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♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-
Hola chicas..bueno les traigo otra nove adaptada espero q les guste, aca les dejo la sinopsis
SINOPSIS:
El jeque Joe vivía según las estrictas reglas del desierto. Cuando descubrió que __(tn) había infringido una de esas normas sagradas, poniendo en peligro a su gente, Joe se vio obligado a actuar…
__(tn) se había convertido en una especie de esclava, pero su instinto le decía que escapara… aunque cada vez que lo intentaba, el desierto se lo impedía. Y, con cada acto de desobediencia, Joe se volvía más y más firme.
Como dirigente, debía domarla. Como hombre, la deseaba con todas sus fuerzas…
La sigo??
COMENTEN!!
byebye :D
SINOPSIS:
Domaría a aquella fierecilla… quisiera ella o no.
El jeque Joe vivía según las estrictas reglas del desierto. Cuando descubrió que __(tn) había infringido una de esas normas sagradas, poniendo en peligro a su gente, Joe se vio obligado a actuar…
__(tn) se había convertido en una especie de esclava, pero su instinto le decía que escapara… aunque cada vez que lo intentaba, el desierto se lo impedía. Y, con cada acto de desobediencia, Joe se volvía más y más firme.
Como dirigente, debía domarla. Como hombre, la deseaba con todas sus fuerzas…
La sigo??
COMENTEN!!
byebye :D
maru!!
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
uuuuh siii siguelaaa primera lectora juju y sabes q soy fiel :D
Amy d' jonas <3
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
YO esta vez de 2 D;
subiras la sipnosis?
subiras la sipnosis?
Géne!
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
GéneJonas! escribió:YO esta vez de 2 D;
subiras la sipnosis?
ya subi la sinopsis...
esta arriba!! :D :D
maru!!
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
jajajaja xD cuando subiras el primer caap?
Amy d' jonas <3
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
SORRY SORRY me equivoque era Prologo?' ;B soy despistada lo sabes!?maru!! escribió:GéneJonas! escribió:YO esta vez de 2 D;
subiras la sipnosis?
ya subi la sinopsis...
esta arriba!! :D :D
Géne!
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
BIENVENIDAS A TODAS LAS LECTORAS!!
ya subo 1er cap!
ya subo 1er cap!
maru!!
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
YUPIII unas de las grandes razones por la que me caes TAN BIEN^^maru!! escribió:BIENVENIDAS A TODAS LAS LECTORAS!!
ya subo 1er cap!
Géne!
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
primer cap primer cap! :polli:
Amy d' jonas <3
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
Capítulo 1
___(tn) oyó unos gritos justo antes de los disparos. Se tiró al suelo, abrazó la cámara e intentó protegerse la cabeza.
—Soussi al-Kebir —gritó el guía mientras se alejaba de ella corriendo.
—¿Soussi al-Kebir?
__(tn) no entendió. Sabía muy poco árabe. Creía que soussi eran unos bereberes del sur y que al-Kebir quería decir «grande». Sin embargo, ¿qué quería decir soussi al-Kebir? Se oyeron más disparos de ametralladora en la pequeña plaza del pueblo y el choque de unos cascos de caballo contra el suelo. ¿Era una emboscada? ¿Un saqueo?
__(tn), con el corazón desbocado, se apretó más contra los adoquines sin soltar la cámara. Una bala perdida podría alcanzarla en cualquier momento. Oyó el grito de un hombre y el golpe sordo de su cuerpo contra el suelo. Unos momentos después, tuvo que levantar la cabeza para evitar el reguero de sangre.
Entonces, una sombra enorme cayó sobre ella y tapó el sol abrasador de Baraka. El miedo paralizó a __(tn). Quiso gritar, pero no pudo; quiso ser valiente, pero el miedo se lo impidió. Se quedó con los ojos clavados en la sombra y en los pies que tenía a centímetros de la cabeza. Eran unos pies grandes y cubiertos con las botas de ante que usaban los hombres del desierto. Estaban hechas del cuero más delicado para protegerlos del calor de la arena a la vez que eran ligeras. Una tela blanca rozaba la parte superior de las botas. Era el borde de la túnica. Entonces lo comprendió. Soussi al-Kebir quería decir Caudillo del Desierto.
Unas manos la tomaron de los brazos y la pusieron de pie. Las mismas manos le arrebataron la cámara mientras le tapaban la cabeza con una tela negra. Su cámara y la bolsa con el material era toda su vida. Sin ella y las fotos no podría sobrevivir.
—¡Devuélvame la cámara! —exclamó con la voz amortiguada por la tela.
—¡Silencio! —le ordenó una áspera voz masculina.
Repentinamente, se vio subida a lomos de un caballo. Alguien se montó detrás de ella y tomó las riendas mientras golpeaba los flancos de animal con los talones y salían de la medina al galope. __(tn), aterrada, se aferró a la silla de montar mientras intentaba quitarse la tela de la cabeza, pero la tenía bien sujeta a los hombros.
—¿Ash bhiti? —preguntó ella en su torpe árabe de Baraka—. ¿Qué quiere?
Un brazo la agarró con más fuerza como única respuesta. Era un brazo fuerte y musculoso.
