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•Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 1 de 3. • 1, 2, 3
•Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Nombre: Un Amante de Ensueño.
Autor: Kenyon Sherrilyn.
Adaptacion: Si.
Genero: De todo un poco, pero mas bien HOT.
Advertencias: Creo que no.
Otras paginas: Otros foros, facebook y muchos lugares de los que no tengo conocimiento.
Si se me escapan algunos nombres, como Julian o Grace, es porque esos son los nombres de los protagonistas originales. Estos libros son una saga, así que primero subiré esta novela, la cual amo, por cierto, y después subiré las demás. Las otras en su mayoría son HOT. Gracias, y disfrutad de la novela!
Prólogo.
Una antigua leyenda griega.
Poseedor de una fuerza suprema y de un valor sin parangón, fue bendecido por los dioses, amado por los mortales y deseado por todas las mujeres que posaban los ojos en él. No conocía la ley, y no acataba ninguna.
Su habilidad en la batalla, y su intelecto superior rivalizaban con los de Aquiles, Ulises y Heracles. De él se escribió que ni siquiera el poderoso Ares en persona podía derrotarle en la lucha cuerpo a cuerpo.
Y, por si el don del poderoso dios de la guerra no hubiera sido suficiente, también se decía que la misma diosa Afrodita le besó la mejilla al nacer, y se aseguró de que su nombre fuese siempre guardado en la memoria de los hombres.
Bendecido por el divino toque de Afrodita, se convirtió en un hombre al que ninguna mujer podía negarle el uso de su cuerpo. Porque, llegados al sublime Arte del Amor… no tenía igual. Su resistencia iba más allá de la de cualquier mero mortal. Sus ardientes y salvajes deseos no podían ser domados.
Ni negados.
De cabello y piel dorados, y con los ojos de un guerrero, de él se comentaba que su sola presencia era suficiente para satisfacer a las mujeres, y que con un solo roce de su mano les proporcionaba un indecible placer.
Nadie podía resistirse a su encanto.
Y proclive como era a provocar celos de otros, consiguió que le maldijeran. Una maldición que jamás podría romperse.
Como la del pobre Tántalo, su condena fue eterna: nunca encontraría la satisfacción por más que la buscase; anhelaría las caricias de aquélla que le invocara, pero tendría que proporcionarle un placer exquisito y supremo.
De luna a luna, yacería junto a una mujer y le haría el amor, hasta que fuese obligado a abandonar el mundo.
Pero se ha de ser precavida, porque una vez se conocen sus caricias, quedan impresas en la memoria. Ningún otro hombre será capaz de dejar a esa mujer plenamente satisfecha. Porque ningún varón mortal puede ser comparado a un hombre de tal apostura. De tal pasión. De una sensualidad tan atrevida.
Guárdate del Maldito.
Justin de Macedonia.
Autor: Kenyon Sherrilyn.
Adaptacion: Si.
Genero: De todo un poco, pero mas bien HOT.
Advertencias: Creo que no.
Otras paginas: Otros foros, facebook y muchos lugares de los que no tengo conocimiento.
Si se me escapan algunos nombres, como Julian o Grace, es porque esos son los nombres de los protagonistas originales. Estos libros son una saga, así que primero subiré esta novela, la cual amo, por cierto, y después subiré las demás. Las otras en su mayoría son HOT. Gracias, y disfrutad de la novela!
Prólogo.
Una antigua leyenda griega.
Poseedor de una fuerza suprema y de un valor sin parangón, fue bendecido por los dioses, amado por los mortales y deseado por todas las mujeres que posaban los ojos en él. No conocía la ley, y no acataba ninguna.
Su habilidad en la batalla, y su intelecto superior rivalizaban con los de Aquiles, Ulises y Heracles. De él se escribió que ni siquiera el poderoso Ares en persona podía derrotarle en la lucha cuerpo a cuerpo.
Y, por si el don del poderoso dios de la guerra no hubiera sido suficiente, también se decía que la misma diosa Afrodita le besó la mejilla al nacer, y se aseguró de que su nombre fuese siempre guardado en la memoria de los hombres.
Bendecido por el divino toque de Afrodita, se convirtió en un hombre al que ninguna mujer podía negarle el uso de su cuerpo. Porque, llegados al sublime Arte del Amor… no tenía igual. Su resistencia iba más allá de la de cualquier mero mortal. Sus ardientes y salvajes deseos no podían ser domados.
Ni negados.
De cabello y piel dorados, y con los ojos de un guerrero, de él se comentaba que su sola presencia era suficiente para satisfacer a las mujeres, y que con un solo roce de su mano les proporcionaba un indecible placer.
Nadie podía resistirse a su encanto.
Y proclive como era a provocar celos de otros, consiguió que le maldijeran. Una maldición que jamás podría romperse.
Como la del pobre Tántalo, su condena fue eterna: nunca encontraría la satisfacción por más que la buscase; anhelaría las caricias de aquélla que le invocara, pero tendría que proporcionarle un placer exquisito y supremo.
De luna a luna, yacería junto a una mujer y le haría el amor, hasta que fuese obligado a abandonar el mundo.
Pero se ha de ser precavida, porque una vez se conocen sus caricias, quedan impresas en la memoria. Ningún otro hombre será capaz de dejar a esa mujer plenamente satisfecha. Porque ningún varón mortal puede ser comparado a un hombre de tal apostura. De tal pasión. De una sensualidad tan atrevida.
Guárdate del Maldito.
Justin de Macedonia.
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Un Amante de Ensueño· capítulo 1
— Cielo, necesitas que te echen un buen polvo.
_______ Alexander, se estremeció al escuchar el grito de Yarelys en mitad del pequeño Café de Nueva Orleáns, donde se encontraban apurando los restos del almuerzo, consistente en judías rojas con arroz. Desafortunadamente para ella, la voz de su amiga poseía un encantador timbre agudo que podía hacerse oír incluso en mitad de un huracán.
Y que en esta ocasión, fue seguido de un repentino silencio en el atestado local.
Al echar un vistazo a las mesas cercanas, _________percibió que los hombres dejaban de hablar, y se giraban para observarlas con mucho más interés del que a ella le gustaría.
*¡Jesús! ¿Aprenderá alguna vez Yarelys a hablar en voz baja? O peor aún, ¿qué será lo próximo que haga, quitarse la ropa y bailar desnuda sobre las mesas?*
Otra vez.
Por enésima vez desde que se conocieron, _____ deseaba que Yarelys pudiese sentirse avergonzada. Pero su vistosa, y a menudo extravagante, amiga no conocía el significado de dicha palabra.
Se tapó la cara con las manos e hizo lo que pudo por ignorar a los curiosos mirones. Un deseo irrefrenable de deslizarse bajo la mesa, acompañado de una urgencia aún mayor de darle una buena patada a Yarelys, la consumían.
— ¿Por qué no hablas un poquito más alto, Yare? —murmuró—. Supongo que los hombres de Canadá no habrán podido escucharte.
— Oh, no lo sé —dijo el guapísimo camarero moreno al detenerse junto a su mesa—. Seguramente se dirigen hacia aquí mientras hablamos.
Un calor abrasador tomó por asalto las mejillas de _____ ante la diabólica sonrisa que le dedicó el camarero, obviamente en edad de acudir a la universidad.
— ¿Puedo ofrecerles algo más, señoras? —preguntó, y después miró directamente a _____—. O para ser más exactos, ¿hay algo que pueda hacer por usted, señora?
*¿Qué tal una bolsa con la que taparme la cabeza y un garrote para golpear a Yare?*
— Creo que ya hemos acabado —contestó _____ con las mejillas ardiendo. Definitivamente, mataría a Yare por esto—. Sólo necesitamos la cuenta.
— Muy bien, entonces —dijo sacando la nota, y escribiendo algo en la parte superior del papel. La colocó justo delante de ______—. Puede hacerme una llamadita si necesita cualquier cosa.
Una vez el camarero se marchó, ______ se dio cuenta de que había anotado su nombre y su teléfono en la parte superior del papel.
Yare le echó un vistazo y soltó una carcajada.
— Espera y verás —le dijo ______, reprimiendo una sonrisa mientras calculaba el importe de la mitad de la cuenta con su Palm Pilot—. Me las pagarás.
Yare ignoró la amenaza y se dedicó a buscar el dinero en su bolso adornado con cuentas.
— Sí, sí. Eso lo dices ahora. Si yo estuviese en tu lugar, marcaría ese número. Es monísimo el chico.
— Jovencísimo —corrigió _____—. Y creo que voy a pasar. Lo último que necesito es que me encierren por corrupción de menores.
Yare paseó la mirada por el preciso lugar donde el camarero esperaba, con una cadera apoyada en la barra.
— Sí, pero don Soy Igualito a Brad Pitt, que está ahí enfrente, bien lo merece. Me pregunto si tendrá algún hermano mayor…
— Y yo me pregunto cuánto estaría dispuesto a pagar Joe por saber que su mujer se ha pasado todo el almuerzo comiéndose con los ojos a un chico.
Yare resopló mientras dejaba el dinero sobre la mesa.
— No me lo estoy comiendo. Lo estoy evaluando para ti. Después de todo, era de tu vida sexual de lo que hablábamos.
— Bueno, mi vida sexual es sensacional y no le interesa a la gente que nos rodea. —Y tras soltar el dinero en la mesa, cogió el último trozo de queso y se encaminó hacia la puerta.
— No te enfades —le dijo Yare mientras salía tras ella a la calle, atestada de turistas y de
los clientes habituales de los establecimientos de Jackson Square.
Las notas de jazz de un solitario saxofón se escuchaban por encima de la cacofonía de voces,
caballos y motores de automóviles; una oleada de calor típico de Louisiana las recibió al salir a
la calle.
Intentado no hacer caso del aire, tan espeso que dificultaba la respiración, ______ se abrió
camino entre la multitud y los tenderetes ambulantes, dispuestos a lo largo de la valla de hierro
que rodeaba Jackson Square.
— Sabes que es cierto —le dijo Yare una vez la alcanzó—. Quiero decir, ¡Dios mío, ___!,
¿cuánto hace? ¿Dos años?
— Cuatro —contestó ella con aire ausente—. ¿Pero a quién le interesa llevar la cuenta?
— ¿Cuatro años sin tener relaciones sexuales? —repitió Yarelys incrédula.
Varios mirones se detuvieron, curiosos, para observar alternativamente a Yarelys y a _____.
Ajena —como era habitual en ella— a la atención que despertaban, Yarelys continuó sin
detenerse.
— No me digas que tú has olvidado que estamos en plena Era de la Electrónica. O sea, vamos a
ver, ¿alguno de tus pacientes sabe que llevas tanto tiempo sin echar un polvo?
_______ acabó de tragarse el trozo de queso y le dedicó a su amiga una desagradable y furiosa
mirada. ¿Es que la intención de Yarelys era la de gritar a todo pulmón, en plena Vieux Carre, sus
asuntos personales a todo humano y caballo que pasara por la zona?
—Baja la voz —le dijo, y añadió con sequedad—, no creo que sea de la incumbencia de mis
pacientes si soy o no la reencarnación de la Virgen. Y con respecto a la Era de la Electrónica, no
quiero tener una relación con algo que viene acompañado de una etiqueta con advertencias y unas
pilas.
Yarelys soltó un bufido.
— Sí, vale, oyéndote hablar se diría que la mayoría de los hombres deberían venir
acompañados de una etiqueta con esta advertencia: —alzó las manos para enmarcar la siguiente
afirmación— Atención, por favor, Alerta Psíquica. Yo, macho-man, soy propenso a sufrir
horribles cambios de humor, y a poner caras largas, y poseo la habilidad de decir la verdad a una
mujer sobre su peso, sin previo aviso.
________ soltó una carcajada. Había soltado de carretilla, en innumerables ocasiones, ese
discursito sobre las etiquetas que deberían llevar los hombres.
— Ah, ya lo entiendo, Doctora Amor —dijo Yarelys imitando la voz de la doctora Ruth{}—. Usted
se limita a sentarse y escuchar cómo sus pacientes le largan todos los detalles íntimos de sus
encuentros sexuales, mientras usted vive como un miembro vitalicio del “Club de las Bragas de
Teflón”. —bajando la voz, Yarelys añadió:— No puedo creer que después de todo lo que has
escuchado en tus sesiones, nada haya conseguido revolucionar tus hormonas.
_________ le lanzó una mirada divertida.
— Bueno, a ver, soy una sexóloga. No me beneficiaría mucho que mis pacientes se dedicaran a
hacerme experimentar la petit mort mientras echan fuera todos sus problemas. En serio, Yare,
perdería el título.
— Pues no entiendo cómo puedes aconsejarles, cuando ni siquiera te acercas a un hombre.
Haciendo una mueca, _______ comenzó a caminar hacia el lado opuesto de la plaza, justo frente a la
Oficina de Información Turística, donde Yarelys había instalado su puestecillo para echar las
cartas y leer las líneas de las manos.
Cuando llegó al tenderete —una mesa cubierta con una faldilla de color morado intenso—,
suspiró.
— Sabes que no me importaría quedar con un hombre que se mereciera que me depilara las piernas.
Pero la mayoría resulta ser una pérdida de tiempo tan evidente que prefiero sentarme en el sofá y
ver las reposiciones de Hee Haw[].
Yarelys le dedicó una expresión irritada.
— ¿Qué tenía de malo Gerry?
— Mal aliento.
— ¿Y Jamie?
— Le encantaba hurgarse en la nariz. Especialmente durante la cena.
— ¿Tony?
________ miró a Yarelys y ésta alzó las manos.
— Vale, quizás tuviera un pequeño problema con lo de las apuestas. Pero es que todos necesitamos
distraernos con algo.
_______ la miró furiosa.
— Eh, Madam Yarelys, ¿ya has regresado de almorzar? —le preguntó Sunshine desde el puestecillo
situado justo al lado del suyo, en el que vendía objetos de loza y dibujos, hechos por ella.
Unos años más joven que ellas, Sunshine tenía una larga melena negra y siempre llevaba ropas que
a _________ le hacían pensar que estaba delante de un hada. Su vestimenta de hoy consistía en una
liviana falda blanca, que hubiese resultado obscena de no ser por los leotardos rosados que llevaba
debajo, y una preciosa camisa de estilo medieval.
— Cielo, necesitas que te echen un buen polvo.
_______ Alexander, se estremeció al escuchar el grito de Yarelys en mitad del pequeño Café de Nueva Orleáns, donde se encontraban apurando los restos del almuerzo, consistente en judías rojas con arroz. Desafortunadamente para ella, la voz de su amiga poseía un encantador timbre agudo que podía hacerse oír incluso en mitad de un huracán.
Y que en esta ocasión, fue seguido de un repentino silencio en el atestado local.
Al echar un vistazo a las mesas cercanas, _________percibió que los hombres dejaban de hablar, y se giraban para observarlas con mucho más interés del que a ella le gustaría.
*¡Jesús! ¿Aprenderá alguna vez Yarelys a hablar en voz baja? O peor aún, ¿qué será lo próximo que haga, quitarse la ropa y bailar desnuda sobre las mesas?*
Otra vez.
Por enésima vez desde que se conocieron, _____ deseaba que Yarelys pudiese sentirse avergonzada. Pero su vistosa, y a menudo extravagante, amiga no conocía el significado de dicha palabra.
Se tapó la cara con las manos e hizo lo que pudo por ignorar a los curiosos mirones. Un deseo irrefrenable de deslizarse bajo la mesa, acompañado de una urgencia aún mayor de darle una buena patada a Yarelys, la consumían.
— ¿Por qué no hablas un poquito más alto, Yare? —murmuró—. Supongo que los hombres de Canadá no habrán podido escucharte.
— Oh, no lo sé —dijo el guapísimo camarero moreno al detenerse junto a su mesa—. Seguramente se dirigen hacia aquí mientras hablamos.
Un calor abrasador tomó por asalto las mejillas de _____ ante la diabólica sonrisa que le dedicó el camarero, obviamente en edad de acudir a la universidad.
— ¿Puedo ofrecerles algo más, señoras? —preguntó, y después miró directamente a _____—. O para ser más exactos, ¿hay algo que pueda hacer por usted, señora?
*¿Qué tal una bolsa con la que taparme la cabeza y un garrote para golpear a Yare?*
— Creo que ya hemos acabado —contestó _____ con las mejillas ardiendo. Definitivamente, mataría a Yare por esto—. Sólo necesitamos la cuenta.
— Muy bien, entonces —dijo sacando la nota, y escribiendo algo en la parte superior del papel. La colocó justo delante de ______—. Puede hacerme una llamadita si necesita cualquier cosa.
Una vez el camarero se marchó, ______ se dio cuenta de que había anotado su nombre y su teléfono en la parte superior del papel.
Yare le echó un vistazo y soltó una carcajada.
— Espera y verás —le dijo ______, reprimiendo una sonrisa mientras calculaba el importe de la mitad de la cuenta con su Palm Pilot—. Me las pagarás.
Yare ignoró la amenaza y se dedicó a buscar el dinero en su bolso adornado con cuentas.
— Sí, sí. Eso lo dices ahora. Si yo estuviese en tu lugar, marcaría ese número. Es monísimo el chico.
— Jovencísimo —corrigió _____—. Y creo que voy a pasar. Lo último que necesito es que me encierren por corrupción de menores.
Yare paseó la mirada por el preciso lugar donde el camarero esperaba, con una cadera apoyada en la barra.
— Sí, pero don Soy Igualito a Brad Pitt, que está ahí enfrente, bien lo merece. Me pregunto si tendrá algún hermano mayor…
— Y yo me pregunto cuánto estaría dispuesto a pagar Joe por saber que su mujer se ha pasado todo el almuerzo comiéndose con los ojos a un chico.
Yare resopló mientras dejaba el dinero sobre la mesa.
— No me lo estoy comiendo. Lo estoy evaluando para ti. Después de todo, era de tu vida sexual de lo que hablábamos.
— Bueno, mi vida sexual es sensacional y no le interesa a la gente que nos rodea. —Y tras soltar el dinero en la mesa, cogió el último trozo de queso y se encaminó hacia la puerta.
— No te enfades —le dijo Yare mientras salía tras ella a la calle, atestada de turistas y de
los clientes habituales de los establecimientos de Jackson Square.
Las notas de jazz de un solitario saxofón se escuchaban por encima de la cacofonía de voces,
caballos y motores de automóviles; una oleada de calor típico de Louisiana las recibió al salir a
la calle.
Intentado no hacer caso del aire, tan espeso que dificultaba la respiración, ______ se abrió
camino entre la multitud y los tenderetes ambulantes, dispuestos a lo largo de la valla de hierro
que rodeaba Jackson Square.
