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El Contrato JOE Y TU

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Mensaje por LupizzVM Miér 05 Mar 2014, 9:59 pm

Siguela pronto porfi!!!
LupizzVM
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Mensaje por LupizzVM Jue 06 Mar 2014, 8:18 am

Siguela porfi !!!!
LupizzVM
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El Contrato JOE Y TU - Página 2 Empty Re: El Contrato JOE Y TU

Mensaje por chelis Jue 06 Mar 2014, 12:38 pm

Bueno creo que joe ya eligió a la candidata!!!!...
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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El Contrato JOE Y TU - Página 2 Empty Re: El Contrato JOE Y TU

Mensaje por jamileth Jue 06 Mar 2014, 2:39 pm

 2  


Joe acarició las fotografías de las tres mujeres que _________________ le había enviado. Todas eran perfectas: cultas, con estudios y preciosas. Entonces ¿por qué se habían apuntado a una agencia de citas para encontrar un marido temporal? Tenía que haber algún tipo de conexión entre ellas y la propia señora Casamentera, pero Joe no conseguía dar con ella. 


Candidata número uno, Candice... Sin apellido. Según el informe, era estudiante de derecho de segundo año y tenía las típicas deudas de estudios. Le encantaba el arte y dedicaba su tiempo libre a correr maratones. Joe volvió a mirar la fotografía. El parecido con Jacqueline era desconcertante. _________________ había pensado en todo, hasta el punto que había incluido las medidas y el peso de la chica al final de la página. Debajo de la fotografía, ________* había escrito una nota explicando que las agencias de citas solían utilizar imágenes antiguas del instituto retocadas con Photoshop, pero que Alliance actualizaba las suyas cada seis meses. 


Candidata número dos, Rita... De nuevo, sin apellido. Ayudante en la consulta de un médico y preparándose para entrar en medicina. Le encantaba la navegación y pasar temporadas en lugares exóticos. Había viajado por muchos países, pero los papeles de ________* no hablaban de cómo se lo había costeado. 


Candidata número tres, Karen... Joe no se molestó en buscar el apellido. Sabía que no aparecería por ninguna parte. Karen podría haberse dedicado al mundo de la moda. Sus ojos, de un azul increíble, y su hermoso cabello de un rubio blanco como la nieve eran suficientes para dejar sin respiración a cualquier hombre. Karen no iba a la universidad y tampoco tenía préstamos de estudios pendientes. Dirigía una especie de hogar para ancianos y hacía de mentora para chavales en un club para niños y niñas. 


Las tres eran perfectas. Entonces, ¿por qué tenía la sensación de que ninguna de ellas encajaba? 


Se inclinó hacia delante y cogió el teléfono.  


—¿Y bien, Mitch? —preguntó cuándo su ayudante respondió al otro lado del teléfono. 


—Todavía tengo un par de llamadas sin respuesta, pero he encontrado algunos datos interesantes acerca de la señorita Elliot.  


—Genial, tráeme lo que tengas. 


Joe se acercó al ventanal de su despacho, que ocupaba toda una pared desde el suelo hasta el techo, y miró hacia abajo, a la ciudad que se extendía a sus pies. Llevar su negocio de transporte marítimo desde cuatro puntos distintos del mundo le daba ventaja sobre sus competidores. Había levantado la empresa desde la nada a pesar de la oposición de su padre. Joe quería demostrarle que no necesitaba su dinero, ni su título, y esa misma determinación le servía de combustible para seguir adelante. Sin embargo, el apellido Harrison le había abierto muchas puertas a lo largo de los años, y menospreciar el grueso de su herencia no era algo que estuviese dispuesto a hacer, especialmente ahora que el viejo llevaba tiempo muerto. 


Mitch llamó a la puerta del despacho antes de entrar. Joe se dio la vuelta y señaló con la cabeza hacia la mesa de café que ocupaba una esquina de la estancia, donde podría ver los documentos que Mitch llevaba en la mano. 


—Pongámonos ahí.  


Mitch se sentó y rápidamente repartió los papeles sobre la mesa para que Joe los revisara. 


—_________________ Elliot, veintisiete años, nacida en Connecticut, hija de Harris y Martha Elliot. 


Joe tomó asiento.  


—¿Por qué me suenan esos nombres?  


—Deberían sonarte. Harris era un pez gordo de los medios hace ya bastantes años. Fue acusado de evasión de impuestos y malversación de fondos. Él y su familia vivían en una mansión de veinte millones de dólares y tenían propiedades en Francia y Hawai. El sueño americano, vamos. 


Joe lo recordaba. El gran hombre de negocios neoyorquino había canalizado todos sus fondos a través de una estafa piramidal. Firmaba pólizas de seguros para casas, terrenos, negocios y propiedades varias con víctimas que no sospechaban nada y a las que no tenía intención de pagar un solo dólar. Si la memoria no le fallaba, los federales no consiguieron pillarlo por corrupción pero se las arreglaron para meterlo en la cárcel por evasión de impuestos. Sus cuentas y todas sus propiedades fueron embargadas y su familia al completo se desmoronó. 


—Martha, la esposa, no pudo soportar semejante declive en su estatus. Se tomó una caja de pastillas con ginebra y nunca volvió a despertar. 


Mitch relataba los detalles de la vida familiar de _________________ Elliot como si se tratara de un culebrón. 


—Según la prensa, la hermana de _________________, Jordan, intentó seguir el ejemplo de su madre sin éxito y acabó sufriendo daños cerebrales. Estoy esperando que me pasen los detalles de dónde está la chica ahora. _________________ sobrevivió a la debacle, pero acabó recogiendo los trozos que quedaron de la familia. Dejó la universidad, donde estudiaba empresariales. Seguramente consiguió esconder una pequeña cantidad de dinero de la que el Gobierno no sabía nada para pagarle un centro a su hermana. —Mitch tomó aire y entregó una lista de nombres a Joe. 


—¿Qué es esto?  


—Es gente con la que la señorita Elliot se relaciona. Crecer rodeada de gente rica y bien relacionada le proporcionó algunas amistades que han perdurado en el tiempo. Los adultos cortaron cualquier lazo que los uniera a los Elliot, pero los amigos de _________________ no. Esta lista incluye a la hija de un senador y a dos abogados en rápida ascensión. Todavía no estoy seguro de cómo averiguó cosas de tu pasado, pero tengo una llamada pendiente. 


Joe pasó las páginas y encontró una fotografía de la familia Elliot cuando aún eran felices. Iban a bordo de un yate. Martha estaba delgada como un lápiz y sus hijas, ambas en bañador, posaban detrás de ella. _________________ llevaba el pelo recogido en una coleta, pero aun así el viento lo había empujado hacia su cara en el momento en que se había tomado la fotografía. Jordan, mucho más joven que ________*, tenía el cabello oscuro de su madre y un cuerpo minúsculo. Harris, con al menos veinte kilos de sobrepeso, tenía una mano apoyada en el hombro de su mujer y sonreía a la cámara. 


