you are my destiny {el hobbit}

Hace tiempo, cuando todo era mágico y diferente existieron diversos reinos y diversos tipos de criaturas: wargos, orcos, trasgos, gollums, elfos, dragones, enanos, hobbits. Un sin fin de criaturas todas diferentes y no del todo amigas las unas con las otras.
Cuando dos razas se unen para preservar el mundo no puede terminar del todo bien. Una elfa, trece enanos, un mago y un hobbit unidos para poder salvar al mundo y poder derrotar al poderoso Smaug.
Pero cuando te unes a una chica loca y llena de odio por los de tu especie, ¿qué sentirías hacía ella? posiblemente querrías matarla al instante, pero cuando notas el por qué odia tanto a todos puedes enamorarte de ella.

Ahora mismo caminaba con doce enanos lo cual era imposible y poco creíble ya que yo era una elfa. No sé cómo terminé aquí y con estos tipos, pero estoy segura que no fue contando estrellas. Pero cada vez que preguntaba cómo había terminado con ellos me respondían que me callara y me daban ganas de golpearlos de no ser porque tenía las manos atadas. Además ellos están armados y a mí me quitaron todo lo que tenía.

No dejaban de hablar susurrando cosas que yo no entendía o me interesaban tan poco que dejaba de prestarles atención. Además hablaban demasiado bajo como si me importara lo que tienen entre manos, mientras no me incumba todo está perfectamente bien. No entiendo por qué me llevan como prisionera, no han hecho nada útil conmigo. Pero sé que ese momento se acerca cuando nos detenemos de pronto.

—Bien, elfa, vas a entrar ahí y sacarás a un enano amigo nuestro —comienza uno de ellos que tiene el cabello castaño oscuro y ojos color marrones.

Me fijo a donde señala y abro mucho los ojos al ver que es un campamente de ¡orcos! Estos estarán locos si creen que voy a arriesgar mi vida yendo por un estúpido enano. Si no voy probablemente me maten y si voy de igual manera van a matarme, prefiero morir a manos de enanos que a manos de algún orco.

—No voy a ir, si voy tengo la muerte asegurada, son demasiados para mí sola.
—Y si no vas también tienes la muerte asegurada, además el enano que está ahí puede ayudarte y es mi hermano así que vas a ir por él.

Bufo y los miro mal a todos, soy más alta que todos, pero no por mucho, cinco centímetros posiblemente, al menos al de cabello castaño son cinco centímetros a algunos otros les saco por lo menos diez centímetros.

—Pues necesito mis armas. Todas.

Comienzan a darme mi arco, cuchillos, una espada, más cuchillos. En segundos estoy cubierta de armas y tengo mi arco en la mano izquierda.

—Más vale que ese enano valga la pena.

Me voy acercando a los orcos y me sorprende lo horrendos que son, tienen la piel de un color azuloso, los ojos pequeños y redondos de color azul claro, algunos son altos y otros muy pequeños. Tienen pedazos de metal clavados en la piel. Están todos alrededor de una fogata afilando sus armas. Es mi momento, ahora están distraídos. Entro en el campamento por la parte de atrás y veo al enano con los ojos cerrados en una esquina. Tiene el cabello rubio, barba, está atado de los pies y de las muñecas, viene vestido de tonos marrones y negros con unas botas que se ven pesadas.

Me acerco a él y lo muevo de un lado a otro para despertarlo, poco a poco abre los ojos avellana y se clavan en los míos verdosos. Lo desato de las manos y los pies y le doy una daga, si no lo hago probablemente morirá.

—¿Y tu quién eres? —me pregunta.
—Tu salvadora, ahora muévete antes de que descubran que no estás.

Nos movemos rápidamente por atrás del campamento ocultándonos lo mejor que podemos. No veo a los otros doce enanos cobardes, seguramente me abandonaron o están muy lejos para librarse de los orcos.

—¡El prisionero se está escapando! —grita una voz ronca de pronto.

El enano y yo nos ponemos a correr rápidamente pero no tardamos en cruzarnos con los orcos a los cuales mato con mis flechas y les lanzo dagas. Al final termino dándole mi espada al enano que estaba teniendo bastantes problemas con sólo un cuchillo. Los orcos vienen y no dejan de hacerlo, al parecer el campamento es mucho más grande de lo que yo esperaba.