— Sabes que es cierto —le dijo Yare una vez la alcanzó—. Quiero decir, ¡Dios mío, ___!,
¿cuánto hace? ¿Dos años?
— Cuatro —contestó ella con aire ausente—. ¿Pero a quién le interesa llevar la cuenta?
— ¿Cuatro años sin tener relaciones sexuales? —repitió Yarelys incrédula.
Varios mirones se detuvieron, curiosos, para observar alternativamente a Yarelys y a _____.
Ajena —como era habitual en ella— a la atención que despertaban, Yarelys continuó sin
detenerse.
— No me digas que tú has olvidado que estamos en plena Era de la Electrónica. O sea, vamos a
ver, ¿alguno de tus pacientes sabe que llevas tanto tiempo sin echar un polvo?
_______ acabó de tragarse el trozo de queso y le dedicó a su amiga una desagradable y furiosa
mirada. ¿Es que la intención de Yarelys era la de gritar a todo pulmón, en plena Vieux Carre, sus
asuntos personales a todo humano y caballo que pasara por la zona?
—Baja la voz —le dijo, y añadió con sequedad—, no creo que sea de la incumbencia de mis
pacientes si soy o no la reencarnación de la Virgen. Y con respecto a la Era de la Electrónica, no
quiero tener una relación con algo que viene acompañado de una etiqueta con advertencias y unas
pilas.
Yarelys soltó un bufido.
— Sí, vale, oyéndote hablar se diría que la mayoría de los hombres deberían venir
acompañados de una etiqueta con esta advertencia: —alzó las manos para enmarcar la siguiente
afirmación— Atención, por favor, Alerta Psíquica. Yo, macho-man, soy propenso a sufrir
horribles cambios de humor, y a poner caras largas, y poseo la habilidad de decir la verdad a una
mujer sobre su peso, sin previo aviso.
________ soltó una carcajada. Había soltado de carretilla, en innumerables ocasiones, ese
discursito sobre las etiquetas que deberían llevar los hombres.
— Ah, ya lo entiendo, Doctora Amor —dijo Yarelys imitando la voz de la doctora Ruth{}—. Usted
se limita a sentarse y escuchar cómo sus pacientes le largan todos los detalles íntimos de sus
encuentros sexuales, mientras usted vive como un miembro vitalicio del “Club de las Bragas de
Teflón”. —bajando la voz, Yarelys añadió:— No puedo creer que después de todo lo que has
escuchado en tus sesiones, nada haya conseguido revolucionar tus hormonas.
_________ le lanzó una mirada divertida.
— Bueno, a ver, soy una sexóloga. No me beneficiaría mucho que mis pacientes se dedicaran a
hacerme experimentar la petit mort mientras echan fuera todos sus problemas. En serio, Yare,
perdería el título.
— Pues no entiendo cómo puedes aconsejarles, cuando ni siquiera te acercas a un hombre.
Haciendo una mueca, _______ comenzó a caminar hacia el lado opuesto de la plaza, justo frente a la
Oficina de Información Turística, donde Yarelys había instalado su puestecillo para echar las
cartas y leer las líneas de las manos.
Cuando llegó al tenderete —una mesa cubierta con una faldilla de color morado intenso—,
suspiró.
— Sabes que no me importaría quedar con un hombre que se mereciera que me depilara las piernas.
Pero la mayoría resulta ser una pérdida de tiempo tan evidente que prefiero sentarme en el sofá y
ver las reposiciones de Hee Haw[].
Yarelys le dedicó una expresión irritada.
— ¿Qué tenía de malo Gerry?
— Mal aliento.
— ¿Y Jamie?
— Le encantaba hurgarse en la nariz. Especialmente durante la cena.
— ¿Tony?
________ miró a Yarelys y ésta alzó las manos.
— Vale, quizás tuviera un pequeño problema con lo de las apuestas. Pero es que todos necesitamos
distraernos con algo.
_______ la miró furiosa.
— Eh, Madam Yarelys, ¿ya has regresado de almorzar? —le preguntó Sunshine desde el puestecillo
situado justo al lado del suyo, en el que vendía objetos de loza y dibujos, hechos por ella.
Unos años más joven que ellas, Sunshine tenía una larga melena negra y siempre llevaba ropas que
a _________ le hacían pensar que estaba delante de un hada. Su vestimenta de hoy consistía en una
liviana falda blanca, que hubiese resultado obscena de no ser por los leotardos rosados que llevaba
debajo, y una preciosa camisa de estilo medieval.
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Un Amante de Ensueño· capítulo 2
— Sí, ya he vuelto —le contestó Yarelys mientras se arrodillaba para abrir la tapa del carrito de la compra que todas las mañanas aseguraba a la verja de hierro con una de esas cadenas que se usan para las bicicletas—. ¿Algo interesante durante mi ausencia?
— Un par de chicos cogieron una de tus tarjetas, y dijeron que regresarían después de comer.
— Gracias —dijo Yarelys guardando el monedero en el carro, sacó la caja de puros azul donde guardaba el dinero y las cartas de tarot —siempre envueltas en un pañuelo de seda negra—, y un delgado, pero gigantesco, libro con tapas de cuero marrón que ___ no había visto nunca.
Yarelys se colocó su enorme pamela de paja, se dio la vuelta y se puso en pie.
— ¿Tus artículos tienen los precios marcados? —preguntó a Sunshine.
— Sí —le contestó ésta mientras cogía su monedero—. Sigo diciendo que trae mala suerte; pero al menos, si alguien quiere saber lo que valen cuando no estoy, puede averiguarlo.
Una motocicleta de aspecto desastroso frenó a cierta distancia.
— ¡Eh, Sunshine! —gritó el conductor—. Mueve el beep. Tengo hambre.
La chica le saludó sin hacer caso a la orden.
— No me agobies o comerás tú sólo —le contestó mientras caminaba sin prisas hacia él, y se subía a la parte trasera de la moto.
___ movió la cabeza mientras les observaba. Sunshine necesitaba que alguien le aconsejara sobre sus citas, mucho más que ella. Les siguió con la mirada mientras pasaban delante del Café du Monde.
— ¡Oh! Un beignet sería un estupendo postre.
— La comida no puede sustituir al sexo —le dijo Yarelys mientras colocaba las cartas y el libro sobre la mesa—. ¿No es eso lo que siempre dices…?
— De acuerdo, el punto es tuyo. Pero, Yare, en serio, ¿a qué viene este repentino interés en mi vida sexual? Mejor dicho, en mi falta de ella.
Yare cogió el libro.
— A que tengo una idea.
El escalofrío que sintió ante las palabras de Yare le llegó hasta los huesos, y eso que el calor era agobiante. Y ella no se asustaba fácilmente. Bueno, a no ser que su amiga estuviera involucrada con una de sus ideas típicas de “mamá gallina”.
— ¿No será otra sesión de espiritismo?
— No, esto es mejor.
En su interior, ___ se encogió y comenzó a preguntarse qué sería de su vida en esos momentos si hubiese tenido una compañera de habitación normal el primer año en Tulane , en lugar de Yarelys Quiero Ser Una Gitana Traviesa. De algo estaba segura: no estaría discutiendo de su vida sexual en medio de una calle llena de gente.
En ese momento, se fijó en lo diferentes que eran. Ella soportaba el húmedo calor con un ligero vestido sin mangas de seda color crema, de Ralph Lauren, y llevaba el pelo oscuro recogido en un sofisticado moño. En contraste, Yare llevaba una larga y vaporosa falda negra con un ceñido top de tirantes morado que apenas le cubría sus generosos senos. El pelo castaño y rizado, que le llegaba a los hombros, estaba recogido con un pañuelo de seda negra, con motas semejantes a las de un leopardo. El atuendo se completaba con unos enormes pendientes de plata, en forma de luna llena, que colgaban prácticamente hasta los hombros. Sin mencionar el yacimiento de plata que se había colocado en ambas muñecas, en forma de ciento cincuenta pulseras. Pulseras que tintineaban cada vez que se movía.
La gente siempre había reparado en sus diferencias físicas, pero ella sabía que Yarelys escondía una mente astuta y una gran inseguridad bajo su «exótico» atuendo. Por dentro, se parecían mucho más de lo que cualquiera podía imaginar.
— Excepto en la extraña creencia que Yare había desarrollado por el ocultismo.
Y en su insaciable apetito sexual.
Acercándose a ella, Yare dejó el libro en las manos —poco dispuestas a cogerlo— de ________ y comenzó a pasar hojas. Se las arregló para no dejarlo caer.
Y para no poner los ojos en blanco por la exasperación que la invadía.
— Encontré esto el otro día, en esa vieja librería que hay junto al Museo de Cera. Estaba
cubierto por una montaña de polvo; intentaba encontrar un libro sobre psicometría cuando de
repente vi éste, ¡Voilà! —dijo señalando triunfalmente a la página.
_______ miró el dibujo y se quedó con la boca abierta.
Jamás había visto algo parecido.
El hombre del dibujo era fascinante, y la pintura estaba realizada con asombroso detalle. Si no
fuese por las marcas dejadas en la página al haber sido impresa, se diría que se trataba de una
fotografía actual de alguna antigua estatua griega.
No, se corrigió a si misma: de un dios griego. Estaba claro que ningún mortal podía jamás tener
esa pinta tan fantástica.
Gloriosamente desnudo, el tipo exudaba poder, autoridad y una aplastante y salvaje sexualidad.
Aunque su pose pareciera ser casual, daba la sensación de estar contemplando un depredador listo
para ponerse en acción en cualquier momento.
Las venas se le marcaban en aquel cuerpo perfecto que prometía poseer una fuerza inigualable,
diseñada específicamente para proporcionar placer a una mujer.
Con la boca seca, _______ observó los músculos, que tenían las proporciones adecuadas para su
altura y su peso.
Contempló la profunda hendedura que separaba los duros pectorales y bajó hasta el estómago
—esculpido con forma de tableta de chocolate—, que suplicaba ser acariciado por una mano
femenina.
Y entonces llegó al ombligo.
Y después a…
Bueno, no se les había ocurrido tapar aquello con una hoja de parra. ¿Y por qué deberían haberlo
hecho? ¿Quién, en su sano juicio, iba a querer ocultar unos atributos masculinos tan estupendos? Y
siguiendo con aquella línea de pensamiento, ¿quién necesitaría un conso*lador con pilas teniendo
aquello en su casa?
Se humedeció los labios y volvió a la cara.
Mientras contemplaba los afilados y apuestos contornos del rostro, y los labios —con una
diabólica sonrisa apenas esbozada _______ le asaltó la imagen de una ligera brisa agitando esos
marrones mechones, aclarados por el sol, que se ensortijaban alrededor del cuello, especialmente
diseñado para cubrirlo de húmedos besos. Y de aquellos penetrantes ojos de color marrón claro,
mientras alzaba una lanza sobre la cabeza, y gritaba.
El sofocante aire que le rodeaba se estremeció ligeramente de forma repentina, y le acarició las
partes de su cuerpo expuestas a la brisa.
Casi podía escuchar el profundo timbre de la voz del tipo, y sentir cómo aquellos musculosos
brazos la envolvían y la atraían hacia un pecho duro como una roca, mientras su cálido aliento le
rozaba la oreja.
Percibía unas manos fuertes y expertas que vagaban por su cuerpo, y le proporcionaban un deleite
exquisito, mientras buscaban sus más recónditos lugares.
Un escalofrío le recorrió la espalda y el cuerpo comenzó a palpitarle en zonas donde nunca había
pensado que aquello pudiese ocurrir. Sentía un dolor fiero y exigente que jamás había
experimentado.
Parpadeó y volvió a mirar a Yare, para ver si también ella se había visto afectada del mismo
modo. Pero si así era, no daba señales de ello.
Debía estar alucinando. ¡Exacto! Las especias de las judías le habían llegado al cerebro y lo
habían convertido en papilla.
— ¿Qué opinas de él? —le preguntó Yare, mirándola por fin a los ojos.
___ se encogió de hombros, en un esfuerzo por olvidar la hoguera que abrasaba su cuerpo. Pero sus
ojos volvieron a demorarse en las perfectas formas del hombre.
— Se parece a un paciente que tuvo cita ayer.
Bueno, no era exactamente cierto… el chico que había estado en su consulta era medianamente
atractivo, pero nada que ver con el hombre del dibujo.
¡Jamás había visto algo así en toda su vida!
— ¿De verdad? —los ojos de Yare adquirieron un matiz oscuro que pronosticaba el comienzo de su
sermón sobre las oportunidades de conseguir una cita y la intervención del destino.
— Sí —dijo cortando a Yare antes de que pudiese comenzar a hablar—. Me dijo que era una
lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre.
Yare abrió la boca, muda de asombro. Cogió el libro, quitándoselo a ________ de las manos, y lo
cerró con fuerza mientras la miraba furiosa.
— Siempre conoces a las personas más extrañas.
_______ alzó una ceja.
— Sí, ya he vuelto —le contestó Yarelys mientras se arrodillaba para abrir la tapa del carrito de la compra que todas las mañanas aseguraba a la verja de hierro con una de esas cadenas que se usan para las bicicletas—. ¿Algo interesante durante mi ausencia?
— Un par de chicos cogieron una de tus tarjetas, y dijeron que regresarían después de comer.
— Gracias —dijo Yarelys guardando el monedero en el carro, sacó la caja de puros azul donde guardaba el dinero y las cartas de tarot —siempre envueltas en un pañuelo de seda negra—, y un delgado, pero gigantesco, libro con tapas de cuero marrón que ___ no había visto nunca.
Yarelys se colocó su enorme pamela de paja, se dio la vuelta y se puso en pie.
— ¿Tus artículos tienen los precios marcados? —preguntó a Sunshine.
— Sí —le contestó ésta mientras cogía su monedero—. Sigo diciendo que trae mala suerte; pero al menos, si alguien quiere saber lo que valen cuando no estoy, puede averiguarlo.
Una motocicleta de aspecto desastroso frenó a cierta distancia.
— ¡Eh, Sunshine! —gritó el conductor—. Mueve el beep. Tengo hambre.
La chica le saludó sin hacer caso a la orden.
— No me agobies o comerás tú sólo —le contestó mientras caminaba sin prisas hacia él, y se subía a la parte trasera de la moto.
___ movió la cabeza mientras les observaba. Sunshine necesitaba que alguien le aconsejara sobre sus citas, mucho más que ella. Les siguió con la mirada mientras pasaban delante del Café du Monde.
— ¡Oh! Un beignet sería un estupendo postre.
— La comida no puede sustituir al sexo —le dijo Yarelys mientras colocaba las cartas y el libro sobre la mesa—. ¿No es eso lo que siempre dices…?
— De acuerdo, el punto es tuyo. Pero, Yare, en serio, ¿a qué viene este repentino interés en mi vida sexual? Mejor dicho, en mi falta de ella.
Yare cogió el libro.
— A que tengo una idea.
El escalofrío que sintió ante las palabras de Yare le llegó hasta los huesos, y eso que el calor era agobiante. Y ella no se asustaba fácilmente. Bueno, a no ser que su amiga estuviera involucrada con una de sus ideas típicas de “mamá gallina”.
— ¿No será otra sesión de espiritismo?
— No, esto es mejor.
En su interior, ___ se encogió y comenzó a preguntarse qué sería de su vida en esos momentos si hubiese tenido una compañera de habitación normal el primer año en Tulane , en lugar de Yarelys Quiero Ser Una Gitana Traviesa. De algo estaba segura: no estaría discutiendo de su vida sexual en medio de una calle llena de gente.
En ese momento, se fijó en lo diferentes que eran. Ella soportaba el húmedo calor con un ligero vestido sin mangas de seda color crema, de Ralph Lauren, y llevaba el pelo oscuro recogido en un sofisticado moño. En contraste, Yare llevaba una larga y vaporosa falda negra con un ceñido top de tirantes morado que apenas le cubría sus generosos senos. El pelo castaño y rizado, que le llegaba a los hombros, estaba recogido con un pañuelo de seda negra, con motas semejantes a las de un leopardo. El atuendo se completaba con unos enormes pendientes de plata, en forma de luna llena, que colgaban prácticamente hasta los hombros. Sin mencionar el yacimiento de plata que se había colocado en ambas muñecas, en forma de ciento cincuenta pulseras. Pulseras que tintineaban cada vez que se movía.
La gente siempre había reparado en sus diferencias físicas, pero ella sabía que Yarelys escondía una mente astuta y una gran inseguridad bajo su «exótico» atuendo. Por dentro, se parecían mucho más de lo que cualquiera podía imaginar.
— Excepto en la extraña creencia que Yare había desarrollado por el ocultismo.
Y en su insaciable apetito sexual.
Acercándose a ella, Yare dejó el libro en las manos —poco dispuestas a cogerlo— de ________ y comenzó a pasar hojas. Se las arregló para no dejarlo caer.
Y para no poner los ojos en blanco por la exasperación que la invadía.
— Encontré esto el otro día, en esa vieja librería que hay junto al Museo de Cera. Estaba
cubierto por una montaña de polvo; intentaba encontrar un libro sobre psicometría cuando de
repente vi éste, ¡Voilà! —dijo señalando triunfalmente a la página.
_______ miró el dibujo y se quedó con la boca abierta.
Jamás había visto algo parecido.
El hombre del dibujo era fascinante, y la pintura estaba realizada con asombroso detalle. Si no
fuese por las marcas dejadas en la página al haber sido impresa, se diría que se trataba de una
fotografía actual de alguna antigua estatua griega.
No, se corrigió a si misma: de un dios griego. Estaba claro que ningún mortal podía jamás tener
esa pinta tan fantástica.
Gloriosamente desnudo, el tipo exudaba poder, autoridad y una aplastante y salvaje sexualidad.
Aunque su pose pareciera ser casual, daba la sensación de estar contemplando un depredador listo
para ponerse en acción en cualquier momento.
Las venas se le marcaban en aquel cuerpo perfecto que prometía poseer una fuerza inigualable,
diseñada específicamente para proporcionar placer a una mujer.
Con la boca seca, _______ observó los músculos, que tenían las proporciones adecuadas para su
altura y su peso.
Contempló la profunda hendedura que separaba los duros pectorales y bajó hasta el estómago
—esculpido con forma de tableta de chocolate—, que suplicaba ser acariciado por una mano
femenina.
Y entonces llegó al ombligo.
Y después a…
Bueno, no se les había ocurrido tapar aquello con una hoja de parra. ¿Y por qué deberían haberlo
hecho? ¿Quién, en su sano juicio, iba a querer ocultar unos atributos masculinos tan estupendos? Y
siguiendo con aquella línea de pensamiento, ¿quién necesitaría un conso*lador con pilas teniendo
aquello en su casa?