Las fotografías eran engañosas. Recordó la imagen de un retrato familiar muy parecido al de _________________. El padre de Joe posaba de pie detrás de su mujer, con una mano sobre su hombro. Los nudillos de la madre se aferraban, blancos de la tensión, al brazo de la silla en la que descansaba. Aún recordaba el día en que se había tomado la instantánea. Joe había discutido con su padre porque quería hacer unas prácticas de verano que le ayudaran a mejorar sus posibilidades de entrar en una buena universidad. Edmund se negaba a que Joe trabajara para nadie, y menos sin cobrar. Su padre creía que los estudios solo eran necesarios para fanfarronear con los amigos. El trabajo, sin embargo, era una palabra de siete letras con la que ningún Harrison tendría jamás relación alguna mientras él tuviera algo que decir al respecto. 


—Y yo que creía que mi familia era disfuncional —susurró Joe.  


—Creo que la señorita Elliot se lleva el premio.  


Joe sabía que aquel era un premio que no merecía la pena ganar. 


—¿Dónde vive _________________?  


—Vive de alquiler en una casa en Tarzana.  


—¿Algún compañero de piso?  


—Es difícil saberlo.  


—¿Novio? —preguntó, sin saber muy bien por qué.  


Mitch le clavó la mirada.  


—No lo he comprobado, pero lo haré. —Justo en ese preciso instante, el teléfono de Mitch sonó dentro del bolsillo de sus pantalones. Lo sacó y comprobó el número—. Es sobre la hermana —explicó antes de atender la llamada. 


Mitch habló mientras Joe estudiaba los nombres que aparecían en el papel que sujetaba entre las manos. _________________ tenía muchos amigos. Se preguntó si alguno de ellos la ayudaba económicamente. 


Mitch silbó, con el teléfono todavía en la oreja, y llamó la atención de Joe. 


—De acuerdo, gracias —se despidió antes de finalizar la llamada. 


—¿De qué se trata?  


—Está claro que la señorita Elliot realmente necesita tenerte como cliente. 


—¿Sí? ¿Por qué?  


—Su hermana está ingresada en el Moonlight Villas. Bonito nombre para un centro asistencial para adultos que cuesta ni más ni menos que seis cifras al año. 


Joe se quedó pálido.  


—¿Y nadie ayuda a la señorita Elliot con los pagos?  


Mitch sacudió la cabeza.  


—No que yo sepa. Puede que sus amigos la aconsejen, pero la única fuente de ingresos constantes es la empresa. 


Una empresa a la que Joe ya había investigado y de la que conocía hasta el último detalle. 


—Interesante.  


—¿Y cómo es ella? —Era la primera pregunta personal que le hacía Mitch. 


Joe visualizó su piel de alabastro y la firme línea de su mandíbula. Y esa voz. Dios, solo recordarla fue suficiente para querer volver a hablar con ella. 


—Es una mujer de negocios —le dijo Joe a su ayudante—. Te gustaría. 










Tener el control era parte de su trabajo, de modo que cuando Joe Harrison insistió en cenar con ella para hablar de las candidatas a convertirse en su futura esposa, _________________ imaginó diferentes escenarios. 


Quizá Joe había reconocido a alguna de las mujeres o relacionado un apellido con una cara. _________________ siempre obviaba los apellidos para que sus clientes tuvieran que valorar los méritos de cada mujer teniendo en cuenta sus atributos, no los de sus familias. Ella misma tenía que sufrir que la gente la juzgara por las acciones de sus padres. Tras la caída de su familia, _________________ había llegado a considerar la opción de cambiar de nombre e incluso de color de pelo. Al final decidió mudarse a la costa Oeste y evitar a la prensa. Y funcionó, porque los tabloides pronto dejaron de prestarle atención. En cuanto apareció un nuevo escándalo, la gente se olvidó del suyo. Al vivir cerca de Hollywood, se aseguraba de que los focos iluminaran siempre a otra persona. Además, su cara no había aparecido en prensa desde el funeral de su madre. 


Si _________________ hubiera sido una belleza o una yonqui de los medios, los periódicos la habrían seguido sin dudarlo, pero un buen día empezó a vestirse como la fea del baile, y evitar a los periodistas fue coser y cantar. 


¿De qué querría hablar Harrison? Quizá ya se había puesto en contacto con su abogado y necesitaba los detalles que no constaban en la documentación que le había entregado. Cuando fundó la empresa, _________________ había tenido en cuenta hasta el último detalle para que no quedara ningún cabo suelto. Siempre pagaba sus impuestos («Gracias, papá») y guardaba los contactos a buen recaudo. Nada de lo que hacía, en lo referente a comprobaciones o detectives privados, era ilegal. Cuando necesitaba información, solía recurrir al género femenino. No es que creyera que las mujeres no cometían ilegalidades, no era tan tonta. El problema venía de su falta de confianza hacia los hombres. En su vida eran pocos los que no la habían traicionado de una forma u otra. En realidad, si se paraba a pensar en ello, no se le ocurría ninguno. 


El sol todavía no se había puesto cuando entró con su coche en el aparcamiento del restaurante más caro de Malibú, en primera línea de mar. No pudo evitar al aparcacoches, así que dejó el motor de su sedán de fabricación americana en marcha y se bajó. Le dio las gracias al chico y vio como este se sentaba tras el volante y aparcaba apenas a unos metros de ella. Su GMC parecía fuera de lugar rodeado de tantos Lexus, Mercedes y Cadillac. 


_________________ entró en el restaurante y dejó que el delicioso olor del ajo y las hierbas le embargara los sentidos. Había pasado un año desde la última vez que cenó en un restaurante de cinco tenedores, con una de sus clientas felizmente casadas. Hacía tiempo que ________* había renunciado a los restaurantes caros y al estilo de vida opulento del pasado, pero a veces lo echaba de menos. Entre sus objetivos a corto plazo estaba el de dejar de comer comida para llevar o preparados para microondas. 


Cuando se disponía a entrar en el salón y buscar a la maître del restaurante, un hombre la abordó por la espalda. 


—¿Señorita Elliot?  


No llevaba el uniforme del personal. Quizá era el gerente.  


—¿Sí?  


—El señor Harrison la espera.  


«Seguro que es el gerente.» _________________ le siguió a través del restaurante hasta un reservado con vistas sobre el Pacífico. Joe Harrison, que la había visto acercarse, se levantó para recibirla. 


Al igual que en su anterior encuentro, _________________ vio los rasgos cincelados del rostro de Joe y la forma en que el traje de firma que llevaba se amoldaba a su cuerpo y no pudo evitar sentir un estremecimiento recorriéndole la piel. Aquel hombre dominaba el espacio con su sola presencia. 


