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"Bailando con el diablo" (Nick y tu)

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bailando con el diablo - "Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 3 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Dayi_JonasLove!* Dom 17 Ene 2010, 10:03 am

OMJ!! No superoo sta novee es demasiado espectacular!!
Amo Como es Nicholass!! Y de vdd odio a la vieja per*ra de artemisa!!
Pobre acheron tener q aguantarte tantas cosas u.u
Ame estos últimos caps!!! Nick estapasado de hermosooo!!!
Please SIGUELA! :D
Dayi_JonasLove!*
Dayi_JonasLove!*


http://www.twitter.com/DayaniLo_JB

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bailando con el diablo - "Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 3 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Invitado Lun 18 Ene 2010, 11:56 am

diooos me he leido la verdadera de esta novela(con zarek) y me muero es unu de los dark hunters que mas me gusta,, aunqe tambien me encantan julian de macedonia, kirian,talon.. jajajaj hasta me gustan lod diamonds.. xdd le amo enserio!!! y bueno.. no hablemos de aqueron que ya.. jajjaj(LL) nadaa solo pasava por aqii xq la he visto y digo.. VALEE NECESIITO COMENTAR!! XDD siguee y nada.. besiitos!!
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bailando con el diablo - "Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 3 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Invitado Dom 24 Ene 2010, 2:13 pm

He-He-hellow!
ahahahahahah
sorry por no comentar antess -.-'!
pero ya lo hicee y solo unaas palabras
M E E N C A N T O
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bailando con el diablo - "Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 3 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Dayi_JonasLove!* Miér 27 Ene 2010, 2:50 pm

Por que no la has seguidooo!?!?!?!?!?
Necesitooo cap!!!! please SIGUELAAA
AMO CON LOCURA STA NOVE TE LO JUROOO!!!
Dayi_JonasLove!*
Dayi_JonasLove!*


http://www.twitter.com/DayaniLo_JB

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bailando con el diablo - "Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 3 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Paulinna:D Miér 27 Ene 2010, 7:47 pm

ME ENCANTO!!

fue lindo y hermoso
y me encanto!!
Paulinna:D
Paulinna:D


https://twitter.com/paulinalagos

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bailando con el diablo - "Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 3 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Invitado Vie 19 Feb 2010, 8:33 am

siguee pleasee!
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Mensaje por Belieber&Smiler♥ Sáb 20 Feb 2010, 2:36 am

Perdón chicas acá les dejo tres capítulos

Capitulo 12

Nicholas hizo a un lado el teléfono y miró a Astrid durmiendo en su abrigo. Él necesitaba descansar también, pero realmente no podía hacerlo. Estaba demasiado herido para dormir.
Después de cerrar la puerta trampa, se movió hacia su improvisada cama.
Los recuerdos volvieron a surgir.
Se vio hecho una furia. Vio caras y llamas. Sintió la furia de su enojo chisporroteando a través de él. Había matado a las mismas personas que se suponía que tenía que proteger.
Había matado...
Una risa malvada hizo eco en su cabeza. Un destello de luz llenó el cuarto.
Y Ash...
Nicholas se esforzó por recordar. ¿Por qué no podía recordar lo que sucedió en Nueva Orleáns?
¿Lo que sucedió en su pueblo?
Todo estaba fragmentado y nada tenía sentido. Era como si miles de piezas de un rompecabezas hubieran sido lanzadas al piso y él no pudiera resolver dónde iba cada una.
Caminó por el estrecho espacio, haciendo su mejor esfuerzo por recordar el pasado.
Las horas pasaron lentamente mientras escuchaba cualquier sonido que delatara que Thanatos se acercaba. En algún momento, cerca del mediodía, el excesivo cansancio lo alcanzó y se acostó al lado de Astrid.
En contra de su voluntad, se encontró acunándola entre sus brazos e inspirando el dulce, fragante perfume de su pelo.
Se acurrucó contra ella, cerró los ojos y oró por un sueño amable...
Nicholas tropezó al ser empujado con fuerza hacia adelante y atado al poste de flagelación en el antiguo patio romano. Su peplo andrajoso, raído, estaba desgarrado, dejando su cuerpo desnudo ante las tres personas reunidas allí para castigarlo.
Él tenía once años de edad.
Sus hermanos Marius y Marcus estaban parados delante de él con miradas aburridas en sus caras mientras su padre desenrollaba el látigo de cuero.
Nicholas estaba ya tenso, sabiendo muy bien el dolor que iba a recibir.
—No me importa cuántos latigazos le dé, Padre –dijo Marius. —No me disculpo por insultar a Maximillius y tengo la intención de volver a hacerlo la próxima vez que lo vea.
Su padre dejó de moverse. —¿Qué ocurre si te digo que este lastimoso esclavo es tu hermano? ¿Te importaría entonces?
Los dos niños estallaron en risas. —¿Este miserable? No hay sangre romana en él.
Su padre avanzó. Enterró su mano en el pelo de Nicholas y levantó su cabeza a fin de que sus hermanos pudieran ver su cara llena de cicatrices. —¿Estás seguro que no están emparentados?
Dejaron de reírse.
Nicholas se mantuvo completamente quieto, incapaz de respirar. Él siempre había sabido sobre su linaje. Le era recordado todos los días cuándo los otros esclavos escupían su comida o le lanzaban cosas o lo golpeaban porque no se atrevían a dirigir su cólera y odio al resto de la familia.
—¿Qué está diciendo, Padre? —preguntó Marius.
Su padre empujó la cabeza de Nicholas contra el poste, luego lo soltó. —Lo engendré con la puta favorita de tu tío. ¿Por qué piensan que lo enviaron cuando era un niño?
Marius frunció los labios. —Él no es hermano mío. Prefiero reclamar a Valerius que a esta postilla.
Marius se acercó a Nicholas. Se inclinó, tratando de encontrar la mirada de Nicholas.
Sin otro recurso, Nicholas cerró los ojos. Él había aprendido hacía mucho tiempo que mirar de frente a sus hermanos significaba una paliza aún más ruda.
—¿Qué dices, esclavo? ¿Tienes algo de sangre romana en ti?
Nicholas negó con la cabeza.
—¿Eres mi hermano?
Otra vez él negó con la cabeza.
—¿Entonces, estás llamando a mi noble padre mentiroso?
Nicholas se congeló al percatarse que había sido engañado por ellos otra vez. Aterrorizándose, trató de apartarse del poste. Quería escaparse de lo que vendría por esto.
—¿Lo haces? —demandó Marius.
Él negó con la cabeza.
Pero era demasiado tarde. El látigo cortó el aire con un siseo aterrorizador y mordió su espalda, cortando la carne desnuda.
Nicholas se despertó temblando. Se esforzaba por respirar mientras luchaba por sentarse y miraba alrededor salvajemente, medio esperando que uno de sus hermanos estuviera allí.
—¿Nicholas?
Él sintió el calor de una suave mano en su espalda.
—¿Estás bien?
No pudo hablar mientras los viejos recuerdos llameaban dentro de él. Desde el momento en que Marius y Marcus supieron la verdad hasta el día que su padre había sobornado a un traficante de esclavos para llevarlo, sus hermanos habían hecho un esfuerzo extraordinario para hacerle pagar a Nicholas el hecho de que estuvieran emparentados.
Él nunca había conocido un solo día de paz.
Mendigo, campesino, o noble, todos eran mejor que él.
Y él no fue sino un patético chivo expiatorio para todos ellos.
Astrid se sentó y envolvió sus brazos alrededor de su cintura. —Estas tiritando. ¿Tienes frío?
Todavía no contestaba. Sabía que debería apartarla, pero en ese mismísimo momento quería su consuelo. Él deseaba que alguien le dijera que no era una persona sin valor.
Alguien que le dijera que no se avergonzaba de él.
Cerrando los ojos, la acercó y colocó la cabeza en su hombro.
Astrid estaba estupefacta por sus inusuales acciones. Ella acarició su pelo y lo meció suavemente en sus brazos. Simplemente sosteniéndolo.
—¿Me dirás qué esta mal? –preguntó ella quedamente.
—¿Por qué? No cambiaria nada.
—Porque me importa, Nicholas. Quiero hacer lo mejor. Si me dejaras.
Su tono fue tan bajo que ella tuvo que esforzarse para oír lo que él dijo. —Hay algunos dolores que nada puede aliviarlos.
Ella colocó su mano sobre su mejilla. —¿Como cuales?
Él vaciló por varios latidos antes de hablar otra vez. —¿Sabes cómo morí?
—No.
—Sobre manos y rodillas, como un animal sobre la tierra, rogando por misericordia.
Ella se sobresaltó ante sus palabras. Estaba tan dolorida por él que apenas podía respirar por la tensión de su pecho.
—¿Por qué?
Él se tensó y tragó. Al principio ella pensó que se apartaría, pero no se movió. Se quedó allí, dejándola abrazarlo.
—¿Tu viste cómo mi padre se deshizo de mí? ¿Cómo le pagó al traficante de esclavos para que me llevara?
—Sí.
—Viví con el traficante por cinco años.
Los brazos de Nicholas se apretaron alrededor de ella como si apenas pudiera soportar admitir eso ante ella. —No puedes imaginar cómo me trataron. Lo que me vi forzado a limpiar.
—Todos los días cuándo me despertaba, maldecía por encontrarme todavía vivo. Todas las noches rezaba para morir mientras dormía. Nunca tuve un solo sueño de escapar de esa vida. La idea de escapar no se te ocurre cuando has nacido esclavo. El pensamiento de que no merecía lo que me hicieron nunca se introdujo en mi mente. Era lo que yo era. Todo lo que conocía. Y no tenía esperanza de que alguien me comprara para sacarme de allí. Cada vez que un cliente entraba y me veía, oía sus bruscas inspiraciones de aire. Veía las confusas sombras de sus horrorizados gestos de desprecio.
Los ojos de Astrid se llenaron de lágrimas. Él era un hombre tan bien parecido que cualquier mujer mataría por tenerle, y aún así su apariencia había sido brutalmente arruinada. Sin otra razón más que la crueldad.
Nadie debería ser baldado y degradado como él lo había sido.
Nadie.
Ella presionó sus labios en su frente, peinando su pelo con los dedos hacia atrás mientras él continuaba confiándole lo qué ella estaba segura nunca había confiado a otro ser viviente.
No había emoción en su voz. La única pista del dolor que él sentía era la tensión de su cuerpo. El hecho de que él aún tenía que dejarla ir.
—Un día una bella señora entró –murmuró él. —Tenía a un soldado romano como escolta. Ella se quedó parada en la entrada vistiendo un peplo azul oscuro. Su pelo era tan negro como el cielo de medianoche, su piel era tersa e inmaculada. No la podía ver muy claramente, pero oía a los otros esclavos murmurando acerca de ella y sólo hacían eso cuando la mujer era verdaderamente excepcional.
Una apuñalada de celos traspasó a Astrid.
¿La había amado Nicholas?
—¿Quién era ella? —preguntó.
—Solo otra mujer de la nobleza, queriendo un esclavo.
La respiración de Nicholas caía contra su cuello mientras él jugueteaba con una hebra de su pelo entre sus dedos callosos. La ternura de ese gesto no le pasó desapercibida a ella.
—Ella se acercó a la celda donde estaba limpiando los orinales –dijo él. —Yo no me atreví a mirarla y luego la oí decir, 'quiero éste'. Asumí que ella se refería a uno de los otros hombres. Pero cuando vinieron por mí, me quedé sin habla.
Astrid sonrió tristemente. —Ella reconocía algo bueno cuando lo veía.
—No –dijo él agudamente. —Ella quería que un criado le advirtiera a ella y a su amante cuando su marido volvía a casa inesperadamente. Quería a un esclavo que fuese leal a ella. Uno que le debiera todo. Era la criatura más miserable de allí y ella nunca dejó de recordármelo. Una palabra de ella y me habrían devuelto directamente a mi infierno.
Él se apartó de ella.
Ella extendió la mano para encontrarlo sentado al lado de ella. —¿Lo hizo?
—No. Ella me conservó a pesar de que su marido se ponía lívido en mi presencia. Él no podía soportar verme. Era tan repugnante. Lisiado. Medio ciego. Tenía cicatrices tan feas que los niños solían llorar cuando me veían. Las mujeres se quedaban sin aliento y desviaban sus ojos, luego se apartaban de mi camino, asustadas de que en mi condición las pudiera rozar.
Astrid se estremeció ante lo que él describía. —¿Cuánto tiempo la serviste?
—Seis años. Fui completamente leal a ella. Habría hecho cualquier cosa que ella me pidiera.
—¿Ella era amable contigo?
—No. No realmente. Ella no era más que amable. No quería tener que mirarme más que cualquier otro lo querría. Así es que me mantenía oculto en una celda pequeña, y sólo me sacaba siempre que su amante llegaba a visitarla. Permanecía en la entrada y escuchaba si los guardias saludaban a su Señor. Cuando él regresaba y ellos estaban juntos, corría a su cuarto y golpeaba en la puerta para advertirlos.
Eso explicaba bastante acerca de su muerte. —¿Es así cómo moriste? ¿Te atrapó su señor advirtiéndoles?
—No. Ese día, fui a la puerta para advertirla, pero cuando logré llegar oí que lloraba de dolor, diciéndole a su amante que dejara de lastimarla. Me apresuré a entrar y lo encontré golpeándola. Traté de alejarlo de ella. Pero se volvió contra mí. Él finalmente oyó a su marido afuera y se fue. Ella me dijo a mí que saliera también y lo hice.
Nicholas se quedó callado mientras el recuerdo de ese día lo desgarraba nuevamente. Él todavía podía ver la pequeña celda que era su cuarto. Oler el hedor de la celda y el de su cuerpo herido. Sentir el dolor en su cara y cuello en donde Arkus lo había golpeado repetidamente mientras él trataba de alejar al soldado lejos de Carlia.
El soldado le había propinado una paliza tan fuerte que él había esperado que lo matara. Había estado tan lastimado y arruinado después que apenas podía moverse, apenas respirar, mientras cojeaba de regreso al hueco dónde Carlia lo mantenía.
Nicholas había estado sentado sobre el piso, clavando los ojos en la pared, esperando con ilusión que su cuerpo dejara de doler.
Luego la puerta se había abierto.
Él había visto la imagen poco definida del marido de Carlia, Theodosius, mirándolo con una cruda furia deformándole la cara.
Al principio Nicholas había asumido inocentemente que el senador se había enterado de la infidelidad de su esposa y su parte en advertirla cuando él volvía a casa.
No había sido así.
—¡Cómo te atreves! —Theodosius lo había levantado tomándolo del pelo y lo había arrojado de la celda. El hombre lo había golpeado y pateado a través del patio de la casa durante todo el camino hacia el cuarto de Carlia.
Nicholas se había desparramado en su dormitorio, justamente a unos metros de ella. Él yació en el piso, golpeado y ensangrentado, estremeciéndose, sin idea de por que él había sido atacado esta vez.
Indefenso, esperó que ella dijera algo.
Su cara amoratada estaba cenicienta, estaba parada allí como una reina andrajosa, apretando firmemente a su cuerpo devastado su túnica ensangrentada y desgarrada.
—¿Este el que te violó? —preguntó Theodosius a su esposa.
La boca de Nicholas se quedó seca ante la pregunta. No, él no debía haber oído correctamente.
Ella lloró incontrolablemente mientras su sierva trataba de confortarla. —Sí. Él me hizo esto.
Nicholas se atrevió a levantar la mirada hacia Carlia, incapaz de creer su mentira. Después de todo lo que él había hecho por ella...
Después de la paliza que él había recibido de su amante por protegerla. ¿Cómo le podía hacer esto a él?
—Mi señora...
Theodosius cruelmente lo pateó en la cabeza, cortando el resto de sus palabras. —Silencio, perro sin valor —. Él se volvió contra su esposa.
—Te dije que debías haberlo dejado en el pozo negro. ¿Vez lo qué sucede cuándo sientes lástima por criaturas como esta?
Luego Theodosius había llamado a sus guardias.
Nicholas había sido inmediatamente sacado del cuarto, y llevado a las autoridades. Había tratado de protestar su inocencia, pero la justicia romana seguía un principio básico: Culpable hasta probar lo contrario.
