Euphis.

EUPHIS

En el instante que las llamas arrasan con su familia, y en general, con su vida entera, la vida de Grace cambia completamente. Al día siguiente se encuentra en una estación de policías, siendo interrogada por David, un joven policía. Desde ese momento, comienza a ver imágenes que le llevan a un mismo lugar: Euphis.

Guiada por el mensaje de sus "alucinaciones", Grace vuelve a David, y ambos se encaminan a Euphis, ciudad que ningún humano común y corriente conocía.

La vida de ambos se convierte en un perfecto remolino: llena de misterios, responsabilidades y hechos que nunca pensaron vivir.

Con seres nunca antes vistos por ellos, y una guerra que se hace cada vez más presente, Grace y su nuevo compañero pueden ser la salvación de Euphis y del mundo entero, como también, la destrucción total.

Prólogo

El bosque en el que Daphne había pasado días y noches cuando era pequeña, se desvanecía con cada segundo que pasaba. Las llamas de color naranja se reflejaban en sus ojos, aunque su mirada estaba puesta en aquella luz roja, dispuesta a tragarse a la ciudad entera. Todo su cuerpo se estremecía, haciendo que sus brazos se cruzaran incluso cuando el calor era más que agobiante. Su miraba demostraba el terror que sentía, y sus manos, apretadas, el dolor que poseía.

Desde el balcón del palacio podía escuchar los gritos de las personas que huían, despavoridas, como si aquel fuera el fin del mundo. Y es que, parecía serlo. Observó hacia las casas que ahora se encontraban vacías, y divisó a niños pequeños llorar en los brazos de sus madres, quienes intentaban mantener la calma por ellos. Ahora mismo, Daphne se sentía como una madre, tratando de no llorar y huir espantada por sus dos hermanas pequeñas.

Su madre había fallado en el labor de reina. Y no sólo se había fallado a sí misma, sino que toda una ciudad estaba desapareciendo a causa de ella. El rencor había consumido su alma y la venganza se había apoderado de su corazón, obligándola a cometer errores que nunca podrían deshacerse. La decepción que Daphne sentía le provocaba una furia interna que no estaba dispuesta a demostrar, por lo que colocó sus manos a ambos lados, dejando sus brazos caer y alisando el vestido que llevaba aquella noche.

No era una simple noche, no. Era su coronación. Su padre había sido devorado por la furia de su madre, provocando que Euphis se quedara sin rey. La reina y el consejo que le acompañaba habían tomado la decisión de decir que había caído enfermo, pero su madre tendría que renunciar para que no hubiera sospecha alguna del asesinato. Luego de eso, sin el consentimiento de Daphne, habían decidido coronarla con veintitrés años y con un padre recientemente asesinado por su propia madre.

La rabia se incrementó en ella cuando escuchó a sus hermanas llorar. La reina no sólo había fallado con su deber, también había fallado como madre. El matar al hijo de aquella diosa había sido su idea, y el asesinar a su padre también.

Su padre, por otro lado, tampoco había hecho un bien. Había engañado a su madre con una diosa, y cuando decidió traer a su hijo al palacio, Daphne no hizo más que gritarle todo lo que había retenido e irse a las habitaciones.

Sin poder mover sus músculos para arrancar de aquel lugar que sería consumido por las llamas, Daphne giró sobre sus pies, tratando de no moverse demasiado para poder controlar el peso de su cuerpo, y, mirando a los dos guardias que la esperaban, avanzó lentamente hacia sus hermanas, con su cabeza en alto y fingiendo que no sentía terror.

Grace y Alyssa estaban sentadas, la más pequeña se cubría la cara, mientras que Alyssa, envuelta en un vestido que llegaba a tapar sus pies, la abrazaba, susurrándole la canción que su padre solía cantarles.

Aguantando las lágrimas y sacando el recuerdo de su padre, llamó a los guardias, los que se acercaron a ella en un instante.

—Llévenselas, a ambas —ordenó en un susurro. Ella era la reina ahora—, no dejen que nada les ocurra y asegúrense de no volver nunca más.

Había escuchado de un mundo exterior, un mundo que no era cruel y que era controlado por los dioses, quienes ayudaban a las personas que habitaban allí y les entregaban lo que ellos desearan. Daphne no estaba segura de si eran simples leyendas o no, pero tenía que sacar a sus hermanas de aquel lugar antes de que se destruyera. Debía hacerlo.

