El beso.

Estoy en aguas cálidas, el dulce color de tus ojos se refleja en ellas. Me encuentro rodeada de peces que danzan a la melodía de tu voz; todos ellos me rodean, logro notar un montón de hermosos colores que forman un arcoíris de infinitas tonalidades, pero mi vista se fija únicamente en el más bello de todos; tú. No necesito hacer nada, estoy flotando en tus brazos y me siento más viva que nunca. Con cada segundo que pasa puedo sentir algo brotando en mi interior, una explosión se genera poco a poco, puedo sentir las mariposas dentro de mi estómago, en el pecho, las veo alrededor mío. Danzan junto a los peces, y a pesar de estar en agua no se ahogan. Mi cuerpo entero está tiritando de la emoción y mi corazón está apretado, esperando a que el momento llegue y que nunca termine.

Y luego llega, la explosión que se producía termina por hacer efecto. Veo un universo entero lleno de colores, tonalidades que nunca antes había visto. No quiero que aquel momento se detenga, estoy rodeada de felicidad y quiero gritar, sin embargo me lo guardo para mí misma. Estoy tocando el cielo, puedo ver las estrellas arriba mío, haciendo un espectáculo que nos tiene a ambos como centro de atención. Las estrellas brillan y se desplazan, la luna está sonriendo y tú, lleno de gracia, te encuentras en ella. Nuestros corazones son imanes, me atraes a ti con tan sólo una mirada de aquellos ojos que parecen alumbrar mi alma. Cada vez que acaricias mi cuerpo, las mariposas aparecen, rodeándonos en un baile que espero que nunca termine.

Pero la explosión se detiene. Todo se detiene, a excepción de ti. Tus manos se alejan de mi cuerpo y las mariposas se caen en un abismo que no tiene fin. Las estrellas dejan de brillar y se oscurecen; la luna, comienza a llorar mientras se esconde tras un par de nubes, que avanzan hacia mí y me paralizan. Siento una pequeña lágrima recorrer mi rostro, son mis ojos los que se mueven desesperadamente, y aunque intente mover mis manos para secar todo rastro de tristeza, no puedo. Me miras por última vez y te das la vuelta, no hay indicio de pena en tu rostro y eso provoca que los colores alrededor mío desaparezcan, dejándome caer al vacío junto a las mariposas. Mi corazón está apretado y mi garganta quiere dejar salir la presión que el dolor causa, y termina por hacerlo.

Cuando abro mis ojos, estoy en una habitación, sola, a pesar de que esté repleta de personas. Miro hacia todos lados, desorientada, y puedo presenciar el crujido que mi corazón hace cuando te veo riendo, junto a tus amigos. Me diriges una mirada discreta, y en el momento que contemplas mis lágrimas, en vez de intentar remediar el error, haces una mueca de disgusto.

Antes de romper en llanto, salgo de la casa en la que me encuentro y camino sin dirección alguna. Esa era la verdadera realidad. Si bien obtuve un beso de tu parte, si bien me sentí en el cielo; luego volví a la realidad. Jamás pertenecerías a mí; jamás podrías darme un pedazo de tu corazón.