Carta a una esposa.

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Viernes 23 de enero de 2015.

Esto es un pequeño resumen de nuestra historia, de tu único y el mejor esposo del mundo:

Cuando encontré tus ojos, pude ver el feliz reflejo en ellos; iluminados por los rayos del sol en ese verano de hace dos años, recuerdo que hacía demasiada calor, quería comprar un inservible helado de vainilla y no tenía cambio, así que torpemente te lo pedí a ti: sentada frente a su mejor amiga, hablando sobre chicos y comiendo ese mismo helado que yo justamente quería comprar. Me pediste que me sentara junto a ti, y claramente nervioso, yo te obedecí. Pude jurar que cada vez que nuestras miradas se conectaban sentí algo especial en ti, que servía y daba energía a algo en mi, algo muy muy especial.
Antes de irte, dejaste tu número allí, y justo a las ocho te llamé, tu estabas junto a tu maldito novio Dave; me decepcioné bastante, no de ti, si no de mi, de ser un idiota tratando de conquistar chicas con novio, además de antisocial. Tomando en cuenta en que, cuando yo y tus amigas nos hicimos muy unidos, también estaba Dave ahí, y lo mirabas como toda una enamorada. Lo peor es que tus amigas y Dave pensaban que yo era gay: con un millón de chicas hablando de mas chicas... y celos. De esa manera fue que me convertí en alguien mas confiado, viendo vídeos por Internet de como ser bueno conquistando mujeres casadas, comprometidas y con novio, lo cual era patético, pero no puedo negar que esa ropa y el nuevo peinado mas exótico que el de Dave eran la onda. De cualquier manera no me di cuenta en que cortaste con el imbécil de tu novio, me llamaste y yo mas que alegrado corrí hacia ti, pero esa sonrisa se desvaneció cuando vi por fin lo lastimada que estabas: necesitaba ayudarte.
Para resumir esa historia, usaré mis ideas: te coqueteé todo un día aunque tu pensabas que me veía ridículo, peor ya que, te obtuve un duro mes después, y tu corazón volvió a latir en su lugar, lo mismo que me decía cada noche cuando nos mudamos juntos. No te preocupes si piensas que te dejaré por que no lo haré y no pienses que dejaré de protegerte porque tampoco dejaré de hacerlo, yo soy tuyo y tu eres mía, y de lo único que no te protegeré será de tu hermano Fran. Tu sabes que bromeo pero ya que lo menciono, míralo, míralo bien; el imbécil mide 1,90 por lo menos, de grandes músculos que ni en treinta años de ejercicio seguido podría obtener. Ahora, va bien: de lo único que no te protegeré será la muerte: nos alcanzará a ambos y no por eso te dejaré, estaré contigo de forma infinita y mental, no te dejaré jamás. Se que esto es algo cursi, pero es real.
— ¿Quieres casarte conmigo? —pregunté temblando ante la mirada de todos en el restaurante.
Te miraste dudosa y nerviosa, mirando atentamente hacia mis ojos. Hiciste una mueca que gritaba no's por todas partes. Bajé el anillo triste y claramente acobardado de mirarte ahora, dejé que mi mirada se concentrara en el frío suelo lamentando el hecho de que sea domingo y que haya demasiada gente allí escuchado, sin olvidar mencionar el infernal silencio que rondaba a nuestro alrededor. Fruncí el ceño al ver como una sonrisa se formaba en sus finos labios.
—¿Pensaste que diría 'no'?
El día en que te vi en ese altar, sonriendo de nervios y con ese velo que cubría tu rostro, aunque no podía verte, puedo justamente adivinar que lucías hermosa.
Eres lo mejor que me ha pasado y esta carta es para decirte que ya mismo iremos al doctor, ¿ya quieres saber que será nuestro bebé?