Se humedeció los labios y volvió a la cara.
Mientras contemplaba los afilados y apuestos contornos del rostro, y los labios —con una
diabólica sonrisa apenas esbozada _______ le asaltó la imagen de una ligera brisa agitando esos
marrones mechones, aclarados por el sol, que se ensortijaban alrededor del cuello, especialmente
diseñado para cubrirlo de húmedos besos. Y de aquellos penetrantes ojos de color marrón claro,
mientras alzaba una lanza sobre la cabeza, y gritaba.
El sofocante aire que le rodeaba se estremeció ligeramente de forma repentina, y le acarició las
partes de su cuerpo expuestas a la brisa.
Casi podía escuchar el profundo timbre de la voz del tipo, y sentir cómo aquellos musculosos
brazos la envolvían y la atraían hacia un pecho duro como una roca, mientras su cálido aliento le
rozaba la oreja.
Percibía unas manos fuertes y expertas que vagaban por su cuerpo, y le proporcionaban un deleite
exquisito, mientras buscaban sus más recónditos lugares.
Un escalofrío le recorrió la espalda y el cuerpo comenzó a palpitarle en zonas donde nunca había
pensado que aquello pudiese ocurrir. Sentía un dolor fiero y exigente que jamás había
experimentado.
Parpadeó y volvió a mirar a Yare, para ver si también ella se había visto afectada del mismo
modo. Pero si así era, no daba señales de ello.
Debía estar alucinando. ¡Exacto! Las especias de las judías le habían llegado al cerebro y lo
habían convertido en papilla.
— ¿Qué opinas de él? —le preguntó Yare, mirándola por fin a los ojos.
___ se encogió de hombros, en un esfuerzo por olvidar la hoguera que abrasaba su cuerpo. Pero sus
ojos volvieron a demorarse en las perfectas formas del hombre.
— Se parece a un paciente que tuvo cita ayer.
Bueno, no era exactamente cierto… el chico que había estado en su consulta era medianamente
atractivo, pero nada que ver con el hombre del dibujo.
¡Jamás había visto algo así en toda su vida!
— ¿De verdad? —los ojos de Yare adquirieron un matiz oscuro que pronosticaba el comienzo de su
sermón sobre las oportunidades de conseguir una cita y la intervención del destino.
— Sí —dijo cortando a Yare antes de que pudiese comenzar a hablar—. Me dijo que era una
lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre.
Yare abrió la boca, muda de asombro. Cogió el libro, quitándoselo a ________ de las manos, y lo
cerró con fuerza mientras la miraba furiosa.
— Siempre conoces a las personas más extrañas.
_______ alzó una ceja.
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Soy la primera lectora ♥ Bueno, me encanta la novela. Nunca había leído ese libro, al menos que yo recuerde, pero se ve super!(: Me llamo Vero, mucho gusto... ok, fuera formalidades. ME ENCANTA. ¿Por qué la dejas ahí? ¿Estás loca? No no no, ¡tienes que seguirla YA!
VeroBiebs
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Bienvenida Vero <3 wow! Mi primera lectora!bienvenida:) manana la sigo, pondre diez cap's (:
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Ok, me haces amarte :3 Los espero!!!
VeroBiebs
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
dejare muchos cap's, mas de 10, los que me alcancen, ya que no estaré en una o dos semanas y le encargare la novela a una amiga :)
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Un Amante de Ensueño· cap 3
— Ni se te ocurra decirlo —dijo Yare mientras ocupaba su sitio habitual tras la mesa. Colocó el libro a su lado—. Te lo advierto; esto —dijo, dando dos golpecitos al libro— es lo que estás buscando.
___ miró fijamente a su amiga mientras pensaba en lo absolutamente convincente que parecía Madam Yarelys —autoproclamada Señora de la Luna—, sentada tras sus cartas de tarot, con aquella mesa morada, y el misterioso libro bajo las manos. En ese momento, casi podía creer que Yare era en realidad una esotérica gitana.
Si creyera en esas cosas.
— Vale —dijo ___ dándose por vencida—. Deja de hablar con rodeos y dime qué tienen que ver ese libro y ese dibujo con mi vida sexual.
El rostro de Yare adoptó una expresión bastante seria.
— El tipo que te he enseñado… Justin… es un esclavo sexual griego que está obligado a cumplir los deseos de aquélla que le invoque, y a adorarla.
___ se rió con ganas. Sabía que estaba siendo muy maleducada, pero no pudo evitarlo. ¿Cómo demonios iba creer Yare, una licenciada en historia antigua y en física, premiada con la beca Rhodes[}, y con un doctorado en filosofía, en algo tan ridículo, aun con todas sus excentricidades?
— No te rías. Lo digo en serio.
— Ya lo sé, eso es lo que me hace gracia —se aclaró la garganta y se serenó—. Vale, ¿qué tengo que hacer?, ¿quitarme la ropa y bailar desnuda en Pontchartrain a medianoche? —un leve intento de sonrisa curvó sus labios, sin importarle que los ojos de Yare se oscurecieran a modo de aviso—. Tienes razón, me encargaré de conseguir una buena sesión de sexo, pero no creo que sea con un espléndido esclavo sexual griego.
El libro se cayó de la mesa.
Yare dio un grito, se levantó de un salto y tiró la silla.
___ jadeó.
— Lo empujaste con el codo, ¿verdad?
Yare negó con la cabeza muy despacio; tenía los ojos abiertos como platos.
— Confiésalo, Yare.
— No fui yo —dijo con una expresión mortalmente seria—. Creo que lo ofendiste.
Moviendo la cabeza ante aquella necedad, ___ sacó del bolso las gafas de sol y las llaves. Bien, estupendo, esto se parecía a la época de la facultad, cuando Yare le habló de usar una Ouija, y lo amañó todo para que le dijese que se iba a casar con un dios griego cuando cumpliera los treinta años, y que iba a tener seis hijos con él.
Hasta el día de hoy, Yare se negaba a admitir que había sido ella la que dirigiera el puntero.
Y, en este preciso momento, hacía demasiado calor bajo el implacable sol de agosto como para discutir.
— Mira, necesito regresar al despacho. Tengo una cita a las dos en punto y no quiero coger un atasco —le dijo mientras se ponía las Ray-Ban—. ¿Vendrás entonces esta noche?
— No me lo perdería por nada del mundo. Llevaré el vino.
— Bien, te veo a las ocho. —E hizo una larga pausa para añadir:— Dile a Ryan que hola y que gracias por dejarte visitarme por mi cumpleaños.
Yarelys la observó alejarse y sonrió.
— Espera a ver tu regalo —susurró, y recogió el libro del suelo. Pasó la mano por la suave tapa de cuero repujado, y quitó unas motas de polvo.
Volvió a abrirlo y observó de nuevo el maravilloso dibujo; aquellos ojos habían sido dibujados con tinta negra, y aun así, daban la impresión de ser de un profundo marron claro.
Por una sola vez su hechizo iba a funcionar. Estaba segura.
— Te gustará ___, Justin —murmuró dirigiéndose al hombre mientras recorría con los dedos su cuerpo perfecto—. Pero debo advertirte algo: acabaría con la paciencia de un santo. Y traspasar sus defensas va a resultar más duro que abrir una brecha en la muralla de Troya. No obstante, si alguien puede ayudarla, ése eres tú.
Sintió que el libro desprendía una súbita oleada de calor bajo su mano, y supo instintivamente que era la forma que Justin elegía para darle la razón.
___ pensaba que estaba loca a causa de sus creencias, pero siendo la séptima hija de una séptima hija, y con la sangre gitana que corría por sus venas, Yarelys sabía que había ciertas cosas en la vida que desafiaban cualquier explicación. Ciertas corrientes de energía misteriosa que pasaban desapercibidas, esperando que alguien las canalizara.
Y esa noche habría luna llena.
Devolvió el libro a la seguridad del carrito de la compra y lo cerró con llave. Estaba segura que había sido cosa del destino que el libro llegara hasta ella. Había sentido su llamada tan pronto como se acercó a la estantería donde yacía.
Puesto que llevaba dos años felizmente casada, supo que no estaba destinado a ella. La usaba para llegar donde lo necesitaban.
Hasta ___.
Su sonrisa se ensanchó. Cómo sería tener a este increíblemente apuesto esclavo sexual griego a
tu disposición y disponer de él durante todo un mes…
Sí. Éste era, definitivamente, un regalo de cumpleaños que ____ recordaría durante el resto de
su vida.
Unas horas más tarde, ___ suspiró al abrir la puerta de su dúplex y poner el pie en el suelo
encerado del vestíbulo. Dejó el montón de cartas que llevaba en la mano sobre la antigua mesa de
alas abatibles, que decoraba el rincón adyacente a la escalera, y cerró la puerta tras ella,
echando el pestillo. Las llaves fueron a parar al lado de la correspondencia.
Mientras se quitaba a tirones los zapatos negros de tacón, el silencio le golpeó los oídos y se
le formó un nudo en la garganta. Todas las noches la misma rutina tranquila: entrar a un hogar
vacío, clasificar el correo, leer un libro, llamar a Yare, comprobar el contestador e irse a la
cama.
Yare tenía razón, la vida de ___ era una aburrida y escueta investigación sobre la monotonía.
A los veintinueve años, ___ estaba muy cansada de su vida.
¡Demonios!, incluso Jamie —el incansable buscador de tesoros nasales— comenzaba a parecer
atractivo.
Bueno, quizás Jamie no. Y menos su nariz, pero seguro que había alguien ahí afuera, en algún
lugar, que no era un cretino.
¿O no?
Mientras subía las escaleras, decidió que vivir de forma independiente no era tan espantoso. Al
menos, tenía mucho tiempo para dedicar a sus entretenimientos favoritos.
O también podría buscar nuevos pasatiempos, pensaba mientras caminaba por el pasillo que llevaba a
su dormitorio. Algún día, encontraría un entretenimiento divertido.
Cruzó la habitación y dejó caer los zapatos junto a la cama. No tardó nada en cambiarse de ropa.
Acababa de recogerse el pelo en una coleta cuando sonó el timbre.
Bajó de nuevo las escaleras para dejar pasar a Yare.
Tan pronto como abrió la puerta, su amiga le soltó enojada:
— No irás a ponerte eso esta noche, ¿verdad?
___ echó un vistazo a los vaqueros llenos de agujeros y después se fijó en su enorme camiseta de
manga corta.
— ¿Desde cuándo te preocupa mi aspecto? —Y entonces lo vio; en la enorme cesta de mimbre que
Yarelys utilizaba para llevar las compras—. ¡Uf! No. Ese libro otra vez, no.
Con una expresión ligeramente irritada, Yare le contestó:
— ¿Sabes cuál es tu problema, ___?
___ miró al techo, rogando a los cielos un poco de ayuda. Desafortunadamente, no la escucharon.
— ¿Cuál? ¿Que no me trastorna la luz de la luna y que no arrojo mi gordo y pecoso cuerpo sobre
cualquier hombre que conozco?
— Que no tienes ni idea de lo encantadora que eres en realidad.
Mientras ___ se quedaba allí plantada, muda de asombro ante el poco frecuente comentario, Yare
llevó el libro a la salita de estar y lo colocó sobre la mesita de café. Sacó el vino de la
cesta y se dirigió a la cocina.
___ no se molestó en seguirla. Había encargado una pizza antes de salir del trabajo, y sabía que
Yare estaría buscando unas copas.
Empujada por un resorte invisible, ___ se acercó a la mesita donde estaba el libro.
Espontáneamente, extendió la mano y tocó la suave cubierta de cuero. Podría jurar que había
sentido una caricia en la mejilla.
Qué ridiculez.
*No crees en esta basura.*
— Ni se te ocurra decirlo —dijo Yare mientras ocupaba su sitio habitual tras la mesa. Colocó el libro a su lado—. Te lo advierto; esto —dijo, dando dos golpecitos al libro— es lo que estás buscando.
___ miró fijamente a su amiga mientras pensaba en lo absolutamente convincente que parecía Madam Yarelys —autoproclamada Señora de la Luna—, sentada tras sus cartas de tarot, con aquella mesa morada, y el misterioso libro bajo las manos. En ese momento, casi podía creer que Yare era en realidad una esotérica gitana.
Si creyera en esas cosas.
— Vale —dijo ___ dándose por vencida—. Deja de hablar con rodeos y dime qué tienen que ver ese libro y ese dibujo con mi vida sexual.
El rostro de Yare adoptó una expresión bastante seria.
— El tipo que te he enseñado… Justin… es un esclavo sexual griego que está obligado a cumplir los deseos de aquélla que le invoque, y a adorarla.
___ se rió con ganas. Sabía que estaba siendo muy maleducada, pero no pudo evitarlo. ¿Cómo demonios iba creer Yare, una licenciada en historia antigua y en física, premiada con la beca Rhodes[}, y con un doctorado en filosofía, en algo tan ridículo, aun con todas sus excentricidades?
— No te rías. Lo digo en serio.
— Ya lo sé, eso es lo que me hace gracia —se aclaró la garganta y se serenó—. Vale, ¿qué tengo que hacer?, ¿quitarme la ropa y bailar desnuda en Pontchartrain a medianoche? —un leve intento de sonrisa curvó sus labios, sin importarle que los ojos de Yare se oscurecieran a modo de aviso—. Tienes razón, me encargaré de conseguir una buena sesión de sexo, pero no creo que sea con un espléndido esclavo sexual griego.
El libro se cayó de la mesa.
Yare dio un grito, se levantó de un salto y tiró la silla.
___ jadeó.
— Lo empujaste con el codo, ¿verdad?
Yare negó con la cabeza muy despacio; tenía los ojos abiertos como platos.
— Confiésalo, Yare.
— No fui yo —dijo con una expresión mortalmente seria—. Creo que lo ofendiste.
Moviendo la cabeza ante aquella necedad, ___ sacó del bolso las gafas de sol y las llaves. Bien, estupendo, esto se parecía a la época de la facultad, cuando Yare le habló de usar una Ouija, y lo amañó todo para que le dijese que se iba a casar con un dios griego cuando cumpliera los treinta años, y que iba a tener seis hijos con él.
Hasta el día de hoy, Yare se negaba a admitir que había sido ella la que dirigiera el puntero.
Y, en este preciso momento, hacía demasiado calor bajo el implacable sol de agosto como para discutir.
— Mira, necesito regresar al despacho. Tengo una cita a las dos en punto y no quiero coger un atasco —le dijo mientras se ponía las Ray-Ban—. ¿Vendrás entonces esta noche?
— No me lo perdería por nada del mundo. Llevaré el vino.
— Bien, te veo a las ocho. —E hizo una larga pausa para añadir:— Dile a Ryan que hola y que gracias por dejarte visitarme por mi cumpleaños.
Yarelys la observó alejarse y sonrió.
— Espera a ver tu regalo —susurró, y recogió el libro del suelo. Pasó la mano por la suave tapa de cuero repujado, y quitó unas motas de polvo.
Volvió a abrirlo y observó de nuevo el maravilloso dibujo; aquellos ojos habían sido dibujados con tinta negra, y aun así, daban la impresión de ser de un profundo marron claro.
Por una sola vez su hechizo iba a funcionar. Estaba segura.
— Te gustará ___, Justin —murmuró dirigiéndose al hombre mientras recorría con los dedos su cuerpo perfecto—. Pero debo advertirte algo: acabaría con la paciencia de un santo. Y traspasar sus defensas va a resultar más duro que abrir una brecha en la muralla de Troya. No obstante, si alguien puede ayudarla, ése eres tú.
Sintió que el libro desprendía una súbita oleada de calor bajo su mano, y supo instintivamente que era la forma que Justin elegía para darle la razón.
___ pensaba que estaba loca a causa de sus creencias, pero siendo la séptima hija de una séptima hija, y con la sangre gitana que corría por sus venas, Yarelys sabía que había ciertas cosas en la vida que desafiaban cualquier explicación. Ciertas corrientes de energía misteriosa que pasaban desapercibidas, esperando que alguien las canalizara.
Y esa noche habría luna llena.
Devolvió el libro a la seguridad del carrito de la compra y lo cerró con llave. Estaba segura que había sido cosa del destino que el libro llegara hasta ella. Había sentido su llamada tan pronto como se acercó a la estantería donde yacía.
Puesto que llevaba dos años felizmente casada, supo que no estaba destinado a ella. La usaba para llegar donde lo necesitaban.
Hasta ___.
Su sonrisa se ensanchó. Cómo sería tener a este increíblemente apuesto esclavo sexual griego a
tu disposición y disponer de él durante todo un mes…
Sí. Éste era, definitivamente, un regalo de cumpleaños que ____ recordaría durante el resto de
su vida.
Unas horas más tarde, ___ suspiró al abrir la puerta de su dúplex y poner el pie en el suelo
encerado del vestíbulo. Dejó el montón de cartas que llevaba en la mano sobre la antigua mesa de
alas abatibles, que decoraba el rincón adyacente a la escalera, y cerró la puerta tras ella,
echando el pestillo. Las llaves fueron a parar al lado de la correspondencia.
Mientras se quitaba a tirones los zapatos negros de tacón, el silencio le golpeó los oídos y se
le formó un nudo en la garganta. Todas las noches la misma rutina tranquila: entrar a un hogar
vacío, clasificar el correo, leer un libro, llamar a Yare, comprobar el contestador e irse a la
cama.
Yare tenía razón, la vida de ___ era una aburrida y escueta investigación sobre la monotonía.
A los veintinueve años, ___ estaba muy cansada de su vida.
¡Demonios!, incluso Jamie —el incansable buscador de tesoros nasales— comenzaba a parecer
atractivo.
Bueno, quizás Jamie no. Y menos su nariz, pero seguro que había alguien ahí afuera, en algún
lugar, que no era un cretino.
¿O no?
Mientras subía las escaleras, decidió que vivir de forma independiente no era tan espantoso. Al
menos, tenía mucho tiempo para dedicar a sus entretenimientos favoritos.
O también podría buscar nuevos pasatiempos, pensaba mientras caminaba por el pasillo que llevaba a
su dormitorio. Algún día, encontraría un entretenimiento divertido.
Cruzó la habitación y dejó caer los zapatos junto a la cama. No tardó nada en cambiarse de ropa.
Acababa de recogerse el pelo en una coleta cuando sonó el timbre.
Bajó de nuevo las escaleras para dejar pasar a Yare.
Tan pronto como abrió la puerta, su amiga le soltó enojada:
— No irás a ponerte eso esta noche, ¿verdad?
___ echó un vistazo a los vaqueros llenos de agujeros y después se fijó en su enorme camiseta de
manga corta.