—Tengo dinero —añadió ella con desesperación—. Se lo daré. Le daré todo. Acompáñeme al hotel y…
—¿Shhal? ¿Cuánto? —le interrumpió él bruscamente.
—Casi quinientos dólares estadounidenses.
Él no dijo nada. __(tn) se dijo que tenía que mantener la calma pese a que la tela estaba ahogándola. Tenía que llegar a un acuerdo.
—¿Shhal? —repitió él.
Él quería saber cuánto más podía conseguir ella. Entonces, __(tn) se dio cuenta de que estaba negociando con un mercenario.
—Mil dólares; quizá dos mil.
—No es suficiente.
—Entonces, ¿qué quiere?
—Que esté callada.
—Yo…
—¡Basta!
__(tn) se calló. El miedo le impedía respirar. Había leído algo sobre los secuestros en Oriente Próximo. Se dijo que no debía provocarlo, ni a él ni a sus hombres; que si se mantenía tranquila, todo podría salir bien. Tenía que cooperar y mostrarse digna de confianza para que la soltaran.
Para serenarse, empezó a repasar el día. Había empezado como todos los días. Había preparado la cámara, se había tapado la cabeza con un pañuelo y había salido a hacer fotos. Nunca viajaba sola, había aprendido que contratar guías, guardaespaldas y traductores podía ser esencial. Sabía dejar caer unas monedas en las manos indicadas y obtener lo que quería. En aquellos países, los guías o intérpretes le facilitaban el acceso a sitios que ella no podría visitar por su cuenta; templos, mezquitas, cementerios sagrados… Le habían advertido que ser una mujer sería un peligro para ella, pero había sido al contrario. La gente sentía curiosidad y enseguida se daba cuenta de que ella no era una amenaza. Había conseguido salir de las situaciones muy difíciles sólo con dar algunas monedas más. No era soborno, era gratitud. ¿Por qué no iba a poder usar el dinero?
Había pensado que aquel pueblo del desierto era como otros que había visitado y por la medina sólo había oído los rebuznos de los burros y los balidos de las ovejas y las cabras. Era día de mercado y la medina estaba abarrotada de gente desde muy temprano para evitar el calor abrasador. Nada presagiaba que algo malo fuera a ocurrir. Con la cámara preparada había estado observando los juegos de los niños y las mujeres con velo que hacían sus compras. Acababa de enfocar cuando oyó los gritos y los disparos. No era corresponsal de guerra ni había trabajado para ningún periódico, pero había pasado por más de una situación peligrosa. Sabía ponerse a cubierto y fue lo que hizo en cuanto oyó los disparos. Tumbada en el suelo, junto al pozo, había intentado evitar el líquido rojo que corría entre los adoquines y entonces había sido cuando el bandido del desierto la capturó. Si no se hubiera movido, quizá él no la hubiera visto… Si no se hubiera movido, quizá habría estado en esos momentos a salvo en el pueblo y no atrapada en medio del desierto.
__(tn) intentaba respirar debajo de la tela negra. Empezaba a sentir pánico a pesar de los esfuerzos por mantener la calma. Tenía el pulso acelerado y la respiración entrecortada. Notaba que el asma la amenazaba. Iba tener un ataque. Tosió varias veces. El polvo la asfixiaba. No podía ver y se sentía en medio de la nube de polvo y arena que levantaban los cascos del caballo. Con los ojos llenos de lágrimas, abrió la boca todo lo que pudo para tomar aire. Empezaba a sentirse dominada por el pánico y eso no era nada bueno para el asma, pero no podía evitarlo; el calor, los saltos en la silla de montar, el viento, el polvo…
Alargó la mano y braceó en el aire antes de encontrarse con el costado del bandido. Estaba caliente y muy duro, pero era el único que podía ayudarla en ese momento. Se agarró desesperadamente a la tela de la túnica mientras sus pulmones se vaciaban. Tiró violentamente de la tela y la retorció para expresar el pánico.
«No puedo respirar… No puedo respirar… No puedo…»
Joe notó los tirones hasta que la mano cayó sin fuerzas y ella se desvaneció. Llamó a sus hombres con un silbido y frenó al caballo antes de descubrir el rostro de la extranjera. Estaba inmóvil y de un color azulado. La tomó con un brazo y le volvió la cara hacia él para comprobar si respiraba, pero no pudo ver ningún rastro de vida. ¿La habría matado? Inclinó la cabeza de ella hacia atrás, le tapó la nariz y le cubrió la boca con la suya para introducirle aire.
Sus hombres, a caballo, lo rodearon como una barrera protectora, aunque estaba seguro allí. Estaba en su tierra, con su gente. Sin embargo, todos sabían que en cualquier momento podría ocurrir algo.
Él percibió el silencio de todos, su quietud, su preocupación. Nunca lo juzgarían. Él era su jefe, pero nadie quería cargar con un cadáver a sus espaldas y menos el de una joven extranjera. Sobre todo cuando Ouaha luchaba por su independencia, y el poder y la política mantenían un equilibrio muy inestable.
Volvió a cubrir la boca de ella, volvió a soplar sin apartar los ojos de su pecho con la esperanza de que se hinchara. Le pidió en silencio que respirara. Casi le exigió que viviera. Repitió la operación y ella tosió, parpadeó y lo miró. Joe comprobó que la palidez dejaba paso a un leve tono rosado.