Es todo, no podemos estar peleando por nuestro lado, son demasiados, ponemos espalda contra espalda y me sorprende el saber que él es de la misma estatura que yo. Les lanzo flechas a los orcos y él les clava la espada. Después de un buen rato de recibir golpes y asesinar golpes terminamos rodeados de cuerpos inmóviles de orcos.

—Soy Fili por cierto, ¿tu eres?
—Jazmín, hermana menor de Legolas e hija de Thranduil.

Se sorprende al saber quién soy comenzamos a caminar en busca de sus estúpidos amigos cobardes.

—¿Por qué fuiste tú sola a sacarme?
—Porque el cobarde de tu hermano y sus amigos no tienen la valentía de ir a rescatar a uno de sus amigos.
—¡Te escuché! —me grita el enano de cabello castaño que según creo es su hermano.
—Lo sé, lo dije fuerte.

Todos los enanos salen y ninguno se toma el tiempo de darme las gracias, supongo que debo irme. Estoy cansada de oírlos hablar así que me pongo en marcha regresar a casa que debe estar muy, muy lejos de aquí.

—¡Espera! —dice la voz de Fili a mis espaldas.

Se acercan corriendo y los demás lo siguen hasta llegar frente a mí.

—Tu espada —dice y me da mi espada, está cubierta de sangre pero sigue siendo útil—. Y gracias por sacarme de ahí.
—Por nada.

Me doy la vuelta ya dispuesta a marcharme pero vuelve a detenerme.

—¿Te volveré a ver? —me preguntó.

Lo pensé, él me agradaba, pero ninguno de los demás en especial su hermano, a él si que lo odiaba. Ninguno me agrada y no quiero volver a topármelos.

—Ya sabes dónde encontrarme.

Él asintió para después sonreír y me alejé caminando tranquilamente, ya conseguiría algún medio de transporte. Caminar era aburrido, además ni siquiera sé dónde estoy, posiblemente me encuentro no tan lejos de casa, no recuerdo que camináramos tanto, fue un día de caminata contando los descansos. Después de caminar por lo que creo que son horas y horas comienzo a reconocerlo todo, el bosque, los árboles, ramas, todo me es familiar. No tardo en llegar al palacio donde vivimos los elfos y entro.

Otra vez con enanos, realmente no entiendo cómo puedo terminar siempre con ellos y además ¡con los mismos! Pero no es por ellos, sólo lo hago por Gandalf quien me pidió mi ayuda para una tal aventura donde estaría rodeada de enanos. Sólo lo hago por él. Ahora estoy en una compañía llamada “Thorin escudo de roble”, maldito sea el día en que dije que iría con ellos.

Según Gandalf necesitamos un hobbit, a decir verdad no entiendo por qué, podemos hacerlo nosotros, el hobbit sólo sería un estorbo, no están acostumbrados a pasar días caminando sin poder comer algo delicioso. No están acostumbrados a pelear o asesinar.

Los agujeros-hobbit no son arenosos, sucios, cubiertos de tierra y de animales, de hecho son de las casas más elegantes. No tanto como las de los elfos, pero si son bastante aceptables. Cuando llego a la casa del tal Balsón o Bolsón, no recuerdo bien toco la puerta y en unos segundos el
hobbit me abre.

—¿Aquí es la reunión?
—¿Qué? ¿Qué reunión?

Parece que Gandalf ni siquiera se lo mencionó, lo hago a un lado y entro. No soy la primera en llegar, ahí están el anciano y uno enorme. Jamás me tomé la molestia de saber a quién pertenecen los nombres, sólo sé cómo se llaman tres: Fili, Kili y Thorin. De los demás no sé su nombre ni me interesa saberlo.

—¿Y ella que hace aquí? —pregunta el enano enorme.
—Gandalf me dijo que viniera —respondo sentándome frente a ambos.

Ellos asienten y todo se pone tenso, nadie abre la boca más que para comer. Pero yo no tengo hambre, no mucha al menos. La puerta vuelve a sonar y ahí va el pobre Balsón a abrirla encontrándose con los que creo que son Fili y Kili, me alegro de ver a Fili, Kili en cambio debió morir.

