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"Un amante de ensueño" (Nick y tu)

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Mensaje por Invitado Sáb 26 Dic 2009, 10:11 pm

yo kerer caaaaaaap !! bugah bugah :geek:
Invitado
avatar


Invitado

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un amante de ensueno - "Un amante de ensueño" (Nick y tu) - Página 4 Empty Re: "Un amante de ensueño" (Nick y tu)

Mensaje por Martita Dom 27 Dic 2009, 6:10 am

isajonas escribió:yo kerer caaaaaaap !! bugah bugah :geek:

si cap!!

pliisss! :D
Martita
Martita


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un amante de ensueno - "Un amante de ensueño" (Nick y tu) - Página 4 Empty Re: "Un amante de ensueño" (Nick y tu)

Mensaje por Martita Dom 27 Dic 2009, 12:21 pm

Martita escribió:
isajonas escribió:yo kerer caaaaaaap !! bugah bugah :geek:

si cap!!

pliisss! :D

capppp :crybaby: :crybaby: :crybaby:
Martita
Martita


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un amante de ensueno - "Un amante de ensueño" (Nick y tu) - Página 4 Empty Re: "Un amante de ensueño" (Nick y tu)

Mensaje por Belieber&Smiler♥ Dom 27 Dic 2009, 2:42 pm

Aclaro:
Selena:Yari
Rodney:Jason
Kyrian: Zac (por peticion de una amiga):¬¬:
capas q alla otros cambios de nombres
de personajes secundarios :P :lol:



ya son los ultimos caps
faltan 6
y juro que para la otra nove voy a ser mas organizada


Capítulo 11

Yari observaba cómo Nick se paseaba nervioso, por delante de su puesto, mientras hacía una tirada para un turista. ¡Dios santo!, podría pasarse todo el día observándolo caminar. Ese modo de andar hacía saltar los ojos de las órbitas, y a ella le entraban unos deseos terribles de salir corriendo a casa, agarrar a Joe y hacerle unas cuantas cosas pecaminosas.
Una y otra vez, las mujeres se acercaban a él, pero Nick no tardaba en quitárselas de en medio. Era ciertamente divertido ver a todas esas chicas pavoneándose a su alrededor mientras él permanecía ajeno a sus estratagemas. Nunca le había parecido posible que un hombre actuara así.
Pero claro, hasta ella podía llegar a aborrecer el chocolate si se daba un atracón.
Y por el modo en que las mujeres respondían a la presencia de Nick, dedujo que él ya había sufrido más de un dolor de tripa causado por un empacho. La verdad es que parecía muy preocupado.
Y Yari se sentía fatal por lo que les había hecho a ambos, a él y a ___. Su idea parecía bastante sencilla en un principio. Si hubiese reflexionado un poco más…
¿Pero cómo iba a saber quién era Nick? Claro, que su nombre podía haber hecho sonar algún timbre en su mente; de todos modos, su especialidad era la Edad de Bronce griega que, hasta para la época de Nick, era la Prehistoria.
Y tampoco había creído que el tipo del libro fuese realmente humano. Pensaba que era alguna clase de genio o criatura mágica, sin pasado ni sentimientos.
¡Señor!, cuando metía la pata lo hacía hasta el fondo.
Meneando la cabeza, observó cómo Nick rechazaba otra oferta, esta vez procedente de una atractiva pelirroja. El hombre era un verdadero imán de estrógenos.
Acabó la lectura.
Nick esperó unos minutos y se acercó a la mesa.
— Llévame con ___.
No era una petición, no. Estaba segura de que era el mismo tono de voz que empleaba para dirigir a su ejército en mitad de una batalla.
— Dijo que…
— No me importa lo que dijese. Necesito verla.
Yari envolvió la baraja en el pañuelo negro de seda. ¿Qué demonios? Tampoco es que necesitara que su mejor amiga volviera a hablarle.
— Vas directo a tu funeral.
— Ojalá —dijo en voz tan baja que ella no pudo estar segura de haber escuchado correctamente.
La ayudó a recoger sus trastos para meterlos en el carrito, y llevarlo todo hasta la pequeña caseta que tenía alquilada para guardarlo.
Sin pérdida de tiempo, llegaron a casa de ___.
Aparcaron en el camino del jardín justo cuando ___ estaba guardando sus maletas.
— ¡Hola, ___! —saludó Yari—. ¿Dónde vas?
Ella miró furiosa a Nick.
— Me marcho por unos días.
— ¿Dónde? —le preguntó su amiga.
___ no contestó.
Nick salió del coche y se acercó a ella. Iba a arreglar las cosas, costase lo que costase.
___ arrojó una bolsa al maletero y se alejó de Nick.
Él la cogió por un brazo.
— No has contestado a la pregunta.
Ella se zafó de su mano.
— ¿Y qué vas a hacer, pegarme si no lo hago? —le dijo, mirándolo con los ojos entrecerrados.
Nick se encogió ante el evidente rencor.
— ¿Y te extrañas de que quiera marcharme? —Entonces se dio cuenta. A ___ le estaba costando horrores contener las lágrimas. Tenía los ojos húmedos y brillantes. La culpa lo asaltó—. Lo siento, ___ —murmuró mientras cubría su mejilla con la mano—. No pretendía hacerte daño.
___ observó la batalla que mantenían el arrepentimiento y el deseo en el rostro de Nick. Su caricia era tan tierna y tan suave… Por un instante, estuvo a punto de creer que, en realidad, él se preocupaba por ella.
— Yo también lo siento —susurró—. Ya sé que no tienes la culpa.
Cada libro guardado allí era un recuerdo especial, y todos ellos formaban parte de su mundo. Miró a su izquierda y vio Shanna, con la que había comenzado su afición a la novela romántica. The Wolfling, la había introducido en la ciencia ficción. Y su adorado Bimbos del Sol Muerto, su primera novela de misterio.
También estaban allí las viejas novelas de sus padres, y las tres copias de los libros de texto que su padre había escrito antes de que ella naciera.
Éste era su santuario y Nick era, sin contar a sus padres, la primera persona que ponía un pie en él.
— Llevas tiempo coleccionando libros —comentó él mientras echaba un vistazo a las estanterías.
Ella asintió.
— Fueron mis mejores amigos mientras crecía. Creo que el amor por la lectura es el mejor regalo que mis padres me han dado —alzó el libro de Peter Pan—. Éste era de mi padre, de cuando era niño. Es mi posesión más preciada.
Lo devolvió a una de las estanterías y cogió un ejemplar de Belleza Negra.
— Mi madre me leía éste una y otra vez.
Hizo un pequeño recorrido, mostrándole sus libros.
— Rebeldes —susurró con adoración—. Era mi libro favorito en el instituto. ¡Ah!, junto con éste, ¿Puedes demandar a tus padres por abuso de autoridad?
Nick se rió.
— Ya veo que significan mucho para ti. Se te ilumina el rostro cuando hablas de ellos.
Algo en su mirada le dijo a ___ que él estaba pensando en otro modo de hacer que se iluminara…
Tragando saliva ante la idea, se dio la vuelta y rebuscó en la estantería de la derecha, donde guardaba los clásicos, mientras Nick seguía mirando los de la izquierda.
— ¿Qué te parece éste? —le preguntó él, con una de sus novelas románticas en la mano.
___ soltó una risita nerviosa al ver a la pareja que se abrazaba medio desnuda en la portada.
— ¡Señor!, me parece que no.
Él miró la portada y alzó una ceja.
— Vale —dijo ___ quitándole el libro de la mano—. Has descubierto mi más profundo secreto. Soy una adicta a las novelas románticas, pero lo último que necesitas es que te lea una apasionada escena de amor en voz alta. Muchísimas gracias, pero no.
Nick le miró fijamente los labios.
— Preferiría recrear una apasionada escena de amor contigo —dijo en voz baja, acercándose a ella.
___ comenzó a temblar. Tenía la espalda pegada a la estantería y no podía retroceder más. Nick colocó un brazo sobre su cabeza y acercó su cuerpo al suyo, hasta dejarlos unidos. Entonces, bajó la cabeza y se acercó a su boca.
___ cerró los ojos. La presencia de Nick inundaba todos sus sentidos. La rodeaba de una forma extremadamente perturbadora.
Por una vez, él mantuvo las manos quietas y se limitó a tocarla tan sólo con los labios. Daba igual. La cabeza de ___ comenzó a girar de todos modos.
¿Cómo había podido su esposa elegir a otro hombre teniéndolo a él? ¿Cómo podía rechazarlo una mujer en su sano juicio? Este hombre era el paraíso.
Nick profundizó el beso, explorando su boca con la lengua. ___ sentía los latidos de su corazón mientras él se acercaba aún más y sus músculos la envolvían.
Jamás había sido tan consciente de la presencia de otro ser humano. Él la ponía al límite, le hacía experimentar sensaciones que no sabía que pudiesen existir.
Nick se retiró un poco y apoyó la mejilla sobre la de ___. Su aliento caía sobre su pelo y le erizaba la piel.
— Tengo unos deseos horribles de estar dentro de ti, ___ —murmuró—. Quiero sentir tus piernas alrededor de mi cuerpo, sentir tus pechos debajo de mí, escucharte gemir mientras te hago el amor lentamente. Quiero que tu aroma quede impreso en mi cuerpo y que tu aliento me queme la piel.
Todo su cuerpo se tensó antes de separarse de ella.
— Pero ya estoy acostumbrado a desear cosas que no puedo tener —susurró.
Ella le tocó el brazo. Nick cogió su mano, se la llevó a los labios y depositó un rastro de pequeños besos sobre los nudillos.
El deseo que se reflejaba en su apuesto rostro hacía que a ___ le doliera todo el cuerpo.
— Busca un libro y me comportaré.
Tragó saliva mientras él se alejaba. Entonces, se fijó en su viejo ejemplar de La Ilíada. Sonrió. Le iba a encantar, estaba segura.
Lo cogió y bajó las escaleras.
Nick estaba sentado delante del sofá.
— ¡Adivina lo que he encontrado! —exclamó ___ excitada.
— No tengo la más remota idea.
Ella lo sostuvo en alto y sonrió.
— ¡La Ilíada!
Nick se animó al instante y los hoyuelos relampaguearon en su rostro.
— Cántame, ¡Oh Diosa!
— Muy bien —respondió ella, sentándose a su lado—. Y esto te va a gustar todavía más: es una versión bilingüe; con el original griego y la traducción inglesa.
Y se lo dejó para que lo viera.
La expresión de Nick fue la misma que habría puesto si le hubieran entregado el tesoro de un rey. Abrió el libro y, de inmediato, sus ojos volaron sobre las páginas mientras pasaba la mano reverentemente por las hojas, cubiertas con la antigua escritura griega.
Era incapaz de creer que estuviese viendo de nuevo su idioma escrito, después de tanto tiempo. Hacía una eternidad que no lo leía en otro lugar que no fuese su brazo.
Siempre le habían encantado La Ilíada y La Odisea. De niño, había pasado horas oculto tras los barracones, leyendo pergaminos una y otra vez; o escabulléndose para escuchar a los bardos en la plaza de la ciudad.
Entendía muy bien lo que sentía ___ por sus libros. Él había sentido lo mismo en su juventud. A la más mínima oportunidad, se escapaba a su mundo de fantasía, donde los héroes siempre triunfaban, los demonios y villanos eran aniquilados, y los padres y las madres amaban a sus hijos.
En las historias no había hambre ni dolor, sino libertad y esperanza. Fue a través de esas historias como aprendió lo que eran la compasión y la ternura. El honor y la integridad.
___ se arrodilló junto a él.
— Echas de menos tu hogar, ¿verdad?
Nick apartó la mirada. Sólo echaba de menos a sus hijos.
Al contrario que a Zac, la lucha nunca le había atraído. El hedor de la muerte y la sangre, los quejidos de los moribundos. Sólo había luchado porque era lo que se esperaba de él. Y había liderado un ejército porque, como bien dijo Platón, cada ser humano está capacitado por naturaleza para realizar una actividad a la cual se entrega. Por su naturaleza, Nick siempre había sido un líder y no podía seguir las órdenes de nadie.
No, no lo echaba de menos, pero…
— Fue lo único que conocí.
___ le rozó el hombro, pero fue la preocupación que reflejaban sus ojos grises lo que le desarmó.
— ¿Querías que tu hijo fuese un soldado?
Él negó con la cabeza.
— Jamás quise que truncaran su juventud como les ocurrió a tantos de mis hombres —contestó con la voz ronca—. Bastante irónico, ¿no es cierto? Ni siquiera le habría permitido que jugara con la espada de madera que Zac le regaló para su cumpleaños; ni le hubiese dejado tocar la mía mientras estuviese en casa.
___ enlazó las manos en su cuello y tiró de él para acercarlo. Sus caricias eran tan increíblemente relajantes… Hacían que la soledad doliese aún más.
— ¿Cómo se llamaba?
Nick tragó saliva. No había pronunciado los nombres de sus hijos desde el día de su muerte. No se había atrevido pero, no obstante, quería compartirlos con ___.
— Atolycus. Mi hija se llamaba Calista.
___ lo miró con una sonrisa triste, como si compartiera su dolor por la pérdida.
— Tenían unos nombres preciosos.
— Eran unos niños preciosos.
— Si se parecían en algo a ti, me lo creo.
Eso había sido lo más hermoso que nadie le había dicho jamás.
Nick le pasó la mano por el pelo, dejando que los mechones se escurrieran sobre su palma. Cerró los ojos y deseó poder quedarse así para siempre.
El miedo a tener que abandonarla lo estaba destrozando. Nunca le había gustado la idea de ser engullido por aquel desolado infierno que era el libro; pero ahora, al pensar que jamás volvería a verla, que jamás volvería a oler el dulce aroma de su piel, que sus manos jamás volverían a rozar el suave rubor de sus mejillas…
No podía soportarlo. Era demasiado.
¡Por los dioses!, y había creído hasta entonces que estaba maldito…
___ se alejó un poco, lo besó suavemente en los labios y cogió el libro.
Nick tragó. Ella quería rescatarlo y, por primera vez durante todos aquellos siglos, quería ser rescatado.
Se tendió en el suelo para que ___ pudiese apoyar la cabeza en él. Le encantaba sentirla así. Sentir su pelo extendiéndose sobre los brazos y el torso.
Estuvieron tendidos en el suelo hasta las primeras horas de la madrugada; Nick la escuchaba mientras leía la Odisea y narraba las historias de Aquiles.
Observaba cómo el cansancio iba haciendo mella en ella, pero continuaba leyendo. Finalmente, cerró los ojos y se quedó dormida.
Nick sonrió y le quitó el libro de las manos para dejarlo a un lado. Le acarició la mejilla con la palma de la mano durante un instante.
No tenía sueño. No quería desaprovechar ni un solo segundo del tiempo que tenía para estar a su lado. Quería contemplarla, tocarla. Absorberla. Porque atesoraría esos recuerdos durante toda la eternidad.
Nunca había pasado una noche así: tumbado tranquilamente en el suelo junto a una mujer, sin que ella montara su cuerpo y le exigiese que la tocara y la poseyera.
En su época, los hombres y las mujeres no solían pasar demasiado tiempo juntos. Durante las temporadas que pasó en su hogar, Selena le hablaba en raras ocasiones. De hecho, no había demostrado mucho interés en él.
Por las noches, cuando la buscaba, no lo rechazaba. Pero, no obstante, no estaba ansiosa por sus caricias. Siempre había conseguido engatusarla para que su cuerpo le respondiera apasionadamente, pero no así su corazón.
Deslizó las manos por el pelo negro de ___, extasiado por la sensación de tenerlo entre los dedos. Su mirada se detuvo sobre su anillo. Brillaba tenuemente, captando la escasa luz de la estancia.
En su mente, lo veía cubierto de sangre. Recordaba cómo se le clavaba en el dedo mientras blandía la espada en mitad de una batalla. Ese anillo lo había significado todo para él, y no le había resultado fácil conseguirlo. Se lo había ganado con el sudor de su frente y con las numerosas heridas que sufrió su cuerpo. Le había costado mucho, pero había merecido la pena.
Durante un tiempo fue respetado, aunque no lo amaran. En su vida como mortal, eso había sido esencial.
Suspirando, echó la cabeza hacia atrás para apoyarse en el cojín del sofá que había puesto sobre el suelo y cerró los ojos.
Cuando por fin se deslizó entre las neblinas del sueño, no fueron los rostros del pasado los que poblaron su mente, fue la imagen de unos claros ojos grises que se reían con él, de una negra melena que se desparramaba por su pecho y de una voz suave que leía palabras que le resultaban familiares aunque, de algún modo, extrañas.