Él, por su parte, recorrió el cuerpo de ________* con la mirada y una pequeña sonrisa afloró en la comisura de sus labios. _________________ había escogido un vestido sencillo, no demasiado informal pero tampoco apropiado para acudir a la gala de los Oscars. Y a juzgar por la expresión en el rostro de Joe, no le había defraudado. No es que ella se vistiera para recibir su aprobación, pero tampoco quería parecer fuera de lugar sentada a su lado. Lo miró a los ojos y sintió que una descarga le recorría la espalda.    


—Llega tarde —dijo él con voz burlona. 


________* se quedó con la boca abierta como un pez, a punto de responder, pero decidió no hacerlo. 


Touché.  


Joe sonrió.  


—Me he tomado la libertad de pedir una botella de vino. Espero que no le importe. 


Aguardó hasta que ella estuvo cómodamente instalada en su lado de la mesa para coger la botella de vino de la cubitera.


_________________ lo observó mientras él servía el pálido líquido en una copa de cristal, concentrando todos sus esfuerzos para que su mirada no resultara demasiado intensa. 


—¿Celebramos algo?  


—Quizá —respondió él mientras dirigía la botella hacia su copa.    


Quería acelerar la conversación, preguntarle qué candidata era la elegida. Claro que todavía no las conocía, así que no creía que ya se hubiera decantado por una. 


Joe levantó su copa en alto y esperó a que ella se le uniera en un brindis. 


—Por una relación de negocios exitosa.  


Un escalofrío de incertidumbre recorrió la mano con la que _________________ se disponía a coger su copa. Había algo raro en la forma en que Joe había pronunciado la palabra «relación». Tras chocar la copa contra la de él y tomar un sorbo de vino, descansó las manos sobre el regazo para ocultar el leve temblor que la delataba. 


—Espero que el trayecto en coche no le haya causado problemas. 


Vale, no irían directos a hablar de negocios como a ella le habría gustado. En lugar de presionarlo, prefirió dejar que la conversación siguiera su curso. 


—La autopista del Pacífico siempre es un problema a última hora de la tarde. 


—Gracias por acceder a reunirse conmigo.  


—Me sorprende que haya elegido este sitio. Para una cena de negocios sería más apropiado un local menos formal. —Menos romántico, le habría gustado añadir. 


Joe se relajó en su asiento. ________*, por su parte, apenas podía concentrarse en la razón por la que estaba sentada frente a él. Los rasgos de su cara eran perfectos, casi pecaminosos. Resultaba muy fácil perderse en la belleza de aquellos ojos grises y caer en la trampa de su cálida sonrisa. 


—Va contra mis normas invitar a una mujer hermosa a un bar a tomar un cóctel. 


Vaya por Dios, hora de poner los pies en el suelo. _________________ sabía que no era guapa, atractiva como mucho, y que el tipo de belleza que atraía a aquel hombre estaba totalmente fuera de su alcance. 


—Es usted encantador, señor Harrison, pero pierde el tiempo conmigo. Supongo que ha tenido oportunidad de revisar los documentos que le he enviado por fax. 


Joe entornó los ojos, pero no dijo nada. _________________ tragó saliva y juntó las manos sobre el regazo. En lugar de evitar su mirada, se la devolvió, aunque prefirió mantener los labios sellados. 


Tuvo que ser el camarero quien rompiera la tensión. El chico, de unos veinte años, enumeró los platos especiales del chef mientras _________________ escogía de la carta. Joe Harrison era su cliente y la tradición mandaba que fuera ella quien se ocupara de la cuenta, aunque el restaurante se escapara del presupuesto. Al final, escogió el pez espada acompañado de una pequeña ensalada e hizo todo lo posible por ignorar los precios del menú. Lo cargaría a su tarjeta de crédito con la esperanza de poder cobrar el cheque del señor Harrison antes de que le pasaran el cargo. 


—Dígame, _________________, ¿por qué cree que malgasto mis encantos con usted? —le preguntó Joe cuando se quedaron a solas. 


Pronunció su nombre como la caricia suave y delicada de un amante. A ________* le pareció captar un leve dejo inglés, un acento que en realidad debería ser mucho más marcado en alguien con un título nobiliario como el suyo. 


—Estamos aquí para hablar de su futura boda con una de las tres mujeres que están a mi servicio —le recordó ella—. No sé de qué le sirve a usted emplear sus encantos conmigo. 


—¿Todo tiene que tener alguna utilidad?  


—En los negocios, sí. —Al menos así funcionaba en su mundo.  


—¿Y en su vida personal?  


Joe se inclinó hacia delante y se le abrió la chaqueta. Fue entonces cuando ________* se dio cuenta de que no llevaba corbata. Los dos primeros botones de la camisa estaban desabrochados y dejaban al descubierto unos centímetros de piel bronceada en la que ________* no había reparado hasta ese momento. 


—No estamos aquí para hablar de mi vida privada.  


—Yo no estaría tan seguro de eso. El resumen que ha hecho esta mañana de mi vida me ha llevado a hacer algunas averiguaciones por mi cuenta. 


_________________ se preparó para afrontar el juicio de Harrison. Nunca intentaba ocultar su pasado, pero sabía que se arriesgaba a perder un cliente por culpa de los errores de su padre. 


—No es necesario cavar muy hondo para desenterrar mi pasado, señor Harrison. 


—Creí que habíamos decidido que podía llamarme Joe y, ya que estamos, ¿te parece que nos tuteemos? 


Nombres propios, tuteos y conversaciones sobre relaciones. Aquello no iba nada bien. _________________ tomó un buen trago de vino, deseando que fuera algo más fuerte. 


—Mi padre es un hombre horrible. Mi madre era una cobarde. Ninguno de los dos me representa a mí ni a mi modo de hacer negocios, Joe. 


—No he dicho lo contrario.  


El tono de su propia voz a la defensiva y la mirada de compasión en los ojos de Joe le sentaron como un tiro. 


—Ignoras los apellidos de las mujeres a propósito. ¿Por qué?  


Perfecto, otra vez de vuelta a los negocios.  


—No soy la única cuyos padres han afectado negativamente en la opinión que la gente tiene de mí. Soy consciente de que la familia puede suponer un problema en cualquier relación, aunque se trate de una relación de negocios. Empezar solo con la información de ellas y no de su entorno ayuda a mantener la puerta abierta a todas las posibilidades. 


—¿Son todas niñas ricas que viven del dinero de papá o son hijas de estafadores convictos? 


—Nada más lejos de la realidad. Las tres han cortado los lazos familiares, al menos en el aspecto económico, y por eso buscan seguridad en lugar de amor. 


Joe acarició el borde de su copa. ________* siguió sus movimientos con la mirada y por un instante se preguntó cómo sería sentir sus manos sobre la piel, acariciándole los brazos, recorriéndole los muslos. Notó que un calor intenso le subía por el cuello y tuvo que apartar la mirada. 


