la cesta y se dirigió directamente al muelle privado de Joe Jonas.
Una vez allí, disfrutó con cierto placer perverso abriendo la fina valla y haciendo mucho ruido mientras se acercaba a su barco de pesca. No le sorprendió en absoluto que saliera a la cubierta con el gesto torcido.
—¿Qué parte de «mantenerse lejos» no entiendes? —inquirió saltando graciosamente al muelle y bloqueándole el camino.
—Pensé que eso no iba conmigo, porque vengo con regalos —aseguró ella con alegría mostrándole la sopa y el pan al tiempo que se daba cuenta de que tenía varios tablones nuevos bajo los pies—. Mencionaste el hecho de que te lanzaste a esas aguas heladas por mi culpa.
—Por culpa de Ricky —corrigió Joe.
Ella se encogió de hombros.
—Creí que un poco de sopa caliente te haría entrar en calor. No quiero cargar sobre mi conciencia el hecho de que enfermes por lo sucedido. Además, quiero agradecerte que hayas ido a ver la señora Dowd esta tarde. Estaba impresionada.
—Yo no me pongo enfermo —aseguró Joe—. Y no he ido a la escuela para impresionar a Loretta Dowd.
—Por eso resulta todavía más fascinante —replicó ella—. Y en cuanto a tu estado general de buena salud, no te hará daño un poco de nutritiva sopa. Debes estar cansado de la de Molly.
—¿Qué quieres decir? —a Joe se le borró la sonrisa.
Ella vaciló. No había sido su intención admitir que conocía todos sus hábitos.
—Dice que vas mucho por ahí. Eso es todo.
—¿Has preguntado por mí? —Joe ni siquiera se molestó en disimular la sorpresa.
—Por supuesto que no. Pero Molly tiene tendencia a ofrecer información que cree que servirá de ayuda.
Él suspiró al escuchar aquello.
—Sí, yo siempre se lo digo. Parece pensar que puede salvarme de mí mismo si consigue que haya la cantidad suficiente de gente dándome la lata.
—¿Y tú qué opinas? —preguntó ______ con curiosidad.
—Que no necesito que me salven.
______ se rió.
—Sí, yo no paro de decirle lo mismo. Pero eso no la ha detenido. Ahora tenemos a Loretta Dowd mediando en nuestras vidas. Ella ha sido la que insistió en lo de la sopa. Creo que estamos condenados.
—No me lo recuerdes —dijo él—. Imagino que la señora Dowd querrá saber con exactitud lo educado que fui cuando viniste a verme. Caleb Jenkins y ella sin duda compararán notas.
—¿Cómo diablos ha aparecido Caleb en esto? —preguntó ______.
—Creyó que debería hablar con la señora Dowd en tu nombre.
—Ah, eso explica la visita a la escuela. Ya imaginé que no había sido idea tuya.
—Oh, supongo que lo habría terminado haciendo tarde o temprano —aseguró Joe tendiéndole la mano—. ¿Quieres entrar y compartir una taza de esa sopa? Me parece que hay suficiente para los dos.
______ vaciló.
—¿Estás seguro? —le preguntó—. No pareces tener muchas ganas de compañía —señaló con la cabeza la señal de No pasar.
Joe la miró con intensidad.
—Eso no sirve para los invitados, y en lo que a ti se refiere, no estoy seguro de nada —dijo de un modo que le provocó escalofríos.
______ aceptó la mano que le tendía y subió a bordo. Se fijó en que el barco estaba impecable y en perfecto estado. Cada pieza de metal y de madera estaba pulida y brillante, las redes de pesca cuidadosamente dobladas.
Debajo, en la pequeña bañera, ocurría lo mismo.
La mesa estaba limpia, y la cama perfectamente hecha, con las sábanas limpias y una manta azul doblada a los pies.
Joe se movió por el estrecho espacio y sacó una olla del armario, vertió la sopa en ella y la colocó sobre el horno de dos quemadores. Luego retiró dos cuencos y dos cucharas del mismo armario. ______ era muy consciente de la anchura de sus hombros, la estrechez de las caderas. Definitivamente, seguía en forma. Era la primera vez en siglos que era consciente del poderoso efecto que la masculinidad pura podía provocar en ella.
Desde que perdió a sus padres hacía casi un año había vivido en un limbo emocional. No permitía que nada ni nadie la tocara. Una mirada de reojo al trasero de Joe cuando se inclinó a sacar algo del minúsculo refrigerador la devolvió al presente. Tuvo que hacer un esfuerzo por no suspirar en alto.
«No vayas por ahí», se dijo. Pero pensó que tampoco le haría daño mirar. Incluso una mujer que vivía en un estado de impuesto celibato tenía derecho a fantasear.
MiCy_Jonas
Re: El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
me gusto el cap
que paso con joe y su familia??
queor besito ajaja
que paso con joe y su familia??
queor besito ajaja
andreita
Re: El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
chelis escribió:NUEVAAAA LECTOOORRAAAAA
Gracias por leer!!! el capítulo de hoy va dedicado a ti :D
MiCy_Jonas
Re: El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
Este es uno de mis capítulos favoritos así que espero que lo disfruten tanto como yo lo disfrute cuando lo leí :) Y el final del capítulo es una ternura <3
Capítulo 3
Joe no estaba muy seguro de qué se había apoderado de él para invitar a ______ Newberry a bordo del Katie G., un barco que había llamado como su madre para que le recordara que no se podía confiar en la gente. Durante dieciocho años consideró a su madre la mujer más admirable que había conocido. Ahora, cada vez que miraba el nombre pintado en el casco recordaba que todo el mundo tenía secretos y que todo el mundo era capaz de mentir.
Tal vez había invitado a ______ porque estaba cansado de su propia compañía. O porque el instinto le decía que ella había aprendido la misma amarga lección sobre la humanidad e imaginaba que tendría tan pocas ganas como él de empezar algo que estaba destinado a terminar mal, como ocurría con todas las relaciones.
Por extraño que fuera, a pesar de todo lo que habían pasado sus padres seguían juntos. Joe suponía que se trataba de un amor perverso si podía sobrevivir después de lo que le habían hecho a su propia familia.
Daniel y él tenían de pequeños muchos amigos cuyos padres se habían divorciado, niños que los envidiaban por su hogar ideal. Ni Joe ni Daniel pensaban que todo era tan ideal en su casa. Había muchas discusiones de hecho, la mayoría en susurros y detrás de las puertas cerradas, y también cosas que no lograban comprender: una ocasional expresión de inexplicable dolor en el rostro de su madre, un brillo de resentimiento en los ojos de su padre… lo suficiente para que Daniel y él se preguntaran si las cosas eran tan perfectas como querían creer.
Sin embargo, en general su hermano y él tuvieron una buena vida. Recibían mucho amor, un amor que ahora en perspectiva estaba encaminado a sustituir el que sus padres no podían darle ya a sus otros hijos.
Daniel y él tenían dieciocho años cuando descubrieron la verdad, y entonces todas aquellas discusiones susurradas y las miradas tristes cobraron sentido. Sus padres no lo confesaron todo en un arrebato de mala conciencia. No, Daniel y Joe habían descubierto la verdad por casualidad.
Daniel estaba vaciando un viejo baúl de la buhardilla para guardar ahí sus cosas y llevárselas a la universidad cuando se encontró con un sobre de fotos amarillas enterrado entre ropa antigua. Estaba claro que la idea era que nunca vieran aquel sobre.
Joe recordaba aquel día como si fuera hoy. Si se dejaba llevar, podría sentir el calor opresivo, oler el polvo que se levantó mientras Daniel desenterraba los recuerdos que llevaban tanto tiempo encerrados. Todavía ahora, cuando Joe entraba en una habitación que llevaba mucho tiempo cerrada le incomodaba el olor a humedad. Por eso había escogido vivir allí, en su barco, donde la brisa marina no encerraba recuerdos.
Recordaba a Daniel gritándole que subiera, recordaba la confusa expresión del rostro de su gemelo mientras pasaba las fotografías. Cuando Joe subió por las escaleras de la buhardilla, Daniel parecía petrificado. Le tendió en silencio las fotos con mano temblorosa.
—Míralas —le ordenó al ver que Joe se lo quedaba mirando a él en lugar de ver las fotos.
—Parecen fotos viejas —había dicho Joe mirándolas de pasada, más preocupado por la extraña expresión de Daniel.
—Míralas —le repitió su hermano con impaciencia.
Joe observó la primera foto. Era un niño de unos dos años con el cabello negro como el carbón y una sonrisa feliz. La imagen estaba un poco movida. Daniel parpadeó sin entender qué había impresionado tanto a su gemelo.
—¿Qué? ¿Crees que es papá?
Daniel negó con la cabeza.
—Vuelve a mirar. Papá está al fondo.
—De acuerdo —dijo Joe confuso—. Entonces debemos ser uno de nosotros.
—No creo. Mira el resto de las fotos.
Joe las fue pasando lentamente. Eran varias docenas, y al parecer abarcaban un amplio periodo de tiempo. Su madre salía en algunas, su padre en más. Pero en todas había niños felices y sonrientes. El de la primera foto, y luego otro que era su viva imagen, luego tres, y finalmente cinco, dos de ellos bebé y obviamente gemelos.
A Joe le tembló la mano mientras observaba el último grupo de fotos. Luego, tan confundido y angustiado como Daniel, apartó la vista y miró a su hermano.
—Dios mío, ¿qué crees que significa esto? ¿Esos bebés somos tú y yo?
—¿Quién si no? —preguntó a su vez Daniel—. No hay más gemelos en la familia, al menos que nosotros sepamos. Pero si te pones a pensar, ¿qué sabemos de nuestra familia? ¿Has oído alguna vez una palabra de nuestros abuelos, de algún tío?
—No.
—Eso debería decirnos algo. Es como si no fuéramos un grupo aislado en la faz de la tierra.
—¿No crees que estás exagerando un poco? —preguntó Joe.
—Mira las malditas fotos otra vez y dime que estoy exagerando —le gritó Daniel.
Joe dirigió automáticamente la vista hacia la foto de arriba, en la que salían los cinco niños de cabello oscuro.
—¿Quién crees que son?
—No quiero ni imaginarlo —respondió Daniel, claramente afectado.
—Tenemos que preguntárselo a papá y mamá —aseguró Joe—. No podemos dejar esto así.
—¿Por qué no? Está claro que es algo de lo que ellos no quieren hablar —argumentó Daniel, que estaba deseando enterrar la cabeza en la arena.
