Little White Lies.

ellos no entienden lo que se siente.

Se levantó para echar un vistazo a la biblioteca. De pronto tuvo la impresión de que alguien lo observaba en silencio a sus espaldas. Se dio vuelta y vio a un hombre en el extremo opuesto de la mesa: era alto, flaco, tenía una hermosa cabellera roja. Sonreía mirando hacia donde él estaba, pero en general, sin precisión. A pesar de que tenía los ojos abiertos, se dio cuenta de que era ciego. Entonces se explicó el tamaño anormal de los libros.

«Parece alguien muy pacifista.», pensó Louis. Ladeo la cabeza, sorprendido por el poco tacto que estaba comenzando a apalear con la gente de problemas genéticos o por circunstancias no muy gratas. Es decir, ¡está pensando de la misma forma que su padre lo haría!

—Supongo que usted es el hombre que trae loca a Kira.

Se calló un momento y pensó, tratando de ver claro. Después agregó:

—¿Hablamos de la misma Kira, si no le molesta mi pregunta?

El hombre rio sin mostrar mucho sus dientes. No eran precisamente la dentadura más perfecta, dedujo en silencio que sería una maravilla verlos totalmente.

—Al contrario, me parece que usted lleva el encanto entre las venas —Louis alzo las cejas— Sí, como lo escucha; admiro que sea tan cortes con un extraño como yo, sospecho que así debe ser con todos aquellos cercanos a usted.

El chico oculto sus ganas de reír, en cambio tenía una sonrisa irónica estampada en el rostro. No le importaba en absoluto, le gustaba aprovecharse de las demás personas y relacionando la forma en que “deduce” las cosas, parece un inglés sin remedio.

—Sí que es extraño —mascullo para sí mismo, aunque igual el pelirrojo escucho su insolente respuesta. No le sorprendió, ya que estaba más que acostumbrado a ese tipo de comentarios. Pero tampoco le molesto, al contrario; le alaga. El solo hecho de ser inglés, ya es un privilegio aceptado.

—No eh venido a hablar de mi —se irguió sobre su eje axial y arrastro el asiento soltando un chillido mordaz que acabo siendo un dolor de cabeza para el muchacho a su costado. Casi involuntario, una mueca cruzo su palpitante rostro.

—¿A sí?

— Cuénteme que piensa de ella.

—¿De Kira? —rasco su nuca incomodado por el cambio repentino de tema y se quedó pensativo por un momento.

La chica no es un tema que precise todo el tiempo, mucho menos alguien de la cual hablar con alguien que posee autoestima. Pero era interesante creer que ella es una chica… ¿graciosa? ¡Diablos! Si hablar de su personalidad fuera tan fácil, quizá encontraría otro sinónimo para ella y no algo tan patético como graciosa. Esta el “Kira me agrada, sabe defenderse, no lloriquea por lo que sea” y después está “Kira es demasiado fría y calculadora, me gustaría que fuera más blanda y amable”. ¿Qué era, verdaderamente? Nunca, hasta ese momento, se había puesto a pensar en este problema; ahora se daba cuenta hasta qué punto había llegado la escena de la puerta como un sonámbulo.

—Quiero creer que le interesa mi existencia.

—Oh, ya veo.

—¿Qué? —articulo, fijando la mirada en sus azules ojos que no marcaban un punto fijo. Se sobresaltó ante la idea de no tener los cinco sentidos a la perfección.

«¿Qué se sentirá? O mejor dicho, ¿qué sentirá?», pensó.

—Se encuentra confundido —dijo tranquilamente.

Lo miro por unos segundos, sus ojos se dilataron expandiéndose por toda la vía ocular y mordió su lengua fuertemente. Carraspeo un poco, dando fuertes caladas de aire antes de descifrar lo que pensaba decirle al pobre infeliz.

—No, no es eso exactamente, no es eso. No es que fuera más superficial. Me parece que lo que siento es… interés, sí, eso debe ser. Me interesa enormemente lo que haga, ella es distinta.

—Me alegro que lo tenga claro; ella no es de dulces, mucho menos del romanticismo. Es más libre o mucho más que locura. Le gusta el erotismo.

Hizo un gran esfuerzo y respondió:

—Bromea, ¿no?

—Ya quisieras —sonrió a medias— Como le digo; no piense que es fácil conquista un corazón duro. Es como respirar oxigeno de otra galaxia; por más que trates, nunca te acostumbraras.

No supo por cuanto tiempo contuvo el aliento, solo escuchó la campana de salida y sin despedirse, tomo sus libros, su mochila y se despabilo por sobre la multitud. Corrió entre mucha gente, afectado por la confesión que le fue declarando un extraño que se hacía pasar por “amigo” de Kira. ¿Cómo tiene que reaccionar ante aquello? Es simple; no le gusta, no le importa. Pero… ¿En verdad no le importa?

Con notoria dificultad, subió a su auto y condujo lo más rápido posible en dirección al muelle.

