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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

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Mensaje por ThatBitch. Miér 07 Nov 2012, 6:56 am

Carla Smile escribió:OMGGG!!!!

Cuando lei que ibas a subir tantos capítulos seguidos pensé que no me los iba a poder leer todos... pero me han dejado con ganas de más!!

Espero que la puedas seguir pronto linda...

Muchos besos!


GRACIAS POR PASARTE CARLI!! SI, ENSEGUIDA SUBO MAS CAPITULOS ☻

@Feer_BiebsDirectioner escribió:Linda :) Seguila :C


HOLA!! BIENVENIDA ☻
ThatBitch.
ThatBitch.


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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 2 Empty Re: Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

Mensaje por ThatBitch. Miér 07 Nov 2012, 6:57 am



Capítulo 8

—Debe pensar que soy un capullo —se dijo James esbozando una mueca de dolor.

Se quedó de pie ante el gran ventanal de su despacho y, con las manos enlazadas en la espalda, observó a la multitud que se agolpaba en el piso inferior. Aunque el club no estaba completamente lleno, había muchísima gente. Por la enorme ventana podía ver hasta el último rincón del club. Justo como a él le gustaba. No se le escapaba ni un solo detalle. Ni uno.

En especial, no se le escapaba ningún detalle referente a Hanna Fawks.

Al verla trabajar, una punzada de penetrante anticipación le quitó el aliento. Estaba totalmente embelesado; parecía no poder dejar de mirarla. El ceñido uniforme que llevaba no dejaba espacio alguno a la imaginación. La sedosa tela del vestido estaba llena de lentejuelas que relucían cuando ella se movía y resaltaban los firmes pechos, las esbeltas caderas y las largas, elegantes y fibrosas piernas. Era atractiva y tentadora; una mujer con un cuerpo más sexy que el pecado y una boca hecha para chupar.

Kipling dijo en una ocasión que las mujeres no eran más que harapos, huesos y una larga melena. ¡Dios, no! Kipling se equivocaba. Las mujeres eran húmedas y suculentas. Y James sería capaz de vender su alma a cambio de poder disfrutar una sola noche de los atentos favores de Hanna.

Tenía los labios ligeramente separados y su respiración se aceleró. Se aflojó los botones del cuello de la camisa y suspiró con deseo. Al imaginar que aquellos preciosos muslos se abrían para dejar paso a su polla, una oleada de calor estalló en su ingle. Y cuando en su mente la vio dispuesta, un sudor frío le empapó el cuerpo.

La excitación aumentó aún más en algunas partes estratégicas de su cuerpo. Y más...

Gimió con suavidad y dejó caer la cabeza hacia delante; parecía que su cuello hubiera perdido la fuerza necesaria para mantenerla erguida. Desde el momento en que Hanna entró en su despacho, había acaparado hasta el último de sus pensamientos, ya estuviera despierto o dormido. ¿Se atrevía a pensar por qué? «No. Es imposible.»

Se pasó la mano por la frente para limpiarse el sudor e intentó alejar ese inquietante pensamiento de su mente. Pero no le iba a resultar tan sencillo: aquel sentimiento estaba clavado en lo más profundo de su ser. La pérdida de control que estaba sufriendo era tan intensa que resultaba hasta vergonzosa. No había vuelto a sentirse así por una mujer desde...

Una única palabra se le escapó de los labios, un nombre tan bonito que le costaba decirlo en voz alta.

—Mikaela.

El parecido entre ellas era espeluznante, desde su pelo negro como el plumaje de un cuervo hasta sus plateados ojos azules. Con sólo mirar a Hanna Fawks se le paraba la respiración. Había sido incapaz de quitarle los ojos de encima desde el primer día que la vio.

Una instantánea y magnética atracción surgió entre ellos. James había sentido cómo aquella atracción se introducía en su cuerpo tan profundamente que llegó hasta sus huesos.

No le cabía ninguna duda de que ella había sentido lo mismo. La apasionada reacción física de Hanna envió un eléctrico mensaje a su mente. Su cuerpo había respondido a sus fantasmales caricias del mismo modo que respondería a las caricias físicas. Estaba seguro de que no se equivocaba. Debajo de esa apariencia distante se escondía el alma de una fiera que deseaba ser liberada.

Tentadora, misteriosa y erótica, Hanna se comunicaba con él como si de un enigmático sueño de exquisito encanto se tratara. La cara y el cuerpo de esa chica ya eran lo suficientemente provocativos, pero su terquedad penetraba en James con tanta fuerza que no podía dejar de pensar en que tenía que conseguir probarla como fuera.

Quería más.

El deseo se erigía con fuerza. Cuando James ponía los ojos sobre una mujer, jamás se conformaba con un no por respuesta. Una negativa era una patada a su ego; era una sensación que no le gustaba en absoluto.

Suspiró profundamente, intentando acallar su creciente frustración sexual. En su mente se desplegaban todo tipo de fantasías eróticas. Notó que la erección amenazaba con romper las costuras de sus pantalones. La necesidad hervía bajo su calmada apariencia.

James se metió una mano en el bolsillo y empezó a acariciar la palpitante longitud de su miembro. Imaginó cómo le quitaría el uniforme a Hanna y cómo le separaría las esbeltas piernas para poder hundir su cabeza entre ellas y absorber su esencia. ¿Sabría dulce como el melón? ¿O sabría a chocolate amargo?

Justo cuando empezaba a pensar en meterse en el lavabo para dar rienda suelta a sus fantasías, se abrió la puerta de su despacho. Unos inoportunos pasos sonaron sobre la moqueta y se pararon justo detrás de él. El momento perfecto para interrumpir sus pensamientos más carnales.

«¡Pillado!» Lo habían pillado masturbándose en su despacho. Si hubiera dado una última buena sacudida a su erecto miembro hubiera provocado una erupción.

Rosalie Dayton se acercó al ventanal. Era una mujer con aire inflexible y terriblemente controladora. Sólo se preocupaba por los negocios y no le gustaban nada las tonterías. Se decía que la tierra temblaba a su paso. Su semblante era pétreo y severo, y muchos estaban convencidos de que meaba hielo y comía gravilla.

James se volvió rápidamente para esconder la embarazosa evidencia de su apetito carnal. No tuvo mucha suerte. Su erección se mostraba majestuosa, de frente y centrada. Una cruda protesta escapó de sus labios.

—¡Por Dios, Rosalie! ¿Es que no sabes llamar a la puerta? —La humillación lo cortaba como una cuchilla.

La mujer, con los brazos cruzados bajo el pecho, miró hacia abajo. Arqueó una única ceja con aire desaprobador.

—Acuérdate de la norma —dijo ásperamente—. No se puede acosar al servicio.

Lo habían pillado con las manos en la masa y la erecta polla de James se deshinchó precipitadamente. El bisturí verbal de Hanna ya había cortado algunos centímetros de su virilidad. Tal vez Rosalie querría cortar el resto.

—No estoy molestando a las chicas —su voz, profunda y gutural, apenas le resultó reconocible.

Rosalie se empujó firmemente la mejilla con la lengua.

—Sí, claro. Entonces, dime que no te he visto antes en la pista con Hanna. —Arqueó un poco la ceja e inclinó la cabeza ligeramente hacia abajo para mirarlo por encima de la gruesa montura de sus bifocales—. Me ha parecido que te ponías un poco pulpo con ella, James. —Frunció el ceño como una solterona frustrada—. Eso es un no rotundo y tú lo sabes.

James protestó en silencio. Rosalie estaba ya cerca de los setenta, pero el tiempo no había mermado ni un ápice sus capacidades mentales. Era como un sabueso siguiendo un rastro; no se le escapaba nada.

—Sólo estaba preocupándome por cómo le iba la primera noche de trabajo. —Se aferró a esa explicación y rezó para que sonase lógica.

Para nada. No podía sonar menos convincente.

La mujer resopló.

—Eso es mentira y lo sabes. Sé reconocer muy bien cuando se te antoja una de las chicas. —Los ojos de Rosalie buscaron la fuente de la inmediata incomodidad de James y frunció el ceño—. Tú eres capaz de oler un coño joven y caliente a través de una pared de hormigón.

Una sombría sonrisa curvó los labios de James. Se sentía las mejillas rígidas y extrañamente tensas. Aún tenía el pulso acelerado por su reciente excitación y su piel parecía demasiado pequeña para dar cabida a su esqueleto.

—Es alucinante que siempre sepas lo que me pasa por la cabeza.