—Veo que Dwalin y Balin están ya aquí —dijo Kili— ¡Unámonos al tropel! —se acerca y al verme se queda pasmado—. ¿Por qué ella está aquí? —pregunta Kili mirándome con odio.
—Hola, Kili, un gusto volver a verte —digo con sarcasmo—. Gandalf me pidió que viniera.
—Veo que Dwalin y Balin están ya aquí —dijo Kili— ¡Unámonos al tropel!

"¡Tropel!" pensé. No me gusta el sonido de esa palabra. Necesito sentarme un minuto y recapacitar, y echar un trago. Sólo había alcanzado a mojarme los labios, en un rincón junto al señor Balsón, mientras los cuatro enanos se sentaban en torno a la mesa, y charlaban sobre minas y oro y problemas con los trasgos, y las depredaciones de los dragones, y un montón de otras cosas que Balsón no entendía y a mí no me importaban.

Bufa y todos los enanos comienzan a sacar la comida de Balsón y comerlo todo haciendo que el hobbit se alterara y comenzara a hablar sin parar y pedirles que dejaran de tomar sus cosas, pero claro, los enanos hicieron caso omiso a sus ordenes.

Él me mira como pidiendo ayuda, por mí los mataría a todos, no me gustan los enanos. Saco un cuchillo y me pongo a afilarlo tranquilamente, estoy bastante estresada por culpa de los estúpidos enanos y si no entretengo mis manos terminaré estrangulando a uno de ellos. Cuando, din—don—dan, la campana sonó de nuevo, como si algún travieso niño hobbit intentase arrancar el llamador.

—¡Alguien más a la puerta! —dijo, parpadeando.
—Por el sonido yo diría que unos cuatro —dijo Fili—. Además, los vimos venir detrás de nosotros a lo lejos.

En ese momento la campana sonó de nuevo más fuerte que nunca, y tuvo que correr hacia la puerta. Y no eran cuatro, sino cinco. Otro enano se les había acercado mientras Balsón seguía en el vestíbulo preguntándose qué ocurría. Apenas había girado la manija y ya todos estaban dentro, haciendo reverencias y diciendo uno tras otro "a tu servicio". Dori, Nori, Ori, Óin, y Glóin eran sus nombres, y al momento dos capuchones de color púrpura, uno gris, uno castaño y uno blanco, colgaban de las perchas, y allá fueron los enanos con las manos anchas metidas en los cinturones de oro y plata a reunirse con los otros. Ya casi eran un tropel. Unos pedían cerveza del país, otros cerveza negra, uno café, y todos ellos pastelillos; así que tuvieron al hobbit muy ocupado durante un rato.

Me gustaba ver a Balsón enojado de esa forma, parece que no tenía ni idea de lo que planeaba Gandalf y todavía no la tiene porque sigue preguntándonos qué hacemos aquí y dice que vayamos a molestar a alguien más, con gusto lo haría pero le prometí a Gandalf que estaría aquí.

Una gran cafetera había sido puesta a la lumbre, los pastelillos de semillas ya se habían acabado, y los enanos empezaban una ronda de bollos con mantequilla, cuando de pronto... un fuerte golpe. No un campanillazo, sino un fuerte toc—toc en la preciosa puerta verde del hobbit. ¡Alguien estaba llamando a bastonazos!

Bilbo corrió por el pasillo, muy enfadado, y por completo atribulado y compungido. Abrió la puerta de un bandazo, y todos rodaron dentro, uno sobre otro. Más enanos, ¡cuatro más! Y detrás Gandalf, apoyado en su vara y riendo. Había hecho una muesca bastante grande en la hermosa puerta.