—Si insistes, puedo darte sus apellidos. Si va a influir en tu decisión, es mejor que lo sepas. 


—No es necesario. Ya he escogido a la mujer que quiero.    


_________________ lo miró fijamente. De pronto apareció el camarero con las ensaladas y no tuvo más remedio que morderse la lengua y esperar a que terminara de sazonar los primeros con pimienta negra recién molida y rellenara las copas de vino. El suspense la estaba matando. ¿A quién habría escogido y por qué? ¿Cómo podía decidir con quién quería casarse sin ni siquiera haberlas conocido? Era demasiado arriesgado, incluso para un millonario como el que tenía delante. O quizá no. En realidad, ¿qué sabía ella de Joe Harrison? Que le gustaban las mujeres delgadas, con mucho pecho y las piernas largas. No había encontrado ni una sola foto de él sin una modelo de esas características colgando del brazo. De ahí que _________________ hubiese escogido a las tres mujeres más guapas de su pequeña agenda negra —que en realidad era una libreta—. Aun así, ¿cómo había podido escoger basándose únicamente en unas fotografías? 


—¿No quieres conocerlas antes?  


De pronto, la idea de que fuera capaz de escoger esposa a partir de una imagen le pareció demasiado superficial, incluso para sus estándares. ¿Una cara bonita era suficiente para decantar las intenciones de un hombre? La respuesta era sí. ________* sabía que Joe Harrison podía ser tan superficial como el que más, sin embargo, no podía evitar sentirse decepcionada al comprobarlo en primera persona. 


—¿A las chicas de las fotografías?  


________* asintió, confundida.  


—Por supuesto, ¿a quién si no?  


—No. —Joe cogió el tenedor y se lo llevó a la boca.  


¿No? Mierda. Había decidido casarse con otra. De pronto, los pequeños símbolos de dólar que llevaba grabados en la retina desde el mismo día en que había oído hablar del duque por primera vez empezaron a desvanecerse lentamente 


—¿Has encontrado a otra dispuesta a casarse contigo?    


—No ha dicho que sí, al menos no de momento. —Joe comió otro bocado, siempre controlando la situación y sin darle mayor importancia. 


Si él no pensaba utilizar sus servicios, ¿qué demonios hacía ella allí? 


—Entonces, ¿Alliance es una especie de plan B? —Quizá todavía no tenía intención de deshacerse de ella. Los hombres como Joe Harrison no hacían nada sin un motivo. 


—No exactamente.  


_________________ dejó el tenedor sobre la mesa y lo miró fijamente.  


—Lo siento, señor Harrison, pero hay algo que no entiendo. Esta misma mañana buscaba a una mujer dispuesta a firmar un acuerdo con el que satisfacer sus necesidades. ¿Ha cambiado algo en las últimas horas? ¿O es que no está satisfecho con las mujeres que le he presentado? 


Joe dejó de fingir interés en la comida y puso las manos sobre la mesa a ambos lados del plato. 


—Tutéame, por favor. Las mujeres que has escogido son perfectas. Demasiado. Como sabes, no tengo demasiado tiempo para escoger esposa, por lo que conocer a cada una de esas adorables mujeres y tomar una decisión al respecto es un lujo que no puedo permitirme. —Metió la mano debajo de la mesa y sacó un maletín que ________* no había visto. Cogió una carpeta de su interior y la deslizó hacia ella por encima de la mesa. 


—¿Qué es esto?  


—El contrato que mi abogado y yo hemos redactado esta misma tarde. 


________* se moría de ganas de abrir la carpeta, pero en lugar de hacerlo la cubrió con una mano. 


—¿Qué contrato?  


Los ojos grises de Joe no se apartaban de los suyos.  


—Te estoy ofreciendo un acuerdo de matrimonio.  


El corazón de ________* se desplomó en el interior de su pecho con un golpe seco.


—Yo no estoy en el menú, señor Harrison.  


Empujó la carpeta hacia Joe, pero él cubrió su mano y la sujetó firmemente. El contacto desató la misma descarga de la primera vez, una corriente que se propagaba por su cuerpo hasta la punta de los pies y subía otra vez. Se le aceleró el corazón y sintió que el vello se le ponía de punta. Todo su cuerpo se estremecía y lo único que estaba en contacto entre los dos eran sus manos. 


—Todo el mundo tiene un precio, _________________.  


—Yo no. —Intentó retirar la mano, pero él le apretó los dedos para evitarlo. 


—Voy a crear un fondo fiduciario para ocuparme de Jordan de por vida. Aunque te pasara algo a ti, Jordan recibiría todos los cuidados necesarios. 


________* abrió la boca y volvió a poner cara de pez, y es que una explosión no podría haberla sorprendido más. Joe venía con los deberes hechos, sabía lo de su hermana y las necesidades especiales de esta. 


—Mi hermana solo tiene veintiún años y podría vivir hasta los cien. —Según los médicos, eso era poco probable, aunque tampoco existían indicios de que fuera a morir joven. 


—Y sus cuidados te cuestan ciento seis mil dólares al año. El gasto no hará más que subir. —Su mano se relajó, pero ________* no retiró la suya. 


—¿Estás dispuesto a pagarme más de ocho millones de dólares a cambio de que sea tu esposa durante un año? 


—Más el veinte por ciento. Esos son tus honorarios, ¿no?  


_________________ asintió lentamente y luego sacudió la cabeza.  


—¿Por qué yo?  


—¿Por qué no? —El pulgar de Joe empezó a moverse por su mano, pero ella seguía demasiado impresionada como para moverse. 


—No soy tu tipo.  


—¿Mi tipo?  


—Alta, rubia, espectacular.  


Joe soltó una carcajada que devolvió a ________* a la realidad. Aquello no era más que un trato, un acuerdo comercial, nada más ni nada menos. Joe le había dado la vuelta a su mano y ahora le estaba acariciando la parte interna de la muñeca, describiendo círculos lentamente. Bueno, quizá un contrato matrimonial era algo más que un acuerdo de negocios. 


________* apartó la mano.  


—¿En qué consistiría para ti este matrimonio?  


—Tu vida no cambiaría en nada —respondió Joe, mientras se llevaba la copa de vino a los labios—. Una escapada rápida al juzgado, quizá a Las Vegas. Tendríamos que hacer algunas apariciones durante los primeros meses para satisfacer a los abogados que mi padre contrató antes de su muerte y también a mi primo, que sería el principal beneficiado si todo esto no funcionara. Yo paso la mitad de mi tiempo en Europa y la otra mitad aquí, en Malibú, así que no nos estorbaríamos el uno al otro. 


—¿Y por qué no buscar esposa en Europa?  


—Para minimizar la atención de la prensa de allí. En Estados Unidos no hay revistas del corazón dedicadas a reyes y reinas, duques y duquesas. Aquí la novedad de mi matrimonio se olvidaría pronto. 


