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Mi Adorable Bribona (Nick & Tu)

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Mi Adorable Bribona  (Nick & Tu) Empty Mi Adorable Bribona (Nick & Tu)

Mensaje por gabiberroteran Vie 08 Abr 2011, 2:32 pm

Hola chicas comparto con ustedes la adaptacion del libro de Johanna Lidsey Mi Adorable Bribona, les dejare la sinopsis para que me digan que tal les parece.



Nombre: "Mi Adorable Bribona" (A loving scoundrel)

Autor: Johanna Lidsey

Adaptación: Si

Género: Novela Romatica

Advertencias: Algunas escenas subidas de tono, factor comun en las historias de esta autora.


Mi Adorable Bribona


Cuando _______, una joven que creció en las calles de Londres sin ningún recuerdo de su familia, es expulsada de su banda por ayudar a Nicholas Malory a recuperar las joyas que su amigo Logan había perdido en una partida de cartas, exige a Nicholas que le dé un trabajo. Está decidida a convertirse en una mujer respetable para poder cumplir su sueño de casarse y fundar una familia. Cautivado por su belleza y su valor, Nicholas contrata a ______ como criada, aunque quiere hacer de ella su amante.
Bajo la tutela de Nicholas y su prima Chelsea, ______ se transforma en una dama. Aunque se siente atraída por Nicholas, se niega a ser algo más que una sirvienta porque sabe que él no está dispuesto a casarse con ella. Cuando ______ vuelve a ayudar a Nicholas haciéndose pasar por su nuevo amor de Nicholas y para evitarle un escándalo, algunos miembros de la alta sociedad se dan cuenta de que el rostro de _____ les resulta familiar. Se desatan los rumores acerca de su verdadera identidad, algo que pondrá en peligro no sólo las posibilidades de que _____ conquiste el corazón de Nicholas sino también su vida.









Última edición por gabiberroteran el Dom 10 Abr 2011, 8:18 am, editado 2 veces
gabiberroteran
gabiberroteran


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Mi Adorable Bribona  (Nick & Tu) Empty Re: Mi Adorable Bribona (Nick & Tu)

Mensaje por nataly jonas Sáb 09 Abr 2011, 7:33 pm

HOLA GABI YA ESTOY AQUI Y LA SINOPSIS ME ENCANTO PERO NO PODRIA SER DE JOE jajaja sorry eque el me encanta pero si no no hay problema la leere de todas formas bye y sube el primer cap pronto :D
nataly jonas
nataly jonas


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Mi Adorable Bribona  (Nick & Tu) Empty Re: Mi Adorable Bribona (Nick & Tu)

Mensaje por gabiberroteran Dom 10 Abr 2011, 7:29 am

Prólogo

La lluvia no se llevó el hedor ni mitigó el calor, sino que pareció intensificarlos. La basura se acumulaba en altas pilas en el callejón: cajas, comida podrida, platos rotos y toda clase de desechos que ya nadie quería. La mujer y la niña se habían metido en uno de los ca¬jones más grandes que había junto al montón de basura, para escon¬derse. La pequeña no sabía por qué tenían que ocultarse, pero com¬partía el miedo de la mujer.
Ese miedo había estado siempre presente en la expresión de la mujer, en su voz, en la mano temblorosa que sujetaba a la niña y la arrastraba de un pasadizo a otro por la noche, nunca durante el día, cuando podían toparse con otras personas.
La mujer le había dicho que la llamara señorita Jane. La niña creía que debía conocer ese nombre, pero no era así. Tampoco sabía su propio nombre, aunque la mujer la llamaba su «pequeña ____», de modo que debía de ser ése.
La señorita Jane no era su madre. ____ se lo había preguntado y le había respondido: «No, soy tu niñera.» Pero jamás se le ocurrió preguntar qué era una niñera, porque parecía algo que debería saber. La señorita Jane había estado con ella desde el principio, es decir, el principio de sus recuerdos, que en realidad se remontaban sólo a unos días atrás. Se había despertado tendida junto a la mujer en un callejón muy parecido a ése, ambas cubiertas de sangre, y desde en¬tonces habían estado corriendo y ocultándose en otros callejones.
La mayor parte de esa sangre era de la señorita Jane. Tenía un cuchillo clavado en el pecho y otros cortes tras haber sido apuñalada varias veces. Había conseguido arrancarse el cuchillo ella misma, cuando volvió en sí, pero no se había ocupado de curarse las heridas. Su única preocupación era la niña, detener la sangre que todavía ma¬naba de la parte posterior de la cabeza de _____... y salir de aquel lugar en el que habían despertado.
―¿Por qué nos escondemos? ―había preguntado _____ cuando comprendió lo que estaban haciendo.
―Para que no te encuentre.
―¿Quién?
―No lo sé, hija. Creía que no era más que un ladrón al que le dio por matar a todos para no dejar testigos. Pero ahora no estoy tan segura. Parecía demasiado resuelto a encontrarte. Pero yo te saqué de allí a salvo y te protegeré. No volverá a hacerte daño, te lo prometo.
―No recuerdo que nadie me hiciera daño.
―Tus recuerdos volverán, pequeña _____, no te preocupes por eso, aunque podemos confiar en que no sea demasiado pronto. Es una verdadera suerte que de momento se hayan borrado.
A _____ no le molestaba no recordar nada anterior a la sangre. Y era demasiado pequeña como para inquietarse por lo que podría suceder luego. Sus preocupaciones eran inmediatas, el hambre y el malestar, y la posibilidad de que la señorita Jane no se despertara de su último sueño.
Al parecer su niñera había imaginado que tal vez encontrarían algo útil entre la basura acumulada a su alrededor, pero estaba dema¬siado débil para buscarlo. De modo que se habían escondido dentro del cajón de embalaje en plena noche, y la señorita Jane se había pa¬sado todo el día durmiendo.
Volvía a ser de noche y todavía dormía. Danny la sacudió, pero la señorita Jane no se movió. Estaba fría y rígida. ____ no sabía que eso significaba que estaba muerta ni que ése era el motivo por el que olía tan mal.
Finalmente ____ salió del cajón, decidida a aprovechar la lluvia que caía, para que le lavara parte de la sangre seca que tenía pegada. No le gustaba ir sucia y por lo tanto llegó a la conclusión de que no debía de estar acostumbrada al desaseo. Sin embargo, la desconcer¬taba saber cosas sencillas como ésa sin tener ningún recuerdo que las sustentara.
Pensó que podía hurgar entre la basura, como la señorita Jane quería hacer, pero no sabía qué debía buscar, qué podía considerarse «útil». Acabó por recoger algunas cosas que le parecieron interesan¬tes: una sucia muñeca de trapo a la que le faltaba un brazo, un som¬brero de hombre que le protegería los ojos de la lluvia, un plato des¬conchado en el que podrían comer, el brazo roto de la muñeca...
La señorita Jane había vendido la víspera un anillo que llevaba a cambio de algo de comida. Fue la única vez que se atrevió a salir de día, envuelta en su chal para ocultar las manchas de sangre más visibles.
____ no sabía si su niñera tenía más anillos para vender, no se le había ocurrido mirarlo. Pero ésa fue la última vez que habían comi¬do. Vio alimentos podridos entre la basura, pero aunque tenía ham¬bre no quiso tocarlos. No por prudencia, sino porque no tenía con¬ciencia de estar desesperada y porque el hedor que desprendían le resultaba muy desagradable.
Probablemente habría acabado por morirse de hambre, acurru¬cada dentro del cajón junto al cuerpo de la señorita Jane, esperando pacientemente a que ésta se despertara. Pero esa noche oyó cómo al¬guien hurgaba entre la basura y se encontró con una joven. En rea¬lidad era una niña de no más de doce años, pero como era mucho más corpulenta que ella _____ la tomó al principio por una perso¬na mayor.
Así pues, su tono fue respetuoso, si bien algo vacilante, cuando dijo:
―Buenas noches, señora.
La muchacha se sobresaltó al oír su voz.
―¿Qué estás haciendo bajo la lluvia, pequeña? ―preguntó con fuerte acento cockney.
―¿Cómo sabes mi nombre?
―¿Eh?
―Ése es mi nombre: Pequeña _____.
La chica soltó una risita.
―Seguramente es sólo la última mitad, querida. ¿Vives cerca de aquí?
―No, no lo creo.
―¿Dónde está tu mamá entonces?
―Creo que no tengo mamá ―se vio obligada a admitir _____.
―¿Y tu familia? ¿Y los tuyos? Eres demasiado bonita para que te hayan dejado sola. ¿Con quién estás?
―Con la señorita Jane.
―Ah, ¿lo ves? ―exclamó la muchacha alegremente―. ¿Y adónde se ha ido?
_____ señaló el cajón que tenía detrás, lo cual hizo que la chica frunciera el ceño con poca convicción. Aun así echó una ojeada, luego miró más detenidamente y se introdujo en el cajón. _____prefirió no volver a entrar. Olía mucho mejor fuera, entre la basura.
Cuando la joven salió, respiró hondo y se estremeció. Luego se inclinó para ponerse a la altura de ____ y esbozó una sonrisa.
―Pobrecilla. ¿Era ella lo único que tenías?
―Estaba conmigo cuando me desperté. Las dos estábamos he¬ridas. Dijo que la herida de mi cabeza me había borrado los recuer¬dos, pero que los recuperaría algún día. Desde entonces hemos estado escondiéndonos, para que el hombre que nos hizo daño no nos en¬contrara.
―Vaya, eso sí que es una vergüenza. Supongo que podría llevarte a casa conmigo, aunque en realidad no es una casa, sólo una pandilla de chiquillos como tú, sin «naide» que cuide de ellos. Pero nos apaña¬mos como podemos. Todos nos ganamos el sustento, hasta los más pequeños como tú. Los chicos y chicas afanan carteras, hasta que son lo bastante mayores para ganarse unas monedas metiéndose a golfa, que es lo que yo haré pronto si ese canalla de Dagger se sale con la suya.
Dijo esto último con indignación, lo que hizo que ____ pre¬guntara:
―¿Es un trabajo malo?
―El peor, querida, tanto como para coger la sífilis y morir joven, pero a Dagger le importa un bledo mientras cobre buen dinero.
―Entonces no quiero ese trabajo. Me quedaré aquí, gracias.
―No puedes... ―empezó a decir la chica, pero luego se arre¬pintió―. Escucha, se me ocurre una idea. Ojalá lo hubiera hecho yo misma, pero entonces no sabía lo que sé ahora. Ya es «demasiao» tarde «pa» mí, pero no «pa» ti..., no si te toman por un chico.
―Pero soy una chica.
―Claro que sí, pequeña, pero podemos buscarte unos pantalo¬nes, cortarte el pelo y... ―la muchacha soltó una risita―, no nece¬sitarás siquiera decirles qué eres. Te verán con pantalones y se creerán enseguida que eres un chico. Será como jugar a disfrazarse. Será di-vertido, ya lo verás. Y te permitirá decidir por ti misma qué trabajo quieres hacer cuando seas mayor, en vez de que te digan que sólo hay un trabajo «pa» ti porque eres una chica. ¿Qué te parece? ¿Quieres intentarlo?
―No creo haber jugado nunca a disfrazarme, pero estoy dis¬puesta a aprender, señora.
La joven puso los ojos en blanco.
―Hablas «demasiao» elegante, ____. ¿No sabes hablar de otra forma?
_____ se disponía a responder «no lo creo» otra vez, pero en su lugar sacudió la cabeza, avergonzada.
―Entonces mejor no digas «na», ¿eh?, hasta que sepas hablar como yo. No queremos que tu forma de hablar llame la atención. Yo te enseñaré, ya verás.
―¿Podrá venir con nosotras la señorita Jane, cuando se encuen¬tre mejor?
La muchacha suspiró.
―Está muerta. Demasiadas heridas que no se han cerrado me ha parecido. La cubriré con ese chal grande. No llores. Ahora me tienes a mi «pa» cuidarte.