—¡Tranquilidad, tranquilidad! —dijo—. ¡No es propio de ti, Bilbo, tener a los amigos esperando en la puerta y luego abrir la puerta de sopetón! ¡Déjame presentarte a Bifur, Bofur, Bombur, y sobre todo a Thorin!
—¡A tu servicio! —dijeron Bifur, Bofur y Bombur los tres en hilera. En seguida colgaron dos capuchones amarillos y uno verde pálido; y también uno celeste con una gran borla de plata. Este último pertenecía a Thorin, un enorme e importante enano, de hecho nada más y nada menos que el propio Thorin Escudo de Roble, a quien no le gustó nada caer de bruces sobre el felpudo de Bilbo con Bifur, Bofur y Bombur sobre él. Ante todo, Bombur era enormemente gordo y pesado. Thorin era muy arrogante, y no dijo nada sobre servicio; pero el pobre señor Bolsón le repitió tantas veces que lo sentía, que el enano gruñó al fin: —Le ruego no lo mencione más — y dejó de fruncir el ceño.
—¡Vaya, ya estamos todos aquí! —dijo Gandalf, mirando la hilera de trece capuchones, una muy vistosa colección de capuchones, y su propio sombrero colgados en las perchas—. ¡Qué alegre reunión! ¡Espero que quede algo de comer y beber para los rezagados! ¿Qué es eso? ¡Té! ¡No, gracias! Para mí un poco de vino tinto.
—Y también yo —dijo Thorin.
—Y mermelada de frambuesa y tarta de manzana—dijo Bifur.
—Y pastelillos de carne y queso —dijo Bofur.
—Y pastel de carne de cerdo y también ensalada—dijo Bombur.
—Y más pasteles, y cerveza, y café, si no os importa—gritaron los otros enanos al otro lado de la puerta.
—Prepara unos pocos huevos. ¡Qué gran amigo!—gritó Gandalf mientras el hobbit corría a las despensas.

Balsón se pone a preparar todo como un loco y Gandalf me saluda amablemente. Todo se tensa de repente y noto las miradas de todos los enanos en mí.

—Quiero presentarles a Jazmín, ha accedido a ayudarnos.
—No necesitamos la ayuda de una elfa, mucho menos de ella —responde Kili.
—No la subestimes, Kili —dijo Gandalf, quien era el único que me tenía aprecio aquí.
—Kili tiene razón, Gandalf, no podemos traer a una elfa con nosotros, no cuando nos abandonó —dijo Thorin interrumpiendo.
—Lo que mi padre haya echo no me concierne. Y si crees que los traicionaré estás muy equivocado.

Todos se callaron y después hicieron una especie de círculo para susurrar si iría con ellos o no. Bufé y me recargué en el respaldo de la silla, los odiaba a todos ellos, siempre nos culpan por abandonarlos cuando quien decidió hacerlo fue mi padre.

—Puede venir… —comenzó el anciano que creo que se llama Balin.
—Pero tenemos nuestras condiciones —terminó Kili.

¿Qué clase de condiciones podían tener esos enanos idiotas? Realmente no creo que ninguna, al menos no muy importante. Me quedo esperando hasta que ellos deciden que es tiempo de decirme qué piensan.

—La primera: tienes prohibido hablar a menos de que se te hable. Segunda: si estás en peligro de muerte tienes permitido hablar. Tercera: si alguno de nosotros está en peligro tienes que ayudarlo. Cuarta: si quieres comer más de lo que te servimos tendrás que conseguir tu propia comida por si sola. Quinta: está estrictamente prohibido que te enamores de uno de nosotros, si lo haces saldrás del grupo inmediatamente.

Solté posiblemente la carcajada más grande que había soltado en mi vida, ¿enamorarme de uno de ellos? Primero me cortaría la lengua con mis propios dientes y después me la comería. Realmente no quiero tener nada que ver con ninguno de ellos, ¡con ninguno!

—Acepto sus condiciones.

Asienten y siguen en lo suyo, yo en cambio me quiero ir de aquí, no encajo absolutamente nada. No soy ni un hobbit, ni un mago, ni un enano lo cual agradezco, no quisiera ser la única mujer enana. Soy la única mujer de igual manera pero al menos ser de mayor estatura que ellos me hace sentir superior.

—¡Malditos y condenados enanos! —dijo Balsón en voz alta— ¿Por qué no vienen y me echan una mano?— Y he aquí que allí estaban Balin y Dwalin en la puerta de la cocina, y Fili y Kili tras ellos, y antes de que pudiese decir cuchillo, ya se habían llevado a toda prisa las bandejas y un par de mesas pequeñas al salón, y allí colocaron todo otra vez.

Gandalf se puso a la cabecera, con los trece enanos alrededor, yo junto a Gandalf y Fili ya que era el único al cual le agradaba, y Bilbo se sentó en un taburete junto al fuego, mordisqueando una galleta. Los enanos comieron y comieron, charlaron y charlaron, y el tiempo pasó. Por último echaron atrás las sillas, y Bilbo se puso en movimiento, recogiendo platos y vasos.

—Supongo que se quedarán todos a cenar —dijo en uno de sus más educados y reposados tonos.
—¡Claro que sí! —dijo Thorin— y después también. No nos meteremos en el asunto hasta más tarde, y antes podemos hacer un poco de música. ¡Ahora a levantar las mesas!