Su palabra como esclavo no era nada comparada con la de Carlia.
En el transcurso de una semana, los jueces romanos consiguieron, mediante torturar, una completa confesión de él.
Él habría dicho cualquier cosa para detener la dolorosa tortura.
Él nunca había conocido más dolor que él vivido en esa semana. Ni siquiera la crueldad de su padre podía igualarse a los instrumentos del gobierno romano.
Y así es que él había sido condenado. Él, un virgen que nunca había tocado la carne de una mujer de ninguna forma, iba a ser ejecutado por violar a su dueña.
—Me arrastraron desde mi celda y me llevaron atravesando la ciudad, donde todo el mundo estaba congregado para escupirme –murmuró él inexpresivamente al oído de Astrid. —Me abuchearon y lanzaron comida podrida, llamándome cada nombre que puedas imaginar. Los soldados me desataron del carro y me arrastraron al centro de la multitud. Trataron de pararme, pero mis piernas estaban quebradas. Finalmente, me dejaron allí sobre mis manos y rodillas a fin de que la multitud pudiera apedrearme. Sabes, todavía puedo sentir las rocas lloviendo sobre mi cuerpo. Oírlos diciéndome que muriera.
Astrid luchaba por respirar cuando terminó su historia.
—Estoy tan apenada, Nicholas —murmuró ella, sufriendo por él.
—No seas condescendiente –gruñó él.
Ella se apoyó en él y presionó sus labios contra su mejilla. —Créeme, no lo soy. Nunca sobreprotegería a alguien con tu fuerza.
Él trató de apartarse de ella, pero lo sujetó con fuerza. —No soy fuerte.
—Sí lo eres. No sé cómo has soportado el dolor de tu vida. Siempre me he sentido sola, pero no en tu forma.
Él se relajó un poco mientras ella se apoyaba contra su lado. Deseaba poder verlo ahora. Ver las emociones en sus oscuros ojos.
—Sabes, no estoy realmente loco.
Ella sonrió. —Sé que no lo estas.
Él dejó escapar un largo, cansado suspiro. —¿Por qué no te fuiste con Jess cuando tuviste la oportunidad? Podrías estar a salvo ahora.
—Si te dejo antes de que el juicio se haya terminado, entonces los Destinos te matarán.
—¿Y qué?
—No quiero que mueras, Nicholas.
—Continúas diciendo eso y todavía no sé por qué.
Porque te amo. Las palabras se atascaron en su garganta. Ella quería desesperadamente tener el valor de decirlo en voz alta, pero sabía que él no lo aceptaría.
No su Príncipe Encantado.
Él gruñiría y la apartaría a la fuerza porque en su mente tal cosa no existía.
Él no lo entendería.
Ella no sabía si alguna vez él lo haría.
Astrid quería abrazarlo. Consolarlo.
Pero sobre todo, quería amarlo. De un modo que la hacia sufrir y volar al mismo tiempo.
¿Nicholas alguna vez permitiría a ella o a cualquiera, amarlo?
—¿Qué puedo decirte para que me creas? –respondió ella. —Te reirías si dijese que me preocupo por ti. Te enojarías si dijese que te amo. Así que dime por qué no quiero que mueras.
Ella sintió los músculos de su mandíbula moviéndose debajo de su mano. —Desearía poder sacarte de aquí, Princesa. No es necesario que estés conmigo.
—No, Nicholas, no es necesario. Pero quiero estar contigo.
Nicholas se sobresaltó al escuchar las palabras más bellas que había oído alguna vez en su vida.
Ella lo asombraba. No había paredes entre ellos ahora. Ningún secreto. Ella lo conocía de una forma como nadie en toda su vida.
Y ella no lo rechazaba.
No la entendía. –Ni siquiera yo quiero estar conmigo la mayoría de las veces. ¿Por qué tu sí?
Ella le dio un empellón. —Juro que eres como un niño de tres años. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué es el cielo azul? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué mi perro tiene pelo? Algunas cosas sólo son, Nicholas. No tienen que tener sentido. Acéptalo.
—¿Y si no puedo?
—Entonces tienes peores problemas que Thanatos queriendo matarte.
Él pensó sobre eso por un memento. ¿Podría aceptar lo que le ofrecía?
¿Se atrevería?
Él no sabía como ser un amigo. No sabía como reírse de placer o ser simpático.
Para un hombre que tenía dos mil años de edad, realmente sabía muy poco acerca de la vida.
—Dime, Princesa. Honestamente. ¿Cómo vas a juzgarme?
Ella no dudó en responder. —Voy a absolverte si puedo.
Él se rió amargamente. —Fui condenado por algo que no hice y absuelto por lo que sí hice. Hay algo incorrecto en eso.
—Nicholas...
—¿Y aceptarán tu fallo ahora? –preguntó él, interrumpiéndola. —No eres exactamente imparcial, no?
—Yo... —. Astrid hizo una pausa al considerarlo. —Lo aceptarán. Sólo tenemos que encontrar la manera de probarles que no es peligroso que estés con otras personas.
—No suenas muy segura acerca de eso, Princesa.
Ella no lo estaba. Ni siquiera una vez en toda eternidad ella había contravenido el juramento de imparcialidad.
Con Nicholas, sí.
—Acuéstate, Nicholas –dijo ella, tirando de su hombro. —Ambos necesitamos descansar.
Nicholas hizo como le dijo. Para su desazón y deleite, ella colocó su cabeza en su pecho y se acurrucó cerca.
Él nunca había sostenido a una mujer de esta forma y se encontró pasando su mano a través de su largo cabello rubio. Esparciéndolo sobre su pecho. Él inclinó su cabeza a fin de poder mirarla.
Ella tenía cerrados los ojos y ociosamente trazaba círculos en su pecho, alrededor de su pezón, el cual estaba duro y erecto debajo de su camisa negra de jersey.
Sentía una cercanía a ella que era indescriptible. Cómo desearía poder quedarse así por siempre.
Pero los sueños y las esperanzas eran tan ajenos a él como el amor y la bondad.
A diferencia de ella, él no veía un futuro.
Sólo veía su muerte claramente en su mente.
Aún si Thanatos no lo mataba, no tenía sentido desear querer estar con Astrid.
Ella era una diosa.
Él era un esclavo.
Él no tenía lugar en su mundo más del que tenía en el reino de los mortales.
Solo. Él siempre estaba solo. Y se quedaría de ese modo.
No tenía importancia si sobrevivía a Thanatos. Él viviría sólo para verla segura.
Suspirando, cerró los ojos y se forzó a sí mismo a dormir otra vez.
Astrid escuchó a Nicholas cuando se durmió. Su mano enterrada en su pelo, y aún inconsciente, se aferraba a ella como si estuviese asustado de dejarla ir.
Ella deseó poder entrar en su cabeza otra vez. Deseó un momento en donde pudiera mirarse en sus ojos negros como la medianoche y ver la belleza de su oscuro guerrero.
Pero no era su cara o su cuerpo lo que la hacía arder.
Era el hombre que estaba dentro de su corazón maltratado y herido. El que podía crear poesía y arte. El que escondía su vulnerabilidad detrás de respuestas punzantes y mordaces.
Y ella lo amaba. Aún cuando era malhumorado y molesto. Aun cuando él estaba enojado.
Pero por otra parte, ella entendía esa parte de él.
¿Cómo podía alguien soportar tanto dolor y no quedar marcado por eso?
¿Y qué sería de él ahora?
Aún si ella lograba que se aceptara su fallo, dudaba que Artemisa lo dejara salir de Alaska alguna vez.
Él estaría atrapado aquí por siempre.
Ella tembló al pensar en su aislamiento.
¿Y qué pasaba con ella?
¿Cómo podía regresar a su vida sin él? A ella realmente le gustaba estar con él. Él era divertido de un muy agudo modo.
—¿Astrid?
Ella levantó la cabeza, asombrada del sonido de su nombre en sus labios. Era la primera vez que lo pronunciaba fuera de sus sueños. Ella no se había percatado que él estaba despierto.
—¿Sí?
—Haz el amor conmigo.
Ella cerró los ojos y saboreó esas palabras tanto como había saboreado su nombre.
Traviesamente, ella arqueó una ceja. —¿Por qué?
—Porque necesito estar dentro de ti ahora mismo. Quiero sentirme unido a ti.
Su garganta se contrajo ante sus palabras. ¿Cómo podía negarle alguna vez una petición tan simple?
Astrid se enderezó en sus rodillas, y montó a horcajadas sus caderas. Él ahuecó su cara entre sus manos y la jaló hacia abajo para un beso abrasador.
Ella nunca había imaginado que un hombre podía ser así. Tan duro y a la vez tan tierno.
Astrid mordisqueó sus labios y barbilla con los dientes. —Deberías estar descansando.
—No quiero descansar. Rara vez duermo, de cualquier manera.
Ella sabía que era cierto. El único momento en que él había dormido más que un par de horas de un tirón fue cuando lo había drogado. A juzgar por lo que había visto en sus sueños y lo que había dicho M'Adoc, entendía perfectamente por qué.
Y en su corazón ella quería consolarlo.
Se quitó la camisa sobre su cabeza.
Nicholas tragó ante la vista de su piel y pechos desnudos. Él se hinchó debajo de ella. Sólo habían pasado unas pocas horas desde que habían tenido sexo.
No, ella no había tenido sexo.
Eso era por lo que él necesitaba sentirla ahora. Él deseaba desesperadamente sus manos en su carne. Su cuerpo desnudo contra el de él.
Porque ellos no habían tenido sólo sexo. Lo que compartieron era mucho más que eso. Era básico, primitivo y sublime.
¿Qué le había hecho ella?
Pero entonces lo supo.
Ella había hecho lo imposible. Ella se había deslizado dentro de su muerto corazón.
Sólo Astrid lo hacía arder. Lo hacía desear.
Lo hacía humano.
En sus brazos, había descubierto su humanidad. Inclusive, su alma perdida.
Ella significaba algo para él y él al menos podía pretender que significaba algo para ella.
Él estiró la mano para abrir lentamente la cremallera de sus pantalones a fin de poder deslizar su mano en sus rosadas bragas de algodón y hundir sus dedos en su húmedo calor. Todavía lo asombraba que ella lo dejara tocarla de esta forma.
Concedido, las mujeres habían sido mucho más receptivas con él como un Cazador Oscuro que cuando era un humano, pero no lo habían cambiado. Él las había evitado, sabiendo que la única razón por lo que se sentían atraídas era porque Acheron había reparado su cuerpo. Así es que él le había gruñido a aquellas que se le habían ofrecido y sólo había tomado a un puñado de ellas cuando se había cansado de sacudirse con fuerza a sí mismo.
Pero al final, no habían significado nada para él. Él ni siquiera podía recordar algunas de sus caras.
Astrid gimió mientras él la acariciaba.
—Nicholas —murmuró, su respiración cayendo suavemente sobre su mejilla. —Amo la sensación de tus manos en mi cuerpo.
—¿Aún si soy un esclavo y tu una diosa?
—No soy ninguna diosa como tú tampoco eres un esclavo.
Él comenzó a contradecirla, luego se detuvo. No quería que nada echara a perder este momento. Este podría ser el último momento que él tuviera con ella.
Thanatos podía atravesar la puerta en cualquier momento para matarlo, y si él tenia que morir, entonces quería un momento de felicidad.
Y ella lo hacía feliz. De un modo que nunca hubiera creído posible.
Cuando estaba con ella, parecía que algo dentro de él quería volar. Reír.
Él estaba completamente caliente.
—Sabes –murmuró ella, —creo que estaba equivocada más temprano. Creo que me has convertido en una ninfo.
Nicholas sonrió y separó su mano de ella a fin de poder abrir su cremallera y liberarla de sus pantalones. Los bajó de un empujón por sus piernas hasta las rodillas, pero no quería moverla a ella para quitarlos completamente.
Él la levantó y luego la colocó sobre él.
Gimieron al unísono.
Era tan erótico verla desnuda sobre él mientras él estaba todavía en su mayor parte vestido. Él levantó sus caderas del piso, empujándose profundamente en su interior mientras pasaba sus manos sobre sus pechos desnudos.
Astrid jadeó al sentir la dureza de Nicholas dentro de ella. Ella había empujado su camisa hacia arriba por lo que su estómago musculoso estaba desnudo, pero él estaba casi completamente vestido. Sus pantalones de cuero rozaban contra sus muslos con cada movimiento que él hacía.
Sus manos la dejaron.
Unos pocos segundos más tarde, ella sintió su parka suave de piel contra su piel desnuda mientras él la envolvía a su alrededor.
—No quiero que tengas frío —explicó él quedamente.
Ella le sonrió, emocionada por su consideración. —¿Cómo podría tener frío contigo dentro de mí?
Él se levantó y la envolvió en sus brazos. Sus labios poseyeron los suyos con una pasión ardiente que la dejó débil y sin aliento.
Astrid gritó al correrse entre sus brazos.
Nicholas esperó hasta que el último pequeño temblor de su orgasmo se escurriera de su cuerpo, antes de sentarse derecho, aún dentro de ella y la recostó contra el piso.
Besándola otra vez, aceleró sus embates, buscando su propia paz.
Y cuando la encontró, no cerró los ojos. Bajó la mirada hacia la mujer que se le había entregado.
Ella yacía bajo él, respirando trabajosamente, sus ojos ciegos, su toque encantado.
Él supo entonces que no había nada que él no hiciera por ella. Si ella se lo pidiera, él atravesaría caminando los fuegos del infierno sólo para hacerla sonreír.
Él maldijo ante el pensamiento.
—¿Nicholas?
Él apretó los dientes al apartarse de ella. —¿Qué?
Ella tomó su barbilla en su mano y le volteó la cara hacia la de ella, luego lo besó ferozmente. —No te atrevas a alejarte de mí.
No podía respirar al sentirla con cada fibra de su ser. Su desnudo trasero estaba húmedo contra su ingle, su piel fría en contra de la de él.
Pero era el calor de sus labios y su respiración lo que lo calentaban.
El fuego de su intrépida voluntad. Ardía a través de él, arrancado siglos de soledad y dolor.
—“Tu sabes... mi flor” –susurró él. –“Yo soy responsable por ella” —la besó tiernamente. –“Ella ni siquiera tiene cuatro espinas para protegerse a sí misma de cualquier daño”.
Astrid escuchó como él citaba a El Principito. —¿Por qué te amas tanto ese libro? –le preguntó.
—Porque quiero oír las campanas cuando contemplo el cielo. Quiero reírme, pero no sé cómo.
Sus labios se estremecieron de tristeza. Esa era la lección del libro. Era para recordar a las personas que era bueno interesarse y que una vez que dejabas entrar a alguien en tu corazón, no estabas nunca realmente solo. Inclusive la cosa más sencilla, como contemplar el cielo, podría traer consuelo, aún cuando el que amabas estuviera lejos. —¿Y si te enseño a reír?
—Estaría domesticado.
—¿Lo estarías? ¿O serías la oveja que tiene un bozal sin correa y que come la rosa cuando se supone que no debe hacerlo? En cierta forma pienso que aún domesticado, estarías fuera de control.
Astrid sintió la cosa más notable en ese momento. Los labios de Nicholas se fruncieron bajo su mano.
—¿Estás sonriendo?
—Estoy sonriendo, Princesa. Pero no ampliamente. Sin dientes.
—¿O colmillos?
—O colmillos.
Ella se inclinó hacia adelante y lo besó otra vez. —Apuesto que eres devastador cuando sonríes.
Él gruñó ante eso, luego la ayudó a vestirse.
Astrid se arrimó a él otra vez a fin de poder oír el latido de su corazón. Amaba ese sonido, la percepción de su fuerza bajo ella.
Si bien sus vidas estaban corriendo peligro, se sentía raramente segura aquí.
Con él.
O así lo pensaba.
En la quietud, oyó una extraño sonido como de arañazos por encima de ellos.
Nicholas se sobresaltó.
—¿Qué es eso? –murmuró ella.
—Alguien esta arriba, en mi cabaña.
El horror la consumió. —¿Crees que es Thanatos?
—Sí.
Él la apartó amablemente y la paró contra la pared. Aterrada, ella permaneció perfectamente quieta mientras escuchaba sus movimientos y los de arriba.
Nicholas agarró una granada, luego lo reconsideró. Lo último que él quería era quedarse atrapado bajo tierra. Él se puso encima su conjunto de repuesto de garras de plata que cubría cada dedo de su mano izquierda, y se movió por el pasillo hacia la puerta trampa que estaba debajo de la estufa a leña.
Él oyó el ruido de ligeros pasos por encima de él.
Luego una maldición.
Repentinamente, hubo silencio otra vez.
Nicholas se esforzó, desesperado por oír quien estaba allí y lo que estaban haciendo.
Un temblor extraño bajó por su columna vertebral mientras el aire se movía detrás de él.
Él se dio esperando ver a Astrid.
No era ella.