— ¿Desde cuándo te preocupa mi aspecto? —Y entonces lo vio; en la enorme cesta de mimbre que
Yarelys utilizaba para llevar las compras—. ¡Uf! No. Ese libro otra vez, no.
Con una expresión ligeramente irritada, Yare le contestó:
— ¿Sabes cuál es tu problema, ___?
___ miró al techo, rogando a los cielos un poco de ayuda. Desafortunadamente, no la escucharon.
— ¿Cuál? ¿Que no me trastorna la luz de la luna y que no arrojo mi gordo y pecoso cuerpo sobre
cualquier hombre que conozco?
— Que no tienes ni idea de lo encantadora que eres en realidad.
Mientras ___ se quedaba allí plantada, muda de asombro ante el poco frecuente comentario, Yare
llevó el libro a la salita de estar y lo colocó sobre la mesita de café. Sacó el vino de la
cesta y se dirigió a la cocina.
___ no se molestó en seguirla. Había encargado una pizza antes de salir del trabajo, y sabía que
Yare estaría buscando unas copas.
Empujada por un resorte invisible, ___ se acercó a la mesita donde estaba el libro.
Espontáneamente, extendió la mano y tocó la suave cubierta de cuero. Podría jurar que había
sentido una caricia en la mejilla.
Qué ridiculez.
*No crees en esta basura.*
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Un Amante de Ensueño· cap.4
_______ pasó la mano por el cuero y notó que no había título, ni ninguna otra inscripción. Abrió la tapa.
Era el libro más extraño que había visto en su vida. Las páginas parecían haber formado parte, originariamente, de un rollo de pergamino, que más tarde había sido transformado en un libro
El amarillento papel se arrugó bajos sus dedos al pasar la primera página; en ella había un elaborado símbolo hecho a mano, formado por la intersección de tres triángulos y la atrayente imagen de tres mujeres unidas por varias espadas.
________ frunció el ceño esforzándose por recordar si aquello podía ser una especie de antiguo símbolo griego.
Aún más intrigada que antes, pasó unas cuantas páginas y descubrió que estaba completamente en blanco, excepto aquellas tres hojas…
*Qué extraño…*
Debía de haber sido algún tipo de cuaderno de bocetos de un pintor, o de un escultor, decidió. Eso sería lo único que explicase que las páginas estuviesen en blanco. Algo tuvo que suceder antes de que el artista tuviera oportunidad de añadir algo más al libro.
Pero eso no acababa de explicar por qué las páginas parecían mucho más antiguas que la encuadernación…
Retrocedió hasta llegar al dibujo del hombre, y observó con atención la inscripción que había sobre él, pero no pudo sacar nada en claro. Al contrario que Yare, ella evitó las clases de lenguas antiguas en la facultad como si fueran veneno; y si no hubiese sido por su amiga, jamás habría superado aquella parte fundamental en su currículum.
- Definitivamente, creo que es griego - dijo sin aliento cuando volvió a mirar al hombre.
Era sorprendente. Absolutamente perfecto e incitante.
Increíblemente fascinante.
Cautivada por completo, se preguntó cuánto tiempo se tardaría en hacer un dibujo tan perfecto. Alguien debía haber pasado años dedicado a la tarea; porque aquel tipo parecía estar preparado para saltar del libro y meterse en su casa.
Yare se detuvo en la entrada y observó cómo ___ miraba fijamente a Justin. Nunca la había visto tan extasiada desde que la conocía.
Bien.
Quizás Justin pudiese ayudarla.
Cuatro años eran demasiado tiempo.
Pero Robert había sido un cerdo narcisista y desconsiderado. Se había comportado de un modo tan cruel con ___ y con sus sentimientos, que incluso la había hecho llorar la noche que perdió la virginidad.
Y ninguna mujer merecía llorar. No cuando estaba con alguien que había prometido cuidar de ella.
Justin sería definitivamente bueno para _______. Un mes con él y olvidaría todo lo referente a Robert. Y, una vez que descubriera lo bien que sabía el sexo compartido y real, se liberaría de la crueldad de Robert para siempre.
Pero, primero, tenía que conseguir que su testaruda amiguita fuese un poco más obediente.
-¿Has encargado la pizza? - le preguntó mientras le ofrecía una copa de vino.
______ la cogió con un gesto distraído. Por alguna razón, no podía apartar los ojos del dibujo.
- ¿______?
Parpadeó y se obligó a mirar hacia arriba.
- ¿Hum?
- Te pillé mirandolo - bromeó Yare.
______ se aclaró la garganta.
-¡Oh, por favor!, no es más que un pequeño dibujo en blanco y negro.
- Cielo, en ese dibujo no hay nada pequeño.
- Yarelys, eres mala.
- Completamente cierto. ¿Más vino?
Y como si hubiesen estado esperando el momento preciso, sonó el timbre.
- Yo voy - dijo Yarelys, colocando el vino en la mesita del teléfono para dirigirse al recibidor.
Unos minutos después, volvió a la salita. Hasta ______ llegó el maravilloso aroma de la enorme pizza de pepperoni y sus pensamientos dejaron a un lado el libro. Y al hombre cuya imagen parecía haberse grabado en su subconsciente.
Pero no resultó fácil.
De hecho, cada minuto que pasaba parecía más difícil.
¿Qué demonios le pasaba? Era la Reina de Hielo. Ni siquiera Brad Pitt o Brendan Fraser despertaban sus deseos. Y a ellos los veía en color.
¿Qué había de extraño en aquel dibujo?
¿En él?
Mordisqueó la pizza y se cambió de asiento. Se acomodó en un sillón en la otra punta de la sala, a modo desafío personal. Sí. Demostraría a Yare y al libro que ella dominaba la situación.
Después de cuatro porciones de pizza, dos pastelitos de chocolate, cuatro copas de vino y una
película, se reían a más no poder tumbadas en el suelo sobre los cojines del sofá mientras
veían Dieciséis velas.
- «Dices que es tu cumpleaños» - comenzó Yarelys a cantar, y acto seguido golpeó el suelo como
si de unos bongos se tratara - «También es el mío».
________ le golpeó la cabeza con un cojín y le dio la risa tonta al comprobar los efectos del
vino.
- ¿________? - dijo Yarelys burlona-. ¿Estás borracha?
_______ volvió a reírse.
- Más bien, agradablemente contenta. Maravillosamente contenta.
Yare se rió de ella y le deshizo la coleta.
- Entonces, ¿estás dispuesta a hacer un pequeño experimento?
- ¡No! -gritó ______ con énfasis, sujetándose los mechones de pelo tras las orejas -. No quiero
utilizar la Ouija, ni hacer lo del péndulo y te juro que si veo una sola carta del Tarot o una
runa, te vomitaré encima los pastelitos.
Mordiéndose el labio, Yare cogió el libro y lo abrió.
*Las doce menos cinco.*
Sostuvo el dibujo para que _______ lo observara y señaló aquel increíble cuerpo.
- ¿Qué opinas de él?
_______ lo miró y sonrió.
- Está para relamerse, ¿verdad?
Bueno, definitivamente la cosa iba progresando. No conseguía recordar la última vez que ________
le había dedicado un cumplido a un hombre. Movió juguetonamente el libro frente al rostro de su
amiga.
- Venga, _______. Admítelo. Deseas a este bombón.
- Si te digo que no le dejaría salir de mi cama ni a cambio de unas galletas saladas, ¿me
dejarías en paz?
- Puede. ¿A qué más renunciarías por mantenerlo en tu cama?
_______ puso los ojos en blanco y apoyó la cabeza sobre un cojín.
- ¿A comer sesos de mono a la plancha?
- Ahora soy yo la que va a vomitar.
- No estás prestando atención a la película.
- Lo haré si pronuncias este hechizo tan cortito.
________ alzó las manos y suspiró. Sabía que no merecía la pena discutir con Yare… tenía
aquella expresión. No se detendría hasta salirse con la suya, ni aunque cayese un meteorito sobre
ellas en ese mismo momento.
Además, ¿qué había de malo? Ya hacía mucho tiempo que sabía que ninguno de los estúpidos
rituales y encantamientos de Yare funcionaban.
- Vale, si así me dejas de molestar, lo haré.
- ¡Sí! - gritó Yare y la agarró de un brazo para ponerla en pie - Necesitamos salir al porche.
- Muy bien, pero no voy a cortarle el cuello a un pollo, ni voy a beber nada asqueroso.
Con la sensación de ser una niña a la que habían dejado dormir en casa de una amiga, y que
acababa de perder en el juego de Verdad-Reto, dejó que Yare la precediera a través de la puerta
corredera de cristal que daba al porche. El aire húmedo llenó sus pulmones, escuchó a los grillos
cantar y descubrió miles de estrellas brillando sobre su cabeza. _______ supuso que era una noche
perfecta para invocar a un esclavo sexual.
Se rió por lo bajo.
- ¿Qué quieres que haga? —le preguntó a Yare—. ¿Pedir un deseo a un planeta?
Yare negó con la cabeza y la colocó en mitad de un rayo de luna que se colaba entre los árboles y
el alero del tejado. Le ofreció el libro.
- Apóyalo en el pecho y abrázalo con fuerza.
- ¡Oh, nene! -dijo _______ con fingido deseo mientras envolvía amorosamente el libro con sus
brazos y lo acercaba a su pecho, como si de un amante se tratara—. Me pones tan cachonda… No
puedo esperar a hundir mis dientes en ese maravilloso cuerpo que tienes.
Yare se rió.
- Para. ¡Esto es serio!
_______ pasó la mano por el cuero y notó que no había título, ni ninguna otra inscripción. Abrió la tapa.
Era el libro más extraño que había visto en su vida. Las páginas parecían haber formado parte, originariamente, de un rollo de pergamino, que más tarde había sido transformado en un libro
El amarillento papel se arrugó bajos sus dedos al pasar la primera página; en ella había un elaborado símbolo hecho a mano, formado por la intersección de tres triángulos y la atrayente imagen de tres mujeres unidas por varias espadas.
________ frunció el ceño esforzándose por recordar si aquello podía ser una especie de antiguo símbolo griego.
Aún más intrigada que antes, pasó unas cuantas páginas y descubrió que estaba completamente en blanco, excepto aquellas tres hojas…
*Qué extraño…*
Debía de haber sido algún tipo de cuaderno de bocetos de un pintor, o de un escultor, decidió. Eso sería lo único que explicase que las páginas estuviesen en blanco. Algo tuvo que suceder antes de que el artista tuviera oportunidad de añadir algo más al libro.
Pero eso no acababa de explicar por qué las páginas parecían mucho más antiguas que la encuadernación…
Retrocedió hasta llegar al dibujo del hombre, y observó con atención la inscripción que había sobre él, pero no pudo sacar nada en claro. Al contrario que Yare, ella evitó las clases de lenguas antiguas en la facultad como si fueran veneno; y si no hubiese sido por su amiga, jamás habría superado aquella parte fundamental en su currículum.
- Definitivamente, creo que es griego - dijo sin aliento cuando volvió a mirar al hombre.
Era sorprendente. Absolutamente perfecto e incitante.
Increíblemente fascinante.
Cautivada por completo, se preguntó cuánto tiempo se tardaría en hacer un dibujo tan perfecto. Alguien debía haber pasado años dedicado a la tarea; porque aquel tipo parecía estar preparado para saltar del libro y meterse en su casa.
Yare se detuvo en la entrada y observó cómo ___ miraba fijamente a Justin. Nunca la había visto tan extasiada desde que la conocía.
Bien.
Quizás Justin pudiese ayudarla.
Cuatro años eran demasiado tiempo.
Pero Robert había sido un cerdo narcisista y desconsiderado. Se había comportado de un modo tan cruel con ___ y con sus sentimientos, que incluso la había hecho llorar la noche que perdió la virginidad.
Y ninguna mujer merecía llorar. No cuando estaba con alguien que había prometido cuidar de ella.
Justin sería definitivamente bueno para _______. Un mes con él y olvidaría todo lo referente a Robert. Y, una vez que descubriera lo bien que sabía el sexo compartido y real, se liberaría de la crueldad de Robert para siempre.
Pero, primero, tenía que conseguir que su testaruda amiguita fuese un poco más obediente.
-¿Has encargado la pizza? - le preguntó mientras le ofrecía una copa de vino.
______ la cogió con un gesto distraído. Por alguna razón, no podía apartar los ojos del dibujo.
- ¿______?
Parpadeó y se obligó a mirar hacia arriba.
- ¿Hum?
- Te pillé mirandolo - bromeó Yare.
______ se aclaró la garganta.
-¡Oh, por favor!, no es más que un pequeño dibujo en blanco y negro.
- Cielo, en ese dibujo no hay nada pequeño.
- Yarelys, eres mala.
- Completamente cierto. ¿Más vino?
Y como si hubiesen estado esperando el momento preciso, sonó el timbre.
- Yo voy - dijo Yarelys, colocando el vino en la mesita del teléfono para dirigirse al recibidor.
Unos minutos después, volvió a la salita. Hasta ______ llegó el maravilloso aroma de la enorme pizza de pepperoni y sus pensamientos dejaron a un lado el libro. Y al hombre cuya imagen parecía haberse grabado en su subconsciente.
Pero no resultó fácil.
De hecho, cada minuto que pasaba parecía más difícil.
¿Qué demonios le pasaba? Era la Reina de Hielo. Ni siquiera Brad Pitt o Brendan Fraser despertaban sus deseos. Y a ellos los veía en color.
¿Qué había de extraño en aquel dibujo?
¿En él?
Mordisqueó la pizza y se cambió de asiento. Se acomodó en un sillón en la otra punta de la sala, a modo desafío personal. Sí. Demostraría a Yare y al libro que ella dominaba la situación.
Después de cuatro porciones de pizza, dos pastelitos de chocolate, cuatro copas de vino y una
película, se reían a más no poder tumbadas en el suelo sobre los cojines del sofá mientras
veían Dieciséis velas.
- «Dices que es tu cumpleaños» - comenzó Yarelys a cantar, y acto seguido golpeó el suelo como
si de unos bongos se tratara - «También es el mío».
________ le golpeó la cabeza con un cojín y le dio la risa tonta al comprobar los efectos del
vino.
- ¿________? - dijo Yarelys burlona-. ¿Estás borracha?
_______ volvió a reírse.
- Más bien, agradablemente contenta. Maravillosamente contenta.
Yare se rió de ella y le deshizo la coleta.
- Entonces, ¿estás dispuesta a hacer un pequeño experimento?
- ¡No! -gritó ______ con énfasis, sujetándose los mechones de pelo tras las orejas -. No quiero
utilizar la Ouija, ni hacer lo del péndulo y te juro que si veo una sola carta del Tarot o una
runa, te vomitaré encima los pastelitos.
Mordiéndose el labio, Yare cogió el libro y lo abrió.
*Las doce menos cinco.*
Sostuvo el dibujo para que _______ lo observara y señaló aquel increíble cuerpo.
- ¿Qué opinas de él?
_______ lo miró y sonrió.
- Está para relamerse, ¿verdad?
Bueno, definitivamente la cosa iba progresando. No conseguía recordar la última vez que ________
le había dedicado un cumplido a un hombre. Movió juguetonamente el libro frente al rostro de su
amiga.
- Venga, _______. Admítelo. Deseas a este bombón.
- Si te digo que no le dejaría salir de mi cama ni a cambio de unas galletas saladas, ¿me
dejarías en paz?
- Puede. ¿A qué más renunciarías por mantenerlo en tu cama?
_______ puso los ojos en blanco y apoyó la cabeza sobre un cojín.
- ¿A comer sesos de mono a la plancha?
- Ahora soy yo la que va a vomitar.
- No estás prestando atención a la película.
- Lo haré si pronuncias este hechizo tan cortito.
________ alzó las manos y suspiró. Sabía que no merecía la pena discutir con Yare… tenía
aquella expresión. No se detendría hasta salirse con la suya, ni aunque cayese un meteorito sobre
ellas en ese mismo momento.
Además, ¿qué había de malo? Ya hacía mucho tiempo que sabía que ninguno de los estúpidos
rituales y encantamientos de Yare funcionaban.
- Vale, si así me dejas de molestar, lo haré.
- ¡Sí! - gritó Yare y la agarró de un brazo para ponerla en pie - Necesitamos salir al porche.
- Muy bien, pero no voy a cortarle el cuello a un pollo, ni voy a beber nada asqueroso.
Con la sensación de ser una niña a la que habían dejado dormir en casa de una amiga, y que
acababa de perder en el juego de Verdad-Reto, dejó que Yare la precediera a través de la puerta
corredera de cristal que daba al porche. El aire húmedo llenó sus pulmones, escuchó a los grillos
cantar y descubrió miles de estrellas brillando sobre su cabeza. _______ supuso que era una noche
perfecta para invocar a un esclavo sexual.
Se rió por lo bajo.
- ¿Qué quieres que haga? —le preguntó a Yare—. ¿Pedir un deseo a un planeta?
Yare negó con la cabeza y la colocó en mitad de un rayo de luna que se colaba entre los árboles y
el alero del tejado. Le ofreció el libro.
- Apóyalo en el pecho y abrázalo con fuerza.
- ¡Oh, nene! -dijo _______ con fingido deseo mientras envolvía amorosamente el libro con sus
brazos y lo acercaba a su pecho, como si de un amante se tratara—. Me pones tan cachonda… No
puedo esperar a hundir mis dientes en ese maravilloso cuerpo que tienes.
Yare se rió.
- Para. ¡Esto es serio!
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Un Amante de Ensueño· cap5
- ¿Serio? Por favor. Estoy aquí fuera en mitad del porche, el día de mi trigésimo cumpleaños, descalza, con unos vaqueros a los que mi madre les prendería fuego y abrazando un estúpido libro para invocar a un esclavo sexual griego que está en el más allá - miró a Yare -. Sólo conozco una manera de hacer que esto sea aún más ridículo…
Sosteniendo el libro con una sola mano, extendió los brazos a ambos lados, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a rogar al oscuro cielo:
- ¡Oh! Fabuloso esclavo sexual, llévame contigo y hazme todas las cosas escandalosas que sepas. Te ordeno que te levantes - dijo, alzando las cejas.
Yare resopló.
- Así no es como debes hacerlo. Tienes que decir su nombre tres veces.
________ se enderezó.
- Esclavo sexual, esclavo sexual, esclavo sexual.
Con los brazos en jarras, Yare le lanzó una furiosa mirada.
- Justin Drew de Macedonia.
