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El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson.

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El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. Empty El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson.

Mensaje por Invitado Vie 01 Nov 2013, 6:27 pm


Titulo: El lado explosivo de Louis.
Autor: Nicole Williams.
Genero: Drama y Romance.
Adaptación: Si. El titulo original es "El lado explosivo de Jude"
Advertencias: Partes y vocabulario subido de tono.



El lado explosivo de Louis



Te quiero pero te odio. Lucy ha oído decir esta frase incontables veces, pero hasta ahora nunca había pensado que podía llegar a comprenderla tan bien. En realidad, desde el día en que conoció a Louis navega por aguas turbulentas, incapaz de aclararse y descifrar qué siente. Entre toda la confusión, algo le parece evidente: Louis no es adecuado para ella. Cínico, inaccesible, descarado hasta decir basta... En definitiva, el clásico chico malo que parece predestinado a romperle el corazón a quien sucumba a sus encantos.
Y sin embargo, Louis ejerce una extraña atracción sobre ella. Una atracción de la que parece imposible escapar...


-No quiero una chica, una mujer o una supermodelo. Te quiero a ti-  

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El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. Empty Re: El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson.

Mensaje por Cucuchi Vie 01 Nov 2013, 6:36 pm

El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 961472736  siguelaaaaaaaaaaaa 
la ame, esta genial El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 3275125450  amo esa cosa del amor y odio asique por favor seguilaaaaaa
tu nueva y fiel lectora Cucuchi :3
PD: Pasate por mis noves si ves un titulo que te guste El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 1187795894
Cucuchi
Cucuchi


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El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. Empty Re: El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson.

Mensaje por Invitado Vie 01 Nov 2013, 6:40 pm

Cucuchi escribió:El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 961472736  siguelaaaaaaaaaaaa 
la ame, esta genial El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 3275125450  amo esa cosa del amor y odio asique por favor seguilaaaaaa
tu nueva y fiel lectora Cucuchi :3
PD: Pasate por mis noves si ves un titulo que te guste El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 1187795894


kdjlasjdksd Bienvenida. Gracias por comentar, enserio.
Yo también amo esas cosas del amor y odio. Esta novela me gusto mucho.
Espero verte seguido y en cuando tenga un tiempo, me paso por alguna de tus novelas.
Invitado
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El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. Empty Re: El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson.

Mensaje por Invitado Vie 01 Nov 2013, 7:19 pm

Voy a llorar...
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Invitado

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El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. Empty Re: El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson.

Mensaje por -Cande* Vie 01 Nov 2013, 7:37 pm

Holaaaaaaaaaaaaaaaa

El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 1d-louis-tomlinson-98

Como estas???

Nueva sexi lectora aqui :D

Me gusto la sipnosis es muy intrigante!

Espero que la sigas y mas te vale porque El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 4229596405 El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 4229596405 El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 4229596405 El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 4229596405 El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 4229596405 El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. 4229596405 Lusho te vigilaa y sabe donde vives(? okno .-.

Besos:bye: 


Juuli
-Cande*
-Cande*


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El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. Empty Re: El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson.