Siempre había sido así. A Joe le gustaba enfrentarse a las cosas, poner las cartas sobre la mesa sin importarle las consecuencias. Daniel prefería la paz a toda costa.
—No importa lo que ellos quieran —le gritó Joe, tan enfadado como lo estaba Daniel un instante antes—. Si esos niños son parientes nuestros, si son nuestros hermanos, tenemos derecho a saberlo. Necesitamos saber qué fue de ellos. ¿Murieron? ¿Por qué no hemos oído hablar de ellos? Los niños no desaparecen en el aire sin más.
—Tal vez sean primos o algo así —dijo Daniel buscando una explicación más cómoda.
—Entonces, ¿por qué no los hemos visto en tantos años?
Joe no estaba dispuesto a que sus padres se fueran de rositas… ni Daniel tampoco. Aquello era demasiado grave como para ignorarlo. Y podría explicar muchas cosas, cosas pequeñas y grandes que nunca tuvieron ningún sentido.
—Tú mismo lo has dicho. Papá y mamá nunca han hablado de más parientes.
Mientras hablaba, Joe trató de recordar el más mínimo indicio de haber tenido hermanos, pero no fue capaz. ¿No debería recordarlo al menos en un nivel inconsciente? Volvió a mirar las fotos con la esperanza de encontrar algo. Al tercer intento se fijó en el fondo.
—Daniel, ¿dónde crees que fueron tomadas? —preguntó, confundido por lo que veía.
—Supongo que aquí. Es donde siempre hemos vivido.
—¿Ah, sí? —preguntó Joe observando los edificios de las fotos—. ¿Has visto alguna vez un rascacielos en Widow's Cove?
Daniel le quitó la foto.
—Déjame ver —la observó con intensidad—. ¿Podría ser Boston?
—No lo sé —Joe se encogió de hombros—. Nunca he estado en Boston. Tú fuiste la pasada Navidad con unos amigos, ¿te resulta familiar?
—Sinceramente, no lo sé. Pero si es Boston, ¿por qué papá y mamá nunca han mencionado que fuimos allí de viaje?
—O que vivimos allí —apuntó Joe—. Tenemos que preguntarles, Daniel. Si tú no quieres, lo haré yo.
Joe recordaba la inevitable confrontación con sus padres como si hubiera sucedido el día anterior.
Él fue quien puso las fotos en la mesa de la cocina delante de su madre. Trató de permanecer inmune a sus gemidos sofocados, pero le habían atravesado el alma. Aquellos gemidos eran una confesión más valiosa que las palabras, y habían arrancado todo el respeto que sentía por ella. En un instante pasó de ser su madre del alma a convertirse en una completa desconocida.
—¿Qué diablos estabais haciendo vosotros dos curioseando en la buhardilla? —había gritado su padre mientras agarraba las fotos—. Allí hay cosas que no son asunto vuestro.
Pero ni la furia de Connor Jonas ni las silenciosas lágrimas de Kathleen habían atravesado la firme determinación de Joe de llegar hasta la verdad. Finalmente consiguió que admitieran que aquellos tres niños eran sus hijos, hijos que habían abandonado años atrás, cuando llevaron a Joe y a Daniel a Maine.
—¿Y nunca volvisteis a verlos? —les preguntó él, impactado ante la confirmación de algo que sospechaba pero que no quería creer—. ¿No tenéis ni idea de qué fue de ellos?
—Nos aseguramos de que alguien cuidara de ellos y luego rompimos limpiamente —dijo su padre a la defensiva. Miró a su mujer como si la desafiara a contradecirle—. Era lo mejor.
—¿Qué quieres decir con que os asegurasteis de que alguien cuidara de ellos? ¿Arreglasteis las adopciones?
—Llamamos a los Servicios Sociales —respondió su padre.
—Nos dijeron que alguien iría enseguida, que cuidarían de los niños —dijo su madre como si aquello lo arreglara todo.
Joe no quería creer las palabras que estaba escuchando. ¿Cómo era posible que aquellas dos personas a las que quería, que lo querían a él, hubieran sido tan frías, tan irresponsables? ¿Qué clase de persona pensaba que llamando a las autoridades podía desentenderse del cuidado de sus propios hijos? ¿Qué padres abandonaban a sus hijos sin asegurarse más allá de cualquier duda de que iban a quedarse en buenas manos? ¿Qué clase de gente escogía a un hijo por encima de otro y luego fingía durante años que su familia de cuatro miembros estaba completa?
Cielos, toda su vida había sido una mentira tras otra.
Joe se había sentido abrumado por la culpa por haber sido elegido mientras otros tres niños, sus propios hermanos, eran abandonados.
—¿Cuántos años tenían? —preguntó casi ahogándose.
—Nueve, siete y cuatro —reconoció su madre con un suspiro. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas. De pronto parecía más anciana.
—¡Dios mío! —Joe se apartó de la mesa de la cocina resistiendo el deseo de estrellar todos los platos del mismo modo que habían estrellado sus ilusiones.
—Deja que nos expliquemos —le suplicó su madre.
—¡No les debemos ninguna explicación! —gritó su padre—. Hicimos lo que teníamos que hacer. Les hemos dado a ellos dos una buena vida. No tienen derecho a cuestionar nuestra decisión.
Joe no fue capaz de callarse las preguntas que le bullían por dentro.
—¿Y qué hay de lo que les debéis a vuestros otros hijos? —preguntó sintiéndose muerto por dentro—. ¿Pensasteis en ellos una sola vez? Dios mío, ¿en qué estabais pensando?
No esperaba respuestas. Sabía que no obtendría ninguna. Su madre lloraba y su padre guardaba silencio. Además, las respuestas no importaban en realidad. No había justificación para lo que habían hecho. Joe se marchó aquella noche de su casa sin llevarse nada, no quería nada de unas personas capaces de hacer algo así. Aquélla fue la última vez que vio a sus padres y que habló con ellos.
Daniel lo encontró una semana más tarde borracho en el muelle de Widow's Cove. Trató durante horas de convencerlo para que regresara a casa.
—No tengo casa —le dijo Joe muy en serio—. ¿Por qué iba a tenerla, si nuestros hermanos nunca disfrutaron de una?
—Eso no lo sabes —le contestó Daniel—. Es posible que tuvieran buenas vidas con familias maravillosas.
—¿Separados de nosotros? —le espetó Joe—. ¿Tal vez incluso separados entre ellos? ¿Y con eso te das por satisfecho? Eres tan mala persona como ellos. Los Jonas son una auténtica joya. Con genes como los nuestros, el mundo está condenado.
—Basta —le ordenó Daniel con expresión desolada—. No conoces toda la historia.
Joe miró a su hermano a los ojos, preguntándose por un instante si sabría cosas que le había ocultado.
—¿Tú sí?
—No, pero…
—Entonces no quiero oír tus excusas. Déjame en paz, Daniel. Ve a la universidad. Vive tu vida. Finge que nada de esto ha ocurrido. Yo no puedo. Nunca volveré.
Había visto a su hermano alejarse sufriendo por los años de cariño perdidos, pero dejó a un lado aquel sentimiento y tomó la decisión de pasar el resto de su vida borrando el apellido Jonas.
Aquella fue la última vez que se emborrachó. Consiguió un trabajo en un barco pesquero y comenzó a ahorrar hasta que fue capaz de comprar su propia embarcación. Sus necesidades eran muy simples: paz, tranquilidad, alguna cerveza de vez en cuando y la poco frecuente compañía de una mujer que no buscara un futuro. Había tratado con todas sus fuerzas de ser un hombre decente, pero temía que, al ser hijo de Connor y Kathleen, era una causa perdida.
Había pasado muchas noches solitarias tratando con todas sus fuerzas de no pensar en los tres hermanos mayores que habían sido abandonados tantos años atrás. Pensó en ir a buscarlos pero desechó la idea. ¿Por qué iba a importarles un hermano que lo había recibido todo mientras que ellos no tuvieron nada?
Recibía noticias de sus padres de vez en cuando. Widow’s Cove no estaba muy lejos de casa, después de todo. En cuanto a Daniel, sabía que pasaba mucho tiempo en Portland trabajando, irónicamente, como abogado de menores en el tribunal. Daniel había encontrado su propia manera, menos rebelde, de enfrentarse a lo que sus padres habían hecho.
Joe suspiró ante los recuerdos que lo estaban atacando aquella noche. Se concentró en la sopa que estaba calentando y luego la sirvió en los cuencos y puso el pan casero en la mesa con una barra de mantequilla.
Durante los últimos años de soledad elegida, Joe había perdido la práctica de charlar, pero enseguida se dio cuenta de que aquella noche no importaba. ______ era una gran maestra. Desde el momento en que se sentó a la mesa fue como si le hubieran soltado la lengua. Tal vez se debiera a que pasaba el día rodeada de niños de cinco años que trataban desesperadamente de llamar su atención. Le contó a Joe historias que le hicieron reír y llenaron el silencio. Ricky Foster fue el protagonista de gran parte de la conversación.
—Entonces, ¿el de hoy no ha sido el único acto de rebeldía de Ricky? —preguntó Joe.
—Cielos, no. Te digo que ese niño llegará a ser presidente un día —______ se encogió de hombros—. O presidiario. Depende que para qué emplee su capacidad de liderazgo.
—A su padre le faltaba ambición para ambas cosas —comentó Joe—. Supongo que lo suyo era un caso de síndrome de déficit de atención no diagnosticado. Era incapaz de estarse quieto. Tal vez a Ricky le suceda lo mismo.
______ lo miró con sorpresa.
—¿Cómo sabes lo del síndrome de déficit de atención?
Joe se inclinó hacia delante y susurró:
—¿Por qué? ¿Acaso es un secreto?
Ella se sonrojó.
—No, es que no esperaba que…
—¿No esperabas que un pescador supiera algo al respecto? —la interrumpió Joe—. Dar por hecho cosas respecto a la gente es el primer paso para equivocarse por completo —aseguró.
Y entonces, como no pudo resistir el deseo de tomarle el pelo, añadió:
—Por ejemplo, a mí ahora me está costando mucho trabajo no dar por hecho que estás aquí porque has venido a seducirme.
El color que teñía sus mejillas se volvió de un rojo más fuerte.
—Entiendo lo que quieres decir. Y por si acaso hubiera alguna duda, te habrías equivocado completamente respecto a mis intenciones.
Hubo algo en su tono de voz que le hizo entender que no estaba tan descaminado como ella quería hacerle creer.
—¿Ah, sí? —le preguntó colocándole un dedo bajo la barbilla para obligarla a mirarlo.