Podía suceder, en cambio, que ella tuviera un amigo que a su vez fuese amigo suyo. En ese caso, bastaría con una simple presentación. Encandilado con la desagradable luz de la timidez, se echó gozosamente en brazos de esa posibilidad. ¡Una simple presentación! ¡Qué fácil se volvía todo, qué amable! El encandilamiento le impidió ver inmediatamente lo absurdo de semejante idea. No pensó en aquel momento que encontrar a un amigo suyo era tan difícil como encontrarla a ella misma, porque es evidente que sería imposible encontrar un amigo sin saber quién era ella. Pero sabía quién era ella ¿para qué recurrir a un tercero? Quedaba, es cierto, la pequeña ventaja de la presentación, que él no desdeñaba. Pero, evidentemente, el problema básico era hallarla a ella y luego, en todo caso, buscar la manera de tener un acercamiento menos hostil que la última vez.

Las frases, sueltas y mezcladas, formaban un tumultuoso rompecabezas en movimiento, hasta que comprendió que era inútil preocuparse de esa manera, recordó que era ella quien debía tomar la iniciativa de cualquier conversación. Y desde ese momento se sintió estúpidamente tranquilizado, y hasta cree que llegó a pensar, también estúpidamente: «Vamos a ver ahora cómo se las arreglará. »


—Eres un imbécil —le señalo, amenazadoramente.

—De nada —sonrió educadamente, haciendo desdén. Para su conciencia había hecho el trabajo de cupido sin ofertas a cambio.  

—No, en serio, eres un completo imbécil —se tapó el rostro con ambas manos, avergonzada por lo que sea que haya dicho el inglés. Si tenía suerte, no tendrá que esperar a encontrar una reacción incomoda de Louis.

—Ya basta, te digo que no fue nada grave. Solo charlamos de lo que él pensaba de ti.

—Por eso, Sid. ¡No me importa que piense de mí! Es más, ¿cómo pudiste decirle que me traía loca?

—Fui sincero.

—Sincero —repitió incrédula— Escucha, amiguito, creo que no deje muchas cosas en claro cuando comenzamos nuestra amistad. No me gustan los noviazgos, pienso que son patéticos y el enamoramiento es para débiles. ¡No-quiero-no-vi-az-gos! ¿Comprendes ahora?

Estaba muy triste, pero tenía que seguir hasta el fin, no era posible que después de haber esperado este instante durante meses dejase escapar la oportunidad.

—¿Por qué insistes en negarte?

Kira quito la mirada en dirección al mar, se veía tan fresco y tranquilo. Era su lugar feliz, allí podía tener la paz que busca en su casa; solo que entonces era mucho peor. Después de la llegada de su querido vecino su madre no dejaba de acosarla día y noche y no pierda la oportunidad para contarle anécdotas ridículas de como coqueteo con su padre. ¿Y que si le atrae un poco? Oh, por favor, no es como si eso fuera de lo más raro… Al menos no tanto.

Su cabello volaba en direcciones imprecisas, hasta que por el rabillo del ojo, una figura esplendida saludaba el horizonte. Era como un dios.

—¿Ese es Louis?

—No —quiso hacerse la idea de que no sentía aquella etapa de colegiala, donde sus manos eran mares, su corazón latía ferozmente y sentía un zoológico en su estómago. Necesitaba tranquilizarse si quería probarle a Sid que no sentía sentimientos profundos por él en absoluto y, por supuesto, a sí misma.

—Claro que sí, ¡Louis por aquí!

Mis interrogatorios, cada día más frecuentes y retorcidos, eran a propósito de sus silencios, sus miradas, sus palabras pérdidas, algún viaje a la estancia, sus amores. Una vez le pregunté por qué se hacía llamar "Tommo", en vez de "nalguitas". Sonrió y me dijo:  

—Creí que después de anoche te mudarías.

—¿Hay una razón para que yo haga eso? —arqueó una ceja divertida.

—En absoluto, pero nadie asegura el miedo que has de tenerme.

Hecho la cabeza hacia atrás y soltó una gran carcajada. Ladeo la cabeza, aun mirando de sosiego al muchacho que disfrutaba viéndola tan fresca y tranquila.

«Kira, Kira, Kira…»

—Será mejor que me valla a casa —indagó Kira, saltando del bote del padre del inglés. Camino unos cuantos pasos hasta saltar la valla que había cruzando la arena. Por el hombro sonrió en dirección a la sorprendida pero grata sonrisa ante el giro de la conversación.

—Después nos veremos, nalguitas.

—Adiós, Kira.

Sid se echó a reír.

—Me agradas, quizá mañana te presente a algunos chicos que tal vez te interesen, Louis.

—¿Cómo quiénes? —aun no dejaba de mirar el camino por donde desapareció Kira. Sin duda le causaba demasiada intriga el carácter de la muchacha, era un reto para él. ¡Oh y cuanto amaba los retos!

—Ya lo verás.