Rosalie, que no estaba precisamente de buen humor, ondeó un encorvado dedo en el aire.

—Pues a mí lo que me alucina es el número de veces que te tengo que recordar que no mezcles el trabajo y el placer. Una cosa es que vayas por ahí con todo tipo de gentuza impúdica en busca de una gatita. A nadie le importa el número de putas que te follas. Pero los negocios son los negocios. Ya deberías saberlo.

James asintió sin contestar. Tal vez así daría la impresión de estar prestando atención.

Rosalie, decidida a no dejarse ignorar, no se detuvo.

—El Mystique es lo único que te hace respetable, y no lo consigue demasiado. ¿Cuántas mujeres te follas a la semana? ¿Cuatro? ¿Cinco? ¿Más?

James no se molestó en discutir los números. Rosalie era una de sus únicas confidentes y sabía muy bien que él era un hedonista sexual que satisfacía sus caprichos incluso cuando no tenía que hacerlo. Se humedeció los labios antes de contestar.

—Tienes razón. Ya conozco las normas.

Rosalie eliminó el enfado de su tono.

—Entonces intenta actuar como si las recordases. —Se volvió a colocar bien las gafas sobre la nariz y observó el club por el opaco ventanal—. Esa chica es muy buena. Trabaja duro. Creí que no aguantaría ni una hora.

James también miró. Encontró fácilmente la figura de Hanna entre la multitud. Llevaba una bandeja llena de bebidas y se deslizaba por la pista con habilidad; si algún cuerpo errante tropezaba con ella, no perdía el equilibrio. Entrecerraba los ojos cuando algún hombre aprovechaba para tocarle los muslos al agacharse para servir las bebidas.

Los celos le hicieron sentir a James un nudo en el estomago. Algo se lo comía por dentro cuando veía cómo a los clientes habituales se les caía la baba con ella. Los hombres podían oler la carne fresca. Eran como una manada de perros de caza: probablemente, todos y cada uno de los hombres que había allí intentarían embaucarla para poder llevársela a la cama. Le dieron ganas de bajar a romperle todos los dedos de las manos a aquel tipo por haberla molestado.

Pero no fue necesario. Hanna sonrió y aplastó la mano de aquel hombre. Su mensaje fue claro y cristalino: si quieres mirar estupendo, pero las manos quietecitas.

—Tiene clase. —Rosalie sonó muy orgullosa de su propia observación; asintió satisfecha—. Sería una estupidez perderla. Se maneja muy bien. El cliente no se ha ofendido y probablemente la reacción que ha tenido le proporcionará una buena propina.

El descontento rugía en el interior de James. Él no estaba en absoluto de acuerdo.

—Ella no pertenece a ese mundo; no debería exponerse a que la sobe esa gentuza tan vulgar.

—Tienes razón. Por cierto, me tomé la libertad de comprobar sus referencias. Realmente necesita el trabajo. Al perder su negocio lo ha perdido todo.

James apoyó una mano sobre el cristal de la ventana y se acercó más. La exigente palpitación que rugía en su pecho se negaba a aflojar.

—Yo podría cambiar toda su vida —murmuró suavemente—. Le podría dar cosas con las que nunca ha soñado.

Rosalie, como un perro protegiendo un hueso, lo miró con recelo.

—Estás albergando pensamientos muy peligrosos. Te aviso ahora: sea lo que sea lo que estás pensando, ¡no lo hagas! —Lo miró fijamente desafiándolo a contradecir su edicto. Ella era una leal y fiel centinela; su trabajo consistía en defender el de James.

Se hizo una larga pausa y entonces él dijo suavemente:

—Nunca haría nada que pudiera lastimarla.

Otro silencio.

¿Cómo podía explicar la atracción que sentía por Hanna? No podía. Incluso aunque le explicase hasta el enésimo detalle, Rosalie no lo entendería. Los humanos podían conocer a los Kynn, pero no conocían realmente a los Kynn. Hasta que no entró en el reino de lo oculto, ni tan siquiera él comprendió aquel invisible mundo. Nadie podía. No había explicaciones suficientes. Sólo la experiencia podía explicarlo todo.

—Todo cuanto necesitas saber es que algún día será mía. Nada de lo que puedas decir importa.

Ella apretó los labios con fuerza.

—Me temía que dirías eso.

James esbozó una corta y molesta sonrisa.

—Parece que estés pensando que voy a atarla y violarla —dijo casi a media voz.

Se volvió a hacer el silencio entre ellos.

Finalmente, Rosalie le puso a James una amable mano sobre el hombro. A pesar de lo malhumorada que era por fuera, la mayor parte de su crispado semblante era pura fachada.

—Ya sé que no le harías daño, James. —Lo agarró con más fuerza; parecía querer imprimir mayor énfasis a sus palabras—. Pero a veces pienso que tu mundo exige mucho de nosotros, los pobres humanos. Si abres los ojos de Hanna a lo que realmente eres tal vez no le guste lo que vea. —El cariñoso aviso oscureció sus palabras.

James cogió las manos de la mujer entre las suyas y acarició la piel que cubría sus venas azules. Los ojos de James se posaron entonces en el rostro de Rosalie. Recordaba perfectamente que hubo un tiempo en el que no se dibujaba ni una sola arruga en sus mejillas. El tiempo había pasado inexorablemente y él no se había dado cuenta.

Una horrible sensación de depresión y desesperación se adueñó de él por un momento. De repente, como si de un prisionero que cuenta los días que le quedan para alcanzar la libertad se tratara, se dio cuenta de que él no había estado viviendo. Sólo existiendo.

—Yo fui humano. —Su voz sonó ronca. La emoción amenazaba con hacerle un nudo en la garganta y tragó saliva—. Y no hace tanto tiempo como tú crees.

La dulce sonrisa de Rosalie vaciló.

—Entonces intenta recordar lo que es ser humano. Por favor, piénsatelo dos veces antes de arrastrar a Hanna a algo por lo que tal vez te odie toda la vida. Ella no se merece vivir un infierno...

Antes de que él pudiera replicar, Rosalie apartó la mano. Lo dejó allí plantado y se marchó sin mirar atrás. La puerta se cerró tras ella suave, pero firmemente.

James cerró los ojos y se frotó los párpados con fuerza. Se sentía expuesto, desnudo.

—Mierda.

No quería hacerle daño a Hanna. Jamás. Antes se cortaría el brazo derecho que causarle ni el más mínimo dolor de cabeza.

Pero al mismo tiempo, no quería olvidarse de ella. No. Le resultaba imposible mantener una distancia emocional con ella. Sobre todo porque estaba deseando cogerla entre sus brazos, apretarla contra su cuerpo y hacerle el amor larga y pausadamente mientras se sumergía en sus encantadores ojos.

El cansancio se apoderó de él.

No había dormido desde hacía días y apenas había comido. Tenía que comer, pero ya lo haría más tarde. En aquel momento su apetito lo había abandonado.

Se quitó la chaqueta y la puso sobre una de las sillas para las visitas que había frente a su mesa. Tenía un montón de papeleo por revisar. Se sentó y lo apartó a un lado. ¡De eso nada! Tendría que esperar.

Inclinándose hacia atrás apoyó los pies en el escritorio. Se desabrochó el incómodo último botón de la camisa y se aflojó la corbata. Se tocó la garganta con los dedos. La marca aún estaba allí; aquella pequeña cicatriz le cruzaba la yugular. No era un corte mortal, sólo lo justo para marcarlo.

«Puedo encontrarlo rápidamente incluso después de todo el tiempo que ha pasado.»

Tenía más cicatrices bajo la ropa, todas ellas evidencias de las veces que Mikaela se había alimentado. Haberla dejado chuparle la sangre incluso cuando estaba dentro de ella fue una experiencia increíblemente espiritual. Cuando se unieron como pareja, él creyó que sería para siempre.

Resultó que ese «para siempre» no duró ni una década.

—Llevas solo demasiado tiempo —murmuró para sí mismo—. Eso no es natural para un Kynn.

Estar con un humano sólo tenía un propósito: saciar el apetito de energías físicas. Con una Kynn hembra, las sensaciones eran muy distintas. Podía hacer el amor dando placer al mismo tiempo que lo recibía.