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Mensaje por Belieber&Smiler♥ Sáb 20 Feb 2010, 2:38 am

Capítulo 13


Parada detrás de él estaba una extraña mujer demoníaca con largo cabello rubio, orejas puntiagudas, y unas grandes alas como de murciélago. Era bonita en una forma muy extraña.
Lo miró sin moverse.
Nicholas atacó.
En lugar de pelear, ella cambió de dirección con un chirrido y corrió hacia la parte trasera de la caverna.
Nicholas la siguió, intentando detenerla antes de que alcanzara a Astrid, pero no lo pudo hacer.
El demonio corrió directamente hacia ella y para su asombro se apresuró detrás de Astrid y la puso entre ellos. Las alas del demonio se contrajeron y se plegaron alrededor de su cuerpo como para protegerla.
El demonio colocó una mano en el hombro de Astrid mientras lo atisbaba cautelosamente.
—Dile a él que me deje sola, Astrid. Si no tendré que asarlo a la parrilla y akri se enojará conmigo. No quiero hacer enojar a akri.
Astrid cubrió la mano del demonio con la de ella. —¿Simi? ¿Eres tú?
—Sí. C'est moi. El pequeño demonio con cuernos.
Nicholas bajó sus garras. —¿Ustedes dos se conocen?
Astrid frunció el ceño mientras se volvía a enfrentarlo. —¿No la conoces?
—Ella es un demonio. ¿Por qué debería conocerla?
—Porque ella es la compañera de Acheron.
Nicholas, completamente estupefacto, miró boquiabierto a la pequeña criatura que tenía unos ojos tan extraños como Acheron. Eran pálidos y resplandecientes, pero los de ella estaban bordeados en rojo. —¿Ash tiene una compañera?
El demonio bufó. Ella se puso de pie y murmuró ruidosamente en la oreja de Astrid. —Los Dark—Hunters son lindos, pero muy estúpidos.
Él le dirigió una mirada resentida mientras Astrid se ahogaba de risa.
—¿Qué estás haciendo aquí, Simi? —preguntó Astrid.
El demonio miró alrededor del túnel e hizo pucheros de un modo que le recordó a un niño pequeño. —Tengo hambre. ¿Hay comida? Algo no muy pesado. ¿Tal vez una vaca o dos?
—No, Simi –dijo Astrid. —No hay comida.
El demonio hizo un ruido grosero al alejarse de Astrid. —No, Simi. No hay comida –se burló ella. —Suenas como akri. 'No comas eso, Simi, causarás un desastre ecológico'. ¿Qué es un desastre ecológico, quisiera saber? Akri dice que soy yo una juerga de hambre, pero no creo que tenga razón, pero eso es todo lo que él dirá sobre eso.
Haciendo caso omiso de los dos, el demonio empezó a buscar entre las armas de Nicholas.
Ella agarró una granada y trató de clavarle los dientes.
Nicholas se la quitó de un tirón. —Eso no es comida.
El demonio abrió su boca como para hablar, luego la cerró de golpe. —¿Por qué estás en un hueco oscuro, Astrid? ¿Te caíste?
—Nos estamos escondiendo, Simi.
—¿Escondiendo? –bufó ella otra vez. —¿de quién?
—Thanatos.
—Pffft... —el demonio puso los ojos en blanco y movió su mano despectivamente. —¿Por qué esconderse de ese perdedor? Él ni siquiera sería una buena barbacoa. Apenas quitaría el filo de mi ligero apetito. Hmmm... ¿Cómo es que no hay comida aquí? —. Ella miró especulativamente a Astrid.
Nicholas dio un paso entre ellas.
El demonio le sacó la lengua y regresó a buscar entre los suministros.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Nicholas.
El demonio lo ignoró. —¿Dónde esta Sasha, Astrid? Él sería una buena barbacoa. Toda esa carne de lobo. Muy sabroso una vez que sacas todo ese pelaje. El pelo asado a la parrilla no es particularmente sabroso, pero lo sería en caso necesario.
—Menos mal que él no esta aquí. ¿Pero que haces aquí sin Acheron?
—Akri me dijo que viniera.
—¿Quién es akri? —preguntó Nicholas.
Simi lo ignoró.
—Acheron —explicó Astrid. —Akri es un término Atlante para “señor y maestro”.
Él se burló de eso. —Adecuadamente pretencioso. No es extraño que él tenga una gran cabeza, con su demonio favorito siguiéndole a todos lados, llamándole “señor y maestro”.
Astrid le dirigió una mirada preocupada. —Él no es así, Nicholas, y mejor no lo insultes cerca de Simi. Ella tiende a tomar esas cosas personalmente, y sin Acheron aquí para llamarla, ella es más mortífera que una bomba nuclear.
Él miró al pequeño demonio con respeto. —¿De verdad?
Astrid asintió con la cabeza. —Su raza una vez dominó sobre toda la tierra. Inclusive los dioses olímpicos estaban aterrorizados de los Carontes, y sólo los Atlantes fueron capaces de derrotarlos.
Simi miró hacia arriba y le sonrió tan abiertamente, que se le vieron los dientes y revelaron sus malvados colmillos. Ella se relamió los labios como si saboreara un bocado sabroso. —Me gustaría asar a la parrilla a esos dioses olímpicos. Son muy sabrosos. Algún día me voy a comer a esa diosa pelirroja, también.
—A ella no le gusta Artemisa —explicó Astrid.
En eso coincidían.
—Simi la odia, pero akri dice, “No, Simi, no puedes matar a Artemisa. Compórtate, Simi, no le dispares, no la dejes calva, Simi”. No, No, No. Es todo lo que oigo.
Ella miró a Nicholas significativamente. —No me gusta esa palabra “No”. Inclusive suena malvada. Simi tiende a asar a la parrilla a cualquiera lo suficiente idiota como para decírselo. Pero no a akri. Él tiene permiso de decirme no; sólo que no me agrada cuando lo hace.
Nicholas frunció el ceño al mirar como Simi saltaba de caja en caja como una mariposa. Ella exclamó frívolamente cuando encontró su provisión de oro y joyas con que Artemisa le pagaba todos los meses.
—¡Mira! –dijo Simi, levantando un manojo de diamantes. —Tienes “brillitos” como akri. Él me da todo los suyos para mí —. Ella sostuvo una gargantilla de esmeraldas contra su garganta. —Él dice que me veo bella con brillitos, especialmente los rojos que hacen juego con mis ojos. Aquí, Astrid —dijo ella, sacando otra gargantilla y sujetándola alrededor del cuello de Astrid.
—Sé que no puedes verla, Astrid, pero es muy bella, como tú. Tu necesitas usarla y luego tendrás brillitos, también.
Ella contempló la cabeza de Astrid. —Pero no tienes cuernos. Necesitamos buscarte unos cuernos un día así puedes ser un demonio, también. Es entretenido ser un demonio excepto cuándo las personas intentan ejercitarse... espera, esa no es la palabra exacta. Me olvidé, pero sabes lo que quiero decir.
Había algo extrañamente carismático acerca de ella, pero no parecía estar demasiado bien... en más de una manera.
—¿Está bien ella? —él le preguntó a Astrid. —Digo, sin intención de ofender, ella suena más demente que yo.
Astrid se rió. —Tienes que recordar que Acheron, podríamos decir, la consiente muchísimo y Simi no ha crecido completamente.
—Sí lo he hecho —dijo Simi en un tono que le recordaba a un niño de cinco años de edad. Ella tenía un monótono acento peculiar, diferente a cualquier cosa que él hubiera oído antes.
—Simi tiene necesidades —continuó ella vanamente. —Montones de necesidades. Necesito la tarjeta plástica de akri, en primer lugar. Eso es muy agradable. Las personas me dan montones de cosas cuando se las doy a ellos. Ooo, a mí realmente me gusta la tarjeta plástica nueva que él me dio con mi nombre en ella. Es azul y toda brillante y dice Simi Parthenopaeus.
Ella miró hacia arriba como una niña frívola. —¿No tiene un bonito sonido? Tengo que decirlo otra vez. Simi Parthenopaeus. Me gusta bastante. Inclusive tiene mi foto en la esquina y yo soy un demonio muy atractivo si tengo que decirlo. Akri lo dice, también. “Simi, eres bella”. Me agrada cuando él me dice eso.
—¿Ella siempre divaga así? —murmuró Nicholas entre dientes al oído de Astrid.
Ella asintió con la cabeza. —Confía en mí, es sabio dejarla divagar, también. Ella se molesta si le dices que guarde silencio. Una vez se comió la pierna de un dios inferior que le dijo eso.
Simi irguió la cabeza como si otro pensamiento llegara a su mente confundida. –Y particularmente me gustan los hombres —. Ella miró a Nicholas que involuntariamente se encogió. —Pero no este. Él es demasiado moreno. Me gustan con ojos azules porque me recuerdan mi tarjeta. Personas como el modelo de Calvin Klein, Travis Fimmel, que estaba en esa cartelera grande en Nueva York, la última vez que akri me llevó allí. Él es sumamente fino y me hace querer hacerle cosas diferentes a asarlo a la parrilla. Él me hace sentir diminuta y caliente.
—De acuerdo, Simi. Caliente y diminuta. Creo que necesitamos cambiar de tema —dijo Astrid.
Nicholas no estaba seguro si debía sentirse aliviado o insultado por sus comentarios acerca de él. Pero definitivamente estuvo de acuerdo que un cambio de tema sería agradable.
Astrid se giró hacia donde pensaba que Simi podía estar, pero Simi ya se había movido.
Otra vez.
Parecía que el demonio tenía aversión a quedarse quieta.
—¿Simi, por qué Acheron te envió aquí?
Simi sacó una daga enfundada de una caja y la examinó con una habilidad que le hizo arquear una ceja a Nicholas. Podía parecer inocente, pero no había nada de niño en la forma que Simi maniobraba sus armas.
Ella probó el balance de la hoja como una profesional. —Para protegerte de Thanatos a fin de que tus hermanas no se vuelvan chifladas y destruyan el mundo. O algo por el estilo. No sé por que todos ustedes temen el fin del mundo. No es tan malo, realmente. Al menos entonces la mamá de akri será libre. Entonces ella no será tan quisquillosa con Simi todo el tiempo.
Nicholas comenzó con las palabras. —¿La madre de Ash está viva todavía?
Ella se cubrió la boca con su mano y dejó caer la daga. —Oh, akri se enfurecerá cuando le diga esto. Mala Simi. Ya no conversaré más. Necesito comida.
Nicholas frotó su cabeza mientras Simi volvía a abrir cajas. Oh, esto era genial. Él tenía a una ninfa para proteger, un psico algo estaba afuera para matarlos, y ahora un demonio demente a quien hacerle frente.
Oh, bravo, esto se ponía cada vez mejor.
Miró a Astrid, quién tenía la frente arrugada mientras reconsideraba los divagues de Simi.
—¿Exactamente quiénes son tus hermanas, Astrid, que pueden destruir el mundo? —preguntó Nicholas.
Astrid se encogió de miedo un momento y cambió de posición ansiosamente.
Esto estaba a punto de empeorarse.
Él lo sabía.
Encogiéndose aún más, ella murmuró —Los Destinos.
Nicholas se congeló. Oh, bravo, su vida, tan mala como era, estaba deslizándose hasta Mierdaville y allí no había a la vista ninguna rampa para salirse.
—Tus hermanas son Los Destinos –repitió él, diciendo cada palabra lentamente y pronunciándola claramente así no podía haber mal entendiendo.
Ella asintió con la cabeza.
La cólera lo envolvió. —Ya Veo. Tus hermanas son las Moiras, los tres Destinos que se encargan de todo. Las mujeres que son conocidas por no tener misericordia o piedad con nadie. Las mujeres que los dioses mismos temen.
Ella se mordió los labios. —Ellas realmente no son tan malas. Pueden ser casi simpáticas, si las atrapas en el humor adecuado.
—Oh, Dioses —. Nicholas pasó sus manos a través de su pelo mientras luchaba por evitar que su temperamento explotara. No era extraño que Ash hubiera enviado a Simi. Si cualquier cosa ocurría a Astrid, entonces no se podía decir lo que pudiera ocurrir. —Por favor dime que hay una pelea familiar y tu y tus hermanas no se hablan. Que ellas no puedan soportar la mención de tu nombre.
—No, no, somos extremadamente amigas. Soy el bebé de la familia y ellas son más bien como tres madres para mí.
Nicholas realmente lloriqueó ante eso. —¿Así es que me estas diciendo que en este momento soy responsable de la mascota amada de Acheron y la hermana favorita de Los Destinos?
Simi ensanchó los ojos. —Dile al niño Colmillo que no soy una mascota. Si él no me nombra en un tono más bonito, entonces realmente le va a pesar.
Astrid ignoró el comentario de Simi. —No todo es tan malo.
—¿No? Entonces sin falta, dime algo bueno Astrid.
—Probablemente se pondrán de mi lado cuando te juzgue inocente.
—¿Probablemente?
Ella asintió débilmente con la cabeza.
Nicholas gruñó. Déjenselo a él. Siempre que jodía con algo, nunca lo hacía de manera pequeña.
Astrid se volvió al demonio. —¿Simi, por qué no estás dirigiendo la palabra a Nicholas?
—Porque akri dijo que no. Él no dijo que no podía dirigirte la palabra a ti, sin embargo.
—¿Haces todo lo que él te dice que hagas? —preguntó Nicholas.
Simi lo ignoró.
—Sí, ella lo hace —contestó Astrid. —Pero las buenas noticias son que Simi no puede mentir tampoco. ¿Puedes, Simi?
—¿Bien, por qué lo haría yo? Las mentiras son demasiadas confusas.
Oh, bravo, como si ella no lo fuese. Él nunca había visto alguien o algo más confuso que este demonio.
—¿Por qué Acheron te dijo que no le dirigieras la palabra a Nicholas?
—No sé. Esa pelirroja perra—diosa se enojó cuando él me dijo a mí que viniera a protegerte. Se puso como esto...
El demonio brilló cambiando de su forma a la de Acheron. —Protege a Nicholas y Astrid. Ahora.
Ella se transformó en Artemisa. —¡No! –dijo ella enojada. —No puedes dejarla ir, ella le dirá todo a Nicholas.
Simi, pareciéndose a Artemisa, puso su mano en contra de su mejilla y murmuró ruidosamente al oído de Astrid. —Esta es la parte donde la diosa pelirroja siguió adelante contando lo que sucedió en el pueblo de Nicholas y akri se molestó completamente con ella. No sé por qué él no me deja matarla y terminar con eso, pero finalmente él dijo...
Ella brilló cambiando al cuerpo de Ash otra vez. —Simi, no hables a Nicholas pero asegúrate que Thanatos no mate a ninguno de los dos.
Simi regresó a su forma pequeña, ligera y demoníaca. —Así que dije, de acuerdo, y aquí estoy, no dirigiendo la palabra a Nicholas.
—Wow –dijo Nicholas cuando termino su función de demonio. —Ella es una videocámara, también. Qué conveniente.
Ella le dirigió una mirada asesina, pero dirigió sus palabras a Astrid. —Extraño los días cuando Simi podía matar a los Cazadores Oscuros y nadie lo advertía.
Astrid avanzó para encontrar a Simi, tomar su mano y mirarla con una apariencia dulce y afable. Era obvio que el demonio la quería.
—¿Que sucedió en su pueblo que Artemisa no quiere que Nicholas sepa?
Simi se encogió de hombros. —No sé. Ella esta paranoica todo el tiempo de cualquier manera. Tiene miedo que akri se vaya y no regrese, que es lo que yo continúo diciéndole que haga. ¿Pero el escucha? No —. Su siguiente comentario salió en la voz de Ash. —Ella no es de tu incumbencia, Simi. No la entiendes, Simi.
Ella hizo otro ruido grosero. —Entiendo, está bien. Entiendo que la diosa perra necesita que Simi la ase a la parrilla hasta que aprenda a ser buena con las personas. Pienso que ella sería un poco más atractiva asada. Podría hacerla parecer a esa vieja bruja del mar o algo.
—¡Simi! —Astrid acentuó su nombre y la agarró de los brazos como si tratara de mantener al demonio en el tema. —Por favor dime qué sucedió en la villa de Nicholas.
—Oh, Eso. Bien, fue un tema de Thanatos, no el que está ahora detrás de ustedes, sino el que le antecedió, se volvió loco y mató a todo el mundo. Ellos, la pobre gente, no tuvo una posibilidad. Akri estaba tan loco que quiso el corazón de la diosa perra, sólo que yo le dije que ella no tenía corazón para tomar.
Nicholas sintió como si alguien le hubiese dado una golpiza. —¿Qué estás diciendo? ¿Quieres decir que no los maté?
La mente de Astrid giraba con lo qué Simi revelaba. ¿Si Nicholas era inocente de destruir su villa, entonces por qué fue desterrado?
—¿Nicholas no los mató? —preguntó ella a Simi.
—Claro que no. Ningún Cazador Oscuro mataría a quienes tenía a su cargo. Akri se los comería si lo hiciesen. Nicholas mató a los Apolitas, lo que volvió a todo el mundo loco.
Nicholas frunció el ceño. Él no recordaba nada acerca de unos Apolitas. Nunca había habido ninguno por los alrededores. —¿Qué Apolitas?
Astrid repitió su pregunta.
Simi habló lentamente y cuidadosamente como si fueron los únicos que tuvieran problema para entender la conversación. —Los que Thanatos reunió para usar como carne de cañón. ¿Dioses, no saben nada acerca de los Daimons y Apolitas? Thanatos puede citarlos y puede hacerles hacer cosas para él. Él puede hacerlo con personas también, algunas veces.
—Él fue enviado por Artemisa para matar a un Cazador Oscuro en Escocia, después de hacer eso, él fue tras todos los Cazadores Oscuros a fin de poder destruirlos a todos y que los Apolitas pudieran vivir en paz y alimentarse de la humanidad sin preocuparse por alguno de ustedes, muchachos.
Astrid tembló ante las palabras de Simi al recordar dónde había estado ella novecientos años atrás. —¿Thanatos es el que mató a Miles en Escocia?
—Sí –confirmó Simi.
—¿Luego él fue tras de Nicholas?
Simi hizo un ruido agitado. —Él es un Dark Hunter, no? ¿Están teniendo ustedes dos alguna extraña cosa humana que no pueden seguir lo que yo digo?
Astrid palmeó la mano de Simi con optimismo para calmarla un poco. —Lo siento, Simi. Estas diciéndonos algunas cosas de las que no sabemos nada.
Simi irguió la cabeza y miró a Nicholas. —Oh, supongo que está bien entonces. Aunque… deberían saber algo acerca de Thanatos. Él puede matarte y demás.
Astrid sintió que Nicholas estaba a punto de hablar. Ella le hizo la señal de matarlo mientras continuaba interrogando a Simi.
—¿Simi, por qué no recuerda Nicholas al primer Thanatos yendo tras él?
—Porque no se supone que lo haga. Akri tuvo que matar a Thanatos delante de él y él lo hizo de modo que Nicholas no recordara nada acerca de todo ese lío.
Nicholas dejó escapar lentamente la respiración mientras las palabras fluían en su interior. Ash lo había hecho para que él no recordara.
—¿Acheron desordenó mi cerebro?
La cara de Astrid se llenó de alivio. —Eres inocente, Nicholas.
La furia lo atravesó. —¿Así que fui desterrado a este hoyo infernal dejado de la mano de Dios porque Acheron mató a Thanatos? ¿Qué tipo de estupidez es esa? —. Él caminó de arriba abajo coléricamente. —Mataré a ese bastardo.
Simi cambió de posición instantáneamente a la forma de un "pequeño" dragón.
Uno que estaba atorado en su túnel. Sus ojos resplandecieron coléricamente mientras ella siseaba. —¿Insultaste a mi akri?
Listo para la batalla, Nicholas abrió su boca para decirle sí y encontró a Astrid escudándole. Ella estaba en medio de ellos y lo mantenía detrás de ella.
—No, Simi. Nicholas tiene derecho a estar enojado. Ha sido desterrado por algo que él no hizo.
Simi volvió a cambiar a su forma humanoide. —No fue por eso. Él fue desterrado porque mató a los Apolitas.
Simi tomó la forma de Artemisa. —Ves, te lo dije, Acheron, él esta demente. Tendría que haber tenido mejor criterio que matarlos.
Ella se convirtió en Acheron. —¿Qué se suponía que hiciera? Estaban lanzándose sobre él, tratando de matarle. Fue en defensa propia.
—Fue asesinato.
—Te lo juro, Artemisa, matas a Nicholas por esto y saldré andando por esa puerta y nunca regresaré.
Ella se transformó de vuelta en sí misma. —Ves. Por eso es que él fue desterrado. La diosa perra no quería que akri la dejara, así que acordó dejar vivir a Nicholas aquí siempre que no hubiera otras personas a su alrededor.
Simi miró alrededor del deprimente túnel. —Honestamente, pienso que yo preferiría estar muerta. Este lugar es más aburrido que Katoteros y yo no creía que podía haber algo más aburrido que Katoteros. Reconozco mi error. La próxima vez que akri me diga que no se está tan mal en casa, voy a creerle. Ni siquiera tienes comida decente aquí. Ni TV, tampoco.
Nicholas dio un paso atrás y clavó inexpresivamente los ojos en la pared como si tratase de recordar el pasado mientras Simi parloteaba sin hacer una pausa.
Él todavía podía oír los gritos de los aldeanos, pero ahora él se preguntaba...
¿De quién eran los gritos que realmente oía?
Astrid anduvo a tientas hacia él. La calidez de su presencia fluyó en él. Ella tocó su brazo, haciéndolo arder reflexivamente. Algo acerca de su toque siempre le mecía y lo hacia querer girarse hacia ella.
Lo hacía querer tocarla.
—¿Estás bien? —ella preguntó.
—No, no realmente. Quiero saber lo que me sucedió esa noche.
Ella asintió con la cabeza como si lo entendiera. —¿Simi, hay alguna cosa que pueda deshacer lo qué Acheron le hizo a la memoria de Nicholas?
—Nop. Akri es infalible. Bueno, excepto por un par de cosas, y no hablo de eso porque hace enojar a akri. Me gusta esa palabra 'infalible'. Es algo así como yo. Infalible.
—Entonces es irremediable —dijo Nicholas en un susurro, —no tengo ninguna prueba de que soy inocente y nunca sabré lo que sucedió allí.
—No estoy tan segura –dijo Astrid, sonriéndole. —No pierdas las esperanzas conmigo aún, Nicholas. Si obtenemos alguna prueba de lo que dice ella, entonces mi decisión se mantendrá. Eres inocente. Nadie podrá argumentar en contra de eso. Mis hermanas no dejarán que seas juzgado incorrectamente.
Él se burló. —Era inocente cuando fui apedreado hasta morir, también, Princesa. Discúlpame si no tengo mucha fe en la justicia o tus hermanas.