En seguida los doce enanos —no Thorin, él era demasiado importante, y se quedó charlando con Gandalf— se incorporaron de un salto, e hicieron enormes pilas con todas las cosas. Allá se fueron, sin esperar por las bandejas, llevando en equilibrio en una mano las columnas de platos, cada una de ellas con una botella encima, mientras el hobbit corría detrás casi dando chillidos de miedo:

—¡Por favor, cuidado! ¡Por favor, no se molesten! Yo me las arreglo.

Pero los enanos no le hicieron caso y se pusieron a cantar:

¡Astillen los vasos y destrocen los platos!
¡Desafilen los cuchillos, doblen los tenedores!
¡Esto es lo que Bilbo Bolsón detesta tanto!
¡Estrellen las botellas y quemen los tapones!
¡Desgarren el mantel, pisoteen la manteca, y derramen la leche en la despensa!

¡Echen los huesos en la alfombra del cuarto!
¡Salpiquen de vino todas las puertas!
¡Vacíen los cacharros en un caldero hirviente; háganlos trizas, a barrotazos;
y cuando termines, si aún algo queda entero, échalo a rodar pasillo abajo!
¡Esto es lo que Bilbo Bolsón detesta tanto!
¡De modo que cuidado! ¡Cuidado con los platos!

Así que es Bolsón y no Balsón, muy lógico. Pero daba igual, es sólo una letra, no es de mucha importancia.

Y desde luego no hicieron ninguna de estas cosas terribles, y todo se limpió y se guardó a la velocidad del rayo, mientras el hobbit daba vueltas y más vueltas en medio de la cocina intentando ver qué hacían. Al fin regresaron, y encontraron a Thorin con los pies en el guardafuego fumándose una pipa. Estaba haciendo unos enormes anillos de humo, y dondequiera que le dijera a uno que fuese, allí iba —chimenea arriba, o detrás del reloj sobre la repisa, o bajo la mesa, o girando y girando en el techo—, pero dondequiera que fuesen no eran bastante rápidos para escapar a Gandalf. ¡Pop! De la pipa de barro de Gandalf subía en seguida un anillo más pequeño que atravesaba el último anillo de Thorin. Luego el anillo de Gandalf tomaba un color verde, y bajaba a flotar sobre la cabeza del mago. Tenía ya toda una nube alrededor, y a la luz indistinta parecía una figura extraña y fantasmagórica. Bilbo permanecía inmóvil y observaba. Yo en cambio miraba a todos aburrida, no era de mi agrado ver cómo hacían anillos con una pipa.

—¡Ahora un poco de música! —dijo Thorin—. ¡Saquen los instrumentos!

Fili y Kili se apresuraron a buscar las bolsas y trajeron unos pequeños violines; Dori, Nori y Ori sacaron unas flautas de algún bolsillo de los capotes; Bombur tamborileó desde el vestíbulo; Bifur y Bofur salieron también, y volvieron con unos clarinetes que habían dejado entre los bastones. Dwalin y Balin dijeron:

—¡Discúlpenme, dejé el mío en el porche!
—Trae el mío también! —dijo Thorin.

Regresaron con unas violas tan grandes como ellos mismos, y con el arpa de Thorin envuelta en una tela verde. Era una hermosa arpa dorada, y cuando Thorin la rasgueó, los otros enanos empezaron juntos a tocar una música, tan súbita y dulcemente que me olvidé de todo lo demás, y fui transportada a unas tierras distantes y oscuras, bajo lunas extrañas.

La oscuridad penetró en la habitación por el ventanuco que se abría en la ladera de La Colina; el fuego parpadeaba —era abril— y aún seguían tocando, mientras la sombra de la barba de Gandalf danzaba contra la pared.

La oscuridad invadió toda la habitación, y el fuego se extinguió y las sombras se borraron; y todavía seguían tocando. Y de pronto, uno primero y luego otro, mientras tocaban, entonaron el canto grave que antaño cantaran los enanos, en lo más hondo de las viejas moradas, y estas líneas son como un fragmento de esa canción, aunque no hay comparación posible sin la música.

Más allá de las frías y brumosas montañas,
a mazmorras profundas y cavernas antiguas,
en busca del metal amarillo encantado,
hemos de ir, antes que el día nazca.