James exhaló un tembloroso suspiro. El recuerdo de la caricia de Mikaela aún lo obsesionaba. Había pasado tanto tiempo desde su asesinato que creía que se había acostumbrado a estar solo, que podía aceptar vivir sin una pareja de sangre. Cuando miraba a Hanna, no sólo aumentaba el vacío en su corazón, sino que también confirmaba una gran verdad: sin su alma gemela, su pareja de sangre, él era tan absurdo como un empapelador con un solo brazo.

James se desabrochó la camisa. Al abrirla, su pecho desnudo quedó al descubierto. Justo encima de su pezón izquierdo tenía una marca de nacimiento. Hanna Fawks tenía una exactamente igual. En el muslo izquierdo. ¿Coincidencia?

El no creía que fuera una coincidencia. Del mismo modo que no creía que Mikaela hubiera vuelto a él. Se le hizo un nudo en la garganta; la turbación corría libremente por sus venas. No, su magnífica señora había hecho mucho más que eso. Le había mandado una señal, un regalo... y su bendición.

«Sigue adelante —le estaba diciendo—. Vive de nuevo. Ama de nuevo.»

Había pasado mucho tiempo desde que se planteó por última vez introducir un humano al colectivo Kynn. Muy pocos le habían parecido lo suficientemente dignos como para recibir ese regalo.

Hanna le parecía digna de recibirlo. Era una mujer que emitía vibraciones de intensa sexualidad y tenía una poderosa fuerza vital. Una fuerza que estaba esperando que el hombre adecuado la hiciera estallar.

James levantó la barbilla con determinación.

—Yo seré ese hombre.

ThatBitch.
ThatBitch.


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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 2 Empty Re: Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

Mensaje por ThatBitch. Miér 07 Nov 2012, 6:59 am



Capítulo 9

Cuando por fin acabó la noche, lo único que quería Hanna era irse a casa. Pero por lo visto no iba a ser tan sencillo.

Frunció el ceño e hizo girar las llaves por segunda vez. Con fuerza. El motor emitió un débil zumbido. Ni luces en el salpicadero, ni vida de ninguna clase. Nada. Mierda. Fantástico. Primera noche de trabajo y su coche decide morir en el aparcamiento.

Miró a su alrededor. Los demás empleados se dispersaban rápidamente.

Suspiró con frustración.

—Genial, supongo que me he quedado tirada.

Debería haberse imaginado que, tarde o temprano, se encontraría en esa situación. Últimamente, su camioneta (que arrastraba ya veinte años a sus espaldas) la había estado avisando. Al principio emitía quejidos y expelía todo tipo de gases, además la transmisión chirriaba a todas horas. Justo cuando más la necesitaba, aquella vieja tartana, a la que había apodado «la puta azul», finalmente pasó a mejor vida.

Hanna se inclinó hacia delante y apoyó la cabeza en el volante. Esbozó una mueca agria. «¡Qué suerte tengo!» No le quedaba otra salida que llamar a la grúa.

Esa idea la hizo palidecer. La factura de la grúa acabaría definitivamente con sus preciadas reservas económicas. No quería ni pensar en las reparaciones. Teniendo en cuenta la antigüedad del vehículo, probablemente arreglarlo sería más caro que el maldito cacharro entero.

Se sentía exhausta.

Alguien golpeó con suavidad la ventanilla.

—¿Está usted bien, señorita Fawks? —Formal, seco y muy correcto, aquel tono de voz era inconfundible.

Hanna se sintió abochornada. «Los dioses deben odiarme.» Ni siquiera se planteó que tal vez los dioses sólo estaban sonriendo un poco. La única cosa que veía al final del túnel era un tren acercándose a toda velocidad.

Después de prácticamente haber mandado a Carnavorn a la mierda, había intentado mantenerse lo más alejada posible de él y había rezado todo lo que sabía para que no la hiciera subir a su despacho y la despidiera. Para su sorpresa, él también había estado manteniendo las distancias. Hanna dio las gracias a la Providencia: había conseguido acabar la noche conservando su trabajo intacto y, mientras salía por la puerta de atrás, esperaba poder escapar sin que él se diera cuenta.

Se incorporó y, rápidamente, se puso algunos mechones de pelo detrás de las orejas y se frotó los ojos: se le corrió el rímel. No le importaba en absoluto. Su maquillaje había perdido el brillo hacía ya muchas horas. Tenía la nariz aceitosa, las mejillas pálidas y el rímel hecho un pegote. Después de haber pasado ocho horas de pie en un local lleno de humo se podía decir que estaba hasta guapa.

Tampoco es que ese tema le importase en absoluto.

Le dolían los pies, la cabeza la estaba matando y sentía que se le iban a salir los ojos de las órbitas. Y, encima, su maldito coche la había dejado colgada. En su caso, la ley de Murphy estaba haciendo horas extras.

Hanna bajó la ventanilla. Sus ojos se encontraron con los de James, él la miraba con curiosidad, ella con cautela.

—Estoy bien. Sólo he tenido un ligero contratiempo. Mi coche no arranca. —Metió la mano en el bolso y sacó el teléfono móvil—. Sólo tengo que llamar a la grúa y todo solucionado.

En los labios de James se dibujó una irritante sonrisa.

—Pueden tardar mucho en llegar. ¿Por qué no me dejas que te lleve a casa?

Hanna negó con la cabeza; recordaba perfectamente lo que había sucedido entre ellos hacía sólo unas horas. Aunque no parecía que James le guardase rencor, quedarse a solas con él no parecía ser la opción más inteligente. Y no porque no confiase en él, sino porque no confiaba en ella misma. Aquel hombre, delgado, tonificado y con un cuerpo tan firme que parecía una estatua, era capaz de ponerla a cien con sólo rozarla. La primera vez había sido capaz de decir que no. Si ocurriese una segunda vez, no creía que pudiera rechazarlo.

Lo más inteligente que podía hacer era mantenerse fuera de su alcance. Le había hecho pensar en todos los placeres relacionados con el cuerpo de un hombre que se le ocurrieron (incluyendo algunos que se podía imaginar, pero que no había probado nunca). Hacía un año hubiera estado preparada, dispuesta y capacitada... Ahora se sentía como un cachorro asustadizo del que habían abusado. Tenía muchas dudas. Un guapísimo hijo de puta, muy atractivo y con una sensual sonrisa, había destruido y quemado todas sus emociones. Aquella experiencia había resultado devastadora económica y emocionalmente.

Y está claro que el gato escaldado del agua fría huye. La faceta más testaruda de Hanna salió a flote y negó con la cabeza.

—Mi coche seguiría estando parado aquí. Si me lo llevo a casa esta noche, podré llevarlo al mecánico a primera hora de la mañana. —Su coche era una auténtica basura, el parachoques trasero estaba abollado, tenía más óxido que pintura y el lado del copiloto tenía una inclinación muy peculiar como resultado de una reparación un poco chapucera.

El se encogió de hombros.

—Como quieras...

Cuanto antes solucionara aquel desastre, antes se podría ir a casa. Sola. Le dolían hasta las pestañas y lo único que quería era darse un largo baño caliente y apoyar la cabeza en una almohada.

Marcó el número de información y le dieron el teléfono de la grúa. Una voz femenina le informó de que podían mandar una grúa, pero que tendría que esperar por lo menos una hora, quizá más.

Cerró el teléfono y lo guardó.

—Ya están avisados. Tardarán una hora, tal vez más. Supongo que tendré que esperar.

James se inclinó sobre el coche.

—Esperaré contigo.

Hanna no sabía muy bien qué pensar o qué hacer. El club estaba cerrado y el aparcamiento era un desierto. Aunque estaba bien iluminado, estar a esas horas de la noche en un espacio tan abierto resultaba muy inquietante. Como el club estaba situado a las afueras de la ciudad, cuando cerraban, la gente se marchaba muy rápido.

Si alguien quería acosar a una mujer sola, no había allí nada que se lo impidiera. Miró a James. Un deseo líquido se deslizó lentamente entre sus piernas. «Y si alguien quisiera acosar a una mujer totalmente dispuesta, tampoco habría ningún impedimento.»

Hanna, decidida a no morder el anzuelo, sacudió la cabeza para aclarar sus ideas. Definitivamente no era algo en lo que debía pensar. Se pasó una mano por el estómago intentando aliviar la presión que sentía. No funcionó.

—Es muy amable por tu parte, pero no tienes por qué quedarte. —Esperaba que James entendiera la indirecta y se marchase. Echar al dueño de su propio aparcamiento no resultaba sencillo.

Él, preocupado, achinó los ojos.

—No puedo dejarte aquí sola... —empezó a decir.