Capitulo 1


Nicholas Malory ya había estado antes en algunas tabernas de mala reputación, pero aquélla era probablemente la peor. No era de ex¬trañar, puesto que se encontraba en el límite del que era posiblemente el peor suburbio de Londres, un vecindario ocupado por la¬drones y asesinos, prostitutas y pandillas de golfillos huérfanos que sin duda estaban siendo adiestrados para convertirse en la siguiente generación de delincuentes de Londres.
De hecho, no se atrevía a adentrarse en el corazón de aquel sector. De hacerlo, probablemente su familia no volvería a saber más de él. Pero aquella taberna, en la frontera misma de esa guarida de malhe¬chores, estaba allí para que los tipos confiados entraran, se tomaran unas copas y les robaran la cartera o, si eran lo bastante estúpidos, al¬quilaran una habitación para pasar la noche donde se lo quitarían todo, ropa incluida.
Nicholas había alquilado una habitación. No sólo eso: había derrochado su dinero pródigamente, invitando a una ronda a los pocos clientes de la taberna y dando la impresión de ser bastante des¬pistado.
Había creado deliberadamente todas las circunstancias para que le hicieran víctima de un robo. Pero para eso él y su amigo Logan habían ido allí: para capturar un ladrón.
Asombrosamente, por una vez Logan Alden mantenía la boca ce¬rrada. Era parlanchín por naturaleza, y además bastante atolondra¬do. El hecho de que Logan estuviera tan callado durante aquel insó¬lito paseo daba fe de su nerviosismo. Era comprensible. Si bien Nicholas podía sentirse como pez en el agua en aquel ambiente, al haber nacido y haberse criado en una taberna hasta que su padre dio con él cuando tenía dieciséis años, Logan pertenecía a la sociedad elegante.
Nicholas había heredado más o menos a Logan cuando los dos me¬jores amigos de éste, David Eden y el propio primo de Nicholas, Joseph Malory, optaron por una vida hogareña y se dejaron domesticar. Joseph había tomado a Nicholas bajo su protección cuando éste y su padre, Orlando, regresaron a Londres una vez que Orlando puso fin al largo distanciamiento de su familia, de modo que era bastante normal que ahora Logan considerara a Nicholas su mejor acompañan¬te para las distracciones del tipo menos hogareño.
A Nicholas no le importaba. Después de ocho años de estrecha amistad con Logan, le tenía mucho cariño. Si no le apreciara, segura-mente no se habría ofrecido a sacar a Logan del último aprieto en que se había metido, al dejarse desplumar por uno de los amigos juga¬dores de lord Crandle durante una reunión celebrada el anterior fin de semana. Había perdido tres mil libras, su coche y no una sino dos reliquias de familia. Le habían emborrachado hasta el punto de que ni siquiera se acordaba de ello, pero uno de los invitados se compa¬deció de él al día siguiente y le contó todo lo ocurrido.
Logan se había sentido muy desgraciado, y con razón. Perder el dinero y el coche era un justo castigo por haber sido tan crédulo, pero las dos sortijas eran algo muy distinto. Una de ellas tenía tantos años que era el sello de la familia, y la otra, bastante valiosa por sus gemas, llevaba cinco generaciones perteneciendo a su linaje. A Logan no se le habría ocurrido nunca ofrecerlas como prenda para una apuesta de juego. Seguramente lo habrían coaccionado, incitado o embau¬cado de alguna manera para que las pusiera sobre la mesa.
Ahora todo eso pertenecía a lord John Heddings, y Logan se puso fuera de sí cuando Heddings se negó a venderle las sortijas. El lord no necesitaba dinero. Tampoco necesitaba el coche. Debió de considerar las sortijas como trofeos, un testimonio de su habilidad en el juego. O más probablemente un testimonio de su habilidad para hacer trampas, pero Nicholas era incapaz de demostrarlo porque no había estado allí para verlo.
Si Heddings fuese un tipo decente, habría mandado a Logan a la cama en lugar de seguir sirviéndole más copas y aceptar que apostara las sortijas. Si fuese un tipo decente, habría dejado que Logan las rescatara a cambio de su valor. Logan se había mostrado dispuesto inclu¬so a pagar más de lo que valían. A fin de cuentas no era pobre, puesto que ya había entrado en posesión de su herencia al morir su padre.
Pero a Heddings no le apetecía hacer lo que era decente. En lugar de eso se había mostrado irritado por la insistencia de Logan y franca¬mente desagradable al final, amenazándole con daños físicos si no dejaba de molestarle. Esto es lo que había fastidiado a Nicholas lo sufi¬ciente como para proponer aquella solución. Al fin y al cabo, Logan estaba convencido de que su madre iba a repudiarle por haberse ju¬gado las joyas. Había estado evitándola desde entonces, a fin de que no reparara en que las sortijas habían desaparecido de sus dedos.
Desde que se habían retirado a la habitación del piso alto de la taberna, habían intentado robarles tres veces. Intentos chapuceros todos ellos, y después del último, Logan empezaba a perder la espe¬ranza de encontrar un ladrón que pudiera llevar a cabo la misión que querían encomendarle. Jeremy tenía más fe. Tres intentos en dos horas significaban que habría muchos más antes de que terminara la noche.
La puerta volvió a abrirse. No había luz en la habitación. Tam¬poco en el pasillo. Si el nuevo ladrón era experto, no necesitaría luz: esperaría a que sus ojos se adaptaran a la oscuridad. Se oyeron unas pisadas, un poco demasiado ruidosas. Se encendió una cerilla.
Nicholas suspiró y, con un movimiento rápido, se levantó de la butaca en la que montaba guardia junto a la puerta. Lo hizo con más sigilo que el empleado por el ladrón para entrar en la habitación y le cortó el paso. Nicholas era un hombretón, por lo menos comparado con el bajito ratero, pero aun así era lo bastante grande como para pro¬pinar una tremenda paliza al pilluelo, quien salió corriendo de inmediato por donde había venido.
Nicholas cerró de un portazo. Todavía no estaba desalentado. La noche era joven. Los ladrones aún harían otras intentonas. Y, si era necesario, retendría a uno de ellos hasta que aceptaran traerle al mejor.
Logan, en cambio, perdía rápidamente la esperanza. Ahora esta¬ba sentado en la cama, con la espalda apoyada en la pared; la mera idea de meterse entre aquellas sábanas le horrorizaba. Pero Nicholas había insistido en que se acostara, para por lo menos dar la impre¬sión de que estaba dormido, de modo que accedió de mala gana a echarse sobre el cubrecama.
―Tiene que haber un modo más fácil de contratar un ladrón ―se quejó Logan―. ¿No cuentan con una agencia para estos menesteres?
Nicholas contuvo las ganas de reír.
―Paciencia, viejo amigo. Ya te advertí que esto probablemente nos llevaría toda la noche.
―Deberíamos habérselo encargado a tu padre ―murmuró Logan.
―¿Qué has dicho?
―Nada, muchacho, nada en absoluto.
Nicholas sacudió la cabeza, pero no abrió la boca. La verdad era que no se podía reprochar a Logan que dudara de que Nicholas fuera capaz de manejar aquel embrollo por su cuenta. Al fin y al cabo, Nicholas era cinco años más joven que él, y Logan, atolondrado como era e in¬capaz de guardar un secreto, nunca había sido informado del verda¬dero origen de su amigo.
Residir y trabajar en una taberna durante los primeros dieciséis años de su vida habían conferido a Nicholas algunos talentos insospe¬chados: una tolerancia a los licores fuertes que había llegado hasta el extremo de que bebiendo podía tumbar a sus amigos mientras él seguía estando prácticamente sobrio; una forma de luchar que podía recurrir al juego sucio en caso necesario, y una extraordinaria capacidad para distinguir un verdadero peligro de una simple contrariedad.
Pero su educación poco ortodoxa no terminó cuando su padre descubrió su existencia y le recogió. No, en aquella época James Malory seguía distanciado de su numerosa familia y llevaba la vida despreocupada de un pirata en el Caribe, o un «caballero» pirata, como prefería que le llamaran. Y la variopinta pandilla de James se hizo cargo de Jeremy y le enseñó todavía más cosas que un mu¬chacho de su edad no habría aprendido nunca.
Pero Logan no sabía nada de eso. Lo único que Nicholas le había permitido ver era lo que saltaba a la vista, su encanto de pillastre, ya no tan pillastre a los veinticinco años, pero todavía encantador, y tan guapo que no podía entrar en una estancia sin que todas las mujeres que la ocupaban se enamorasen un poco de él. Aparte de las muje¬res de su familia, desde luego, que sencillamente le adoraban.
Nicholas se parecía físicamente a su tío Anthony; de hecho, todo aquel que le veía por vez primera le tomaba por hijo de Tony y no de Orlando. Como su tío, era alto y ancho de espaldas, estrecho de cintu¬ra y de caderas, y tenía las piernas largas. Ambos poseían un cutis atezado y un pelo negro y abundante.
Pero los ojos eran el rasgo más revelador, una característica de sólo unos pocos Malory: de color café purísimo, con párpados gruesos, y de una forma ligeramente almendrada que les daba un aire exótico, enmarcados por pestañas negras y cejas bien marcadas. Solía rumorearse que esos ojos de gitano los había heredado de su bisa¬buela, Anastasia Stephanoff, de quien la familia había averiguado justo el año anterior que en realidad era medio cíngara. Tanto cau¬tivó Anastasia a Kevin Malory, el primer marqués de Havers¬ton, que se casó con ella al segundo día de conocerse. Pero ésa era una historia que la familia mantenía celosamente en secreto.
Era bastante comprensible que Logan hubiera querido que, en lugar de Nicholas, le ayudara el padre de éste. ¿Acaso su mejor amigo, Joseph, no había acudido directamente a Orlando cuando había tenido problemas delicados? Puede que Logan no conociera el pasado fili¬bustero de Orlando, ¿pero quién no sabía que Orlando Malory había sido uno de los calaveras más célebres de Londres antes de hacerse a la mar, y que casi nadie se atrevía a desafiar a Orlando, antes o ahora, tanto en el cuadrilátero como en el campo del honor?
Logan había vuelto a tenderse en la cama para fingir que dormía. Al cabo de unos cuantos murmullos, giros y cambios de postura, se quedó quieto esperando la siguiente intrusión.
Nicholas dudaba en decirle a su amigo que, de haberle encargado aquel asunto a su padre, no habría conseguido nada, pues Orlando se había apresurado a ir a Haverston a visitar a su hermano Johnny al día siguiente de que Nicholas recibiera como regalo su nueva residencia ur-bana. Estaba seguro de que su padre se había ido al campo para pasar allí una semana o dos por miedo a que Nicholas le obligara a acompa¬ñarle a comprar muebles.
A Nicholas por poco no le pasa desapercibida la sombra que avanza¬ba furtivamente por la habitación en dirección a la cama. Esta vez no había oído abrirse la puerta, ni tampoco cerrarse, no había oído nada. Si los ocupantes de la habitación hubiesen estado dormidos, como era de esperar, la aparición de aquel intruso no los habría despertado.
Nicholas sonrió para sí justo antes de encender una cerilla y acer-carla a la vela situada sobre la mesa que había colocado junto a su bu¬taca. La mirada del ladrón se fijó en él al instante. Pero Nicholas no se movió, sino que continuó sentado muy tranquilo. El ratero ignoraba que Nicholas era capaz de moverse a la velocidad del rayo para impe¬dirle la huida en caso necesario. Pero tampoco él se movió, pues estaba visiblemente paralizado por la sorpresa de haber sido descubierto.
―Oh, vaya. ―Logan levantó la cabeza―. ¿Hemos tenido suer¬te por fin?
―Eso creo ―replicó Nicholas―. No le he oído en absoluto. Es nuestro hombre, o quizá nuestro muchacho.
El ladrón empezaba a sobreponerse a su sorpresa y probablemente no le gustó lo que estaba oyendo, a juzgar por la mirada de recelo que dirigió a Nicholas. Éste no hizo caso. Primero se cercioró de que el caco no llevara ninguna arma. Desde luego, Nicholas lleva¬ba las suyas escondidas, una pistola en cada bolsillo del abrigo, de mo¬do que el hecho de que no viera ninguna no implicaba que el mu¬chacho no estuviera armado.
Este ladrón era mucho más alto que los sinvergüenzas anteriores que habían intentado robarles, y además flaco, probablemente no contaba más de quince o dieciséis años, a juzgar por la tersura de sus mejillas. Su pelo rizado y corto era de un rubio tan claro que parecía casi blanco. Llevaba un sombrero negro deformado que debió de estar de moda varios siglos atrás. Vestía una chaqueta de terciopelo verde oscuro, sin duda robada y de aspecto bastante mugriento, como si hubiera dormido mucho con ella puesta. Debajo asomaba una camisa blanca descolorida con algunos frunces en el cuello, pan¬talones negros demasiado largos, y no llevaba zapatos. Un chico listo: no era extraño que no hubiera hecho todavía ni el menor ruido.
Un atuendo muy llamativo para tratarse de un ladrón, pero pro-bablemente porque era un joven muy guapo. Y desde luego ya se había repuesto de su sorpresa. Nicholas adivinó al segundo cuándo se movería y llegó antes que él a la puerta, en la que se apoyó con los brazos cruzados sobre el pecho.
Esbozó una sonrisa.
―No debes irte todavía, muchacho. No has oído nuestra pro¬puesta.
El ratero volvía a estar boquiabierto, podría ser por la sonrisa de Nicholas, aunque se debía más probablemente a su rapidez para llegar primero a la puerta. Pero Logan se dio cuenta de su expresión y se quejó.
―Maldita sea, te está mirando como lo hacen las chicas. Lo que necesitamos es un hombre, no un niño.
―La edad es irrelevante, viejo amigo ―respondió Nicholas―. Lo que necesitamos es habilidad, por lo que la envoltura con que se pre¬senta no importa demasiado.
El muchacho, sonrojándose, pareció ofenderse y mirando ce¬ñudo a Logan, habló por primera vez:
―No he visto nunca un ricachón tan lindo, eso es «to» ―dijo con acento cockney.
La palabra «lindo» hizo reír a Logan. Pero a Nicholas no le pareció divertido. El último hombre que le había llamado lindo había perdi¬do unos cuantos dientes por ello.
―Mira quién habla, con esa cara de niña ―dijo Nicholas.
―La tiene, ¿verdad? ―admitió Percy―. Deberías dejarte crecer la barba en esas mejillas, por lo menos hasta que tu voz baje una o dos octavas.
El chico volvió a sonrojarse y murmuró de forma audible:
―No me crecerá... todavía. Sólo tengo quince años, creo. Sólo que soy alto «pa» mi edad.
Nicholas se sentía inclinado a compadecerse del muchacho por ese «creo», que implicaba que no sabía en qué año había nacido, como solía suceder a los huérfanos. Pero había reparado en dos cosas al mismo tiempo. Al principio la voz del chico era aguda, y luego se hizo más grave antes de que terminara de hablar, como si estuviera pasando por esa etapa difícil en la vida de un muchacho en la que su voz empieza a adoptar el tono más grave de la virilidad. Y, sin em¬bargo, a Nicholas no le pareció que ese cambio fuese natural; había so¬nado demasiado artificial.
Pero lo segundo que advirtió tras una observación más detenida fue que el muchacho no sólo era guapo, sino francamente bello. Lo mismo habría podido decirse de Nicholas cuando tenía esa edad, salvo que la apostura de éste era decididamente masculina, mientras que la belleza de aquel chico era indudablemente femenina. Las me¬jillas tersas, los labios carnosos, la naricita respingona..., pero había mucho más. La barbilla era demasiado frágil, el cuello demasiado delgado, incluso la postura resultaba harto elocuente, por lo menos para un hombre que conocía tan bien a las mujeres como Nicholas.
Con todo, Nicholas no habría sacado la conclusión a la que llegó, por lo menos no tan pronto, si su propia madrastra no hubiera uti¬lizado la misma estratagema cuando conoció a su padre. Estaba loca por regresar a América, y al parecer no había tenido más reme¬dio que enrolarse como grumete de Orlando. Desde luego, éste supo desde cl principio que no era un chico y, según contaba, se había di¬vertido de lo lindo fingiendo creer que era un muchacho.
Nicholas podía equivocarse en este caso. Existía esa remota posi-bilidad. Y, sin embargo, rara vez se equivocaba en lo que concernía a las mujeres.
Pero no había ninguna necesidad de desenmascararla. Fuera cual fuese el motivo que tenía para ocultar su sexo, era asunto suyo. Nicholas podía sentir curiosidad, pero había aprendido hacía mucho tiempo que la paciencia daba los mejores frutos. Y además, sólo ne¬cesitaban una cosa de ella: sus habilidades.
― ¿Cómo te llaman, jovenzuelo? ―preguntó Nicholas.
―Eso no te importa.
―No creo que sepa todavía que le vamos a hacer un gran favor ―terció Logan.
―Me habéis tendido una trampa...
―No, no, plantéatelo como una oportunidad de trabajo ―co¬rrigió Logan.
―Una trampa ―insistió el ladrón―. Y no necesito «pa na» lo que podáis proponerme.
Nicholas arqueó una de sus negras cejas.
― ¿No sientes ni siquiera una pizca de curiosidad?
―No ―dijo el ladronzuelo con obstinación.
―Qué lastima. Lo bueno que tienen las trampas es... que no puedes escaparte a menos que te dejen salir. ¿Tenemos pinta de de¬jarte salir de ésta?
―Tenéis pinta de haber perdido la chaveta. No creeréis que es¬toy solo, ¿«verdá»? Vendrán a buscarme si no vuelvo cuando me esperan.
― ¿Quién?
La pregunta de Nicholas no obtuvo más respuesta que otra mira¬da colérica. Nicholas se encogió de hombros, impertérrito. No duda¬ba que la muchacha formaba parte de una banda de ladrones, la misma que había estado mandando sistemáticamente a sus miem¬bros, uno tras otro, para robar al confiado burgués que se había me¬tido en su territorio. Pero dudaba que vinieran a buscarla. Estarían más interesados en hacerse con la gruesa cartera, antes de plantearse rescatarla. Si acaso, supondrían que este intento había fracasado, que la habían capturado, dejado fuera de combate o eliminado, y no tardarían en mandar al siguiente ladrón.
Lo cual significaba que debían dar por concluido el asunto y marcharse, ahora que tenían su presa, de modo que Nicholas dijo en tono simpático:
―Siéntate, jovenzuelo, y te explicaré para qué te has ofrecido voluntario.
―Yo no me he ofrecido vo...
―Lo has hecho. Tan pronto como has entrado por esa puerta te has ofrecido voluntario.
―Me he «equivocao» de habitación ―trató de aseverar el ra¬tero―. ¿Vosotros no habéis «entrao» nunca en una habitación por equivocación?
―Desde luego, pero normalmente con los zapatos puestos ―dijo Nicholas irónicamente.
Ella volvió a sonrojarse y soltó una palabrota.
Nicholas bostezó. Por mucho que le gustara jugar al gato y al ratón, no quería que aquello durase toda la noche. Y todavía tenían un buen trecho que recorrer hasta la casa de campo de Heddings.
Infundió un tono severo a su voz cuando ordenó:
―Siéntate, o te sentaré yo en esa butaca...
Nicholas ni siquiera tuvo que acabar la frase. La muchacha corrió hacia el asiento y prácticamente se abalanzó sobre él. Era evidente que no quería que la tocara. Nicholas contuvo otra sonrisa cuando se apartó de la puerta para situarse frente a la joven.
Logan, sorprendentemente, aportó un poco de lógica a la situa¬ción:
―Digo yo que podríamos explicárselo por el camino, ¿no? Te¬nemos a nuestro hombre. ¿Hay algún otro motivo para permanecer en este horrible alojamiento un minuto más?
―Tienes razón. Tráeme algo con que atarle.
―¿Qué?
―Algo para atarle. ¿O no te has dado cuenta de que nuestro ladrón no está nada dispuesto a colaborar... todavía?
En aquel momento su ladrón echó a correr desesperadamente hacia la puerta.



