The Maze Runner | novela colectiva

La llegada de nuevos novicios al área no era una nueva noticia, o una alegre. Sólo era… un recordatorio de que había pasado otro agotador día, intentando descubrir —sin éxito— la salida de la pocilga en la que convivíamos todos juntos.
Por eso, al escuchar el estruendoso sonido de la caja al arribar a tierra firme, no corrí desaforadamente, o siquiera troté; yo sólo caminé lo más lento que pude, intentando aplazar el momento de llegada, ese instante en que la cara del nuevo compañero se transforma en horror al no recordar nada o descubrir que no podrá salir de aquí.
Para mi suerte —y valla ironía—, me paré firmemente al lado del novato. No sabía su nombre, pero estaba claro que tenía una R. O quizás una ¿B? Daba igual. No me había importado antes, y no me importaría ahora.
Era famoso por el área, a decir verdad. Luego de su llegada, las cosas comenzaron a cambiar de a poco, y también se decía que quería ser un corredor. No me molesté en escuchar el chusmerio en la zona del almuerzo aquella vez, por lo que mi información era corta e imprecisa. Pero me daba igual.
No tenía amigos, y mis intenciones no eran aquellas. Lo único que quería lograr en ese mugroso lugar era sobrevivir.
Al llegar a la zona delimitada, me crucé de brazos, esperando pacientemente al pobre diablo que llegaría dentro de unos segundos.
—¿Será alguna chica? —Pregunté, sólo por el mero hecho de que, al comenzar una pequeña conversación, no me veía obligado a posar los ojos en el desafortunado. Además, el sol estaba escociéndome los brazos desnudos y quería rime lo más rápido posible hacia mi lugar.
—Nunca vino una. Dudo que llegue a haberla ahora. —El novicio contestó, su voz un poco atropellada.
Me encogí de hombros, demostrando indiferencia, y posé mis ojos en el edificio principal. Era una construcción vieja y gris, llena de polvo por donde quiera que se le mire; agrietada y espeluznante. Pero aquella visión era muchísimo mejor a la que vendría.
Suspiré, intentando no poner mis obvios nervios al descubierto y mis ojos comenzaron a vagar por las grandes puertas abiertas que daban al laberinto y dejaban ver su dificultad a todo esplendor.
En el momento en que mi boca formó una tensa sonrisa, las puertas se abrieron con ese chillido asqueroso, como si el metal estuviera fundido y sin aceitar —cosa que, seguro, era verdad—.
Cerré mis ojos, esperando los susurros, las risas burlonas, las sonrisas tristes, las plegarias, todo lo habitual. Pero, en vez de eso, nada pasó, cosa que me extrañó demasiado. Y no sólo me pareció bastante raro, sino que mis pupilas comenzaban a abrirse.
No mires, no mires, me repetía, pero una mórbida curiosidad me azotó y abrí mis dos ojos color zafiro rápidamente.
Oh. Ahora entendía el porqué del silencio sepulcral.
Chicas. El ascensor, la caja, usualmente rellena de un joven, estaba abarrotada de chicas. Mujeres. Hermosas jóvenes con caras desafiantes, asustadas y perfectas.
Mi boca se abrió de la sorpresa, y estaba seguro de que no era el único que veía todo esto raro, casi bizarro.
Por la esquina del ojo, observé a ¿Dylan? Abrazar a una muchacha, y la envidia se apoderó de mí, aunque sólo un poco.
De todos modos, esto fue algo demasiado rápido, ya que, al ver el panorama entero, descubrí una cara extrañamente familiar.
Su pelo era negro, y podía imaginarla con una pequeña sonrisa de lado.
—Me eres conocido, Christopher. —Una voz detrás de mí habló, y, sin explicación lógica, sabía exactamente quién era la dueña.
—Pienso exactamente igual, Skylar.
—Entonces, ¿hace cuánto te encuentras aquí?
—No llevo la cuenta —me encogí de hombros—. Quizás meses, quizás ya lleve un año. O podrían ser sólo semanas, y el estar encerrado aquí hacen que mi cordura sea igual a cero y comience a imaginar que mi estadía es más larga de lo esperada.
Ella lanzó una risa, lo que hizo que mi primera sonrisa en años —literalmente, años— se formara en las esquinas de mi boca. Era la sombra de una pequeña felicidad formándose en mi rostro.
—¿Siempre eres tan misterioso con las chicas? —Preguntó, usando una voz nasal que encontré de lo más divertida.
Lancé una risa.
—He perdido todas mis memorias desde que llegué aquí, y, por si no lo has notado,  somos todos hombres en el área. —Mi verdadera y cruel personalidad salió a la luz, y la frialdad de mi voz y mi tono condescendiente no ayudaron en mi caso.
El silencio se apoderó de nosotros, y comencé a golpearme mentalmente por el tono agrio que utilicé con ella. No, no la necesitas. Eres cruel, eres malo. Eres un superviviente.
—Entonces, ¿utilizas el método de ‘oh, soy un misterio’ para encantar a los chicos de aquí?

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