___ se desperezó lánguidamente al despertarse. Abrió los ojos y se sorprendió al darse cuenta de que tenía la cabeza sobre el abdomen de Nick. Él tenía la mano enterrada en su pelo y, por la respiración relajada y profunda, supo que todavía estaba dormido.
Alzó la mirada hacia su rostro. Tenía una expresión tranquila, casi infantil.
Y entonces fue consciente de algo: no había tenido la pesadilla. Había dormido toda la noche.
Sonriendo, intentó levantarse muy despacio para no despertarlo.
No funcionó. Tan pronto como levantó la cabeza, Nick abrió los ojos y la abrasó con una intensa mirada.
— ___ —dijo en voz baja.
— No quería despertarte.
Ella señaló las escaleras con el pulgar.
— Iba arriba a darme una ducha. ¿Debería cerrar la puerta?
La recorrió con ojos ardientes.
— No, creo que puedo comportarme.
Ella sonrió.
— Me parece que ya he oído eso antes.
Nick no contestó.
___ subió y se dio una ducha rápida
Una vez acabó, fue a su habitación y se encontró a Nick tumbado en la cama, hojeando su ejemplar de La Ilíada.
La miró con expresión absorta al darse cuenta de sólo llevaba puesta una toalla. Una lasciva sonrisa hizo que sus hoyuelos aparecieran en todo su esplendor, y la temperatura del cuerpo de ___ ascendió varios grados.
— Me pongo la ropa y…
— No —le dijo con tono autoritario.
— ¿Que no qué? —preguntó incrédula.
La expresión de Nick se suavizó.
— Preferiría que te vistieras aquí.
— Nick…
— Por favor.
___ se puso muy nerviosa ante la petición. Jamás había hecho algo así en su vida. Y se sentía avergonzada.
— Por favor, por favor… —volvió a rogarle con una leve sonrisa.
¿Qué mujer le diría que no a una expresión como ésa?
Lo miró con recelo.
— No te atrevas a reírte —le dijo mientras abría vacilante la toalla.
Nick miró sus pechos con ojos hambrientos.
— Puedes estar completamente segura de que la risa es lo último que se me pasa por la mente en estos momentos.
Y entonces, se levantó de la cama y se acercó a la cómoda, donde ___ guardaba la ropa interior, con los movimientos gráciles de un depredador. Un extraño escalofrío recorrió la espalda de ___ mientras observaba cómo la mano de Nick rebuscaba entre sus braguitas hasta encontrar las de seda negra que Yari le había regalado de broma.
Nick las sacó y se arrodilló en el suelo delante de ella, con toda la intención de ayudarla a ponérselas. Sin aliento y totalmente entregada a la seducción, ___ miró sus rizos marrones mientras elevaba una pierna para dejar que él le pasara las braguitas por el pie.
Tras sus manos, que deslizaban la seda ascendiendo por su pierna, sus labios dejaban un reguero de besos que la hicieron estremecerse. Para mayor devastación de todos sus sentidos, abrió las manos y las colocó sobre sus muslos con los dedos totalmente extendidos. Y lo que fue aún peor, una vez las braguitas estuvieron colocadas en su sitio, la acarició levemente entre las piernas antes de apartarse.
A continuación, sacó el sujetador negro a juego.
Como una muñeca sin voluntad propia, dejó que se lo pusiera. Las manos de Nick rozaron los pezones, mientras abrochaba el enganche delantero; una vez cerrado, las deslizó bajo el satén y la acarició con deleite, erizándole la piel.
Nick inclinó la cabeza y capturó sus labios. Podía sentir el fuego consumiéndolo, exigiéndole que la poseyera. Exigiéndole que aliviara el dolor de su entrepierna aunque fuese por un instante.
__ gimió cuando él profundizó el beso y se dejó llevar por completo. Nick la alzó en brazos para tenderla sobre la cama. De forma instintiva, ella le rodeó la cintura con las piernas y siseó al sentir los duros abdominales presionando sobre su sexo.
Nick le pasó las manos por la espalda. La visión de su cuerpo húmedo y desnudo estaba grabada a fuego en su mente. Había llegado a un punto sin retorno cuando un destello de luz cegadora iluminó la habitación.
Con los ojos doloridos por el resplandor, Nick se separó de ella.
— ¿Has sido tú? —le preguntó ella sin aliento, mirándolo arrobada.
Risueño, Nick negó con la cabeza.
— Ojalá pudiera atribuírmelo, pero estoy bastante seguro de que tiene otro origen.
Echó un vistazo a la habitación y sus ojos se detuvieron sobre la cama. Parpadeó.
No podía ser…
— ¿Qué es eso? —preguntó ___, girándose para mirar la cama
— Es mi escudo —contestó Nick, incapaz de creerlo.
Hacía siglos que no veía su escudo. Atónito, lo contempló fijamente. Estaba en el mismo centro de la cama y emitía débiles destellos bajo la luz.
Conocía cada muesca y arañazo que había en él; recordaba cada uno de los golpes que los habían producido.
Temeroso de estar soñando, alargó el brazo para tocar el relieve en bronce de Atenea y su búho.
— ¿Y tu espada también?
Nick le agarró la mano antes de que pudiera tocarla.
— Ésa es la Espada de Cronos. No la toques jamás. Si alguien que no lleva su sangre la toca, su piel quedará marcada para siempre con una terrible quemadura.
— ¿En serio? —preguntó, bajándose de la cama para alejarse de la espada.
— En serio.
___ miró a la cama con el ceño fruncido.
— ¿Qué hacen aquí?
— No lo sé.
— ¿Y quién los envía?
— No lo sé.
— Pues no me estás ayudando mucho.
Nick no pareció captar su sarcasmo. En lugar de darse por aludido, ___ lo observó contemplar su escudo. Pasaba la mano sobre él como un padre que mira con adoración a un hijo largo tiempo perdido.
Cogió su espada y la depositó en el suelo, debajo de la cama.
— No olvides que está aquí —le dijo muy serio—. Ten mucho cuidado de no tocarla.
Su expresión se volvió más ceñuda al incorporarse. Miró de nuevo el escudo.
— Debe ser obra de mi madre. Sólo ella o uno de sus hijos podrían enviármelos.
— ¿Y por qué iba a hacerlo?
Nick entrecerró los ojos mientras recordaba el resto de la leyenda que rodeaba a su espada.
— Estoy seguro de que ha enviado mi espada por si tengo que enfrentarme con Príapo. La Espada de Cronos también es conocida como la Espada de la Justicia. No acabará con su vida, pero hará que ocupe mi lugar en el libro.
— ¿Estás hablando en serio?
Nick asintió.
— ¿Puedo tocar el escudo?
— Claro.
___ pasó la mano sobre las incrustaciones doradas y negras que formaban la imagen de Atenea y el búho.
— Es muy bonito —dijo, maravillada.
— Zac lo mandó hacer cuando me nombraron General Supremo.
___ acarició la inscripción grabada bajo la figura de Atenea.
— ¿Qué dice aquí?
— «La muerte antes que el deshonor» —dijo con un nudo en la garganta.
Nick sonrió con melancolía al recordar a Zac junto a él durante las batallas.
— El escudo de Zac decía: «El botín para el vencedor». Solía mirarme antes de la lucha, y decir: «Tú te llevas el honor, adelfos~~ , y yo me quedo con el botín».
___ permaneció en silencio al escuchar el extraño tono de su voz. Intentando imaginar su apariencia con el escudo en alto, se acercó un poco más.
— ¿Zac? ¿El hombre que fue crucificado?
— Sí.
— Lo apreciabas mucho, ¿verdad?
Él sonrió con tristeza.
— Le llevó un tiempo acostumbrarse a mí. Yo tenía veintitrés años cuando su tío lo asignó a mi tropa, después de advertirme concienzudamente de lo que me sucedería si dejaba que Su Alteza fuese herido.
— ¿Era un príncipe?
Nick asintió.
— Y no tenía miedo a nada. Apenas si llegaba a los veinte años y luchaba o se metía en peleas sin estar preparado, sin creer que pudiesen hacerle daño. Me daba la sensación de que cada vez que me daba la vuelta, tenía que sacarlo a rastras de algún extraño contratiempo. Pero resultaba muy difícil no apreciarlo. A pesar de su carácter exaltado, tenía un gran sentido del humor y era completamente leal. —Pasó la mano por el escudo—. Ojalá hubiese estado allí para poder salvarlo de los romanos.