—Gracias a Dios —dejó escapar él con un hilo de voz.
Quizá no fuera un buen hombre, pero no disfrutaba matando mujeres. Ella tenía unos ojos que no eran ni verdes ni marrones y, aunque la expresión era nebulosa, el color llamaba la atención, parecía el de un bosque al amanecer, el del bosque que él conoció de niño cuando visitó a la familia de su madre en Inglaterra.
Ella levantó bruscamente las cejas y todo su rostro se contrajo. Intentó respirar sin dejar de mirarlo con unos ojos cargados de pavor. Se llevó la mano a la boca con los dedos curvados.
—…halador…
Él sacudió la cabeza con impaciencia al no entenderla y al comprobar que la palidez volvía a adueñarse de ella. Seguía sin poder respirar. Ella lo miraba con los ojos desorbitados y aterrados.
—¿Qué necesita? —le preguntó él mientras le daba un leve cachete para mantenerla atenta.
Ella seguía curvando los dedos como si formara la letra C y hacía esfuerzos desesperados por tomar aire. Él, súbitamente, cayó en la cuenta.
—¿Tiene asma?
Ella, para alivio de Joe, asintió con la cabeza.
—¿Dónde está su inhalador?
—Cá…mara…
Él levantó una mano e indicó lo que quería. Inmediatamente, le entregaron la bolsa. Joe abrió la cremallera y rebuscó dentro hasta que encontró el inhalador. Lo agitó y lo puso en la boca de ella. __(tn) lo agarró con las manos, apretó el aerosol y se llenó los pulmones. Joe, que seguía sujetándola con un brazo, observó cómo le subía y bajaba el pecho cada vez con más naturalidad. Estaba viva. No la había matado.
Unos minutos más tarde, ella volvió a alterarse. __(tn) no supo exactamente cuándo se dio cuenta de que estaba en brazos de aquel bárbaro, pero cuando lo hizo y comprobó cómo la sujetaba, se irguió bruscamente, se zafó de él e intentó saltar del caballo. Sin embargo, cayó al suelo y quedó como un bulto a los pies de todos. Gruñó para sus adentros, se levantó, se alisó la camisa blanca de algodón y se limpió los pantalones color caqui.
—¿Quién es usted? —le preguntó a su captor.
El hombre, sin bajarse del caballo, se cubrió toda la cara excepto los ojos y la nariz y la miró fijamente, como la media docena de hombres que lo acompañaban.
—¿Qué quiere de mí? —insistió ella.
—Hablaremos más tarde.
—Quiero hablar ahora.
—Puede hablar, pero no voy a contestarle —replicó él mientras se encogía de hombros.
__(tn) tomó aire y sintió qué los pulmones le abrasaban. No podía creerse lo que estaba pasando. Un grupo de hombres embozados la había secuestrado en la medina, pero ¿por qué? ¿Quiénes eran? Miró las botas que tenía ante sus ojos. Eran de un color levemente más oscuro que la túnica blanca. Levantó la vista hasta los adornos de la silla de montar y las bridas. Ambos eran de plata con ónice y piedras azules. La mirada de __(tn) siguió ascendiendo hasta fijarse en el hombre. Él, en comparación, iba sobriamente vestido. Llevaba una túnica y unos pantalones blancos y un pañuelo oscuro sobre la cabeza que le tapaba la cara desde la nariz al cuello. Ella podía ver sus ojos oscuros, penetrantes y casi tan firmes como el puente de su nariz.
—¿Quién es usted? —le preguntó ella.
—Hablaremos más tarde —él se giró levemente sobre su rica montura y se dirigió a sus hombres—. En marcha.
—No.
—¿No?
—¡Casi me mata! —exclamó ella con una voz más ronca de lo normal.
—Afortunadamente, también la he salvado.
—¿Espera que se lo agradezca?
—Naturalmente. De no ser por mí, habría muerto.
—De no ser por usted, yo estaría a salvo en el pueblo.
—Eso es otro asunto. Ahora está aquí —echó una ojeada al árido paisaje—. ¿Quiere quedarse aquí? ¿Quiere quedarse sola en medio del desierto?
__(tn) miró a izquierda y derecha y sólo vio dunas y arena.
—Estamos a dos horas a caballo de la población más cercana —añadió él—. ¿Tiene un caballo?
—No.
—Vaya, no tiene caballo.
Él se inclinó hasta que su cara quedó sobre la de ella.
—Creo que tendrá que venir conmigo.
Antes de que ella pudiera decir algo, él la agarró con un brazo y la dejó sobre la montura delante de él, contra el regazo del que ella acababa de escapar. __(tn) solió un gruñido. Su regazo era grande y duro, como todo él. Evidentemente, era Soussi al-Kebir, el caudillo del desierto.
—¿A que banda pertenece? —preguntó ella, que ya quería saberlo todo.
—¿Banda?
Él la sujetó más firmemente y la rodeó con el brazo izquierdo. Ella se sintió violenta por el contacto.
—¿Con quién está?
—¿Con quién estoy?
Era el momento de ser diplomática, pero no era fácil encontrar la palabra y el tono adecuados.
—Pertenecerá a alguna banda o tribu…
—Habla demasiado —replicó él mientras se ponía en marcha—. Quédese en silencio.