Nataly, esta novela no es de Joe porque pertenece a la saga de la Familia Malory al igual que La Cautiva del Amor, pero espero conseguir pronto una para adaptar que sea de Joe
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Mi Adorable Bribona  (Nick & Tu) Empty Re: Mi Adorable Bribona (Nick & Tu)

Mensaje por lovely last Dom 10 Abr 2011, 9:05 am

nueva lectora siguels eve genial
lovely last
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Mensaje por gabiberroteran Lun 11 Abr 2011, 7:28 am

Capitulo 2


Nicholas sabía que iba a ocurrir, que intentaría de nuevo huir de ellos antes de que fuese demasiado tarde. Lo había visto en sus ojos un instante antes de que pasara por su lado como una exhalación. Pero él llegó a la puerta antes de que la muchacha pudiera abrirla y, en lugar de apoyarse contra el batiente para impedirle salir, deci¬dió averiguar resueltamente si tenía razón sobre su sexo y desde detrás la rodeó con sus brazos. Estaba en lo cierto. Notó unos pechos fe¬meninos debajo de sus antebrazos, unos pechos comprimidos para ocultar su forma, pero inconfundibles al tacto.

La joven no se quedó inmóvil. Se volvió, y desde luego eso fue todavía mejor, porque él seguía teniéndola abrazada. Lo último que esperaba encontrarse aquella noche era una chica bonita debatiéndose entre sus brazos. Ahora que estaba seguro de que era una chica, se estaba divirtiendo de lo lindo.


―Creo que debería registrarte para ver si llevas armas ―dijo Nicholas con voz ronca―. Sí, claro que debería.

―No llevo... ―empezó a afirmar ella, pero lanzó una exclama¬ción ahogada cuando las manos de él se deslizaron por su trasero y se quedaron allí.

En lugar de registrarle los bolsillos como había insinuado, Nicholas le dio un suave apretón en cada nalga. Las tenía suaves y tersas, y de repente sintió el impulso de hacer algo más que tocarla; deseaba atraer firmemente sus caderas hacia sí, bajarle aquellos pan¬talones ridículos que llevaba puestos, pasarle los dedos por la piel desnuda y entrar en su calor húmedo. No podía estar en mejor po¬sición para hacerlo, rodeando con las manos aquel delicioso trasero. Pero ya se estaba poniendo a la altura de las circunstancias, por así decirlo, y no quería que ella notara el efecto que le causaba.

―¿Servirá esto? ―preguntó Logan, recordando a Nicholas que no estaba solo con la chica.

Suspirando, Nicholas volvió al asunto que les ocupaba, arrastró a la ladrona hacia la butaca y la hizo sentarse de un empujón. Se in¬clinó sobre ella, apoyando las manos en los brazos del asiento, y su¬surró:

―Quédate aquí a menos que quieras sentir mis manos sobre todo tu cuerpo.

Estuvo a punto de echarse a reír al verla inmovilizarse. Pero la mirada irritada que la muchacha le lanzó prometía un justo castigo. Nicholas no la creía capaz de hacer nada parecido, pero probablemente ella sí lo creía.

Cuando miró hacia atrás vio que Logan había rasgado la sábana, encontrándole por lo menos una buena utilidad, y sujetaba en la mano unas cuantas tiras de tela.

―Servirán perfectamente, tráelas ―dijo Nicholas
.
Hubiera debido dejar que Logan realizara la tarea, pero no lo hi¬zo. Y aunque procuró no tocar a la chica más de lo necesario, era un hombre que adoraba a las mujeres y no pudo contenerse. Le sujetó ambas manos con una de las suyas mientras ataba una tira de tela al¬rededor de sus muñecas. Ella tenía las manos calientes y húmedas por el miedo. No podía saber que ellos no querían hacerle ningún daño, por lo que su miedo era lógico. Nicholas podría haberla tran¬quilizado, pero Logan tenía razón: debían abandonar el lugar antes de que apareciera el siguiente ladrón, de modo que las explicaciones podían esperar.