___ le acarició el brazo en un gesto comprensivo.
— Estoy segura de que los dos juntos habran sido capaces de salir de cualquier atolladero.
Los ojos de Nick se iluminaron al escucharla.
— Cuando nuestros ejércitos marchaban juntos, éramos invencibles. —Tensó la mandíbula al mirarla—. Hubiese sido cuestión de tiempo que Roma fuese nuestra.
— ¿Por qué depreciabais tanto al Imperio Romano?
— Juré que destruiría Roma el mismo día que conquistaron Primaria. Zac y yo fuimos enviados para ayudarlos en la lucha, pero cuando llegamos era demasiado tarde. Los romanos habían rodeado la ciudad y habían asesinado salvajemente a todas las mujeres y a los niños. Jamás había visto una carnicería semejante. —Su mirada se oscureció—. Estábamos intentando enterrar a los muertos cuando los romanos nos tendieron una emboscada.
___ se quedó helada al escucharlo.
— ¿Qué ocurrió?
— Derroté a Livio y estaba a punto de matarlo en el momento en que intervino Príapo. Lanzó un rayo a mi caballo y caí en mitad de las tropas romanas. Estaba seguro de iba a morir cuando Zac apareció de la nada. Hizo retroceder a Livio hasta que pude ponerme en pie de nuevo. Livio llamó a sus hombres a retirada y desapareció antes de que pudiésemos acabar con él.
___ fue consciente de la proximidad de Nick. Estaba detrás de ella, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de él. Colocó los brazos a ambos lados de su cuerpo, atrapándola entre él y la cama, y se apoyó sobre su espalda.
Ella apretó los dientes ante la ferocidad del deseo que la invadió. Nick no la estaba tocando, pero sus sentidos estaban tan desbocados como si sus manos la acariciasen. Él inclinó la cabeza y le mordisqueó el cuello.
La sensación de su lengua sobre la piel consiguió que todas sus hormonas cobraran vida. Arqueó la espalda mientras un estremecimiento le recorría los pechos. Si no lo detenía…
— Nick —balbució; su voz no logró trasmitir la advertencia que pretendía.
— Lo sé —susurró él—. Voy de camino a darme una ducha fría.
Mientras salía de la habitación, ___ lo escuchó gruñir una palabra en voz baja:
— Solo.

Después de desayunar, ___ decidió enseñarle a conducir.
— Esto es ridículo —protestó Nick mientras ___ aparcaba en el estacionamiento del instituto.
— ¡Venga ya! —se burló ella—. ¿No sientes curiosidad?
— No.
— ¿Que no?
Nick suspiró.
— Esta bien, un poco.
— Bueno, entonces imagina las historias sobre la gran bestia de acero que condujiste alrededor de un aparcamiento que podrás contarles a tus hombres cuando regreses a Macedonia.
Nick la miró perplejo.
— ¿Eso significa que estás de acuerdo con que me marche?
*No,* quiso gritarle. Pero en lugar de eso, suspiró. En el fondo, sabía que jamás podría pedirle que abandonara todo lo que había sido para quedarse con ella.
Nicholas de Macedonia era un héroe. Una leyenda.
Jamás podría ser un hombre de carácter tranquilo del siglo veintiuno.
— Sé que no puedo hacer que te quedes conmigo. No eres un cachorrito abandonado que me ha seguido a casa.
Nick se tensó al escucharla. Tenía razón. Por eso le resultaba tan difícil abandonarla. ¿Cómo podía separarse de la única persona que lo veía como a un hombre?
No sabía por qué quería enseñarlo a conducir pero, de todas formas, notaba que se sentía feliz compartiendo su mundo con él. Y, por alguna razón que no quería analizar demasiado a fondo, le gustaba hacerla feliz.
— Muy bien. Enséñame a dominar a esta bestia.
___ salió del coche para que Nick pudiese sentarse en el asiento del conductor.
Tan pronto como Nick se sentó, ella hizo una mueca al ver a un hombre, de casi un metro noventa, encogido para poder acomodarse en un asiento dispuesto para una mujer de uno sesenta y cinco.
— Lo siento, se me ha olvidado mover el asiento.
— No puedo moverme ni respirar, pero no te preocupes, estoy bien.
Ella se rió.
— Hay una palanca bajo el asiento. Tira de ella y podrás moverlo hacia atrás.
Nick lo intentó, pero el espacio era tan estrecho, que no la alcanzaba.
— Espera, yo lo haré.
Echó la cabeza hacia atrás cuando ___ se inclinó por encima de su muslo y apretó los pechos sobre su pierna para pasarle el brazo entre las rodillas. Su cuerpo reaccionó de inmediato, endureciéndose y comenzando a arder.
Cuando ella apoyó la mejilla sobre su entrepierna al tirar de la palanca, Nick pensó que estaba a punto de morir.
— ¿Te has dado cuenta de que estás en la posición perfecta para…?
— ¡Nick! —exclamó ella, retrocediendo para ver el abultamiento de sus vaqueros. Su rostro
adquirió un brillante tono rojo—. Lo siento.
— Yo también —contestó él en voz baja.

Desafortunadamente, todavía tenía que mover el asiento, así que Nick se vio forzado a soportar
la postura una vez más.

Apretando los dientes, alzó un brazo y se agarró al reposacabezas con fuerza. Era lo único que
podía hacer para no ceder a la salvaje lujuria.

— ¿Estás bien? —le preguntó ella, una vez colocó el asiento en su sitio y volvió al suyo.

— ¡Claro! —contestó él con tono sarcástico—. Teniendo en cuenta que he caminado sobre brasas
que resultaron menos dolorosas que lo que está soportando en este momento mi entrepierna,
estoy fenomenal.

— Ya te he pedido perdón.

Él la miró fijamente.

___ le dio unas palmaditas en el brazo.
— Venga, ¿llegas bien a los pedales?

— Me encantaría llegar hasta los tuyos…

— ¡Nick! —exclamó de nuevo ___. Era un hombre verdaderamente libidinoso—. ¿Quieres
concentrarte?
De acuerdo, ya me estoy concentrando.

— En mis pechos, no.

Nick bajó la mirada hacia el regazo de ___.

— Ni ahí tampoco.
Para su sorpresa, hizo un puchero semejante al de un niño enfadado. La expresión era tan
extraña en él que __ no tuvo más remedio que reírse de nuevo.

— Vale —le dijo ella—. El pedal que está a tu izquierda, es el embrague; el del medio es el freno y
el de la derecha, el acelerador. ¿Te acuerdas de lo que te explicado sobre ellos?

— Sí.

— Bien. Ahora, lo primero que tienes que hacer es apretar el embrague y meter la marcha. —Y
diciendo esto, colocó la mano sobre la palanca de cambios, situada entre los dos asientos, y le
enseñó cómo debía moverla.

— En serio, ___. No deberías acariciar eso de esa forma delante de mí. Es una crueldad por tu
parte.

— ¡Nick! ¿Te importaría prestar atención? Estoy intentando enseñarte a cambiar de marcha.

Él resopló.

— Ojalá me cambiaras a mí las marchas del mismo modo.

Con un brillo malicioso en los ojos, soltó el embrague antes de la cuenta y el coche se caló.

— Se supone que esto no debería pasar, ¿verdad? —preguntó.

— No, a menos que quieras tener un accidente.

Él suspiró y lo intentó de nuevo.

Una hora más tarde, después que se las hubiera arreglado para dar una vuelta alrededor del
estacionamiento sin golpear los postes y sin que el coche se le calara, ___ se dio por vencida.

— Menos mal que fuiste mejor general que conductor.

— Ja, ja —exclamó él sarcásticamente, pero con un brillo en la mirada que indicó a ___ que no
estaba ofendido—. Lo único que alegaré en mi defensa es que el primer vehículo que conduje
fue un carro de guerra.

___ le sonrió.

— Bueno, en estas calles no estamos en guerra.

Con una mirada escéptica, él le respondió:

— Yo no diría eso después de haber visto las noticias de la noche. —Apagó el motor—. Creo que
dejaré que conduzcas un rato.

— Muy inteligente por tu parte. No puedo permitirme comprar un coche nuevo de ninguna
forma.

Salió del coche para cambiar de asiento; pero al cruzarse a la altura del maletero, Nick la sostuvo para darle un beso tan tórrido que ella acabó mareada. Él le cogió las manos y las sostuvo sobre sus estrechas caderas mientras mordisqueaba sus labios.
¡Santo Dios! Una mujer podía acostumbrarse a eso con mucha facilidad. Mucha, mucha facilidad.

Nick se separó.

— ¿Quieres llevarme a casa para que te mordisquee otras cosas?

Sí, eso era lo que quería. Y por eso no se atrevía. De hecho, el beso la había dejado tan
trastornada que no podía ni hablar.

Nick sonrió ante la mirada extraviada y hambrienta de ___. Estaba observando sus labios como si aún pudiese saborearlos. En ese momento, la deseó más que nunca. Deseó poder arrancarle la goma del pelo y dejar que su melena se desparramara sobre su pecho, una vez
estuviera tendida sobre él.