Cabalgaron el resto del día en silencio y se adentraron en el desierto durante horas. El tiempo ya no importaba. Nadie ni nada podría ayudarla. Sólo podía permanecer alerta, mantenerse despierta para intentar escapar. Al atardecer redujeron la marcha al acercarse al campamento de los bandidos, un oasis lleno de tiendas de campaña y camellos. Una vez en el campamento, los hombres desmontaron rápidamente. Joe saltó del caballo y alargó los brazos para ayudar a __(tn), pero ella se soltó y se bajó por sus medios. Ya estaba cansada de su contacto y no quería saber nada más de él.
—Ven —le ordenó él chasqueando los dedos—. Sígueme.
Se abrieron pasó entre un grupo de hombres que limpiaba sus armas. Ella los miró con severidad. Los fusiles no indicaban nada bueno. La situación no presagiaba nada bueno. El bandido se paró y le señaló una tienda de campaña.
—Entre ahí.
Ella miró a la tienda de campaña y a los hombres que los rodeaban.
—Es una tienda de campaña.
—Claro que es una tienda de campaña —replicó él con impaciencia—. Nosotros vivimos en tiendas de campaña.
Ella volvió a mirar la tienda de campaña y el miedo la atenazó. Sintió que le costaba respirar.
—¿Es una parada en el camino?
—¿Una parada? ¿A qué se refiere?
—¿Mañana seguimos el viaje?
—No.
—Entonces, ¿qué hacemos aquí?
—Acampar —él volvió a señalar la tienda de campaña—. Entre. Le traerán la cena.
__(tn) se quedó ante la desastrada tienda de campaña hecha con pieles de cabra. Era inmunda. Llevaba seis meses viajando por el norte de África y Oriente Próximo y no había visto un campamento tan hostil. No era un campamento hospitalario y tampoco era una tribu nómada. No había niños ni mujeres ni ancianos. Sólo había hombres armados hasta los dientes. No sabía quiénes eran y tampoco estaba segura de querer saberlo. Lo único que le importaba era sobrevivir.
Se volvió hacia su captor. Era alto, rudo e indolente. Ella contuvo toda emoción. No podía llorar ni mostrar ningún signo de debilidad.
—¿Hasta cuándo va a retenerme aquí?
—¿Hasta cuándo va a seguir viva?
Ella notó un nudo en la garganta y se mordió el labio. Estaba agotada y se sentía mugrienta.
—¿Piensa… matarme…?
Él entrecerró los ojos y apretó las mandíbulas. Tenía una nariz imponente, una frente muy ancha y, en su expresión, no había compasión ni ternura.
—¿Quiere morir?
—¡No!
—Entonces, entre en la tienda de campaña.
Ella no se movió. No podía. El miedo la atenazaba. Si bien detestaba que chasqueara los dedos para darle órdenes, el gélido estremecimiento de pavor que notaba en las entrañas hacía que se sintiera muy mal. No soportaba ese pavor porque hacía que se sintiera como si ya nada volvería a ser como antes.
—¿Cómo puedo llamarle? —le preguntó ella con un esfuerzo enorme.
Él la miró fijamente durante un rato cargado de tensión. __(Tn) apartó la mirada de él y vio el grupo de hombres barbudos que seguía limpiando minuciosamente sus armas.
—¿Tiene un nombre? —insistió ella con un hilo de voz.
—Puesto que usted es occidental, puede llamarme Joe.
—¿Joe? —repitió ella desconcertada.
El captó que ella fruncía la frente con perplejidad, pero no se molestó en explicarle su nombre. Para él no tenía sentido explicarle que su verdadero nombre era Zein-el-Joseph; que era el mayor de tres hermanos y el único que seguía vivo; que había sobrevivido a las guerras fronterizas y a diez años de tensiones y enfrentamientos gracias a una mezcla de astucia y suerte. En árabe, Zein significaba «bueno», pero nadie lo llamaba así porque él no era bueno. Todos en Baraka y Ouaha sabían quién era y lo que representaba: peligro y destrucción. Quizá su cautiva también debiera saberlo.
—No te pasara nada si haces lo que te digo.
Joe creía que ya había hablado más de lo que le gustaba hablar. La charla le parecía una pérdida de tiempo. Las palabras creaban confusión y distraían la mente. Era mucho mejor actuar y hacer lo que había que hacer.
Como había hecho ese día en el pueblo; había alejado la amenaza que pendía sobre su gente. Mantendría aislada a esa mujer hasta que supiera qué hacía en sus tierras. En Ouaha no se veían mujeres solas con cámaras. Si una mujer occidental aparecía por Ouaha, algo poco frecuente, formaba parte de una visita turística organizada por alguien de confianza.
—¿Cómo has llegado a Ouaha? —le preguntó abruptamente si dejar de mirar su rostro.
Ella parecía cansada, pero su expresión no indicaba sumisión. Al contrario, indicaba vehemencia, furia, como un animal salvaje acorralado.
—Fui en avión a Atiq y luego en todoterreno y camello.
—Alguien te habrá organizado el itinerario.
—Lo organicé yo sola. ¿Por qué lo dices?