Luego le puso la mordaza, y no le importó para nada inclinarse sobre ella para atársela en la nuca. Probablemente debería haberle atado las manos a la espalda, pero no tuvo valor para incomodarla más de lo necesario. No se esperaba el puñetazo que recibió en el vientre, aunque no le molestó demasiado porque la situación en la que ahora se encontraba la chica le impedía golpear con fuerza.

Sin embargo, no se fió en absoluto de las piernas de la ladrona. Agacharse para atarle los tobillos le habría situado en una postura idónea para recibir un puntapié que lo habría tumbado, por lo que en vez de eso se sentó en el brazo de la butaca y le levantó ambas piernas apoyándolas en su regazo. Ella soltó un chillido bajo la mordaza, pero luego volvió a guardar silencio y se quedó quieta. Llevaba pantalo¬nes y calcetines largos, de modo que no había piel al descubierto que tocar. Pero el mero hecho de sentir esas piernas sobre sus rodillas afectó intensamente a Nicholas, mucho más de lo que debería. Cuando hubo terminado la miró, y había tanta pasión en sus ojos que la mu¬chacha no habría albergado ninguna duda de que él la había descu¬bierto pese a su disfraz... si se hubiera tomado la molestia de mirarle. Pero no lo hizo. Intentaba liberar las muñecas de las ataduras y casi lo había conseguido.

Nicholas colocó una mano sobre las suyas y dijo:

―No lo hagas, o en vez de ser mi amigo quien te saque de aquí lo haré yo.

―¿Qué? ¿Por qué yo? ―se quejó Logan―. Tú eres el más fuerte con mucho. No me importa reconocerlo, desde luego que no, sobre todo cuando es tan evidente.

Por más que a Nicholas le encantaría llevar a la chica, tenía que ser prudente de momento.

―Porque uno de los dos tiene que asegurarse de que nadie pon¬ga objeciones cuando nos vean marcharnos con este muchacho. Y si bien tú podrías hacerlo, viejo amigo, dudo que te divirtieras tanto como yo.

―¿Objeciones? ―dijo Logan, incómodo.

―No vamos a pasear los tres precisamente cogidos del brazo.

Comprendiendo ahora la situación, Logan dijo abruptamente:

―Tienes razón. No sé en qué estaba pensando. A ti se te da mucho mejor romper crismas.

Nicholas se contuvo para no echarse a reír, pues probablemente Logan no había roto la crisma a nadie en su vida.

No se toparon con demasiada resistencia. Sólo el tabernero se en-contraba todavía abajo, un tipo grande y feo que probablemente haría retroceder a cualquiera con tan sólo mirarle.
―Eh, vosotros, ¿adónde vais con ese equipaje? ―gruñó.

―Este «equipaje» ha intentado robarnos ―replicó Nicholas, tra¬tando por el momento de resolver el asunto de forma pacífica.

―¿Ah sí? Entonces matarle o dejarle, pero no le llevaréis a la patrulla. No quiero que ningún poli meta las narices aquí.

Nicholas lo intentó por última vez.

―No tenemos intención alguna de visitar a las autoridades por esta cuestión, amigo. Y este «equipaje» será devuelto por la mañana, y no en peores condiciones.

El hombretón comenzó a rodear la barra pesadamente con la in-tención de cerrarles el paso.

―Aquí tenemos unas reglas, patrón. Lo que hay aquí se queda aquí, si entiendes lo que quiero decir.

―Oh, lo entiendo perfectamente. Y también tenemos reglas allí donde vengo. A veces no necesitan explicación alguna, si entiendes lo que quiero decir.

Nicholas no se veía capaz de romper una crisma tan grande como aquélla, por lo que se limitó a sacar una de sus pistolas y a encaño¬nar con ella la cara del tipo. Fue una acción muy eficaz. El hombre levantó los brazos y empezó a recular.

―Chico listo ―prosiguió Nicholas―. Ahora podrás quedarte con tu ladrón...

―No es mío ―creyó oportuno mencionar el fornido tabernero.

―Da lo mismo ―replicó Nicholas, encaminándose hacia la puerta ―. Te lo devolveremos tan pronto como hayamos concluido nuestro negocio con él.

Nadie trató de impedirles que abandonaran el lugar. Y la única persona con la que se toparon a aquella avanzada hora de la madrugada fue una vieja borracha que en cuanto les vio todavía tuvo suficiente sentido común para cruzar al otro lado de la calle a fin de evitarles
.
Pero después de recorrer cuatro manzanas cargando con la la¬drona atada sobre los hombros, Logan estaba sin aliento. No habían querido que el cochero les esperara cerca de la taberna por motivos obvios, básicamente porque ya no habría estado allí cuando hubie¬ran resuelto marcharse. Dejaron el carruaje a cuatro manzanas de distancia, en una zona más segura y mejor iluminada, les había pa¬recido un lugar razonable, pero quedaba un poco lejos para trasladar a su ratero. Así pues, no es de extrañar que al llegar allí Logan dejara caer su carga en el suelo del coche sin excesiva delicadeza, debido al cansancio.

Subiendo detrás de Logan, Nicholas se dio cuenta de que tendría que volver a tocar a la muchacha para colocarla en el asiento. Había tratado de evitar la tentación dejando que la acarreara Logan. El propio Nicholas hubiera podido cargar con ella y barrer cualquier obstáculo que se interpusiera en el camino. Pero había cedido la tarea a Logan porque ya había comprobado el efecto que le producía tocar a la muchacha. Mirar era una cosa. No afectaba a un hombre que se dejara llevar por las mujeres. Tocar, en cambio, era algo mucho más íntimo, y Nicholas reaccionaba a la intimidad de un modo pura¬mente lascivo.

Y la verdad era que no quería tocar a aquella chica. Era bonita, sí, pero era una ladrona, probablemente criada en el hampa o en lu¬gares peores. Sus hábitos personales debían de estar tan por debajo de los de él que ni siquiera merecía la pena considerarlos.

Pero no le quedaba otro remedio. El pobre Logan estaba sin duda tan cansado como parecía. Sin embargo, antes de que Nicholas pusie¬ra las manos sobre la muchacha, se dio cuenta de que había estado tanto rato contemplado su dilema que el carruaje ya estaba en ca¬mino, las afueras de la ciudad ya estaban a la vista y ahora sería sen¬cillo impedir que su presa se escapara. Así pues, se limitaría a desa¬tarla y ella podría acomodarse en el asiento.

Procedió a desatarla, primero los pies, que eran condenadamen¬te bonitos. Luego las manos. No tocó la mordaza. Ahora podía qui¬társela ella misma, cosa que la chica hizo con celeridad. También le propinó un rápido puñetazo tan pronto como se levantó del suelo.

Era lo único que Nicholas no había previsto, aunque debería ha¬berlo hecho, puesto que ella ya había intentado golpearle antes. Podía esperarse que vociferara y despotricara, que jurara como un carrete¬ro, pero que hiciera aquello de lo que un hombre era capaz...

El golpe falló, por supuesto. Nicholas no era lento de reflejos. Y aunque su mandíbula, que era el objetivo inicial, eludió el golpe, el puño de la muchacha le rozó la mejilla e impactó en su oreja, que ahora le escocía.

Pero antes de que Nicholas le diera su merecido, Logan dijo en un tono cortante:

―Si vas a darle una paliza, compañero, hazlo en silencio, por favor. Quiero echar una cabezadita mientras llegamos a nuestro destino.

La ladrona aprovechó el momento para volverse hacia la porte¬zuela. Nicholas extendió un brazo, la cogió por la parte posterior del cuello y la sentó sobre su regazo.

―Inténtalo otra vez y podrás pasarte las próximas horas aquí ― le advirtió, sujetándola con los brazos con tanta fuerza que ella podía moverse.

Cierto que la muchacha no sería capaz de soltarse, pero esto no significaba que dejase de intentarlo. Sin embargo, debatirse en su regazo era probablemente lo peor que podía hacer. Aquella postura resultaba demasiado sensual, provocándole a Nicholas pensamientos lascivos sobre lo que le gustaría hacerle..., no, sobre lo que haría si tuvieran solos. Quitarle la ropa despacio, averiguar cómo ocultaba ¬sus pechos, mordisquearle los hombros mientras se introducía en ella. «Maldita sea.» Si seguía brincando sobre él de aquel modo, tendría que echar a Logan del coche durante un rato.

La chica debió de comprender que sus esfuerzos eran inútiles casi al mismo tiempo que Nicholas se daba cuenta de que ya no podía soportar las sacudidas de aquel trasero sobre sus muslos sin que se hiciera evidente lo que estaba provocando. Ella lanzó un quejido, pero como a él le pareció más de pasión que de frustración la dejó caer como si se hubiera quemado. Por todos los santos, no debería afectarle de un modo tan intenso. Tenía que controlar la situación.
La muchacha había vuelto a caer al suelo, pero se encaramó de inmediato en el asiento situado frente a Nicholas, donde procedió a alisarse las solapas de la chaqueta y a sacudirse el polvo de los mugrientos pantalones evitando mirarle todo lo posible, mientras vigi-laba el contraataque que Logan había pronosticado.

Nicholas esperó cinco minutos, aproximadamente el tiempo que le llevó dominar su deseo y cerciorarse de que su voz no lo reflejara. Finalmente estiró las piernas, las entrecruzó, se recostó en el asien¬to, se cruzó de brazos y dijo:

―Tranquilízate, jovenzuelo. No te haremos ningún daño. Vas a hacernos un favor, y al mismo tiempo te harás rico. ¿Qué puede ser más satisfactorio que eso?

―Que me llevéis de vuelta.

―Eso no es posible. Nos hemos tomado muchas molestias para encontrarte.

―Antes tendríais que haberme pedido permiso..., milord. ―Agregó este tratamiento por si acaso, y en un tono de marcado desdén.

La muchacha volvía a mirarle con irritación, ahora que estaba re-lativamente segura de que no iba a estrangularla. Nicholas había tra¬tado de no mirarle los ojos con demasiada atención, confiando en que la tenue luz de la vela de la taberna le hubiera engañado. Pero la lámpara más intensa del coche y la proximidad fueron su perdición. Los ojos de la ladrona eran sencillamente increíbles y multiplicaban por diez su belleza. Eran de color violeta oscuro, intenso, en llama¬tivo contraste con sus rizos, de un tono rubio casi blanco. Tenía unas pestañas largas, pero no demasiado oscuras. Tampoco lo eran sus cejas, tan sólo un poco más doradas.

Nicholas se esforzó de veras por encontrar algún rasgo masculino en el rostro que tenía delante, pero no había ninguno. No acertaba a comprender cómo alguien podía confundirla con un chico. Y sin embargo Logan la tomaba por un muchacho, uno muy guapito.

Supuso que esa confusión se debía a su estatura. A fin de cuentas, era raro encontrar una mujer tan alta, casi tan alta como el padre de Nicholas. Era natural suponer que alguien tan alto fuese un varón. Intentó también no reaccionar ante ella como lo haría ante cualqui¬er otra mujer hermosa con la que se topara. Pero aquellos ojos... renunció a seguir luchando. La tendría en su cama, y antes de que terminara la noche. Así sería. Ya no albergaba la menor duda.

Después de rendirse a su naturaleza lasciva, el cambio en Nicholas inmediato. Algunos lo llamarían encanto, pero en realidad no lo era, sino pura sensualidad, y verle cuando albergaba esos pensamientos equivalía a saber que prometía placeres fabulosos. La chica reaccionó de inmediato a la mirada de él, apartándolos pero no sin sonrojarse. Nicholas sonrió. Ya sabía que no sería una conquista fácil, pero aquel rubor decía mucho. No era más inmune que otras mujeres. Sin embargo, Nicholas no pensaba descubrir el pequeño secreto de la joven. Por ahora dejaría que representara su papel masculino... por lo menos hasta que estuvieran solos.

De momento respondió a su comentario preguntándose en voz alta:

―¿Nos habías pedido permiso tú antes de robarnos? ―Estas palabras -hicieron que ella se sonrojara otra vez, de modo que se limitó a concluir―: No, no me ha parecido que lo tuvieras por costumbre. Así pues, déjame que te explique qué necesitamos y por qué, antes de volver a negarte sin más. A mi amigo le robaron, ¿sabes?, pero de forma legal.