Según las condiciones del testamento de su padre, Joe tenía que estar casado y asentado antes de cumplir los treinta y seis años si quería heredar la fortuna familiar, además de conservar el título. Tras un largo debate, los abogados habían decidido que, cuando se cumpliera el primer año de matrimonio, el Estado renunciaría a la herencia y levantaría cualquier otra restricción legal que existiera. Al menos eso era lo que los contactos de _________________ en Londres le habían contado. 


—¿Qué tipo de apariciones?  


—Una pequeña recepción y unas cuantas apariciones en actos públicos. Tendrías que viajar a Londres conmigo para firmar con los abogados los papeles referentes a mi título. A nuestros títulos, vamos.    


________* tragó saliva. Por un momento había olvidado que el hombre que tenía delante era duque. 


—No tengo ni idea de cuáles son las atribuciones de una duquesa. 


Joe cogió el tenedor y se dispuso a comer.  


—Serías la primera, así que yo tampoco estoy muy seguro.  


_________________ no pudo evitar que se le escapara la risa.  


—Esto es una locura.  


—Me sorprende que pienses eso. Para mí, el acuerdo tiene todo el sentido del mundo. 


El camarero volvió con los segundos y se marchó rápidamente.    


_________________ recordó el consejo que le había dado a Joe ese mismo día: «Depende de su capacidad para controlar sus instintos más básicos, señor Harrison». Quizá la había escogido porque con ella le resultaría más fácil permanecer lejos de su cama. Eso sí tenía sentido. Quizá había visto las fotografías de las candidatas y se había dado cuenta de que, tarde o temprano, acabaría acostándose con ellas. 


—¿Qué ocurre? —preguntó Joe.  


Tenía que mejorar su cara de póquer cuanto antes.  


—Nada. Es que... son muchas cosas de golpe. No me lo esperaba. 


—Pero lo estás considerando.  


—Sería estúpida si no lo hiciera.  


—A mí no me pareces estúpida —le dijo él, mientras se llevaba un trozo de carne a la boca. 


No, _________________ Elliot no era estúpida.  


—Mañana le echaré un vistazo al contrato.  


—Excelente.




bueno chicas.. omg Joe... ya decidio *-*
aqui esta el cap :D
disfrutenlo y cuidense :)
bayy  :bye: 
jamileth
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Mensaje por LupizzVM Jue 06 Mar 2014, 5:14 pm

Mil gracias por el capitulo, esperaré con ansias el siguiente!!  El Contrato JOE Y TU - Página 2 477734387 
LupizzVM
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Mensaje por chelis Jue 06 Mar 2014, 7:01 pm

Aaaaaaaahhhh!!!.... Le atiné!!!!!.... Ahora esperemos que ella acepte!!!!!!.....
chelis
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Mensaje por jamileth Vie 07 Mar 2014, 4:29 pm

 


El avión alcanzó la altura de crucero y el piloto les comunicó que podían desabrocharse los cinturones de seguridad durante los cuarenta y cinco minutos que duraría el vuelo hasta Las Vegas. _________________ apenas había abierto la boca desde que habían embarcado. 


Después de que _________________ accediera a ser su esposa durante un año, Joe había planeado un viaje relámpago a la Ciudad del Pecado que incluía una breve visita a una capilla. Estaba convencido de que una boda romántica en Las Vegas resultaría mucho más creíble ante los abogados de Parker y Parker que un viaje al juzgado.    


Joe se desabrochó el cinturón de seguridad y se levantó del asiento del jet privado para coger una botella de champán. Cuando miró a su prometida, se dio cuenta de que _________________ no dejaba de tocarse las manos. Qué curioso, pensó, él podía perderlo todo y, sin embargo, era ella la que no podía estar quieta. 


—Toma, puede que esto te ayude. —Le dio una copa de champán y se sentó frente a ella en una de las enormes butacas de piel del avión. 


—¿Tan evidente es?  


—Los nudillos blancos te delatan.  


_________________ se bebió la mitad de la copa de un trago.  


—Nunca he querido ser actriz.  


—Pues seguro que muchos estudios estarían dispuestos a contratarte como dobladora por un dineral. 


Ella se encogió de hombros. 


—Si me dieran un dólar por cada vez que he oído eso...  


Joe estaba seguro de que era así.  


—Tienes una voz increíble.  


_________________ apartó la mirada y sus mejillas empezaron a teñirse de un ligero color rosado. 


—Creo que esto del matrimonio funcionará mejor si no encontramos nada increíble en el otro. No es nada personal. 


—Seguramente tienes razón, pero recuerda que hemos acordado ser sinceros el uno con el otro. Y tienes la voz más sensual que he escuchado en toda mi vida. 


Merecía la pena enseñar las cartas solo para ver cómo se removía incómoda ante el cumplido. A esas alturas ya estaba colorada como un tomate, lo cual era adorable. 


Sin apenas darse cuenta, _________________ ya había vaciado la copa de champán por segunda vez. 


—No sé si darte las gracias o pedirte que seas menos superficial. 


—Ay.  


—Eres tú quien pedía sinceridad.  


Joe la observó mientras se quitaba los tacones con los pies y escondía las piernas bajo el asiento. Sus dedos empezaban a recuperar el color. No sabía muy bien cómo tomárselo, pero era evidente que meterse con él la ayudaba a sentirse más cómoda.    


—La única persona que se atreve a llamarme superficial es Nick. 


—¿Tu mejor amigo?  


—Mi único amigo de verdad.  


—¿En serio? Pensaba que alguien con tu fortuna tendría un séquito de amigos. 


—El dinero atrae a la gente, no a los amigos —respondió él. 


—Amén a eso. Supongo que Nick sabe lo nuestro. Lo del acuerdo, quiero decir. 


—Lo sabe.  


—¿Y tus amigas? ¿También lo saben?  


Ahora le tocaba a él sentirse incómodo. Aunque su matrimonio iba a ser una farsa, se le hacía raro hablar de sus amantes con la que en breve se convertiría en su esposa. 


—Contárselo a mis amigas, como tú las llamas, sería como llamar a la Inquisición y concederle una entrevista a doble página. —Joe apuró el champán y se levantó para rellenar de nuevo las copas. 


—¿No confías en ellas?  


—En esto no.  


—¿Cómo lo hacéis los hombres?  


—¿Qué hacemos?  


—Acostaros con mujeres en las que no confiáis. —_________________ le dio las gracias por el champán y esta vez empezó a beber de su copa tomando pequeños sorbos. 


—Se llama atracción.  


—Se llama lujuria —le corrigió ella, riéndose.  


—Eso también.  


Joe empezaba a sentir una agradable sensación de calidez por dentro. ¿Cuándo había hablado por última vez con una mujer sobre las motivaciones masculinas? Nunca. Y, para su sorpresa, le gustaba hacerlo. 