Astrid tragó. Era cierto, el inocente a menudo sufría, también. Su madre y sus hermanas descartaban ese hecho como una modalidad del universo, si bien su madre se esforzaba en dar justicia a todo el mundo.
Algunas veces ocurrían cosas injustas. No había forma de evitarlo.
Nicholas era un ejemplo perfecto.
Aun así, él necesitaba saber la verdad acerca de lo que le sucedió. Él merecía eso como mínimo.
—¿Simi? ¿Hay alguna forma de que le muestres a Nicholas lo que sucedió aquella noche?
Simi golpeó ligeramente su dedo índice contra su mejilla mientras pensaba en eso. —Supongo que sí. Akri no dijo que yo “no podía mostrarle” nada, él sólo dijo que no le podía dirigir la palabra.
Astrid sonrió. Simi siempre había sido sumamente literal en su interpretación de todo lo que Acheron la ordenaba hacer.
—¿Lo harías? ¿Por favor?
Simi caminó hacia Nicholas y tomó su barbilla en su mano.
Nicholas comenzó a protestar, pero algo pareció fluir desde su mano. Lo mantuvo paralizado.
Simi movió su cara hasta que él pudo mirar en sus ojos, que ahora eran rojos y amarillos y allí él vio el pasado.
Todo se desvaneció a su alrededor y él solo podía enfocar su atención en los ojos de Simi. Las imágenes titilaron a través de sus pupilas, luego directamente en su mente. Él no recordaba que hubiese ocurrido nada de eso. Era como observar una película de su propia vida.
Él vio los fuegos de su pueblo ardiendo hasta los cimientos. Los cuerpos se esparcían por todos lados. Cosas que lo habían obsesionado por siglos. Pero eso no fue todo lo que vio esta vez.
Había más...
Imágenes olvidadas que habían sido tomadas de él.
Se vio dando traspiés sobre en el pueblo. Desconcertado. Enojado. El daño ya había sido hecho; él no era responsable.
Alguien más había venido a la villa antes que él.
Él vio a la vieja arpía, a quien tomó en sus brazos como él siempre hacia. Sólo que esta vez ella dijo más que su acusación usual. —La muerte vino buscándote. Él mató a todo el mundo porque quería que nosotros le dijéramos donde vivías. No sabíamos y se enojó —sus ojos viejos ardieron de odio y condenación. —¿Por qué no viniste? Es toda tu culpa. Se suponía que tu nos protegerías y fuiste tú el que nos mató. Tú mataste a mi hija.
Él vio la cara de la vieja. Sintió su furia otra vez al ver lo que habían hecho los Daimons...
El corazón de Nicholas golpeó al darse cuenta de la verdad.
Él era inocente de haber matado a sus protegidos.
Ninguna de sus muertes era su culpa. Él había estado haciendo su ronda normal cuando había divisado el fuego y se había apresurado a ir hacia ellos, pero para entonces ya era demasiado tarde.
Thanatos había venido al pueblo durante la luz del día y lo había destruido. El no había tenido ninguna forma de salvarlos.
Mientras miraba en sus ojos, Simi lo llevó a través de su olvidada expedición de cinco noches a la villa Apolita adonde había ido a buscar a los responsables de las muertes en Taberleigh.
Él había peleado con los Spathi Daimons a cada paso del camino, y uno de ellos le había dicho del Dayslayer que reuniría a su gente y destruiría a los Cazadores Oscuros. El Spathi se había reído mientras moría, diciéndole a Nicholas que el reino de los Cazadores Oscuros había terminado.
El Dayslayer se apropiaría nuevamente del mundo humano y luego eliminaría el olímpico.
Como cada noche que pasaba, los Spathis aumentaban en número, Nicholas se dio cuenta exactamente de lo que el mundo estaba por enfrentar. Cada pueblo humano por el que pasaba estaba destruido. La gente muerta. Masacrada. Consumidas por los Daimons que no querían morir.
Él nunca había visto tal devastación. Semejante pérdida.
Si él hubiese tenido un Escudero, lo habría enviado a dar aviso a otros Cazadores Oscuros o encontrar a Acheron y traerlo aquí para ayudarlo a pelear. Pero allí solo estaba él y quiso detener la destrucción antes de que cualquier otro sufriera.
Con frío y hambre, Nicholas había peleado durante todo el camino hacia el pueblo Apolita que protegía a la entidad misteriosa que había matado violentamente a su gente.
Nicholas había llegado sólo una hora después de la puesta de sol. Como era típico, los Apolitas habían hecho sus casas bajo tierra. Las catacumbas habían sido oscuras y muy frías y completamente faltas de cualquier alma. En aquel entonces, los Apolitas a menudo habían hecho sus casas cerca de los muertos a fin de poder tomar las almas incorpóreas si necesitaban un estimulante rápido. Además, los proveía de un escudo. Como los Cazadores Oscuros en realidad eran cuerpos sin almas, esas almas que necesitaban cuerpos tenían la desagradable tendencia de querer poseerlos. Así que las catacumbas y las criptas eran los mejores escondites para Apolitas y Daimons.
Como todas las almas habían sido devoradas antes de su llegada, Nicholas había encontrado fácilmente su camino a través de las catacumbas.
Mientras registraba los corredores y los cuartos de la guarida subterránea, descubrió que no había ningún Apolita o familias de Daimon presentes, sólo prueba que ellos habían partido apresuradamente.
En un cuarto, encontró a una mujer con un niño que lloraba.
Ella lo miró con la boca abierta.
—No te lastimaré –le dijo.
Ella comenzó a gritar por ayuda.
Nicholas había salido de la casa y había cerrado la puerta.
Sus pensamientos habían estado enfocados en una sola persona.
Thanatos.
La cosa que el Spathi le había dicho que había sido enviada por Artemisa para matar a todos los Cazadores Oscuros. Ella, que había sido su creadora los había traicionado y había creado a un monstruo invencible.
A menos que él lo detuviese primero. Había odiado a Artemisa entonces. Odiado no sólo por haber creado a Thanatos, sino por desatar algo así en el mundo sin advertir a nadie.
Al moverse a través de las catacumbas, Daimons y Apolitas lo atacaron. Él los peleó, matando a cualquiera que se le acercara con una espada. No, a él no le había importado si era un Daimon o Apolita. No había tenido importancia.
Sólo importaba su venganza.
Él había encontrado a Thanatos más abajo, en uno de los corredores más largos. Él estaba con una docena de su gente en una cámara donde los Apolitas almacenaban géneros.
Nicholas había contado cinco Apolitas allí y ocho Daimons.
Pero lo que lo había detenido fue la única mujer Apolita que había estado parada al lado de Thanatos. Ella estaba vestida como los Spathis y estaba dispuesta a pelear.
Thanatos le había sonreído malvadamente.
—Vean —él había dicho a los Apolitas y Daimons que estaban allí. —Él es solo uno y nosotros somos muchos. El Cazador Oscuro no es tan feroz. No puede combinar su número sin debilitarse. Lo podemos matar tan fácilmente como nosotros a él. Perforen su marca y él morirá como el resto de ustedes.
Entonces lo apresaron.
Nicholas había tratado de abrirse paso a la fuerza a través de ellos. Pero habían peleado con más fuerza de la que él alguna vez hubiera encontrado antes. Era como si sacaran poder de Thanatos.
Lo habían alcanzado y lo habían tirado al suelo mientras le rasgaban las ropas tratando de encontrar su marca.
Él ya estaba herido por peleas previas. Debilitado por su hambre.
No evitó que peleara con todo lo que tenía.
—¡Él no tiene la marca de Artemisa! —uno de ellos había alzado la voz.
—Por supuesto que la tiene —. Thanatos se había adelantado para ver.
Nicholas había aprovechado esa oportunidad para soltarse. Él había ido por la cabeza de Thanatos con su espada.
Thanatos había dado un paso atrás y había empujado a la mujer delante de él para protegerse.
Sin tiempo a reaccionar, Nicholas se quedó parado allí, impotente, mientras ella era traspasada por su espada.
Cuando ella no explotó, se percató que ella no era un Daimon después de todo. Ella era una Apolita.
Horrorizado, encontró su mirada y vio las lágrimas en sus ojos. Él había querido ayudarla. Para tranquilizarla.
Lo último que él había querido era verla herida.
Nunca había dañado a una mujer antes… ni siquiera a la mujer que lo había acusado de violarla.
Él se había odiado a sí mismo en ese momento aún más de lo que odiaba a Artemisa, odiaba el hecho de no haber sido más rápido. De no haber matado a Thanatos en lugar de eso.
Uno de los Apolitas gritó.
Un hombre. Él se arrojó para tomar a la mujer y acunarla mientras moría.
El hombre levantó la vista y lo miró con odio y furia.
Era la cara del nuevo Thanatos.
Nicholas trató de librarse de Simi al ver eso. Pero ella lo sujetó con fuerza.
Forzándolo a que siguiera viendo su pasado.
Thanatos lo había agarrado por la garganta y lo había apartado de un empujón contra la pared. —Marca o no marca, aún puedes morir si te desmiembro.
Acosado por la culpa por lo sucedido con la mujer, Nicholas no se había molestado en pelear. Él solo quería que todo acabara.
Pero mientras Thanatos iba por él, Acheron apareció de pronto.
—Déjalo ir.
Los Daimons y Apolitas restantes se habían dispersado con miedo. Sólo el hombre sosteniendo a su esposa ahora muerta se había quedado.
Thanatos giró lentamente para enfrentar a Ash. —¿Y si no lo hago?
Ash disparó una carga explosiva de su mano sobre Thanatos, quien instantáneamente soltó a Nicholas. Nicholas cayó al piso abriendo la boca para tomar aire a través de su esófago dilatado.
—No era una elección —dijo Ash.
Thanatos se apresuró a atacar.
Los ojos de Ash se habían puesto de un rojo profundo, oscuro. Más oscuros que la sangre, estaban llenos de un centelleante fuego.
En el lugar donde Thanatos lo había atacado, el invencible asesino se desintegró en polvo.
Nadie lo había tocado.
Ash se había quedado parado allí, sin sobresaltarse.
El Apolita se lanzó contra él. Ash lo había hecho girar atrapándolo entre sus brazos con la espalda del hombre contra el pecho de Ash. El Apolita había forcejeado por liberarse, pero Ash lo había sostenido sin esfuerzo alguno.
—Shh, Callyx —había susurrado Ash al oído del Apolita. —Duerme...
El Apolita se desplomó.
Ash lo bajó al piso.
Nicholas conmocionado, no se movió mientras Ash se acercaba a él. Él no sabía cómo había sabido Ash el nombre del Apolita o cómo había matado a Thanatos tan fácilmente.
Nada de eso tenía sentido.
Ash no trató de tocarlo. Se acuclilló al lado de él y levantó la cabeza. —¿Estás bien?
Nicholas había ignorado su pregunta. —¿Por qué Artemisa nos quiere muertos?
Ash lo había mirado ceñudamente. —¿Qué estás diciendo?
—Los Spathis me dijeron. Ella esta creando a un ejército para matarnos. Yo estaba...
Ash levantó la mano. Sintió como si algo paralizara las cuerdas vocales de Nicholas.
La indecisión atravesó la cara de Ash mientras clavaba los ojos en él. Él juró que podía sentir al Atlante en su mente, buscando algo.
Finalmente Acheron suspiró. —Has visto demasiado. Mírame, Nicholas.
Él no tuvo otra alternativa que obedecer.
Los ojos de Ash otra vez eran de un color plateado extraño, deslumbrante. Todo se volvió nebuloso entonces, oscuro. Nicholas luchó contra el sofocante calor.
Lo último que oyó fue la voz de Ash. —Llévalo a casa, Simi. Él necesita descansar.
Simi soltó a Nicholas.
Él se quedó parado allí inmóvil mientras la repetición de los acontecimientos de aquella noche llenaba los huecos en su memoria.
Estaba aturdido por lo que había visto. Lo que había aprendido.
—¿Cómo me mostraste todo eso? —le preguntó.
El demonio se encogió de hombros.
Esto se ponía molesto. Maldito Ash por darle la orden de no hablarle. —Astrid, por favor hazle mi pregunta.
Astrid lo hizo.
Simi lo miró como si él fuera torpe. –Nada nunca se va de la mente humana. Solo queda extraviada, tonto –, le dijo a Astrid mientras ella le pasaba los dedos por el pelo —sólo acomodé las piezas así las podía ver y luego él las vio también cuándo me miró. Fácil.
Entumecido por todo lo que había descubierto, Nicholas miró a Astrid que esperaba pacientemente a que ellos terminaran.
—¿Qué es Acheron? –le preguntó.
—No sé –dijo Astrid.
Nicholas se alejó andando, su mente daba vueltas al tratar de recordar Nueva Orleáns. —¿Él hizo algo con mi mente otra vez en Nueva Orleans?
Simi silbó y miró alrededor del cuarto.
—¿Simi, lo hizo él? —preguntó Astrid.
—Akri solo hace eso cuando tiene que hacerlo. Había algunas cosas en Nueva Orleáns que estaban mal. Cosas que ni los Cazadores Oscuros ni los dioses olímpicos necesitan saber.
Nicholas apretó los dientes. —¿Tales como?
Astrid repitió su pregunta.
—Ya dije, ninguno de ustedes necesita saber.
Él quería estrangular al demonio, pero después de lo que él justamente había visto hacer a Ash, cambió de opinión acerca de eso. —¿Por qué se esconde Acheron?
Simi siseó y en su cólera olvidó la orden de Ash. —Akri no se esconde de nadie. Él no necesita esconderse. Cualquiera que lastime a mi akri, yo lo como.
Nicholas la ignoró. —¿Es él humano? –le preguntó a Astrid.
Astrid dejó escapar un largo suspiro. —Honestamente no lo sé. Siempre que menciono su nombre a mis hermanas, se ponen evasivas e inquietas. Él solo parece asustarlas. Siempre me he preguntado por qué, pero nadie en el Olimpo habla mucho de él. Es realmente muy extraño.
Con expresión especulativa, Astrid giró hacia el demonio. —Simi, cuéntame sobre Acheron.
—Él es genial y maravilloso, y él me trata como a una diosa. La diosa Simi. Esa soy yo.
Astrid se sobresaltó un poco, ante eso. —Quiero decir, cuéntame sobre su nacimiento.
—Oh, eso. Acheron nació en 9548 antes de Cristo en la isla griega de Didymos.
—¿De quién era hijo?
—Rey Icarion y Reina Aara De Didymos y Lygos.
Nicholas podía notar que la respuesta asombró a Astrid, pero no lo sorprendió a él. Él siempre había sospechado que Ash era de la nobleza. Había algo intrínsecamente regio en él. Algo que decía, "yo soy el amo, usted los sirvientes. Inclínate y besa mi trasero". Era por lo que Nicholas nunca se había preocupado por él.
—¿Ash no es un semidiós? —preguntó Astrid.
Simi se rió estrepitosamente ante su pregunta. —¿Akri un semidiós? Por favoooooor.
Nicholas frunció el ceño al darse cuenta de lo qué había revelado Simi. —Un momento, ¿Ash no es Atlante?
Astrid negó con la cabeza. —De los sumamente raros rumores que he oído, dicen que nació en Grecia pero se crió en la Atlántida. El rumor dice que es uno de los hijos de Zeus. Pero como dije, la mayoría de la gente tiene pocos deseos de decir cualquier cosa acerca de él.
Simi se rió otra vez. —¿Él se parece a ese viejo trasero tronador? No. ¿Él hijo de Zeus? ¿Cuántos insultos puede recibir mi akri?
Nicholas consideró eso por un minuto, y luego se le ocurrió otra cosa. —¿Puede comunicarse Simi con Ash ahora mismo?
—Sí.
—Entonces dile que él mejor traiga su trasero aquí y te proteja.
Los ojos de Simi brillaron intensamente. Sus alas aletearon.
—Simi —dijo Astrid rápidamente. —Él no quiso decir eso de esa forma. ¿Puede venir Ash aquí?
Ella se sosegó un poco. —No. Él prometió a la diosa malvada que él estaría en el Olimpo por dos semanas. Él no puede romper su juramento.
—¿Entonces cómo mato a Thanatos? Voy a salir en un momento y al parecer Ash es el único de nosotros capaz de mirarlo y hacerlo desaparecer.
—Simi lo puede matar.
—No, no puedo. Akri lo dijo.
—¿Entonces cómo lo detenemos? —preguntó Astrid.
Simi se encogió de hombros. —Si Akri me dejara, entonces lo podría asar a la parrilla, pero ya que ustedes no respiran fuego sería un poco difícil para ustedes hacer eso.
—Tengo un lanzallamas.
Astrid elevó su cabeza hacia él. —¿Tienes qué? —preguntó ella incrédula.
Fue su turno de encogerse. —Conviene estar preparado.
—Bien —dijo Simi. —Esos son adecuados para tostar malvaviscos, pero sólo pondrán enojado a Thanatos. El fuego normal no lo lastimará. Tengo esta sustancia pegajosa realmente gelatinosa que sale con mi fuego y eso se inyecta en mis víctimas por eso las aniquila. ¿Lo quieren ver?
—¡No! —dijeron al unísono.
Simi se tensó. —¿No? No me gusta esa palabra.
—Te amamos, Simi –dijo Astrid rápidamente. —Sólo estamos asustados de tu sustancia pegajosa.
Astrid golpeó a Nicholas en el estómago al comenzar a corregirla acerca del cariño sobre Simi.
—Oh –dijo Simi, —eso lo entiendo. Ok, pueden vivir.
Después de asegurarse que realmente no había comida allí, Simi se sentó enojada en el piso. Ella canturreó para sí misma mientras giraba en espiral una hebra de pelo alrededor de su dedo pequeño. —¿Entonces, tienes QVC?
—Me temo que no, querida. —dijo Astrid.
—¿Tienes SoapNet?
Nicholas negó con la cabeza.
—¿No tienes ningún canal –continuó Simi en una voz que sonaba como la de un niño petulante.
—Lo siento.
—¿Estás bromeando? —Simi descansó su barbilla en su mano y lo contempló. —Ustedes son personas aburridas. Un demonio necesita su cable. Akri me ha engañado. Él no me dijo que tendría que estar sin cable. ¿No tienes ni siquiera uno de esos televisores pequeñitos que usan baterías?
Ante ese comentario, él separó a Astrid de Simi.
—No surtirá efecto –murmuró ella.
—¿Qué?
—Apartarme así para que no oiga. Ella oye todo.
Él se detuvo. —Bien, entonces, ella está a punto de escuchar una queja.
Nicholas se quedó parado allí mirando a Astrid. Memorizando cada línea de su cara, cada curva de su cuerpo.
Él no sabía qué hacer para protegerla. Jess no podía venir a buscarla a la luz del día y él no confiaba en los Escuderos para que la protegieran, tampoco.
Sin mencionar que la idea de hacerles conocer su escondite mientras estaban afuera para matarlo ellos mismos, no parecía un movimiento brillante, tampoco.
No había nadie en quien confiar y la única forma que él conocía para proteger a Astrid era hacer salir a Thanatos y terminar esto.
Esta noche, él encontraría a Thanatos y uno de ellos moriría.
Era algo que él no quería decirle a Astrid. Ella no lo dejaría ir si lo sabía.
—Mira, necesitaremos comida esta noche. Voy a dejarte con Simi aquí, donde están a salvo y yo saldré a buscar alimentos.
—¿Por qué no envías a Simi? Ninguna cosa la puede lastimar.
Nicholas deslizó su mirada sobre el demonio, quien jugaba al pequeño cerdito con sus dedos del pie desnudo.
—Sí, pero no creo que debería dejarla salir sola, ¿no lo crees?
Astrid vaciló. —Puedes estar en lo correcto.
Nicholas se hundió en el piso y la haló hacia abajo con él. Él comprobó su reloj de pulsera para ver que estaba a menos de dos horas para la puesta de sol.
Menos de dos horas para estar con la mujer que había llegado a significar tanto para él.
Acostados, él cerró los ojos mientras ella apoyaba la cabeza en su pecho y trazaba círculos sobre él.
—Dime algo bueno, Princesa. Dime lo que harás cuando esto haya terminado.
Astrid dejó de mover su mano en círculos mientras pensaba en eso. Lo que ella quería era quedarse con Nicholas. ¿Pero cómo?
Artemisa tendría que dejarlo ir y ella conocía al dedillo a su prima, lo suficiente como para saber que Artemisa no compartía sus juguetes.
—Te voy a extrañar, Príncipe Encantado.
Ella lo sintió tensarse ante esas palabras. —¿Lo harás realmente?
—Sí, lo haré. ¿Qué hay sobre ti?
—Voy a sobrevivir. Siempre lo hago.
Sí, él lo hacia. En formas que la asombraban.
Astrid trazó la línea de su mandíbula. —Deberías estar descansando.
—No quiero descansar. Solo quiero sentirte por un poco más de tiempo.
Ella sonrió ante eso.
—¿Ustedes dos van a besarse? —preguntó Simi. —Tal vez debería ir arriba o algo.
Astrid se rió. —Está bien, Simi. No nos besaremos delante de ti.
—¿Duerme ella? —preguntó Nicholas.
—No sé. ¿Simi, duermes?
—Sí, lo hago. Tengo una cama preciosa, también. Tiene dragones tallados y un antiguo y gran dosel coloreado en marfil en la parte superior. Akri hizo que lo hicieran especialmente para mí hace mucho tiempo y tiene un bailarín que baila con el viento en el cabezal. Cuando era un demonio recién nacido, akri lo hacia bailar después que me metía en mi cama y yo solía observarlo hasta que me dormía. Algunas veces él me cantaba arrullos, también. Akri es un buen papá. Él cuida muy bien de su Simi.
—¿Qué hay acerca de ti, Princesa? —preguntó Nicholas. —¿Tu mamá te arropaba cuando eras una niña?
—Todas las noches, a menos que ella estuviera juzgando a alguien, entonces mi hermana Atty lo hacía.
Astrid no preguntó a Nicholas si alguien lo arropaba a él. Ella ya sabía la respuesta a eso.
Nadie.
Ella se acurrucó más cerca de él.
Nicholas se quedó con la mirada fija arriba en la parte superior del túnel. Era gracioso; hacia más de cincuenta años, él había cavado esta parte del túnel sin saber que algún día yacería acostado con su amante a su lado.
Astrid.
Él no tenía ningún derecho a estar con ella. Ningún derecho a tocarla.
Ella estaba tan cerca del cielo que lo que un hombre como él alguna vez pudiera estar.
Y aún así él no quería dejarla ir. No ahora.
Ni nunca.
Ella era la única persona en toda su historia por la que moriría.
Sin duda esta noche lo haría.