Mensaje por Invitado Vie 08 Nov 2013, 9:54 pm



Capitulo uno



Los veranos me convertían en una idiota. Por eso me alegraba de que ese
casi se hubiera acabado.
Desde la pubertad, todos los años, desde mediados de junio a principios de
septiembre, había dado por hecho que iba a conocer al equivalente en el mundo
real del príncipe azul. Llamadme antigua, llamadme romántica empedernida,
incluso podríais llamarme loca, pero tanto si era una cosa como la otra, el resultado
final era el mismo: era una idiota. Hasta la fecha, no había encontrado un solo
chico que le llegase siquiera a la suela de los zapatos al tal príncipe; aunque
tampoco me sorprendía, ya que cada vez estaba más convencida de que los chicos
eran una especie de grano en el culo. Pero aquí, trabajándome el bronceado en la
playa del lago Sapphire, a solo un par de semanas de empezar el último curso en
un instituto nuevo, acababa de encontrar a un príncipe rojo pasión.
Había llegado con otro grupo de chicos que jugaban a pasarse un balón de
fútbol americano, y ejemplares como ese confirmaban que alguna clase de mano
divina había estado dirigiendo el universo, porque era imposible que existiera
proceso de selección natural capaz de crear algo como él. Aquello tenía que ser
obra de un dios.
Era alto, ancho de espaldas y tenía esos iris de contorno claro y pestañas
negras con el poder de anular las mejores intenciones de cualquier chica. Vamos,
que era justo mi tipo, para entendernos. Y el de cualquier mujer del hemisferio
norte.
Ni siquiera mi granizado de frambuesa azul podía competir con él por mi
atención. No sabía su nombre, ni si tenía novia, ni si quería tenerla, pero sí que me
había metido en un problema.
Aunque no supe que el problema era tan grave hasta que dejó de regatear,
placar y esprintar y se volvió hacia donde estaba yo.
La mirada fue infinitamente más larga que cualquier otra que hubiera
intercambiado con un extraño, pero lo que me transmitió esa brevísima
comunicación me llegó muy dentro y dejó que una parte de aquel desconocido se
abriera camino hacia mi interior. No era la primera vez que experimentaba algo
así, un mero contacto visual con alguien anónimo me pedía que le prestara
atención y lo siguiera.
Hasta el momento, nunca lo había hecho, pero la última vez que había
desaprovechado uno de esos momentos había sido en un restaurante al que había
ido con mi familia. El chico en cuestión dejó la pizza en la mesa, nos deseó buen
provecho y, a continuación, justo cuando se iba, me guiñó un ojo. El corazón
empezó a latirme con fuerza, se me embotó la cabeza y sentí una profunda
angustia al ver que se daba la vuelta y se iba, como si estuviéramos unidos por una
cuerda. Había dejado pasar cuatro de aquellos huracanes anímicos, pero había
hecho un pacto sumamente sagrado conmigo misma según el cual no volvería a
echar a perder un quinto del mismo modo.
Nunca estaba segura de si quien se hallaba en el otro extremo de aquella
mirada lo sentía con la misma intensidad que yo, así que cuando el príncipe rojo
pasión dio media vuelta para placar a alguien contra la arena, supe que corría el
riesgo de que pensara que yo era una de esas chicas expertas en el arte de cazar
chicos guapos ocupados en sus propios asuntos. No me importaba, no estaba
dispuesta a dejar escapar otro de esos momentos. La vida era corta y, durante gran
parte de la mía, había sido una firme partidaria de aprovechar la ocasión cuando se
presentaba.
Entonces volvió a detenerse, como si mis ojos lo hubieran clavado al suelo, y
esta vez no se trató de un vistazo de pasada, sino de un parón de cinco segundos,
en el que acabó con la misma mirada pasmada que yo. El chico había empezado a
curvar los labios en una sonrisa cuando un balón lo alcanzó en un lado de la cara.
Fue uno de esos momentos que se ven en las películas: un chico mira a una chica
con los ojos abiertos como platos, ajeno a todo lo que lo rodea, y de pronto acaba
con los cordones de un balón grabados en la frente.
—¡Deja de comértela con los ojos, Louis! —dijo el chico que se lo había
lanzado—. Está demasiado buena, incluso para ti. Además, es probable que sepa
leer, porque lleva un libro, así que es lo bastante lista para saber que debe evitar a
tipos como tú.
Me puse las gafas al ver que el chico del encuentro afortunado salía
corriendo detrás del bromista, que no levantaba dos palmos del suelo, y volví a
enfrascarme en el libro que tenía abierto delante de mí.
Había visto la atracción en sus ojos; eso y más. Lo que tardara en acercarse