El resplandor ardiente de sus ojos coincidía con el tono desafiante de su voz. Si tenía miedo o estaba preocupada, no dejaba que se trasluciera. Parecía preparada para ofrecer resistencia y eso fascinaba a Joe. Sin embargo, su rostro casi le intrigaba más. La frente, los pómulos y la mandíbula eran fuertes y la boca sorprendentemente delicada y con unos labios rosas y carnosos. La mirada era directa y sin rastro de timidez. Parecía una mujer segura a la que no se podía influir o engañar fácilmente, lo cual hacía que se preguntara qué hacía en Ouaha.
—Yo hago las preguntas y tú las contestas. Entra en tu tienda. Hablaremos más tarde.
Joe se dio la vuelta y se alejó, pero antes había captado el brillo de rabia en los ojos de ella. Era una mujer a la que no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Esbozó una sonrisa mientras volvía con sus hombres. Ella aprendería pronto a disimular sus sentimientos si no quería darle esa ventaja.
Espero q les guste el 1er cap
mañana la sigo
COMENTEN!!
byebye :D :D
___(tn) oyó unos gritos justo antes de los disparos. Se tiró al suelo, abrazó la cámara e intentó protegerse la cabeza.
—Soussi al-Kebir —gritó el guía mientras se alejaba de ella corriendo.
—¿Soussi al-Kebir?
__(tn) no entendió. Sabía muy poco árabe. Creía que soussi eran unos bereberes del sur y que al-Kebir quería decir «grande». Sin embargo, ¿qué quería decir soussi al-Kebir? Se oyeron más disparos de ametralladora en la pequeña plaza del pueblo y el choque de unos cascos de caballo contra el suelo. ¿Era una emboscada? ¿Un saqueo?
__(tn), con el corazón desbocado, se apretó más contra los adoquines sin soltar la cámara. Una bala perdida podría alcanzarla en cualquier momento. Oyó el grito de un hombre y el golpe sordo de su cuerpo contra el suelo. Unos momentos después, tuvo que levantar la cabeza para evitar el reguero de sangre.
Entonces, una sombra enorme cayó sobre ella y tapó el sol abrasador de Baraka. El miedo paralizó a __(tn). Quiso gritar, pero no pudo; quiso ser valiente, pero el miedo se lo impidió. Se quedó con los ojos clavados en la sombra y en los pies que tenía a centímetros de la cabeza. Eran unos pies grandes y cubiertos con las botas de ante que usaban los hombres del desierto. Estaban hechas del cuero más delicado para protegerlos del calor de la arena a la vez que eran ligeras. Una tela blanca rozaba la parte superior de las botas. Era el borde de la túnica. Entonces lo comprendió. Soussi al-Kebir quería decir Caudillo del Desierto.
Unas manos la tomaron de los brazos y la pusieron de pie. Las mismas manos le arrebataron la cámara mientras le tapaban la cabeza con una tela negra. Su cámara y la bolsa con el material era toda su vida. Sin ella y las fotos no podría sobrevivir.
—¡Devuélvame la cámara! —exclamó con la voz amortiguada por la tela.
—¡Silencio! —le ordenó una áspera voz masculina.
Repentinamente, se vio subida a lomos de un caballo. Alguien se montó detrás de ella y tomó las riendas mientras golpeaba los flancos de animal con los talones y salían de la medina al galope. __(tn), aterrada, se aferró a la silla de montar mientras intentaba quitarse la tela de la cabeza, pero la tenía bien sujeta a los hombros.
—¿Ash bhiti? —preguntó ella en su torpe árabe de Baraka—. ¿Qué quiere?
Un brazo la agarró con más fuerza como única respuesta. Era un brazo fuerte y musculoso.
—Tengo dinero —añadió ella con desesperación—. Se lo daré. Le daré todo. Acompáñeme al hotel y…
—¿Shhal? ¿Cuánto? —le interrumpió él bruscamente.
—Casi quinientos dólares estadounidenses.
Él no dijo nada. __(tn) se dijo que tenía que mantener la calma pese a que la tela estaba ahogándola. Tenía que llegar a un acuerdo.
—¿Shhal? —repitió él.
Él quería saber cuánto más podía conseguir ella. Entonces, __(tn) se dio cuenta de que estaba negociando con un mercenario.
—Mil dólares; quizá dos mil.
—No es suficiente.
—Entonces, ¿qué quiere?
—Que esté callada.
—Yo…
—¡Basta!
__(tn) se calló. El miedo le impedía respirar. Había leído algo sobre los secuestros en Oriente Próximo. Se dijo que no debía provocarlo, ni a él ni a sus hombres; que si se mantenía tranquila, todo podría salir bien. Tenía que cooperar y mostrarse digna de confianza para que la soltaran.
Para serenarse, empezó a repasar el día. Había empezado como todos los días. Había preparado la cámara, se había tapado la cabeza con un pañuelo y había salido a hacer fotos. Nunca viajaba sola, había aprendido que contratar guías, guardaespaldas y traductores podía ser esencial. Sabía dejar caer unas monedas en las manos indicadas y obtener lo que quería. En aquellos países, los guías o intérpretes le facilitaban el acceso a sitios que ella no podría visitar por su cuenta; templos, mezquitas, cementerios sagrados… Le habían advertido que ser una mujer sería un peligro para ella, pero había sido al contrario. La gente sentía curiosidad y enseguida se daba cuenta de que ella no era una amenaza. Había conseguido salir de las situaciones muy difíciles sólo con dar algunas monedas más. No era soborno, era gratitud. ¿Por qué no iba a poder usar el dinero?