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Mensaje por Belieber&Smiler♥ Sáb 20 Feb 2010, 2:43 am

Y el ultimo :lol:
Supongo que mañana o mas tarde subo :lol:


Capítulo 14

Thanatos estaba acostado en una caliente, confortable cama en la casa del guerrero Spathi. El Spathi, al igual que los miembros de la familia del Spathi (todos Daimons y Apolitas), estaban dormidos en sus dormitorios, en espera de la puesta del sol cuando sería seguro salir.
Después de haber perdido el rastro de Nicholas anoche, Thanatos había buscado hasta que el excesivo cansancio lo alcanzó.
Los Daimons lo habían traído de vuelta aquí para descansar, y aunque él todavía estaba cansado, no podía seguir durmiendo. No mientras sus pesadillas lo atormentaran.
Él podía sentir la llamada de los Oráculos tratando de convocarlo a regresar a su jaula en Tartarus.
Él se rehusaba a hacerlo.
Por novecientos años él había estado esperando esto. Esperando su venganza.
El día que Artemisa lo había creado, ella le había prometido que él podría matar a Nicholas de Moesia. Entonces por alguna razón, ella había cambiado su acuerdo.
Nada había salido de la forma que ella había dicho.
En lugar de vivir en riqueza y comodidad, él había estado recluido en una celda, había sido olvidado y dejado solo.
—Nadie, nunca, puede saber que estás vivo —le había dicho ella. —Al menos no hasta que te necesite.
Y así es que él había esperado. Año tras año, siglo tras siglo, gritando a la diosa para que lo dejara salir o lo matase.
Ella nunca había contestado.
Y él se había dado cuenta que había algo peor que la corta vida que aterrorizaba a sus parientes Apolitas.
La inmortalidad en un hueco oscuro era, por lejos, peor.
Él no regresaría. Nadie lo enjaularía otra vez. Él tiraría abajo todo el Olimpo primero.
Artemisa había estado tan asustada de que sus Cazadores Oscuros se volvieran locos que ella no había pensado más allá. No había nadie que lo pudiera detener.
Algo titiló a través de su mente. Un fragmento de un recuerdo.
Se veía a sí mismo como un… Apolita... veía...
La imagen se convirtió en Nicholas matando a su esposa.
Thanatos rugió de cólera.
No, aniquilar a Nicholas era demasiado fácil.
Él quería que el hombre sufriera de la misma forma que él.
Sufrir.
Dolor...
Por primera vez en novecientos años, él sonrió. Sí. Nicholas había protegido a una mujer anoche. Él la había acunado contra él en la maquina de nieve.
Su mujer.
Thanatos se paró y se pasó el abrigo por los brazos. Si bien él estaba exhausto, no trataría de dormir más. Se vistió rápida, silenciosamente.
Él encontraría al Dark Hunter. Encontraría a su mujer.
Ella moriría, pero Nicholas… él viviría. Igual que Thanatos tuvo que hacerlo. En dolor eterno, sufriendo por su amor perdido.
Nicholas se detuvo al recorrer con la mirada a Astrid, quien se había quedado dormida mientras habían estado hablando.
Hablando.
Él nunca se imaginó realmente hacer eso con alguien. Pero por otra parte, él había hecho un montón de cosas con ella que nunca se le había ocurrido experimentar.
Inclusive dormida ella se veía cansada. Sus dulces ojos tenían círculos debajo de ellos.
Él colocó un beso en sus labios, y se movió para no molestarla.
El demonio yacía en el piso donde ella había estado sentada. Ella también estaba dormida profundamente. Un brazo estaba doblado bajo su cabeza mientras que la otra mano descansaba bajo su barbilla. Ella le recordaba a una niña pequeña. No era extraño que a Ash le gustara.
Él volvió a mirar a Astrid. Su fuerza.
Su debilidad.
Simi era la de Ash.
Y él era responsable de las dos.
Sintiendo el peso completo de esa carga, Nicholas agarró una manta adicional y cubrió al demonio.
Ella sonrió en su sueño y dijo muy suavemente —Gracias, akri.
Nicholas miró anhelosamente su abrigo, el cual estaba todavía debajo de Astrid.
Él llevó otra manta y la cubrió, también. Metiendo la mano en el bolsillo, sacó los pequeños artículos que él había tomado cuando se había aventurado en su cabaña unos pocos minutos antes, para obtener comida para Simi.
Los colocó al lado de Astrid y colocó su mano encima de ellos a fin de que ella "pudiera ver" lo que eran cuando se despertara.
Dejo su mano unos minutos sobre la cara de ella.
—Te extrañaré –susurró él, seguro de que incluso después de que él se convirtiese en una Shade ella lo atormentaría.
Después de todo, él la necesitaba más a ella que lo que necesitaba comida o aire.
Ella era su vida.
Inspirando profundamente, pasó sus dedos por el pelo de Astrid, dejando que lo calentara. Él la imaginó fogosa y suave entre sus brazos. La forma que ella se veía cuándo se corría por él.
La forma que su voz sonaba cuando ella decía su nombre.
Sí, él definitivamente la extrañaría.
Era por lo que él definitivamente la tenía que mantener segura.
Forzándose a alejarse de la comodidad que ella le ofrecía, dejó a las dos mujeres.
Él fue hacia el final del túnel que daba al bosque.
Armado con la mayor cantidad de municiones que podía llevar, abrió la puerta trampa, tembló cuando el aire frío se cayó sobre él, y se alejó para encontrar a Thanatos.
Astrid se despertó sobresaltada cuando un sonido extraño invadió su sueño.
—Me gusta este Nicholas. ¡Es una persona de calidad!
Ella parpadeó al reconocer la voz de Simi. Astrid comenzó a moverse hasta que sintió algo debajo de su mano.
Algunas de las figuras de Nicholas estaban ahí, y al pasar la yema de los dedos, se dio cuenta lo que eran.
Cada una era un personaje de El Principito. Había seis de ellos en total: el Principito mismo, la oveja, el elefante, la rosa, el zorro, y la serpiente.
Eran piezas exquisitas que habían recibido inclusive más atención que las otras que ella “había visto".
—Él incluso me dio un abrelatas así no tengo que usar mis colmillos. Me gusta eso. El metal es duro en los dientes —. Simi se relamió los labios. —Hay helado de cerdo y frijoles. ¡De rechupete! Mi favorito.
—¿Simi? –dijo Astrid, poniéndose derecha —¿dónde esta Nicholas?
—No lo sé. Me desperté hace unos pocos minutos y encontré esta sabrosa comida que él dejó para mí.
—¿Nicholas? —llamó Astrid.
Él no contestó.
Por supuesto, eso era típico de él.
—¿Simi, está él en la cabaña?
—No sé.
—¿Podrías fijarte?
—¡Nicholas! —gritó Simi.
—Simi, yo pude haber hecho eso.
El demonio dio un pesado suspiro irritado. —De acuerdo, pero no dejes derretirse mis frijoles —. Ella hizo una pausa, luego agregó, —Akri dijo que te protegiera, Astrid, no que me mandaras a hacer cosas. Nicholas es un Cazador Oscuro grande y él puede pasear por solo.
Astrid sintió al demonio desvanecerse.
Después de algunos minutos ella regresó. —Nop, él no esta allí tampoco.
El corazón de Astrid martillaba.
Tal vez él sólo había ido por más comida.
—¿Dejó una nota, Simi?
—Nop.
Nicholas abrió de una patada la puerta de la primera casa Apolita que él alcanzó. La pequeña comunidad Apolita había estado aquí por varias décadas en las afueras de Fairbanks, pero él la había dejado sola.
El código de los Dark—Hunter prohibía a cualquier Hunter dañar a un Apolita hasta que se convirtiera en Daimon y se alimentara de los humanos. Siempre que se mantuvieran aparte, no dañaran a los humanos y vivieran sus vidas hasta que murieran a los veintisiete, tenían la misma protección que cualquier ser humano.
Era por lo que, al menos según Simi, Nicholas había sido desterrado. Para Artemisa y los dioses, matar a un Apolita era un delito tan serio como matar a un humano.
Pero en este momento, Nicholas gustosamente rompería esa ley y cualquier otra para preservar la seguridad de Astrid.
Tan pronto como la puerta se estrelló, las ocupantes femeninas de la casa gritaron y corrieron a esconderse mientras que los hombres se le abalanzaron.
Nicholas usó su telequinesia para sujetarlos contra las paredes.
—Ni siquiera lo intenten —él les gruñó. —No estoy de humor para tratar con ustedes. Estoy aquí por Thanatos.
—Él no esta aquí –dijo uno de los hombres.
—Me lo figuraba. Pero por otra parte, me imagino que le puedes dirigir la palabra. ¿Puedes?
—No.
—Él va a matarnos —la voz de un niño gritó desde la parte trasera de la casa.
El miedo en el tono del niño lo calmó, pero sólo un poco.
Nicholas soltó a los Apolitas que había inmovilizado. —Dile a Thanatos que si él me quiere, lo estaré esperando en las afueras del pueblo en Bear’s Hollow. Si él no está allí dentro de una hora, entonces vuelvo aquí y terminaré con todos los Daimons que pueda sentir.
Él se volvió y salió por la puerta.
Nicholas hizo una pausa a una corta distancia de ellos.
Echaron el cerrojo detrás de él y murmuraron entre ellos hasta que decidieron quién debería ir a avisar a Thanatos.
Satisfecho por que darían su mensaje, Nicholas sonrió burlonamente y fue hacia su maquina de nieve.
Montándose, condujo hacia el lugar de reunión y se sentó a esperar.
Sacó el teléfono celular de Spawn y llamó a Jess.
El cowboy contestó en el tercer llamado. —¿Oye, esquimal, eres tu?
—Sí, soy yo. Oye, dejé a Astrid en mi cabaña.
—¿Hiciste qué? Estas...
—Sí, estoy loco, pero están seguras donde están. Quiero que esperes aproximadamente tres horas y luego ve a buscarla. Eso me debería dar bastante tiempo.
—¿Bastante tiempo para qué?
—No te preocupes por eso. Entra en mi cabaña y dile a Astrid quien eres. Ella saldrá del escondite con otra mujer. Sé amable con la pequeña, ella pertenece a Ash.
—¿Qué pequeña?
—Ya verás.
—¿En tres horas? —repitió Jess.
—Sí.
Jess hizo una pausa por breves segundos. —¿Qué hay de ti, Esquimal?
—¿Qué pasa conmigo?
—¿No estás haciendo algo estúpido, no?
—No. Estoy haciendo algo inteligente —. Nicholas colgó el teléfono.
Lanzó el teléfono en su mochila y sacó sus cigarrillos y su encendedor. Encendió un cigarrillo mientras esperaba y se sentó en el frígido frío, añorando su abrigo.
Pero al pensar en el abrigo, sus pensamientos se dirigieron a Astrid y él se calentó considerablemente.
Cómo deseaba haber podido hacerle el amor una vez más.
Sentir su piel en la de él. Su respiración en su cara. Sus manos recorriendo su cuerpo.
Él nunca había conocido algo o alguien como ella, pero claro, ella era una ninfa después de todo. Totalmente diferente a cualquier otro en todo el universo.
Él todavía no podía creer en la forma que se sentía acerca de ella.
Cómo había sido capaz para serenar el dolor en él que había creído que nunca cesaría.
Extraño era cómo alejó sus pensamientos del pasado. De todo.
No era extraño que Talon hubiese estado dispuesto a morir por Sunshine.
Ahora eso tenía completo sentido para él.
Pero Nicholas no quería morir por Astrid. Quería vivir por ella. Él quería pasar el resto de su inmortalidad a su lado.
Él no podía.
Contemplando las montañas a su alrededor, pensó en el Olimpo. El hogar de Astrid.
Los mortales no podían vivir allí y los dioses no vivían en la tierra.
No había esperanzas para ellos.
Y él era lo suficientemente pragmático para saberlo. No tenía ningún lado soñador para creer por un minuto que algo pudiera unirlos. Cualquier optimismo que alguna vez él hubiera sentido le había sido sacado a patadas antes de que tuviera edad suficiente para afeitarse.
Aún así, no podía detener la parte de él que estaba sufriendo por la pérdida. La parte de él que gritaba desde lo profundo de su alma por que Astrid se quedara con él.
—Maldición, Destinos. Malditas todas ustedes.
Pero claro, ellas lo estaban. Desde hacía mucho, mucho tiempo.
Él oyó el motor de una maquina de nieve acercándose.
Nicholas no se movió hasta que se acercó y se detuvo. Él estaba lateralmente sentado sobre su asiento con sus piernas estiradas frente a él, sus tobillos cruzados. Sus brazos cruzados sobre su pecho, esperó pacientemente a que el conductor desmontase.
Thanatos se quitó el casco y lo miró como si no pudiera creer en lo que veía. —Realmente estás aquí.
Nicholas inclinó su cabeza y le ofreció a la criatura una sonrisa afectada, fría, siniestra. —El pelo del perro, niño. Tarde o temprano, todos bailamos con el diablo. Esta noche, es tu turno.
Thanatos entrecerró sus ojos. —Eres un bastardo arrogante.
Nicholas dejó caer su cigarrillo al suelo y lo aplastó con el talón de la bota. Se rió amargamente mientras se apartaba de su maquina de nieve.
—No, no un bastardo arrogante. No soy nada más que un pedazo de mierda que tocó una estrella —. Él jaló ambas Glocks fuera de las pistoleras en sus hombros. —Ahora soy el hijo de puta que va a sacarte de tu sufrimiento.
Nicholas comenzó a disparar.
Él no esperaba que funcionara y estuvo en lo correcto.
Sirvió nada más para que Thanatos se moviera torpemente hacia atrás. E hizo que Nicholas se sintiera un poco mejor.
Él tiró los cargadores en la nieve, volvió a recargar y disparó otra vez.
Thanatos se rió. —No me puedes matar con una pistola.
—Lo sé, pero es divertido como el infierno tan solo dispararte —. Y con algo de suerte, podría debilitar lo suficientemente a Thanatos hasta el punto donde Nicholas pudiera tener alguna oportunidad de matarlo.
Era todo lo que él tenía.
Cuando hubo gastado su última ronda, lanzó sus armas contra Thanatos y seguidas por dos granadas.
Nada de eso funcionó.
Apenas hizo que Thanatos hiciera una pausa.
Gruñendo, Nicholas se le abalanzó.
Se cayeron al suelo peleando. Nicholas pateó y golpeó con todo lo que tenía.
Thanatos estaba sangrando mucho, pero también él.
—No me puedes matar, Dark Hunter.
—Si sangras, puedes morir.
Thanatos negó con la cabeza. —Eso es sólo un mito que los humanos se dicen para sentirse mejor.
Nicholas lo pateó en respuesta y desenfundó su espada retráctil. Presionó el botón en la empuñadura, extendiéndola a su largo total de un metro y medio. –Los Cazadores Oscuros son un mito también, pero si cortas nuestras cabezas, morimos. ¿Qué hay acerca de ti? ¿Puedo cortar tu cabeza?
Él vio el pánico oscilar en los ojos del Daimon.
—No creía que sí —Nicholas arqueó el aspa hacia arriba.
Thanatos se agachó rápidamente y giró en espiral, alejándose de él. Sacó una gran daga ornamental de su cinturón.
Las habilidades con la espada de Nicholas estaban un poco olvidadas, pero mientras pelearon, su memoria regresó a él.
Oh, bravo, él recordaba bien cómo ensartar cosas.
Él cortó a Thanatos en el pecho. El Daimon siseó y trastabilló hacia atrás.
—Te ves asustado, Thanatos.
Él curvó sus labios. —No temo a ninguna cosa, mucho menos a ti.
Thanatos lo atacó antes de que pudiera dar marcha atrás. Atrapó el brazo de la espada de Nicholas y lo retorció. Nicholas siseó mientras el dolor lo atravesaba.
Pero eso no fue nada comparado con la puñalada que Thanatos le dio a su brazo izquierdo.
Él maldijo.
Con su brazo entumecido, Nicholas no podía agarrar la espada.
Thanatos lo tiró al piso.
Él puso su rodilla en la columna vertebral de Nicholas y jaló de su pelo hasta que su cuello estuvo al descubierto.
Nicholas trató de derribarlo, pero no hubo ninguna cosa que él pudiera hacer excepto esperar que Thanatos cortara su cabeza completamente.
La hoja de la daga cortó su cuello.
Nicholas aguantó la respiración, asustado de moverse por miedo a ayudar a la hoja a cortar su garganta.
En el momento que la hoja hacía un corte en su cuello, una carga explosiva de luz llameó a través de la nieve, golpeando a Thanatos y tirándolo de espalda.
Nicholas cayó boca abajo en la nieve.
—No, no, no –dijo Simi mientras aparecía en forma humana al lado de Nicholas. —Akri dijo que no puedes matar a Nicholas. Thanatos malo.
Con su cuerpo doliendo más allá de lo posible, Nicholas rodó sobre su espalda mientras Thanatos se ponía de pie.
—¿Que diablos eres tú? —preguntó Thanatos.
—Nunca lo imaginarías –dijo ella, arrodillándose al lado de Nicholas. Tocó el corte en su frente y miró su cuello y brazo sangrante. —Oh, no, estas mal herido, Dark Hunter. Simi esta muy apenada. Pensamos que regresarías pero entonces Astrid se preocupó y me hizo venir a buscarte. No luces muy bien, sin embargo. Eras mucho más atractivo más temprano.
Thanatos se precipitó hacia ellos.
Nicholas se forzó a levantarse y la ayudó a ella a parase. —Simi, vete antes de que te lastime.
Ella bufó como un caballo. —Él no me puede lastimar. Nadie puede.
Thanatos atacó con la daga.
—Ves, mira —. Simi dio la vuelta y dejó a Thanatos apuñalarla en el pecho.
Él hundió la daga hasta el cuello, luego la sacudió con fuerza para liberarla.
Los ojos del demonio se abrieron mientras se quedaba sin aliento por el dolor.
Al principio Nicholas pensó que ella estaba jugando hasta que se tambaleó hacia atrás. Las lágrimas estaban en sus ojos mientras ella miraba a Nicholas angustiada, con incredulidad.
—No se supone que duela —ella lloró como una niña pequeña. —Soy invencible. Akri lo dijo.
Su corazón golpeaba.
La sangre goteaba de sus labios.
Nicholas pateó a Thanatos hacia atrás y recogió a Simi en sus brazos. Si bien su brazo herido tembló por la agonía de eso, él corrió con Simi hacia su maquina de nieve.
Thanatos dio un paso hacia atrás, esperando.
Él los miró partir y sonrió. —Eso es, Nicholas. Corre hacia tu mujer. Muéstrame donde la tienes escondida.
Artemisa sintió la onda de choque pasar a través de su templo como un terremoto. Algo dejó escapar un rugido enojado, funesto.
Sus asistentes miraron hacia arriba, sus caras estaban blancas.
Artemisa se sentó en su trono. Si ella no lo supiese mejor, entonces pensaría...
La puerta de su cámara privada se desintegró. Los pedazos de ésta volaron por el cuarto como si fueran propulsados por un violento tornado.
Sus mujeres gritaron y corrieron en busca de la puerta que las llevaría afuera, buscando resguardarse de la inesperada vorágine. Artemisa quiso correr, también, pero su miedo la mantuvo inmóvil.
Era extremadamente raro que ella viese este lado de Acheron.
Ella estaba demasiada aterrorizada de él para alguna vez empujarlo hasta este punto.
Él flotó por su dormitorio con su pelo negro batiéndose alrededor de él. Sus ojos eran rojos como la sangre, formaban remolinos como fuego mientras sus poderes antinaturales surgían. Sus colmillos estaban demasiados crecidos y grandes.
Él era la cosa que ella más temía en el universo. En esta condición, él la podía matar con nada más que su pensamiento.
Ella se aterrorizó. Si no lo calmaba, entonces los otros dioses sentirían su presencia y sería un infierno a pagar por todos.
Sobre todo ella.
Ella usó sus poderes para disimularlo, esperando disfrazar sus habilidades como si fueran suyas. Con algo de suerte, los otros dioses asumirían que ella estaba teniendo una rabieta.
—¿Acheron?
Él la maldijo en Atlante y la mantuvo apartada con una pared invisible. Ella sintió su agonía. Él estaba atormentando de dolor, pero ella no sabía por qué.
Todo en su templo giraba en el torbellino de sus poderes y su furia. Lo único todavía en el piso eran ellos dos.
—¿Artemisa? Tengo un problema.