La mirada que Grace le dirigió la debilitó, haciendo que sus ojos se colocaran llorosos y su respiración se agitara. No quería dejarlas.

—Grace, Alyssa —habló, tratando de colocar una voz firme. Las muchachas se levantaron, ambas tomadas de la mano—, escuchen. No podré irme con ustedes porque ahora soy la reina, y debo hacer algunas cosas de reina antes de irme. Tengo que ayudar a las personas y cuidar de los animales, pero luego nos encontraremos, y estaremos a salvo en un lugar muy seguro, ¿está bien? —Una falsa sonrisa se posó en su rostro, pero al menos hizo que sus hermanas sonrieran también—. Necesito que le hagan caso a todo lo que los soldados les digan, y deben portarse bien, ¿lo prometen?

Luego de ver un pequeño movimiento de cabeza por parte de las dos, Daphne se agachó, quedando a la altura de sus hermanas.

—Las amo, son la luz de mi vida. —Besó a ambas niñas en sus cabezas, tratando de no llorar.

Abriendo su mano que antes se encontraba en un puño, observó los collares que su madre y padre llevaban antes de que toda la tragedia comenzara. Daphne había recibido uno al ser la primera hija de los reyes, y los tres solían llevar aquel collar escondido, para que sus hermanas no se enfadaran. La piedra preciosa que tenían brilló por un momento, y sin esperar un segundo más, colocó los collares en los cuellos de sus hermanas. Daphne mostró el suyo, observando como las pequeñas lo tocaban y miraban, admiradas por la belleza de éste.

—Mientras tengamos estos —musitó, con lágrimas en los ojos—, estaremos a salvo y unidas. Nada ni nadie nos podrá separar, jamás, ¿entendido? —Escuchó un susurro del soldado, diciendo que debían irse—. Ahora, vayan y cuídense. Las adoro.

Hizo un gesto a los soldados y ellos se marcharon con ambas hermanas. Grace, la caprichosa de Daphne, se soltó de su agarre y corrió a los brazos de su hermana, abrazándola y haciendo que la mayor comenzara a botar lágrimas mientras escuchaba a la pequeña sollozar.

—Grace, mi vida —llamó, tratando de mantener un tono de voz bajo—. Todo estará bien, te lo prometo. Pero necesito que vayas con ellos, yo no puedo tenerte aquí y asegurarme de ti todo el tiempo. Debo preocuparme de las demás personas. Además, estarás con Aly, ella te cuidará y tú la cuidarás a ella. ¿Ves? Todo va a estar bien si se mantienen unidas.

La pequeña asintió y se despegó de ella. Daphne tocó sus mejillas, limpiando las lágrimas que recorrían su rostro.

—Te quiero, Daphne —susurró, abrazándola por última vez.

Corrió hacia donde se encontraban los guardias, y Daphne comenzó a llorar una vez que se fueron.

Sabía que jamás las volvería a ver. Pero sabía que estarían a salvo en aquel lugar.

Pasando sus manos por los ojos, salió del palacio y caminó hacia el bosque, dejando al pueblo y a las súplicas de las personas detrás de ella.

Tenía el conocimiento de que su madre, probablemente, estaba muerta, pero también sabía que el problema que existía entre la diosa y ésta había terminado con la muerte. Tenía el conocimiento, también, de que pedir la paz era algo arriesgado, pero sus esperanzas no se apagarían con tanta facilidad.

El calor que se sentía en el bosque era abrumador y asfixiante, provocando que Daphne tosiera un par de veces. Pero a pesar de aquello, siguió adentrándose, pasando por árboles caídos y ramas que rompían su vestido y piel.

—¡Némesis! —gritó, escuchando un sollozo exagerado por parte de la diosa. Tosió nuevamente—. Mi madre murió, ¿por qué nos sigues castigando? No hemos hecho nada para hacerte enojar.

La diosa bajó de donde fuera que estaba y se convirtió en una persona. Tenía una especie de aura alrededor, y Daphne tuvo miedo. Su mirada se encontraba completamente ida y las lágrimas caían por sus mejillas. Oh madre, ¿qué has hecho? pensó, tratando de mantener la calma.

—¡Tú! ¿Eres la hija de el rey y la reina, no? —preguntó enojada, haciendo temblar al piso—. Oh, cariño, ¿dónde están tus hermanas? ¿Escapando, tal vez?