Cómo deseaba estar de regreso en su casa donde pudiese quitarle los pantalones cortos y
escuchar sus dulces murmullos de placer mientras él le…

— El coche —dijo ella, parpadeando como si despertara de un sueño—. Íbamos a entrar en el
coche.

Nick le dio un pequeño beso en la mejilla.

Una vez dentro del coche y con los cinturones de seguridad abrochados, ___ lo miró de
soslayo.

— ¿Sabes una cosa? Creo que hay dos cosas en Nueva Orleáns que deberías experimentar.

— En primer lugar, tengo que poseerte en un

— ¿Es que no vas a parar?

Nick se aclaró la garganta.

— Está bien. ¿Cuál es tu lista?

— Bourbon Street y la música moderna. Y de una de ellas nos podemos encargar ahora mismo.
—Y puso la radio.

Se rió al reconocer Hot Blooded(1) de Foreigner. Qué apropiado, dado su pasajero.

Nick lo escuchó, pero no pareció muy impresionado.

___ cambió la emisora.

Él frunció el ceño.

— ¿Qué has hecho?

— He cambiado de emisora. Lo único que hay que hacer es apretar los botones.

Él jugueteó y cambió de emisora un rato, hasta que encontró Love Hurts(2) de Nazareth.

— Vuestra música es interesante.

— ¿Te hace añorar la tuya?

— Dado que la mayoría de la música que escuchaba procedía de las trompetas y los tambores
que nos acompañaban a la batalla, no. Creo que soy capaz de apreciar esto.

— ¿El qué? —preguntó ella juguetona—. ¿La música o el hecho de que el amor hace daño?

El rostro de Nick adquirió una expresión seria, dejando de lado el humor.

— Puesto que no he conocido nunca lo que es el amor, no sabría decirte si hace daño o no. Pero
me imagino que ser amado no debe hacer tanto daño como el no serlo.

El pecho de ___ se encogió ante sus palabras.

— Entonces —dijo ella cambiando de tema—, ¿qué quieres hacer cuando regreses a tu casa?

— No lo sé.

— Probablemente irás a darle una buena patada en el beep a Escipión, ¿verdad?

Él se rió ante la idea.

— Ya me gustaría.

— ¿Por qué? ¿Qué te hizo?

— Se cruzó en mi camino.

Vale, no era eso lo que ella esperaba escuchar.


— Y a ti no te gusta que nadie se cruce en tu camino, ¿cierto?

— ¿Te gusta a ti?

Ella sopesó la pregunta antes de responder.

— Supongo que no.

Para cuando llegaron a Bourbon Street, la calle había sido invadida por la multitud típica de un
domingo por la tarde. ___ se abanicó el rostro, luchando contra el intenso calor.

Miró a Nick, que apenas si sudaba; las gotitas de sudor le conferían un nuevo atractivo. El pelo
húmedo se le rizaba alrededor de la cara y con esas gafas oscuras… ¡Ooooh, Señor!

Por supuesto que su atractivo quedaba aún más enfatizado gracias a la camiseta blanca, de
mangas cortas, que se le adhería a los hombros y a la tableta de chocolate que tenía por
abdominales. Mientras dejaba que su mirada vagara hasta el botón de sus vaqueros, deseó
haberle comprado unos más anchos.
Pero dado su seductor modo de andar, que decía mucho acerca de su confianza en sí mismo, ___ dudaba mucho de que unos vaqueros más anchos pudiesen ocultar tan tremenda sensualidad.

Nick se detuvo al pasar junto a un club de striptease. A su favor ___ tuvo que admitir que ni siquiera jadeó al mirar a las mujeres tan escandalosamente vestidas, que se contoneaban tras el
cristal, pero su sorpresa fue bastante evidente.

Mirándole como si quisiera devorarlo, una exótica bailarina se mordió el labio inferior y se
pasó la lengua por él de forma sugerente, mientras se tocaba los pechos. Le hizo un gesto con un
dedo para que entrara al local.

Nick se dio la vuelta.

— Nunca habías visto algo así, ¿verdad? —preguntó ___, intentando disimular el malestar que
sentía ante los gestos de la mujer, y el alivio que la invadió al ver la reacción de Nick.

— Roma —contestó simplemente.

Ella se rió.

— No eran tan decadentes, ¿o sí?

— Te sorprendería saber cuánto. Por lo menos aquí nadie hace una orgía en… —y su voz se
perdió al pasar junto a una pareja que se lo estaba montando en una esquina—. Déjalo.

___ se rió a carcajadas.

— ¡Ooooh Señor! —exclamó una prostituta, al pasar junto a otro club, haciendo un gesto a
Nick—. Entra y te lo hago gratis.

Él meneó la cabeza sin detenerse. ___ lo cogió de la mano y lo detuvo.

— ¿Se comportaban así las mujeres antes de la maldición?

Él asintió.

— Por eso el único amigo que tuve fue Zac. Los hombres que conocía no podían aguantar la
atención que me prestaban; las mujeres me perseguían allí donde estuviésemos, intentando
arrancarme la armadura.
___ se detuvo a pensar por un momento.

— Y tú no estás seguro de que todas esas mujeres te amaran, ¿verdad?

La miró con una chispa de diversión.

— El amor y la lujuria no son lo mismo. ¿Cómo puedes amar a alguien a quien no conoces?

— Supongo que tienes razón.

Siguieron caminando por la calle.

— Cuéntame cosas sobre tu amigo. ¿Por qué no le importaba que las mujeres se quedaran con la
boca abierta al verte?

Nick sonrió, mostrando sus hoyuelos.

— Zac estaba profundamente enamorado de su esposa, y no le importaba ninguna otra mujer.
Jamás me vio como un competidor.
— ¿Conociste a su esposa?

Nick negó con la cabeza.

— Aunque nunca lo hablamos, creo que los dos intuíamos que sería una mala idea.

___ percibió el cambio en su rostro. Estaba recordando a Zac, seguro.

— Te culpas por lo que le sucedió, ¿verdad?

Él apretó los dientes mientras imaginaba lo que debía haber sentido su amigo al ser capturado
por los romanos. Considerando las ganas que habían tenido de atraparlos a ambos, no había duda de lo que lo habían hecho sufrir antes de matarlo.

— Sí —contestó en voz baja—. Sé que tengo la culpa. Si no hubiese despertado la ira de Príapo,
habría estado allí para ayudar a Zac a luchar contra ellos.

Y sabía con absoluta certeza que la desgracia de Zac provenía del hecho de haber sido tan
estúpido como para ser su amigo.

Lanzó un suspiro.

— Una vida brillante que no debería haber acabado así. Si tan sólo hubiese aprendido a
controlar su osadía, habría llegado a ser un magnífico gobernador —dijo, cogiendo la mano de
___ y dándole un ligero apretón.

Caminaron en silencio, mientras ___ intentaba pensar en el modo de animarlo.

Al pasar por la Casa del Vudú de Marie Laveau, ella se detuvo y lo arrastró al interior.
Le explicó los orígenes del vudú mientras recorrían el museo de miniaturas.

— ¡Uuuh! —dijo cogiendo un muñeco de vudú de una estantería—. ¿Quieres vestirlo como
Príapo y clavarle unos cuantos alfileres?

Nick se rió.

— ¿Por qué no imaginarnos que es Jason Carmichael?
___ suprimió una sonrisa.

— Eso sería muy poco profesional por mi parte, ¿no es cierto?... Pero me resulta muy tentador.

Dejó el muñeco en su sitio y se fijó en el mostrador de cristal, donde estaban colocados los
amuletos y la bisutería. Justo en el centro, había un collar de cuentas negras, azules y verdes,
trenzadas de un modo tan intrincado que daban la sensación de ser un delgado hilo negro.

— Trae buena suerte a quien lo lleva —le dijo la vendedora al percibir el interés de ___—. ¿Le
gustaría verlo de cerca?

___ asintió.

— ¿Funciona?

— ¡Sí! Está trenzado siguiendo un poderoso diseño.

__ no estaba muy segura de que debiera creérselo; pero entonces recordó que, hacía apenas
una semana, jamás habría creído que dos mujeres borrachas pudieran devolver a la vida a un
general Macedonio.

Pagó a la mujer y se acercó a Nick.

— Agáchate —le dijo.

Él la miró con escepticismo.

— ¡Vamos! —le acució ella—. Dame el gusto, anda.

La vendedora se rió al ver a ___ colocarle el amuleto a Nick en el cuello.

— Ese chico no necesita ningún tipo de suerte para aumentar su encanto. Lo que necesita es un
hechizo que disperse la atención de todas esas mujeres que le están mirando el trasero ahora
que está agachado.

___ miró por encima del hombro de Nick y observó a tres mujeres que babeaban al mirarle el
beep. Por primera vez, sintió un horrible ramalazo de celos.

Pero la sensación se evaporó por completo cuando Nick le dio un cariñoso beso en la mejilla
antes de incorporarse. Con una mirada diabólica, le pasó un brazo alrededor de los hombros en
un gesto posesivo.

Al pasar junto a las mujeres, ___ no pudo suprimir un travieso impulso. Se detuvo junto a ellas
y las interpeló.

— Por cierto, desnudo está muchísimo mejor.

— Y tú que no pierdes oportunidad de comprobarlo, cariño —comentó Nick mientras se ponía
las gafas de sol y comenzaba a andar con el brazo aún sobre sus hombros.

Ella le pasó la mano por la cintura y la metió en el bolsillo delantero del pantalón, mientras él la
atraía más hacia su cuerpo.

— ¿Sabes una cosa? —le susurró al oído—. Si bajases la mano un poquito más, no me importaría
en absoluto.

Ella le dio un pequeño apretón, pero dejó la mano donde estaba.

Las miradas de envidia de las mujeres los persiguieron mientras se alejaban caminando por la
acera.

Para cenar, ___ llevó a Nick a la Marisquería de Mike Anderson. Hizo una mueca al ver que
depositaban un plato de ostras para Nick sobre la mesa.

— ¡Puaj! —exclamó ella cuando él se comió una.

Muy ofendido, Nick resopló.
— Están deliciosas.

— Para nada.

— Eso es porque no sabes cómo tienes que comerlas.

— Claro que sé. Abres la boca y dejas que ese bicho viscoso se deslice por tu garganta.

Nick bebió un trago de su cerveza.

— Ésa es una forma de comerlas.
— Así acabas de hacerlo tú.

— Cierto, pero ¿no te gustaría probar otro modo?
Ella se mordió el labio, indecisa. Algo en el comportamiento de Nick le indicaba que podía ser
peligroso aceptar su desafío.

— No sé.

— ¿Confías en mí?

— No mucho —resopló ella.

Él se encogió de hombros y dio otro trago a la cerveza.

— Tú te lo pierdes.

— ¡Vale, está bien! —se rindió ella, demasiado curiosa como para continuar negándose—. Pero si
me dan arcadas, recuerda que te lo advertí.

Nick tiró de la silla de ___ con los talones hasta colocarla a su lado, tan cerca que sus muslos se
rozaban. Se secó las manos en los vaqueros, y cogió la ostra más pequeña.
— Muy bien entonces —le susurró al oído y le pasó el otro brazo por los hombros—. Echa la cabeza hacia atrás.

___ obedeció. Él deslizó los dedos por su garganta, causándole una oleada de escalofríos. Ella
tragó, sorprendida por la ternura de sus caricias. Sorprendida por lo bien que se sentía con él a
su lado.