—He venido a darte las gracias por haber salvado a Ricky —insistió ______ tragando saliva mientras él trazaba la línea de su mandíbula—. Y por ir a ver a la señora Dowd.
Joe dejó caer la mano y se apoyó contra el respaldo al percibir la repentina confusión de sus ojos.
—Entonces lo siento. Me he equivocado.
La confusión dio lugar a uno de aquellos arrebatos de furia que le habían encandilado por la mañana.
—Ese tipo de coqueteo es completamente inaceptable —dijo como si estuviera regañando a un alumno.
Joe se puso de pie, recogió su cuenco vacío y luego hizo lo mismo con el de ella. Le colocó la mano en el hombro al inclinarse y le rozó el lóbulo de la oreja con la lengua. Ella dio un salto como si la hubieran quemado.
—Lo siento —se disculpó Joe, aunque no parecía en absoluto arrepentido.
—No, no lo sientes ni lo más mínimo —aseguró ella frunciendo el ceño.
—Tal vez un poco —insistió él—. Pero sólo porque no te he besado. Algo me dice que voy a lamentarlo más tarde cuando esté solo en la cama.
—Lo habrías lamentado más si lo hubieras hecho —le aseguró ______ levantándose en un intento de resultar más intimidante—. Conozco unos cuantos movimientos que hubieran acabado contigo en el suelo.
Joe le sostuvo la mirada y contuvo las ganas de reírse.
—No sé qué pensar de ti —continuó ella sacudiendo la cabeza—. Esperaba que fueras más… distante.
—Bueno, todavía queda algo de vida dentro de este ermitaño. Más te vale recordarlo antes de volver a llamar a mi puerta.
—No volveré —aseguró ella con firmeza—. Te agradezco todo lo que has hecho, pero vamos a dejarlo aquí.
Joe pensó que era una buena idea teniendo en cuenta el modo en que lo tentaba. Por suerte, antes de que pudiera ignorar el sentido común, escuchó voces y pasos en el muelle. Al parecer en aquel maldito pueblo nadie sabía leer, o, como ______, todo el mundo daba por hecho que el cartel de No pasar no iba con ellos.
—Tienes compañía. Será mejor que me vaya —dijo con cierta ansia.
La opción era escoger entre compañía que conocía y unos visitantes inesperados, así que optó por lo conocido.
—Quédate —le pidió—. Me libraré de ellos.
Pero cuando salió al muelle no vio a una o dos personas a las que pudiera despedir fácilmente, sino a tres réplicas del hombre al que había llegado a odiar… Connor Jonas.
—¿Joe Jonas? ¿Hijo de Kathleen y Connor? —preguntó uno de ellos dando un paso adelante.
Joe asintió a regañadientes. El corazón le latía a toda prisa. No podía ser que aquellos hombres que se parecían tanto fueran sus hermanos. Pero sabía que así era, estaba seguro.
—Somos tus hermanos —dijo el de delante.
Y con aquellas palabras tan sencillas y a la vez tan imponentes, su pasado y su presente convergieron.
Capítulo 3
Joe no estaba muy seguro de qué se había apoderado de él para invitar a ______ Newberry a bordo del Katie G., un barco que había llamado como su madre para que le recordara que no se podía confiar en la gente. Durante dieciocho años consideró a su madre la mujer más admirable que había conocido. Ahora, cada vez que miraba el nombre pintado en el casco recordaba que todo el mundo tenía secretos y que todo el mundo era capaz de mentir.
Tal vez había invitado a ______ porque estaba cansado de su propia compañía. O porque el instinto le decía que ella había aprendido la misma amarga lección sobre la humanidad e imaginaba que tendría tan pocas ganas como él de empezar algo que estaba destinado a terminar mal, como ocurría con todas las relaciones.
Por extraño que fuera, a pesar de todo lo que habían pasado sus padres seguían juntos. Joe suponía que se trataba de un amor perverso si podía sobrevivir después de lo que le habían hecho a su propia familia.
Daniel y él tenían de pequeños muchos amigos cuyos padres se habían divorciado, niños que los envidiaban por su hogar ideal. Ni Joe ni Daniel pensaban que todo era tan ideal en su casa. Había muchas discusiones de hecho, la mayoría en susurros y detrás de las puertas cerradas, y también cosas que no lograban comprender: una ocasional expresión de inexplicable dolor en el rostro de su madre, un brillo de resentimiento en los ojos de su padre… lo suficiente para que Daniel y él se preguntaran si las cosas eran tan perfectas como querían creer.
Sin embargo, en general su hermano y él tuvieron una buena vida. Recibían mucho amor, un amor que ahora en perspectiva estaba encaminado a sustituir el que sus padres no podían darle ya a sus otros hijos.
Daniel y él tenían dieciocho años cuando descubrieron la verdad, y entonces todas aquellas discusiones susurradas y las miradas tristes cobraron sentido. Sus padres no lo confesaron todo en un arrebato de mala conciencia. No, Daniel y Joe habían descubierto la verdad por casualidad.
Daniel estaba vaciando un viejo baúl de la buhardilla para guardar ahí sus cosas y llevárselas a la universidad cuando se encontró con un sobre de fotos amarillas enterrado entre ropa antigua. Estaba claro que la idea era que nunca vieran aquel sobre.
Joe recordaba aquel día como si fuera hoy. Si se dejaba llevar, podría sentir el calor opresivo, oler el polvo que se levantó mientras Daniel desenterraba los recuerdos que llevaban tanto tiempo encerrados. Todavía ahora, cuando Joe entraba en una habitación que llevaba mucho tiempo cerrada le incomodaba el olor a humedad. Por eso había escogido vivir allí, en su barco, donde la brisa marina no encerraba recuerdos.
Recordaba a Daniel gritándole que subiera, recordaba la confusa expresión del rostro de su gemelo mientras pasaba las fotografías. Cuando Joe subió por las escaleras de la buhardilla, Daniel parecía petrificado. Le tendió en silencio las fotos con mano temblorosa.
—Míralas —le ordenó al ver que Joe se lo quedaba mirando a él en lugar de ver las fotos.
—Parecen fotos viejas —había dicho Joe mirándolas de pasada, más preocupado por la extraña expresión de Daniel.
—Míralas —le repitió su hermano con impaciencia.
Joe observó la primera foto. Era un niño de unos dos años con el cabello negro como el carbón y una sonrisa feliz. La imagen estaba un poco movida. Daniel parpadeó sin entender qué había impresionado tanto a su gemelo.
—¿Qué? ¿Crees que es papá?
Daniel negó con la cabeza.
—Vuelve a mirar. Papá está al fondo.
—De acuerdo —dijo Joe confuso—. Entonces debemos ser uno de nosotros.
—No creo. Mira el resto de las fotos.
Joe las fue pasando lentamente. Eran varias docenas, y al parecer abarcaban un amplio periodo de tiempo. Su madre salía en algunas, su padre en más. Pero en todas había niños felices y sonrientes. El de la primera foto, y luego otro que era su viva imagen, luego tres, y finalmente cinco, dos de ellos bebé y obviamente gemelos.
A Joe le tembló la mano mientras observaba el último grupo de fotos. Luego, tan confundido y angustiado como Daniel, apartó la vista y miró a su hermano.
—Dios mío, ¿qué crees que significa esto? ¿Esos bebés somos tú y yo?
—¿Quién si no? —preguntó a su vez Daniel—. No hay más gemelos en la familia, al menos que nosotros sepamos. Pero si te pones a pensar, ¿qué sabemos de nuestra familia? ¿Has oído alguna vez una palabra de nuestros abuelos, de algún tío?
—No.
—Eso debería decirnos algo. Es como si no fuéramos un grupo aislado en la faz de la tierra.
—¿No crees que estás exagerando un poco? —preguntó Joe.
—Mira las malditas fotos otra vez y dime que estoy exagerando —le gritó Daniel.
Joe dirigió automáticamente la vista hacia la foto de arriba, en la que salían los cinco niños de cabello oscuro.
—¿Quién crees que son?
—No quiero ni imaginarlo —respondió Daniel, claramente afectado.
—Tenemos que preguntárselo a papá y mamá —aseguró Joe—. No podemos dejar esto así.
—¿Por qué no? Está claro que es algo de lo que ellos no quieren hablar —argumentó Daniel, que estaba deseando enterrar la cabeza en la arena.
Siempre había sido así. A Joe le gustaba enfrentarse a las cosas, poner las cartas sobre la mesa sin importarle las consecuencias. Daniel prefería la paz a toda costa.
—No importa lo que ellos quieran —le gritó Joe, tan enfadado como lo estaba Daniel un instante antes—. Si esos niños son parientes nuestros, si son nuestros hermanos, tenemos derecho a saberlo. Necesitamos saber qué fue de ellos. ¿Murieron? ¿Por qué no hemos oído hablar de ellos? Los niños no desaparecen en el aire sin más.
—Tal vez sean primos o algo así —dijo Daniel buscando una explicación más cómoda.
—Entonces, ¿por qué no los hemos visto en tantos años?
Joe no estaba dispuesto a que sus padres se fueran de rositas… ni Daniel tampoco. Aquello era demasiado grave como para ignorarlo. Y podría explicar muchas cosas, cosas pequeñas y grandes que nunca tuvieron ningún sentido.
—Tú mismo lo has dicho. Papá y mamá nunca han hablado de más parientes.
Mientras hablaba, Joe trató de recordar el más mínimo indicio de haber tenido hermanos, pero no fue capaz. ¿No debería recordarlo al menos en un nivel inconsciente? Volvió a mirar las fotos con la esperanza de encontrar algo. Al tercer intento se fijó en el fondo.
—Daniel, ¿dónde crees que fueron tomadas? —preguntó, confundido por lo que veía.
—Supongo que aquí. Es donde siempre hemos vivido.
—¿Ah, sí? —preguntó Joe observando los edificios de las fotos—. ¿Has visto alguna vez un rascacielos en Widow's Cove?
Daniel le quitó la foto.
—Déjame ver —la observó con intensidad—. ¿Podría ser Boston?
—No lo sé —Joe se encogió de hombros—. Nunca he estado en Boston. Tú fuiste la pasada Navidad con unos amigos, ¿te resulta familiar?
—Sinceramente, no lo sé. Pero si es Boston, ¿por qué papá y mamá nunca han mencionado que fuimos allí de viaje?
—O que vivimos allí —apuntó Joe—. Tenemos que preguntarles, Daniel. Si tú no quieres, lo haré yo.