Ella se sobresaltó al oír la voz de Astrid en su cabeza. —No Ahora, Astrid. Tengo una situación aquí.
—¿Déjame adivinar, Acheron está enojado?
—Estoy más allá de la cólera, Astrid —. Su voz era baja, profunda, y sonaba malvada. La mirada fija, sangrienta de Acheron estacó a Artemisa. —¿Cómo es que Simi está herida?
El miedo de Artemisa se triplico. —¿El demonio esta herido?
—Simi se está muriendo –dijeron Astrid y Acheron simultáneamente.
Artemisa se cubrió la boca. Ella se sintió repentinamente enferma. Descompuesta. Horrorizada y asustada más allá de lo creíble.
Si cualquier cosa le ocurría a su demonio...
Él la mataría.
Acheron usó sus poderes para jalarle hacia él. —¿De dónde obtuvo Thanatos una de mis dagas, Artemisa?
Un pequeño temblor de culpabilidad la traspasó con esa pregunta. Cuando ella había creado al primer Thanatos siete mil años atrás, le había concedido armas para matar violentamente a los Cazadores Oscuros. En ese momento ella había pensado que era justicia divina que él usara una de las dagas Atlantes de Acheron para matarlos.
Tan pronto como Acheron se había percatado que una daga faltaba, él había juntado todas sus armas y las había destruido.
Ahora ella entendía por qué.
Él lo había hecho para proteger a su demonio.
—No sabía que tu daga la lastimaría.
—Demonios, Artemisa. Has tomado todo de mí. ¡Todo!
Ella sintió su dolor, su pesar. Ella lo odió por eso. Si ella se muriese mañana, a él no le importaría en absoluto.
Pero por el demonio, él lloraba.
¿Por qué no la amaría y la protegería así?
—Iré a buscarla por ti, Acheron.
Acheron la detuvo antes que se alejara de su lado. —No hagas nada, Artemisa. Te conozco. No debes ayudar o tratar de aliviarla de ninguna forma. Solo la recoges y la traes de vuelta directamente aquí, a mí. Júralo en el Río Styx.
—Lo juro.
Él la soltó.
Artemisa brilló tenuemente y apareció donde Astrid, Simi, y Nicholas se escondían bajo tierra. El demonio yacía en el piso con Nicholas y Astrid arrodillados al lado de ella.
—¡Quiero a akri! –sollozó Simi. Ella estaba gritando y llorando histéricamente.
—Shh –dijo Nicholas, apaciguándola. Él sostenía un torniquete sobre la herida. Ambos, el torniquete y su mano estaban cubiertos en sangre. —Tienes que calmarte, Simi. Lo estas empeorando.
—¡Quiero a mi papá! Llévame a casa, Astrid. Necesito ir a casa ahora.
—No puedo, Simi. Ese poder me es quitado hasta que le doy un veredicto a mi madre.
—Quiero a akri —gimió ella otra vez. —No quiero morir sin él. Estoy asustada. Por favor, por favor llévame a casa. Solo quiero a mi papá.
Nicholas miró hacia arriba mientras una sombra caía sobre ellos.
Era una cara que él no había visto desde el día en que se había convertido en un Dark Hunter.
Artemisa.
Su pelo castaño rojizo, rizado alrededor de su delgado, bello cuerpo. Ella vestía un largo vestido blanco y sus ojos verdes brillaron ominosamente en la escasa luz del túnel.
Él contuvo la respiración, medio esperando que ella los matase. Ningún Cazador Oscuro tenía permitido estar en presencia de un dios.
Simi la vio a ella y dejó escapar un chillido terrible. —¡Ella no! ¡La diosa vaca va a matarme!
—Cállate –gruñó Artemisa enojada. —Créeme, me gustaría verte muerta pero si tú mueres, nunca oiría el final de la historia.
Artemisa la recogió a pesar de su forcejeo.
Ella miró a Astrid y a Nicholas. —¿Ya lo has juzgado?
Antes de que Astrid pudiera contestar, la puerta detrás de ellos se abrió de golpe.
Nicholas maldijo al ver a Thanatos acercándose a través de ésta.
Él giró para pedirle a Artemisa que se llevara a Astrid con Simi, pero ella ya se había desvanecido.
Él, sólo, tendría que protegerla.
¡Maldita Artemisa por esto!
—¡Corre! —le gritó a Astrid. Él la impulsó hacia la puerta que daba a su cabaña.
—¿Qué está ocurriendo?
—¡Thanatos está aquí así es que a menos que tengas algún poder de diosa que lo pueda matar, debes correr!
—¿Dónde esta Artemisa?
—Ella se evaporó.
Astrid le lanzó una mirada muy indignada, luego hizo lo que él dijo.
Mientras Nicholas la ayudaba a subir, Thanatos los alcanzó.
Nicholas lo pateó.
—No vas a escapar de mí, Dark Hunter. Pero por otro lado, no es realmente a ti a quien persigo.
Su sangre se congeló ante esas palabras, Nicholas miró hacia abajo para ver que la mirada de Thanatos estaba fija en Astrid.
Thanatos se relamió los labios. —La venganza es un plato que es mejor servirlo frío.
Una vez que Astrid estuvo fuera del sótano, Nicholas se dejó caer por la escalera y comenzó a golpear con los puños a Thanatos. —Estamos en Alaska, imbécil. Aquí todo es frío.
Nicholas lo golpeó ruidosamente contra la pared, luego se precipitó hacia la puerta.
Una vez que estuvo en la cabaña, cerró y aseguró la puerta. Nicholas deslizó la estufa a leña sobre ella, luego estiró la mano para sacar al visón y a sus crías. La madre lo mordió, pero él no se sobresaltó.
Tan suavemente como pudo, los metió en su mochila y se apresuró a salir de la cabaña.
Astrid estaba justo al otro lado de la puerta.
—¿Nicholas, eres tu?
Él la besó.
—Es mejor que seas tú.
Él bufó ante eso.
Sin tiempo que perder, corrió hacia la maquina de nieve de Thanatos y rompió una manguera. Él condujo a Astrid hacia su vehículo. —Tienes que salir de aquí, Princesa. Mis poderes no lo pueden contener por mucho más.
—No puedo ver para manejar esta cosa.
Nicholas clavó los ojos en ella, memorizando su cara. Memorizando como lucía ella bajo la luz de la luna que atravesaba las nubes.
Ella era bella, su estrella.
Como ninguna en todo el universo.
Él oyó a Thanatos liberándose.
Luego él hizo algo que nunca antes había hecho. Era un poder que Ash le había enseñado siglos atrás, pero para el que nunca había tenido un uso.
Esta noche lo tenía.
La besó apasionadamente.
Astrid sintió el calor de los labios de Nicholas. Mientras su lengua bailaba con la de ella, sus ojos comenzaron a arder.
Ella se apartó de él, siseando, sólo para darse cuenta de que ella podía ver todo alrededor de ella.
Su corazón se detuvo.
Nicholas estaba parado delante de ella, sus ojos eran de un azul pálido, tan pálido como los de ella cuando perdía su visión. Sus labios estaban hinchados y amoratados, uno de sus ojos estaba negro y azul.
La sangre seca formaba una costra sobre su nariz y oreja. Sus ropas estaban también rotas y ensangrentadas.
Él tenía roto los huesos y nunca le había dicho ni una palabra acerca de ello.
Ella se sofocó al ver la sangre que todavía manaba del brazo, donde Thanatos lo había apuñalado.
Él le dio su mochila, luego tanteó nerviosamente la maquina de nieve hasta que arrancó.
—Vete, Astrid. Fairbanks está en línea recta por ese camino —. Él indicó una senda a través del bosque. —No te detengas hasta que logres llegar.
—¿Qué hay acerca de ti?
—No te preocupes por mí.
—¡Nicholas! –le gritó ella. —No te dejaré aquí para morir.
Él le ofreció a ella una sonrisa triste mientras ahuecaba su cara entre sus manos. —Está bien, princesa. No me importa morir por ti.
La besó suavemente en los labios.
Thanatos atravesó la puerta de la cabaña.
—Súbete a la maquina de nieve, Nicholas. ¡Ahora!
Él negó con la cabeza. —Es mejor así, Astrid. Si estoy muerto, entonces él no tendrá una razón para lastimarte.
Su corazón se destrozó ante sus palabras. Ante el sacrificio que él estaba dispuesto a hacer por ella.
Ella comenzó a protestar, pero la maquina de nieve comenzó a andar. Ella trató de frenarla, pero Nicholas debía estar usando sus poderes para mantenerla encendida.
Lo último que ella vio fue un Nicholas ciego dando la vuelta para enfrentar a Thanatos.
Ash agarró a Simi de los brazos de Artemisa en el mismo momento en que ella se materializó delante de él.
Acunó a su "bebé" amorosamente entre sus brazos mientras la llevaba a la cama de Artemisa.
—¡Akri! —gimió Simi, hocicando contra su pecho. —La Simi está muy herida. Tú me dijiste que no podía lastimarme.
—Lo sé, Sim, lo sé —. Él la mantuvo cerca, medio asustado de mover hacia atrás su vendaje provisional y ver el daño que le habían hecho.
Sus lágrimas caían por sus mejillas, haciendo que sus propios ojos se llenaran de lágrimas. Por costumbre, comenzó a cantarle, un antiguo arrullo Atlante que él solía cantarle cuando ella era apenas poco más que una recién nacida.
Ella se calmó un poco.
Ash secó las lágrimas de sus mejillas frías, luego separó la tela.
Su daga la había atravesado, esquivando por muy poco su corazón, pero la herida estaba limpia y el flujo sanguíneo se había desacelerado. Gracias a Nicholas, sin duda.
Él le debía al hombre más que de lo que él alguna vez podría recompensarle.
Convocando sus poderes, Ash posó su mano sobre su herida y cicatrizó la lesión.
Simi echó un vistazo a su pecho, luego ella lo miró. —¿Simi esta mejor?
Él asintió con la cabeza y sonrió. —Simi esta mejor.
Simi se miró el pecho. Levantó su camisa y miró debajo de ella, también, como para asegurarse a sí misma que estaba bien.
Riéndose, ella se lanzó a sus brazos.
Ash la abrazó, agradecido inmensamente de que ella no hubiese muerto.
Él la sostuvo cerca hasta que ella lloriqueó para que la dejara ir.
Besando su frente, él la soltó. —Regresa a mí, Simi.
Por una vez, ella no discutió. En forma de dragón, ella se posicionó sobre su corazón.
Estaba donde ella pertenecía.
Girando lentamente, Ash enfrentó a Artemisa.
Con desagrado, ella se paró con las manos en las caderas y con el cuerpo tenso. —Oh, vamos, no estarás todavía disgustado. Hice lo correcto. Traje eso de regreso a ti.
—¡Ella! –rugió él, haciéndola saltar. —Simi no es una cosa, Artemisa. Es una ella y quiero, siquiera por una vez, oírte decir su nombre.
Ella mostró su barbilla, desafiante. Estrechando sus ojos verdes, se forzó a sí misma a decir, "Simi"
Él asintió con la cabeza en señal de aprobación. –En lo que respecta a lo correcto… no, Artie. Lo correcto hubiera sido no robarme. Lo correcto hubiera sido escucharme cuando te dije que no crearas a otro Thanatos. Lo que tu hiciste hoy es la cosa inteligente. Por eso, no voy a hacer lo equivocado y matarte. Pero Thanatos es otro tema.
—No puedes salir de aquí para matarlo.
—No tengo que salir de aquí para matarlo.
—¡Tu bastardo! —rugió Thanatos mientras tiraba a Nicholas a un lado.
Nicholas trató de obligarse una vez más a ponerse de pie, pero su organismo ya no respondía.
No había una parte de él que no estuviera lastimada. Que no doliera.
Él todavía usaba sus poderes para mantener a la maquina de nieve andando en la dirección correcta.
Agotado, ya no tenía nada mas con qué pelear. Sin mencionar el hecho que él no podía ver a Thanatos, de todas formas.
Los golpes parecían abalanzarse sobre él desde todas direcciones.
Tal como los había recibido cuando había sido humano.
Nicholas se rió.
—¿Qué es tan gracioso?
Nicholas yacía en la nieve, congelándose y sangrando pero continuaba riéndose. —Tu. Yo. La vida en general, y el hecho de que me estoy congelando el trasero como siempre.
Thanatos pateó cruelmente su costado. —Eres psicótico.
Sí, él lo era. Pero sobre todo, estaba fatigado. Demasiado cansado para levantarse y moverse. Demasiado cansado para seguir peleando.
Él pensó en Astrid.
Lucha por ella...
Por una vez en su vida, tenía algo por qué vivir. Una razón para levantar su ciego trasero y luchar.
Apretando sus ojos trató de armarse con algunos de sus menguados poderes para usarlos en contra de la criatura.
Nicholas oyó el sonido de una daga dejando su funda.
—Nicholas —murmuró Ash en su mente.
Nicholas se sobresaltó mientras su vista volvía de nuevo, inesperadamente. —Qué diablos?
Cinco brillantes garras aparecieron en su mano izquierda.
Nicholas sonrió al verlas y formar un puño con su mano y sentir las puntas afiladas de la cubierta de los dedos en su palma.
Ash siempre lo había conocido demasiado bien.
—Hay una luna creciente entre los omóplatos de Thanatos, —murmuró Ash. — Apuñálalo y él está muerto. Artemisa nunca crea algo sin un interruptor de apagado.
Nicholas se volvió a parar.
Thanatos arqueó una ceja sorprendido. —Así que aún quieres más pelea.
—Parece que el diablo trajo de excursión su trasero hasta Alaska para ver la nieve. Vamos, estúpido, bailemos.
Nicholas lo golpeó, y Thanatos voló hacia atrás.
Parecía que Ash le había dado más que sus garras. Fuerza y poder surgieron a través de él en una forma muy diferente a cualquier cosa que él hubiese experimentado antes.
Nicholas inspiró profundamente mientras todo el dolor que sentía se extinguía.
Thanatos lo golpeó en la cara.
Nicholas se rió mientras el dolor venía y se iba. Ni siquiera lo aturdía.
Thanatos palideció.
—Bien, deberías asustarte —le devolvió el golpe. —¿Apesta cuando no eres la cosa mas mala aquí, huh?
Nicholas lo levantó y lo lanzó.
Thanatos comenzó a rodar en la nieve. Él trató de levantarse y cayó hacia atrás.
Nicholas lo siguió.
Era hora de poner fin a esto.
Él colocó su pie sobre la espalda de Thanatos para mantenerlo sujeto y abrió de un tirón su abrigo y su camisa para revelar la marca en su espalda.
Así es que Ash no había mentido.
—Puedes matarme, Dark Hunter, pero no quitará el hecho que debieras morir por haber matado a Dirce. Ella era inocente y tú la mataste.
Nicholas vaciló. —¿Dirce?
—¿Ni siquiera la recuerdas? —. Thanatos se tensó de furia mientras se contorsionaba para mirarlo acusadoramente. —Ella sólo tenía veinte años de edad cuando la mataste.
Los pensamientos de Nicholas volaron a lo que Simi le había mostrado en sus ojos...
La mujer rubia que Thanatos había empalado en su espada.
—¿Ella era tuya?
—Mi esposa, bastardo.
Nicholas clavó los ojos en la marca de Thanatos.
Él lo debería matar.
Pero no podía.
Los dos habían sido jodidos por la misma persona. Artemisa.
Y no era justo que él debiera matar a Thanatos por querer vengarse.
La venganza era algo que él entendía demasiado bien. Diablos, él había vendido su alma para vengarse. ¿Cómo podía culpar a Thanatos por hacer lo mismo?
Nicholas escuchó el sonido de una maquina de nieve dirigiéndose hacia él.
Supo sin mirar que era Astrid. Sin duda ella había dado la vuelta en el mismo momento en que él se había distraído por la pelea.
Él usó el poder que Ash le había dado para sujetar a Thanatos al suelo.
El Daimon pidió a gritos la liberación.
Él pidió a gritos su muerte.
Nicholas conocía el sonido de ambos. Muchas noches él había yacido despierto pidiendo la misma cosa.
Si él fuera compasivo, lo mataría. Pero ese no era su trabajo.
Él era un Dark Hunter, y Thanatos...
Nicholas se lo dejaría a Acheron para que tratara el asunto.
Astrid estacionó la maquina de nieve y se acercó corriendo a él.
Sus ojos eran de un azul más profundo ahora que ella podía ver.
—¿Esta él contenido?
Él asintió con la cabeza.
Ella se lanzó a sus brazos. Nicholas trastabilló hacia atrás.
—Cálmate, Princesa. La única razón por la que estoy parado y no sentado es mera fuerza de voluntad.
Astrid miró atrás de Nicholas y vio a Thanatos sobre la tierra, maldiciendo a los dos. —¿Por qué no lo mataste?
—No es mi posición. Además, estoy cansado de ser el perro faldero de Artemisa. Es hora de decirle a la “diosa vaca” que se pierda.
Astrid empalideció. —No puedes irte simplemente, Nicholas. Ella te matará.
Él sonrió desagradablemente. —Déjala probar. Estoy con ánimo para pelear —. Él bufó ante eso. –Por otra parte, siempre estoy con ánimo para pelear.
Astrid contuvo su aliento ante sus palabras. Le daban esperanza.
—¿Qué hay acerca de nosotros? –preguntó ella.
Por primera vez ella pudo ver la angustia en su cara mientras la miraba, ver el dolor en sus ojos de medianoche. —No hay ningún nosotros, Princesa. Nunca lo hubo.
Astrid abrió su boca para discutir, pero antes de poder, su madre apareció con Sasha, quien estaba en su forma humana.
Astrid la miró riéndose. —Llegas un poco tarde, Mami
—Culpa a tus hermanas. Atty me dijo que permaneciera quieta. Vine tan pronto como ella me dejó.
Sasha curvó sus labios a Nicholas quien a su vez lo miraba con rabia.
—Lo siento, Scooby, me quedé sin LivaSnaps.
Sasha frunció los labios. —Realmente te odio.
Nicholas le hizo un gesto de desprecio igual. —El sentimiento es enteramente mutuo.
Themis ignoró a los hombres mientras se dirigía a Astrid. —¿Lo has juzgado, hija?
—Él es inocente —. Ella apuntó hacia Thanatos, quien todavía los maldecía. —Allí está la prueba de su misericordia y humanidad.
Un chillido que perforaba los oídos sonó. Fue seguido por un silencio total.
—¿Qué diablos fue eso? —preguntó Nicholas.
—Artemisa –dijo Astrid al unísono con su madre y Sasha.
Themis suspiró. —No quisiera estar en el lugar de Acheron esta noche.
—¿Por qué? —preguntó Nicholas.
Fue Sasha quien contestó. —Nunca disgustes mucho a una diosa. Sabe Dios lo que le hará ella a él por haberte sacado del apuro.
Nicholas se sintió enfermo al recordar algunas cosas que Acheron le había dicho en el pasado que sugería el hecho que Artemisa volcaba su cólera en él. —¿Ella realmente no lo castiga, verdad?
Las expresiones en sus caras le dijeron la verdad.
Nicholas se sobresaltó al recordar todo las veces que Ash le había pedido que le facilitara las cosas. Todas las veces que le había dicho a Ash que se quemara en el infierno.
Sasha se abrió paso hacia Thanatos.
—¿Qué sucederá con él? —preguntó Nicholas.
Themis se encogió de hombros. —Depende de Artemisa. Él le pertenece a ella.
Nicholas suspiró. —Tal vez lo debería haber matado después de todo.
Astrid usó su manga para limpiar la sangre en su cara.
—No –dijo su madre. —Lo que hiciste por Simi y mi hija junto con la misericordia que exteriorizaste hacia Thanatos es por lo que permito que el veredicto se mantenga aún, aunque ella violó su juramento de imparcialidad.
Astrid le sonrió a él, pero él no se alegró de la forma en que las cosas habían resultado.
—Ven, Astrid –dijo su madre, —necesitamos ir a casa.
Nicholas no podía apartar la vista de ella mientras esas palabras apuñalaban su corazón como un cuchillo.
Déjala ir...
Él tenía que dejarla ir.
Y aun así, cada molécula de su cuerpo gritaba para que él la detuviera. Se estirara y tomara su mano con la de él.
—¿Tienes algo que decir acerca de eso, Dark Hunter? –preguntó su madre.
Él sí, pero las palabras no llegaron.
Nicholas había sido fuerte toda su vida. Él sería fuerte esta noche. Nunca la amarraría a él. No sería correcto.
"Algunas veces las estrellas caen a la tierra"
Él oyó las palabras de Acheron en su mente. Era cierto. Lo hacían y luego se volvían ordinarias como el resto de la tierra en el planeta.
Su estrella era única en su tipo.
Él nunca permitiría que fuese como cualquier otra. Nunca le permitiría volverse común o manchada.
No, su lugar estaba en el cielo. Con su familia.
Con su apestoso lobo favorito.
Nunca con él.
—Que tengas una vida agradable, Princesa.
Los labios de Astrid temblaron. Sus ojos estaban llenos de lágrimas no derramadas. —Tu también, Príncipe Encantado.