— Abre la boca —le dijo en voz baja, mientras le rozaba el cuello con la nariz.

Ella volvió a obedecer.

Nick dejó que la ostra resbalara hasta su boca. Cuando ___ la tragó y comenzó a bajar por su
garganta, Nick pasó la lengua por su cuello en dirección contraria.

___ se estremeció ante la inesperada sensación. Los pezones se le endurecieron y un millón de
escalofríos recorrieron su piel. ¡Era increíble! Y por primera vez, no le importó para nada el
sabor de la ostra.

— ¿Te ha gustado? —le preguntó, juguetón.

Ella no pudo evitar sonreír.

— Eres incorregible.
— Eso intento.

— Y lo consigues a las mil maravillas.

Antes de que Nick pudiera responder, sonó su teléfono móvil.

— ¡Puf! —resopló mientras lo sacaba del bolso. Quienquiera que fuese, ya podía tener algo
importante que decirle.

Contestó.

— ¿___?

Ella se encogió al escuchar la voz de Jason.

— Señor Carmichael, ¿cómo ha conseguido este número de teléfono?

— Estaba apuntado en tu Rodolex. Vine a tu casa a verte, pero no estás —y suspiró—. Estaba
deseando pasar el día contigo. Tenemos una conversación pendiente. Pero no pasa nada. Puedo
reunirme contigo, ¿estás en el Barrio Francés con tu amiga la vidente?

El miedo la paralizó.

— ¿Cómo conoce a mi amiga?

— Sé muchas cosas de ti, ___. ¡Mmm! —masculló en voz baja—. Perfumas los cajones de tu ropa
interior con popurrí de rosas.

El terror la poseyó por completo y no pudo moverse. Comenzaron a temblarle las manos.

— ¿Está en mi casa?

Podía oír cómo abría y cerraba los cajones de su cómoda, a través del teléfono. De repente, el
tipo soltó una maldición.

— ¡Zorra! —espetó Jason—. ¿Quién es él? ¿Con quién coño te has estado acostando?

— Eso es…
La comunicación se cortó.

___ estaba temblando, tanto que apenas si podía respirar cuando colgó el teléfono.

— ¿Qué sucede? —le preguntó Nick, con el ceño fruncido por la preocupación.

— Jason está en mi casa —le dijo con voz temblorosa. Marcó de inmediato el número de la
policía para notificarlo.

— Nos encontraremos allí —le informó el agente—. No entre en su domicilio hasta que
lleguemos.

— No se preocupe, no lo haré.

Nick le cogió las manos.

— Estás temblando.

— ¡No me digas! Resulta que tengo a un psicópata metido en mi casa, olfateando mi lencería e
insultándome. ¿Por qué iba a temblar?

Sus ojos marrones la tranquilizaron con una mirada protectora. Le apretó las manos
suavemente.

— Sabes que no voy a permitir que te haga daño.

— Te lo agradezco mucho, Nick. Pero este hombre está…

— Muerto si se acerca a ti. Sabes que no te abandonaré.

— Por lo menos no hasta la próxima luna llena.

Nick apartó la mirada y ella asimiló la verdad.

— No pasa nada —dijo ella con valentía—. Puedo hacerme cargo de esto, de verdad. He estado
sola durante años. Ésta no es la primera vez que un cliente me acosa. Y dudo mucho que vaya a
ser el último.

Los ojos de Nick lanzaron llamaradas marrones cuando la miró.

— ¿Cuántos de tus pacientes te han acosado?

— No es tu problema, sino el mío.

Nick siguió mirándola como si estuviese a punto de estrangularla.


"Un amante de ensueño" (Nick y tu)

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"A la Simi nunca le dejan hacer nada,Acheron siempre le dice a la Simi:Simi no toques eso,simi no comas eso,simi no puedes matar a la vaca gorda (Artemisa) ,simi no, odio la palabra no
:caliente::caliente2::enfadado: "


:love: "Pucky Love" :love:

PD: Perdon por el drastico cambio de algunos nombres :¬¬:
algunas amigas mias odian a selena Gomez y como la mejor amiga tuya en la nove se llama selena,me dijeron q lo cambie
Belieber&Smiler♥
Belieber&Smiler♥


http://twitter.com/SmilerSwag12_10

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Mensaje por Martita Lun 28 Dic 2009, 4:25 am

:affraid: :affraid: :affraid:

mee encanto

pero no kiero q se akabe... un amante de ensueno - "Un amante de ensueño" (Nick y tu) - Página 4 2039594227

sigue pliiss :cheers:
Martita
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Mensaje por Martita Lun 28 Dic 2009, 11:58 am

cap pliiiisss :sad: :sad: :sad:
Martita
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Mensaje por heynatii Mar 29 Dic 2009, 10:41 am

ESTA MUY BUENA LA NOVELA! me encanto espero que puedas actualizar pronto!
besooo :hi:


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heynatii
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Mensaje por Nicky Mar 29 Dic 2009, 12:13 pm

Esta, chica, esta chica dios mio que no suve XD
Nicky
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Mensaje por Martita Miér 30 Dic 2009, 6:24 am

^^Ro!*^^ escribió:Esta, chica, esta chica dios mio que no suve XD

si plis, sube cap :) :) :)
Martita
Martita


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Mensaje por heynatii Miér 30 Dic 2009, 7:03 am

HAY PORFAVOR ESTOY MURIENDO(? AJAJ BUENO NO TANTO PERO EN SERIO ME ENCANTA ESTA NOVELA JAJAJA espero qe subas pronto!

besittooo! :love:
heynatii
heynatii


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Mensaje por Belieber&Smiler♥ Miér 30 Dic 2009, 8:41 am

Perdón muchachas por el atraso...


Capítulo 12

Llegaron a casa al mismo tiempo que la policía.

El joven y musculoso agente miró con suspicacia a Nick.

— ¿Quién es?

Un amigo —le contestó ___.

El policía alargó la mano hacia ella.

De acuerdo, déme las llaves y déjenos echar un vistazo. El agente Reynolds se quedará con
ustedes aquí fuera hasta que lo revisemos todo.

___ le entregó obedientemente el juego de llaves.

Comenzó a mordisquearse las uñas mientras observaba cómo el policía entraba a su hogar.

Por favor, que Jason Carmichael esté dentro todavía.

Pero no estaba. El policía salió poco después meneando la cabeza.

— ¡Joder! —exclamó ___ en voz baja.

El agente Reynolds la acompañó hasta la casa y Nick los siguió un poco rezagado.

— Necesitamos que entre y eche un vistazo para ver si falta algo.

— ¿Ha hecho algún estropicio? —preguntó ella.

— Sólo en los dormitorios.

Con el corazón en un puño, ___ entró en su casa y subió las escaleras para ir a su habitación.

Nick la siguió y observó cómo se mantenía rígida y distante. Tenía el rostro tan pálido que las
pecas resultaban mucho más evidentes. Podría matar al tipo que le había hecho esto. Ninguna
mujer debería pasar tanto miedo, especialmente en su propio hogar.

Cuando llegaron al piso superior, Nick vio que la puerta de la habitación del final del pasillo
estaba entreabierta. ___ corrió hacia allí.

— ¡No! —jadeó.

Se apresuró a seguirla.

Nick comenzó a verlo todo rojo al contemplar el sufrimiento que reflejaba el rostro de ___.
Podía sentir su dolor en el corazón como si fuese el suyo propio.

Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas mientras observaba el desorden. El colchón estaba
tirado en el suelo, las sábanas desgarradas, los cajones abiertos y su contenido esparcido, como
si Céfiro hubiera pasado por allí en mitad de un arranque de mal humor.

Nick le colocó las manos sobre los hombros para reconfortarla.

— ¿Cómo ha podido hacerle esto a su habitación? —preguntó ___.

— ¿De quién es esta habitación? —preguntó el agente Reynolds—. Creía que vivía sola.

— Y lo hago. Ésta era la habitación de mis padres. Murieron hace tiempo —miró a uno y otro
lado, incrédula. Una cosa era que fuese tras ella, pero ¿por qué había hecho esto?

Contempló la ropa esparcida por el suelo; ropa que le traía a la memoria tantos recuerdos
maravillosos… Las camisas que su padre llevaba al trabajo; el jersey favorito de su madre y que
ella siempre le pedía prestado; los pendientes que su padre había regalado a su madre en su
último aniversario de boda. Todo estaba desparramado por la habitación, como si no tuviese
valor alguno.

Pero para ella eran objetos muy valiosos. Era lo único que le quedaba de ellos. El dolor le
desgarraba el corazón.

— ¿Cómo ha podido hacerlo? —preguntó, mientras la rabia se abría paso en su interior.

Nick la atrajo hacia sus brazos y la sostuvo con fuerza.
— No pasa nada, ___ —murmuró sobre su pelo.

Pero sí que pasaba. ___ dudaba poder superar aquello alguna vez. No podía dejar de pensar en
las manos de ese animal tocando la ropa de su madre o desgarrando las sábanas. ¡Cómo se había
atrevido!

Nick miró al agente de policía.

— No se preocupe —dijo el hombre—, encontraremos al tipo.

— ¿Y después qué? —preguntó Nick.
— Eso tendrá que decidirlo un tribunal.

Nick lo miró de arriba abajo y soltó un gruñido, asqueado. Tribunales. No entendía cómo un
tribunal moderno podía permitir que un animal así estuviese suelto.

— Sé que todo esto es duro —comentó el agente—. Pero necesitamos que compruebe si se ha
llevado algo, doctora Alexander.

Ella asintió.

A Nick le sorprendió el coraje que demostró al desprenderse de su abrazo y limpiarse las lágrimas. Comenzó a inspeccionar todo aquel desastre. Él se arrodilló a su lado; quería estar cerca por si lo necesitaba de nuevo.

Después de comprobarlo todo concienzudamente, ___ cruzó los brazos sobre el pecho y lanzó
una rápida mirada al agente.

— No falta nada —le dijo, y salió de la habitación para ir a la suya.

Entró en ella con mucha aprensión. Un rápido vistazo le indicó que su dormitorio había sufrido
los mismos daños que el de sus padres. Había registrado meticulosamente tanto la ropa de Nick
como la suya. Toda la lencería estaba tirada por el suelo, había desgarrado las sábanas y el
colchón estaba ladeado.

Ojalá Jason hubiese encontrado la espada de Julian bajo la cama y hubiese cometido el error de
tocarla. Eso sí que habría sido una justa recompensa.

Pero no la había visto. De hecho, el escudo aún seguía apoyado sobre la pared, junto a la cama,
donde él lo dejó.

___ se sentía casi violada al contemplar toda su ropa esparcida por la habitación; como si las
manos de Jason hubiesen tocado su cuerpo.

En ese momento, vio la puerta del vestidor ligeramente abierta. Estaba muerta de miedo
mientras se acercaba para abrirla y mirar en el interior. Entonces se sintió como si el tipo le
hubiese arrancado el corazón y lo hubiese aplastado.

— Mis libros —murmuró.

Nick cruzó la habitación para ver lo que ___ estaba mirando. Se quedó sin respiración al llegar
junto a ella.

Todos los libros habían sido destrozados.

— Mis libros no —balbució, cayendo de rodillas.

Le temblaba la mano al pasarla sobre las hojas de los libros que su padre había escrito. Eran
irremplazables. Jamás podría abrirlos de nuevo y escuchar su voz hablándole desde el pasado.
No podría abrir Belleza Negra y oír a su madre mientras se lo leía.