dependía solo de la calma con que quisiera tomarse las cosas. Yo tenía todo el día.
Era lo que me decía para tranquilizarme, mientras él se echaba al otro chico
al hombro, corría hacia el lago y le hacía ahogadillas hasta que su víctima se puso a
chillar, muerto de la risa. Volví a repetírmelo cuando salieron del agua dando
trompicones y regresó junto al grupo que jugaba al fútbol para continuar donde lo
había dejado, como si tal cosa.
Intenté distraerme con el libro, pero, al darme cuenta de que había leído el
mismo párrafo seis veces, me di por vencida. Todavía no había vuelto a mirarme,
como si fuera invisible.
Una hora después estábamos en las mismas, así que decidí tomar cartas en el
asunto. Si él no iba a venir detrás de mí y yo no tenía intención de ir detrás de él,
no me quedaba más remedio que obligarlo. Había llegado a la conclusión de que
los chicos eran criaturas bastante simples, al menos en cuanto a instintos básicos
—en cuestiones de mente, corazón y alma los entendía tanto como la
termodinámica—, y puesto que instinto básico era una forma bonita de llamar a las
hormonas fuera de control, decidí utilizar la superabundancia de testosterona en
mi provecho.
Abrí la bolsa de la playa, saqué la botella de litro de agua y me incorporé,
con movimientos lentos y calculados. O al menos sin parecer ridícula. Sus ojos no
estaban puestos en mí mientras me recolocaba el biquini con disimulo, aunque sí
los de otros. Buena señal, estaba haciéndolo bien; aunque si él no se enteraba la
señal no era tan buena, ya que había puesto en marcha toda aquella pantomima
para él.
Me quité el pasador de modo que la melena me cayera sobre la espalda y me
la ahuequé, para rematar la jugada. Prácticamente me puse a maldecir entre
dientes cuando eché otro vistazo. Nada. Pero ¿qué tiene una que hacer hoy en día
para llamar la atención de un chico?
Volví junto a la mesa del merendero, donde la nueva incorporación a la
familia, algo peluda, seguía sonriendo entre jadeos. De hecho, era tan nueva que
todavía tenía que encontrarle un nombre.
—Tú sí que eres un buen chico —dije, y me arrodillé junto a él, que
descansaba a la sombra de la mesa—. Ya que sois del mismo género, aunque me
llaman más los de tu especie en muchos aspectos, ¿tienes alguna sugerencia acerca
de cómo conseguir a ese chico? —le pregunté, poniéndole un poco más de agua en
el cuenco mientras miraba cómo Louis atrapaba un balón en el aire.
El tipo jugaba al mejor fútbol de playa que había tenido el placer de contemplar hasta el momento.
Mi amigo peludo me dedicó unos cuantos lametones en el brazo antes de
darme un golpecito en la pierna con su hocico húmedo. Puede que hubiera querido
interpretar aquel gesto como un empujoncito de ánimo, pero, cuando sus ojos
perrunos se volvieron hacia Louis y su sonrisa perruna se ensanchó, me eché a reír.
—Sí, sí. Ya sé que el mundo es de las mujeres y todo eso, pero hay cosas para
las que todavía soy un poco antigua —dije, rascándole detrás de las orejas—.
Como que es el chico quien tiene que acercarse a la chica. No vayas a chivarte
ahora al movimiento feminista o ya puedes olvidarte del bistec de esta noche.
Le di unas palmaditas cariñosas en la cabeza cuando confirmó su voto de
silencio con un breve ladrido y luego regresé a mi toalla, observando
subrepticiamente a Louis mientras lanzaba el balón a otro. Si incorporarse, estirarse
y reajustarse el bañador no funcionaba, y puesto que quedaba menos de una hora
para la cena, tendría que recurrir a medidas más desesperadas y drásticas. Era
tozuda y era idiota, y después de esperar durante tanto tiempo a que se acercara a
mí, no iba a rendirme. La palabra rendición no existía en mi diccionario.
Me estiré en la toalla, boca abajo, y retorcí los brazos detrás de mí para
desatar el lazo del biquini. En mi experiencia como chica de diecisiete años, siete
de los cuales con pecho suficiente para precisar un sujetador, deshacer ese pequeño
nudo en medio de la espalda tenía alrededor de un noventa y cinco por ciento de
probabilidades de éxito de atraer a cualquier varón en un radio de cinco toallas de
playa. Era posible que Louis se encontrara entre la quinta y la sexta, pero era todo lo
que me quedaba. El último truco que guardaba en la chistera.
Utilicé el vestido de reposacabezas y fingí concentrar toda mi atención en
que no me quedaran las marcas del biquini, pero, al echar un rápido vistazo a mi
alrededor, no había ojos masculinos en cinco toallas a la redonda que no estuvieran
dirigidos en mi dirección. Salvo los suyos.