Había pensado que aquel pueblo del desierto era como otros que había visitado y por la medina sólo había oído los rebuznos de los burros y los balidos de las ovejas y las cabras. Era día de mercado y la medina estaba abarrotada de gente desde muy temprano para evitar el calor abrasador. Nada presagiaba que algo malo fuera a ocurrir. Con la cámara preparada había estado observando los juegos de los niños y las mujeres con velo que hacían sus compras. Acababa de enfocar cuando oyó los gritos y los disparos. No era corresponsal de guerra ni había trabajado para ningún periódico, pero había pasado por más de una situación peligrosa. Sabía ponerse a cubierto y fue lo que hizo en cuanto oyó los disparos. Tumbada en el suelo, junto al pozo, había intentado evitar el líquido rojo que corría entre los adoquines y entonces había sido cuando el bandido del desierto la capturó. Si no se hubiera movido, quizá él no la hubiera visto… Si no se hubiera movido, quizá habría estado en esos momentos a salvo en el pueblo y no atrapada en medio del desierto.
__(tn) intentaba respirar debajo de la tela negra. Empezaba a sentir pánico a pesar de los esfuerzos por mantener la calma. Tenía el pulso acelerado y la respiración entrecortada. Notaba que el asma la amenazaba. Iba tener un ataque. Tosió varias veces. El polvo la asfixiaba. No podía ver y se sentía en medio de la nube de polvo y arena que levantaban los cascos del caballo. Con los ojos llenos de lágrimas, abrió la boca todo lo que pudo para tomar aire. Empezaba a sentirse dominada por el pánico y eso no era nada bueno para el asma, pero no podía evitarlo; el calor, los saltos en la silla de montar, el viento, el polvo…
Alargó la mano y braceó en el aire antes de encontrarse con el costado del bandido. Estaba caliente y muy duro, pero era el único que podía ayudarla en ese momento. Se agarró desesperadamente a la tela de la túnica mientras sus pulmones se vaciaban. Tiró violentamente de la tela y la retorció para expresar el pánico.
«No puedo respirar… No puedo respirar… No puedo…»
Joe notó los tirones hasta que la mano cayó sin fuerzas y ella se desvaneció. Llamó a sus hombres con un silbido y frenó al caballo antes de descubrir el rostro de la extranjera. Estaba inmóvil y de un color azulado. La tomó con un brazo y le volvió la cara hacia él para comprobar si respiraba, pero no pudo ver ningún rastro de vida. ¿La habría matado? Inclinó la cabeza de ella hacia atrás, le tapó la nariz y le cubrió la boca con la suya para introducirle aire.
Sus hombres, a caballo, lo rodearon como una barrera protectora, aunque estaba seguro allí. Estaba en su tierra, con su gente. Sin embargo, todos sabían que en cualquier momento podría ocurrir algo.
Él percibió el silencio de todos, su quietud, su preocupación. Nunca lo juzgarían. Él era su jefe, pero nadie quería cargar con un cadáver a sus espaldas y menos el de una joven extranjera. Sobre todo cuando Ouaha luchaba por su independencia, y el poder y la política mantenían un equilibrio muy inestable.
Volvió a cubrir la boca de ella, volvió a soplar sin apartar los ojos de su pecho con la esperanza de que se hinchara. Le pidió en silencio que respirara. Casi le exigió que viviera. Repitió la operación y ella tosió, parpadeó y lo miró. Joe comprobó que la palidez dejaba paso a un leve tono rosado.
—Gracias a Dios —dejó escapar él con un hilo de voz.
Quizá no fuera un buen hombre, pero no disfrutaba matando mujeres. Ella tenía unos ojos que no eran ni verdes ni marrones y, aunque la expresión era nebulosa, el color llamaba la atención, parecía el de un bosque al amanecer, el del bosque que él conoció de niño cuando visitó a la familia de su madre en Inglaterra.
Ella levantó bruscamente las cejas y todo su rostro se contrajo. Intentó respirar sin dejar de mirarlo con unos ojos cargados de pavor. Se llevó la mano a la boca con los dedos curvados.
—…halador…
Él sacudió la cabeza con impaciencia al no entenderla y al comprobar que la palidez volvía a adueñarse de ella. Seguía sin poder respirar. Ella lo miraba con los ojos desorbitados y aterrados.
—¿Qué necesita? —le preguntó él mientras le daba un leve cachete para mantenerla atenta.
Ella seguía curvando los dedos como si formara la letra C y hacía esfuerzos desesperados por tomar aire. Él, súbitamente, cayó en la cuenta.
—¿Tiene asma?
Ella, para alivio de Joe, asintió con la cabeza.
—¿Dónde está su inhalador?
—Cá…mara…
Él levantó una mano e indicó lo que quería. Inmediatamente, le entregaron la bolsa. Joe abrió la cremallera y rebuscó dentro hasta que encontró el inhalador. Lo agitó y lo puso en la boca de ella. __(tn) lo agarró con las manos, apretó el aerosol y se llenó los pulmones. Joe, que seguía sujetándola con un brazo, observó cómo le subía y bajaba el pecho cada vez con más naturalidad. Estaba viva. No la había matado.