Hanna seguía convencida de que se iría. Puso el seguro. En ese momento no tenía mucho sentido dado que la ventanilla estaba bajada, pero esperaba que no se quedase así mucho tiempo más.

—Puedo cerrar las puertas hasta que llegue la grúa. Y tengo mi teléfono móvil. Estaré bien. De verdad.

Las palabras de Hanna no lo hicieron ceder.

—En lugar de quedarte aquí sentada tú sola, ¿por qué no me dejas invitarte a una taza de café? —Señaló la carretera con la cabeza—. Hay una cafetería a menos de cuatrocientos metros de aquí. Podemos ir a comer algo y estar de vuelta para cuando llegue la grúa.

Justo en ese momento a Hanna le sonaron las tripas.

Hacía muchas horas que no comía nada, y una cremosa taza de café con azúcar le sentaría de maravilla.

Sin embargo, seguía dudando.

No confiaba nada en los hombres. Sobre todo en los melosos embaucadores con un aspecto tan devastador que podían hacer que cualquier mujer cayese rendida a sus pies.

—De verdad, no hay motivo por el que deba retenerte.

James se encogió de hombros.

—No tengo donde ir; nadie me echará de menos si no aparezco.

Qué curioso, ella podía decir exactamente lo mismo. Hanna esquivó ese comentario. No admitiría bajo ningún concepto que podía desaparecer tras una cortina de humo y nadie la echaría de menos hasta que hubiera que pagar las facturas. Estar sola era definitivamente una mierda, pero que te jodan la vida y luego te abandonen era mucho peor.

Si hubiera lanzado una moneda al aire para decidirse, hubiera preferido que ganara la opción de quedarse sola y que James se fuera. Si estaba sola nadie la decepcionaba, nadie le mentía, nadie utilizaba indiscriminadamente su tarjeta de crédito y le robaba el portátil antes de desaparecer.

—Mmm..., me quedaré aquí.

James, sin desanimarse, se agachó. Estaba más cerca de ella de lo que lo estuvo en el club. La sutil esencia de su loción para el afeitado potenciaba el olor a piel de hombre caliente. Era un tentador aroma muy seductor.

¡Oh, Dios! Hanna agarró el volante con fuerza. Se puso a temblar y sus hormonas empezaron a amotinarse de nuevo. La fuerza de voluntad amenazaba con abandonarla.

—La verdad es que no debería. —Y entonces, para ser más correcta, añadió—: Pero gracias por el ofrecimiento.

Brillantes destellos de electricidad parecían bailar en las profundidades de los ojos de James, que no apartaba ni un momento su inquebrantable mirada de Hanna.

—Sólo una taza de café. Te prometo que volveremos antes de que llegue la grúa.

Ella, casi hipnotizada, parpadeó con fuerza. Maldita sea, se lo estaba poniendo muy difícil.

—Yo... —incapaz de continuar se humedeció los labios.

Antes de que pudiera acabar, James puso un solo dedo sobre sus labios y la hizo callar. La electricidad crepitaba entre su dedo y sus labios.

—¿Aceptarías si prometo no seducirte? —preguntó.

ThatBitch.
ThatBitch.


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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 2 Empty Re: Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

Mensaje por ThatBitch. Miér 07 Nov 2012, 7:01 am



Capítulo 10

Hanna se sentó a una mesa que tenía bancos a ambos lados y colocó el bolso entre su cuerpo y la pared. Poder sentarse y relajarse después de haber pasado ocho largas horas de pie era más que un alivio, era una bendición. Tendría que acostumbrarse a estar despierta toda la noche. Normalmente, no se iba a la cama más tarde de las once. Trabajar en el Mystique significaba tener que estar atenta y preparada para mover el culo en cualquier momento.

James se quitó el abrigo. La camisa blanca que llevaba bajo el chaleco abrazaba sus anchos hombros. La tonalidad gris perla combinaba perfectamente con el tormentoso gris de sus ojos. Se aflojó la corbata y se desabrochó algunos botones de la camisa ofreciendo una imagen muy sexy de su pecho. Llevaba una barba de tres días que le oscurecía la mandíbula y le brindaba, a pesar de su elegante ropa, una imagen de chico malo. Estaba relajado y desprendía un aire informal.

Dejó el abrigo sobre el banco y se sentó frente a Hanna. Cuando se deslizó en el estrecho asiento, sus piernas rozaron las de ella.

Hanna le lanzó una mirada incisiva y se aclaró la garganta para llamar su atención.

—Disculpa.

—Perdona —dijo él esbozando una sincera sonrisa.

Ella lo miró. La mesa los separaba, pero no parecía haber distancia suficiente entre ellos. Aunque estaban rodeados de gente, tuvo la sensación de estar sola con él. «Tal vez sea porque soy sumamente consciente de su presencia», pensó Hanna.

Por educación, intentó devolverle la sonrisa.

—No pasa nada. —Nerviosa, dirigió su mirada hacia arriba. Alguien había lanzado un cuchillo al techo y allí se había quedado clavado. Como nadie se había molestado en quitarlo, imaginó que no sería peligroso.

Miró a su alrededor. El cuchillo del techo encajaba bastante bien con la decoración general de aquel bar de camioneros. El local formaba parte de una popular cadena de cafeterías; sobre las paredes blancas se dibujaban chillonas rayas naranja. Sólo a un ciego se le hubiera pasado inadvertido el parpadeante neón de la puerta, y resultaba imposible no escuchar los frenos neumáticos de los camiones que iban y venían sin descanso las veinticuatro horas del día.

Aquel lugar era para gente que estaba de paso. Tan pronto como un grupo de traseros desocupaba una de las mesas, otro grupo de traseros la ocupaba de nuevo, normalmente incluso antes de que se hubieran llevado los platos sucios. La limpieza era negociable y la clientela cuestionable, pero a nadie le importaba. El café se servía caliente, la comida era decente y las brillantes luces y el bullicio garantizaban que no se viesen cosas raras en el local.

No era ni de lejos el tipo de local que frecuentaría un elegante hombre inglés, era más bien un lugar en el que uno esperaba encontrar camareras con poca ropa.

Algunos de sus compañeros de trabajo estaban allí, y también había varios clientes habituales del Mystique. Aunque las horas de fiesta ya habían pasado, los merodeadores nocturnos eran reacios a finalizar la noche. Hanna se había puesto un suéter para cubrir su cortísimo uniforme y, sin embargo, había pillado a más de un camionero mirándole las piernas. Las medias color humo que llevaba no eran lo suficientemente tupidas y seguía sintiéndose desnuda.

Algunas personas saludaron a James. Él se los quitó de encima para poder centrar toda su atención en Hanna.

—En cuanto a lo que ha pasado antes...

Ella, intentando no hacer ninguna mueca extraña al recordarlo, hizo un gesto con la mano.

—Olvidémoslo.

Los ojos de James, de un profundo tono gris metalizado, se encontraron con los de ella.

—¿Estás segura de que eso es lo que quieres hacer?

¿Significaba eso que quería saber si iba a demandarlo por ser demasiado pulpo? Hanna lo consideró. Al recordar lo que había pasado, no le quedaba más remedio que admitir que James no había hecho nada que estuviera tan mal. No le había sobado el culo ni había hecho ningún comentario sexual desagradable. En realidad, sólo le tocó la mejilla y murmuró... «¿Qué?».

Apenas podía recordarlo. Qué curioso..., creía que había memorizado sus palabras. Ahora parecían haberse perdido en las profundidades de su cerebro. Cansada. Estaba tan condenadamente cansada... Mantener los párpados abiertos suponía para ella toda una batalla. Ya pensaría en eso mañana. También pensaría en la reacción que tuvo cuando él la tocó, en cómo se estremeció todo su cuerpo. El mero hecho de estar sentada frente a él ya la hacía sentir...

Un bostezo enorme la hizo reaccionar. Recordó las últimas palabras de James y retomó el hilo de la conversación.

—Se acabó. Ya está. Reaccioné así por los nervios. Primera noche, trabajo nuevo...

—¿Estás segura de que eso fue todo? —Su profunda voz escondía una secreta insinuación.

El corazón de Hanna se aceleró. ¡Maldita sea! La había vuelto a meter de lleno en el atolladero. James Carnavorn no parecía entender el concepto «complace al jefe para poder pagar las facturas». Hanna estaba empezando a enfadarse. Probablemente, él había nacido rico y no había tenido que trabajar ni un solo día en toda su vida. Por lo que había podido observar en el club, parecía que lo único que hacía James era pasearse alegremente por el local estrechando la mano de los clientes habituales. Si había alguien allí que trabajaba de verdad, ésa era Rosalie Dayton. Cuando ella sacaba el látigo, los empleados saltaban.