Daphne quiso llorar. Sus hermanas no tenían la culpa de nada.

—Estoy haciendo justicia, querida —comenzó a hablar, con un tono de voz más controlado—. Me desafiaron, asesinaron a mi hijo. ¡Tú lo odiaste desde el momento que llegó! ¿Tus hermanas? Ellas simplemente algún día crecerían y lo harían sentir como un bastardo. ¿Y tu madre? ¡Ella lo asesinó! A mi pobre hijo, que tal vez podría haber sido un rey...

La joven bajó su cabeza, ignorando los sollozos de la diosa.

—Castígame, entonces —habló, haciendo que la diosa soltara una carcajada—. ¿Por qué ríes? ¿Qué culpa tiene la ciudad? ¡Ellos no le hicieron nada a tu hijo! ¡Déjalos en paz, a ellos y a mis hermanas! A cambio, dejaré que me castigues. Tendrás tu venganza y tu justicia. Sólo, no sigas haciendo daño.

—¿Castigarte, querida? Es obvio que te castigaré, maldita. —Daphne se estremeció al ver que la diosa se acercaba y la tomaba del mentón—. No le haré daño a tu ciudad, tranquila. Pero tú y tus hermanas pagarán por los pecados de tu madre. ¡Todas ustedes!

Daphne quiso hablar, pero la voz no salió de su garganta. Se estaba asfixiando lentamente, y la causa no era el humo.

—Tengo una brillante idea. ¿Qué te parece, si, yo, hago que una de tus hermanitas viva hasta los veintitrés, y luego muera? ¡Oh! Y luego, ella podría nacer nuevamente, pero vivir hasta los veintitrés y ver como todas las personas a su alrededor mueren a causa de ella. ¿Te gustaría una asesina, Daphne? ¿A quién crees que debería elegir? ¿A Alyssa, o a la más pequeña?

—No dañes a Grace, por favor —musitó, pero no se dio cuenta de lo que había dicho hasta que Némesis sonrió.

Ella castigaría a Alyssa.

—No, por favor... —musitó, pero el daño estaba hecho. Némesis no se arrepentiría.

—¡No sabía que preferías a una de tus hermanas, Daphne! Pero lamentablemente, la pequeña Grace deberá tener algo que la castigue por el resto de su vida. Y como no tengo muchas ideas ahora, debido a la muerte de mi pequeño... —Su mirada se oscureció, pero luego ardió en llamas—. Lamentablemente, ella tendrá que pagar con la reencarnación y la pérdida, casi lo mismo que Alyssa, pero, no te preocupes, ella podrá vivir toda una vida y no recordar nada de la anterior.

Daphne comenzó a llorar, pero las lágrimas quemaban su piel. Tosió nuevamente, y Némesis, aún tocando su mentón, la golpeó, empujándola con tanta fuerza que su cabeza se golpeó con un árbol, haciendo que sus ojos se cerraran. Némesis se sentó, con Daphne apoyada al árbol, y sonrió.

—¡Qué labios más bonitos tienes, Daphne! —La joven no podía ver bien, pero sintió las garras de la diosa pasar por sus labios—. Lástima que ahora tendrán algunas cicatrices.

—Por favor, sólo mátame —musitó, cerrando los ojos y sintiendo que su respiración se cortaba.

—Oh, cariño, pero yo no quiero que mueras. Te aprecio y eres muy importante para ésta ciudad. Imagina lo que pensarán cuando vean tu cadáver, y sepan que las hermanas se fueron lejos. ¿Qué van a hacer, Daphne? —preguntó, mientras el sentido de la audición se apagaba—. No puedes morir, nunca. Y por eso te castigaré con no ver nunca más a tus hermanas. —Pasó la mano por el rostro de Daphne—. Y también serás castigada de forma que verás a todos los que amas morir. Sí, cariño, ahora serás inmortal, y sabrás lo que es perder a alguien que amas y saber que jamás podrás verle de nuevo, porque simplemente, tú no vas al mundo de los muertos.

Daphne sintió que su cuerpo se agitaba, y luego de eso, una luz brillante cegó sus ojos.

Todo se oscureció. Sus sentidos se apagaron.

Pero ella seguía viviendo. Porque estaba a punto de ser inmortal.

Y nunca más podría sentir las risas de sus hermanas.