Unos minutos más tarde, ella volvió a alterarse. __(tn) no supo exactamente cuándo se dio cuenta de que estaba en brazos de aquel bárbaro, pero cuando lo hizo y comprobó cómo la sujetaba, se irguió bruscamente, se zafó de él e intentó saltar del caballo. Sin embargo, cayó al suelo y quedó como un bulto a los pies de todos. Gruñó para sus adentros, se levantó, se alisó la camisa blanca de algodón y se limpió los pantalones color caqui.
—¿Quién es usted? —le preguntó a su captor.
El hombre, sin bajarse del caballo, se cubrió toda la cara excepto los ojos y la nariz y la miró fijamente, como la media docena de hombres que lo acompañaban.
—¿Qué quiere de mí? —insistió ella.
—Hablaremos más tarde.
—Quiero hablar ahora.
—Puede hablar, pero no voy a contestarle —replicó él mientras se encogía de hombros.
__(tn) tomó aire y sintió qué los pulmones le abrasaban. No podía creerse lo que estaba pasando. Un grupo de hombres embozados la había secuestrado en la medina, pero ¿por qué? ¿Quiénes eran? Miró las botas que tenía ante sus ojos. Eran de un color levemente más oscuro que la túnica blanca. Levantó la vista hasta los adornos de la silla de montar y las bridas. Ambos eran de plata con ónice y piedras azules. La mirada de __(tn) siguió ascendiendo hasta fijarse en el hombre. Él, en comparación, iba sobriamente vestido. Llevaba una túnica y unos pantalones blancos y un pañuelo oscuro sobre la cabeza que le tapaba la cara desde la nariz al cuello. Ella podía ver sus ojos oscuros, penetrantes y casi tan firmes como el puente de su nariz.
—¿Quién es usted? —le preguntó ella.
—Hablaremos más tarde —él se giró levemente sobre su rica montura y se dirigió a sus hombres—. En marcha.
—No.
—¿No?
—¡Casi me mata! —exclamó ella con una voz más ronca de lo normal.
—Afortunadamente, también la he salvado.
—¿Espera que se lo agradezca?
—Naturalmente. De no ser por mí, habría muerto.
—De no ser por usted, yo estaría a salvo en el pueblo.
—Eso es otro asunto. Ahora está aquí —echó una ojeada al árido paisaje—. ¿Quiere quedarse aquí? ¿Quiere quedarse sola en medio del desierto?
__(tn) miró a izquierda y derecha y sólo vio dunas y arena.
—Estamos a dos horas a caballo de la población más cercana —añadió él—. ¿Tiene un caballo?
—No.
—Vaya, no tiene caballo.
Él se inclinó hasta que su cara quedó sobre la de ella.
—Creo que tendrá que venir conmigo.
Antes de que ella pudiera decir algo, él la agarró con un brazo y la dejó sobre la montura delante de él, contra el regazo del que ella acababa de escapar. __(tn) solió un gruñido. Su regazo era grande y duro, como todo él. Evidentemente, era Soussi al-Kebir, el caudillo del desierto.
—¿A que banda pertenece? —preguntó ella, que ya quería saberlo todo.
—¿Banda?
Él la sujetó más firmemente y la rodeó con el brazo izquierdo. Ella se sintió violenta por el contacto.
—¿Con quién está?
—¿Con quién estoy?
Era el momento de ser diplomática, pero no era fácil encontrar la palabra y el tono adecuados.
—Pertenecerá a alguna banda o tribu…
—Habla demasiado —replicó él mientras se ponía en marcha—. Quédese en silencio.
Cabalgaron el resto del día en silencio y se adentraron en el desierto durante horas. El tiempo ya no importaba. Nadie ni nada podría ayudarla. Sólo podía permanecer alerta, mantenerse despierta para intentar escapar. Al atardecer redujeron la marcha al acercarse al campamento de los bandidos, un oasis lleno de tiendas de campaña y camellos. Una vez en el campamento, los hombres desmontaron rápidamente. Joe saltó del caballo y alargó los brazos para ayudar a __(tn), pero ella se soltó y se bajó por sus medios. Ya estaba cansada de su contacto y no quería saber nada más de él.
—Ven —le ordenó él chasqueando los dedos—. Sígueme.
Se abrieron pasó entre un grupo de hombres que limpiaba sus armas. Ella los miró con severidad. Los fusiles no indicaban nada bueno. La situación no presagiaba nada bueno. El bandido se paró y le señaló una tienda de campaña.
—Entre ahí.
Ella miró a la tienda de campaña y a los hombres que los rodeaban.
—Es una tienda de campaña.
—Claro que es una tienda de campaña —replicó él con impaciencia—. Nosotros vivimos en tiendas de campaña.
Ella volvió a mirar la tienda de campaña y el miedo la atenazó. Sintió que le costaba respirar.
—¿Es una parada en el camino?
—¿Una parada? ¿A qué se refiere?
—¿Mañana seguimos el viaje?
—No.
—Entonces, ¿qué hacemos aquí?
—Acampar —él volvió a señalar la tienda de campaña—. Entre. Le traerán la cena.
