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—Estamos mal Niall, estamos mal. —Dijiste.— muy mal.
No me enteraba de nada. Estaba borrachísimo. Recuerdo que me llamaste irresponsable, insensible, inmaduro y más de esas palabras que empiezan por i para decir todo de lo que carecía. Todo lo que me hacía menos perfecto para ti. Todo lo que me faltaba para ser suficiente para ti.
Me sentí ciego por no verlo. Por no ver que esta vez era de verdad. Te habías ido muchas veces. Decías adiós siempre que discutíamos, pero yo te llamaba al cabo de unas horas, hablábamos y lo solucionábamos. Porque nos queríamos, y, al menos yo, te sigo queriendo. Aquella vez fue distinta, tus ojos ardían y no me di cuenta. Al final te despediste y no te volví a ver.
No te llamé unas horas después, porque estaba borracho. Y estaba hecho un lío, en mi cabeza todo era caos, no me enteraba de una mierda. Me eché a llorar, supongo que de desesperación y pasé la noche así. Acurrucado en tu lado de nuestra cama, esperando a que un milagro sucediera y aparecieras por arte de magia a mi lado;  y así yo pudiera abrazarte muy fuerte, no dejar que te fueras nunca.

Pero la vida real no es así, no puedes esperar que las cosas pasen, y puedo decirlo ahora que estoy sobrio y soy consciente de la mierda que soy. Soy consciente de lo mal que lo hice, dejándote sola cuando me necesitabas, siendo un auténtico gilipollas que no se daba cuenta de la maravillosa mujer que lo quería. Pero te has ido, y te he llamado miles de veces. Supongo que hemos roto. Me han dicho que dejaste el país, que te has ido para no volver. Pero a mí nunca me dejarás, puedes arrancarme de tu vida, pero siempre habrá un pedazo de ti en mi corazón, y un pedazo de mí en el tuyo, lo sabes.
Era difícil tenerte contenta, nunca fuiste una chica fácil, de esas que dan el brazo a torcer y dejan que su novio haga todo por ellas. Eras independiente y casi siempre hacías lo que querías, sin darte cuenta de que a veces me dolía. Al principio fuimos un juego, un puto juego. Jugábamos a estar enamorados, y yo sé que lo estuve, y jamás dejaré de estar enamorado de ti.
Fingíamos querernos tanto como todas las demás parejas, como todos ellos. Pero admítelo, nos queríamos mucho más. Entonces te rendías y te ibas. Pero volvías joder, estabas de vuelta a la mañana siguiente.
—Te quiero Niall, —me decías— tranquilo.
—Yo te quiero más Dew. —Solía responder, infinitamente feliz de tenerte de nuevo entre mis brazos.

Han pasado tres meses y no has vuelto. Pero sé que en unos instantes saldrás por esa puerta y me verás aquí. La única cara conocida que ha venido a buscarte al aeropuerto. No es que sea el único que pueda, es que les he suplicado a todos que me dejen venir solo. Para verte, para hablar contigo. Porque si alguien puede arreglarte, ese soy yo, y ambos lo sabemos. No es soberbia, para nada, ni egocentrismo. Simplemente es la realidad.
Dew, yo puedo reconstruirte, pieza a pieza, porque soy el que mejor sabe lo rota que estás, y lo fuerte que eres a pesar de todo. Pienso asegurarme de que estés bien, de que todo lo tuyo esté bien. No quiero que vuelvas a sufrir, nunca más.

Las puertas se abrieron de nuevo, y me asomé. Es una chica de pelo oscuro, como tú. Pero no es ni la mitad de guapa. Entonces sales tú. Estás algo más morena, pero no demasiado. Porque si estás demasiado al sol acabas pareciendo una gamba. Aunque yo también. Buscas a alguien con la mirada, pero sea quien sea, no está. Y me ves a mí. Por poco se te cae el bolso.
Ahora me siento estúpido.
Más estúpido que antes.
¿En qué estaba pensando?
Me miras y, en contra de lo que esperaba, caminas en mi dirección. No lo entiendo, pero tampoco me importa. Y me abrazas. Tampoco lo entiendo, pero tampoco me importa. Rodeo tu espalda con mis brazos, y te aprieto fuerte contra mí.
No sé decir con exactitud cuanto tiempo pasamos así. Quizá varios minutos. Pero cuando te separas de mí, y tu olor me llega menos intenso, siento dolor en el pecho. Sin decirme una palabra tomas mi mano y caminas hacia la entrada del aeropuerto, tirando de tu maleta. Así me doy cuenta de que en realidad sí has vuelto. Y me gustaría pensar que tengo algo que ver con ello.
Me has dicho adiós demasiadas veces, y todas han dolido. Está fue la peor con diferencia. Quizá mis mil mensajes en el buzón de voz, llorando y rogando que volvieras –algunos borracho, otros sobrio–, han tenido efecto. Mi corazón se rompía delante de mis narices, y el tuyo también, y solo estaríamos bien si estábamos juntos, porque una vez encuentras algo como lo que nosotros tenemos, no puedes dejarlo escapar.
Este amor me ha pasado factura, me ha hecho sufrir más que nada en el mundo, pero al fin y al cabo, eres la razón de mi felicidad, y, por mucho que discutamos, o que me insultes, puedes decir que me odias, que nunca vamos a acabar bien, pero, pase lo que pase, no dejaré que vuelvas a decir adiós.