- ¡Oh! Lo siento - dijo ________ volviendo a apretar el libro sobre el pecho, y cerrando los ojos -. Ven y alivia el dolor que siento en mis partes bajas, ¡Oh! Gran Justin Drew de Macedonia, Justin de Macedonia, Justin de Macedonia - se giró para mirar a Yare - . ¿Sabes? Esto es un poco difícil de pronunciar tres veces seguidas, y tan rápido.
Pero su amiga no le prestaba la más mínima atención. Estaba muy ocupada mirando por todos lados, esperando la aparición de un apuesto extraño.
_______ acababa de poner otra vez los ojos en blanco, cuando un ligero soplo de viento cruzó el patio y un suave aroma a sándalo las envolvió. Volvió a inhalar para recrearse de nuevo en el agradable olor antes de que se evaporara, y entonces la brisa desapareció, dejando de nuevo el caluroso y húmedo bochorno, típico de una noche de agosto.
De repente, se escuchó un débil sonido procedente del patio trasero, y las hojas de los arbustos se movieron.
Arqueando una ceja, ______ contempló como las plantas se mecían. Y entonces, el diablillo que había en ella cobró vida.
- ¡Oh, Dios mío! - farfulló y señaló a un arbusto del patio trasero -. ¡Yare, mira allí!
Yare se giró a toda prisa ante el nerviosismo de ________. Un enorme seto se mecía como si hubiese alguien detrás.
- ¿Justin? - lo llamó Yare, y dio un paso hacia delante.
El arbusto se inclinó y, súbitamente, un siseo y un miau rompieron el silencio, un segundo antes de que dos gatos cruzaran el patio como una exhalación.
- Mira, Yare. Es el señor Don Gato que viene a poner fin a mi celibato - sostuvo el libro con un brazo y se llevó el dorso de la mano a la frente, en un simulacro de desmayo -. ¡Oh, ayúdeme Señora de la Luna! ¿Qué voy a hacer con las atenciones de tan desacertado pretendiente? Ayúdeme rápido, antes de que me mate a causa de la alergia.
- Dame ese libro - le espetó Yare quitándoselo de un tirón. Regresó a la casa mientras pasaba las páginas -. ¡Jo*de*r!, ¿qué he hecho mal?
_________ abrió la puerta para que Yare pasara al fresco interior de la sala.
- No hiciste nada mal, cielo. Esto es absurdo. ¿Cuántas veces tengo que decirte que hay un viejecillo sentado en la parte trasera de un almacén, escribiendo toda esta porquería? Apostaría a que ahora mismo está partiéndose de la risa por lo imbéciles que hemos sido.
- Quizás era necesario hacer algo más. Me juego lo que sea a que hay algo en los primeros
párrafos que no puedo interpretar. Debe ser eso.
_______ cerró la puerta de cristal y suplicó un poco más de paciencia.
*Y me llama testaruda, ¡a mí!*
El teléfono sonó en ese instante y, al contestarlo, _________ escuchó la voz de Ryan preguntado
por Yare.
- Es para ti - dijo alargándole el auricular.
Yare lo cogió.
- ¿Sí? - se mantuvo en silencio unos minutos. _______ podía escuchar la voz nerviosa de Ryan. Por la repentina palidez del rostro de su amiga, dedujo que algo había pasado.
- Vale, vale. Llegaré enseguida. ¿Estás seguro de que te encuentras bien? Vale, te amo. Voy de
camino… no hagas nada hasta que yo llegue.
_______ sintió un horrible nudo en el estómago. Una y otra vez, volvía a ver al policía en la
puerta de su dormitorio, y a escuchar su desapasionada voz: *Siento mucho informarle…*
- ¿Qué pasa? - preguntó ________.
- Ryan se ha caído jugando a baloncesto y se ha roto un brazo.
Dejó escapar el aliento más tranquila. *Gracias Señor, no ha sido un accidente de coche.*
— ¿Se encuentra bien?
— Dice que sí. Sus amigos le llevaron a un médico de guardia que le hizo una radiografía antes
de que se marcharan. Me dijo que no me preocupara, pero creo que es mejor que vuelva a casa.
— ¿Quieres que te lleve en mi coche?
Yare negó con la cabeza.
— No, has tomado demasiado vino; yo he bebido menos. Además, estoy segura de que no es nada
serio. Pero ya sabes lo aprensiva que soy. Quédate aquí y disfruta de lo que queda de película.
Te llamaré mañana por la mañana.
— Vale. Avísame si es grave.
Yare cogió el bolso y sacó las llaves. Se detuvo a mitad de camino y le alargó el libro a ___.
— ¡Qué demonios! Quédatelo. Supongo que en los próximos días te ayudará a reírte a
carcajadas cada vez que te acuerdes de lo beep que soy.
— No eres beep. Simplemente, un poco excéntrica.
— Eso es lo que decían de Mary Todd Lincoln
[*] . Hasta que la encerraron.
___ cogió el libro, riéndose a carcajadas, y observó como Yare caminaba hacia su coche.
— Ten cuidado —gritó desde la puerta—. Y gracias por el regalo, y por lo que esté por venir.
Yare le dijo adiós con la mano antes de subirse a su Jeep Cherokee de color rojo brillante y
alejarse.
Con un suspiro de cansancio, ___ cerró la puerta, echó el pestillo y arrojó el libro al sofá.
— No te vayas a ningún lado, esclavo sexual.
___ se rió de su propia estupidez. ¿Acabaría alguna vez Yare con todas aquellas majaderías?
Apagó el televisor y llevó los platos sucios al fregadero. Mientras lavaba las copas, vio un
repentino fogonazo.
Durante un segundo, pensó que se trataba de un relámpago.
Hasta que se dio cuenta de que había sido dentro de la casa.
— ¿Qué dem…?
Soltó la copa y fue hacia la salita de estar. Al principio no vio nada. Pero según se acercaba a
la puerta, percibió una presencia extraña. Algo que le puso la piel de gallina.
Entró en la estancia con mucho cuidado y vio una figura alta, de pie delante del sofá. Era un
hombre. Un hombre muy apuesto. ¡Un hombre desnudo!
- ¿Serio? Por favor. Estoy aquí fuera en mitad del porche, el día de mi trigésimo cumpleaños, descalza, con unos vaqueros a los que mi madre les prendería fuego y abrazando un estúpido libro para invocar a un esclavo sexual griego que está en el más allá - miró a Yare -. Sólo conozco una manera de hacer que esto sea aún más ridículo…
Sosteniendo el libro con una sola mano, extendió los brazos a ambos lados, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a rogar al oscuro cielo:
- ¡Oh! Fabuloso esclavo sexual, llévame contigo y hazme todas las cosas escandalosas que sepas. Te ordeno que te levantes - dijo, alzando las cejas.
Yare resopló.
- Así no es como debes hacerlo. Tienes que decir su nombre tres veces.
________ se enderezó.
- Esclavo sexual, esclavo sexual, esclavo sexual.
Con los brazos en jarras, Yare le lanzó una furiosa mirada.
- Justin Drew de Macedonia.
- ¡Oh! Lo siento - dijo ________ volviendo a apretar el libro sobre el pecho, y cerrando los ojos -. Ven y alivia el dolor que siento en mis partes bajas, ¡Oh! Gran Justin Drew de Macedonia, Justin de Macedonia, Justin de Macedonia - se giró para mirar a Yare - . ¿Sabes? Esto es un poco difícil de pronunciar tres veces seguidas, y tan rápido.
Pero su amiga no le prestaba la más mínima atención. Estaba muy ocupada mirando por todos lados, esperando la aparición de un apuesto extraño.
_______ acababa de poner otra vez los ojos en blanco, cuando un ligero soplo de viento cruzó el patio y un suave aroma a sándalo las envolvió. Volvió a inhalar para recrearse de nuevo en el agradable olor antes de que se evaporara, y entonces la brisa desapareció, dejando de nuevo el caluroso y húmedo bochorno, típico de una noche de agosto.
De repente, se escuchó un débil sonido procedente del patio trasero, y las hojas de los arbustos se movieron.
Arqueando una ceja, ______ contempló como las plantas se mecían. Y entonces, el diablillo que había en ella cobró vida.
- ¡Oh, Dios mío! - farfulló y señaló a un arbusto del patio trasero -. ¡Yare, mira allí!
Yare se giró a toda prisa ante el nerviosismo de ________. Un enorme seto se mecía como si hubiese alguien detrás.
- ¿Justin? - lo llamó Yare, y dio un paso hacia delante.
El arbusto se inclinó y, súbitamente, un siseo y un miau rompieron el silencio, un segundo antes de que dos gatos cruzaran el patio como una exhalación.
- Mira, Yare. Es el señor Don Gato que viene a poner fin a mi celibato - sostuvo el libro con un brazo y se llevó el dorso de la mano a la frente, en un simulacro de desmayo -. ¡Oh, ayúdeme Señora de la Luna! ¿Qué voy a hacer con las atenciones de tan desacertado pretendiente? Ayúdeme rápido, antes de que me mate a causa de la alergia.
- Dame ese libro - le espetó Yare quitándoselo de un tirón. Regresó a la casa mientras pasaba las páginas -. ¡Jo*de*r!, ¿qué he hecho mal?
_________ abrió la puerta para que Yare pasara al fresco interior de la sala.
- No hiciste nada mal, cielo. Esto es absurdo. ¿Cuántas veces tengo que decirte que hay un viejecillo sentado en la parte trasera de un almacén, escribiendo toda esta porquería? Apostaría a que ahora mismo está partiéndose de la risa por lo imbéciles que hemos sido.
- Quizás era necesario hacer algo más. Me juego lo que sea a que hay algo en los primeros
párrafos que no puedo interpretar. Debe ser eso.
_______ cerró la puerta de cristal y suplicó un poco más de paciencia.
*Y me llama testaruda, ¡a mí!*
El teléfono sonó en ese instante y, al contestarlo, _________ escuchó la voz de Ryan preguntado
por Yare.
- Es para ti - dijo alargándole el auricular.
Yare lo cogió.
- ¿Sí? - se mantuvo en silencio unos minutos. _______ podía escuchar la voz nerviosa de Ryan. Por la repentina palidez del rostro de su amiga, dedujo que algo había pasado.
- Vale, vale. Llegaré enseguida. ¿Estás seguro de que te encuentras bien? Vale, te amo. Voy de
camino… no hagas nada hasta que yo llegue.
_______ sintió un horrible nudo en el estómago. Una y otra vez, volvía a ver al policía en la
puerta de su dormitorio, y a escuchar su desapasionada voz: *Siento mucho informarle…*
- ¿Qué pasa? - preguntó ________.
- Ryan se ha caído jugando a baloncesto y se ha roto un brazo.
Dejó escapar el aliento más tranquila. *Gracias Señor, no ha sido un accidente de coche.*
— ¿Se encuentra bien?
— Dice que sí. Sus amigos le llevaron a un médico de guardia que le hizo una radiografía antes
de que se marcharan. Me dijo que no me preocupara, pero creo que es mejor que vuelva a casa.
— ¿Quieres que te lleve en mi coche?
Yare negó con la cabeza.
— No, has tomado demasiado vino; yo he bebido menos. Además, estoy segura de que no es nada
serio. Pero ya sabes lo aprensiva que soy. Quédate aquí y disfruta de lo que queda de película.
Te llamaré mañana por la mañana.
— Vale. Avísame si es grave.
Yare cogió el bolso y sacó las llaves. Se detuvo a mitad de camino y le alargó el libro a ___.
— ¡Qué demonios! Quédatelo. Supongo que en los próximos días te ayudará a reírte a
carcajadas cada vez que te acuerdes de lo beep que soy.
— No eres beep. Simplemente, un poco excéntrica.
— Eso es lo que decían de Mary Todd Lincoln
[*] . Hasta que la encerraron.
___ cogió el libro, riéndose a carcajadas, y observó como Yare caminaba hacia su coche.
— Ten cuidado —gritó desde la puerta—. Y gracias por el regalo, y por lo que esté por venir.
Yare le dijo adiós con la mano antes de subirse a su Jeep Cherokee de color rojo brillante y
alejarse.
Con un suspiro de cansancio, ___ cerró la puerta, echó el pestillo y arrojó el libro al sofá.
— No te vayas a ningún lado, esclavo sexual.
___ se rió de su propia estupidez. ¿Acabaría alguna vez Yare con todas aquellas majaderías?
Apagó el televisor y llevó los platos sucios al fregadero. Mientras lavaba las copas, vio un
repentino fogonazo.
Durante un segundo, pensó que se trataba de un relámpago.
Hasta que se dio cuenta de que había sido dentro de la casa.
— ¿Qué dem…?
Soltó la copa y fue hacia la salita de estar. Al principio no vio nada. Pero según se acercaba a
la puerta, percibió una presencia extraña. Algo que le puso la piel de gallina.
Entró en la estancia con mucho cuidado y vio una figura alta, de pie delante del sofá. Era un
hombre. Un hombre muy apuesto. ¡Un hombre desnudo!
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Un Amante de Ensueño· cap 6
________ hizo lo que cualquier mujer que se encuentra a un hombre desnudo en su salita de estar hubiese hecho: gritar.
Y después, salir corriendo hacia la puerta.
Sólo que se olvidó de los cojines que habían amontonado en el suelo y que aún estaban allí. Se tropezó con unos cuantos y cayó de bruces.
¡No! Gritó mentalmente mientras aterrizaba de forma poco elegante y dolorosa. Tenía que hacer algo para protegerse.
Temblando de pánico, se abrió paso entre los cojines mientras buscaba un arma. Al sentir algo duro bajo la mano lo cogió, pero resultó ser una de sus zapatillas rosas con forma de conejo.
¡Jo*der! Por el rabillo del ojo vio la botella de vino. Rodó hacia ella y la cogió; entonces se giró para enfrentar al intruso.
Más rápido de lo que ella hubiese podido esperar, el hombre cerró sus cálidos dedos alrededor de su muñeca y la inmovilizó con mucho cuidado.
- ¿Te has hecho daño? - le preguntó.
¡Santo Dios!, su voz era profundamente masculina y tenía un melodioso y marcado acento que sólo podía describirse como musical. Erótico. Y francamente estimulante.
Con todos los sentidos embotados, ________ miró hacia arriba y…
Bueno…
Para ser honestos, sólo vio una cosa. Y lo que vio hizo que las mejillas le ardieran más que un
Cajun gumbo{ç} . Después de todo, cómo no iba a verlo si estaba al alcance de su mano. Y además, con semejante tamaño.
Al momento, el tipo se arrodilló a su lado, con mucha ternura le apartó el pelo de los ojos y pasó las manos por su cabeza en busca de una posible herida.
________ se recreó con la visión de su pecho. Incapaz de moverse ni de mirar otra cosa que no fuese aquella increíble piel, sintió la urgencia de gemir ante la intensa sensación que los dedos de aquel tipo le estaban provocando en el pelo. Le ardía todo el cuerpo.
- ¿Te has golpeado la cabeza? - le preguntó él.
De nuevo, ese magnífico y extraño acento que reverberaba a través de su cuerpo, como una caricia cálida y relajante.
_______ miró con mucha atención aquella extensión de piel dorada por el sol, que parecía pedirle a gritos a su mano que la tocara.
¡El tipo prácticamente resplandecía!
Fascinada, deseó verle el rostro y comprobar por sí misma que era tan increíble como el resto de su cuerpo.
Cuando alzó la mirada más allá de los esculturales músculos de sus hombros, se quedó con la boca abierta. Y la botella de vino se deslizó entre sus adormecidos dedos.
¡Era él!
¡No!, no podía ser.
Esto no podía estar sucediéndole a ella, y él no podía estar desnudo en su sala de estar con
las manos enterradas en su pelo. Este tipo de cosas no pasaban en la vida real. Especialmente a las personas equilibradas como ella.
Pero aun así…
- ¿Justin? - preguntó sin aliento.
- Justin- contestó con voz ronca.
Tenía la poderosa y definida constitución de un gimnasta. Sus músculos eran duros,
prominentes y magníficos, y muy bien definidos; tenía músculos hasta en lugares donde ni
siquiera sabía que se podían tener. En los hombros, los bíceps, en los antebrazos; en el
pecho, en la espalda. Y del cuello hasta las piernas.
Cualquier músculo que se le antojara, se abultaba con una fuerza ruda y totalmente masculina.
Hasta “aquello” había comenzado a abultarse.
El pelo le caía a la buena de Dios en una melena lacia, y le enmarcaba un rostro sin
rastro de barba, que parecía haber sido esculpido en granito. Increíblemente guapo y
cautivador, sus rasgos no resultaban femeninos ni delicados. Pero definitivamente, robaban el
aliento.
Los sensuales labios se curvaban en una leve sonrisa que dejaba a la vista un par de
hoyuelos con forma de media luna, en cada una de sus bronceadas mejillas.
Y sus ojos.
¡Dios mío!
Tenían el marrón claro de las hojas en otoño, rodeados de un borde azul oscuro que resaltaba
sus iris. Resultaban abrasadores de tan intensos, y reflejaban inteligencia. ________ tenía la
sensación de que aquellos ojos podían realmente resultar letales.
O al menos, devastadores.
Y ella se sentía realmente devastada en esos momentos. Cautivada por un hombre
demasiado perfecto para ser real.
Vacilante, extendió la mano para colocarla sobre su brazo. Se sorprendió mucho cuando no se
evaporó, demostrando que no era una alucinación etílica.
No, ese brazo era real. Real, duro, y cálido. Bajo aquella piel que su mano tocaba, un poderoso
músculo se flexionó, y el movimiento hizo que su corazón comenzara a martillearle con fuerza.
Atónita, no podía hacer otra cosa que mirarlo.
Justin alzó una ceja, intrigado. Nunca antes una mujer había salido huyendo de él. Ni lo había
dejado de lado después de haberlo invocado.
Todas las demás habían esperado ansiosas a que él tomara forma y se habían lanzado directamente
a sus brazos, exigiéndole que las complaciera.
Pero ésta no…
Era distinta.
En sus labios cosquilleaba una sonrisa mientras deslizaba los ojos por el cuerpo de aquella mujer.
Una abundante melena negra le caía hasta la mitad de la espalda, y sus ojos tenían el color gris
pálido del mar justo antes de una tormenta, con motitas de color plata y verde que brillaban con
calidez e inteligencia.
La pálida y suave piel estaba cubierta de pequeñas pecas. Era tan adorable como su suave e
insinuante voz.
No es que eso importase demasiado.
Sin tener en cuenta cuál fuese su apariencia, él estaba allí para servirla sexualmente. Para
perderse al saborear aquel cuerpo, y tenía toda la intención de hacer precisamente eso.
- Vamos - le dijo sujetándola por los hombros - Déjame ayudarte.