Su madre tomó su mano mientras Sasha recogía a Thanatos. En el parpadeo de un ojo dejaron de existir.
Todo era de la manera que había sido antes de que ella viniera.
Y aun así nada era lo mismo.
Nicholas estaba parado solo en el medio de su jardín. No había viento. Todo estaba inmóvil.
Silencioso.
Calmado.
Todo, excepto su corazón, que se estaba rompiendo.
Astrid se había ido.
Era por el bien de ella.
¿Entonces porque se sentía con el corazón destrozado?
Al dejar caer la cabeza, Nicholas advirtió la sangre que goteaba de su brazo.
Sería mejor que tratara la herida antes de que cualquier oso o lobo sintieran su olor. Suspirando, entró en su cabaña vacía, cerró la puerta y la puso los cerrojos. Cruzó el cuarto hasta la alacena y la abrió.
Realmente no había ninguna forma de curar la herida aquí. Ya que su generador nunca había sido entregado, el agua se había congelado en el frío y no había calor para deshelar nada.
Aun su peróxido estaba sólidamente congelado.
Nicholas maldijo y regresó el peróxido de nuevo a la despensa, luego agarró una botella de vodka en lugar de eso. Era un líquido lodoso y espeso, pero todavía estaba líquido.
Oyó un débil sonido viniendo del exterior. Volviendo al jardín, recuperó la mochila que Astrid había dejado. El visón y sus crías estaban todavía dentro y aún enojadizos.
Ignorándolos, Nicholas sacó su teléfono. —¿Sí? –dijo, contestando.
—Es Jess. Acabo de recibir una llamada de Acheron diciéndome que regrese con Andy a casa. Quería comunicarme primero contigo, asegurarme que todavía estas vivo.
Nicholas tomó al visón y las crías y las llevó a su casa, colocándolos dentro de la seguridad de la estufa. —Ya que contesté el teléfono, supongo que sí, todavía estoy vivo.
—Sabiondo. ¿Aún necesitas que vaya a buscar a Astrid?
—No, ella... —se ahogó al tratar de decir la palabra. Aclarándose la voz, se forzó a decirlo. —Ella se fue.
—Lo siento.
—¿Por qué?
El silencio quedó suspendido entre ellos.
Después de unos pocos segundos, Jess habló otra vez. —¿Ya que estamos, alguien te contó sobre Sharon? En toda la conmoción, no tuve tiempo.
Nicholas hizo una pausa, su mano en la estufa. —¿Qué sucede con ella?
—Thanatos la hirió tratando de encontrarte, pero ella estará bien. Otto va a quedarse aquí por un par de días más para asegurarse que tenga una casa nueva y alguien que cuide de ella cuando regrese del hospital. Sólo pensé que querrías saber. Yo... uh... le envié algunas flores de tu parte.
Él dejó escapar el aire lentamente. Le angustiaba que ella hubiera sido herida y él ni siquiera lo había sabido. Él arruinaba todo lo que tocaba. —Gracias, Jess. Ha sido un gesto amable lo que has hecho por mí. Te lo agradezco.
Algo golpeó el aparato receptor del teléfono. Duramente. Causó que la oreja de Nicholas timbrara.
—¿Perdón? —preguntó Jess con incredulidad. —¿Es Congelado Nicholas con quien estoy hablando, correcto? ¿No es alguna persona extraña?
Él sacudió la cabeza mientras Jess se burlaba. —Soy yo, estúpido.
—Oye, ahora, eso es mucho más personal. No necesito saber tanto acerca de ti.
Nicholas sonrió sin entusiasmo. —Cállate.
—Bien, entonces. Voy a dirigirme fuera y dejar a Mike sacar mi trasero de aquí mientras todavía queda algo sin congelarse… Oh, oye, ya que estamos, Spawn se fue hace un rato. Dijo que te dijéramos que no te preocupes en devolver su teléfono. Sabes, él es bastante bueno para ser un Apolita y él no está tan lejos de aquí. Tal vez deberías llamarlo en alguna ocasión.
—¿Estas jugando a casamentero?
—Um, no. Definitivamente no, y otra vez me enloqueces con ese pensamiento. He oído bastantes historias acerca de ustedes griegos y todo eso. De hecho, te diré qué, mejor te olvidas que dije cualquier cosa acerca de Spawn. Me estoy yendo de aquí. Cuídate, Z. Te veré en la web.
Nicholas colgó el teléfono y lo apagó. Para qué lo querría. Jess era la única persona que alguna vez lo llamaría, de cualquier manera.
Se paró en el centro de su cabaña, sufriendo tanto que apenas podía respirar.
Solo, ahora, necesitaba a Astrid en una forma que desafiaba su habilidad de comprensión. Él quería algo de ella.
No, él necesitaba algo.
Haciendo a un lado la estufa, regresó al túnel donde él podría recordarse sosteniéndola. Aquí abajo en la oscuridad, él podría fingir que ella estaba todavía con él.
Si cerraba sus ojos, él aun podría fingir que ella estaba en sus sueños.
Pero no era ella. No realmente.
Nicholas dejó escapar una respiración entrecortada y recogió su abrigo del piso. Al comenzar a ponérselo, percibió un aroma de rosas.
Astrid.
Él apretó firmemente el abrigo contra su piel, enterrando su cara profundamente en el pelaje a fin de poder capturar su perfume.
Él lo sostuvo con manos temblorosas mientras las emociones y los recuerdos chocaban a través de él, atormentándolo.
La necesitaba.
Oh, dioses, la amaba. Él la quería más de lo que alguna vez había imaginado posible. Él recordaba cada toque que ella le había dado. Cada risa que ella había tenido a su alrededor.
La forma en que ella lo hizo humano.
Y él no quería vivir sin ella. Ni por un momento. Ni tan solo uno.
Nicholas cayó en sus rodillas, incapaz de soportar el pensamiento de nunca volverla a ver.
Sosteniendo su abrigo que olía a ella, él lloró.
Ash se apartó de Nicholas, dándole privacidad en su desconsuelo.
Artemisa estaba afuera en el patio del templo, teniendo una de sus rabietas de griterío sobre el veredicto mientras él estaba solo en su sala del trono con Simi segura en su pecho.
—Que tontos son estos mortales –suspiró él.
Por otro lado, él también había sido un tonto por amor. El amor hace tonto a todo el mundo. Dioses y hombres del mismo modo.
Es más, él no podía creer que Nicholas hubiera dejado ir a Astrid más de lo que podía creer que Astrid se hubiera ido.
Och mensch!
Artemisa se materializó ante él. —¿Cómo es esto posible? –denostó ella. —¡Nunca en toda la historia de su vida ella juzgó a un hombre inocente!
Él la miró serenamente. —Sólo porque ella nunca antes había juzgado a un “hombre inocente".
—¡Te odio!
Él se rió amargamente de eso. —Oh, no me hagas ilusionar. Casi me provocas una erección con ese pensamiento. Al menos dime que esta vez tu odio durará más de cinco minutos.
Ella trató de abofetearlo, pero él atrapó su mano. En lugar de eso ella lo besó, luego se apartó de sus labios gritando.
Ash negó con la cabeza mientras ella se desvanecía otra vez.
Ella se calmaría con el tiempo. Ella siempre lo hacía.
Pero él tenía otras cosas por las que preocuparse por el momento.
Cerrando los ojos, traspaso la distancia entre el Olimpo y el mundo humano.
Allí él encontró lo que buscaba.
Nicholas levantó su cabeza para encontrarse en el centro de un cuarto blanco y dorado. Era enorme, con un cielo raso en forma de cúpula grabado en oro en relieve con escenas de la fauna silvestre. El cuarto estaba rodeado con columnas blancas de mármol y en el centro un sofá grande de marfil.
Lo que lo asombró más fue ver a Acheron parado delante del sofá, clavando los ojos en él con esos cambiantes ojos de plata tan extraños.
El Atlante tenía el pelo rubio, dorado y se veía extrañamente vulnerable, lo que para Acheron era imposible. Estaba vestido en un par de pantalones de cuero negros apretados y una camisa de seda negra con mangas que estaba desabotonada.
—Gracias por Simi –dijo Acheron, inclinando su cabeza hacia él. —Aprecio lo que hiciste por ella cuando estaba herida.
Nicholas aclaró su garganta, se paró sobre sus pies, y dirigió una mirada enojada a Acheron. —¿Por qué jodiste con mi cabeza?
—Tuve que hacerlo. Hay algunas cosas que es mejor que las personas no las conozcan.
—Me dejaste pensar que había matado a mi propia gente.
—¿La verdad habría sido más fácil para ti? En lugar de la cara de la vieja arpía, habrías estado obsesionado por la cara de una joven y de su esposo. Sin mencionar que habrías tenido el conocimiento para matar cualquier Cazador Oscuro que se cruzara en tu camino, incluyendo a Valerius, y haciendo eso, yo no hubiera podido salvarte. Nunca.
Nicholas se sobresaltó ante la mención de su hermano. Tanto como él odiaba admitirlo, Ash tenía razón. Él muy bien habría usado su conocimiento para matar a Valerius. —No tienes derecho de jugar con las mentes de las personas.
El acuerdo de Acheron lo dejó estupefacto. —No, no lo tengo. Y aunque parezca mentira, rara vez lo hago. Pero no es por eso que estás realmente disgustado en este momento, ¿no es así?
Nicholas se tensó. —No sé que quieres decir.
—Sí lo sabes, Z —cerró los ojos y levantó la cabeza como si escuchara algo. —Conozco cada pensamiento dentro de ti. Tal como hice esa noche que mataste a los Apolitas y Daimons después de Taberleigh. Traté de darte tranquilidad de espíritu eliminando tus recuerdos, pero no lo aceptaste. No pude detener tus sueños y M'Adoc no pudo hacer nada. Por eso me disculpo. Pero ahora mismo tienes un problema mucho mayor que el que te hice cuando traté de ayudarte.
—¿Sí? ¿Cuál es?
Acheron levantó una mano y proyectó una imagen en su palma.
Nicholas contuvo la respiración al ver a Astrid llorando. Ella estaba sentada en un atrio pequeño con otras tres mujeres que la sostenían mientras ella lloraba.
Él caminó hacia la imagen, sólo para recordar que él realmente no podía tocarla.
—Duele demasiado —ella sollozaba.
—Atty, ¡haz algo! –dijo una mujer rubia, mirando a la mujer pelirroja que parecía ser la mayor. —Ve a matarlo por herirla así.
—No –sollozó Astrid. —No te atrevas. Nunca te perdonaré si lo lastimas.
—¿Quiénes son esas mujeres que están con ella? —preguntó Nicholas.
—Los Tres Destinos. Atty, o Átropos, es la de pelo rojo. Clotho es la de cabello rubio que esta abrazando a Astrid, y la de pelo oscuro es Lachesis, o Lacy.
Nicholas las miró, su corazón quebrándose ante el dolor que él le había causado a Astrid. Lo último que alguna vez querría, sería lastimarla. —¿Por qué estás mostrándome esto?
Acheron contestó a su pregunta con una suya. —¿Recuerdas lo que te dije en Nueva Orleáns?
Nicholas lo miró sardónicamente. —Me dijiste un montón de mierda allí.
Entonces Acheron lo repitió. —El pasado está muerto, Z. Mañana se convertirá en cualquier decisión que hagas.
La mirada de Acheron ardió en él. —Con ayuda de Dionisio lo arruinaste en la noche de Nueva Orleáns cuando atacaste a los policías, pero te compraste otra oportunidad cuando salvaste a Sunshine —. Ash señaló a Astrid. —Tienes otra elección crucial aquí, Z. ¿Qué decidirás?
Acheron cerró su mano y la imagen de Astrid y sus hermanas desapareció.
—Todo el mundo merece ser amado, Nicholas. Incluso tú.
—¡Cállate! —gruñó él. —No sabes lo que estas diciendo, Su Alteza —. Nicholas escupió el título. Él estaba tan harto de personas sermoneándole cuando desconocían por lo que él había pasado.
Era fácil para alguien como Acheron hablarle a él sobre amor. ¿Qué sabía un príncipe sobre personas odiándole? ¿Despreciándole?
¿Cuándo alguien alguna vez había escupido al Atlante?
Pero Acheron no habló.
Al menos no con palabras.
En lugar de eso, una imagen entró en la mente de Nicholas. Una de un adolescente rubio atado con cadenas en la mitad de una antigua casa griega. El niño estaba sangrando mientras era golpeado.
Él rogaba a los que estaban a su alrededor por misericordia.
La respiración de Nicholas quedó atrapada al reconocer al joven...
—Te entiendo en un modo que nadie más puede —dijo Acheron quedamente.
—Tienes una rara oportunidad, Z. No la jodas.
Por primera vez en toda la vida, él escuchó a Acheron. Y lo miró con un respeto recién adquirido.
Eran mucho más parecidos de lo que él podría haber imaginado y se preguntó cómo había encontrado Acheron la humanidad que había abandonado Nicholas tanto tiempo atrás.
—¿Qué ocurre si la lastimo? —preguntó Nicholas.
—¿Planeas lastimarla?
—No, pero no puedo vivir aquí y ella...
—¿Por qué no le preguntas a ella, Z?
—¿Qué hay acerca de su madre?
—¿Qué hay acerca de ella? Estabas dispuesto a enfrentarte a Artemisa por Thanatos. ¿Es que Astrid no vale tanto así?
—Más —. Él encontró la mirada fija de Ash con determinación. —¿Dónde esta ella?
Antes de que Nicholas pudiera pestañar, se encontró en el atrio que Acheron le había mostrado.
Atty miró hacia arriba con un siseo. —¡Ningún hombre tiene permitido estar aquí!
La que Acheron había llamado Clotho comenzó a atacarlo. Pero ella se paró abruptamente al aparecer Acheron al lado de él.
Nicholas las ignoró mientras se concentraba en Astrid que estaba sentada allí con lágrimas en sus ojos, mirándolo como si él fuese una aparición.
Su corazón golpeaba, él caminó hacia ella y se arrodilló delante de su silla.
—Se supone que las estrellas no lloran —murmuró él a fin de que sólo ella lo pudiera oír. —Se supone que ríen.
—¿Cómo puedo reírme cuando no tengo corazón?
Él tomó su mano entre las de él y besó la punta de cada dedo. —Tienes un corazón —colocó su mano sobre el suyo. —Uno que sólo late por ti, Princesa.
Ella le ofreció una sonrisa temblorosa. —¿Por qué estas aquí, Nicholas?
Él apartó las lágrimas de sus mejillas. —Estoy aquí para recoger a mi rosa, si es que ella volverá a casa conmigo.
—Ni siquiera vayas allá –lloró Atty. —¿Astrid, por favor no me digas que vas a escuchar esas tonterías?
—Él es un hombre hermanita —. Lacy se unió a la conversación. —Si sus labios se mueven, entonces él esta mintiendo.
—¿Por qué ustedes tres no se quedan fuera de esto? –dijo Acheron.
Atty se tensó. —¿Perdón? Somos los Destinos y...
Una mirada de soslayo de Acheron cortó su oración.
—¿Por qué no los dejamos solos? –dijo Atty dijo a sus hermanas. Las tres se apresuraron a salir mientras Acheron observaba a Nicholas y a Astrid con sus brazos cruzados sobre pecho.
Nicholas todavía no había quitado su mirada de Astrid. —¿Vas a volverte un mirón, Ash?
—Depende. ¿Vas a darme algo que mirar?
—Si te quedas parado allí, entonces sí —. Él miró sobre su hombro entonces.
Acheron inclinó su cabeza y dio la vuelta para salir. Mientras hacía eso, la brisa atrapó una porción de su camisa y la voló hacia atrás, mostrando una porción de un hombro.
Nicholas miró los verdugones rojos que revelaba. Verdugones que él sabía por experiencia que venían de un látigo.
—¡Un momento! –dijo Astrid parando a Acheron. —¿Qué hay acerca del alma de Nicholas?
Acheron se tensó muy ligeramente antes de llamar, —¿Artemisa?
Ella brilló tenuemente al lado de él.
—¿Qué? –respondió ella gruñendo.
Él inclinó la cabeza hacia ellos. —Astrid quiere el alma de Nicholas.
—Oh, como si me importara, y ¿qué esta haciendo él aquí de cualquier manera? —. Ella entrecerró sus ojos en Astrid. —Deberías tener mejor criterio que traerlo aquí.
Ash despejó su garganta. —Yo traje a Nicholas aquí.
—Oh —. Artemisa se calmó instantáneamente. —¿Por qué hiciste eso?
—Porque ellos deben estar juntos. —Él sonrió irónicamente. —Está predestinado.
Artemisa puso sus ojos en blanco. —Aún no voy hacia allá.
Astrid se paró. —Quiero al alma de Nicholas, Artemisa. Devuélvesela a él.
—No la tengo.
Todos se quedaron estupefactos por sus palabras.
—¿Que quieres decir con que no la tienes? –preguntó Acheron, su tono cortante y enojado. —No me digas que la perdiste
—Por supuesto no —. Ella miró a Nicholas y a Astrid, y si Nicholas no la conociera mejor, él diría que ella parecía un poco avergonzada. —Nunca la tomé realmente.
Todos, los tres, clavaron los ojos en ella con incredulidad.
—¿Puedes repetirlo otra vez? —preguntó Ash.
Artemisa frunció sus labios al mirar a Nicholas. —No la podía tomar. Eso habría involucrado que lo tocara y él era asqueroso en aquel entonces —. Ella se estremeció. —No había ninguna manera de que yo pusiera mi mano en él. Él apestaba.
Acheron boquiabierto, miró a Nicholas. —Eres un bastardo afortunado —. Luego se volvió hacia Artemisa. —¿Si no lo tocaste, cómo ha sido él un Cazador Oscuro inmortal todo este tiempo?
Artemisa dijo con arrogante desdén. —¿No sabes todo después de todo, no, Acheron?
Él dio un paso hacia ella y ella chilló, poniendo más distancia entre ellos.
—Le inyecté ichor –dijo ella rápidamente.
Nicholas quedó aturdido. Ichor era un mineral encontrado en la sangre de los dioses que se decía era para hacerlos inmortal.
—¿Qué hay acerca de sus poderes de Dark Hunter? –preguntó Acheron.
—Esos se los di separadamente, junto con los colmillos y otras cosas a fin de que no te percataras que él no era como los demás.
Acheron la miró con cansancio y repugnancia. —Oh, sé que voy a odiar la respuesta a esto. Pero tengo que saber. ¿Qué hay acerca del sol, Artemisa? Ya que él tiene su alma me imagino que a él nunca lo afecto la luz del día, no?
La expresión en su cara lo confirmó.
—¡Eres una perra! –gruñó Nicholas, abalanzándose sobre ella.
Para su sorpresa, fue Acheron quien lo detuvo antes de alcanzarla.
—Déjame ir. ¡Quiero arrancarle la garganta!
Astrid lo jaló hacia atrás. —Déjala sola, Nicholas. Ella tiene sus propios problemas.
Nicholas siseó a Artemisa, dejando al descubierto sus colmillos.
Colmillos que instantáneamente dejaron de existir.
Nicholas pasó su lengua sobre sus dientes humanos.
—Un regalo –dijo Acheron.
Nicholas se calmó un grado y aún más cuando él se percató que Astrid tenía sus brazos envueltos alrededor de su cintura. Su parte delantera estaba apretada contra su espalda y podía sentir sus pechos en contra de su columna vertebral.
Cerrando los ojos, saboreó el sentirla.
—Estas libre de Artemisa, Nicholas –dijo Astrid en su oreja. —Has sido juzgado inocente y eres inmortal. ¿Dime, qué quieres hacer con el resto de tu eternidad?
—Quiero recostarme en una playa en algún lugar caliente.
El corazón de Astrid se detuvo ante sus palabras. Ella tontamente había pensado que él diría algo acerca de ella.
—Ya veo.
—Pero sobre todo –dijo él, volviéndose entre sus brazos para enfrentarla, —quiero disgustar a todos.
—¿A todo el mundo? –preguntó ella, su corazón rompiéndose aún más.
—Si... –dijo él, concediéndole una rara sonrisa. —Por lo que me figuro, si yo te dejo, sólo tú y yo estaremos descontentos. Si te llevo conmigo, entonces todo el mundo, menos nosotros, se disgustará, especialmente esa cosa sarnosa que llamas lobo. Eso tiene mucho atractivo para mí.
Ella arqueó una ceja ante eso. —Si estás tratando de hacerme la corte con eso, entonces Príncipe Encantado, vas...
Él detuvo sus palabras con un beso tan supremo que los dedos del pie se le curvaron. Su corazón golpeaba.
Nicholas mordió sus labios, luego se hizo para atrás para mirarla. –Vente conmigo, Astrid.
—¿Por qué debería?
Su mirada ardió en la de ella. —Porque te amo, e incluso yaciendo bajo el mismo sol me congelaré allí sin ti. Necesito mi estrella a fin de que pueda oírla reír.
Riéndose con excitación, ella le dio un beso "esquimal". –Bora-Bora, aquí vamos.
Nicholas completó sus palabras con un beso real.
Uno realmente l—a—r—g—o.