—Entonces, ¿qué les has dicho a tus...? ¿Cómo llamas a las mujeres con las que te relacionas? ¿Amantes? 


Amante sonaba demasiado personal.  


—Todavía no les he dicho nada.  


_________________ arqueó las cejas, perfectamente depiladas.  


—Lo que daría por ver una de esas conversaciones por un agujerito. «Ah, cariño, por cierto, que me he casado este fin de semana pasado» —se burló, incapaz de contener la risa. 


—No creo que se lo diga así. —No sabía muy bien cómo darles la noticia y, para ser sincero, tampoco es que hubiera pensado mucho en ello. 


—Eres consciente de que te arriesgas a perderlas a ambas, ¿verdad? 


—¿Cómo sabes que son dos? —Joe sacudió lentamente la cabeza y levantó una mano para detenerla—. Da igual. No recordaba tu trabajo intensivo de investigación. No tienes que preocuparte por ellas. Ni siquiera las conocerás. 


_________________ se llevó una mano al pecho y sonrió.  


—Superficial y un poquito iluso.  


Dios, ya estaba otra vez metiéndose con él.  


—¿Perdona?  


—Si tú y yo estuviéramos saliendo y de pronto tú te casaras con otra, me las ingeniaría como fuera para conocer a esa mujer a cuya altura, a juzgar por tus acciones, parece que yo no estoy. Y que conste que me odiaría a mí misma por hacerlo. Las mujeres son criaturas emocionales, señor Har... Joe. Por mucho que intentara deshacerme de esa peculiaridad de mi género, lo más probable es que no fuera capaz de controlar mis impulsos. Dudo bastante que Vanessa y
Jackie... 


—Jacqueline —la corrigió Joe.  


—Perdón, Vanessa y Jacqueline sean diferentes. ¿A cuál de las dos es más probable que le rompas el corazón? 


Lo de la sinceridad estaba yendo demasiado lejos. Aunque aquella especie de recorrido por su vida personal sirviese para aliviar los nervios de su prometida, Joe no se sentía cómodo. _________________ había subido los pies a la butaca y se mostraba relajada por primera vez desde que se conocían. Su sonrisa no parecía forzada y sus ojos verdes desprendían un brillo de picardía. Le hubiese gustado llevarla a ese estado de ánimo sin tener que hablar de las que hasta entonces habían sido sus amantes, porque ya no lo eran. Pensó por un momento en qué dirían Vanessa y Jacqueline cuando supieran lo de su boda. Vanessa seguramente le daría un tortazo y se alejaría indignada. Jacqueline no sería tan dramática, pero era demasiado arriesgado prolongar una relación con ella. 


—Las dos saben de la existencia de la otra.  


—Pero ¿cuál de las dos quiere más?  


—No me puedo creer que mi futura esposa me esté preguntando esto. 


—¿Cuál, Joe?  


_________________ era implacable.  


—Vanessa. Aunque dudo que quisiera verte cara a cara. Además, vive en Londres y solo viene a Nueva York de vez en cuando. 


—Sí, y Jacqueline vive entre Nueva York y España.  


De pronto la voz del piloto anunció por los altavoces del avión que se acercaban al aeropuerto de Nevada. 


—Veo que has hecho los deberes. —Joe volvió a su asiento, al lado de _________________. 


—Siempre —dijo ella, y parecía orgullosa de sí misma.  


—¿Me avisarás si alguna de las dos se presenta en tu casa?    


_________________ bajó los pies al suelo y se puso el cinturón de seguridad. 


—Serás el primero en saberlo.  


El jet inició el descenso y _________________ desvió la mirada hacia la ventana. Entre el champán y la conversación, ya no parecía una novia a la fuga. Joe la cogió de la mano y sintió que se sobresaltaba. 


—Deberías intentar controlar esas reacciones —le sugirió.  


_________________ clavó los ojos en sus dos manos entrelazadas y respiró profundamente. 


—Lo intento.  


Joe no retiró la mano y decidió repetir el ejercicio a menudo. ¿Se había sobresaltado porque le molestaba que la tocara o porque le gustaba? Quizá le gustaba y eso le molestaba. Pues tendría que acostumbrarse. 


Mientras el avión descendía sobre la pista de aterrizaje y las ruedas derrapaban sobre el asfalto, Joe observó las distintas emociones que se iban alternando en el rostro de _________________. La sonrisa que hacía apenas unos minutos iluminaba sus labios, rosados y generosos, se había convertido en una línea recta. Con cualquier otra mujer, Joe se habría acercado a ella y le habría hecho olvidar las preocupaciones con un beso. ¿A qué sabrían sus labios? Dulces como el champán, pensó. Imaginó aquella voz tan sensual susurrándole al oído, animándolo a no detenerse en un simple beso, y algo despertó bajo su vientre. Desvió la mirada y le apretó la mano con fuerza. 


Cuando el piloto anunció que ya podían desabrocharse los cinturones, Joe se volvió hacia _________________. 


—¿Lista para casarte?  


Ella movió la mano para poder entrelazar los dedos con los de Joe. 


—Por qué no. No tengo un plan mejor para hoy.  


Joe echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas.  










Después de un breve trayecto en limusina hasta el hotel más nuevo de la ciudad, _________________ se plantó frente al altar de la pequeña capilla, sujetando la mano de su futuro marido. Durante la ceremonia, ella le entregó la alianza que él mismo había preparado, pero cuando Joe deslizó en su dedo un diamante enorme de cuatro quilates rodeado de zafiros, ________* no pudo reprimir una exclamación de sorpresa. 


—Para mi duquesa —le dijo. Hasta el cura abrió la boca al ver el anillo. 


En algún momento entre la limusina y el intercambio de alianzas, _________________ cayó en la cuenta de que lo más probable era que, al final de la ceremonia, Joe la besara. ¿Por qué no habría de hacerlo? Los abogados podían interrogar al cura y a los testigos, por lo que a Joe le interesaba que creyeran que estaban perdidamente enamorados y que se habían fugado. De modo que, en lugar de pensar en sus votos matrimoniales, unos votos que ninguno de los dos tenía intención de mantener, ________* no podía quitarse el beso de la cabeza. 


En la capilla empezaba a hacer calor y a _________________ le sudaban las palmas de las manos. Repitió sus votos y escuchó como Joe prometía renunciar a cualquier otra mujer.


—... yo os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.  


_________________ tragó saliva.  


Estaba segura de que el suelo se abriría bajo sus pies en cualquier momento y se la tragaría. Joe, sin embargo, era la personificación del autocontrol. Pasó un brazo alrededor de su cintura y bajó la mirada hasta encontrarse con la suya. Sus hermosos ojos grises desprendían un brillo especial y en sus labios, tan perfectos, se dibujaba el principio de una sonrisa. 