Todo había desaparecido.

Jason Carmichael acababa de matar de nuevo a sus padres.

___ se fijó entonces en lo que quedaba de su ejemplar de La Ilíada. Los ojos se le llenaron de
lágrimas al recordar la expresión de Nick mientras pasaba sus páginas. Las horas que habían
pasado juntos mientras ella lo leía. Habían sido unos momentos muy especiales, mágicos; los
dos tumbados frente al sofá, perdidos en la historia, como si hubiesen estado en un reino
privado, sólo de ellos dos. Su propio paraíso.

— Los ha destrozado todos —murmuró—. ¡Dios! Ha debido pasar horas aquí.

— Señora, sólo son…

Nick agarró al agente Reynolds por el brazo y lo sacó de la habitación.

— Para ella son mucho más que simples libros —le dijo entre dientes—. No se atreva a burlarse
de su dolor.

— ¡Vaya! —exclamó el hombre avergonzado—. Lo siento.

Nick volvió junto a ___.

Sollozaba incontrolablemente mientras pasaba las manos sobre las hojas sueltas.

— ¿Por qué lo ha hecho?

Él la levantó, la sacó del vestidor y la acostó en la cama. Ella no lo soltó. Se aferraba a él con
tanta fuerza que a Nick le costaba trabajo respirar, y lloraba como si el corazón estuviese
rompiéndosele a pedazos.

En ese momento, Nick quiso matar al hombre que le había hecho esto.

Sonó el teléfono.

___ gritó y forcejeó para incorporarse.

— Shh —le dijo Nick, mientras le limpiaba las lágrimas y la sostenía, impidiendo que se
moviera—. No pasa nada. Estoy aquí, contigo.

El agente Reynolds le pasó el teléfono.

— Conteste, por si es él.

Nick miró con furia al hombre. ¿Cómo podía ser tan insensible? ¿Cómo podía pedirle que
hablara con ese perro rabioso?

— Hola, Yari —saludó ___, y volvió a estallar en lágrimas mientras le contaba a su amiga lo que
había sucedido.

La mente de Nick bullía al pensar en el hombre que había invadido la casa de ___ y la había
herido tan profundamente. Lo que más le preocupaba era que el tipo sabía dónde golpear.
Conocía a ___. Sabía lo que era importante para ella.

Y eso le hacía mucho más peligroso de lo que la policía sospechaba.

Ella colgó el teléfono.

— Siento mucho haber perdido el control —dijo, limpiándose las lágrimas—. Ha sido un día muy
largo.

— Sí, señora, lo entendemos.

Nick observó cómo se recomponía; ___ tenía una fuerza de voluntad que muy pocos hombres poseían.

Acompañó al policía por el resto de la casa.

— No debe haber visto este libro —dijo uno de los agentes con el libro de Nick en la mano,
ofreciéndoselo a ella.

Nick lo cogió de las manos de ___. Al contrario que el agente, él no estaba tan seguro. Si el
bastardo había intentado romperlo, se habría llevado una desagradable sorpresa.

No podía ser destruido. Él mismo había intentado hacerlo en incontables ocasiones a lo largo de
los siglos. Pero ni siquiera el fuego hacía mella en él. El libro le hizo recordar las palabras de
___.

Él se iría en unos cuantos días y ella se quedaría sola, sin nadie que la protegiera. Y esa idea lo
enfermaba.

Los agentes se marcharon en el mismo instante que Yari llegaba en su coche. Salió del Jeep
acompañada de un hombre alto y moreno que llevaba el brazo en un cabestrillo. Yari
prácticamente corrió hasta la puerta.

— ¿Estás bien? —le preguntó a ___ mientras la abrazaba con fuerza.

— Sí —le contestó ella. Miró sobre su hombro y entonces saludó al hombre—. Hola Joe.

— Hola ___. Hemos venido a echarte una mano.

Ella le presentó a Nick y los cuatro entraron en la casa.

Nick detuvo a Yari tan pronto como estuvieron dentro, y la llevó aparte.

— ¿Puedes mantenerla un rato aquí abajo?

— ¿Por qué?

— Tengo que ocuparme de algo.

Yari frunció el ceño.

— Claro, no hay problema.

Esperó hasta que Yari y su marido sentaron a ___ en el sofá. Entonces, fue a la cocina, cogió un
par de bolsas de basura y se encaminó al vestidor.

Tan rápido como pudo, comenzó a ordenar todo aquel desastre para que __ no tuviera que
verlo de nuevo. Pero con cada trozo de papel que tocaba, su ira crecía.

Una y otra vez acudía a su mente la tierna expresión de ___ mientras buscaba un libro entre
toda su colección. Si cerraba los ojos podía ver su pelo desparramado sobre su pecho mientras
leía.

En ese momento, quiso la sangre de este tipo.

— ¡Joder! —exclamó Joe desde la puerta—. ¿Esto lo ha hecho él?

— Sí.

— Tío, menudo psicópata.

Nick no dijo nada y continuó arrojando los papeles a la bolsa. Su alma gritaba, clamando venganza. Lo que sentía hacia Príapo era una leve sombra de lo que en esos momentos pasaba por su mente.

Una cosa era hacerle daño a él. Pero herir a ___…

Ya podían tener las Parcas compasión de ese tipo, porque él no pensaba tener ninguna.

— ¿Llevas mucho saliendo con ___?

— No.

— Eso me parecía. Yari no te ha mencionado, pero pensándolo bien, tampoco se ha mostrado
tan preocupada porque ___ se quedara sola desde su cumpleaños. Supongo que se conocieron
entonces.

— Sí.

— Sí, no, sí. No eres muy hablador, ¿verdad?

— No.

— Vale, lo he cogido. Hasta luego.

Nick se detuvo cuando encontró la cubierta de Peter Pan. La cogió y apretó los dientes. El dolor
lo asaltó de nuevo. Ese libro era el preferido de ___.

Lo apretó con fuerza un instante y después lo arrojó a la bolsa con el resto.

___ no fue consciente del tiempo que pasó sentada en el sofá, sin moverse. Sólo sabía que se encontraba muy mal. El golpe de Jason había sido muy fuerte.

Yari le trajo una taza de chocolate caliente.

Ella intentó beber, pero le temblaban tanto las manos que tuvo miedo de derramarlo y lo dejó a
un lado.

— Supongo que necesito limpiarlo todo.

— Ya lo está haciendo Nick —le dijo Joe, que estaba sentado en el sillón haciendo zapping.

___ frunció el ceño.

— ¿Qué?, ¿desde cuando?

— Hace poco estaba arriba, recogiéndolo todo en el vestidor.

Boquiabierta por la sorpresa, ___ subió en su búsqueda.

Nick estaba en la habitación de sus padres. Desde la puerta, observó cómo acaba de poner
orden y se enderezaba. Dobló los pantalones de su padre de un modo que haría que Martha
Stewart(1) hiciese una mueca de dolor, los colocó en el cajón y lo cerró.

La ternura la invadió ante la imagen del que fuera un legendario general ordenando su casa para
evitar que ella sufriera. Su delicadeza le llegó al corazón.

Nick alzó los ojos y descubrió a ___. La honda preocupación que reflejaban sus ojos marrones
la reconfortó.

— Gracias —dijo ella.

Él se encogió de hombros.

— No tenía otra cosa que hacer. —Aunque lo dijo con un tono despreocupado, algo en su actitud
traicionaba su pretendida indiferencia.

— Aún así, te lo agradezco mucho —le dijo ella mientras entraba y miraba todo el trabajo que
había hecho. Con el corazón en la garganta, colocó las manos sobre la cama de caoba—. Ésta era
la cama de mi abuela —le dijo—. Todavía escucho la voz de mi madre cuando me contaba cómo
mi abuelo la hizo para ella. Era carpintero.

Con la mandíbula tensa, Nick contempló la mano de ___.

— Es duro, ¿verdad?

— ¿Qué?

— Dejar que los seres amados se vayan.

___ sabía que Nick hablaba desde el fondo de su corazón. El corazón de un padre que añoraba a
sus hijos.

Aunque la pesadilla ya no le persiguiese por las noches, ella le oía susurrar sus nombres, y se
preguntaba si era consciente de la frecuencia con la que soñaba con ellos. Se preguntaba
cuántas veces al día pensaba en ellos y sufría por su muerte.





(1)Martha Stewart: Conocida decoradora, directora de varias publicaciones de consejos para el
hogar.


— Sí —le contestó en voz baja—, pero tú lo sabes mejor que yo, ¿no es cierto?

Nick no contestó.

___ dejó que su mirada vagara por la habitación.

— Supongo que ya va siendo hora de seguir adelante, pero te juro que aún puedo escucharlos,
sentirlos.

— Es su amor lo que percibes. Aún está dentro de ti.

— ¿Sabes? creo que tienes razón.

— ¡Eh! —gritó Yari desde la puerta, interrumpiéndolos—. Joe está encargando una pizza, ¿les
apetece comer algo?

— Sí —contestó ___.

— ¿Y tú? —le preguntó Yari a Nick.

Nick sonrió a ___.

— Me encantaría comer pizza.

___ soltó una carcajada al recordar cómo Nick le había pedido pizza la noche que lo invocaron.

— Vale —dijo Yari—, pizza para todos.

Nick le dio a ___ los anillos de su madre.

— Los encontré en el suelo.

Se acercó a la cómoda para guardarlos, pero se detuvo. En lugar de eso, se los colocó en la
mano derecha y, por primera vez después de unos cuantos años, se sintió reconfortada al
verlos.

Al salir de la habitación, Nick cerró la puerta.

— No —le dijo ___—, déjala abierta.

— ¿Estás segura?

Ella asintió.

Cuando entraron en su dormitorio, vio que Nick también lo había ordenado. Pero al contemplar
las estanterías que habían guardado sus libros, ahora vacías, se le rompió de nuevo el corazón.

En esta ocasión no protestó cuando Nick cerró la puerta.



Horas más tarde y después de haber comido, ___ pudo convencer a Yari y a Joe de que se
fueran.

— Estoy bien, de verdad —les aseguró por enésima vez en la puerta. Agradecida por la presencia
de Nick, colocó la mano sobre su brazo—. Además, tengo a Nick.

Yari la miró con severidad.

— Si necesitas algo, me llamas.

— Lo haré.

Sin sentirse segura del todo, ___ cerró la puerta principal y subió a la habitación. Nick la siguió.

Se tumbaron en la cama, uno junto al otro.

— Me siento tan vulnerable… —susurró.

Él le acarició el pelo.

— Lo sé. Cierra los ojos y duerme tranquila. Estoy aquí. Yo te mantendré a salvo.

La rodeó con sus brazos y ella suspiró, reconfortada. Nadie la había consolado nunca como él lo
hacía.

Tardó horas en dormirse. Cuando lo hizo, estaba rendida.



Se despertó con un silencioso grito.

— Estoy aquí, ___.

Escuchó la voz de Nick a su lado y se calmó al instante.

— Gracias a Dios que eres tú —murmuró—. Tenía una pesadilla.

Nick depositó un ligero beso en su hombro.
— Lo sé.


Ella le dio un apretón en la mano antes de salir de la cama y prepararse para ir al trabajo.

Cuando intentó vestirse, le temblaban tanto las manos que no fue capaz de abotonarse la
camisa.

— Déjame a mí —se ofreció Nick, apartándole las manos para poder hacerlo él—. No tienes por
qué estar asustada, ___. No dejaré que ese tipo te haga nada.