Joe recordaba la inevitable confrontación con sus padres como si hubiera sucedido el día anterior.
Él fue quien puso las fotos en la mesa de la cocina delante de su madre. Trató de permanecer inmune a sus gemidos sofocados, pero le habían atravesado el alma. Aquellos gemidos eran una confesión más valiosa que las palabras, y habían arrancado todo el respeto que sentía por ella. En un instante pasó de ser su madre del alma a convertirse en una completa desconocida.
—¿Qué diablos estabais haciendo vosotros dos curioseando en la buhardilla? —había gritado su padre mientras agarraba las fotos—. Allí hay cosas que no son asunto vuestro.
Pero ni la furia de Connor Jonas ni las silenciosas lágrimas de Kathleen habían atravesado la firme determinación de Joe de llegar hasta la verdad. Finalmente consiguió que admitieran que aquellos tres niños eran sus hijos, hijos que habían abandonado años atrás, cuando llevaron a Joe y a Daniel a Maine.
—¿Y nunca volvisteis a verlos? —les preguntó él, impactado ante la confirmación de algo que sospechaba pero que no quería creer—. ¿No tenéis ni idea de qué fue de ellos?
—Nos aseguramos de que alguien cuidara de ellos y luego rompimos limpiamente —dijo su padre a la defensiva. Miró a su mujer como si la desafiara a contradecirle—. Era lo mejor.
—¿Qué quieres decir con que os asegurasteis de que alguien cuidara de ellos? ¿Arreglasteis las adopciones?
—Llamamos a los Servicios Sociales —respondió su padre.
—Nos dijeron que alguien iría enseguida, que cuidarían de los niños —dijo su madre como si aquello lo arreglara todo.
Joe no quería creer las palabras que estaba escuchando. ¿Cómo era posible que aquellas dos personas a las que quería, que lo querían a él, hubieran sido tan frías, tan irresponsables? ¿Qué clase de persona pensaba que llamando a las autoridades podía desentenderse del cuidado de sus propios hijos? ¿Qué padres abandonaban a sus hijos sin asegurarse más allá de cualquier duda de que iban a quedarse en buenas manos? ¿Qué clase de gente escogía a un hijo por encima de otro y luego fingía durante años que su familia de cuatro miembros estaba completa?
Cielos, toda su vida había sido una mentira tras otra.
Joe se había sentido abrumado por la culpa por haber sido elegido mientras otros tres niños, sus propios hermanos, eran abandonados.
—¿Cuántos años tenían? —preguntó casi ahogándose.
—Nueve, siete y cuatro —reconoció su madre con un suspiro. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas. De pronto parecía más anciana.
—¡Dios mío! —Joe se apartó de la mesa de la cocina resistiendo el deseo de estrellar todos los platos del mismo modo que habían estrellado sus ilusiones.
—Deja que nos expliquemos —le suplicó su madre.
—¡No les debemos ninguna explicación! —gritó su padre—. Hicimos lo que teníamos que hacer. Les hemos dado a ellos dos una buena vida. No tienen derecho a cuestionar nuestra decisión.
Joe no fue capaz de callarse las preguntas que le bullían por dentro.
—¿Y qué hay de lo que les debéis a vuestros otros hijos? —preguntó sintiéndose muerto por dentro—. ¿Pensasteis en ellos una sola vez? Dios mío, ¿en qué estabais pensando?
No esperaba respuestas. Sabía que no obtendría ninguna. Su madre lloraba y su padre guardaba silencio. Además, las respuestas no importaban en realidad. No había justificación para lo que habían hecho. Joe se marchó aquella noche de su casa sin llevarse nada, no quería nada de unas personas capaces de hacer algo así. Aquélla fue la última vez que vio a sus padres y que habló con ellos.
Daniel lo encontró una semana más tarde borracho en el muelle de Widow's Cove. Trató durante horas de convencerlo para que regresara a casa.
—No tengo casa —le dijo Joe muy en serio—. ¿Por qué iba a tenerla, si nuestros hermanos nunca disfrutaron de una?
—Eso no lo sabes —le contestó Daniel—. Es posible que tuvieran buenas vidas con familias maravillosas.
—¿Separados de nosotros? —le espetó Joe—. ¿Tal vez incluso separados entre ellos? ¿Y con eso te das por satisfecho? Eres tan mala persona como ellos. Los Jonas son una auténtica joya. Con genes como los nuestros, el mundo está condenado.
—Basta —le ordenó Daniel con expresión desolada—. No conoces toda la historia.
Joe miró a su hermano a los ojos, preguntándose por un instante si sabría cosas que le había ocultado.
—¿Tú sí?
—No, pero…
—Entonces no quiero oír tus excusas. Déjame en paz, Daniel. Ve a la universidad. Vive tu vida. Finge que nada de esto ha ocurrido. Yo no puedo. Nunca volveré.
Había visto a su hermano alejarse sufriendo por los años de cariño perdidos, pero dejó a un lado aquel sentimiento y tomó la decisión de pasar el resto de su vida borrando el apellido Jonas.
Aquella fue la última vez que se emborrachó. Consiguió un trabajo en un barco pesquero y comenzó a ahorrar hasta que fue capaz de comprar su propia embarcación. Sus necesidades eran muy simples: paz, tranquilidad, alguna cerveza de vez en cuando y la poco frecuente compañía de una mujer que no buscara un futuro. Había tratado con todas sus fuerzas de ser un hombre decente, pero temía que, al ser hijo de Connor y Kathleen, era una causa perdida.
Había pasado muchas noches solitarias tratando con todas sus fuerzas de no pensar en los tres hermanos mayores que habían sido abandonados tantos años atrás. Pensó en ir a buscarlos pero desechó la idea. ¿Por qué iba a importarles un hermano que lo había recibido todo mientras que ellos no tuvieron nada?
Recibía noticias de sus padres de vez en cuando. Widow’s Cove no estaba muy lejos de casa, después de todo. En cuanto a Daniel, sabía que pasaba mucho tiempo en Portland trabajando, irónicamente, como abogado de menores en el tribunal. Daniel había encontrado su propia manera, menos rebelde, de enfrentarse a lo que sus padres habían hecho.
Joe suspiró ante los recuerdos que lo estaban atacando aquella noche. Se concentró en la sopa que estaba calentando y luego la sirvió en los cuencos y puso el pan casero en la mesa con una barra de mantequilla.
Durante los últimos años de soledad elegida, Joe había perdido la práctica de charlar, pero enseguida se dio cuenta de que aquella noche no importaba. ______ era una gran maestra. Desde el momento en que se sentó a la mesa fue como si le hubieran soltado la lengua. Tal vez se debiera a que pasaba el día rodeada de niños de cinco años que trataban desesperadamente de llamar su atención. Le contó a Joe historias que le hicieron reír y llenaron el silencio. Ricky Foster fue el protagonista de gran parte de la conversación.
—Entonces, ¿el de hoy no ha sido el único acto de rebeldía de Ricky? —preguntó Joe.
—Cielos, no. Te digo que ese niño llegará a ser presidente un día —______ se encogió de hombros—. O presidiario. Depende que para qué emplee su capacidad de liderazgo.
—A su padre le faltaba ambición para ambas cosas —comentó Joe—. Supongo que lo suyo era un caso de síndrome de déficit de atención no diagnosticado. Era incapaz de estarse quieto. Tal vez a Ricky le suceda lo mismo.
______ lo miró con sorpresa.
—¿Cómo sabes lo del síndrome de déficit de atención?
Joe se inclinó hacia delante y susurró:
—¿Por qué? ¿Acaso es un secreto?
Ella se sonrojó.
—No, es que no esperaba que…
—¿No esperabas que un pescador supiera algo al respecto? —la interrumpió Joe—. Dar por hecho cosas respecto a la gente es el primer paso para equivocarse por completo —aseguró.
Y entonces, como no pudo resistir el deseo de tomarle el pelo, añadió:
—Por ejemplo, a mí ahora me está costando mucho trabajo no dar por hecho que estás aquí porque has venido a seducirme.
El color que teñía sus mejillas se volvió de un rojo más fuerte.
—Entiendo lo que quieres decir. Y por si acaso hubiera alguna duda, te habrías equivocado completamente respecto a mis intenciones.
Hubo algo en su tono de voz que le hizo entender que no estaba tan descaminado como ella quería hacerle creer.
—¿Ah, sí? —le preguntó colocándole un dedo bajo la barbilla para obligarla a mirarlo.
—He venido a darte las gracias por haber salvado a Ricky —insistió ______ tragando saliva mientras él trazaba la línea de su mandíbula—. Y por ir a ver a la señora Dowd.
Joe dejó caer la mano y se apoyó contra el respaldo al percibir la repentina confusión de sus ojos.
—Entonces lo siento. Me he equivocado.
La confusión dio lugar a uno de aquellos arrebatos de furia que le habían encandilado por la mañana.
—Ese tipo de coqueteo es completamente inaceptable —dijo como si estuviera regañando a un alumno.
Joe se puso de pie, recogió su cuenco vacío y luego hizo lo mismo con el de ella. Le colocó la mano en el hombro al inclinarse y le rozó el lóbulo de la oreja con la lengua. Ella dio un salto como si la hubieran quemado.
—Lo siento —se disculpó Joe, aunque no parecía en absoluto arrepentido.
—No, no lo sientes ni lo más mínimo —aseguró ella frunciendo el ceño.
—Tal vez un poco —insistió él—. Pero sólo porque no te he besado. Algo me dice que voy a lamentarlo más tarde cuando esté solo en la cama.
—Lo habrías lamentado más si lo hubieras hecho —le aseguró ______ levantándose en un intento de resultar más intimidante—. Conozco unos cuantos movimientos que hubieran acabado contigo en el suelo.
Joe le sostuvo la mirada y contuvo las ganas de reírse.
—No sé qué pensar de ti —continuó ella sacudiendo la cabeza—. Esperaba que fueras más… distante.
—Bueno, todavía queda algo de vida dentro de este ermitaño. Más te vale recordarlo antes de volver a llamar a mi puerta.
—No volveré —aseguró ella con firmeza—. Te agradezco todo lo que has hecho, pero vamos a dejarlo aquí.
Joe pensó que era una buena idea teniendo en cuenta el modo en que lo tentaba. Por suerte, antes de que pudiera ignorar el sentido común, escuchó voces y pasos en el muelle. Al parecer en aquel maldito pueblo nadie sabía leer, o, como ______, todo el mundo daba por hecho que el cartel de No pasar no iba con ellos.