_________________ se pasó la lengua por los labios e intentó sonreír, pero se le hizo un nudo en el estómago en cuanto él empezó a acercarse. Joe utilizó la mano que tenía libre para sujetarle la mejilla y se detuvo un segundo, dubitativo, sobre sus labios. _________________ sintió la calidez de su aliento y dejó que su cuerpo se relajara. 


Y de pronto sus labios estaban allí, húmedos, firmes y absolutamente embriagadores. Sintió una descarga eléctrica en el cerebro que se extendió por todo su cuerpo. Aun con tacones, tuvo que ponerse de puntillas para devolverle el beso. El brazo de Joe estrujaba su cuerpo contra el de él, sus pechos aplastaban el busto firme del que ya era su marido. _________________ abrió la boca sorprendida y sintió que la lengua de Joe se deslizaba entre sus labios. 


Fue entonces cuando se olvidó del cura, de los testigos, y se dejó llevar por el placer que Joe Harrison despertaba en lo más profundo de su cuerpo. Habían pasado siglos desde la última vez que la habían besado, y ninguno de aquellos besos podía compararse ni remotamente. Quizá era porque estaba conociendo una nueva faceta de él, o tal vez fuera el hombre en sí mismo, quién sabe. ¿Y si todos los duques besaban como aquel? 


Alguien carraspeó y _________________ y Joe se separaron. Un halo de confusión se había instalado en los ojos de él. ¿Era posible que Joe hubiera sentido aquel beso con la misma intensidad que ella? _________________ pensó en las dos mujeres a las que su marido tendría que dar explicaciones y decidió que era imposible que el beso le hubiera afectado tanto como a ella. Joe, su marido, era un jugador nato. A partir de ahora tendría que tenerlo siempre presente. 


—Felicidades, señor y señora Harrison. Si son tan amables de seguirme para firmar un par de papeles, podrán empezar su luna de miel enseguida. —El cura los llevó desde la pequeña capilla hasta un despacho en el que _________________ estampó su firma en el certificado oficial junto a la de Joe. 


Y, sin más, se convirtió en una mujer casada.  










Joe no estaba seguro de cómo había imaginado su noche de bodas, pero lo que sucedió la noche anterior no se le parecía en nada. A pesar de haber reservado una suite nupcial en un lujoso hotel y casino de Las Vegas, al final había acabado durmiendo en el sofá, oyendo a su esposa dar vueltas por la habitación hasta que se fue a dormir sobre la una de la madrugada. 


El recuerdo del beso aún le resultaba desconcertante. Había empezado como una pantomima, una muestra de afecto en público que, en caso de ser necesario, podría llegar a oídos de los abogados. Pero desde el momento en que _________________ y él habían abandonado la capilla, solo podía pensar en repetirlo. La forma en que el rostro de _________________ se había iluminado y su incapacidad para mirarle a los ojos eran pruebas irrefutables de que había sentido lo mismo que él. Mierda, no debería desear a su mujer, una esposa de conveniencia, la persona que le hacía sonreír a menudo y por quien se cuestionaba su filosofía de donjuán y sus pasatiempos superficiales. 


Ella misma le había aconsejado que controlara «sus instintos más básicos», o algo parecido. Tenía que alejarse de la señora Harrison y hacerlo cuanto antes, o controlar sus instintos acabaría convirtiéndose en una tarea imposible. 


Joe guardó la manta y la almohada que había utilizado la noche anterior y esperó a que la luz que entraba por las ventanas del dormitorio despertara a _________________. Ya había enviado una nota a la oficina de Londres sobre su boda «relámpago» con la mujer de la que se había enamorado «a primera vista». La noticia no tardaría en extenderse. Lo más probable era que tuviera que presentar a su esposa en sociedad al cabo de un par de semanas para convencer a todo el mundo de que aquella boda era sincera y real. Invertiría ese margen de tiempo en mantener su libido bajo control con unas buenas vallas. No le preocupaba lo que le pudiera pasar a su corazón, pero si rompía el de _________________ se arriesgaba a perderlo todo. Y ese era un riesgo demasiado peligroso. 


Un suave golpe en la puerta lo alertó de que el servicio de habitaciones había llegado. Joe abrió la puerta y le indicó al joven uniformado que esperaba tras ella que dejara el carrito en el centro de la estancia. El rico aroma del café despertó sus sentidos y le hizo la boca agua. Mientras el camarero le entregaba la cuenta, se abrió la puerta del dormitorio y apareció la figura aún medio dormida de su esposa, envuelta en una bata blanca.


—¿Huele a café? —La voz de alcoba de _________________ le atravesó el cuerpo sin previo aviso, arrancándole un gruñido. Incluso el chico del servicio de habitaciones olvidó lo que estaba haciendo y se volvió  hacia ella. 


—He pedido el desayuno.  


—Qué bien, me muero de hambre. —________* atravesó la estancia descalza. Con cada paso, una pequeña abertura en la bata dejaba al descubierto sus delicadas piernas. 


Al camarero se le escurrió el platillo de la cuenta de entre las manos. Joe se interpuso en su campo de visión para proteger la intimidad de ________*, y el chico, colorado como un tomate, recogió la cuenta y se la entregó. Joe la firmó rápidamente y lo acompañó hasta la puerta. 


Antes de darse la vuelta, Joe inspiró profundamente y se cuadró de hombros, aunque sabía que esta vez su fanfarronería habitual no le serviría para nada. En cuanto vio a _________________ levantando con una mano las campanas plateadas que cubrían los platos, mientras con la otra se sujetaba la melena alborotada, sintió que el vello de la nuca se le ponía de punta. Aquella mujer era la viva imagen de la sensualidad. 


________* cogió la jarra de café y llenó dos tazas.  


—¿Cómo te gusta?  


Él cerró los ojos y apartó las imágenes de cuerpos desnudos de su mente pecaminosa. 


—Solo.  


Se acercó a la mesa y ocupó una de las sillas. _________________ le dio su taza en silencio y luego se puso azúcar en el café. Cuando el primer trago rozó sus labios, se apoyó en el respaldo de la silla y suspiró. Fue un sonido ronco, casi gutural, que envió una segunda onda expansiva contra la piel de Joe. Tenía que largarse de Las Vegas como fuera o ya podía ir olvidándose de sus intenciones de no acostarse con su esposa. 


Ajena al efecto que provocaba en él, _________________ levantó las piernas y apoyó los pies en la silla que tenía delante. La bata se abrió, revelando una nueva porción de muslo. 


Fue como si el cuerpo de Joe se vengara de él. La erección alcanzó niveles cercanos al dolor y tuvo que cambiar de posición sobre la silla para que _________________ no se diera cuenta.


—¿Qué tal has dormido? —le preguntó ella, sin molestarse en cubrir su piel del color del alabastro. 


—Bien —mintió Joe, intentando con todas sus fuerzas apartar la mirada de sus piernas. 