— Lo sé. Sé que la policía lo atrapará y, entonces, todo habrá acabado.

Él no contestó, y siguió ayudándola a colocarse la ropa.

Una vez estuvieron preparados, ___ condujo hasta la consulta, situada en el centro de la ciudad. Tenía un nudo tan grande en el estómago que le costaba respirar. Pero no podía encerrarse. No iba a dejar que Jason controlara su vida. Ella era la que llevaba las riendas y nadie iba a cambiar eso. No sin luchar.

No obstante, estaba muy agradecida por la presencia de Nick. La reconfortaba de tal modo que no quería pensar demasiado a fondo en el porqué.

— ¿Cómo se llama esto? —preguntó Nick cuando entraron al antiguo ascensor del edificio de
finales de siglo.

Ella le enseñó cómo tirar para cerrar la puerta y, de inmediato, percibió la incomodidad de Nick
al quedarse encerrados.

— Es un ascensor —le explicó ___—. Aprietas estos botones y subes a la planta que quieres. Yo
trabajo en el último piso, que es el octavo. —Y apretó el botón de diseño antiguo.

Nick se puso aún más nervioso cuando comenzaron a ascender.

— ¿Es seguro?

Ella alzó una ceja y lo miró con curiosidad.

— No me puedo creer que el hombre que se enfrentaba sin miedo a los ejércitos romanos esté
ahora asustado de un simple ascensor.

Nick le dedicó una mirada irritada.

— Sé lo que son los romanos, pero esto me resulta desconocido

___ le rodeó el brazo con el suyo.

— No es muy complicado. —Señaló a la trampilla del techo—. Sobre esa puertecilla hay unos
cables que suben y bajan la cabina, y también hay un teléfono —dijo, señalando el
intercomunicador situado bajo los botones—. Si el ascensor se queda atascado, lo único que
hay que hacer es apretar el botón del teléfono y, el equipo de emergencia acudirá de inmediato.

Los ojos de Nick se oscurecieron.

— ¿Y suele quedarse atascado con mucha frecuencia?

— La verdad, no. Llevo trabajando en este edificio cuatro años y no ha sucedido ni una sola vez.

— Y si no estabas dentro, ¿cómo lo sabes?

— Los ascensores tienen una alarma que se activa si se quedan atascados. Confía en mí, si nos
quedamos encerrados aquí dentro alguien nos oirá.

Nick dejó vagar su mirada alrededor del reducido espacio y, por la luz que había en sus ojos ___
supo las malvadas ideas que le pasaban por la cabeza.

— ¿Puedes hacer que se detenga a propósito?

Ella se rió a carcajadas.

— Sí, pero no quiero que me pillen en flagrante delicto en el trabajo.

Él inclinó la cabeza y depositó un leve beso en su mejilla.

— Pero ser pillado en flagrante delicto en el trabajo puede ser muy divertido.

___ lo abrazó con fuerza. ¿Qué había en él que le hacía sentirse feliz? Sin importar lo que
ocurriera, Nick siempre conseguía que las cosas fueran mucho más divertidas. Más brillantes.

— Eres malo —le dijo, y se apartó de él de mala gana.

— Cierto, pero te encanta.

Ella volvió a reírse.

— Tienes toda la razón. Me encanta que seas malo.

Las puertas se abrieron y ___ se encaminó hacia su consulta, situada muy cerca del ascensor.
Nick la siguió.

Lisa los miró cuando entraron y abrió los ojos de par en par. Sus labios dibujaron una amplia
sonrisa al contemplar a Nick.

— Doctora ___ —dijo, jugueteando con un mechón rubio de sus cabellos—, su novio es una
bomba.

Meneando la cabeza, ___ los presentó y, después, le enseño a Nick su consulta. Él se quedó de
pie, observando a través de los ventanales mientras ___ encendía el ordenador y dejaba el
bolso en el cajón de su escritorio.

Ella se detuvo al percibir que Nick la miraba fijamente.

— ¿De verdad vas a pasarte todo el día aquí?

Él se encogió de hombros.

— No tengo nada mejor que hacer.

— Te vas a aburrir.

— Te aseguro que estoy más que acostumbrado al aburrimiento.

Lo malo era que ___ lo sabía. Colocó una mano sobre su mejilla al imaginárselo dentro del
libro, solo, encerrado en la más completa oscuridad.

Se puso de puntillas y lo besó con ternura.

— Gracias por acompañarme hoy. No creo que hubiera podido estar aquí de no ser por ti.

Él mordisqueó sus labios.

— Es un placer.

Lisa la llamó por el intercomunicador.

— Doctora ___, su cita de las ocho está aquí.

— Esperaré fuera —le dijo Nick.

___ le dio un apretón en la mano antes de dejar que se marchara.

Durante la siguiente hora, no fue capaz de concentrarse en su paciente. Sus pensamientos
volaban al hombre que la aguardaba fuera, y no paraban de dar vueltas a lo mucho que
significaba para ella.

Y a lo aborrecible que encontraba el hecho de que se marchara.

Tan pronto como acabó la sesión, acompañó a su paciente a la puerta.

Lisa estaba enseñando a Nick a jugar al solitario en el ordenador.

— Doctora __ —le dijo—, ¿sabe que Nick no había jugado antes al solitario?

___ intercambió una sonrisa chispeante con Nick.

— ¿En serio?

Lisa se apartó de Nick para echar un vistazo a la agenda.


— Por cierto, su cita de las tres ha sido cancelada. Y la de las nueve ha llamado para decir que
llegará unos minutos tarde.

De acuerdo. —___ señaló a la puerta con el pulgar—. Mientras juegan, voy un momento al
coche. Olvidé mi Palm Pilot.
Nick alzó la mirada.

— Yo iré.

___ negó con la cabeza.

— Yo puedo hacerlo.

Sin contestarle, él rodeó el escritorio de Lisa y extendió la mano para que ___ le diera las
llaves.

— Yo iré —dijo con un tono que no admitía réplicas.

Como no tenía ganas de discutir, le dio las llaves.

— Está bajo mi asiento.

— Vale, no tardaré nada.

______ le hizo un saludo militar.

Con gesto de pocos amigos, salió de la oficina y se encaminó hacia el ascensor, al final del
pasillo.

Iba a apretar el botón cuando se detuvo. ¡Por los dioses!, cómo odiaba esa cosa estrecha y cuadrada.

Y la idea de estar allí dentro, solo…

Echó un vistazo a su alrededor y vio las escaleras. Sin dudarlo ni un instante, se dirigió hacia
ellas.


___ estaba intentando encontrar el informe de Rachel en su maletín, pero cayó en la cuenta de que había dejado un par de archivadores en el asiento trasero del coche.


— ¿Dónde tengo hoy la cabeza? —se reprendió. Pero no hizo falta que pensara mucho la
respuesta. Sus pensamientos estaban divididos entre dos hombres que habían alterado su vida
por completo.

Enfadada consigo misma por no ser capaz de concentrarse, cogió el maletín y salió de la
consulta, detrás de Nick.

— ¿Dónde va, Doctora? —le preguntó Lisa.

— Me he dejado unos cuantos informes en el coche. No tardo.

Lisa asintió.

___ se acercó al ascensor. Aún estaba rebuscando en el maletín en busca de los archivos
cuando se abrieron las puertas.

Sin prestar mucha atención, entró en al ascensor y, de forma automática, apretó el botón de la
planta baja.

Justo cuando las puertas se cerraron, se percató de que no estaba sola.

Jason Carmichael estaba justo enfrente, mirándola fijamente.

— ¿Me vas a decir quién es él?

___ se quedó helada mientras la invadían el terror y la furia. ¡Sentía deseos de despedazarlo!

Pero aunque su altura fuese escasa para ser un hombre, aún le sacaba una cabeza.

Y era muy inestable.
Ocultando el pánico, ella le habló con calma

— ¿Qué hace usted aquí?

Él hizo un mohín.

— No me has contestado. Quiero saber de quién era la ropa que había en tu casa.

— Eso no es de su incumbencia.

— ¡No digas tonterías! —chilló.

Se balanceaba al borde de la locura y lo último que ___ necesitaba era que él se hundiera en el
abismo mientras estuvieran encerrados en el ascensor.

— Todo lo que te rodea es asunto mío.

___ intentó hacerse con el control de la situación.

— Escúcheme, señor Carmichael. No lo conozco nada, y usted no me conoce a mí. No entiendo
por qué se ha obsesionado conmigo, pero quiero que esta situación llegue a su fin.

Él apretó el botón que detenía el ascensor.

— Ahora, me vas a escuchar, ___. Estamos hechos el uno para el otro. Lo sabes igual que yo.

— Muy bien —le contestó ella, intentando apaciguarlo—. Vamos a discutir esto en mi consulta.
—Y apretó el botón para que el ascensor comenzara a moverse de nuevo.

Él volvió a detenerlo.

— Hablaremos aquí.

___ tomó una profunda bocanada de aire; las manos empezaban a temblarle. Tenía que salir de
allí sin enfadarlo aún más.

— Estaríamos mucho más cómodos en mi consulta.

En esta ocasión, cuando ella fue a apretar el botón él le cogió la mano.

— ¿Por qué no hablas conmigo? —le preguntó él.

— Estamos hablando —contestó ___ mientras se aproximaba lentamente al intercomunicador.

— Apuesto a que hablas con él, ¿verdad? Apuesto a que pasas horas riendo y haciendo Dios sabe
qué cosas con él. Dime quién es.

— Señor Carmichael…

— ¡Jason! —gritó—. ¡Maldita sea! Me llamo Jason.

— Vale, Jason. Vamos a…

— Apuesto a que te ha puesto sus sucias manos encima, ¿verdad? —le preguntó mientras la
aprisionaba en el rincón, de espaldas al teléfono—. ¿Cuántas veces te has acostado con él desde
que me conociste, eh?

___ se estremeció ante la salvaje mirada de aquellos ojos, pequeños y brillantes. Estaba
perdiendo el control de su mente.

___ intentó agarrar el auricular pero, antes de poder acercárselo a la oreja, él lo agarró.

— ¿Qué coño estás haciendo? —le preguntó él.

— Necesitas ayuda.

Jason estrelló el auricular contra el panel de botones.

— No necesito ninguna ayuda. Sólo necesito que hables conmigo. ¿Es que no me oyes? ¡Sólo
necesito que hables conmigo! —gritó, mientras estrellaba el teléfono contra el panel,
enfatizando cada palabra con un golpe.

Aterrorizada, ___ contempló cómo el auricular se hacía pedazos. Jason comenzó a tirarse del pelo.

— Eso no es de su incumbencia.

— ¡No digas tonterías! —chilló.

Se balanceaba al borde de la locura y lo último que ___ necesitaba era que él se hundiera en el
abismo mientras estuvieran encerrados en el ascensor.

— Todo lo que te rodea es asunto mío.

___ intentó hacerse con el control de la situación.

— Escúcheme, señor Carmichael. No lo conozco nada, y usted no me conoce a mí. No entiendo
por qué se ha obsesionado conmigo, pero quiero que esta situación llegue a su fin.

Él apretó el botón que detenía el ascensor.

— Ahora, me vas a escuchar, ___. Estamos hechos el uno para el otro. Lo sabes igual que yo.

— Muy bien —le contestó ella, intentando apaciguarlo—. Vamos a discutir esto en mi consulta.
—Y apretó el botón para que el ascensor comenzara a moverse de nuevo.