―Si insistes en contármelo ―le interrumpió ella―, por lo menos que tenga sentido.

Una simple queja. Alentador. Al parecer estaba dispuesta a escucharle.

―La forma «legal» a la que me refiero fue el juego.

Un bufido.

―Entonces no le robaron, se portó como un estúpido. Hay una gran diferencia, amigo.

Nicholas sonrió y la muchacha se mostró visiblemente confusa, lo cual hizo que la sonrisa de él se hiciera más maliciosa. Acto seguido le contó que Heddings era el culpable por no jugar limpio y que ella iba a vengarles por ello.

―Te llevamos a la casa de campo de Heddings ―prosiguió Nicholas―. Es bastante grande, está llena de criados, y por lo tanto creen que ningún ladrón en su sano juicio se atrevería a pensar en robarles, y con razón. Eso juega a tu favor, muchacho.

―¿Ah sí?

―Puede que las puertas estén cerradas, pero probablemente las ventanas estarán abiertas en esta época del año. El hecho de que no se esperen que les roben significa que estarán desprevenidos. Y ya es más de medianoche, de modo que los criados sin duda estarán dor¬midos y fuera de la circulación. Así pues, no deberías tener ninguna dificultad para entrar en la casa.

―¿Y entonces qué?

―Tendrás que entrar en el dormitorio principal sin que se den cuenta. Lo más probable es que Heddings se encuentre en él cuando lo hagas, pero tú ya debes de estar acostumbrado a eso. Al igual que el servicio, debería estar profundamente dormido a esas horas de la noche. Entonces procede a hacer lo que se te da mejor: robarle.

―¿Qué te hace pensar que no tiene sus objetos de valor guarda¬dos en una caja fuerte?

―Porque no vive en Londres. La alta burguesía se siente mucho más segura en sus propiedades en el campo.

―¿Cuáles son las cosas que tengo que afanar?

―Dos anillos, ambos muy antiguos.

―Necesito una descripción, amigo, si tengo que llevármelos. ―Nicholas sacudió la cabeza.

―No importa, ya que no puedes limitarte a llevarte los dos anillos de Logan. Eso permitiría a Heddings señalar al culpable con el dedo. Tu misión, querido muchacho, no es distinta a la que tienes por costumbre: robar todos los objetos de valor que encuentres. Tu ganancia es que podrás quedarte con todo lo demás, miles de libras en joyas, estoy seguro de ello.

―¡Miles! ―exclamó la chica, boquiabierta.

Él asintió, riendo.

―¿No te alegras ahora de que insistiéramos en llevarte con no¬sotros? ―preguntó.
De repente, aquellos encantadores ojos violeta le miraron con recelo.

―Eres un maldito idiota si te crees que cualquier baratija, por más valiosa que sea, compensará el castigo que me espera por no haber pedido permiso antes para robarla.

Nicholas frunció el ceño, pero no por lo de «maldito idiota».

―¿Tan sujeto te tiene?

―Tengo unas normas que cumplir, y me las habéis hecho in¬fringir casi todas.

Él soltó un suspiro prolongado.

―Podrías haberlo dicho antes.

―Creí que el tabernero os impediría salir conmigo. No lo tenía por un cobarde, siendo tan grande.

―A nadie le gusta que le disparen una bala en la cara, mucha¬cho ―dijo Nicholas en defensa del tabernero―. Pero podrá atestiguar que no te dieron ninguna posibilidad de elección. Entonces, ¿cuál es el problema?

―No es asunto tuyo...

―Lamento no estar de acuerdo: has hecho que ahora sea de mi incumbencia.

―Y un cuerno. Tienes que entender, amigo, que os habéis entre¬metido demasiado en mi vida. Déjalo, o no tenemos «na» más que hablar.

Transcurrió un prolongado momento hasta que Nicholas asintió con la cabeza. Causarle un grave perjuicio a su ladrón no formaba parte de sus planes para esa noche. Ahora tendría que acompañar chica a su casa en cuanto terminaran, para resolver cualquier pro¬blema que él le hubiera ocasionado. Sin embargo, no habría tenido que surgir ninguna dificultad, y eso hacía que su situación fuese de lo más insólita. Ofrecían a un ladrón una oportunidad de oro. Cualquier ratero normal la habría aprovechado y habría agradecido que le hicieran semejante favor. Pero no, tenían que toparse con la única excepción: una ladrona de una banda que al parecer se regía por unas normas tan rígidas que la chica no podía realizar un trabajito eventual sin autorización previa. Aquello era inaudito. ¿Qué diablos importaba cuándo, dónde o qué robara, mientras el botín llegara a casa?

El coche se detuvo. Logan suspiró y dijo:

―Por fin. ―Y agregó―: Buena suerte, jovenzuelo. No es que la necesites. Tenemos plena confianza en ti, desde luego. Y no sabes cuánto te lo agradezco. Es terriblemente difícil esconderse de tu propia madre, sobre todo si vives con ella.

Nicholas abrió la portezuela del carruaje e hizo bajar a la mucha¬cha antes de que la disertación de Logan se hiciera interminable, como era habitual en él. Estaban parados en el bosque contiguo a la propiedad de Heddings. Tomó a la chica del brazo y la condujo a través de los árboles hasta que divisaron la mansión.

―Yo también te desearía suerte, pero no creo que la necesites ―dijo cuando llegó el momento de separarse―. He visto lo com¬petente que eres en tu trabajo.

―¿Qué te hace pensar que no me escaparé a casa en cuanto me pierdas de vista?

Nicholas sonrió, aunque probablemente ella no lo vio.

―Porque no tienes ni la más remota idea de dónde estás. Porque es de noche. Porque nosotros podemos devolverte a Londres mucho más pronto que si lo intentaras por tu cuenta. Porque preferirás regresar a casa con los bolsillos llenos de joyas deslumbrantes que vacíos. Porque...

―Ya tengo suficientes razones, amigo ―lo interrumpió ella en tono hosco.

―Muy bien. Pero una última advertencia. Si por alguna inex¬plicable razón te apresan, no te dejes llevar por el pánico. No te arrojo a los lobos, querido muchacho. Me ocuparé de rescatarte cueste lo que cueste. Puedes contar con ello.
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Mensaje por lovely last Mar 12 Abr 2011, 10:20 am

me encanto el cap quiero saber si pillan a la rallis o no y que pasa co n la rallis y nick siguela pronto
lovely last
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Mensaje por gabiberroteran Mar 12 Abr 2011, 10:35 am

Lovely Last me dio mucha risa eso de "rallis" XD Cual es tu nombre?

Capitulo 3




No te arrojo a los lobos.» ¿A quién creía engañar? Él era el maldi¬to lobo. Pero ella fue capaz de volver a respirar normalmente, ahora él ya no estaba a su lado mirándola con aquellos ojos azules y penetrantes.

La joven había estado a punto de delatarse con tantos sonrojos, y había temido ser incapaz de controlar lo que aquel caballero le hacía sentir. Por lo general se las arreglaba bien con los hombres; a fin de cuentas era «uno de ellos». Pero nunca había estado tan cerca de uno del calibre de Malory. Sólo con mirarle se ponía nerviosa, de tan atractivo que era.

_____ no se había trastornado tanto en toda su vida, posiblemente con una excepción. Pero entonces era demasiado joven para aprender el peligro que corría, no había sabido que si se queda donde estaba seguramente moriría; sólo sabía que estaba completamente sola en el mundo, sin nadie a quien pedir ayuda. Ya no estaba sola, pero era como si lo estuviera. Llevaba varios años atenazada por la inquietud porque se estaba haciendo demasiado ¬mayor para ocultar que nunca adquiriría las proporciones masculinas, como los demás chicos hacían con el tiempo. Tarde o temprano alguien se daría cuenta y revelaría que había engañado a todo el mundo desde el principio.

Había resultado sencillo guardar su secreto a lo largo de los años, mucho más fácil de lo que se esperaba, y todo porque Lucy había acertado. Llevarla a la pandilla vestida con un calzón andrajoso, una camisa demasiado grande, una chaqueta demasiado pequeña, ese viejo sombrero con el que se había quedado para protegerse los ojos de la lluvia, y con el pelo cortado a la altura del cuello, había causa¬do una impresión duradera que no se había alterado.

Pronto se convirtió en «uno de los chicos». Había aprendido a robar con ellos, a luchar con ellos, todo cuanto hacían... excepto cuando buscaban una compañía femenina de la que _____ no quería saber nada.

Ahora eran catorce, y vivían en una casa destartalada de cuyo al-quiler se ocupaba Dagger. Se habían albergado en muchas casas pa¬recidas a través de los años, incluso en algunos pisos abandonados cuando no había suficiente dinero para pagar un alquiler.

Dagger nunca permanecía demasiado tiempo en un mismo lugar. La casa actual tenía cuatro habitaciones: una cocina, dos dor¬mitorios y una amplia sala de estar. Dagger ocupaba uno de los dormitorios. El otro estaba destinado a las chicas, que en él dormían o trabajaban, si tenían la edad suficiente para empezar a prostituirse. Todos los demás dormían en la espaciosa sala, ____ entre ellos.

Había un pequeño patio trasero. Aunque no crecía hierba en él, era un buen lugar de juego para los niños más pequeños. También a ____ le gustaban los patios, una vez superada su aversión a en¬suciarse. No se planteaba la posibilidad de bañarse, por lo menos no en las tinas comunes que se instalaban una vez por semana en la co¬cina. En lugar de eso se escapaba al río siempre que podía. Y la lluvia se convirtió en su aliada.

Lucy era su única confidente. Lucy no contrajo la sífilis como había temido, pero acabó por vender su cuerpo ante la insistencia de Dagger. _____ entendía la lógica de éste, aunque no la compartía. Al ser una mujer bonita, Lucy habría llamado demasiado la atención de las victimas a las que hubiera intentado robar. Un ratero tenía que ser casi invisible para su víctima. Lucy no podía serlo, ¿y de qué otro modo iba a ganarse el sustento?

Dagger había sido el mayor de todos ellos y seguía siéndolo, era el líder. Al principio no había más que unas pocas reglas, nada que pudiera importar a nadie. Pero al parecer Dagger pensaba que, si añadía más reglas de vez en cuando, no desempeñaba bien su papel.

_____ jamás discutió con él. Hacía lo que le mandaban sin rechistar. El ojo clínico de Dagger era el único que temía de veras porque, aparte de Lucy, él era el único de los que quedaban en la pandill¬a que la había visto llegar con Lucy, y tarde o temprano se le ocu¬rriría contar los años... y se preguntaría por qué un hombre de veinte años seguía teniendo el rostro de un niño de doce.

Dagger tenía ahora unos treinta años, y todavía dirigía una banda de huérfanos. Habría podido marcharse. La mayoría lo hacía cuando llegaban a los veinte años, pues aspiraban a algo más, como poder quedarse con lo que robaban en lugar de entregárselo todo a Dagger para que comprara comida, pagara el alquiler y trajera a casa alguna otra chuchería para hacer sonreír a uno de ellos. Dagger habría ido dedicarse a actividades más lucrativas, pero no lo hizo.
Pese a ser brusco, tenía buenas intenciones. _____ había llegado a la conclusión, años atrás, de que tenía un corazón bondadoso oculto en algún rincón de su flaco pecho. Como líder, probablemen¬te pensaba que debía mostrarse duro e inflexible. Pero ella adi¬vinaba que Dagger no se consideraba sólo su jefe, sino también su padre, y por esa razón no se había marchado con los demás. A me¬dida que llegaban más huérfanos, otros se iban, de modo que los componente de la banda nunca pasaron de veinte ni bajaron de diez. Siempre había alguno que necesitaba cuidados.

La primera regla de la banda era que no se debía robar nunca a la clase alta en sus propias casas. Ésa era la forma más segura y más rápida de conseguir que las víctimas pusieran el grito en el cielo y que las autoridades registraran los barrios bajos en busca de los culpables. Si dieran con una casa llena de huérfanos no oficiales sería su perdición. Y los relatos de horror que Dagger contaba sobre los verdaderos orfanatos bastaban para hacer cumplir esa regla. Dagger lo sabía de primera mano, puesto que se había escapado de uno de ellos años atrás. Pero _____ estaba infringiendo esta norma esa noche.