—Tienes compañía. Será mejor que me vaya —dijo con cierta ansia.
La opción era escoger entre compañía que conocía y unos visitantes inesperados, así que optó por lo conocido.
—Quédate —le pidió—. Me libraré de ellos.
Pero cuando salió al muelle no vio a una o dos personas a las que pudiera despedir fácilmente, sino a tres réplicas del hombre al que había llegado a odiar… Connor Jonas.
—¿Joe Jonas? ¿Hijo de Kathleen y Connor? —preguntó uno de ellos dando un paso adelante.
Joe asintió a regañadientes. El corazón le latía a toda prisa. No podía ser que aquellos hombres que se parecían tanto fueran sus hermanos. Pero sabía que así era, estaba seguro.
—Somos tus hermanos —dijo el de delante.
Y con aquellas palabras tan sencillas y a la vez tan imponentes, su pasado y su presente convergieron.
MiCy_Jonas
Re: El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
:affraid: :oops:
WUUUAAUU ESE JOE ES MUY.. COMO LO DIRE...
AAAII NOSE..
PERO COOOMO SON SUS HERMANOS AHIII CON EL!!?????
AAAII SIGUELA PORFIIISS
WUUUAAUU ESE JOE ES MUY.. COMO LO DIRE...
AAAII NOSE..
PERO COOOMO SON SUS HERMANOS AHIII CON EL!!?????
AAAII SIGUELA PORFIIISS
chelis
Re: El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
OMG!! nueva lectora!! m encanto esta super interesante!!! sieguelaa
helado00
Re: El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
Gracias por leer!! el capítulo de hoy va dedicado a ti :Dhelado00 escribió: OMG!! nueva lectora!! m encanto esta super interesante!!! sieguelaa
MiCy_Jonas
Re: El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
Capítulo 4
Una parte de Joe deseaba cerrar la puerta y fingir que nunca había visto a los hombres que quedaban al otro lado. Quería seguir con la vida que se había fabricado, sin ataduras familiares ni complicaciones. Aquellos tres hombres representaban todo tipo de incomodidades.
Pero ya era demasiado tarde, pensó mirando aquellos ojos tan azules como los suyos. Era una sensación increíble que los tres hombres sobre los que se había pasado los últimos años preguntándose estuvieran ahora en el umbral de su puerta. Todavía no había decidido si era algo bueno o malo, un milagro o un desastre. La única manera de saberlo sería escuchándoles, ver qué clase de bagaje habían acumulado gracias al abandono de sus padres y enterarse de qué expectativas tenían respecto a él.
Escudriñó sus rostros con ansiedad en busca de algún signo de resentimiento o culpa. Sólo vio una cierta cautela, normal dadas las circunstancias. El primero que habló pareció darse cuenta de su conflicto interno.
—¿Sabías de nuestra existencia? —le preguntó mirando a Joe con preocupación.
—Sí —admitió él a regañadientes. Al ver que sus palabras provocaban una sombra de dolor en los ojos de su hermano, se apresuró a añadir—, pero sólo desde hace unos años. Antes Daniel y yo éramos demasiado pequeños para recordar. Lo siento. No tienes ni idea de cuánto.
—No lo sientas. Apenas tenías dos años cuando os fuisteis —aseguró su hermano—. ¿Cómo te enteraste? ¿Te lo contaron nuestros padres?
Joe negó con la cabeza y le contó el episodio de las fotografías del desván.
—Finalmente admitieron que erais nuestros hermanos, pero no conseguimos que contaran más.
—Sí, imagino que no somos su tema de conversación favorito —dijo uno de los otros con un resentimiento que parecía tan profundo como el de Joe.
—Déjalo estar, Sean —intervino el tercero de ellos—. No es el momento. Joe no tiene la culpa.
—Supongo que tenemos que presentarnos —dijo el primero—. Yo soy Ryan, el mayor. Tengo un pub irlandés en Boston.
—¿Y tú? —preguntó Joe girándose hacia el hombre que estaba a su lado.
—Yo soy Sean, el siguiente. Soy bombero en Boston y no soy capaz de callarme lo que pienso —le dirigió una sonrisa a Joe que no le alcanzó los ojos.
—Yo soy igual —reconoció Joe—. Tengo que soltar lo que tengo en la cabeza. En cambio, Daniel es más bien pacificador.
—Entonces es como Michael —dijo dándole un codazo en las costillas al hermano que faltaba—. Es tan pacifista que resulta difícil creer que haya sido marine.
Michael puso los ojos en blanco y dio un paso adelante con una clara cojera.
—Soy Michael —se presentó extendiendo la mano—. Soy sólo un par de años mayor que Daniel y tú.
—Oh, Dios mío, esto es increíble —el suave murmullo surgió detrás de Joe.
Él se dio la vuelta y se encontró con unos ojos llenos de lágrimas. Durante un momento se había olvidado de ______, pero al parecer ella lo había seguido hasta el muelle al ver que no volvía. Ahora se agarró a su presencia como a un salvavidas.
Necesitaba desesperadamente agarrarse a algo familiar, así que le tomó la mano. ______ se la estrechó con fuerza, transmitiéndole comprensión y apoyo. Parecía casi como si aquella reunión significara tanto para ella como para él. Joe volvió a preguntarse una vez más sobre su pasado y tuvo de nuevo la sensación de que habían experimentado pérdidas similares en sus vidas… la pérdida de personas y tal vez también la de la inocencia.
—¿Podemos ir a algún sitio a hablar? —preguntó Ryan, y luego miró fijamente a ______—. ¿O es un mal momento?
—Por supuesto que no —aseguró ella.
Lo dijo al instante, como si presintiera que Joe podría tratar de posponer aquel encuentro hasta que recuperara el equilibrio.
—El bar de Jess está cerca —sugirió ______.
Como parecía ser que la opinión unánime era que aquel encuentro tuviera lugar, Joe asintió. El bar de Jess sería mucho menos íntimo que tratar de meter a cuatro hombretones en el casco del barco.
—Claro, vamos —dijo finalmente, como si la perspectiva de una cerveza y una charla no supusiera mayores consecuencias.
Mientras encabezaba la procesión hacia el bar de Jess, le falló el paso. No podía evitar sentir miedo. ¿Y si las cosas habían sido para sus hermanos peor de lo que él imaginaba? ¿Y si estaban resentidos contra él igual que con sus padres? Aunque ni siquiera los conocía, se dio cuenta de que deseaba desesperadamente que lo aceptaran, y eso le daba terror. Descubrir la traición de sus padres le había enseñado a no esperar ni necesitar nada de nadie. Era mejor ser un solitario que volver a resultar alguna vez tan herido.
Mientras Joe seguía sumido en el silencio, ______ hablaba de cosas insustanciales, sobre todo de la historia de Widow's Cove. Eso ayudó a disminuir la tensión mientras caminaban hacia el bar de Jess.
Cuando estuvieron cerca escucharon la música sonando fuerte. Aquello podía llegar a ser una bendición, concluyó Joe, porque no iban a poder tener una conversación auténtica. Era viernes por la tarde, tal vez ni siquiera encontrarían mesa libre… pero sus esperanzas se vinieron abajo. No supo cómo se las arregló ______, pero le dijo unas palabras a Molly y les prepararon una mesa al instante. Entonces ______ le dio un último apretón en la mano.
—Te dejo con tus hermanos. Todo va a estar bien —le tranquilizó.
—Quiero que te quedes —dijo él. Necesitaba una conexión con su mundo.
—Si Joe quiere que estés, a nosotros nos parece bien —le aseguró Ryan.
Pero ______ sacudió la cabeza y sacó la mano de debajo de la Joe, que se la tenía agarrada con fuerza.
—Gracias, pero tengo que irme a casa. Me alegro de conoceros —dijo sentando sin parsimonia a Joe en la mesa en la que ya estaban sus hermanos.
Joe suspiró y la dejó marchar, aunque la siguió con la mirada hasta que salió del bar. Sólo entonces colocó una silla al final del banco en lugar de sentarse en el hueco que le habían dejado al lado de Michael.
—Una mujer muy guapa —comentó Ryan—. ¿Es alguien especial?
—Apenas la conozco —reconoció Joe centrando la atención en los tres hombres que tenía delante como una especie de tribunal militar. Se dio cuenta demasiado tarde que tendría que haberse sentado en el banco, ser uno de ellos en lugar de un extraño.
Fascinado por sus hermanos a su pesar, los observó detenidamente. Todos tenían el cabello negro y los ojos azules de sus antepasados irlandeses. Ryan llevaba el pelo un poco más largo que los demás y tenía unos cuantos mechones grises. También tenía una pequeña cicatriz en la comisura de la boca. De pronto, un recuerdo surgido de la nada irrumpió en la cabeza de Joe. Daniel y él estaban discutiendo por un camión de juguete. Ryan trató de mediar. Dirigiendo su furia contra su hermano mayor, Joe le lanzó el camión y le rompió el labio. La imagen, que sin duda había estado enterrada durante años en el subconsciente, surgía ahora con claridad.
Los ojos de Joe se llenaron de lágrimas, tragó saliva y le señaló la cicatriz.
—Eso te lo hice yo, ¿verdad? Te lancé un camión.
Los ojos de Ryan reflejaron sorpresa y luego alegría.
—Que me aspen. Lo había olvidado —dijo tocándose la marca como si hubiera olvidado también su existencia.
—A Maggie le parece que la cicatriz es sexy —bromeó Sean con una sonrisa.
—¿Maggie? —preguntó Joe.
—Su mujer —explicó Sean—. No entiendo cómo pudo atrapar a una mujer tan maravillosa como ella, pero creo que la cicatriz jugó un papel fundamental.
—Podría ser —Ryan se rió—. Seguramente te dé las gracias por ello cuando te conozca.
Joe se quedó paralizado ante la implicación de que estaban allí para algo más que para conocerse. Y él no estaba preparado para una sesión de esposas y tal vez incluso de niños.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó mirando a sus hermanos con desconfianza.
—Voy a casarme —explicó Michael—. Por eso hemos escogido este momento en particular para venir a buscarte.
—¿Desde cuándo sabéis dónde vivo?
Ryan captó la tensión de su voz.
—No mucho. Además, Michael estaba gravemente herido cuando Sean y yo volvimos a encontrarlo. Quería estar de nuevo de pie antes de venir a comprobar si habíamos dado con el hombre adecuado.
Joe recordó la cojera.
—¿Qué te ocurrió?
—Me disparó un francotirador —respondió Michael sucintamente—. Me ha costado mucho recuperarme. Y mientras tanto he estado insoportable.