Hanna se tragó el nudo que se le estaba formando en la garganta.

—Por supuesto —contestó aguantándole la mirada—. No pasó nada. —Su gélido tono cerró el tema.

—Claro —dijo él. Luego repitió las palabras de Hanna como si quisiese reafirmarlas—. No pasó nada.

—Bueno, es verdad —insistió ella con el ceño fruncido.

El esbozó una astuta sonrisa.

—¿Estás segura?

Hanna rechinó los dientes. James flirteaba y eso le daba ventaja. Justo cuando a ella se le iba a escapar un desagradable comentario sobre su madre, llegó la camarera.

¡Gracias a Dios! Un descanso. Hanna no tenía ninguna intención de comer. Con una taza de café bastaría. Más tarde, cuando llegase a casa, ya comería algo. Cuanto menos tiempo tuviera que pasar con James, mejor. Aún no sabía si tenía ganas de pegarle o de besarlo.

El rubor le cubrió las mejillas. Por algún motivo que aún desconocía, todos los pensamientos que tenía sobre James estaban relacionados con el sexo. Tosió tapándose con la mano para esconder su vergüenza.

Una camarera pechugona que llevaba puestos unos ceñidos y modernos vaqueros y una camiseta aún más ajustada llegó a toda prisa con los menús. El logotipo del bar estaba bordado sobre uno de sus enormes pechos; era toda sonrisas y pelo rubio.

Dejó los menús sobre la mesa ignorando totalmente a Hanna y comiéndose a James con los ojos. Por lo visto, las mujeres también tenían carta blanca para babear ante un buen trozo de carne masculina. El parecía no darse cuenta de la hambrienta mirada de la chica.

—¡James, cariño! —La chica se inclinó sobre la mesa para ofrecerle una buena perspectiva de su culo—. Por Dios, ¿dónde has estado escondido? Hace mucho tiempo que no te veo por este tugurio.

El se encogió de hombros y echó una curiosa mirada al trasero de la chica. A la camarera no pareció importarle en absoluto.

—He estado trabajando, Jaye —respondió dirigiéndose a ella por el nombre que aparecía en su placa identificativa.

Ella sonrió nerviosa, puso la mano sobre el hombro de James de un modo muy familiar y le lanzó una indirecta.

—¿Y no tienes tiempo para jugar?

—Últimamente no.

Ella jugueteó con su chicle al mismo tiempo que se inclinaba hacia delante enseñando bien sus enormes tetas. Como si algún hombre pudiera olvidar el aspecto de semejantes atributos.

—Tendremos que hacer algo para solucionar eso. Y muy pronto, corazón. Ya sabes dónde estoy.

La mirada de James descendió hasta su deliciosa delantera.

—Claro, cariño.

¿Corazón, cariño? El jueguecito que se traían le estaba dando a Hanna ganas de vomitar. Mmmmm. ¿Así que los rumores eran ciertos? A James le gustaba flirtear con mujeres vulgares.

Hanna observó a la rubia. Sus muslos eran demasiado anchos y parecía que se había aplicado el maquillaje con una paleta; no le veía el atractivo por ningún lado. Si a James le gustaban las mujeres pechugonas y descaradas, estaba claro que ella se iba directamente al banquillo. Hanna era menuda y delgada; no se podía comparar con aquella chica.

Por un lado, se sintió aliviada, y por otro, decepcionada.

Mierda.

«Bueno, no es como si quisiese enrollarme con él», se recordó a sí misma. ¿Es que no había aprendido nada después de su pequeño escarceo con Dan Sawyer? Los hombres guapos utilizaban, abusaban y luego la tiraban a una a la basura. Había pasado un año y aún tenía secuelas de todos los líos en los que la había metido su ex novio.

Jaye sacó una libretita del bolsillo trasero de su pantalón.

—¿Qué va a ser, cariño?¿Lo de siempre?

James cedió el turno a Hanna.

—Sólo café —dijo ella.

—Estoy seguro de que te gustaría tomar algo más sustancioso que un café —dijo él—. Tenemos tiempo suficiente para comer algo, y aquí la comida está bastante buena.

Jaye pareció advertir la presencia de Hanna por primera vez. Le lanzó algunos puñales con sus ojos verdes. Era obvio que le hubiera gustado ser ella la que estuviera sentada a aquella mesa, y vio en Hanna a una clara competidora.

—¿Trabaja para ti? —preguntó como si Hanna no estuviera allí para contestar.

James asintió.

—Es su primera noche.

—Deberías comer algo, querida. Ese sitio está especialmente diseñado para matar de hambre a cualquier mujer. —Volvió a mirar a James—. Yo tengo muy claro lo que querría comer...

Hanna apretó los labios.

—Sólo una taza de café, por favor.

—Y otra para mí —dijo James.

—¿No vas a tomar lo de siempre? —preguntó Jaye. James dio a Hanna un suave golpecito en la pantorrilla con la punta del zapato. Eso significaba que no estaba tomando en serio el flirteo de Jaye. Hanna pensó que tal vez debería relajarse y comer algo.

—Estoy muerto de hambre, pero odio comer solo. —Ella cogió la indirecta. La conciencia sexual la envolvió de nuevo. Decidió darle una pequeña réplica.

Le devolvió el golpecito con la punta del tacón y recorrió la pierna de James desde el tobillo hasta la rodilla mientras se aguantaba la risa. «Ya ves», pensó. Los dos podían jugar a hacer piececitos por debajo de la mesa. Cuando menos lo esperaba, el coqueteo adquirió una nueva dimensión; Hanna decidió permitirse esa pequeña licencia. «Tranquilo, James, tranquilo. Me puedes mirar, pero no me puedes tener.»

Abrió el menú y echó un vistazo a las propuestas. Un bar de camioneros no ofrecía mucha comida sana. La mayoría de platos estaban diseñados para saciar el enorme apetito de aquellos hombres. Si se comiese uno de aquellos bistecs o un plato de comida mexicana, reventaría las costuras del uniforme.

Sus ojos se pararon en las ensaladas. ¡Aleluya! La ensalada César era implanteable, pero se podría comer un cuenco de queso fresco y pina.

—Ensalada de frutas.

Jaye, muerta de envidia, la miró de arriba abajo.

—¿Grande o pequeña?

Hanna sonrió satisfecha mientras le devolvía el menú. El motivo por el que Jaye no trabajaba en el Mystique era obvio. No había uniformes de su talla.

—Pequeña —respondió dulcemente.

La mujer recogió los menús.

—¿El número tres, cariño?

—Con una ración doble de tostadas a un lado. —James no había mirado su menú. Por lo visto, había estado allí las veces suficientes como para saber perfectamente lo que se podía comer.

Jaye garabateó lo que habían pedido en su libreta y desapareció. Volvió con dos tazas de café, agua fría y un cuenco lleno de envases individuales de leche en polvo. Lo puso todo sobre la mesa y luego añadió los cubiertos y las servilletas. Era eficiente, pero de repente ya no estaba tan habladora.

—La comida estará lista en un momento —les informó antes de irse corriendo a atender a otros clientes que apreciasen más sus atributos. Así que volvían a estar solos otra vez. Hanna empezó a juguetear con su café sin saber qué decir. Le puso edulcorante y vertió dos raciones de leche en polvo. Al remover, el fragante aroma del humeante café caliente penetró en sus adormecidos sentidos. Dio un gran sorbo, paladeando su sabor.

James no le puso nada al café; se lo tomó sin azúcar y sin leche.

—¿Te sientes mejor?

Ella asintió.

—Mmmm, mucho mejor. —Otro sorbo—. Dios, ¡cómo necesitaba un poco de cafeína!

El parecía satisfecho mientras se tomaba el café. Dio otro golpecito al tobillo de Hanna.

—¿Algún hombre te ha dicho alguna vez lo bonitos que se ven tus ojos asomando por encima de una taza de café? —preguntó con una mirada lasciva.

El deseo también recorrió el cuerpo de Hanna. Ignoró el rugido de su propia sangre y niveló su mirada.

—No, por favor...

—Es verdad.

Ella suspiró y bajó la taza. Sus dedos seguían enroscados en ella; con las manos recogía el calor que desprendía el café.