No era que tuvieran prohibido desvalijar a la clase alta, ni mucho menos. Pero sólo se les debía robar en lugares concurridos, en las calles, en tabernas, en el mercado o en las tiendas, donde no se dieran cuenta de que les faltaban unas cuantas monedas y, si lo hacían, pu¬dieran pensar que se les habían caído por descuido o las habían gas¬tado en algo que no recordaban.

La segunda regla que les daba buen resultado era que debían ce¬ñirse a actuar en sus zonas sin aventurarse a robar en lugares que no conocían. Dagger asignaba una zona a cada uno y la cambiaba todas las semanas, para que los residentes habituales de esos barrios no em¬pezaran a reconocer a alguno de ellos. _____ también estaba in¬fringiendo esta norma.

Otra regla la atañía sólo a ella y a unos pocos más, puesto que su edad y su estatura denunciaban que ya no eran niños. La lógica era que, cuanto más altos fuesen, más trabajo les costaría meter la mano en un bolsillo. Así pues, cuando alcanzaban una estatura determi¬nada, se graduaban en la clase de «sólo trabajos específicos», lo cual implicaba que ya no robaban por su cuenta sino que se limitaban a cumplir las misiones que Dagger les asignaba. Evidentemente, _____ estaba incumpliendo esta regla.

Para esos trabajos Dagger se había puesto de acuerdo con tres tabernas y una posada. Y puesto que _____ era muy reconocible debido al color de su pelo y de sus ojos, Dagger ya no le asignaba otra tarea que no fuese robar a «durmientes». Nunca había falla¬do hasta entonces, porque nunca le habían tendido una trampa de¬liberada.

Pero de ese embrollo, ____ tendría que salirse sola. Si algún otro de los chicos hubiera sido capturado en su lugar, ella no dudaba que Dagger lo habría considerado un caso excepcional y se habría alegrado de las inesperadas riquezas que les mantendrían a flote durante un tiempo. Habría felicitaciones y celebraciones. Pero puesto que era ella la que había sido capturada y obligada a infringir las reglas, la actitud de Dagger sería la opuesta... porque había estado buscando un motivo para ponerla en la calle.

Durante más de dos años, casi tres, ____ había tenido problemas con Dagger. Si bien antes se llevaban bien, bromeaban y reían mucho, ahora parecía que él la despreciaba. La reprendía siempre que tenía ocasión. La criticaba constantemente, lo mereciera o no. No podía dejar más claro que quería que se fuera, pero ella no le había dado ningún motivo para echarla. Hasta ahora.

Ni siquiera sabía por qué se había vuelto contra ella, pero la cosa empezado aproximadamente cuando _____ le superó en altura. Podía ser simplemente que, como líder, Dagger pensaba tenía que ser el más alto. Pero, de hecho, no era un tipo alto: medía sólo un metro setenta. Y ____ vestía de un modo llamati¬vo mientras que el atuendo de Dagger era anodino. Esto impresio¬naba a los niños. Muchos de ellos la imitaban y acudían a ella cuando necesitaban algo.
_____ suponía que Dagger temía que quisiera suplantarle. Pero no era así. A ella ni siquiera le gustaba robar, por lo que no quería para nada la responsabilidad de mandar a otros hacer lo mismo. Le parecía que estaba mal, un sentimiento arraigado del que nunca había podido librarse. Pero no había tenido más remedio que hacerlo, viviendo entre ladrones. Con todo, había tratado sutilmente de tranquilizar a Dagger, de demostrarle que su puesto no la atraía, sin llegar a comentarlo abiertamente; pero no parecía que eso hubiera servido de nada. Podría mentir a Dagger, decir que la habían sacado de la taberna para llevarla a la cárcel pero había conseguido huir, que le costado mucho tiempo regresar a casa. Dagger no podía echar¬lo porque hubiera caído en una trampa. Ella tenía que conformarse ¬con esa esperanza.

Su inquietud no era sólo debida a saber lo que tendría que afrontar cuando llegara a casa. Se debía también a él, a ese lord Malory. La había turbado tanto que no podía pensar, ni siquiera respirar. Pero aún había más: la asustaba hasta la médula porque la fascinaba.

_____ no se había imaginado en su vida que alguien pudiera ser como él. No sólo era guapo. Su apostura era tanta que simplemente no acertaba a encontrar una palabra para describirlo. Lo que más se acercaba era bello, pero en un sentido masculino, que era una com¬binación absolutamente sorprendente... y fascinante.
Ante él se sentía tan aturdida, que no entendía cómo había sido capaz de hablarle. Y sabía exactamente qué era lo que le alteraba tanto los sentidos y le cortaba la respiración cuando le miraba. La atraía sexualmente, algo que no le había ocurrido nunca antes. Otros hombres habían llamado su atención durante aquellos años, pero ninguno le había hecho desear hacer algo al respecto. Representar el papel de un varón implicaba que debía hacer caso omiso de tales cosas, lo que le había resultado bastante sencillo. Pero no esta vez. Y eso era lo que más la asustaba de lord Malory.

Se había pasado quince años, de hecho toda su vida ―por lo menos la parte que pudiera recordar―, evitando el destino de Lucy. Y lo había hecho por una sola razón: para no acabar siendo una puta. Nunca había cambiado de opinión al respecto. Puede que Lucy se hubiera adaptado bien al trabajo, puede que no se quejara tanto de ello como había hecho de antemano, pero _____ seguía considerándolo la peor forma de degradación.

Para ella sería el fin de sus días, y no sólo en sentido metafórico, porque preferiría morirse de hambre en algún callejón antes de dejar que unos desconocidos pagaran para usar su cuerpo. Pero allí había un hombre que podría hacer que aceptara de buen grado ese papel. Peor aún, la había mirado como si conociera su secreto, como si pu¬diera ver su interior..., como si quisiera tocarla. Seguramente su ima¬ginación la estaba engañando, pero no lograba sacudirse la sensación de que él lo sabía, sobre todo cuando su mirada se volvía tan sensual y hacía que casi se derritiera.

Debía de ser un «amante». La palabra era de Lucy. Ésta clasifi¬caba a todos los hombres en una categoría u otra, dependiendo de cómo quisieran utilizarla y por cuánto tiempo. Los calificativos que les asignaba eran en su mayoría despectivos, y algunos eran explíci¬tos, como los «sobones» y los «animales». Prefería los «rápidos» porque no le robaban mucho tiempo, entraban y salían en menos de cinco minutos y apenas se quedaban lo suficiente como para despedirse, afirmaba, eran raros los hombres que en realidad deseaban tanto dar placer como recibirlo.

Lord Malory era un verdadero peligro. Un peligro para los sentidos de _____, para su paz espiritual, para su secreto. Cuanto antes le perdiera de vista, mejor.


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Mensaje por nataly jonas Miér 13 Abr 2011, 1:39 am

ok no hay problema nick tambien me gusta ...QUE RAYOS ??? amo a todos los jonas jajaja SIGUELA ESTA BUENISIMA y perdon si no he comentado mucho pero mu prima esta teniendo problemas en la escuela y la estoy ayudando ya casi sale de la secu y quiere estudiar odontologia o turismo como yo asi que lo le viene mal tener una tutora tan inteligente y linda como yo jajaja ademas me meti en otras cosas estoy en una academia de idiomas perfeccionando mi ingles y pronto frances etc no me voy a quedar nadamas en tres y en una escuela de musica los fines de semana asi que te imaginaras como ando no? :D
nataly jonas
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Mensaje por lovely last Miér 13 Abr 2011, 9:33 am

quero saber si la pillaran siguela pronto
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Mensaje por gabiberroteran Miér 13 Abr 2011, 9:41 am

CAPITULO 4



La misión que aquellos jóvenes lores le habían encomendado era tan sencilla en comparación con sus inquietudes que _____ la cumplió casi sin pensárselo. Casi todas las ventanas de la enorme mansión estaban abiertas. Trepó por una situada en un lado de la casa, se encaminó al vestíbulo y subió la escalera alfombrada.

No había ninguna lámpara encendida, pero con tantas ventanas abiertas la luz de la luna entraba a raudales. _____ no necesitaba luz, por cuanto estaba acostumbrada a trabajar a oscuras. Pero incluso al final del pasillo del primer piso había una ventana abierta.

Vio allí muchas puertas cerradas. Era una casa muy grande, más que cualquiera en la que hubiera estado antes. En un costado del pa¬sillo había más puertas que en el otro, por lo que comenzó por el lado en el que había menos, sospechando que daban acceso a habitaciones más espaciosas, y concretamente al dormitorio principal.

Acertó. Era la segunda puerta que abrió. Las dimensiones de aquella habitación demostraban que era la del dueño, y éste formaba un bulto en la cama. Heddings dormía profundamente, roncando con insólito estruendo. Era una lástima, porque _____ se preciaba de actuar con movimientos felinos, sin hacer el menor ruido, pero ahora no tenía necesidad de adoptar precauciones con los ronquidos de Heddings.

Primero se dirigió al alto escritorio. El segundo cajón contenía el joyero: un cofre grande, que ocupaba prácticamente todo el cajón. Estaba cerrado con llave, ni siquiera tenía cerrojo. Lord Heddings pasaba de confiado.

Levantó la tapa y quedó deslumbrada por un momento por el brillo desparramado en el fondo del cofre: no sólo anillos, sino también pulseras, broches, incluso collares. De hecho, la mayoría de las joyas que contenía eran femeninas. ¿Más ganancias de juego? A _____ la tenía sin cuidado.
Decidió no llevarse el cofre. Era demasiado voluminoso y ni siquiera estaba segura de poder levantarlo del cajón, de modo que optó por llenarse los bolsillos de la chaqueta. Pasó una mano por el fondo del cofre forrado de terciopelo antes de terminar, para cerciorarse ¬de que no se dejaba ni una sola alhaja. No quería tener que hacerlo ¬otra vez si las dos reliquias de familia de Logan no estaban entre el botín.

Con esa idea en la mente, efectuó incluso un rápido registro de demás cajones, pero no encontró nada más de interés. Examinó bien la mesa, pero sólo contenía papeles. Finalmente se acercó al tocador, donde descubrió un grueso fajo de billetes, una leontina de oro y otra sortija que se había escurrido entre los frascos de colonia, como si la hubieran tirado sobre la mesa. Se apoderó también de todo esto, introduciendo el dinero en el bolsillo de sus pantalones, puesto que los de la chaqueta ya estaban llenos.

No había nada más donde mirar. Las mesillas de noche anexas a la cama no tenían cajones, y descartó la librería, razonando que era poco probable que un hombre que tenía una fortuna en joyas en un escritorio no cerrado con llave escondiera efectos en libros simulados.

Aliviada por haber casi terminado, se encaminó hacia la puerta, pero se detuvo en seco cuando Heddings sufrió un ataque de tos. Ella se acurrucó al pie de la cama. La tos era lo bastante violenta como para despertarle. Incluso podía levantarse para servirse un vaso de agua de la jarra que se hallaba al otro extremo de la habitación. En ese caso, ella estaba dispuesta a deslizarse debajo de la cama.

Heddings tosió aún más fuerte. Hasta parecía que se estuviera ahogando. A _____ le pasó por la cabeza el horrible pensamiento de que pudiera morir, y se imaginó siendo acusada de homicidio, compareciendo ante un juez y siendo condenada a la horca. Un sudor frío le inundó las palmas de las manos. Por un momento se pregun¬tó si debería tratar de ayudarle. Pero estaba paralizada por el miedo y no habría podido moverse para ayudarle aunque fuese temporalmente tan estúpida para hacerlo.

Le llevó otro momento darse cuenta de que el hombre volvía a roncar plácidamente, el sonido más dulce que había oído. Bueno, de hecho no tardó en resultarle desagradable de nuevo una vez que hubo pasado la crisis, y no perdió más tiempo en salir de allí.