Incluso oí algunos silbidos lanzados por sus compañeros de juego, a los que
hice oídos sordos, pero ni aun así se inmutó. Una amiga de mi antigua escuela me
había dicho que si llegaba el día en que los objetivos masculinos en quienes
habíamos puesto el ojo no acudían junto a nosotras en rebaño tras ese último
intento desesperado, era el momento de avisar al Vaticano: solo quedaba pedir un
milagro.
Que me pusieran con Roma, porque el milagro estaba obrándose ante mis
ojos: el único chico que quería que se fijara en mí era el único que no lo hacía.
Malditos fueran la providencia y los huracanes anímicos.
Le daría cinco minutos más antes de verme obligada a tragarme mi orgullo y mover ficha. Sabía que, si tenía que abordarlo yo, cabía la posibilidad de que me rechazara, pero no pensaba desaprovechar otra de aquellas oportunidades. Carpe diem, nena.
Vi con el rabillo del ojo que algo pasaba zumbando sobre mi cabeza, pero no
le di demasiada importancia hasta que cierto cuerpo por el que había estado
babeando lo atrapó justo antes de caer al suelo tras quedar suspendido en el aire
con un estilo soberbio. O por lo menos antes de caer encima de mí.
No fue un aterrizaje demasiado duro, lo que me llevó a pensar que había
sido intencionado, pero aun así me las arreglé para chillar como una niñita. Me até
la parte superior del biquini mientras él se incorporaba como podía.
—Mi nombre es Louis Tomlinson, ya que veo que salivas como un perro rabioso
por saberlo, y no me van las novias, ni las relaciones, ni las flores, ni las llamadas
telefónicas un día sí y otro también. Si te mola el plan, creo que podríamos tener
algo especial.
¿Y esa sensación de encuentro afortunado por el que había estado
angustiándome buena parte de una preciosa tarde de verano? Menuda pérdida de
tiempo. No había habido nada en el otro extremo de aquella intensa mirada salvo
un oportunista… ejem, rollo de verano. Que Dios me ayudase, o realineaba mi
radar masculino hacia chicos de una sola noche o acabaría metida a
monja.
—Y yo te diría el mío si realmente quisiera algo de ti además de esperar que
te fueras al diablo —contesté, al tiempo que me daba la vuelta y me ponía boca
arriba, después de asegurarme de que no asomaba nada en el frente.
Sin embargo, ya se debiera a mi forma de darme la vuelta o a la suya de
dársela al asunto, su pierna se quedó pegada a mi cadera cuando me giraba y lo
arrastré conmigo. Genial, lo tenía sentado a horcajadas sobre mí, y a pesar de que
echaba chispas por los ojos, sentí que el corazón me retumbaba en el pecho como
nunca antes lo había hecho.
Me sonrió. En realidad se acercaba más a un gesto burlón, un gesto cargado
de chulería. También resultaba un poquitín sexy, y más que podría haberlo sido si
no hubiera decidido de antemano que no iba a caer en la trampa de aquel chico.
—Me preguntaba cuánto tardaría en ponerte en horizontal —dijo, mientras
me recorría con la mirada hasta el ombligo—. Aunque en realidad no soy de esos a
los que les va la postura del misionero.
Acababa de destruir lo que quedara de mis fantasías románticas sobre la
galantería masculina y el amor a primera vista. Jamás admitiría en voz alta que era una romántica —uno de los muchos secretos que me guardaba para mí—, pero se trataba de un ideal especial, y un solo chico se había llevado el último pedacito al que me aferraba.
Intentar apartarlo fue como intentar mover un tanque. Me quité las gafas de
sol para que pudiera ver mi mirada asesina.
—¿Lo dices porque para eso sería necesario que una mujer real, de carne y
hueso, y no una imaginaria o de las que se inflan, quisiera acostarse contigo?
Se echó a reír, como si hubiese dicho algo graciosísimo.
—No, el suministro de chicas nunca supone un problema. Si son ellas las
que llaman a mi puerta, ¿por qué voy a molestarme en hacer yo todo el trabajo?
El regusto amargo de mi boca podría deberse a que estaba a punto de
vomitar.
—Eres un cerdo —le espeté, y volví a empujarlo. Con más fuerza, tanta que
le di un palmetazo en el pecho, pero fue como si lo hubiera acariciado una ráfaga
de viento.
—Nunca he defendido lo contrario —contestó. Levantó las manos en un
gesto de rendición cuando volví a intentar quitármelo de encima—. También sabía
que no dejarías de mirarme hasta que conocieras la cruda y dura realidad. Así que
considérate avisada. Puede que no sea de los que estudian en la playa —añadió,
mirando de reojo el libro que tenía abierto—, pero soy lo bastante listo para saber