—Eso es verdad —bromeó Sean—. Al menos hasta que su fisioterapeuta lo convenció para que se levantara de la silla de ruedas para poder abrazarla. Kelly supo cómo motivarte.
—Muy gracioso —contestó Michael—. El caso es que Kelly y yo vamos a casarnos y a todos nos gustaría que vinieras el fin de semana que viene a Boston para la boda. Así tendríamos la oportunidad de conocernos. Y a Daniel también.
Joe negó instintivamente con la cabeza. Las cosas estaban yendo demasiado deprisa para él.
—No creo —dijo dejando a un lado la cuestión de Daniel.
Ver a sus hermanos ahora era una cosa. Estaría bien mandarse felicitaciones navideñas de vez en cuando. Pero todo lo demás era imposible.
Ryan lo miró con cariño.
—No somos malas personas —le tranquilizó—. Y no es que hayamos estado criticándote juntos por haberte quedado con nuestros padres.
—No es eso lo que me preocupa —aseguró Joe.
Si supieran lo devastador que había sido saber que sus padres no eran el modelo de decencia que él creía…
—¿De veras? —preguntó Sean con escepticismo—. Yo creo que a mí se me habría pasado por la cabeza si fuera tú.
—Eso es porque tú eres un cínico, Sean —lo acusó Michael de buen humor.
Joe los escuchaba maravillado.
—¿Puedo preguntaros algo? —quiso saber.
—Lo que quieras —contestó Michael.
—Cuando papá y mamá se marcharon con nosotros, ¿vosotros seguisteis juntos? Parecéis muy unidos, como lo estábamos Daniel y yo antes de… bueno, antes.
Los tres intercambiaron una mirada que hablaba por sí sola. Fue Ryan quien respondió.
—No. Nos separaron y entramos en el sistema de acogida.
Joe sintió una punzada en la boca del estómago.
—¿Eran buenas familias, por lo menos?
—Mis padres adoptivos eran los mejores —dijo Michael—. Los conocerás en la boda. Ya les he hablado de ti. Están deseando añadir un nuevo Jonas a la familia.
—Michael tuvo mucha suerte con su familia de acogida —reconoció Ryan.
—Los míos no estaban mal, pero estaban haciendo un trabajo —confesó Sean—. ¿Me entiendes?
Al ver que Ryan guardaba silencio, Joe captó el mensaje.
—¿Tú tuviste una mala experiencia?
—Más bien una docena de ellas —dijo Ryan con tono extrañamente carente de amargura—. Pero eso me ha convertido en lo que soy ahora, así que no tengo motivos para quejarme. Aunque hace años no pensaba así. Conocer a Maggie cambió mi visión de las cosas.
La ira que Joe sentía hacia sus padres se intensificó.
—Lo siento —murmuró—. Esperaba que hubierais tenido suerte.
—¿Estás diciendo que tú no la tuviste? —preguntó Ryan entornando los ojos—. ¿Nuestros padres se portaron mal contigo?
Había un tono protector en su voz que impresionó a Joe.
—No —dijo al instante para que no se hicieran una idea equivocada respecto a su distanciamiento con sus padres—. Al contrario. A Daniel y a mí nos fue muy bien, de hecho. Papá y mamá nos dieron lo mejor. Papá trabajaba mucho. Supongo que éramos la típica familia hasta que Daniel y yo descubrimos vuestra existencia. Entonces todo se vino abajo, al menos para mí. No podía creer lo que os habían hecho. Se negaron a darnos una explicación, así que me marché y vine a vivir aquí. He visto a Daniel sólo un par de veces en los últimos años, pero ni he visto ni he hablado con papá y mamá desde que me fui. No creo que pueda volver a mirarles a los ojos jamás.
—¿Te fuiste por nosotros? —preguntó Sean sorprendido.
Joe asintió.
—Lo que hicieron estuvo mal, tuvieran las razones que tuvieran. Hizo que me cuestionara todo lo que sentía por ellos.
—Eso debió ser duro —dijo Michael.
Estaba mirando a Joe con una compasión que le estaba poniendo nervioso. ¿Por qué debían sentir lástima sus hermanos por él? Al parecer habían vivido un infierno, al menos Ryan, mientras que Joe había tenido una infancia relativamente normal. De pronto sintió deseos de regresar a su barco, alejarse de todas aquellas emociones tan conflictivas. En cuanto a ir a Boston para la boda de un hombre que acababa de conocer… que lo olvidaran.
Se puso de pie.
—Mirad, no quisiera ser maleducado, pero sinceramente, no sé por qué habéis venido. No puede ser porque queráis otro hermano más en vuestra vida, y menos uno que recibió todo el amor y la atención que vosotros deberíais haber tenido. Y desde luego, no quiero ir a Boston y fingir que somos una familia.
—Somos una familia —aseguró Ryan—. No podemos escapar de eso. Y no hemos venido aquí para poner patas arriba tu vida. Sólo queríamos que supieras que estamos aquí, y que si alguna vez nos necesitas sólo tienes que gritar.
Estaban siendo tan amables, tan sensatos, que Joe sintió deseos de gritar. No se lo merecía.
—Daniel y yo vivimos una mentira toda nuestra vida —aseguró con amargura—. Seguro que no es lo mismo por lo que habéis pasado vosotros, pero os aseguro que eso hace que te cuestiones todo.
Salió del bar antes de que a ninguno de ellos se le ocurriera una respuesta. Seguro que a ninguno le importaba lo bastante como para detenerlo. Aquella visita se había hecho para satisfacer la curiosidad, y ya lo habían conseguido.
De camino al muelle, Joe trató de convencerse de que le importaba un bledo que se fueran como habían venido, sin decirle nada. Se dejó caer en una silla en la cubierta de su barco a pesar del frío y aspiró con fuerza el aire.
Teniendo en cuenta el remolino de sus pensamientos y su incapacidad para sacarse a sus hermanos de la cabeza, no le sorprendió demasiado escuchar el sonido de unos pasos acercándose.
—¿Quién está ahí? —gritó con un suspiro resignado.
—Tus hermanos —respondió con énfasis la voz de Ryan—. No vas a librarte tan fácilmente de nosotros, y tenemos tres mujeres en Boston que nos matarán si no te convencemos para que vengas a la boda.
—Conociendo a Maggie, la mujer de Ryan, es capaz de venir a darte la lata hasta que te rindas —añadió Michael—. Y Deanna y Kelly tampoco se quedan mancas.
—¿Qué les importa a ellas? ¿Qué le importa a nadie si voy o no? —preguntó, completamente maravillado por importarle a gente que eran básicamente desconocidos.
Ni sus propios padres habían tratado de convencerlo para que regresara a casa. Estaba convencido de que se habían sentido en cierto modo aliviados de verlo marchar. Vivían a menos de cincuenta kilómetros y nunca se habían molestado en buscarlo. Daniel había llamado unas cuantas veces, pero incluso él se había dado por vencido a la larga.
Pero aquellos tres desconocidos no se rendían. Entraron en el haz de luz que salía del interior del casco del barco. Una vez más, fue Ryan el que habló.
—Queremos que vayas porque eres de la familia —se limitó a decir.
—Menuda familia —comentó Joe.
—Sí, bueno, todos nos estamos acostumbrando —intervino Sean.
—Todos hemos aprendido lo importante que es la familia —añadió Michael.
—Algunos hemos ido más lejos que otros en ese sentido —continuó Ryan—. Créeme, si me hubieras conocido unos años atrás no me habrías escuchado alabar las virtudes del matrimonio y los hijos. Ahora tengo una mujer que adoro, una niña pequeña que me trae loco y un bebé en camino.
—¿No te aterrorizaba todo eso? —preguntó Joe con curiosidad.
—Te puedo asegurar que sí —admitió Ryan—. Pero cuando conozcas a Maggie lo entenderás.
—Sé que al principio te sentirás un poco incómodo y fuera de lugar, pero no durará mucho, créeme. Por favor, Joe, ¿vendrás? —le pidió Michael—. Después de eso te dejaremos en paz si es lo que quieres, pero al menos sabrás dónde encontrarnos si alguna vez cambias de opinión y quieres que volvamos a formar parte de tu vida.
Joe dudaba que pudieran dejarlo en paz. Hacía mucho tiempo que no encontraba ninguna paz en su interior. Y ahora estaba más inquieto que nunca. Tenía mil preguntas respecto a aquellos tres hermanos que habían irrumpido en su vida de forma tan inesperada.
Observó aquellos tres rostros que parecían calcos del suyo y asintió lentamente.
—¿Qué diablos? Nunca he estado en Boston.
Michael le agarró la mano y se la estrechó, pero al instante le dio un abrazo de oso que lo dejó sin respiración.
—Yo era tan escéptico como tú cuando estos dos me encontraron en un hospital de San Diego —le dijo Michael con una sonrisa—. Pero al final no están tan mal.
—Una pregunta más —quiso saber Sean—, dijiste que te fuiste de casa, así que supongo que Daniel y nuestros padres no viven en Widow's Cove. ¿Dónde están?
—La última vez que lo comprobé, a unos cincuentas kilómetros de aquí —respondió Joe con amargura—. Eso fue hace seis años.
—¿Y no han venido a buscarte? —preguntó Sean, pero luego sacudió la cabeza—. No sé por qué diablos me sorprendo. A nosotros nunca nos buscaron —miró a los demás—. Ya que estamos tan cerca, ¿queréis ir?
Ryan miró a Joe.
—Podríamos al menos incluir a Daniel en la boda, ¿eso te haría sentir incómodo?
—Eso es cosa de Michael, es su boda —respondió Joe sin esforzarse en disimular que la idea no le hacía gracia.
Michael le escudriñó el rostro y luego asintió lentamente, como si hubiera entendido.
—Creo que podemos esperar a contactar con Daniel. Al menos ahora sabemos dónde está.
Ryan observó también a Joe fijamente.
—Si te apetece contarnos tu vida, no tenemos que ir a ningún sitio hasta que nuestro vuelo salga por la mañana —aseguró con voz pausada.
Joe no tenía ganas. Había sido un día lleno de sobresaltos y quería ponerle fin.
—En otro momento, ¿de acuerdo? —preguntó mirando a su hermano mayor a los ojos.
—Está bien. Regresaremos a nuestro motel —contestó Ryan de buena gana—. ¿Vas a ir a pescar por la mañana o puedes desayunar con nosotros?