Abajo todo estaba tranquilo. Regresó enseguida a la habitación por la que había entrado y de inmediato sintió que alguien la estira¬ba contra un pecho duro y le tapaba la boca con una mano para impedirle gritar. No estaba en disposición de hacerlo teniendo el cora¬zón en un puño. Estuvo a punto de desmayarse...

Entonces oyó que le susurraban al oído:

―¿Por qué has tardado tanto?

¡Él! Pero su alivio duró apenas un segundo, pues de inmediato sintió dominada por la cólera. Se soltó y le espetó furiosa, aunque con un hilo de voz:

―¿Te has vuelto majareta? ¿Qué haces aquí?

―Estaba preocupado por ti ―contestó él, en un tono de cierto arrepentimiento.

_____ soltó un bufido. Menuda bola. Lo más probable era que estuviera preocupado por la posibilidad de que huyera llevándose sus preciosas sortijas.

―La próxima vez que quieras dar un susto de muerte a alguien, prueba contigo. Ya he «terminao» con esto.

―¿Tienes las sortijas?

―Este no es el lugar «pa» hablarlo –replicó ella―. Hay que salir pitando

―Tienes razón ―le oyó decir a su espalda cuando se dirigía hacia la ventana... y tropezó con una alfombrilla. La caída la cogió por sorpresa. No era nada torpe, y esa alfom¬bra estaba lisa cuando la pisó al entrar. Sin duda Malory la había levantado. Braceó buscando algo a que agarrarse, pero lo único que había cerca era un alto pedestal con un busto encima. El pedestal era pesado y evitó su caída, pero el impacto hizo caer el busto. Éste chocó contra el suelo con un ruido sordo. _____ gimió para sus adentros. En el silencio de la noche, ese ruido habría bastado para despertar a los muertos o, por lo menos, a uno de los criados que dormían en la misma planta. Se volvió decir a Malory que saliera de inmediato y vio a un hombre de en la puerta apuntando al caballero con una pistola. _____ se quedó tan rígida que hasta dejó de respirar. El hombre estaba vestido por completo, evidentemente ya se había acercado a ellos antes incluso de que el busto golpeara contra el suelo. Quizá Malory había hecho algún ruido al entrar, impulsando al hombre a investigar.

Estaba en su perfecto derecho de dispararles primero y averiguar qué estaban haciendo allí después. Eso es lo que ella habría hecho si hubiera sorprendido a un par de individuos rondando furtivamente¬ por su casa en mitad de la noche. Malory estaba de espaldas a la puerta. Había dado un salto adelante ¬para tratar de evitar que ella se cayera, pero se había detenido al ver que conseguía levantarse por sí misma. Todavía la miraba, ahora con buena luz, ya que el hombre tenía una lámpara en la mano. Ella ni siquiera estaba segura de que Malory se hubiese cuenta de que había alguien allí sujetando esa lámpara.

―No te vuelvas ―susurró _____ con la voz más baja que pudo―. Si te reconocen, te meterás en un lío más gordo que si te dispara.

Recobrando el valor, ____ se colocó delante de Malory para tratar de ocultarle y dijo al hombre que empuñaba la pistola:

―No hay necesidad de armas, amigo. Solo buscábamos un sitio «pa» pasar la noche. Nuestro carruaje se ha averiado en el bosque. Mi amo ha creído reconocer vuestra casa. Está completamente trompa, y no me extrañaría que se haya «equivocao». Y hemos llamado. Pero mi amo no se ha rendido al no recibir respuesta y ha insistido en entrar y dormir en el salón. Ha dicho que a Heddings no le importaría. ¿Se ha «equivocao»? ¿No es aquí donde vive Heddings?

La expresión tensa del hombre cambió de inmediato. Bajó la pis¬tola, aunque no del todo. Así pues, _____ recargó un poco más las tintas.

―Ha querido echarme la culpa de que se cayera esa rueda, cuando yo le había avisado de que debería poner ruedas nuevas a su viejo coche. Desde luego, ha preferido gastarse «to» el dinero en mujeres caras y en el juego, así que no me ha hecho caso, como siempre.

El hombre carraspeó.

―¿Te atreves a decir eso en su presencia? ―_____ soltó una risotada.

―Está tan borracho que no se acordará. No sé ni cómo se tiene en pie.

―¿Quién es?

_____ no se esperaba tener que mencionar ningún nombre, pero al pensar en cómo había llegado hasta allí, no tardó en ocurrír¬sele uno.

―Lord Carryway, de la ciudad de Londres.

―¿Por qué no le dejaste dormir en el carruaje? ―preguntó en¬tonces el hombre.

―Lo habría hecho, pero he visto movimiento en los bosques cerca de aquí. He pensado que podría ser algún animal, pero también podría ser un maldito bandolero. No he querido exponerme a que le roben, porque bastantes cargos tiene contra mí. Prefiero conser¬var mi trabajo, aunque eso suponga aguantar un amo que se pasa la mayor parte del tiempo borracho.

Siguió una larga pausa durante la cual _____ tuvo la certeza de que aquel tipo descubriría el engaño y se reiría en su cara. Calculaba hacia adónde echar a correr, o si sería mejor lanzarse sobre sus pier¬nas y tratar de pillarle por sorpresa.

―Acompáñale ―dijo el hombre―. Arriba tenemos varias habitaciones de huéspedes desocupadas. En una de ellas hay un con¬fortable sofá que puedes utilizar.

En realidad _____ no confiaba en que aquel hombre la creyera.

No debía de ser más que un criado, probablemente el mayordomo, por lo tanto no podía permitirse dejar un miembro de la nobleza a la intemperie. Podría habérsele ocurrido encerrarles hasta la mañ¬ana siguiente, cuando se pudiera verificar lo que ella le había contad¬o. Pero, puesto que la había creído a pie juntillas, no debía de ser tipo desconfiado.

Tan pronto como el hombre se volvió de espaldas para conducirlos ¬al piso de arriba se presentó una buena oportunidad para escapar a través de la ventana. Pero él aún no había dejado la pistola y, al ver el arma todavía en su mano, _____ prefirió seguir representando la farsa sin arriesgarse a que una o dos balas salieran a su encuentro. Además, eran dos los que debían atravesar esa ventana, y no lo conseguirían sin que uno de ambos recibiera un disparo al intentar huir. Afortunadamente, el ricachón no había pronunciado ni una sola palabra. Lo habría estropeado todo si el criado se hubiera dado cuen¬ta de que no estaba bebido en absoluto. O era lo bastante listo como a representar el papel que ella le había asignado o tenía el miedo suficiente como para mantener la boca cerrada.

No, _____ dudaba de que tuviera miedo, o por lo menos no tenía ¬tanto como ella. Él se había deshecho del tabernero con demasia¬da facilidad como para inquietarse por la posibilidad de recibir una bala. Probablemente era un valiente temerario, y un canalla despótico por haberla metido en aquel embrollo. Le cogió el brazo y se lo pasó por encima del hombro para simular ¬que lo sostenía. Palideció al ver que tenía una pistola en la mano.
Había estado apuntando con ella al hombre todo el tiempo, oculto detrás de la espalda de _____. ¡El maldito señorazo habría podido ¬hacer que les mataran a ambos!

_____ le arrancó el arma de la mano y la metió en el bolsillo de él, que se rió entre dientes. ¡Que Dios la protegiera de los imbéciles!

―Espero que sepas hacer el papel de borracho, amigo, e inclina la cabeza «pa» que él no pueda verte bien –le susurró.

Fue fácil llevarle al piso de arriba. _____ estaba demasiado ner¬viosa como para darse cuenta de la proximidad de sus cuerpos, y él sólo recostaba su peso sobre ella cuando el criado se giraba para mirarles si no, subía las escaleras por sí mismo y en realidad era él quien conducía a la muchacha y no al revés.

―Es aquí ―anunció el criado, abriendo una puerta―. Por la mañana ya buscaremos algo con que arreglar vuestro coche para que podáis reanudar el viaje.

―Muchas gracias, amigo.

Éste los siguió al interior de la estancia, encendió una lámpara y se dirigió hacia la puerta. No había soltado la pistola más que un momento para prender la lámpara. _____ empezó a preguntarse si realmente se había creído su historia. Y tan pronto como se cerró la puerta, soltó el brazo de Malory y se precipitó contra ella para escu¬char si el hombre se alejaba. Pero lo que oyó fue el leve chasquido del cerrojo de la puerta.

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Mensaje por gabiberroteran Miér 13 Abr 2011, 10:12 am

Hola!!! Aqui tiene un nuevo capitulo de su novela favorita Mi Adorable Bribona :P

Bueno Lovely Last aqui te enteras que pasa con "rallis" si la atrapan o no :)

Nataly, querida ocupada es poco pero espero que tengas tiempo para seguir leyendo mis novelas y que te vaya muy bien en toda las cosas que estas haciendo.

Saben que no les habia dicho algo de los personajes pero como ustedes son muy inteligentes se deben haber dado cuenta de eso, pero aqui les va

Nicholas Malory - Nick Jonas
Orlando Malory - Orlando Bloom
Logan Alden - Logan Lerman
Johnny Malory - Johnny Deep
David Eden - David Henry
Chelsea Eden - Chelsea Keane
Joseph Malory - Joe Jonas
Demetria Malory - Demi Lovato
Peter Malory - Peter Facinelli
Keira Malory - Keria Knightley
Kevin Malory - Kevin Jonas

Estas son las referencias de la vida real de algunos personajes de la novela, existen otros personajes que no aparecen en esta lista debido a que los deje tal cual como aparecen el la novela original.
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Mensaje por gabiberroteran Sáb 16 Abr 2011, 8:29 am

Como que no quieren que siga con la novela porque ya no comentan :(
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Mensaje por lovely last Sáb 16 Abr 2011, 10:45 am

siento no haber comentado pero estube de exames y no pude espero que me perdones y subas cap
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Mensaje por gabiberroteran Sáb 16 Abr 2011, 12:30 pm

Capitulo 5


Encerrados esperando... ¿qué?

_____ perdió el poco color que le quedaba en las mejillas. ¿No había creído el hombre su historia, o simplemente estaba siendo prudente?

Esperaba que sólo estuviera siendo prudente. Al fin y al cabo, eran unos desconocidos hasta que su patrón certificara lo contrario iba a quedarse allí vigilando su puerta el resto de la noche, la situación en la que estaban metidos no haría sino empeorar.

Se volvió hacia Malory y vio que la miraba con curiosidad, arquea¬ndo una ceja. Se acercó a él y susurró:

―Nos ha encerrado.

―Maldita sea ―gruñó él en voz alta.

Eso digo yo. Ahora, amigo, pega la cabeza a una almohada y ponte a roncar, lo más fuerte que puedas. Tiene que creer que esta durmiendo «pa» que vaya a acostarse.

Dicho esto, no esperó a ver si obedecía. Regresó junto a la puerta tendió en el suelo para espiar por la rendija. En efecto, vio unos zapatos al otro lado. El criado seguía allí, probablemente con el oído pegado a la puerta.

Al no oír ningún ronquido, _____ se volvió hacia Malory y le miró enfadada. Éste elevó los ojos hacia el techo, con una mueca de indignación en los labios, como si su sugerencia fuese indigna de él. Y no fue directamente a la cama sino a la ventana, para calcular las posibilidades de escapar por esa vía. Debió de concluir que eran nulas, porque suspiró y se dirigió hacia la cama, saltó sobre ella y en¬sayó unos cuantos ronquidos hasta dar con uno que le dejó satisfe¬cho. Entonces siguió roncando con estruendo.

______ estuvo a punto de sonreír. El señor parecía muy contra¬riado por tener que hacer algo tan sencillo como roncar. Peor para él. En primer lugar, no estarían encerrados en una habitación del piso de arriba si él no hubiera entrado en la casa. Ella habría salido de allí sin ningún problema, en lugar de estar tendida en el suelo es¬perando que un criado receloso se cansara y fuera a acostarse.

No parecía que tuviera esa intención. Era probable que fuera a estar «de guardia» en el pasillo toda la noche. _____ casi podía imaginarse el ruido de la puerta de la cárcel al cerrarse tras ella y co¬menzaba a sentir náuseas.