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Mensaje por Invitado Sáb 20 Feb 2010, 1:39 pm

Awwwwwwwwwwwwwww bailando con el diablo - "Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 3 Icon_sad bailando con el diablo - "Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 3 Icon_eek

amee los capituloos! y mas el 14!!

NICHOLAS ME AMA!!


dioos, mas bella no puede ser bailando con el diablo - "Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 3 Icon_biggrin bailando con el diablo - "Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 3 Icon_smile

siguela pleaseee!!


Byee
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Mensaje por Invitado Dom 21 Feb 2010, 5:34 am

OMG!!!
Meee encantoo el caap14;
Lloree y toodoo.... :(

muuacks! :hug:


jordiina;)
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Mensaje por Invitado Dom 21 Feb 2010, 1:05 pm

u_u Lloree !
Pero lo amee
y me salio rima
jojojoj no sse rian ¬¬
En serioo supr

S I G U E L A :D
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Mensaje por Belieber&Smiler♥ Dom 21 Feb 2010, 1:25 pm

Este es el ultimo capitulo despues viene es Epilogo y se termina. :(
pero voy a hacer otra que se va a llamar Aferrate a la noche Pero creo que la voy a hacer con Joe :| No estoy segura :P :D


Capítulo 15
Ash abrió la puerta de la pequeña y restringida celda, donde Thanatos estaba detenido.
Parte de él quería la sangre del hombre por la vida de Bjorn que Thanatos había tomado, y por la gente que había lastimado. Sobre todo, quería su sangre por Simi y el miedo que había sufrido recientemente.
Pero parte de él entendía por qué Thanatos había perdido la razón.
Él también poseía cierto grado de locura. Era lo que lo había mantenido vivo estos últimos once mil años.
Thanatos lo miró mientras él entraba, su cara pálida y atormentada. —¿Quién eres?
Ash se hizo a un lado, así la luz de afuera podía iluminar al hombre en el piso. —Sólo llámame el destino final. He venido a ti para concederte paz, pequeño hermano.
—¿Vas a matarme?
Ash negó con la cabeza mientras se agachaba y sacaba su daga de la funda en la cintura de Thanatos. Él la sostuvo y miró los antiguos grabados que cubrían la hoja. Como todas las dagas Atlantes, esta era ondulada desde la empuñadura hasta la punta. La empuñadura en cruz, era oro sólido y tenía un rubí grande en su centro.
Era la daga de personas muertas hacía mucho tiempo, que eran más mito que realidad. Un tesoro como este estaba más allá de ningún valor.
En las manos de la persona equivocada esta arma podía hacer más que sólo lastimar a Simi. Podía destruir al mismo mundo.
Una oleada de furia lo atravesó. A veces, era casi imposible no matar a Artemisa.
Pero no estaba aquí por eso. Le gustara o no, él estaba aquí para protegerla, aún de su propia estupidez.
Ash convocó sus poderes Atlantes y los usó para disolver la daga en la nada.
Nadie, nunca, lastimaría a su Simi otra vez.
Y nadie destruiría el mundo. No mientras él estuviese aquí para cuidarlo.
Él extendió su mano a Thanatos. —Ponte de pie, Callyx. Tengo una opción para ti.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Ash esperó hasta que él tomara su mano antes de jalarlo para ponerlo de pie y contestar a su pregunta. —Sé todo acerca de ti y siento mucho todo lo que has perdido. Incluso estoy más que apenado por no haber podido detenerlo.
—¿Fueron los poderes de Thanatos, no es así? —dijo él quedamente. —El otro Thanatos mató a mi esposa, no Nicholas.
Ash asintió con la cabeza. Él había tratado de borrar los recuerdos de Callyx en ese momento, tantos siglos antes, pero Artemisa había devuelto la memoria al Apolita a fin de que poderlo convertir en su sirviente.
—Los humanos tienen un dicho viejo. El poder absoluto destruye absolutamente.
—No –murmuró Callyx. —La venganza absoluta hace eso.
Ash estaba contento de ver que alguna claridad había recobrado el Apolita mientras había sido desterrado a este infierno.
—¿Dijiste que tenías una opción para mí? —preguntó Callyx con vacilación.
—He negociado un pacto a fin de que puedas estar suelto en los Campos Eliseos para tu descanso eterno o te puedo colocar vivo en tu edad actual en Cincinnati, Ohio.
Callyx frunció el ceño. —¿Qué es Cincinnati, Ohio?
—Es una bonita ciudad en un país llamado América.
—¿Por qué querría ir allá?
—Porque hay una estudiante de segundo año en la Universidad de Ohio, que se especializa en baile, que pienso que podrías querer conocer —. Ash abrió su mano y le mostró una foto de la chica. Ella era preciosa, con largo cabello rubio y grandes ojos azules, estaba parada en un círculo de amigos después de clase.
—Dirce —susurró Callyx, su voz quebrándose al decir su nombre.
—En realidad, ella es ahora Allison Grant. Una mujer humana.
Los ojos de Callyx estaban atormentados al encontrar la mirada de Ash. —Pero sería un Apolita, condenado a morir en unos pocos años.
Él negó con la cabeza ligeramente. —Si eliges estar con ella, entonces serás humano, también. No recordarás nada sobre ser Callyx o Thanatos. En tu mundo no habrá nada como Daimons o Apolitas. Ningún Cazador Oscuro o dioses antiguos. Desconocerás completamente todo esto.
—¿Entonces cómo la encontraré si no voy a recordar quién soy yo?
Ash cerró su mano a fin de que Dirce ya no fuera visible. —Me aseguraré que la encuentres. Lo juro. Serás un estudiante allí, también.
—¿Y la familia?
—Serás un huérfano cuyo tío rico Ash murió y te hizo único heredero de su fortuna. A ninguno de los dos les hará falta algo mientras vivan.
Los labios de Callyx temblaron. —¿Harías eso por mí siendo que yo maté a uno de tus hombres?
La mandíbula de Ash se crispó ante la mención de Bjorn. —El perdón es la mejor parte del valor.
—Siempre pensé que era la cautela.
Ash sacudió su cabeza. —La cautela es fácil. Es encontrar el coraje de perdonarte a ti mismo y a otros lo que es difícil.
Callyx pensó en silencio por varios minutos. —Eres un hombre sabio.
Ash se sonrió a medias. —No realmente. ¿Entonces, has decidido?
La mirada de Callyx ardía al fijarla en la de él, antes de que diese la respuesta que Ash sabía que daría. —No hay elección. ¿Cómo puedo conocer el paraíso sin Dirce? Quiero ir a Cincinnati.
—Pensé que podrías sentirte así.
Dando un paso atrás, Ash le concedió a Callyx su deseo.
Solo, en la celda de Thanatos, Ash recorrió con la mirada las paredes oscuras, malsanas y húmedas y luchó contra sus propios demonios. Artemisa no había tenido derecho a condenarle a esto.
Un día ella iba a obtener su merecido castigo.
Pero primero estaba el tema de Dionisio del que ocuparse. La próxima vez que el dios del vino quisiera soltar una de las mascotas de Artemisa sobre los hombres de Ash, lo pensaría dos veces.
Él también tenía otras personas de quienes ocuparse. Todavía estaba el pequeño asunto de borrar de la memoria de Jess, Syra, y los Escuderos la información acerca de la marca del arco y la flecha.
Sin duda debería suprimir la de Nicholas también, pero a él ya le había hecho bastante daño.
Nicholas no se lo diría a nadie y él tenía cosas más importantes de las que ocuparse.
Además, si todo resultaba de la forma que Ash suponía, entonces Nicholas aprendería cosas mucho más interesantes acerca de él y los Cazadores Oscuros que el secreto de su marca.
Artemisa estaba sola, sentada sobre su trono, jugueteando con sus almohadas. Acheron se había ido hacía mucho tiempo y ella comenzaba a preocuparse.
Él no podía dejar el Olimpo, pero podía hacer otras cosas...
Cosas que la podían meter en una gran cantidad de problemas si Zeus alguna vez se enteraba de ellas.
Tal vez ella había sido estúpida al darle una tarde de libertad en su montaña.
Ya estaba lista a salir a buscarlo cuando las puertas del templo se abrieron.
Ella sonrió al ver a Acheron caminar a grandes pasos a través de ellas.
Su Acheron estaba bellísimo.
Su largo cabello rubio fluía alrededor de sus hombros y los pantalones de cuero negro abrazaban un cuerpo que había sido creado para la seducción. Un cuerpo hecho para complacer a otros.
Las puertas se cerraron detrás de él.
Su cuerpo estaba caliente, ella se paró ante la dulce expectación. Reconoció la fiera mirada en sus ojos.
El hambre crudo, puro.
El deseo fluyó denso y pesado en sus venas mientras, repentinamente, sentía la humedad entre sus piernas.
Éste era el Acheron que ella más amaba.
El depredador. El que tomaba lo que quería y no negociaba.
Sus ropas se disolvieron de su cuerpo mientras se acercaba a ella.
Ella hizo lo mismo.
Ella tembló ante la magnitud de sus poderes. Poderes que ponían en ridículo los de ella.
Él había pasado demasiado tiempo sin alimentarse. Ambos lo sabían. Cuando él alcanzaba un cierto punto, su compasión moría y él se volvía amoral e insensible.
Él había alcanzado ese punto.
Ella gimió mientras él la agarraba y atraía cerca de su cuerpo duro y musculoso. Su erección ardía contra su cadera.
—¿Qué quieres, Acheron? –preguntó ella, pero su estado sofocado traicionó su fingida indiferencia.
Su mirada caliente barrió su cuerpo desnudo, haciéndola arder aún más. —Sabes lo que quiero —dijo él roncamente en Atlante. —Después de todo, estoy en la cima de la Cadena Alimenticia y tú... eres la comida.
Sus ojos brillaron rojos mientras le separaba los muslos.
Artemisa gimió y se corrió tan pronto él se introdujo en forma dominante.
Sintió vértigo, lo mantuvo cerca, corriendo sus manos sobre su espalda suave, musculosa, mientras él empujaba profundamente en su interior repetidas veces con un ritmo duro que la hizo marear.
Sí, esto era lo que ella quería. Éste era el Acheron del que ella se había enamorado. El hombre por el que ella desafiaría aun a los mismos dioses, para conservarlo.
El hombre por quien ella había roto todas las regla a fin de poderlo amarrar a ella por siempre.
Le hizo el amor furiosamente, su hambre forjándose y abrazando la de ella.
Artemisa inclinó su cabeza a un lado en espera de lo que sabía que vendría.
Los ojos de Acheron ardieron como fuego rojo un instante antes de que él bajara la cabeza y hundiera sus dientes en el cuello de ella, a fin de poder alimentarse.
Artemisa gritó mientras se corrían al unísono. Sus poderes la atravesaron, cegándola a todo excepto la percepción poderosa de él dentro a ella.
Ella podría fingir manejarlo todo lo que ella quisiera, pero al terminar el día ella sabía la verdad.
Él la manejaba.
Y ella lo odiaba por eso.
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Mensaje por Invitado Dom 21 Feb 2010, 1:25 pm

SIGUELAAA!
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Mensaje por Belieber&Smiler♥ Dom 21 Feb 2010, 1:40 pm

Que mas da? voy a subir el epilogo ahora xD :P
Ustedes díganme si la próxima nove la quieren con Joe o Nick :|


Epílogo

BORA BORA

Nicholas yacía en la playa dejando que el sol y el viento caliente quemaran su piel. ¡Oh, poder sentir eso!
Habían estado aquí cerca de un mes y todavía no había tenido lo suficiente de estar en la playa.
De estar con Astrid, día y noche.
Sintió que algo frío caía en su pecho.
Abriendo los ojos, vio a Astrid encima de él, sonriéndole mientras lo miraba. Ella tenía un pequeño tazón en una mano y un vaso en la otra.
—Cuidado, Princesa, sabes que odio cuando algo frió me toca de repente.
Ella se arrodilló a su lado, y dejó el tazón a un costado antes de secar la gota de agua de su pecho, su toque fue más ardiente que el sol.
Su mirada recorría su cuerpo, hasta sus cortos pantalones de natación que ahora tenían un abultamiento bastante grande en ellos.
Ella sonrió malvadamente. —Sabes, recuerdo haber visto una película una vez...
Él sospechó del brillo de sus ojos. —¿Sí?
Ella sacó un cubito de hielo de su vaso y lo colocó en su boca.
Nicholas observó, traspasado por la visión de ella lamiéndolo.
Lo sacó y lo colocó sobre su piel.
—Astrid.
—Shh –dijo ella, rodeando su pezón hasta que estuvo duro y firme. Ella sopló su aliento caliente sobre este, causando que se hinchara aún más. —¿Sabes cual es la mejor parte acerca de tener frío, no?
—¿Cuál?
—Entrar en calor.
Nicholas gimió mientras ella bajaba su boca y daba golpecitos con su lengua atrás y adelante sobre su pezón.
Cuando ella se echó hacia atrás, él lloriqueó una pequeña protesta.
Lo ignoró y eludió sus manos.
—Antes de que me olvide –dijo ella, apartando juguetonamente a un lado sus manos, —y si continúo haciendo esto, seguro me olvidaré, tengo algo para ti.
Nicholas se apoyó en sus codos. —Por favor no me digas que Scooby viene a visitarnos.
Ella puso los ojos en blanco. —No. Sasha se esta quedando en el Santuario en Nueva Orleáns por el momento. Ya que hemos estado quedándonos en la playa se rehúsa a venir y ver tu trasero desnudo, le da miedo quedarse ciego por eso.
Nicholas la miró menos que divertido. —¿Entonces qué es?
Ella le dio su tazón.
Nicholas miró el contenido, lo cual le recordó un poco al Jell-O de limón. —¿Qué es esto?
—Ambrosía. Un mordisco de esto y te puedo llevar a casa conmigo, al Olimpo. De otra manera tengo que dejarte aquí en tres días e ir a casa sola.
—¿Por qué?
Ella alisó el ceño fruncido de su frente con las puntas de sus dedos. —Sabes que no puedo vivir en la tierra. Sólo puedo quedarme por un breve tiempo. Si quieres, puedes quedarte y regresaré cuando pueda, pero...
Él detuvo sus palabras con un beso.
Nicholas la atrajo. —¿Qué dirán los otros cuando aparezcas con un esclavo a tu lado?
—No eres un esclavo, Nicholas, y no me importa lo que digan. ¿A ti?
Él bufó. —De ningún modo.
Ella sostuvo la ambrosía frente a sus labios.
Nicholas le dio un beso rápido, luego comió la ambrosía y bebió su néctar. Esperaba que le doliera o quemara, pero bajó como el algodón de azúcar que ella le dio una vez. El sabor dulce, azucarado se disolvió instantáneamente en su boca.
—¿Es todo? —preguntó suspicazmente.
Ella inclinó la cabeza asintiendo. —Exacto. ¿Qué? ¿Esperabas fuegos artificiales o algo?
—No, sólo los espero cuando te hago el amor.
—Aww –susurró ella, frotando su nariz contra la de él. —Me gusta horrores cuando me hablas dulcemente.
Nicholas besó su mano, luego comenzó a reírse mientras pensaba en todo lo que había ocurrido desde que la encontró.
—¿Qué es tan chistoso? –preguntó Astrid.
—Solo estoy pensando, aquí estoy, un esclavo que tocó una estrella que luego lo hizo un semidiós. Tengo que ser el bastardo más afortunado que alguna vez vivió.
Sus ojos azules ardieron en los de él. —Sí, lo eres, Príncipe Encantado, y nunca lo olvides.
—Créeme, Princesa. No lo haré.







FIN
Belieber&Smiler♥
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