que las chicas como tú deberían mantenerse alejadas de los tipos como yo. Así que
mantente alejada.
Mi mirada asesina había pasado a ser fulminante.
—Eso dejará de ser un problema en cuanto me sueltes —dije, y esperé a que
se moviera. Lo hizo, aunque sin borrar aquella sonrisita burlona. Odiaba esas
sonrisitas—. Y tú puedes considerarte avisado de que estás invadiendo una
propiedad privada. —Agarré mi toalla rosa a modo de explicación cuando oí unos
ladridos a mi espalda; sabía que ese chucho era mi alma gemela—. Y de que tengas
cuidado con el perro. —Lo miré con desprecio cuando se incorporó y se quedó
arrodillado a mi lado, todavía a horcajadas—. Ya puedes irte.
Aquello borró la sonrisilla de su rostro.
—¿Qué? —preguntó. El gorro de color gris oscuro se le bajó un poco al
arrugar la frente.
Además, ¿qué tipo de persona llevaba un gorro de punto en la playa con el
calor que hacía? Los perturbados mentales de los que debía mantenerme alejada, ese tipo.
—Que te largues —insistí, despidiéndolo con la mano—. No voy a seguir
desperdiciando los últimos y valiosos minutos de una preciosa tarde de verano
contigo. Gracias por regalarme la vista, pero ya veo que no hay mucho más donde
rascar. Ah, por cierto, tu culo no impresiona tanto de cerca como de lejos. —
No llegué a poder reprocharme aquel último arrebato de incontinencia
verbal, porque se quedó boquiabierto unos instantes. Justo la reacción que había
estado buscando.
—Las chicas habláis un idioma que no entenderé jamás, pero ¿estás diciendo
lo que creo que estás diciendo? —
—Si implica que te levantes y te apartes del sol y de mi vida lo que queda de
eternidad, entonces estamos en la misma onda —contesté, y me deslicé por la
toalla para que el sol volviera a darme en la cara mientras trataba de disimular que
su rostro no era justo de lo que tratan los pensamientos sucios. De no ser por la
larga cicatriz que le recorría el pómulo izquierdo en diagonal, podría haberse
clasificado como pasmosamente perfecto.
Y pasmosamente alejado de mi tipo. Tuve que recordármelo. Y también
convencerme de ello.
Seguía mirándome con el entrecejo fruncido, como si intentara resolver el
más enrevesado de los acertijos.
—¿A qué viene esa cara de pasmarote? —pregunté.
—A que todavía no he conocido a la chica que me dé con la puerta en las
narices —contestó, mientras me estudiaba con una expresión nueva.
—Siento mucho echar por tierra tu exquisita desconsideración para con las
mujeres, pero parece que aquí no tengo nada más que hacer.
Me incorporé y metí el libro en la bolsa.
—¿De qué raza es el perro? —preguntó, de pronto. Su voz había
abandonado los tonos graves.
Lo observé de reojo mientras recogía a toda prisa mis indispensables de
playa, tratando de decidir si hablaba en serio o no. Acababa de pasar de
prácticamente montarme en la playa a una conversación informal.
—Es una mezcla de varias razas —contesté, con cierta precaución, sin dejar
de mirarlo de reojo para ver si se trataba de otra trampa.
—Entonces es un chucho.
—No —dije, y me volví hacia la bola de pelo que seguía enseñándole los
dientes a Louis—. Es perfecto —añadí.
—Vaya, es el mejor intento que he oído hasta la fecha de que algo parezca
menos cutre de lo que es en realidad —dijo, mientras hacía girar el balón sobre un
dedo.
—No, es mi modo de ver las cosas por lo que realmente son —repliqué,
convencida de que había sonado más a la defensiva de lo que pretendía—. Para
que lo sepas, sus dueños anteriores golpearon, patearon, mataron de hambre y
prendieron fuego a esa «mierda» antes de dejarla en la perrera por haber tenido el
valor de devorar un sándwich de atún que nadie vigilaba. Hoy iban a sacrificar a
esa «mierda» solo por haber tenido mala suerte en la vida y sacar la pajita más
corta.
Louis se volvió hacia el perro.
—¿Es el primer día que lo tienes? —preguntó, y puso mala cara—. De entre
todos los perros que podrías haber escogido, has elegido el más birrioso que he
visto en mi vida.
—No iba a dejar que lo mataran solo porque un gusano lo haya dejado en
ese estado, ¿no crees? —contesté, haciendo una mueca al pensar en lo que dirían
mis padres—. Bueno, míralo. Los humanos lo han tratado de la peor forma posible
y ahora mismo lo único en lo que piensa es en protegerme. ¿Cómo no iba a
salvarlo?
—Porque es el perro más feo que he visto en toda mi vida —dijo Louis—. Le
falta de todo menos pelo, y no pienso acercarme, porque me temo que me
arrancaría los huevos, pero estoy bastante seguro de que ese olor apestoso viene de
él. A no ser que…