Cada vez más desesperada, fue a examinar la ventana por sí misma. La conclusión de Malory había sido acertada. No era una vía de es-capatoria fácil, no sin una cuerda. No había ningún árbol cerca al que saltar, ni ningún alféizar por el que bajar.

Podían atar las sábanas para improvisar una cuerda, cosa que no se le habría ocurrido si aquellos dos ricachones no lo hubieran hecho esa misma noche, pero una ojeada a la habitación no reveló nada lo bastante consistente como para servir de soporte y resistir el peso de Malory. Tal vez la aguantaría a ella, pero no a él. La cama podría servir, pero era pequeña, para una sola persona, y tenía un armazón de madera que podía romperse. Y, de todos modos, quizás harían de¬masiado ruido al tratar de acercarla a la ventana.

Cuando finalmente se le ocurrió que el criado tal vez esperaba que apagaran la lámpara, _____ se habría dado de tortas. A pesar de que a su «amo» borracho la claridad le trajera sin cuidado, ¿por qué querría el «cochero» sobrio dormir con la luz encendida, a menos que no tuviera ninguna intención de dormir? Confiaba en que fuera eso lo que el criado estaba pensando, y en efecto, al cabo de diez minutos de apagar la luz, el hombre se alejó por el pasillo y bajó las escaleras.
Mientras tanto, Malory había estado probando una amplia gama de ronquidos que habrían hecho reír a _____ si no hubiera estado convencida de que estarían allí encerrados durante toda la noche. Era evidente que el criado desconfiaba de ellos, de lo contrario no habría permanecido tanto tiempo delante de la puerta de su habitación. Pero hubiera podido ser peor. Habría podido ir a despertar a su patrón, que quizás habría querido comprobar si faltaba algo de la casa y ella no habría podido evitar que registraran sus bolsillos y dieran con las joyas de Heddings.

Se acercó al señorazo y le dijo:

―Por fin se ha ido. Le daremos unos minutos «pa» que vuelva a acostarse.

―¿Y luego qué?

―Forzaré el cerrojo y saldremos de aquí.

―¿Puedes hacerlo?

_____ soltó un bufido.
―Claro que sí, y llevo mi ganzúa.

Se sacó una aguja gruesa del sombrero y la introdujo en el cerro¬jo. Fue coser y cantar. Las puertas de los dormitorios solían ser muy fáciles de abrir.

Al cabo de unos segundos dijo:

―Vamos. Saldremos por la puerta principal. Como ya saben que hemos estado aquí, no se extrañarán si la dejamos abierta.

No esperó a ver si él la seguía. Nada más salir, echó a correr y no miró atrás ni se detuvo hasta que llegó hasta los árboles. Entonces se paró, pero sólo para recobrar el aliento y orientarse. No tardó mucho en vislumbrar las luces del carruaje a través del espeso follaje. En¬tonces Malory llegó junto a ella.

Él la cogió del brazo para conducirla durante el resto del trayecto hasta el coche. _____ trató de soltarse, pero sólo sirvió para que él la sujetara rodeándole los hombros con el brazo. Era evidente que no confiaba en que entregara las joyas ahora que habían salido de la casa de Heddings sanos y salvos.

Sin la amenaza de un criado encañonándolos con una pistola, a _____ la trastornaba estar tan cerca de Malory. Había permitido que le rodeara los hombros con el brazo cuando subieron las escale¬ras de la mansión y no había sentido más que su propio miedo. Pero ahora era distinto. Ahora notaba el largo cuerpo de él apretado contra su costado, su muslo musculoso, su cadera y su torso duro, y sentía lo bien que ella encajaba bajo su brazo, percibiendo el calor que ema¬naba de él... ¿o acaso de ella? Recordaba lo terriblemente guapo que era, aunque no podía verle la cara en la oscuridad del bosque. Recor¬daba aquellos incitantes ojos cafes observándola dentro del coche, como si pudieran ver a través de su disfraz.

Si entonces se detuviera allí mismo y la volviera hacia sí, ella habría estado dispuesta a cualquier cosa que él se propusiera. Malory se paró. El corazón de _____ empezó a latir tan fuerte que hasta podía oírlo. Iba a hacerlo, acercaría sus labios a los de ella. Su primer beso, y del hombre más apuesto que había conocido nunca. Sería sublime. Lo sabía y contuvo la respiración, temblando de impaciencia.

Él la empujó al interior del coche. Sólo se habían parado para que pudiera abrir la portezuela del vehículo donde Logan les estaba aguardando.

Más desalentada de lo que estaba dispuesta a admitir, _____ se sentó y miró enojada a Malory en cuanto éste ocupó el asiento frente a ella. La mayor parte de su enojo se debía a lo que acababa de ocurrir, o lo que no había ocurrido... sólo en su imaginación, por supuesto. Pero eso no evitó que se sintiera contrariada. Aunque Malory no debía conocer sus pensamientos. Debía atribuir su ex¬presión únicamente al tema que ella sacó a relucir.

―Ha sido lo más estúpido que he visto nunca ―le dijo―. ¿Te das cuenta de que nos han pillado por tu culpa? Si querías entrar en la casa, podrías haber robado los anillos tú mismo. ¿«Pa» qué me necesitabas entonces, eh?

―¿Qué ha ocurrido? ―inquirió Logan, pero no le hicieron caso.

―Has tardado más tiempo del necesario ―señaló Malory con frialdad. Si no, no habría entrado.

―¡No habían pasado ni diez minutos!

―Pues han sido diez minutos desmesuradamente largos. Pero ahora todo esto no tiene importancia.

―¡De poco consigues que nos maten! Yo no diría que eso no tiene importancia, amigo.

―¿Qué ha ocurrido? ―preguntó Logan de nuevo.

―Nada que este jovenzuelo no supiera resolver ―admitió Ma¬lory. Y volviéndose hacia _____, como si no hubiera atizado su orgu¬llo con ese cumplido informal, añadió―: Veamos qué has encontrado, para comprobar si ha merecido la pena tomarse tantas molestias.

―Cuando hayas arrancado el coche ―replicó ella, algo apaci¬guada por el hecho de que él reconociera que le había salvado el pe¬llejo. No estaremos a salvo hasta que nos vayamos de aquí.

―Muy cierto ―asintió Logan, y golpeó el techo del vehículo para decir al cochero qué emprendiera el regreso hacia la ciudad―. Ahora, por favor, no me tengáis más sobre ascuas.

Puesto que no era lord Malory quien insistía, _____ no vio ningún motivo para rechazar la petición de su amigo. Procedió a vaciarse ¬los bolsillos sobre la banqueta, incluido el fajo de billetes, recogió ¬todo el montón y lo dejó caer sobre el asiento de enfrente entre los dos tipos ricos. Incluso se volvió los bolsillos del revés para de¬mostrarles que no se quedaba con nada.

Logan se abalanzó de inmediato sobre una sortija de aspecto an¬tiguo exclamando:

―«¡Santo Dios, sí!» ―Se llevó la joya a los labios para besarla y luego, con una prisa indecorosa, se la puso en el dedo al que aparentemente correspondía―. ¡No sé cómo agradecértelo, querido muchacho! Te doy... –Su gratitud se interrumpió bruscamente cuando las joyas volvie¬ron a llamar su atención―. ¡Oh, aquí está la otra! ―exclamó, y des¬parramó las alhajas para coger el segundo anillo del montón.

―Te damos las gracias, chico ―dijo lord Malory, completando el pensamiento de Logan.

―Muchísimas gracias ―agregó Logan, sonriendo a _____.

―Yo no diría tanto ―objetó Malory.

―Habla por ti, viejo amigo. No eras tú quien tenías que esconderse de tu madre.

―Yo no tengo madre.

―Entonces de Ker.

―Entendido ―admitió Malory, sonriendo.

― ¿Ker? ― Inquirió ¬¬¬¬¬______.

―Mi madrastra.

―¿Se llama Ker? ―dijo ella, sorprendida.

Cuando el joven lord se echó a reír, sus ojos de color café cen-tellearon.

―En realidad se llama Keira, pero mi padre se lo abrevió sólo para llevarle la contraria. Es su costumbre, ¿sabes?

No lo sabía ni quería saberlo. Había hecho lo que le habían pe¬dido ―mandado― que hiciera. Y con éxito, de modo que no tenía necesidad de repetirlo. Ahora sólo deseaba volver a casa, enfrentarse a Dagger... y comprobar si todavía tenía un hogar.

Al recordarlo, su semblante se entristeció. Ellos no se dieron cuenta. Todavía contemplaban la pila de joyas relucientes.

Logan señaló con el dedo un enorme colgante de forma ovalada rodeado de esmeraldas y diamantes.

―Esto nos resulta familiar, ¿no te parece? ―dijo a su amigo.

―Desde luego. Admiré los senos de lady Katherine más de una vez cuando este dije adornaba su pecho.

―No la tenía por una aficionada al juego. Y no creo que estu¬viera dispuesta a desprenderse de algo así.

―No lo es. Oí decir que se lo robaron hace unos meses mientras estaba de vacaciones en Escocia.

―¿Me tomas el pelo, compañero?

Para entonces Malory fruncía el ceño.

―No, y esta pulsera también me resulta familiar. Juraría que mi prima Demetria la lucía las pasadas Navidades. No recuerdo haberle oído decir que se la robaran, pero sé que no es nada aficionada al juego.

―Vaya, ¿insinúas que lord Heddings es un ladrón? ―inquirió Logan.

―Eso parece, ¿no?

―Cuánto me alegro. No sabes lo culpable que me hacía sentir todo este desagradable asunto.

Malory pilló a ____ poniendo los ojos en blanco al oír ese co¬mentario, y ella se dio cuenta de que él hacía un gran esfuerzo para sonreírle. Pero Logan aún no había terminado, y su siguiente pre¬gunta hizo que el joven lord asumiera una expresión más seria.

―Pero ¿qué vamos a hacer al respecto?

―No podemos hacer nada al respecto sin implicarnos a nosotros mismos y a nuestro joven amigo.

―Bueno, qué le vamos a hacer. Detesto ver a un ladrón salirse alegremente con la suya sin que pague por... ello... ―Logan intercep¬tó la mirada significativa de _____ y carraspeó―. Exceptuándo¬te a ti, muchacho, naturalmente.

―No te olvides de vosotros ―dijo _____ con desprecio―. Afanar esas joyas no ha sido idea mía.

―Tienes razón ―respondió Logan, sonrojándose.

Pero lord Malory observó con desagrado:

―No, tu idea era vaciar nuestros bolsillos, por lo que no hay necesid-ad de acusar a nadie.

El calor de los múltiples sonrojos que experimentó _____ habría dado para encender el brasero del coche. Detestaba de veras que volvieran las tornas contra ella. Pero, dadas las circunstancias, se quedado sin argumentos de réplica.
Aquel tipo era ágil, y desconfiado, o de lo contrario no la habría seguido al interior de la casa para cerciorarse de que cumplía con su misión. También era astuto, e inteligente. No tenía la menor duda de que todo aquello había sido idea suya.

Era una lástima que no fuese un imbécil como su amigo. Antes, le había llamado tonto para sus adentros, pero sabía que no lo era. De haberlo sido, probablemente _____ habría conseguido zafarse ¬de aquel asunto. Incluso podría conseguirlo ahora... si él no hu¬biera sido tan guapo. Pero le costaba pensar con lógica cuando él la miraba con aquellos ojos de color café. El ingenio y la inteligen¬cia de _____ la habían abandonado, dejando atrás una boba que estaba irremisiblemente fuera de su elemento.

gabiberroteran
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Mensaje por nataly jonas Dom 17 Abr 2011, 5:19 pm

holaaaaaaaaaaaaaa gabi que cres ando de vacasiones desde ayer y por dos semanas ya me las merecia ayer no te comente porque me fui a una fiesta con mis amigas y llege algo tarde pero bueno ya estoy a aqui y por supueto seguire leyendo tus noves estarya loca si dejara de hacerlo bueno sigelas estan buenisimas
nataly jonas
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