—Hablaré de cualquier cosa menos de eso, James —dijo con firmeza.

Él le volvió a tocar el tobillo con el pie.

—Hablemos de ti entonces. ¿Cómo acabó en mi oficina una chica tan guapa como tú?

Grrrr. Estaba claro que iba a hacer lo que le diera la realísima gana.

—Ya sabes la respuesta.

—Tu librería quebró.

—Sí, me encantaba tenerla. Se podría decir que era mi sueño hecho realidad. —Cuando era niña pasaba horas con la nariz metida en un libro; vivía a través de las vidas de los personajes que descubría en la letra impresa. Por aquel entonces, la lectura era la única manera que tenía de escapar de la tristeza de su infancia y de unos padres que se emborrachaban y se peleaban tan violentamente como follaban.

Él dio otro sorbo a su café.

—Háblame de tus sueños.

Ella hizo una mueca. Si hubiera sabido que le iba a aplicar el tercer grado, se hubiera quedado en el coche.

—Han quebrado. Más o menos como toda mi vida.

—¿Por qué piensas eso? —le preguntó él mirándola fijamente con sus ojos grises.

Ella se encogió de hombros.

—Olvídalo. La vida es una mierda, y cuando te quieres dar cuenta, te mueres.

James hizo un gesto burlón con la mano.

—Eres demasiado guapa para ser tan cínica.

—Digamos que he tenido mucha práctica —contestó ella, dando golpecitos a la taza.

—¿Siendo guapa? —la provocó James con una mirada expectante.

Hanna negó con la cabeza.

—Lo estás haciendo otra vez.

El se puso serio y su sonrisa se desvaneció.

—Perdona. Es difícil controlarse. —La sonrisa reapareció—. Me gusta mirarte. —Estaba esforzándose todo lo que podía, utilizando su sentido del humor para conseguir que ella bajara la guardia. Hanna tendría que ir con mucho cuidado. A poco que se descuidara, acabaría directamente en sus brazos.

Se sentía muy atraída por él y se puso más nerviosa. Se sacudió la tensión armándose mentalmente contra la tentación. No pensaba dejar que James rompiera su resistencia.

—Tengo una norma. —Sacudió la cabeza vigorosamente—. Ya no mezclo el trabajo y el placer.

—¿Ya no? —Preguntó él, levantando las cejas—. Entonces hubo un tiempo en que...

Como no quería hablar de su pasado lo cortó. En ese momento ya no quería hablar de nada. ¿Por qué no podía simplemente dejarla disfrutar de su café en silencio?

—Lo hice una vez; salió mal. Fin de la historia.

—Bien, pues cuéntame otra historia. Algo sobre tu vida.

Hanna respiró hondo y se puso las manos sobre el regazo.

—Eso también salió mal. —Miró su reloj esperando disuadirlo. Sólo habían pasado cinco minutos. Qué curioso, parecía que había pasado mucho más tiempo. La grúa aún tardaría unos cuarenta minutos más en aparecer.

«Cuarenta minutos es demasiado tiempo», pensó ella.

—¿Dónde está esa camarera? —En aquel momento prefería pelearse con la celosa de Jaye que dejar que James removiera sus emociones.

Él carraspeó para atraer su atención.

—Si necesitas llorar, te puedo prestar mi hombro.

Hanna percibió la ternura que escondían sus palabras; de repente, tuvo la total certeza de que aquel hombre podría volverla loca si se lo propusiera. Ella se quedó mirando fijamente su taza de café. Estaba vacía, no quedaba ni una gota. Qué irónico. Su vida estaba tan vacía como aquella taza.

Hanna se tapó los ojos con la mano; temblaba.

—Yo ya no lloro. —Respiró hondo de nuevo y soltó el aire despacio. La amargura se empezó a apoderar de ella—. Vale, ésta es la versión abreviada: nací, crecí, estoy aquí.

James parecía dubitativo.

—Creo que prefiero la versión más larga.

Hanna se quitó la mano de la cara. Su expresión se endureció.

—Vale. Mi padre bebía. Mi madre bebía. Mi padre se fue cuando yo tenía siete años. Mi madre murió cuando yo tenía ocho años. Cuando tenía dieciocho años, mi padre apareció o, mejor dicho, apareció su abogado. Mi padre había muerto, pero tenía un seguro de vida. Eso me dio el dinero suficiente para montar una librería en asociación con un tio. Cinco años más tarde estoy otra vez sin nada. Arruinada. —Se lo quedó mirando fijamente—. Así que cuando digo que prefiero ignorar mi vida, lo digo en serio.

James se dirigió a ella con suavidad.

—Nunca encontrarás refugio en el olvido. Sólo dolor.

A Hanna se le escapó una sonrisa.

—¿Por qué los ingleses siempre tienen que recurrir a Shakespeare?

El sonrió intentando relajarla.

—Eso era de Wilde, creo.

Rozó de nuevo el tobillo de Hanna. Lenta, larga y persistentemente. Esta vez fue más íntimo.

—Y, como ya sabes, Wilde en inglés suena igual que la palabra salvaje. Algo que estoy convencido de que eres en la cama.

Hanna no sabía si pegarle o gemir. Lo miró con recelo. Sin querer, James había encendido un fusible emocional en ella, y Hanna sospechaba que estaba intentando apagarlo antes de que ocurriese alguna tragedia. Si su vida no hubiera sido un monstruoso desastre, seguro que se sentiría tentada de aceptar su oferta.

Sacudió la cabeza para aclarar sus ideas y ahuyentar las fantasías que él le provocaba con tanta facilidad. Era mucho mejor mantener su libido controlado. James era su jefe, ¡por el amor de Dios! Ese era motivo más que suficiente para guardar las distancias y mantenerse fuera de su alcance.

Había llegado el momento de acabar con el coqueteo.

—Eso es algo que no averiguarás nunca, listillo. El se puso la mano sobre el corazón. —Me has hecho daño.

—Podría hacértelo. —Señaló el techo—. ¿Ves ese cuchillo?

James levantó la vista. Su astuta sonrisa tembló.

—Sí —dijo, y bajó la barbilla para mirar fijamente a Hanna.

Ella entornó los ojos, sólo un poco. Lo justo para que él se diera cuenta de que estaba hablando en serio.

—Podría conseguir que tu polla acabara ahí clavada.

Él hizo una mueca.

—Eso me ha dolido.

Llegó la comida y por un momento dejaron de hablar. Jaye, asiendo hábilmente una bandeja llena hasta los topes, dejó la comida sobre la mesa. También había traído la cafetera y rellenó las dos tazas. Los dos centraron la atención en la comida y en la satisfacción de algo que ambos compartían: el hambre.

Hanna miró su plato. Un montón de queso fresco rodeado de pedazos de pina; todo regado ligeramente con sirope de pina. Su elección parecía raquítica comparada con la de James. A él le aguardaba un verdadero festín: huevos, salchichas, un montón de croquetas y una ración doble de tostadas de pan integral.

Ella se quedó boquiabierta viendo como él untaba una tostada con mermelada de fresa y luego ponía un montón de mantequilla y sirope de albaricoque sobre los creps.

—Debes de tener un agujero en el estómago.

Si ella se comiera todo eso a aquellas horas de la noche, no sólo sufriría una grave indigestión, sino que además engordaría diez kilos.

—No lo puedo evitar, guapa —contestó él sonriendo—. Me gusta comer. —Cortó los huevos a tiras usando el cuchillo y el tenedor y engulló el primer bocado.

Hanna pinchó un trozo de su aburridísimo queso fresco; ni la mitad de sabroso que la comida de James. No sabía a nada, pero serviría para matar el gusanillo. Observó a James mientras comía y sospechó que follaba de la misma manera. Con enorme entusiasmo y delicadeza. Se quedó mirándolo fijamente durante un minuto y luego dijo:

—No te entiendo.

El levantó la mirada del plato.

—¿No me entiendes?

Sin saber por qué, Hanna se puso nerviosa de repente. Se colocó el pelo detrás de las orejas.

—Eres una persona muy contradictoria. Me refiero a que no pareces el tipo de hombre al que le guste pasar la noche en un club gótico o que disfrute engullendo un desayuno a las tres de la madrugada en un bar de carretera.

El se rió sorprendido.

—Entonces, ¿qué es lo que debería estar haciendo? —respondió—. ¿Merodear por mi viejo castillo tomando té y pastitas?

Hanna asintió, pero sus pensamientos eran contradictorios.