Él volvió a detenerlo.

— Hablaremos aquí.

___ tomó una profunda bocanada de aire; las manos empezaban a temblarle. Tenía que salir de
allí sin enfadarlo aún más.

— Estaríamos mucho más cómodos en mi consulta.

En esta ocasión, cuando ella fue a apretar el botón él le cogió la mano.

— ¿Por qué no hablas conmigo? —le preguntó él.

— Estamos hablando —contestó ___ mientras se aproximaba lentamente al intercomunicador.

— Apuesto a que hablas con él, ¿verdad? Apuesto a que pasas horas riendo y haciendo Dios sabe
qué cosas con él. Dime quién es.

— Señor Carmichael…

— ¡Jason! —gritó—. ¡Maldita sea! Me llamo Jason.

— Vale, Jason. Vamos a…

— Apuesto a que te ha puesto sus sucias manos encima, ¿verdad? —le preguntó mientras la
aprisionaba en el rincón, de espaldas al teléfono—. ¿Cuántas veces te has acostado con él desde
que me conociste, eh?

___ se estremeció ante la salvaje mirada de aquellos ojos, pequeños y brillantes. Estaba
perdiendo el control de su mente.

___ intentó agarrar el auricular pero, antes de poder acercárselo a la oreja, él lo agarró.

— ¿Qué coño estás haciendo? —le preguntó él.

— Necesitas ayuda.

Jason estrelló el auricular contra el panel de botones.

— No necesito ninguna ayuda. Sólo necesito que hables conmigo. ¿Es que no me oyes? ¡Sólo
necesito que hables conmigo! —gritó, mientras estrellaba el teléfono contra el panel,
enfatizando cada palabra con un golpe.

Aterrorizada, ___ contempló cómo el auricular se hacía pedazos. Jason comenzó a tirarse del pelo.

— Te ha besado, lo sé. —Repetía una y otra vez la misma frase, mientras se arrancaba el pelo a tirones.

¡Santo Dios! Estaba atrapada con un loco.

Y no había salida.

Nick regresó a la consulta de ___ con el Palm Pilot.

— ¿Dónde está __? —le preguntó a Lisa al no encontrarla en su escritorio.

— ¿No se ha encontrado con ella? Salió unos minutos después que usted. Iba a su coche.

Nick frunció el ceño.

— ¿Está segura?

— Claro. Dijo que se había dejado unos informes o algo.

Antes de poder preguntarle cualquier otra cosa, una atractiva mujer afroamericana vestida con
un conservador traje negro y con un maletín en la mano, entró a la oficina.

Se detuvo en la puerta y se quitó un zapato con un puntapié, para frotarse el talón.

— Definitivamente, hoy es lunes —le dijo a Lisa—. Sólo me faltaba tener que subir ocho pisos por
la escalera porque el ascensor se ha quedado atascado. Y ahora, ¿qué maravillosas noticias
tienes para mí?

— Hola, doctora Beth —la saludó Lisa alegremente, mientras pasaba la mano sobre el libro de
citas—. Su cita de las nueve es Jason Carmichael.

Nick se quedó paralizado.

— Oh, no. Espere —dijo Lisa—. Esa cita es de la doctora ___. La suya…

— ¿Ha dicho Jason Carmichael? —le preguntó a la secretaria.

— Sí. Llamó para cambiar la cita.

Nick no esperó a que Lisa terminara de hablar. Arrojó el Palm Pilot sobre el escritorio y salió
corriendo de la oficina hacia el ascensor. Con el corazón latiendo desbocado, sólo podía pensar
en llegar hasta ___ lo más rápido posible.

Fue entonces cuando comprendió que el ruido que había estado escuchando era una alarma.

Un escalofrío de terror le recorrió la espalda al comprender lo que había sucedido. Jason había
detenido el ascensor con ___ dentro. Estaba seguro.

De repente, se escuchó un grito sofocado tras las puertas cerradas del ascensor.

Con la visión nublada por la furia y el miedo, tiró de las puertas hasta abrirlas.

Y se quedó helado.

No se veía el ascensor. Sólo un abismo negro, muy parecido al libro. Peor aún, bajar por allí
sería como descender hacia su infierno. Un infierno oscuro, asfixiante y estrecho.


Luchó para poder respirar y superar el miedo.


En su corazón, sabía que ________ estaba allí abajo. Sola con un loco y sin nadie que la ayudara.

Apretando los dientes, dio un paso hacia atrás y tomó impulsó para alcanzar de un salto los
cables.



* * *


______ apartó a Jason con un violento empujón.


— ¡No voy a compartirte con nadie! —gruñó él, agarrándola de nuevo por el brazo—. Eres mía.


— No pertenezco a nadie —le contestó ella, propinándole un rodillazo en la entrepierna.

El hombre cayó de rodillas al suelo.

Desesperada, __ intentó subir por las barras laterales para poder alcanzar la trampilla del
techo. Si pudiese llegar hasta allí…

Jason la agarró por la cintura y la estrelló de espaldas contra el rincón.

Con el rostro contraído por la furia, colocó los brazos a ambos lados de __.

— ¡Dime cómo se llama el hombre que ha estado dentro de ti, ___! Dímelo para que sepa a quién
tengo que matar.



Con una escalofriante mirada en sus ojos vacíos, comenzó a arañarse el rostro y el cuello hasta
hacerse sangrar.



— ¿No sabes que eres mi mujer? Vamos a estar juntos. Sé cómo cuidar de ti. Sé lo que necesitas.

¡Soy mucho mejor que él!


___ se agachó, para alejarse un poco de él, se quitó los zapatos de tacón y los cogió. No es que
fuesen las mejores armas, pero eran mejor que nada.

— ¡Quiero saber con quién has estado! —chilló él.

En el mismo instante en que Jason daba un paso hacia atrás, la trampilla se abrió. ___ miró
hacia arriba.


Nick se tiró desde el hueco y cayó agachado como un sigiloso depredador. Lo rodeaba un aura
de peligrosa tranquilidad, pero la expresión de sus ojos era aún más terrorífica. Iluminados por
la ira del infierno, estaban clavados en Jason con mortal determinación, y lanzaban fuego.


Se puso en pie lentamente, hasta enderezarse del todo.

Jason se quedó paralizado al ser consciente de la altura de Nick.


— ¿Quién coño eres tú?

— El hombre con el que ella ha estado
Jason abrió la boca por la sorpresa.

Nick miró escuetamente a __ para asegurarse de que se encontraba sana y salva, y volvió su
atención de nuevo a Jason, lanzando un rugido.

Aplastó al tipo contra la pared con tanta fuerza que ___ pensó que habían dejado una señal en
los paneles de madera.

Nick lo agarró por la camisa y volvió a golpearlo contra la pared.

Cuando habló, la frialdad de su voz hizo que ___ se estremeciera.

— Es una pena que no seas lo suficientemente grande para poder matarte, porque quiero verte
muerto —le dijo apretando los puños—. Pero pequeño o no, si vuelvo a encontrarte cerca de
___ otra vez o haces que derrame una sola lágrima más, no habrá fuerza en este mundo ni en el
más allá que me impida hacerte trizas. ¿Lo has entendido?

Jason luchó inútilmente para zafarse de los puños de Nick.

— ¡Es mía! Te mataré antes de que te interpongas entre nosotros.


Nick ladeó la cabeza como si no pudiese creer lo que acababa de oír.

— ¿Estás loco?

Jason lanzó una patada al vientre de Nick.

Él le dio un puñetazo en la mandíbula con los ojos ensombrecidos. Jason cayó desmadejado al
suelo.

Mientras Nick se agachaba junto al tipo, ___ suspiró aliviada. Todo había acabado.

— Es mejor que te mantengas inconsciente —lo amenazó Nick.

Se enderezó y abrazó a ___ hasta casi aplastarla.

— ¿Estás bien, ___?

Ella no podía respirar pero, en ese momento, no le importaba.

— Sí, ¿y tú?

— Mejor, ahora que sé que estás bien.

Unos minutos después, la policía consiguió abrir las puertas del ascensor y ___ vio que habían
quedado atrapados entre dos pisos.

Nick la alzó por la cintura y ella agarró la mano que le tendía un policía para ayudarla a llegar
hasta el suelo.

Una vez estuvo fuera del ascensor, frunció el ceño mientras observaba a los tres agentes que
estaban ayudando a Nick a sacar el cuerpo inconsciente de Jason.

— ¿Cómo supieron que estábamos ahí?

El agente de más edad retrocedió un paso y dejó que los otros dos hombres alzaran a Jason para
sacarlo.

— La operadora del servicio de emergencias nos llamó. Dijo que parecía haber una guerra en el
ascensor.

— Y lo fue —le contestó ella, nerviosa.

— ¿A quién esposamos?

— Al que está inconsciente.

Mientras ___ esperaba que Nick llegara a su lado, observó la oscuridad que reinaba en el hueco
del ascensor, por donde él había bajado para llegar hasta ella. Era un espacio muy reducido.

Recordó la mirada en el rostro de Nick, la noche que apagó la luz. Y la expresión alterada que
tenía poco antes, cuando subieron a su consulta.

Aún así, había venido a rescatarla.

Abrumada, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

*Ha sido capaz de pasar por eso para protegerme.*

Tan pronto como salió del ascensor, ___ lo abrazó con fuerza.

Nick temblaba a causa de la fuerza de las emociones que sentía. Estaba tan aliviado al verla sana
y salva… La cogió por la cintura y la besó.

— ¡No!

Nick la soltó en el mismo instante que Jason se zafaba de una patada del policía. Las esposas le
colgaban de una de las muñecas mientras se hacía con la pistola del agente y apuntaba.

Acostumbrado a reaccionar en mitad de una batalla, Nick agarró a ___ y la empujó hacia la
izquierda en el instante en que Jason disparaba.

El disparo pasó rozándolos, y fue seguido por otros dos más. Otro de los agentes, el de más
edad, había disparado a Jason.

___ intentó acercarse, pero Nick se lo impidió.

La mantuvo pegada a él, con el rostro enterrado en su pecho, mientras observaba cómo Jason
moría.

— No mires, ___ —susurró—. Hay ciertos recuerdos que no necesitas conservar.


___________________................_____________
Tata ya les subi no denuncien,,, jaja mañana subo o mas tarde lo juro
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Mensaje por Belieber&Smiler♥ Miér 30 Dic 2009, 8:44 am

A..y bienvenidas a lectoras Nuevasss

la nove termina pero voy a hacer otraaa
para que seaann felices
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Mensaje por heynatii Miér 30 Dic 2009, 7:54 pm

ahhhhhhhhhhhhh nestaba mas pegada a la pantalla leyendo :lol!: ajajajaja
gracias por la bienvenida :risa:
espero el otro capi emocionada (? jjajaja
TCHAU(?
heynatii
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Mensaje por Invitado Sáb 02 Ene 2010, 11:29 am

AAAAAAAAAhh!!!

estaaa geniial!!


jordiina:]
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Mensaje por Invitado Sáb 02 Ene 2010, 5:23 pm

NewLectora (:!

Woaa! *_* Tienes que seguir la nove, no la puedes dejar asi :|

Amo como Nicholas de Macedonia usa su lado protector baba (?

Hahaha! En serio, amo ese comportamiento de el *--------*
Bueno, antes de seguir babeando, siguela!!! :D

-Beso! :love:
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