Se inclinó sobre mí y me retiró el pelo hacia atrás al tiempo que pegaba su nariz a mi cuello. Mi reacción instantánea habría sido estremecerme. Ese chico
sabía lo que se hacía, y que el mínimo roce de sus dedos sobre las zonas correctas
de la piel o un aliento cálido y húmedo sobre el lugar correcto del cuello era
prácticamente capaz de desbaratar incluso la más noble de las intenciones de una
chica, pero reprimí el escalofrío. No iba a ser de las que se derretían en su
presencia. El tipo no necesitaba que siguieran alimentando su ya de por sí
desmesurado ego.
—No, por aquí solo huelo a dulzura e inocencia —susurró junto a mi cuello.
Esbozó una sonrisita burlona, muy consciente de lo que hacía él y de lo que trataba
de no hacer yo—. Te aconsejo que pases ese saco de pulgas por un tren de lavado
de perros varias veces. —El perro empezó a ladrar al ver que se acercaba tanto a mí, y Louis se echó a reír, pero volvió a apartarse—. ¿Qué dijeron tus padres cuando
llevaste a Cujo a casa?
Esta vez hice una nueva mueca.
—Aaah, ya, a ver si lo adivino. No saben que su preciosa hija ha actuado a
sus espaldas y ha metido en su vida a ese animal de pasado cuestionable.
La mueca se acentuó al oír cómo sonaba lo que yo esperaba poder edulcorar
un poco.
—Y, ya que estoy en racha, déjame adivinar cuál será su reacción. —Se dio
unos golpecitos en la barbilla y levantó la vista hacia el cielo—. Te dirán que no
quieren saber nada de él y que lo devuelvas al sitio donde lo encontraste.
Solté un bufido.
—Seguramente —admití, mientras trataba de encontrar una réplica que
convenciera a mis padres. Sabía que tenía a mi padre en el bote de antemano, pero
mi madre era otra historia, y mi padre había aprendido hacía años que, en cuanto a
la educación de sus hijos, más le valía viajar en el mismo bote que ella.
—Entonces, ¿por qué lo has hecho? —preguntó, sin dejar de mirar al perro,
como si se tratara de un rompecabezas—. Porque no me pareces el tipo de chica
que se rebela contra lo que dicen sus padres.
—No, no lo soy —contesté—. Pero hace poco hemos cambiado
drásticamente de vida y no he sido capaz de renunciar a esto.
Llevaba adoptando y rehabilitando perros los últimos tres años. No había
empleado o voluntario de las perreras de los alrededores que no me conociera por
nombre y apellidos. Puede que se tratara de la buena acción que más me llenaba,
pero desde luego no era la única en la que me había implicado.
En mi última escuela, había sido la presidenta del Grupo Verde, había
supervisado la campaña de recogida de juguetes para niños necesitados durante
tres años consecutivos, trabajaba de voluntaria todas las semanas dando clases
particulares en horario extraescolar para niños de la escuela de enseñanza primaria
del barrio y era la punta de lanza de un concurso de pasteles trimestral cuyas
ganancias se destinaban a las familias de los militares de la zona cuyos seres
queridos estaban destinados en el extranjero. Estaba a punto de empezar el último
curso en un instituto nuevo y no sabía qué esperar, si es que podía esperar algo.
¿Habría grupos extraescolares dedicados a las actividades a las que estaba
acostumbrada? Y, de ser así, ¿aceptarían sin más a una recién llegada de una
escuela privada?
—¿«Cambio de vida»? ¿«Renunciar a esto»? —repitió—. De acuerdo, confieso que me ha picado la curiosidad cuando me has rechazado, pero ahora que
sé que lo de adoptar perros es un vicio, me he enamorado perdidamente. —Me
sonrió, y juro que sentí que el estómago me daba un vuelco—. Bueno, ¿y cuál es
ese gran cambio de vida que tiene tan agobiada a una chica de preciosos ojos
azules?
Me volví a poner las gafas de sol, por principio. Si iba a arreglárselas para
ser condescendiente con mis ojos, se quedaría con las ganas de verlos.
—Hemos vendido la casa en la que crecí y nos hemos mudado a la del lago
—contesté, con toda la despreocupación que pude—, y donde vivimos ahora
tienen las normas más absurdas y restrictivas que existen, por lo que,
evidentemente, esos idiotas no permiten llevar a los perros sin correa, ¿vale? —Me
encendía solo de pensarlo, y no podía dejar de gesticular con las manos—. No
tenemos caseta de perro, no puedo meterlo en casa porque mi padre es alérgico y,
si intentas ponerle una correa a ese pobre animal, se transforma en el demonio de
Tasmania. —El perro seguía vigilando a Louis con recelo—. Es como si la idea de
estar atado a algo lo pusiera fuera de sí.
—Conozco esa sensación —aseguró Jude, al tiempo que lo miraba con otros
ojos. ¿Camaradería, quizá?