—Algo por el estilo. Quiero decir..., ¿cuál es el atractivo de llevar la vida que llevaría un vampiro?

James le devolvió la mirada; le brillaban los ojos.

—Bueno, la respuesta es muy sencilla, Hanna.

—¿Ah, sí?

Él sonrió abiertamente.

—Yo soy un vampiro.

ThatBitch.
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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 2 Empty Re: Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

Mensaje por ThatBitch. Miér 07 Nov 2012, 7:03 am



Capítulo 11

La cara que se le quedó a Hanna no tenía precio, era casi cómica. Arqueó sus torneadas cejas con incredulidad.

—¿Perdona? —Dijo entre trozo y trozo de queso fresco—. ¿Acabas de decir que eres un vampiro?

La intención de James no había sido la de admitirlo sin más. De algún modo, las palabras se le habían escapado de la boca. Ahora tendría que llegar hasta el final.

—Lo digo totalmente en serio.

Hanna se comió el último trozo de queso fresco y observó el desayuno de James, prácticamente acabado. Ella aún parecía hambrienta.

—Pensaba que los vampiros sólo bebían... —puso cara de asco— sangre.

El se rió entre dientes mientras cogía una tostada.

—Eso sería de lo más asqueroso. —Dio un bocado, masticó y luego tragó—. Los Kynn son vampiros sexuales. —Como aún no estaba preparado para compartirlo todo sobre su especie, se contuvo y no explicó que los Kynn sí que bebían sangre, pero sólo la necesaria para conseguir una conexión con la víctima elegida. En realidad, formaba parte del ritual de establecer una psiconexión; no lo hacían para alimentar una enfermedad como el hambre. Ya le explicaría los rituales más adelante. Debía ir despacio; los humanos solían ser aprensivos.

Se produjo una pausa incómoda. Un conocido destello iluminó las profundidades de la mirada de Hanna.

—¡Ah claro! —Se dio un golpecito en la frente con la palma de la mano—. Ya había oído hablar sobre tus... apetitos carnales. Eso lo explicaría todo sobre usted, señor Carnavorn. Yo pensaba que sólo eras un bastardo salido.

Hanna le seguía la corriente y a James le divirtió su actitud. Ella creía que le estaba tomando el pelo. «Si ella supiera...»

El interpretó una versión exagerada del clásico inglés remilgado.

—Por favor..., mis padres estaban legalmente casados. En cuanto a lo de salido, siempre estoy interesado...

—No lo dudo. —Hanna, reanimada por la comida y la segunda taza de café, le regaló una sonrisa. Esta vez fueron sus píes los que golpearon los de él—. ¿Y qué hay de ese tema del ataúd del que he oído hablar? ¿Es verdad que te tienes que llevar a casa la tierra de tu tumba?

Intentando ser diplomático, James se aclaró la garganta.

—Nada de eso es verdad. A pesar de haber pasado por la experiencia de la muerte, duermo en una cama; igual que tú.

Ese comentario hizo que Hanna volviese los ojos hacia el techo antes de mirarlo como diciendo: «No es posible que estemos teniendo esta conversación.»

Cambió de postura y metió las piernas debajo del banco en el que estaba sentada. Se acabó el coqueteo por debajo de la mesa. Mientras se tomaba el café, parecía estar dándoles vueltas a aquellas palabras.

—¿Experiencia de la muerte...? ¡Eso sí que es nuevo! —La curiosidad le hizo preguntar—: Entonces, tu vida mortal acabó y empezó tu vida inmortal. ¿Es así como funciona?

A James se le pusieron los pelos de punta. Nunca había explicado nada sobre los Kynn en voz alta, y desde luego, nunca a un extraño.

—Así es, tu señor se lleva tu vida mortal y la reemplaza por una existencia colectiva, una energía muy fuerte y poderosa que vincula a los Kynn entre sí.

La fija y descarada mirada de Hanna recorrió a James como una sacudida eléctrica.

—¿Colectiva? —Fingió considerar sus palabras profunda y seriamente—. Vaya, pensaba que eran los Borg los del colectivo. Ahora descubro que son los Kynn. Es muy útil saberlo.

Al escuchar sus palabras, James esbozó una reacia sonrisa.

—Creo que somos un «colectivo» porque el término «hermandad» ya lo estaban usando otros. Tal vez los Lycans. Tendría que comprobarlo.

Hanna se rió y sus ojos azules brillaron.

—Vale, pero si eres un vampiro, ¿dónde están tus colmillos, James? Si me quieres convencer tengo que ver unos caninos en condiciones. —Al sonreír, Hanna enseñaba sus perfectos dientes blancos.

El fingió estar avergonzado. Chasqueó los dedos como si hubiera olvidado algo.

—¡Maldita sea! Tengo que conseguir un par. Tendré que enviar una solicitud al consejo de vampiros para que me envíen unos.

Hanna cogió el cuchillo que le habían puesto para untar mantequilla y lo inclinó intentando ver en él el reflejo de James.

—Dime, ¿y qué clase de vampiro eres?

—Pues no soy un vampiro muy bueno, querida —dijo tras lanzar un suspiro. Luego se la quedó mirando fijamente, sobrecogido de nuevo por la inteligencia que había en su mirada y el brillo de su media melena negro azabache. Cuanto más la miraba, más cuenta se daba de que no era sólo su parecido con Mikaela lo que lo atraía. Hanna tenía un particular brillo en su interior que parecía iluminarla desde dentro.

Ella le lanzó una mirada inquisitiva.

—¿Y qué es exactamente tan fascinante de la mística vampírica?

Esa pregunta lo dejó de piedra. Era difícil de explicar, pero lo intentaría de todos modos.

—¿Sabes la clase de gente que viene al club?, ¿los góticos hardcores que merodean por las sombras?

—¡Cómo no!

—¿Por qué crees que están allí?

—No lo sé —dijo moviendo la cabeza negativamente.

—Porque quieren un lugar donde estar, un lugar al que pertenecer. Quieren que la fantasía se haga realidad. —No mencionó que esos seguidores de la sub-cultura gótica pagaban sus facturas y lo habían convertido en un hombre rico muchas veces.

—¿Quieren ser vampiros?

—¡Por supuesto! Piénsalo. No hay nada más excitante que la idea de ser inmortal. Para muchas personas, la idea de conectar con un amante a través de la sangre es erótica y un poderoso afrodisíaco.

James se dio cuenta en ese momento de que no era en absoluto contrario a la idea de introducir a Hanna en el mundo de los Kynn. Una oleada de sangre caliente se precipitó hacia su ingle. La idea le endureció la polla deliciosamente. No sería esa noche, por supuesto. Ya llegaría la oportunidad. De eso no tenía ninguna duda.

Una sugestiva sonrisa asomó a los labios de Hanna.

—¿Erótica? —Preguntó entornando los ojos con mojigatería—. ¿Tú crees?

James dio un sorbo a su café, que ya estaba frío por la poca atención que le había prestado durante la conversación.

—Yo soy un Kynn.

Ella puso cara de interrogante.

—¿Kynn? —repitió—. Suena a reunión familiar.

James levantó lentamente la mirada hasta que se encontró con la de Hanna.

—Cuando te quitan la vida mortal, lo que la reemplaza es mucho más valioso que el alma humana.

Ella trató de comprender ese concepto.

—¿Y qué es?

Era difícil de explicar, pero lo intentó.

—El colectivo es la base de los Kynn como raza; una relación de elementos unidos en un todo. Sus propiedades no se pueden obtener de la simple suma de las partes. Beber la sangre de otro supone introducir en tu cuerpo la mismísima esencia de la creación. Hanna abrió mucho los ojos.

—¿Y cuál sería su punto de origen? ¿El cielo?

—Cuenta la leyenda que los Kynn tienen sus orígenes en el desafío que Lucifer hizo a Dios. Lucifer dijo que podría conseguir introducir más almas en el infierno que Dios en el cielo. Éste aceptó el desafío y expulsó a Lucifer y a sus hermanos. Al caer del cielo, no todos los ángeles completaron su conversión en demonios. Algunos dudaron porque no sabían qué lado elegir, y quedaron perdidos entre los dos reinos, sin pertenecer ni al cielo ni al infierno. Por tanto, la tierra se convirtió en su reino.

Hanna sonrió y acabó la historia.

—Y entonces, ¿todos se convirtieron en vampiros y vivieron felices para siempre?

James tuvo que reírse.

—Te estás dejando limitar por la definición de vampiro que te han contado en las películas y en los libros. En realidad, no tiene nada que ver con lo que tú te imaginas.