- Estás desnudo - murmuró ________ mirándole de arriba abajo, totalmente perpleja, mientras se
ponían en pie -. Estás “muy” desnudo .
Él le colocó unos cuantos mechones oscuros tras las orejas.
- Lo sé.
________ hizo lo que cualquier mujer que se encuentra a un hombre desnudo en su salita de estar hubiese hecho: gritar.
Y después, salir corriendo hacia la puerta.
Sólo que se olvidó de los cojines que habían amontonado en el suelo y que aún estaban allí. Se tropezó con unos cuantos y cayó de bruces.
¡No! Gritó mentalmente mientras aterrizaba de forma poco elegante y dolorosa. Tenía que hacer algo para protegerse.
Temblando de pánico, se abrió paso entre los cojines mientras buscaba un arma. Al sentir algo duro bajo la mano lo cogió, pero resultó ser una de sus zapatillas rosas con forma de conejo.
¡Jo*der! Por el rabillo del ojo vio la botella de vino. Rodó hacia ella y la cogió; entonces se giró para enfrentar al intruso.
Más rápido de lo que ella hubiese podido esperar, el hombre cerró sus cálidos dedos alrededor de su muñeca y la inmovilizó con mucho cuidado.
- ¿Te has hecho daño? - le preguntó.
¡Santo Dios!, su voz era profundamente masculina y tenía un melodioso y marcado acento que sólo podía describirse como musical. Erótico. Y francamente estimulante.
Con todos los sentidos embotados, ________ miró hacia arriba y…
Bueno…
Para ser honestos, sólo vio una cosa. Y lo que vio hizo que las mejillas le ardieran más que un
Cajun gumbo{ç} . Después de todo, cómo no iba a verlo si estaba al alcance de su mano. Y además, con semejante tamaño.
Al momento, el tipo se arrodilló a su lado, con mucha ternura le apartó el pelo de los ojos y pasó las manos por su cabeza en busca de una posible herida.
________ se recreó con la visión de su pecho. Incapaz de moverse ni de mirar otra cosa que no fuese aquella increíble piel, sintió la urgencia de gemir ante la intensa sensación que los dedos de aquel tipo le estaban provocando en el pelo. Le ardía todo el cuerpo.
- ¿Te has golpeado la cabeza? - le preguntó él.
De nuevo, ese magnífico y extraño acento que reverberaba a través de su cuerpo, como una caricia cálida y relajante.
_______ miró con mucha atención aquella extensión de piel dorada por el sol, que parecía pedirle a gritos a su mano que la tocara.
¡El tipo prácticamente resplandecía!
Fascinada, deseó verle el rostro y comprobar por sí misma que era tan increíble como el resto de su cuerpo.
Cuando alzó la mirada más allá de los esculturales músculos de sus hombros, se quedó con la boca abierta. Y la botella de vino se deslizó entre sus adormecidos dedos.
¡Era él!
¡No!, no podía ser.
Esto no podía estar sucediéndole a ella, y él no podía estar desnudo en su sala de estar con
las manos enterradas en su pelo. Este tipo de cosas no pasaban en la vida real. Especialmente a las personas equilibradas como ella.
Pero aun así…
- ¿Justin? - preguntó sin aliento.
- Justin- contestó con voz ronca.
Tenía la poderosa y definida constitución de un gimnasta. Sus músculos eran duros,
prominentes y magníficos, y muy bien definidos; tenía músculos hasta en lugares donde ni
siquiera sabía que se podían tener. En los hombros, los bíceps, en los antebrazos; en el
pecho, en la espalda. Y del cuello hasta las piernas.
Cualquier músculo que se le antojara, se abultaba con una fuerza ruda y totalmente masculina.
Hasta “aquello” había comenzado a abultarse.
El pelo le caía a la buena de Dios en una melena lacia, y le enmarcaba un rostro sin
rastro de barba, que parecía haber sido esculpido en granito. Increíblemente guapo y
cautivador, sus rasgos no resultaban femeninos ni delicados. Pero definitivamente, robaban el
aliento.
Los sensuales labios se curvaban en una leve sonrisa que dejaba a la vista un par de
hoyuelos con forma de media luna, en cada una de sus bronceadas mejillas.
Y sus ojos.
¡Dios mío!
Tenían el marrón claro de las hojas en otoño, rodeados de un borde azul oscuro que resaltaba
sus iris. Resultaban abrasadores de tan intensos, y reflejaban inteligencia. ________ tenía la
sensación de que aquellos ojos podían realmente resultar letales.
O al menos, devastadores.
Y ella se sentía realmente devastada en esos momentos. Cautivada por un hombre
demasiado perfecto para ser real.
Vacilante, extendió la mano para colocarla sobre su brazo. Se sorprendió mucho cuando no se
evaporó, demostrando que no era una alucinación etílica.
No, ese brazo era real. Real, duro, y cálido. Bajo aquella piel que su mano tocaba, un poderoso
músculo se flexionó, y el movimiento hizo que su corazón comenzara a martillearle con fuerza.
Atónita, no podía hacer otra cosa que mirarlo.
Justin alzó una ceja, intrigado. Nunca antes una mujer había salido huyendo de él. Ni lo había
dejado de lado después de haberlo invocado.
Todas las demás habían esperado ansiosas a que él tomara forma y se habían lanzado directamente
a sus brazos, exigiéndole que las complaciera.
Pero ésta no…
Era distinta.
En sus labios cosquilleaba una sonrisa mientras deslizaba los ojos por el cuerpo de aquella mujer.
Una abundante melena negra le caía hasta la mitad de la espalda, y sus ojos tenían el color gris
pálido del mar justo antes de una tormenta, con motitas de color plata y verde que brillaban con
calidez e inteligencia.
La pálida y suave piel estaba cubierta de pequeñas pecas. Era tan adorable como su suave e
insinuante voz.
No es que eso importase demasiado.
Sin tener en cuenta cuál fuese su apariencia, él estaba allí para servirla sexualmente. Para
perderse al saborear aquel cuerpo, y tenía toda la intención de hacer precisamente eso.
- Vamos - le dijo sujetándola por los hombros - Déjame ayudarte.
- Estás desnudo - murmuró ________ mirándole de arriba abajo, totalmente perpleja, mientras se
ponían en pie -. Estás “muy” desnudo .
Él le colocó unos cuantos mechones oscuros tras las orejas.
- Lo sé.
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Un Amante de Ensueño· cap 7
- “¡Estás desnudo!”
-Sí, creo que ya lo hemos dejado claro.
- Estás tan contento, y desnudo.
Confundido, Justin frunció el ceño.
- ¿Qué?
Ella miró su erección.
- Estás “contento” - le dijo con una intencionada mirada -. Y estás desnudo.
Así le llamaban entonces en este siglo. Debería recordarlo.
- ¿Y eso te hace sentir incómoda? —le preguntó, asombrado por el hecho de que a una
mujer le preocupara su desnudez, cosa que jamás había sucedido anteriormente.
-¡Bingo!
— Bueno, conozco un remedio —dijo Nick, bajando el timbre de su voz mientras miraba la camisa de _______ y los endurecidos pezones que se marcaban a través de la tela. No podía esperar más para ver esos pezones.
Para saborearlos.
Se acercó para tocarla.
_______ se alejó un paso con el corazón desbocado. Esto no era real. No podía serlo. Estaba
borracha y tenía alucinaciones. O quizás se había golpeado la cabeza con la mesita del sofá
y estaba desangrándose, muriéndose poco a poco.
¡Sí, eso era! Eso tenía sentido.
Por lo menos, tenía más sentido que aquel palpitante estremecimiento que hacía que su
cuerpo ardiera. Un estremecimiento que le pedía que se lanzara al cuello de aquel tipo.
Y de justos era decir que tenía un bonito cuello.
*Cuando tengas una fantasía, muchacha, es que definitivamente estás agotada.
Seguramente habrás estado trabajando más de la cuenta, y estás empezando a llevarte a
casa los sueños de tus pacientes.*
Justin se acercó a ella y le encerró el rostro entre sus fuertes manos. ______ no podía moverse.
Se limitó a dejar que le alzara la cabeza hasta que pudo mirar de frente aquellos
penetrantes ojos, que con toda seguridad podrían leerle el alma. La hipnotizaban como los
de un mortífero depredador sosegando a su presa.
_______ se estremeció bajo su abrazo.
Y entonces, unos ardientes y exigentes labios cubrieron los suyos. ________ gimió en respuesta.
Había escuchado hablar toda su vida de besos que hacían flaquear las rodillas de las
mujeres, pero ésta era la primera vez que le sucedía a ella.
¡Oh! Aquel hombre olía estupendamente, daba gusto tocarlo y, además, sabía muchísimo
mejor.
Por propia iniciativa, sus brazos envolvieron aquellos amplios y fuertes hombros. El calor
del pecho del hombre se introdujo en su cuerpo, incitándola con la erótica y sensual
promesa de lo que vendría a continuación. Y mientras tanto, él se dedicaba a embelesarla
con sus labios con tanta maestría como un vikingo con la intención de arrasarlo todo a su
paso.
Cada centímetro de su magnífico cuerpo estaba íntimamente pegado al suyo,
acariciándola con la intención de despertar todos sus instintos femeninos. ¡Oh Dios! Su
presencia la estimulaba como ningún otro hombre lo había hecho jamás. Deslizó la mano
por los esculturales músculos de su espalda y suspiró cuando sintió que se movían bajo su
mano.
__________ decidió en aquel preciso instante que si era un sueño, definitivamente no quería que sonara el despertador.
Ni el teléfono
Las manos de Justin acariciaron su espalda antes de agarrarla por las nalgas y acercar más
sus caderas, mientras su lengua seguía danzando en su boca. El aroma a sándalo inundaba
sus sentidos.
Con el cuerpo derretido, exploró los duros y firmes músculos de su espalda desnuda,
mientras los largos mechones de él le rozaban las manos en una erótica caricia.
Justin sintió que su cabeza daba vueltas con el cálido roce de ___, con la sensación de sus
brazos envolviéndolo mientras sus propias manos recorrían su suave y pecosa piel, un
deleite para el hambriento.
Cómo le gustaban los sonidos inarticulados con los que ella provocativamente le respondía.
Mmm.... estaba deseando oírla gritar de placer. Ver cómo su cabeza caía hacia atrás
mientras su cuerpo se convulsionaba espasmo tras espasmo envolviendo su miembro.
Hacía muchísimo tiempo que no sentía las caricias de una mujer. Mucho tiempo desde que
no gozaba del más mínimo contacto humano.
Sentía un deseo candente que le recorría todo el cuerpo; si ésta fuese su primera vez,
devoraría a ___ como a un trozo de chocolate. La tumbaría y gozaría de ella como un
hambriento invitado a un banquete.
Pero tenía que esperar a que se acostumbrara un poco a él.
Muchos siglos atrás, había aprendido que las mujeres siempre se desvanecían tras su
primera unión. Definitivamente, no quería que ésta se desmayara.
Al menos todavía.
No obstante, no podía esperar un minuto más para poseerla...
- “¡Estás desnudo!”
-Sí, creo que ya lo hemos dejado claro.
- Estás tan contento, y desnudo.
Confundido, Justin frunció el ceño.
- ¿Qué?
Ella miró su erección.
- Estás “contento” - le dijo con una intencionada mirada -. Y estás desnudo.
Así le llamaban entonces en este siglo. Debería recordarlo.
- ¿Y eso te hace sentir incómoda? —le preguntó, asombrado por el hecho de que a una
mujer le preocupara su desnudez, cosa que jamás había sucedido anteriormente.
-¡Bingo!
— Bueno, conozco un remedio —dijo Nick, bajando el timbre de su voz mientras miraba la camisa de _______ y los endurecidos pezones que se marcaban a través de la tela. No podía esperar más para ver esos pezones.
Para saborearlos.
Se acercó para tocarla.
_______ se alejó un paso con el corazón desbocado. Esto no era real. No podía serlo. Estaba
borracha y tenía alucinaciones. O quizás se había golpeado la cabeza con la mesita del sofá
y estaba desangrándose, muriéndose poco a poco.
¡Sí, eso era! Eso tenía sentido.
Por lo menos, tenía más sentido que aquel palpitante estremecimiento que hacía que su
cuerpo ardiera. Un estremecimiento que le pedía que se lanzara al cuello de aquel tipo.
Y de justos era decir que tenía un bonito cuello.
*Cuando tengas una fantasía, muchacha, es que definitivamente estás agotada.
Seguramente habrás estado trabajando más de la cuenta, y estás empezando a llevarte a
casa los sueños de tus pacientes.*
Justin se acercó a ella y le encerró el rostro entre sus fuertes manos. ______ no podía moverse.
Se limitó a dejar que le alzara la cabeza hasta que pudo mirar de frente aquellos
penetrantes ojos, que con toda seguridad podrían leerle el alma. La hipnotizaban como los
de un mortífero depredador sosegando a su presa.
_______ se estremeció bajo su abrazo.
Y entonces, unos ardientes y exigentes labios cubrieron los suyos. ________ gimió en respuesta.
Había escuchado hablar toda su vida de besos que hacían flaquear las rodillas de las
mujeres, pero ésta era la primera vez que le sucedía a ella.
¡Oh! Aquel hombre olía estupendamente, daba gusto tocarlo y, además, sabía muchísimo
mejor.
Por propia iniciativa, sus brazos envolvieron aquellos amplios y fuertes hombros. El calor
del pecho del hombre se introdujo en su cuerpo, incitándola con la erótica y sensual
promesa de lo que vendría a continuación. Y mientras tanto, él se dedicaba a embelesarla
con sus labios con tanta maestría como un vikingo con la intención de arrasarlo todo a su
paso.
Cada centímetro de su magnífico cuerpo estaba íntimamente pegado al suyo,
acariciándola con la intención de despertar todos sus instintos femeninos. ¡Oh Dios! Su
presencia la estimulaba como ningún otro hombre lo había hecho jamás. Deslizó la mano
por los esculturales músculos de su espalda y suspiró cuando sintió que se movían bajo su
mano.
__________ decidió en aquel preciso instante que si era un sueño, definitivamente no quería que sonara el despertador.
Ni el teléfono
Las manos de Justin acariciaron su espalda antes de agarrarla por las nalgas y acercar más
sus caderas, mientras su lengua seguía danzando en su boca. El aroma a sándalo inundaba
sus sentidos.
Con el cuerpo derretido, exploró los duros y firmes músculos de su espalda desnuda,
mientras los largos mechones de él le rozaban las manos en una erótica caricia.
Justin sintió que su cabeza daba vueltas con el cálido roce de ___, con la sensación de sus
brazos envolviéndolo mientras sus propias manos recorrían su suave y pecosa piel, un
deleite para el hambriento.
Cómo le gustaban los sonidos inarticulados con los que ella provocativamente le respondía.
Mmm.... estaba deseando oírla gritar de placer. Ver cómo su cabeza caía hacia atrás
mientras su cuerpo se convulsionaba espasmo tras espasmo envolviendo su miembro.
Hacía muchísimo tiempo que no sentía las caricias de una mujer. Mucho tiempo desde que
no gozaba del más mínimo contacto humano.
Sentía un deseo candente que le recorría todo el cuerpo; si ésta fuese su primera vez,
devoraría a ___ como a un trozo de chocolate. La tumbaría y gozaría de ella como un
hambriento invitado a un banquete.
Pero tenía que esperar a que se acostumbrara un poco a él.
Muchos siglos atrás, había aprendido que las mujeres siempre se desvanecían tras su
primera unión. Definitivamente, no quería que ésta se desmayara.
Al menos todavía.
No obstante, no podía esperar un minuto más para poseerla...
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
·Un Amante de Ensueño· cap8
La tomó en brazos y se encaminó hacia la escalera.
En un principio, ___ no reaccionó, perdida como estaba en la sensación de aquellos fuertes
brazos que la rodeaban con pasión; su mente estaba totalmente centrada en el hecho de
que un hombre la hubiera levantado del suelo y no hubiese gruñido por el esfuerzo. Pero al
pasar junto a la enorme piña que decoraba el pasamano de la escalera, salió de su
ensimismamiento con un sobresalto.
— ¡Eh, tío! —le soltó agarrándose a la piña de caoba tallada como si se tratara de un
salvavidas—. ¿Dónde crees que me llevas?
Él se detuvo y la miró con curiosidad. En ese momento, ___ fue consciente de que un
hombre tan alto y poderoso como aquél, podría hacer lo que le apeteciese con ella y sería
inútil intentar detenerlo.
Un estremecimiento de terror la sacudió.
Sin embargo, por muy peligrosa que la situación fuese, una parte de ella no estaba
asustada. Algo en su interior le decía que ese hombre jamás le haría daño
intencionadamente.
— Te llevo a tu dormitorio, donde podemos acabar lo que hemos empezado —dijo
llanamente, como si estuviesen hablando del tiempo.
— Me parece que no.
Él encogió aquellos hombros, maravillosamente amplios.
— ¿Prefieres las escaleras entonces?, ¿o quizás el sofá? —se detuvo y echó un vistazo
alrededor de su casa, como si estuviese considerando las opciones—. No es mala idea, en
realidad. Hace mucho que no poseo a una mujer en un…
— ¡No, no, no! El único sitio donde vas a poseerme es en tus sueños. Y ahora déjame en el
suelo antes de que me enfade de verdad.
Para su asombro, él obedeció.
Comenzó a sentirse un poco mejor una vez que sus pies tocaron tierra firme y subió dos
escalones.
Ahora estaban frente a frente, y casi a la misma altura; bueno, si es que alguien podía
estar alguna vez a la altura de un hombre con semejante autoridad e innato poder.
De pronto, el impacto de su presencia la golpeó con intensidad.
*¡Era real!*
¡Cielos!, Yare y ella habían conseguido convocarlo y traerlo a este mundo.
Con el rostro impasible y sin la más ligera muestra de que la situación lo divirtiera, la
miró directamente a los ojos.
— No entiendo por qué estoy aquí. Si no quieres sentirme dentro de ti, ¿por qué me has
convocado?
Estuvo a punto de gemir al escuchar sus palabras. Y más aún cuando la visión de su
cuerpo dorado, esbelto y poderoso introduciéndose en ella le pasó por la mente.
¿Qué se sentiría cuando un hombre tan increíblemente delicioso te hacía el amor durante
toda la noche?
Estaba claro que Justin sería delicioso en la cama. No cabía duda. Con la destreza y agilidad
que caracterizaban sus movimientos, no hacía falta decir lo fenomenalmente bien que…
________ se puso tensa ante el rumbo de sus pensamientos. ¿Qué pasaba con este hombre?
Jamás en su vida había sentido un deseo sexual como el que sentía en esos momentos.