Joe quería decir que iba a pescar. No sería mentira, porque eso era lo que solía hacer los sábados. Pero algo lo llevó a sacar tiempo para aquellos tres hombres que lo habían ido a buscar. Al fin y al cabo, eran sus hermanos.
—Estaré en el bar de Jess a las ocho —dijo—. Si os apetece, Molly hace una tortilla bastante decente.
—Lo de la tortilla suena bien —aseguró Ryan—. Te veremos allí, hermanito.
Joe los vio marcharse en la oscuridad con una sensación maravillada. Parecía como si siempre hubieran estado juntos, como si fueran un equipo. Y de pronto se sintió más solo que nunca en toda su vida.
Espero que lo disfruten :D
Una parte de Joe deseaba cerrar la puerta y fingir que nunca había visto a los hombres que quedaban al otro lado. Quería seguir con la vida que se había fabricado, sin ataduras familiares ni complicaciones. Aquellos tres hombres representaban todo tipo de incomodidades.
Pero ya era demasiado tarde, pensó mirando aquellos ojos tan azules como los suyos. Era una sensación increíble que los tres hombres sobre los que se había pasado los últimos años preguntándose estuvieran ahora en el umbral de su puerta. Todavía no había decidido si era algo bueno o malo, un milagro o un desastre. La única manera de saberlo sería escuchándoles, ver qué clase de bagaje habían acumulado gracias al abandono de sus padres y enterarse de qué expectativas tenían respecto a él.
Escudriñó sus rostros con ansiedad en busca de algún signo de resentimiento o culpa. Sólo vio una cierta cautela, normal dadas las circunstancias. El primero que habló pareció darse cuenta de su conflicto interno.
—¿Sabías de nuestra existencia? —le preguntó mirando a Joe con preocupación.
—Sí —admitió él a regañadientes. Al ver que sus palabras provocaban una sombra de dolor en los ojos de su hermano, se apresuró a añadir—, pero sólo desde hace unos años. Antes Daniel y yo éramos demasiado pequeños para recordar. Lo siento. No tienes ni idea de cuánto.
—No lo sientas. Apenas tenías dos años cuando os fuisteis —aseguró su hermano—. ¿Cómo te enteraste? ¿Te lo contaron nuestros padres?
Joe negó con la cabeza y le contó el episodio de las fotografías del desván.
—Finalmente admitieron que erais nuestros hermanos, pero no conseguimos que contaran más.
—Sí, imagino que no somos su tema de conversación favorito —dijo uno de los otros con un resentimiento que parecía tan profundo como el de Joe.
—Déjalo estar, Sean —intervino el tercero de ellos—. No es el momento. Joe no tiene la culpa.
—Supongo que tenemos que presentarnos —dijo el primero—. Yo soy Ryan, el mayor. Tengo un pub irlandés en Boston.
—¿Y tú? —preguntó Joe girándose hacia el hombre que estaba a su lado.
—Yo soy Sean, el siguiente. Soy bombero en Boston y no soy capaz de callarme lo que pienso —le dirigió una sonrisa a Joe que no le alcanzó los ojos.
—Yo soy igual —reconoció Joe—. Tengo que soltar lo que tengo en la cabeza. En cambio, Daniel es más bien pacificador.
—Entonces es como Michael —dijo dándole un codazo en las costillas al hermano que faltaba—. Es tan pacifista que resulta difícil creer que haya sido marine.
Michael puso los ojos en blanco y dio un paso adelante con una clara cojera.
—Soy Michael —se presentó extendiendo la mano—. Soy sólo un par de años mayor que Daniel y tú.
—Oh, Dios mío, esto es increíble —el suave murmullo surgió detrás de Joe.
Él se dio la vuelta y se encontró con unos ojos llenos de lágrimas. Durante un momento se había olvidado de ______, pero al parecer ella lo había seguido hasta el muelle al ver que no volvía. Ahora se agarró a su presencia como a un salvavidas.
Necesitaba desesperadamente agarrarse a algo familiar, así que le tomó la mano. ______ se la estrechó con fuerza, transmitiéndole comprensión y apoyo. Parecía casi como si aquella reunión significara tanto para ella como para él. Joe volvió a preguntarse una vez más sobre su pasado y tuvo de nuevo la sensación de que habían experimentado pérdidas similares en sus vidas… la pérdida de personas y tal vez también la de la inocencia.
—¿Podemos ir a algún sitio a hablar? —preguntó Ryan, y luego miró fijamente a ______—. ¿O es un mal momento?
—Por supuesto que no —aseguró ella.
Lo dijo al instante, como si presintiera que Joe podría tratar de posponer aquel encuentro hasta que recuperara el equilibrio.
—El bar de Jess está cerca —sugirió ______.
Como parecía ser que la opinión unánime era que aquel encuentro tuviera lugar, Joe asintió. El bar de Jess sería mucho menos íntimo que tratar de meter a cuatro hombretones en el casco del barco.
—Claro, vamos —dijo finalmente, como si la perspectiva de una cerveza y una charla no supusiera mayores consecuencias.
Mientras encabezaba la procesión hacia el bar de Jess, le falló el paso. No podía evitar sentir miedo. ¿Y si las cosas habían sido para sus hermanos peor de lo que él imaginaba? ¿Y si estaban resentidos contra él igual que con sus padres? Aunque ni siquiera los conocía, se dio cuenta de que deseaba desesperadamente que lo aceptaran, y eso le daba terror. Descubrir la traición de sus padres le había enseñado a no esperar ni necesitar nada de nadie. Era mejor ser un solitario que volver a resultar alguna vez tan herido.
Mientras Joe seguía sumido en el silencio, ______ hablaba de cosas insustanciales, sobre todo de la historia de Widow's Cove. Eso ayudó a disminuir la tensión mientras caminaban hacia el bar de Jess.
Cuando estuvieron cerca escucharon la música sonando fuerte. Aquello podía llegar a ser una bendición, concluyó Joe, porque no iban a poder tener una conversación auténtica. Era viernes por la tarde, tal vez ni siquiera encontrarían mesa libre… pero sus esperanzas se vinieron abajo. No supo cómo se las arregló ______, pero le dijo unas palabras a Molly y les prepararon una mesa al instante. Entonces ______ le dio un último apretón en la mano.
—Te dejo con tus hermanos. Todo va a estar bien —le tranquilizó.
—Quiero que te quedes —dijo él. Necesitaba una conexión con su mundo.
—Si Joe quiere que estés, a nosotros nos parece bien —le aseguró Ryan.
Pero ______ sacudió la cabeza y sacó la mano de debajo de la Joe, que se la tenía agarrada con fuerza.
—Gracias, pero tengo que irme a casa. Me alegro de conoceros —dijo sentando sin parsimonia a Joe en la mesa en la que ya estaban sus hermanos.
Joe suspiró y la dejó marchar, aunque la siguió con la mirada hasta que salió del bar. Sólo entonces colocó una silla al final del banco en lugar de sentarse en el hueco que le habían dejado al lado de Michael.
—Una mujer muy guapa —comentó Ryan—. ¿Es alguien especial?
—Apenas la conozco —reconoció Joe centrando la atención en los tres hombres que tenía delante como una especie de tribunal militar. Se dio cuenta demasiado tarde que tendría que haberse sentado en el banco, ser uno de ellos en lugar de un extraño.
Fascinado por sus hermanos a su pesar, los observó detenidamente. Todos tenían el cabello negro y los ojos azules de sus antepasados irlandeses. Ryan llevaba el pelo un poco más largo que los demás y tenía unos cuantos mechones grises. También tenía una pequeña cicatriz en la comisura de la boca. De pronto, un recuerdo surgido de la nada irrumpió en la cabeza de Joe. Daniel y él estaban discutiendo por un camión de juguete. Ryan trató de mediar. Dirigiendo su furia contra su hermano mayor, Joe le lanzó el camión y le rompió el labio. La imagen, que sin duda había estado enterrada durante años en el subconsciente, surgía ahora con claridad.
Los ojos de Joe se llenaron de lágrimas, tragó saliva y le señaló la cicatriz.
—Eso te lo hice yo, ¿verdad? Te lancé un camión.
Los ojos de Ryan reflejaron sorpresa y luego alegría.
—Que me aspen. Lo había olvidado —dijo tocándose la marca como si hubiera olvidado también su existencia.
—A Maggie le parece que la cicatriz es sexy —bromeó Sean con una sonrisa.
—¿Maggie? —preguntó Joe.
—Su mujer —explicó Sean—. No entiendo cómo pudo atrapar a una mujer tan maravillosa como ella, pero creo que la cicatriz jugó un papel fundamental.
—Podría ser —Ryan se rió—. Seguramente te dé las gracias por ello cuando te conozca.
Joe se quedó paralizado ante la implicación de que estaban allí para algo más que para conocerse. Y él no estaba preparado para una sesión de esposas y tal vez incluso de niños.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó mirando a sus hermanos con desconfianza.
—Voy a casarme —explicó Michael—. Por eso hemos escogido este momento en particular para venir a buscarte.
—¿Desde cuándo sabéis dónde vivo?
Ryan captó la tensión de su voz.
—No mucho. Además, Michael estaba gravemente herido cuando Sean y yo volvimos a encontrarlo. Quería estar de nuevo de pie antes de venir a comprobar si habíamos dado con el hombre adecuado.
Joe recordó la cojera.
—¿Qué te ocurrió?
—Me disparó un francotirador —respondió Michael sucintamente—. Me ha costado mucho recuperarme. Y mientras tanto he estado insoportable.
—Eso es verdad —bromeó Sean—. Al menos hasta que su fisioterapeuta lo convenció para que se levantara de la silla de ruedas para poder abrazarla. Kelly supo cómo motivarte.
—Muy gracioso —contestó Michael—. El caso es que Kelly y yo vamos a casarnos y a todos nos gustaría que vinieras el fin de semana que viene a Boston para la boda. Así tendríamos la oportunidad de conocernos. Y a Daniel también.
Joe negó instintivamente con la cabeza. Las cosas estaban yendo demasiado deprisa para él.
—No creo —dijo dejando a un lado la cuestión de Daniel.
Ver a sus hermanos ahora era una cosa. Estaría bien mandarse felicitaciones navideñas de vez en cuando. Pero todo lo demás era imposible.
Ryan lo miró con cariño.
—No somos malas personas —le tranquilizó—. Y no es que hayamos estado criticándote juntos por haberte quedado con nuestros padres.
—No es eso lo que me preocupa —aseguró Joe.
Si supieran lo devastador que había sido saber que sus padres no eran el modelo de decencia que él creía…
—¿De veras? —preguntó Sean con escepticismo—. Yo creo que a mí se me habría pasado por la cabeza si fuera tú.