—Sí, sí —dije, alargando la mano hacia el granizado derretido—, ya me has
lanzado el discursito ese de que no eres de los que se dejan atar por novias y cosas
por el estilo, no hace falta que lo repitas.
Estaba acabando de darle el último y largo sorbo a mi granizado de
frambuesa azul cuando vi que Louis me dirigía una mirada demasiado profunda
para un chico de carácter superficial.
—Hay más cosas a las que estar atado que a una chica. De hecho, diría que
estoy atado a casi todo menos a una mujer.
Vale, no esperaba un momento de vulnerabilidad de un chico para quien
una buena primera cita seguramente incluía una visita al asiento trasero de su
coche.
—¿Te importaría explicarte? —pregunté, y dejé el vaso vacío en la arena.
—No, pero gracias por el interés —contestó, con la mirada perdida en el
lago.
—¡Louis! —gritó alguien a lo lejos.
El chico se volvió hacia la persona que lo llamaba, un hombre de mediana
edad al que, siendo benévola, podría considerársele corpulento y, siendo honesta,
sumamente obeso, y lo saludó con la mano.
—Voy, tío Joe.
—¿Ese es tu tío? —pregunté, mientras miraba al uno y al otro, incapaz de
encontrar algún parecido entre ellos aparte del género.
Louis asintió con la cabeza.
—El tío Joe.
—¿Y esos son tus primos?
Una vez más, repasé al puñado de chicos cuyas edades se comprendían
entre las de niños de preescolar y estudiantes de instituto, y no encontré ningún
rasgo común que pudiera emparentar a unos con otros.
Louis volvió a asentir con la cabeza y se levantó de un salto.
—¿Son todos de madres distintas? —pregunté, medio en broma.
Sentí su risa hasta en la punta de los pies.
—Puede que no vayas tan desencaminada.
Aceptando que el final estaba cerca, decidí cortar por lo sano.
—Bueno, ha sido un… —Busqué la palabra más adecuada, aunque no la
encontré— «algo» conocerte, Louis —dije, y vi que mi elección le hacía ladear esa
sonrisita suya—. Que te vaya bien.
—Lo mismo digo… —contestó, y acto seguido frunció el entrecejo y me miró
como si esperara algo.
—Lucy —le eché una mano, sin saber muy bien por qué.
Había pronunciado mi nombre en millones de ocasiones y maneras
distintas, pero compartirlo con él me pareció algo extrañamente íntimo.
—Lucy —repitió, como si saboreara la palabra en su boca.
Me dirigió una nueva sonrisa ladeada y echó a andar hacia el grupo de
chicos, que estaban a punto de abandonar la playa.
—Por Dios, Lucy —dije para mí, y me dejé caer en la toalla—, ¿en qué
estabas pensando? Te has librado de un buen quebradero de cabeza.
Mientras pronunciaba aquellas palabras, con toda la convicción de la que era
capaz, mis ojos no conseguían apartarse de louis, que se alejaba por la playa con
paso tranquilo, haciendo girar el balón entre sus dedos.
De pronto se detuvo, se dio la vuelta y la sonrisita reapareció en cuanto vio
que lo miraba.
—¡Bueno, Lucy! —gritó, y se puso el balón bajo el brazo—, ¿hasta dónde
quieres que llegue antes de darme tu número de teléfono?
Las premoniciones que hubiera tenido acerca de Louis y los consiguientes
quebraderos de cabeza se desvanecieron en el aire al instante. Solo quería
levantarme y ponerme a bailar de lo feliz y contenta que estaba.
Sin embargo, en nombre de todas las mujeres, todavía me quedaba algo de
dignidad, y no iba a ponérselo fácil.
—¿Dónde crees que queda el fin del mundo? —dije, mientras me
incorporaba de lado.
Louis sacudió la cabeza y ahogó una risita.
—Te gusta hacerte de rogar, ¿eh, Lucy?
—No, Louis —contesté. Me subí las gafas y me las coloqué en la cabeza—.
Por mucho que ruegues, no hay nada que hacer.
Una mentira descarada, pero no hacía falta que él lo supiera.
—¡Louis! —gritó de nuevo el tío Joe, esta vez con pinta de estar un poquitín
cabreado—. ¡Te quiero aquí ya!
Louis se puso tenso y la sonrisa vaciló.
—¡Voy! —contestó, volviendo la cabeza antes de acercarse a mí a grandes
zancadas. Se arrodilló a mi lado y me miró fijamente a los ojos—. ¿El número?
—No.
Estaba tan cerca de rendirme que, si me lo pedía otra vez, sabía que cedería.
—¿Por qué?
—Porque si lo quieres tendrás que esforzarte más, porque de momento la
cosa ha sido bastante lamentable —dije, mientras una vocecita interior preguntaba
qué narices estaba haciendo.
A primera vista, aquella clase de chicos reunía todo tipo de inconvenientes,
pero había algo más, algo que había intuido en ese fugaz instante de
vulnerabilidad que me había atrapado.
Se inclinó tanto sobre mí que su nariz casi rozó la mía, y preguntó:
—¿Cuánto más tengo que esforzarme?
Inspiré hondo y recé para que no diera la impresión de que estaba