__(tn) se quedó ante la desastrada tienda de campaña hecha con pieles de cabra. Era inmunda. Llevaba seis meses viajando por el norte de África y Oriente Próximo y no había visto un campamento tan hostil. No era un campamento hospitalario y tampoco era una tribu nómada. No había niños ni mujeres ni ancianos. Sólo había hombres armados hasta los dientes. No sabía quiénes eran y tampoco estaba segura de querer saberlo. Lo único que le importaba era sobrevivir.
Se volvió hacia su captor. Era alto, rudo e indolente. Ella contuvo toda emoción. No podía llorar ni mostrar ningún signo de debilidad.
—¿Hasta cuándo va a retenerme aquí?
—¿Hasta cuándo va a seguir viva?
Ella notó un nudo en la garganta y se mordió el labio. Estaba agotada y se sentía mugrienta.
—¿Piensa… matarme…?
Él entrecerró los ojos y apretó las mandíbulas. Tenía una nariz imponente, una frente muy ancha y, en su expresión, no había compasión ni ternura.
—¿Quiere morir?
—¡No!
—Entonces, entre en la tienda de campaña.
Ella no se movió. No podía. El miedo la atenazaba. Si bien detestaba que chasqueara los dedos para darle órdenes, el gélido estremecimiento de pavor que notaba en las entrañas hacía que se sintiera muy mal. No soportaba ese pavor porque hacía que se sintiera como si ya nada volvería a ser como antes.
—¿Cómo puedo llamarle? —le preguntó ella con un esfuerzo enorme.
Él la miró fijamente durante un rato cargado de tensión. __(Tn) apartó la mirada de él y vio el grupo de hombres barbudos que seguía limpiando minuciosamente sus armas.
—¿Tiene un nombre? —insistió ella con un hilo de voz.
—Puesto que usted es occidental, puede llamarme Joe.
—¿Joe? —repitió ella desconcertada.
El captó que ella fruncía la frente con perplejidad, pero no se molestó en explicarle su nombre. Para él no tenía sentido explicarle que su verdadero nombre era Zein-el-Joseph; que era el mayor de tres hermanos y el único que seguía vivo; que había sobrevivido a las guerras fronterizas y a diez años de tensiones y enfrentamientos gracias a una mezcla de astucia y suerte. En árabe, Zein significaba «bueno», pero nadie lo llamaba así porque él no era bueno. Todos en Baraka y Ouaha sabían quién era y lo que representaba: peligro y destrucción. Quizá su cautiva también debiera saberlo.
—No te pasara nada si haces lo que te digo.
Joe creía que ya había hablado más de lo que le gustaba hablar. La charla le parecía una pérdida de tiempo. Las palabras creaban confusión y distraían la mente. Era mucho mejor actuar y hacer lo que había que hacer.
Como había hecho ese día en el pueblo; había alejado la amenaza que pendía sobre su gente. Mantendría aislada a esa mujer hasta que supiera qué hacía en sus tierras. En Ouaha no se veían mujeres solas con cámaras. Si una mujer occidental aparecía por Ouaha, algo poco frecuente, formaba parte de una visita turística organizada por alguien de confianza.
—¿Cómo has llegado a Ouaha? —le preguntó abruptamente si dejar de mirar su rostro.
Ella parecía cansada, pero su expresión no indicaba sumisión. Al contrario, indicaba vehemencia, furia, como un animal salvaje acorralado.
—Fui en avión a Atiq y luego en todoterreno y camello.
—Alguien te habrá organizado el itinerario.
—Lo organicé yo sola. ¿Por qué lo dices?
El resplandor ardiente de sus ojos coincidía con el tono desafiante de su voz. Si tenía miedo o estaba preocupada, no dejaba que se trasluciera. Parecía preparada para ofrecer resistencia y eso fascinaba a Joe. Sin embargo, su rostro casi le intrigaba más. La frente, los pómulos y la mandíbula eran fuertes y la boca sorprendentemente delicada y con unos labios rosas y carnosos. La mirada era directa y sin rastro de timidez. Parecía una mujer segura a la que no se podía influir o engañar fácilmente, lo cual hacía que se preguntara qué hacía en Ouaha.
—Yo hago las preguntas y tú las contestas. Entra en tu tienda. Hablaremos más tarde.
Joe se dio la vuelta y se alejó, pero antes había captado el brillo de rabia en los ojos de ella. Era una mujer a la que no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Esbozó una sonrisa mientras volvía con sus hombres. Ella aprendería pronto a disimular sus sentimientos si no quería darle esa ventaja.
Espero q les guste el 1er cap
mañana la sigo
COMENTEN!!
byebye :D :D
maru!!
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
Maru, me encanta tu nove!!!!!!!!
♫ Laura Jonas ♥
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
q malo joe :¬¬: es un narcotraficante?xD jeje
Amy d' jonas <3
Re: ♥La Desobediente Prometida Del Jeque♥joe y tu♥adaptada-TERMINADA♥
Creo que me gustara esta novela.. pero tengo una confuncion Joe es un delicuente o que? pertenece a una tribu o que? pero en el titulo habla sobre un Jeque! es sabio, el jefe pero pertenece a algo malo? Joe es un hombre malo, brabucon ?
Última edición por GéneJonas! el Lun 13 Dic 2010, 6:08 pm, editado 1 vez
Géne!
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