—Eso es porque tú eres un cínico, Sean —lo acusó Michael de buen humor.
Joe los escuchaba maravillado.
—¿Puedo preguntaros algo? —quiso saber.
—Lo que quieras —contestó Michael.
—Cuando papá y mamá se marcharon con nosotros, ¿vosotros seguisteis juntos? Parecéis muy unidos, como lo estábamos Daniel y yo antes de… bueno, antes.
Los tres intercambiaron una mirada que hablaba por sí sola. Fue Ryan quien respondió.
—No. Nos separaron y entramos en el sistema de acogida.
Joe sintió una punzada en la boca del estómago.
—¿Eran buenas familias, por lo menos?
—Mis padres adoptivos eran los mejores —dijo Michael—. Los conocerás en la boda. Ya les he hablado de ti. Están deseando añadir un nuevo Jonas a la familia.
—Michael tuvo mucha suerte con su familia de acogida —reconoció Ryan.
—Los míos no estaban mal, pero estaban haciendo un trabajo —confesó Sean—. ¿Me entiendes?
Al ver que Ryan guardaba silencio, Joe captó el mensaje.
—¿Tú tuviste una mala experiencia?
—Más bien una docena de ellas —dijo Ryan con tono extrañamente carente de amargura—. Pero eso me ha convertido en lo que soy ahora, así que no tengo motivos para quejarme. Aunque hace años no pensaba así. Conocer a Maggie cambió mi visión de las cosas.
La ira que Joe sentía hacia sus padres se intensificó.
—Lo siento —murmuró—. Esperaba que hubierais tenido suerte.
—¿Estás diciendo que tú no la tuviste? —preguntó Ryan entornando los ojos—. ¿Nuestros padres se portaron mal contigo?
Había un tono protector en su voz que impresionó a Joe.
—No —dijo al instante para que no se hicieran una idea equivocada respecto a su distanciamiento con sus padres—. Al contrario. A Daniel y a mí nos fue muy bien, de hecho. Papá y mamá nos dieron lo mejor. Papá trabajaba mucho. Supongo que éramos la típica familia hasta que Daniel y yo descubrimos vuestra existencia. Entonces todo se vino abajo, al menos para mí. No podía creer lo que os habían hecho. Se negaron a darnos una explicación, así que me marché y vine a vivir aquí. He visto a Daniel sólo un par de veces en los últimos años, pero ni he visto ni he hablado con papá y mamá desde que me fui. No creo que pueda volver a mirarles a los ojos jamás.
—¿Te fuiste por nosotros? —preguntó Sean sorprendido.
Joe asintió.
—Lo que hicieron estuvo mal, tuvieran las razones que tuvieran. Hizo que me cuestionara todo lo que sentía por ellos.
—Eso debió ser duro —dijo Michael.
Estaba mirando a Joe con una compasión que le estaba poniendo nervioso. ¿Por qué debían sentir lástima sus hermanos por él? Al parecer habían vivido un infierno, al menos Ryan, mientras que Joe había tenido una infancia relativamente normal. De pronto sintió deseos de regresar a su barco, alejarse de todas aquellas emociones tan conflictivas. En cuanto a ir a Boston para la boda de un hombre que acababa de conocer… que lo olvidaran.
Se puso de pie.
—Mirad, no quisiera ser maleducado, pero sinceramente, no sé por qué habéis venido. No puede ser porque queráis otro hermano más en vuestra vida, y menos uno que recibió todo el amor y la atención que vosotros deberíais haber tenido. Y desde luego, no quiero ir a Boston y fingir que somos una familia.
—Somos una familia —aseguró Ryan—. No podemos escapar de eso. Y no hemos venido aquí para poner patas arriba tu vida. Sólo queríamos que supieras que estamos aquí, y que si alguna vez nos necesitas sólo tienes que gritar.
Estaban siendo tan amables, tan sensatos, que Joe sintió deseos de gritar. No se lo merecía.
—Daniel y yo vivimos una mentira toda nuestra vida —aseguró con amargura—. Seguro que no es lo mismo por lo que habéis pasado vosotros, pero os aseguro que eso hace que te cuestiones todo.
Salió del bar antes de que a ninguno de ellos se le ocurriera una respuesta. Seguro que a ninguno le importaba lo bastante como para detenerlo. Aquella visita se había hecho para satisfacer la curiosidad, y ya lo habían conseguido.
De camino al muelle, Joe trató de convencerse de que le importaba un bledo que se fueran como habían venido, sin decirle nada. Se dejó caer en una silla en la cubierta de su barco a pesar del frío y aspiró con fuerza el aire.
Teniendo en cuenta el remolino de sus pensamientos y su incapacidad para sacarse a sus hermanos de la cabeza, no le sorprendió demasiado escuchar el sonido de unos pasos acercándose.
—¿Quién está ahí? —gritó con un suspiro resignado.
—Tus hermanos —respondió con énfasis la voz de Ryan—. No vas a librarte tan fácilmente de nosotros, y tenemos tres mujeres en Boston que nos matarán si no te convencemos para que vengas a la boda.
—Conociendo a Maggie, la mujer de Ryan, es capaz de venir a darte la lata hasta que te rindas —añadió Michael—. Y Deanna y Kelly tampoco se quedan mancas.
—¿Qué les importa a ellas? ¿Qué le importa a nadie si voy o no? —preguntó, completamente maravillado por importarle a gente que eran básicamente desconocidos.
Ni sus propios padres habían tratado de convencerlo para que regresara a casa. Estaba convencido de que se habían sentido en cierto modo aliviados de verlo marchar. Vivían a menos de cincuenta kilómetros y nunca se habían molestado en buscarlo. Daniel había llamado unas cuantas veces, pero incluso él se había dado por vencido a la larga.
Pero aquellos tres desconocidos no se rendían. Entraron en el haz de luz que salía del interior del casco del barco. Una vez más, fue Ryan el que habló.
—Queremos que vayas porque eres de la familia —se limitó a decir.
—Menuda familia —comentó Joe.
—Sí, bueno, todos nos estamos acostumbrando —intervino Sean.
—Todos hemos aprendido lo importante que es la familia —añadió Michael.
—Algunos hemos ido más lejos que otros en ese sentido —continuó Ryan—. Créeme, si me hubieras conocido unos años atrás no me habrías escuchado alabar las virtudes del matrimonio y los hijos. Ahora tengo una mujer que adoro, una niña pequeña que me trae loco y un bebé en camino.
—¿No te aterrorizaba todo eso? —preguntó Joe con curiosidad.
—Te puedo asegurar que sí —admitió Ryan—. Pero cuando conozcas a Maggie lo entenderás.
—Sé que al principio te sentirás un poco incómodo y fuera de lugar, pero no durará mucho, créeme. Por favor, Joe, ¿vendrás? —le pidió Michael—. Después de eso te dejaremos en paz si es lo que quieres, pero al menos sabrás dónde encontrarnos si alguna vez cambias de opinión y quieres que volvamos a formar parte de tu vida.
Joe dudaba que pudieran dejarlo en paz. Hacía mucho tiempo que no encontraba ninguna paz en su interior. Y ahora estaba más inquieto que nunca. Tenía mil preguntas respecto a aquellos tres hermanos que habían irrumpido en su vida de forma tan inesperada.
Observó aquellos tres rostros que parecían calcos del suyo y asintió lentamente.
—¿Qué diablos? Nunca he estado en Boston.
Michael le agarró la mano y se la estrechó, pero al instante le dio un abrazo de oso que lo dejó sin respiración.
—Yo era tan escéptico como tú cuando estos dos me encontraron en un hospital de San Diego —le dijo Michael con una sonrisa—. Pero al final no están tan mal.
—Una pregunta más —quiso saber Sean—, dijiste que te fuiste de casa, así que supongo que Daniel y nuestros padres no viven en Widow's Cove. ¿Dónde están?
—La última vez que lo comprobé, a unos cincuentas kilómetros de aquí —respondió Joe con amargura—. Eso fue hace seis años.
—¿Y no han venido a buscarte? —preguntó Sean, pero luego sacudió la cabeza—. No sé por qué diablos me sorprendo. A nosotros nunca nos buscaron —miró a los demás—. Ya que estamos tan cerca, ¿queréis ir?
Ryan miró a Joe.
—Podríamos al menos incluir a Daniel en la boda, ¿eso te haría sentir incómodo?
—Eso es cosa de Michael, es su boda —respondió Joe sin esforzarse en disimular que la idea no le hacía gracia.
Michael le escudriñó el rostro y luego asintió lentamente, como si hubiera entendido.
—Creo que podemos esperar a contactar con Daniel. Al menos ahora sabemos dónde está.
Ryan observó también a Joe fijamente.
—Si te apetece contarnos tu vida, no tenemos que ir a ningún sitio hasta que nuestro vuelo salga por la mañana —aseguró con voz pausada.
Joe no tenía ganas. Había sido un día lleno de sobresaltos y quería ponerle fin.
—En otro momento, ¿de acuerdo? —preguntó mirando a su hermano mayor a los ojos.
—Está bien. Regresaremos a nuestro motel —contestó Ryan de buena gana—. ¿Vas a ir a pescar por la mañana o puedes desayunar con nosotros?
Joe quería decir que iba a pescar. No sería mentira, porque eso era lo que solía hacer los sábados. Pero algo lo llevó a sacar tiempo para aquellos tres hombres que lo habían ido a buscar. Al fin y al cabo, eran sus hermanos.
—Estaré en el bar de Jess a las ocho —dijo—. Si os apetece, Molly hace una tortilla bastante decente.
—Lo de la tortilla suena bien —aseguró Ryan—. Te veremos allí, hermanito.
Joe los vio marcharse en la oscuridad con una sensación maravillada. Parecía como si siempre hubieran estado juntos, como si fueran un equipo. Y de pronto se sintió más solo que nunca en toda su vida.
Espero que lo disfruten :D
MiCy_Jonas
Re: El Destino de Joe [JoeJonas&_____]
NO LO PUEDO CRREEEEEEERRRRRR!!!! AAAIIII JOE NO SEAS !!!!! CABEZOTAAAASSSSS!!!
JEJEJEJE
AAAIIIII CREO QUE AY AMOOORR A PRIMERA VISTA CON ______
SIGUELA PORFIISS
JEJEJEJE
AAAIIIII CREO QUE AY AMOOORR A PRIMERA VISTA CON ______
SIGUELA PORFIISS
chelis
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