—¿En serio? Yo no he parado de dar vueltas. Esto del matrimonio me preocupa más de lo que pensaba.  


¿Por qué no contarle que él sentía lo mismo? Claro que entonces parecería que no tenía la situación bajo control. Joe tenía que manejar las riendas de su vida con mano de hierro, incluido su matrimonio. 


—Seguro que acabarás acostumbrándote, sobre todo cuando yo me vaya a Londres. 


_________________ se inclinó hacia delante y cogió una tostada.  


—¿Cuándo te vas?  


—Mañana.  


—¿Mañana? —repitió ella, aparentemente sorprendida.        


—Te llevaré de vuelta a Los Ángeles y te presentaré a Nick y a mi equipo antes de prepararlo todo para mi marcha.


_________________ mordisqueó la tostada.  


—¿No parecerá sospechoso que te vayas tan pronto estando recién casado? 


—Puede que sí, así que tendremos que esforzarnos para que todo parezca normal. Llamadas diarias, algo que demuestre que hablamos a menudo. Los abogados de mi padre no tienen escrúpulos. Cuando iba a la universidad, contrataron a varios detectives privados para que le informaran de mis fechorías. 


—¿Hasta ese extremo?  


—Mi padre les ofrecía sobornos, sobornos muy lucrativos, por cada lío que descubrieran. Dudo que haya cambiado algo desde su muerte. —De momento, no tenía intención de ahondar más en la historia de su familia, así que preguntó—: ¿Tienes pasaporte? 


—No desde que se lo quedaron los federales cuando tenía veinte años. No creo que tenga problemas para sacármelo otra vez. De todos modos, sería una buena excusa para explicar por qué no voy contigo. 


Lo dijo sonriendo, por fin despierta gracias a la primera taza de café del día. Joe estaba convencido de que _________________ se había dado cuenta de la brusquedad con la que había cambiado de tema, pero prefería guardarse las preguntas para sí misma. 


—Empezaré con el papeleo el lunes.  


—Me parece bien.  


—Ayer por la noche, mientras intentaba quedarme dormida, estuve pensando en sí debería adoptar tu apellido o no. Muchas mujeres mantienen el suyo incluso después de casadas. Así sería más fácil. Se inclinó hacia delante y se sirvió una ración de huevos revueltos. 


A Joe no le gustó como sonaba aquello. Tendría que preguntarle por sus motivos, aunque más adelante. 


—Si nos hubiéramos casado por amor y no por conveniencia, ¿habrías adoptado mi apellido? 


—Pero no ha sido así.  


—¿Pero si lo hubiera sido?  


_________________ bajó la mirada hasta el anillo de herencia familiar que Joe le había puesto en el dedo el día anterior.


—Sí, seguramente sí.  


Joe se terminó la taza de café con ánimo renovado tras haber conseguido la respuesta que buscaba. 


—Pues entonces tendrás que cambiar de apellido. No quiero que nadie se haga preguntas innecesarias, sobre todo teniendo en cuenta que, para empezar, querrán saber por qué vivimos la mayor parte del año en continentes diferentes. 


_________________ quería discutir pero se conformó con un suspiro.  


—Seguramente tienes razón.  


—Antes de irme, abriré una cuenta a tu nombre y te daré las llaves de mi casa. —La imagen de _________________ paseándose por su dormitorio vestida únicamente con una bata blanca le arrancó una sonrisa. 


—No hace falta.  


—No estoy de acuerdo —dijo él, mientras se servía un plato de huevos, salchichas y tostadas—. No dejaré a mi esposa sin recursos.    


—Como quieras, pero no los usaré. No necesito tu dinero, ya no, ahora que te has ocupado de Jordan. Y tengo mi propia casa —respondió ella, mientras masticaba la comida lentamente antes de tragársela. 


—Todavía te debo el veinte por ciento. Utiliza el dinero de la cuenta, _________________. Es lo que haría mi esposa. Además, no quiero que la gente vaya diciendo que no te cuido. 


Ella dejó caer una mano sobre la mesa.  


—No arruinaré tu imagen, Joe.  


—Sí lo harás si vas por ahí conduciendo un coche viejo y escatimando en gastos menores. No digo que te compres un yate, solo que no te vean en centros comerciales. —Se imaginó a la prensa fotografiándola en un Walmart y no pudo reprimir una mueca de disgusto. 


—Eres consciente de lo clasista que suena eso, ¿verdad? 


—Me da igual. Mis novias compraban en tiendas de diseñadores, así que mi esposa no puede ir vestida de rebajas. —Joe notó que _________________ apretaba los dientes y se preparó para una discusión.  


—¿Pasa algo malo con mi forma de vestir?  


Vaya por Dios... Acababa de meterse en un campo de minas y sin chaleco de plomo. 


—Yo no he dicho eso.  


—Sí, sí que lo has dicho.  


Joe dejó el tenedor sobre la mesa.  


—Sabes que tengo razón en esto.  


_________________ apretó los labios, pero no le llevó la contraria. 


—Vale.  


—Bien. —«He ganado.» Dios, ¿alguna vez había discutido con una mujer porque ella se negara a gastarse su dinero? Notó que se le escapaba una sonrisa. 


—¿Qué es tan divertido? —A _________________ le brillaban los ojos de pura ira contenida; era una visión maravillosa. 


—Creo que acabamos de tener nuestra primera pelea de casados. 


_________________ se relajó y sus hombros se empezaron a contraer de la risa. 


—Creo que sí.  


—Y he ganado yo —puntualizó Joe.  


_________________ lo miró con los ojos encendidos.  


—No esperes que se repita a menudo.  


No, murmuró él. No era tan tonto como para creer que siempre se saldría con la suya. Sin embargo, ganar aquel primer encontronazo había sido como echar un poco de nata montada en lo alto del pastel de bodas.




bueno chicas disfruten el capitulo  :P 
y gracias por comentar  :aah: 
cuidense ...  :bye: 
jamileth
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Mensaje por LupizzVM Vie 07 Mar 2014, 5:10 pm

Wowww.. Estuvo genial!! No tardes en continuarla porfa!!!
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Mensaje por aranzhitha Vie 07 Mar 2014, 6:22 pm

Owww me encanta!
Síguela!
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Mensaje por chelis Vie 07 Mar 2014, 8:25 pm

Se casaron!!!!!..... Aaaaaaaaaahhhhh!!!!!....
Pon el que sigue!!!!!!
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Mensaje por LupizzVM Sáb 08 Mar 2014, 6:35 pm

Continuala porfi!!!!
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Mensaje por chelis Sáb 08 Mar 2014, 7:40 pm

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Mensaje por LupizzVM Dom 09 Mar 2014, 5:42 pm

Pon otro capitulo please!!!!
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Mensaje por chelis Dom 09 Mar 2014, 8:08 pm

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Mensaje por aranzhitha Dom 09 Mar 2014, 9:45 pm

Síguela!
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