¡Nunca! Literalmente hablando, lo tumbaría en el suelo y se lo comería entero.
No tenía sentido.
Se había acostumbrado, con el paso de los años, a que le describieran innumerables
encuentros sexuales de la forma más gráfica; algunos de sus pacientes incluso intentaban
conmocionarla o excitarla.
Ni una sola vez habían conseguido su propósito.
Pero cuando se trataba de Justin, lo único que tenía en mente era cogerlo, echarlo en el suelo y subírsele encima.
Ese pensamiento, tan impropio de ella, le devolvió la sensatez.
Abrió la boca para responder su pregunta, y no dijo nada. ¿Qué iba a hacer con este
hombre?
Aparte de “aquello”.
Movió la cabeza con incredulidad.
— ¿Qué se supone que voy a hacer contigo?
Los ojos de él se oscurecieron por la lujuria e intentó tocarla de nuevo.
*¡Oh, sí!* le pedía su cuerpo, *por favor, tócame por todos sitios.*
— ¡Para! —espetó, dirigiéndose tanto a Justin como a sí misma; se negaba a perder el control.
La cordura gobernaría la situación, no las hormonas. Ya había cometido ese error una vez, y no
estaba dispuesta a repetirlo.
Subió de un salto un escalón más y lo miró directamente a los ojos. ¡Jesús, María y José!,
era fantástico. El cabello castaño le caía en ondas hasta la mitad de la espalda, donde
estaba sujeto por una tira de cuero marrón. Excepto tres finas trenzas acabadas en pequeñas
cuentas de cristal, que oscilaban con cada uno de sus movimientos.
Las cejas, de color oscuro, se arqueaban sobre unos ojos fascinantes a la par que
terroríficos. Y esos ojos la estaban mirando con más pasión de la que debieran.
En ese momento desearía poder matar a Yarelys, sin ninguna duda.
Pero no tanto como le gustaría meterse en la cama con este hombre y clavar los dientes en
esa piel dorada.
*¡Déjalo ya!*
— No entiendo lo que sucede —dijo al fin. Tenía que pensar; descubrir lo que debía hacer—.
Necesito sentarme un minuto y tú… —deslizó los ojos sobre el magnífico cuerpo—. Tú
necesitas taparte.
Justin puso una expresión crispada. Era la primera vez en toda su existencia que alguien le decía
eso.
De hecho, todas las mujeres a las que había conocido antes de la maldición, no habían hecho otra
cosa que intentar arrancarle la ropa. Lo más rápido posible. Y después de la maldición, sus
invocadoras habían dedicado días enteros a contemplar su desnudez mientras pasaban las manos por
su cuerpo, saboreando su presencia.
— Quédate aquí un momento —le dijo ________ antes de subir a toda prisa las escaleras.
Justin observó el vaivén de sus caderas mientras subía los peldaños y su miembro se endureció al instante. Echó un vistazo a su alrededor con los dientes apretados, en un intento por ignorar el
ardor que sentía en la entrepierna. La clave estaba en la distracción; al menos hasta que ella
claudicara.
La tomó en brazos y se encaminó hacia la escalera.
En un principio, ___ no reaccionó, perdida como estaba en la sensación de aquellos fuertes
brazos que la rodeaban con pasión; su mente estaba totalmente centrada en el hecho de
que un hombre la hubiera levantado del suelo y no hubiese gruñido por el esfuerzo. Pero al
pasar junto a la enorme piña que decoraba el pasamano de la escalera, salió de su
ensimismamiento con un sobresalto.
— ¡Eh, tío! —le soltó agarrándose a la piña de caoba tallada como si se tratara de un
salvavidas—. ¿Dónde crees que me llevas?
Él se detuvo y la miró con curiosidad. En ese momento, ___ fue consciente de que un
hombre tan alto y poderoso como aquél, podría hacer lo que le apeteciese con ella y sería
inútil intentar detenerlo.
Un estremecimiento de terror la sacudió.
Sin embargo, por muy peligrosa que la situación fuese, una parte de ella no estaba
asustada. Algo en su interior le decía que ese hombre jamás le haría daño
intencionadamente.
— Te llevo a tu dormitorio, donde podemos acabar lo que hemos empezado —dijo
llanamente, como si estuviesen hablando del tiempo.
— Me parece que no.
Él encogió aquellos hombros, maravillosamente amplios.
— ¿Prefieres las escaleras entonces?, ¿o quizás el sofá? —se detuvo y echó un vistazo
alrededor de su casa, como si estuviese considerando las opciones—. No es mala idea, en
realidad. Hace mucho que no poseo a una mujer en un…
— ¡No, no, no! El único sitio donde vas a poseerme es en tus sueños. Y ahora déjame en el
suelo antes de que me enfade de verdad.
Para su asombro, él obedeció.
Comenzó a sentirse un poco mejor una vez que sus pies tocaron tierra firme y subió dos
escalones.
Ahora estaban frente a frente, y casi a la misma altura; bueno, si es que alguien podía
estar alguna vez a la altura de un hombre con semejante autoridad e innato poder.
De pronto, el impacto de su presencia la golpeó con intensidad.
*¡Era real!*
¡Cielos!, Yare y ella habían conseguido convocarlo y traerlo a este mundo.
Con el rostro impasible y sin la más ligera muestra de que la situación lo divirtiera, la
miró directamente a los ojos.
— No entiendo por qué estoy aquí. Si no quieres sentirme dentro de ti, ¿por qué me has
convocado?
Estuvo a punto de gemir al escuchar sus palabras. Y más aún cuando la visión de su
cuerpo dorado, esbelto y poderoso introduciéndose en ella le pasó por la mente.
¿Qué se sentiría cuando un hombre tan increíblemente delicioso te hacía el amor durante
toda la noche?
Estaba claro que Justin sería delicioso en la cama. No cabía duda. Con la destreza y agilidad
que caracterizaban sus movimientos, no hacía falta decir lo fenomenalmente bien que…
________ se puso tensa ante el rumbo de sus pensamientos. ¿Qué pasaba con este hombre?
Jamás en su vida había sentido un deseo sexual como el que sentía en esos momentos.
¡Nunca! Literalmente hablando, lo tumbaría en el suelo y se lo comería entero.
No tenía sentido.
Se había acostumbrado, con el paso de los años, a que le describieran innumerables
encuentros sexuales de la forma más gráfica; algunos de sus pacientes incluso intentaban
conmocionarla o excitarla.
Ni una sola vez habían conseguido su propósito.
Pero cuando se trataba de Justin, lo único que tenía en mente era cogerlo, echarlo en el suelo y subírsele encima.
Ese pensamiento, tan impropio de ella, le devolvió la sensatez.
Abrió la boca para responder su pregunta, y no dijo nada. ¿Qué iba a hacer con este
hombre?
Aparte de “aquello”.
Movió la cabeza con incredulidad.
— ¿Qué se supone que voy a hacer contigo?
Los ojos de él se oscurecieron por la lujuria e intentó tocarla de nuevo.
*¡Oh, sí!* le pedía su cuerpo, *por favor, tócame por todos sitios.*
— ¡Para! —espetó, dirigiéndose tanto a Justin como a sí misma; se negaba a perder el control.
La cordura gobernaría la situación, no las hormonas. Ya había cometido ese error una vez, y no
estaba dispuesta a repetirlo.
Subió de un salto un escalón más y lo miró directamente a los ojos. ¡Jesús, María y José!,
era fantástico. El cabello castaño le caía en ondas hasta la mitad de la espalda, donde
estaba sujeto por una tira de cuero marrón. Excepto tres finas trenzas acabadas en pequeñas
cuentas de cristal, que oscilaban con cada uno de sus movimientos.
Las cejas, de color oscuro, se arqueaban sobre unos ojos fascinantes a la par que
terroríficos. Y esos ojos la estaban mirando con más pasión de la que debieran.
En ese momento desearía poder matar a Yarelys, sin ninguna duda.
Pero no tanto como le gustaría meterse en la cama con este hombre y clavar los dientes en
esa piel dorada.
*¡Déjalo ya!*
— No entiendo lo que sucede —dijo al fin. Tenía que pensar; descubrir lo que debía hacer—.
Necesito sentarme un minuto y tú… —deslizó los ojos sobre el magnífico cuerpo—. Tú
necesitas taparte.
Justin puso una expresión crispada. Era la primera vez en toda su existencia que alguien le decía
eso.
De hecho, todas las mujeres a las que había conocido antes de la maldición, no habían hecho otra
cosa que intentar arrancarle la ropa. Lo más rápido posible. Y después de la maldición, sus
invocadoras habían dedicado días enteros a contemplar su desnudez mientras pasaban las manos por
su cuerpo, saboreando su presencia.
— Quédate aquí un momento —le dijo ________ antes de subir a toda prisa las escaleras.
Justin observó el vaivén de sus caderas mientras subía los peldaños y su miembro se endureció al instante. Echó un vistazo a su alrededor con los dientes apretados, en un intento por ignorar el
ardor que sentía en la entrepierna. La clave estaba en la distracción; al menos hasta que ella
claudicara.
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Un Amante de Ensueño· cap9
Lo cual no tardaría en ocurrir. Ninguna mujer podía negarse por mucho tiempo el placer
de tenerlo.
Con una amarga sonrisa ante aquella idea, contempló la casa.
¿En qué lugar y en qué época se encontraba?
No sabía cuánto tiempo había estado atrapado. Lo único que recordaba era el sonido de las
voces a lo largo del tiempo, el sutil cambio de los acentos y de los dialectos según pasaban
los años.
Mirando la luz que se encontraba sobre su cabeza, frunció el ceño. No había ninguna
llama. ¿Qué era esa cosa? Los ojos se le llenaron de lágrimas, irritados, y desvió la vista.
Eso debía ser una bombilla, decidió.
«Oye, necesito cambiar la bombilla. Hazme el favor de darle al interruptor que está junto
a la puerta, ¿vale?»
Mientras recordaba las palabras del dueño de la librería, miró hacia la puerta y vio lo que
supuestamente debía ser el interruptor. Justin se alejó de las escaleras y apretó el pequeño
dispositivo. De inmediato, las luces se apagaron. Volvió a encenderlas.
Sonrió sin proponérselo. ¿Qué otras maravillas le aguardaban en esta época?
— Aquí tienes.
Justin miró a ___________ que estaba en la parte superior de la escalera. Le arrojó un largo rectángulo de tela verde oscuro. La sostuvo sobre el pecho mientras la incredulidad lo dejaba perplejo.
¿Había dicho en serio lo de cubrirle?
Qué extraño. Frunciendo más el ceño, se envolvió las caderas con la tela.
_____________ esperó hasta que se alejó de la puerta para mirarlo de nuevo. Gracias a
Dios, por fin estaba tapado. No era de extrañar que los victorianos insistieran tanto en el
asunto de las hojas de parra. Era una pena no tener unas cuantas en el patio. Lo único que
crecía allí eran unos cuantos acebos, y dudaba mucho que él apreciara sus hojas.
_________ se encaminó hacia la sala y se sentó en el sofá.
— Ayúdame, Yare —suspiró—. Me las pagarás por esto.
Y entonces, él se sentó a su lado, revolucionando todas las hormonas de su cuerpo con su
presencia.
Mientras se movía hasta la otra punta del sofá, _____________ lo miró cautelosamente.
— Así que… ¿para cuánto tiempo has venido?
*¡Oh, qué buena pregunta, _________! ¿Por qué no le preguntas por el tiempo o le pides un
autógrafo ya que te pones? ¡Jesús!*
— Hasta la próxima luna llena —sus gélidos ojos dieron muestras de un pequeño deshielo.
Y, mientras deslizaba su mirada por todo su cuerpo, el hielo se transformó en fuego en
décimas de segundo. Se inclinó sobre ella para tocarle la cara. __________ se incorporó de un
salto y puso la mesita del café como barrera de separación.
— ¿Me estás diciendo que tengo que aguantarte durante todo un mes?
— Sí.
Conmocionada, _________ se pasó la mano por los ojos. No podía entretenerlo durante un mes.
¡Un mes entero, con todos sus días! Tenía obligaciones, responsabilidades. Hasta tenía que
buscar un pasatiempo.
— Mira —le dijo—. Lo creas o no, tengo una vida en la que no estás incluido.
Sabía, por la expresión de su rostro, que a él no le importaban sus palabras. En absoluto.
— Si crees que estoy encantado de estar aquí contigo, estás lamentablemente equivocada.
Te aseguro que no elegí venir.
Sus palabras consiguieron herirla.
— Bueno, “cierta” parte de ti no siente lo mismo —le dijo mientras dedicaba una furiosa
mirada a aquella parte de su cuerpo que aún estaba tiesa como una vara.
Él suspiró al echar un vistazo a su regazo y vislumbrar la protuberancia que sobresalía
bajo la toalla.
— Desafortunadamente, tengo tanto control sobre “esto” como sobre el hecho de estar aquí.
— Bueno, la puerta está ahí —dijo señalándola—. Ten cuidado de que no te golpee el trasero
al cerrarse.
— Créeme; si pudiese irme, lo haría.
__________ titubeó ante sus palabras, ante su significado.
— ¿Quieres decir que no puedo ordenarte que te marches?, ¿ni que regreses al libro?
— Creo que la expresión que usaste fue: “bingo”.
______ guardó silencio.
Justin se puso de pie lentamente y la miró. Durante todos los siglos que llevaba condenado,
ésta la primera vez que le sucedía una cosa así. El resto de sus invocadoras habían sabido lo
que él significaba, y habían estado más que dispuestas a pasar todo un mes en sus brazos,
utilizando felizmente su cuerpo para obtener placer.
Jamás en su vida, mortal o inmortal, había encontrado a una mujer que no le deseara
físicamente.
Era…
Extraño.
Humillante.
Casi embarazoso.
¿Sería un indicio de que la maldición se debilitaba?, ¿de que quizás pudiera liberarse?
No. En el fondo sabía que no era cierto, aun cuando su mente se esforzaba en aferrarse a la
idea. Cuando los dioses griegos decretan un castigo, lo hacen con un estilo y con un
ensañamiento que ni siquiera dos milenios pueden suavizar.
Hubo una época, mucho tiempo atrás, en la que había luchado contra la condena. Una
época en la que había creído que podría liberarse. Pero después de dos mil años de encierro
y tortura despiadada, había aprendido algo: resignación.
Se merecía este infierno personal y, como el soldado que una vez había sido, aceptaba el
castigo.
Sentía un nudo en la garganta y tragó para intentar deshacerlo. Extendió los brazos a los
lados y ofreció su cuerpo a ___.
— Haz conmigo lo que desees. Sólo tienes que decirme cómo puedo complacerte.
— Entonces deseo que te marches.
Justin dejó caer los brazos.
— En eso no puedo complacerte.
Frustrada, ________ comenzó a caminar nerviosa de un lado a otro. Finalmente, sus hormonas habían
regresado a la normalidad y, con la cabeza más despejada, se esforzó por encontrar
una solución. Pero por mucho que la buscaba, no parecía haber ninguna.
Un dolor punzante se instaló en sus sienes.
¿Qué iba a hacer un mes —un mes entero— con él?
De nuevo, una visión de Justin tumbado sobre ella, con el pelo cayéndole a ambos lados del
rostro, formando un dosel alrededor de sus cuerpos mientras se introducía totalmente en
ella, la asaltó.
— Necesito algo… —a Justin le falló la voz.
___ se dio la vuelta para mirarle, con el cuerpo aún suplicándole que cediera a sus deseos.
Sería tan fácil rendirse ante él… Pero no podía cometer ese error. Se negaba a usar a Justin
de ese modo. Como si…
No, no iba a pensar en “eso”. Se negaba a pensar en eso.
— ¿Qué? —preguntó ella.
— Comida —contestó Justin—. Si no vas a utilizarme de forma apropiada, ¿te importaría si
como algo?
La expresión avergonzada y teñida de desagrado que adoptó su rostro le indicó a ________ que no
le gustaba tener que pedir.
Entonces cayó en la cuenta de algo; si para ella esto resultaba extraño y difícil, ¿cómo
demonios se sentiría él después de haber sido arrancado de donde quiera que estuviese,
para ser arrojado a su vida como si fuese un guijarro lanzado con un tirachinas? Debía ser
terrible.
— Por supuesto —le dijo mientras se ponía en movimiento para que él la siguiera—. La
cocina está aquí —lo guió por el corto pasillo que llevaba a la parte trasera de la casa.
Abrió el frigorífico y se apartó para que él echara un vistazo.
— ¿Qué te apetece?
En lugar de meter la cabeza para buscar algo, se quedó a medio metro de distancia.
— ¿Ha quedado algo de pizza?
— ¿Pizza? —repitió __________ asombrada. ¿Cómo sabría él lo que era una pizza?
Justin se encogió de hombros.
— Me dio la impresión de que te gustaba mucho.
A ________ le ardieron las mejillas mientras recordaba el tonto jueguecito al que se dedicaron
mientras comían. Yare había hecho otro comentario acerca de reemplazar el sexo con la comida, y ella había fingido un orgasmo al saborear el último trozo de pizza.
— ¿Nos escuchaste?
Con una expresión hermética, él contestó en voz baja.
— El “esclavo sexual” escucha todo lo que se dice en las proximidades del libro.
Si las mejillas le ardieran un poco más, acabarían explotando.
— No quedó nada —dijo rápidamente, desando meter la cabeza en el congelador para
enfriársela—. Tengo un poco de pollo que me sobró de ayer, y también pasta.
Lo cual no tardaría en ocurrir. Ninguna mujer podía negarse por mucho tiempo el placer
de tenerlo.
Con una amarga sonrisa ante aquella idea, contempló la casa.
¿En qué lugar y en qué época se encontraba?
No sabía cuánto tiempo había estado atrapado. Lo único que recordaba era el sonido de las
voces a lo largo del tiempo, el sutil cambio de los acentos y de los dialectos según pasaban
los años.
Mirando la luz que se encontraba sobre su cabeza, frunció el ceño. No había ninguna
llama. ¿Qué era esa cosa? Los ojos se le llenaron de lágrimas, irritados, y desvió la vista.
Eso debía ser una bombilla, decidió.
«Oye, necesito cambiar la bombilla. Hazme el favor de darle al interruptor que está junto
a la puerta, ¿vale?»
Mientras recordaba las palabras del dueño de la librería, miró hacia la puerta y vio lo que
supuestamente debía ser el interruptor. Justin se alejó de las escaleras y apretó el pequeño
dispositivo. De inmediato, las luces se apagaron. Volvió a encenderlas.
Sonrió sin proponérselo. ¿Qué otras maravillas le aguardaban en esta época?