Los enanos echaban hechizos poderosos
mientras las mazas tañían como campanas,
en simas donde duermen criaturas sombrías,
en salas huecas bajo las montañas.

Para el antiguo rey y el señor de los Elfos
los enanos labraban martilleando

un tesoro dorado, y la luz atrapaban

y en gemas la escondían en la espada.

En collares de plata ponían y engarzaban
estrellas florecientes, el fuego del dragón
colgaban en coronas, en metal retorcido
entretejían la luz de la luna y del sol.

Más allá de las frías y brumosas montañas,
a mazmorras profundas y cavernas antiguas
a reclamar el oro hace tiempo olvidado,
hemos de ir, antes que el día nazca.

Allí para ellos mismos labraban las vasijas

y las arpas de oro; pasaban mucho tiempo
donde otros no cavaban; y allí muchas canciones
cantaron que los hombres o los Elfos no oyeron.

Los vientos ululaban en medio de la noche,
y los pinos rugían en la cima.

El fuego era rojo, y llameaba extendiéndose,

los árboles como antorchas de luz resplandecían.

Las campanas tocaban en el valle,

y hombres de cara pálida observaban el cielo,
la ira del dragón, más violenta que el fuego,
derribaba las torres y las casas.

La montaña humeaba a la luz de la luna;
los enanos oyeron los pasos del destino,
huyeron y cayeron y fueron a morir

a los pies del palacio, a la luz de la luna.

Más allá de las hoscas y brumosas montañas,
a mazmorras profundas y cavernas antiguas
a quitarle nuestro oro y las arpas,

¡hemos de ir, antes que el día nazca!

Mientras cantaban, sentí dentro de mí el amor de las cosas hermosas hechas a mano con ingenio y magia; un amor fiero y celoso, el deseo de los corazones de los enanos. No me agradaban, ninguno de ellos, pero iba a ayudarlos a recuperar su tierra.

El hobbit se incorporó temblando y parecía querer irse de aquí.

—¿Adónde vas? —le preguntó Thorin.
—¿Qué les parece un poco de luz? —dijo Bilbo disculpándose.
—Nos gusta la oscuridad —dijeron al unísono todos los enanos—. ¡Oscuridad para asuntos oscuros! Faltan aún muchas horas hasta el alba.
—¡Por supuesto! —dijo Bilbo, y volvió a sentarse a toda prisa. No le acertó al taburete y se sentó en cambio en el guardafuegos, derribando con estrépito el atizador y la pala.
—¡Silencio! —dijo Gandalf—. ¡Que hable Thorin! —Y así fue como Thorin empezó.
—¡Gandalf, enanos, elfa y señor Bolsón! Nos hemos reunido en casa de nuestro amigo y compañero conspirador, este hobbit de lo más excelente y audaz. ¡Que nunca se le caiga el pelo de los pies! ¡Toda nuestra alabanza al vino y la cerveza de la región! —Se detuvo a tomar un respiro y a esperar una cortés observación del hobbit, pero al pobre Bilbo se le habían agotado las cortesías, y movía la boca tratando de protestar porque lo habían llamado audaz, y peor que eso, compañero conspirador aunque no emitió ningún sonido; se sentía de veras estupefacto. De modo que Thorin continuó—. Nos hemos reunido aquí para discutir nuestros planes, medios, política y recursos. Emprenderemos ese largo viaje poco antes que rompa el día, un viaje que para algunos de nosotros, o quizá para todos quizá sea un viaje sin retorno. Este es un momento solemne. Nuestro objetivo, supongo, todos lo conocemos bien. Para el estimable señor Bolsón, la elfa, y quizá para uno o dos de los enanos más jóvenes, la situación exacta y actual podría necesitar de una breve explicación...

Esté era el estilo de Thorin. Era un enano importante. Si se lo hubieran permitido, quizá habría seguido así hasta quedarse sin aliento, sin dejar de decir a cada uno algo ya sabido. Pero lo interrumpieron de mal modo. Bilbo no pudo soportarlo más. Se le notaba nervioso y parecía tener nauseas. De la nada soltó un chillido y todos nos giramos a verlo con preocupación.

—Excitable el compañerito —dijo Gandalf, mientras se sentaban de nuevo—. Tiene extraños y graciosos ataques, pero es uno de los mejores: tan fiero como un dragón en apuros.