hiperventilando cuando le respondiera.
—Utiliza la cabeza, ya que has dejado claro que no la usas para estudiar.
Esperó unos segundos, tal vez con la esperanza de que me retractara del
rollo ese de hacerse de rogar. Apreté los labios con fuerza.
—Ya se me ocurrirá algo bueno —dijo al fin, mientras me volvía a colocar las
gafas sobre la nariz—. Buenísimo.
—Si se te ocurre algo tan bueno —contesté, contenta de que mis ojos
quedaran ocultos y Louis no pudiera ver que me hacían chiribitas—, no solo te daré
mi número, incluso dejaré que me invites a salir.
Sentí que empezaba a aflorar esa parte desinhibida de mí que intentaba
reprimir con todas mis fuerzas. La parte de mí sobre cuya maldad, depravación,
insensatez, etcétera, etcétera, intentaba convencerme, pero también la parte de mí
que no me daba la sensación de nadar contracorriente cuando me enfrentaba a ella.
—¿Qué te hace pensar que quiero salir contigo?
Nunca había visto a un adolescente ponerse tan serio.
Maldije para mis adentros, con ganas de soltar una sarta de improperios
mientras Louis continuaba con la misma expresión. Estaba a punto de contestar que «nada», o de coger la toalla y la bolsa y largarme de allí con el rabo entre las
piernas, cuando una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Te pones muy guapa cuando lo pasas mal, ¿lo sabías? —Se echó a reír y
volvió a hacer girar el balón—. Pues claro que quiero salir contigo y, aunque no me
van mucho las citas, creo que puedo hacer una excepción con una chica que rescata
alimañas —justo en ese momento se oyó un gruñido junto a la mesa del
merendero—, lee física cuántica en la playa —podría haberlo corregido y decirle
que hojeaba un libro de biología, no de física cuántica, ya que más me valía
mejorar la nota media durante el curso que estaba a punto de empezar, aunque no
creo que a él le hubiera interesado, o hubiera sabido apreciar la diferencia— y que
sigue la costumbre europea, mi favorita, de tomar el sol en topless.
La sonrisa de Louis se acentuó y alzó la barbilla con un gesto de complicidad.
—Para alguien que prefiere lo del pecho al descubierto, no parece que te
apliques la misma política —contesté, y recorrí con la vista la camiseta de manga
larga que se le pegaba al torso a causa del sudor, o del agua, o de una combinación
de ambos. Por lo visto, según él, un sol de justicia y estar a treinta y cinco grados
no justificaban quitarse la ropa.
Se encogió de hombros.
—Una obra de arte, una verdadera obra maestra, se esconde bajo esta
camiseta. —Sacó músculo para demostrarlo. Aunque no necesitaba
convencerme—. Esto no puede exhibirse en público gratis.
Por si no había ya unas tres docenas de banderas rojas izadas para indicarme
la razón por la que debía mantenerme alejada del musculitos sonriente y envuelto
de pies a cabeza en cinta con la palabra «precaución» escrita en mayúsculas,
acababa de izarse una nueva. ¿Y qué hice?
Justo lo que sabía que no debía hacer.
—¿Y cuánto cuesta la entrada al Museo de Louis?
Su sonrisa se desvaneció, igual que su mirada.
—Para las chicas como tú, de futuros brillantes —contestó, a la vez que
hundía los dedos de los pies en la arena—, es cara. Demasiado cara.
Un nuevo atisbo de vulnerabilidad. No sabía si es que tenía un grave
problema de cambios de humor o que en el fondo era un chico sensible que
aporreaba las paredes para que lo dejaran salir. Con todo, me apetecía averiguarlo.
—¿Acabas de decirme involuntariamente que me mantenga alejada de ti?
—No —contestó, y me miró a los ojos—. Lo que acabo de decirte
directamente es que escuches a tu instinto y lo que te grita ahora mismo.
—¿Qué te hace pensar que sabes lo que mi instinto me dice ahora mismo?
—Te grita —me corrigió—. La experiencia.
Si Louis creía que la experiencia le había dado el manual de instrucciones de
Lucy Larson, no podía estar más equivocado.
—Bueno, entonces, ¿nos vemos por ahí?
Louis sacudió la cabeza y la sonrisa regresó a sus labios.
—Entonces nos vemos por ahí.
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El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. Empty Re: El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson.

Mensaje por Invitado Vie 08 Nov 2013, 9:55 pm

Bueno, deje el primer capitulo entero para que se vayan dando una idea. Espero que les guste chicas.
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El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson. Empty Re: El lado explosivo de Louis {Louis Tomlinson.

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