— Aquí tienes.
Justin miró a ___________ que estaba en la parte superior de la escalera. Le arrojó un largo rectángulo de tela verde oscuro. La sostuvo sobre el pecho mientras la incredulidad lo dejaba perplejo.
¿Había dicho en serio lo de cubrirle?
Qué extraño. Frunciendo más el ceño, se envolvió las caderas con la tela.
_____________ esperó hasta que se alejó de la puerta para mirarlo de nuevo. Gracias a
Dios, por fin estaba tapado. No era de extrañar que los victorianos insistieran tanto en el
asunto de las hojas de parra. Era una pena no tener unas cuantas en el patio. Lo único que
crecía allí eran unos cuantos acebos, y dudaba mucho que él apreciara sus hojas.
_________ se encaminó hacia la sala y se sentó en el sofá.
— Ayúdame, Yare —suspiró—. Me las pagarás por esto.
Y entonces, él se sentó a su lado, revolucionando todas las hormonas de su cuerpo con su
presencia.
Mientras se movía hasta la otra punta del sofá, _____________ lo miró cautelosamente.
— Así que… ¿para cuánto tiempo has venido?
*¡Oh, qué buena pregunta, _________! ¿Por qué no le preguntas por el tiempo o le pides un
autógrafo ya que te pones? ¡Jesús!*
— Hasta la próxima luna llena —sus gélidos ojos dieron muestras de un pequeño deshielo.
Y, mientras deslizaba su mirada por todo su cuerpo, el hielo se transformó en fuego en
décimas de segundo. Se inclinó sobre ella para tocarle la cara. __________ se incorporó de un
salto y puso la mesita del café como barrera de separación.
— ¿Me estás diciendo que tengo que aguantarte durante todo un mes?
— Sí.
Conmocionada, _________ se pasó la mano por los ojos. No podía entretenerlo durante un mes.
¡Un mes entero, con todos sus días! Tenía obligaciones, responsabilidades. Hasta tenía que
buscar un pasatiempo.
— Mira —le dijo—. Lo creas o no, tengo una vida en la que no estás incluido.
Sabía, por la expresión de su rostro, que a él no le importaban sus palabras. En absoluto.
— Si crees que estoy encantado de estar aquí contigo, estás lamentablemente equivocada.
Te aseguro que no elegí venir.
Sus palabras consiguieron herirla.
— Bueno, “cierta” parte de ti no siente lo mismo —le dijo mientras dedicaba una furiosa
mirada a aquella parte de su cuerpo que aún estaba tiesa como una vara.
Él suspiró al echar un vistazo a su regazo y vislumbrar la protuberancia que sobresalía
bajo la toalla.
— Desafortunadamente, tengo tanto control sobre “esto” como sobre el hecho de estar aquí.
— Bueno, la puerta está ahí —dijo señalándola—. Ten cuidado de que no te golpee el trasero
al cerrarse.
— Créeme; si pudiese irme, lo haría.
__________ titubeó ante sus palabras, ante su significado.
— ¿Quieres decir que no puedo ordenarte que te marches?, ¿ni que regreses al libro?
— Creo que la expresión que usaste fue: “bingo”.
______ guardó silencio.
Justin se puso de pie lentamente y la miró. Durante todos los siglos que llevaba condenado,
ésta la primera vez que le sucedía una cosa así. El resto de sus invocadoras habían sabido lo
que él significaba, y habían estado más que dispuestas a pasar todo un mes en sus brazos,
utilizando felizmente su cuerpo para obtener placer.
Jamás en su vida, mortal o inmortal, había encontrado a una mujer que no le deseara
físicamente.
Era…
Extraño.
Humillante.
Casi embarazoso.
¿Sería un indicio de que la maldición se debilitaba?, ¿de que quizás pudiera liberarse?
No. En el fondo sabía que no era cierto, aun cuando su mente se esforzaba en aferrarse a la
idea. Cuando los dioses griegos decretan un castigo, lo hacen con un estilo y con un
ensañamiento que ni siquiera dos milenios pueden suavizar.
Hubo una época, mucho tiempo atrás, en la que había luchado contra la condena. Una
época en la que había creído que podría liberarse. Pero después de dos mil años de encierro
y tortura despiadada, había aprendido algo: resignación.
Se merecía este infierno personal y, como el soldado que una vez había sido, aceptaba el
castigo.
Sentía un nudo en la garganta y tragó para intentar deshacerlo. Extendió los brazos a los
lados y ofreció su cuerpo a ___.
— Haz conmigo lo que desees. Sólo tienes que decirme cómo puedo complacerte.
— Entonces deseo que te marches.
Justin dejó caer los brazos.
— En eso no puedo complacerte.
Frustrada, ________ comenzó a caminar nerviosa de un lado a otro. Finalmente, sus hormonas habían
regresado a la normalidad y, con la cabeza más despejada, se esforzó por encontrar
una solución. Pero por mucho que la buscaba, no parecía haber ninguna.
Un dolor punzante se instaló en sus sienes.
¿Qué iba a hacer un mes —un mes entero— con él?
De nuevo, una visión de Justin tumbado sobre ella, con el pelo cayéndole a ambos lados del
rostro, formando un dosel alrededor de sus cuerpos mientras se introducía totalmente en
ella, la asaltó.
— Necesito algo… —a Justin le falló la voz.
___ se dio la vuelta para mirarle, con el cuerpo aún suplicándole que cediera a sus deseos.
Sería tan fácil rendirse ante él… Pero no podía cometer ese error. Se negaba a usar a Justin
de ese modo. Como si…
No, no iba a pensar en “eso”. Se negaba a pensar en eso.
— ¿Qué? —preguntó ella.
— Comida —contestó Justin—. Si no vas a utilizarme de forma apropiada, ¿te importaría si
como algo?
La expresión avergonzada y teñida de desagrado que adoptó su rostro le indicó a ________ que no
le gustaba tener que pedir.
Entonces cayó en la cuenta de algo; si para ella esto resultaba extraño y difícil, ¿cómo
demonios se sentiría él después de haber sido arrancado de donde quiera que estuviese,
para ser arrojado a su vida como si fuese un guijarro lanzado con un tirachinas? Debía ser
terrible.
— Por supuesto —le dijo mientras se ponía en movimiento para que él la siguiera—. La
cocina está aquí —lo guió por el corto pasillo que llevaba a la parte trasera de la casa.
Abrió el frigorífico y se apartó para que él echara un vistazo.
— ¿Qué te apetece?
En lugar de meter la cabeza para buscar algo, se quedó a medio metro de distancia.
— ¿Ha quedado algo de pizza?
— ¿Pizza? —repitió __________ asombrada. ¿Cómo sabría él lo que era una pizza?
Justin se encogió de hombros.
— Me dio la impresión de que te gustaba mucho.
A ________ le ardieron las mejillas mientras recordaba el tonto jueguecito al que se dedicaron
mientras comían. Yare había hecho otro comentario acerca de reemplazar el sexo con la comida, y ella había fingido un orgasmo al saborear el último trozo de pizza.
— ¿Nos escuchaste?
Con una expresión hermética, él contestó en voz baja.
— El “esclavo sexual” escucha todo lo que se dice en las proximidades del libro.
Si las mejillas le ardieran un poco más, acabarían explotando.
— No quedó nada —dijo rápidamente, desando meter la cabeza en el congelador para
enfriársela—. Tengo un poco de pollo que me sobró de ayer, y también pasta.
aPieceOfHeaven
Re: •Un Amante de Ensueño [Justin Bieber & Tu] [Adaptada]
Un Amante de Ensueño· cap10
— ¿Y vino?
Ella asintió con la cabeza.
— Está bien.
El tono despótico que utilizó Justin hizo estallar su furia. Era uno de esos tonillos usados por
un típico Tarzán que en el fondo quería decir: “Yo soy el macho, nena. Tráeme la comida.”
Y había conseguido que le hirviera la sangre.
— Mira, tío, no soy tu cocinera. Como te pases conmigo te daré de comer Alpo[{}] .
Él arqueó una ceja.
— ¿Alpo?
— Olvídalo —aún irritada, sacó el pollo y lo preparó para meterlo en el microondas.
Nick se sentó a la mesa con ese aura de arrogancia tan masculina que acababa con todas
sus buenas intenciones. Deseando tener una lata de Alpo, ___ sirvió un poco de pasta en
un cuenco.
— De todos modos, ¿cuánto tiempo has estado encerrado en ese libro? ¿Desde la Edad
Media? —al menos su forma de actuar correspondía a la de la época.
Él permaneció sentado, tan quieto como una estatua. Nada de mostrar sus emociones. Si
no lo hubiese conocido mejor, habría pensado que se trataba de un androide.
— La última vez que fui convocado fue en el año 1899.
— ¿En serio? —___ se quedó con la boca abierta mientras metía el cuenco en el
microondas— ¿En 1899? ¿Estás hablando en serio?
Él asintió con la cabeza.
— ¿En qué año te metieron en el libro?, la primera vez quiero decir.
La ira se adueñó de su rostro con tal intensidad que ______ se asustó.
— Según tu calendario, en el año 149 a.C.
___________ abrió los ojos de par en par.
— ¿En el año 149 antes de Cristo? Cuando te llamé Justin de Macedonia era cierto. Eres ''de'' Macedonia.
Él asintió con un gesto brusco.
Los pensamientos de _______ giraban como un torbellino mientras cerraba el microondas y lo ponía en marcha. Era imposible. ¡Tenía que ser imposible!
— ¿Cómo te metieron en el libro? A ver, según tengo entendido, los antiguos griegos no
tenían libros, ¿verdad?
— Originalmente fui encerrado en un rollo de pergamino que más tarde fue encuadernado
como medida de protección —dijo con un tono sombrío y el rostro impasible—. Y con
respecto a qué fue lo que hice para que me castigaran: invadí Alexandria.
_________ frunció el ceño. Aquello no tenía ni pizca de sentido; como el resto de todo lo que estaba sucediendo.
— ¿Y por qué ibas a merecerte un castigo por invadir una ciudad?
— Alexandria no era una ciudad, era una sacerdotisa virgen del dios Príapo.
_________ se tensó ante el comentario, y ante la magnitud del castigo que implicaba «invadir» a una mujer. Encerrar al autor de la invasión para toda la eternidad era un poco excesivo.
— ¿Violaste a una mujer?
— No la violé —contestó mirándola con dureza—. Fue de mutuo consentimiento, te lo
aseguro.
Vale, ése era un tema sensible para él. Se percibía claramente en su gélida conducta. No le
gustaba hablar del pasado. Tendría que ser un poquito más sutil en su interrogatorio.
Nick escuchó el extraño timbre, y observó cómo ___ apretaba un resorte que abría la
puerta de la caja negra donde había introducido su comida.
Ella sacó el humeante cuenco de comida y lo colocó ante él, junto con un tenedor plateado,
un cuchillo, una servilleta de papel y una copa de vino. El cálido aroma se le subió a la
cabeza e hizo que el estómago rugiera de necesidad.
Se suponía que debía estar perplejo por el modo tan rápido en que ella había cocinado, pero
después de haber oído hablar de artefactos con nombres extraños como “tren, cámara,
automóvil, fonógrafo, cohete y ordenador”, Nick dudaba que cualquier cosa pudiese
tomarlo por sorpresa.
En realidad, no quedaba ningún sentimiento en él, aparte del deseo; hacía mucho que
había desterrado todas sus emociones.
Su existencia no era más que una sucesión de fragmentos temporales a lo largo de los
siglos. Su única razón de ser era la de obedecer los deseos sexuales de sus invocadoras.
Y, si algo había aprendido en los dos últimos milenios, era a disfrutar de los escasos placeres que podía obtener en cada invocación.
Pero no dejó de comer. No lo haría mientras hubiese comida en el cuenco. Había esperado demasiado
tiempo para poder aplacar su hambre y no estaba dispuesto a detenerse ahora.
Después de unos cuantos bocados más, los retortijones disminuyeron y le permitieron disfrutar
plenamente de la comida.
Una vez su estómago se calmó, tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para comer como
un humano y no zamparse la comida a puñados, tal era el hambre que le devoraba las entrañas.
En momentos como éste, le resultaba muy difícil recordar que aún era humano, y no una bestia
desbocada y feroz que había sido liberada de su jaula.
Hacía siglos que había perdido la mayor parte de su condición humana. Y estaba decidido a
conservar lo poco que le quedaba.
________ se apoyó en la encimera y lo observó mientras comía. Lo hacía lentamente, de forma casi
mecánica. No dejaba entrever si le gustaba la comida, pero aún así, continuaba comiendo.
Lo que realmente le sorprendió fueron los exquisitos modales europeos que demostraba.
Ella nunca había sido capaz de comer de ese modo, y fue entonces cuando comenzó a
preguntarse dónde habría aprendido a utilizar el cuchillo para mantener la pasta en el tenedor, y
evitar que se cayera.
— ¿Había tenedores en al antigua Macedonia? —le preguntó.
Justin dejó de comer.
— ¿Disculpa?
— Me preguntaba cuándo se inventó el tenedor. ¿Ya lo utilizaban en…?
— ¿Y vino?
Ella asintió con la cabeza.
— Está bien.
El tono despótico que utilizó Justin hizo estallar su furia. Era uno de esos tonillos usados por
un típico Tarzán que en el fondo quería decir: “Yo soy el macho, nena. Tráeme la comida.”
Y había conseguido que le hirviera la sangre.
— Mira, tío, no soy tu cocinera. Como te pases conmigo te daré de comer Alpo[{}] .
Él arqueó una ceja.
— ¿Alpo?
— Olvídalo —aún irritada, sacó el pollo y lo preparó para meterlo en el microondas.
Nick se sentó a la mesa con ese aura de arrogancia tan masculina que acababa con todas
sus buenas intenciones. Deseando tener una lata de Alpo, ___ sirvió un poco de pasta en
un cuenco.
— De todos modos, ¿cuánto tiempo has estado encerrado en ese libro? ¿Desde la Edad
Media? —al menos su forma de actuar correspondía a la de la época.
Él permaneció sentado, tan quieto como una estatua. Nada de mostrar sus emociones. Si
no lo hubiese conocido mejor, habría pensado que se trataba de un androide.
— La última vez que fui convocado fue en el año 1899.
— ¿En serio? —___ se quedó con la boca abierta mientras metía el cuenco en el
microondas— ¿En 1899? ¿Estás hablando en serio?
Él asintió con la cabeza.
— ¿En qué año te metieron en el libro?, la primera vez quiero decir.
La ira se adueñó de su rostro con tal intensidad que ______ se asustó.
— Según tu calendario, en el año 149 a.C.
___________ abrió los ojos de par en par.
— ¿En el año 149 antes de Cristo? Cuando te llamé Justin de Macedonia era cierto. Eres ''de'' Macedonia.
Él asintió con un gesto brusco.
Los pensamientos de _______ giraban como un torbellino mientras cerraba el microondas y lo ponía en marcha. Era imposible. ¡Tenía que ser imposible!
— ¿Cómo te metieron en el libro? A ver, según tengo entendido, los antiguos griegos no
tenían libros, ¿verdad?
— Originalmente fui encerrado en un rollo de pergamino que más tarde fue encuadernado
como medida de protección —dijo con un tono sombrío y el rostro impasible—. Y con
respecto a qué fue lo que hice para que me castigaran: invadí Alexandria.
_________ frunció el ceño. Aquello no tenía ni pizca de sentido; como el resto de todo lo que estaba sucediendo.
— ¿Y por qué ibas a merecerte un castigo por invadir una ciudad?
— Alexandria no era una ciudad, era una sacerdotisa virgen del dios Príapo.
_________ se tensó ante el comentario, y ante la magnitud del castigo que implicaba «invadir» a una mujer. Encerrar al autor de la invasión para toda la eternidad era un poco excesivo.
— ¿Violaste a una mujer?
— No la violé —contestó mirándola con dureza—. Fue de mutuo consentimiento, te lo
aseguro.
Vale, ése era un tema sensible para él. Se percibía claramente en su gélida conducta. No le
gustaba hablar del pasado. Tendría que ser un poquito más sutil en su interrogatorio.
Nick escuchó el extraño timbre, y observó cómo ___ apretaba un resorte que abría la
puerta de la caja negra donde había introducido su comida.
Ella sacó el humeante cuenco de comida y lo colocó ante él, junto con un tenedor plateado,
un cuchillo, una servilleta de papel y una copa de vino. El cálido aroma se le subió a la
cabeza e hizo que el estómago rugiera de necesidad.
Se suponía que debía estar perplejo por el modo tan rápido en que ella había cocinado, pero
después de haber oído hablar de artefactos con nombres extraños como “tren, cámara,
automóvil, fonógrafo, cohete y ordenador”, Nick dudaba que cualquier cosa pudiese
tomarlo por sorpresa.
En realidad, no quedaba ningún sentimiento en él, aparte del deseo; hacía mucho que
había desterrado todas sus emociones.
Su existencia no era más que una sucesión de fragmentos temporales a lo largo de los
siglos. Su única razón de ser era la de obedecer los deseos sexuales de sus invocadoras.
Y, si algo había aprendido en los dos últimos milenios, era a disfrutar de los escasos placeres que podía obtener en cada invocación.
Pero no dejó de comer. No lo haría mientras hubiese comida en el cuenco. Había esperado demasiado
tiempo para poder aplacar su hambre y no estaba dispuesto a detenerse ahora.
Después de unos cuantos bocados más, los retortijones disminuyeron y le permitieron disfrutar
plenamente de la comida.
Una vez su estómago se calmó, tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para comer como
un humano y no zamparse la comida a puñados, tal era el hambre que le devoraba las entrañas.
En momentos como éste, le resultaba muy difícil recordar que aún era humano, y no una bestia
desbocada y feroz que había sido liberada de su jaula.
Hacía siglos que había perdido la mayor parte de su condición humana. Y estaba decidido a
conservar lo poco que le quedaba.
________ se apoyó en la encimera y lo observó mientras comía. Lo hacía lentamente, de forma casi
mecánica. No dejaba entrever si le gustaba la comida, pero aún así, continuaba comiendo.
Lo que realmente le sorprendió fueron los exquisitos modales europeos que demostraba.
Ella nunca había sido capaz de comer de ese modo, y fue entonces cuando comenzó a
preguntarse dónde habría aprendido a utilizar el cuchillo para mantener la pasta en el tenedor, y
evitar que se cayera.
— ¿Había tenedores en al antigua Macedonia? —le preguntó.
Justin dejó de comer.
— ¿Disculpa?
— Me preguntaba cuándo se inventó el tenedor. ¿Ya lo utilizaban en…?
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