—¿Así que lo que estás diciendo es que los vampiros existen de verdad? —La duda arrugó su frente.

James no se atrevió a reír, aunque era lo que le apetecía hacer.

—¿Estás segura de que no existen?

Hanna parecía estar reflexionando sobre lo que James había dicho. Estaba muy seria.

—Por supuesto que no existen. —Un aire soñador asomó a sus ojos. Parecía estar considerando momentáneamente las posibilidades. Un segundo después suspiró y su mirada soñadora desapareció—. Si existiesen, me gustaría ser uno de ellos.

Justo las palabras que él quería escuchar, pero no era el momento ni el lugar de hacerle ver a Hanna lo que significaban. Aún no. Ya lanzaría su anzuelo y pescaría su pez. Tendría que recoger el sedal con cuidado para evitar perderla. Pero si conseguía introducir el concepto Kynn en su mente, tal vez ella querría explorarlo más a fondo. Jaye llegó con la cuenta.

—¿Os las lleno otra vez? —preguntó mirando las tazas de café vacías.

Hanna miró el reloj y luego puso la mano encima de su taza.

—A mí no. —Miró al otro lado de la mesa—. La grúa llegará pronto. —Cogió el bolso y se levantó de la mesa.

El tiempo había pasado volando y James no se había dado ni cuenta. Se lo había pasado muy (¿se atrevía a pensarlo?) bien. Hacía mucho tiempo que no pasaba el rato con alguien solo por el puro placer de su compañía.

—Nos tenemos que ir. —Miró el total de la cuenta y rebuscó en el bolsillo interior de su americana. Sacó la mano vacía—. ¡Oh, mierda!

Hanna escuchó la exclamación que él había murmurado.

—¿Hay algún problema?

La vergüenza lo inundó.

—Me parece que me he olvidado la cartera.

Y, efectivamente, se la había olvidado. Se acordaba muy bien: seguía sobre la mesa del despacho. Había salido del club con la cabeza llena de fantasías y los ojos llenos de estrellas, y se la olvidó. Y ahora mismo se sentía como un completo idiota. No llevaba ni un céntimo encima. Ni metálico ni tarjetas. No podía pagar.

—Escucha, Jaye... —empezó a decir—. Ya sabes que te pagaré.

La camarera hizo un gesto con la mano.

—Por supuesto, cariño. Me puedo fiar. —Le dio una palmadita en el trasero—. Tal vez me lo puedas devolver en especias algún día. —Le guiñó el ojo—. Me debes una.

Hanna se acercó. Aún llevaba puesto el delantal; metió la mano en el bolsillo y sacó un montón de billetes. Sus ojos se ensancharon un poco cuando vio su tesoro. Había unos cuantos billetes de diez y de veinte. Dejó un billete de veinte sobre la mesa; era más que suficiente para pagar la cuenta y dejar una buena propina.

—Ya pago yo —dijo en voz baja.

James intentó devolverle el dinero. Sintió el calor de la firme mano de Hanna bajo la suya.

—No es necesario, de verdad. —Hanna se había dejado el culo para ganarlo. No pensaba permitir que pagase la cuenta.

Ella recuperó su dinero e inclinó la cabeza hacia atrás. Lo miró con sus preciosos ojos de largas pestañas.

—Simplemente llévame hasta mi coche y estaremos en paz. —Le dio el dinero a Jaye—. Quédate con el cambio, por favor.

La mujer sonrió; sabía reconocer cuando alguien había sido más astuto que ella.

—Supongo que esto significa que él te debe una a ti, amiga. —Le guiñó un ojo y se alejó contoneándose.

James tragó con fuerza y se humedeció los labios. Mierda. La mayoría de mujeres no hubieran tenido ningún problema en dejar las cosas como estaban.

—No hacía falta que hicieras eso... —empezó a decir.

Ella lo cortó mientras se colgaba el bolso del hombro.

—Ha valido la pena pagar el desayuno a cambio de disfrutar de tu compañía.

Ahora el sorprendido era él.

—¿Ah, sí?

Hanna se rió.

—Nunca había visto a un hombre mentir como lo haces tú. Tengo que admitirlo, tienes estilo. —Sin esperarlo, se volvió y empezó a caminar hacia la salida. Cuando andaba, sus caderas se balanceaban de un modo muy tentador.

Una mano dio una palmadita sobre el hombro de James.

—Será mejor que la cojas, James —dijo Jaye—. Creo que se marcha con tus pelotas.

Y efectivamente así era.

No le quedaba más remedio que seguir adelante.

El trayecto de vuelta al aparcamiento del Mystique fue demasiado rápido. Antes de que James se diera cuenta, ya estaban otra vez donde habían empezado. El viejo coche de Hanna aún estaba allí, solo y desamparado. La grúa no parecía haber venido.

Hanna refunfuñó, se desplomó en su asiento y se tapó la cara con las manos.

—No ha venido. —Cogió aire, sus pechos se elevaron y luego cayeron bajo la sedosa tela de su uniforme. La hendidura que tenía el uniforme entre los pechos se abrió y en la mente de James se desencadenaron una multitud de imágenes eróticas—. Mi suerte llega terriblemente tarde.

En realidad, él estaba contentísimo de que la grúa no hubiera llegado. Aquello le dio una excusa perfecta para ofrecerse a llevarla a casa y poder estar un poco más con ella.

James tenía la mirada clavada sobre el exquisito cuerpo de Hanna y se preguntaba cómo sería cogerle un pecho y apretarlo con suavidad mientras le acariciaba el erecto pezón con el pulgar y se inclinaba poco a poco sobre...

Incapaz de resistir la tentación ni un minuto más, alargó el brazo y acarició una de las mejillas de Hanna con ternura.

Cuando ella recobró el aliento, volvió la cabeza para mirarlo directamente a los ojos. La conexión entre ellos era electricidad pura; era tan fuerte que parecía que alguna fuerza magnética intercediera para atraer sus cuerpos.

Una espiral de luz se desplegó ante los ojos de Hanna.

—Tus caricias me hacen sentir tan viva. Desearía... —Una irónica sonrisa asomó en sus labios y dejó de hablar.

James le apartó el pelo de la cara con la mano.

—¿Qué?

—Nada. —La pelea entre el miedo y el deseo cubría sus palabras de plomo.

El deslizó los dedos por su rostro y le acarició la barbilla. Encontró sus labios y recorrió con el dedo sus húmedos pucheros. Tocarla le provocó una explosión en la ingle. Su polla se erigió palpitante, dispuesta.

—Dime.

Ella temblaba y forzó una triste y pequeña mueca.

—Ya no me queda nada que desear.

James se acercó hasta que sus labios quedaron a pocos centímetros de la oreja de Hanna. Olió el calor y el deseo sexual que irradiaba su cuerpo. Un escalofrío de expectación le recorrió la espalda. Ella quería sucumbir, dejarse llevar y disfrutar de todo lo que él tenía que ofrecer. Pero el miedo la inmovilizaba; su muralla interior seguía firmemente en pie. El tendría que encontrar algún modo de atravesarla.

James se acercó más y sintió el calor de su aliento. Un segundo más y sus labios seguro que deberían encontrarse.

—Creo que sé lo que deseas.

Ella jadeó y se apartó. Puso los dedos sobre la barbilla de James. No lo estaba apartando, pero tampoco estaba preparada para dejarle seguir adelante.

—No. Prometiste no seducirme...

El no se movió. Sus sentidos rebosaban de deseo insatisfecho. Nunca había deseado a ninguna mujer de aquel modo. Ni siquiera Mikaela le había provocado un deseo tan profundo. Se quedó quieto un momento, deleitándose en su caricia. Deseaba que ella hiciera más, pero sabía que no lo haría.

«Esta noche no —se advirtió a sí mismo—. Paciencia.»

James le cogió la mano y le besó las yemas de los dedos.

— ¿Yo he dicho eso?

Hanna tragó con dificultad.

—Sí.

—Era mentira.

ThatBitch.
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Mensaje por ThatBitch. Miér 07 Nov 2012, 7:07 am

Mmm... esta haciendolo otra vez!! dejara Hanna que su cuerpo hable por ella o le lanzara otro baldazo de agua fria a su sexy jefe?? :twisted:
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Mensaje por {CJ} Miér 07 Nov 2012, 3:15 pm

Yo voto por un baldazo más de agua fría antes de sucumbir!!!

Mapi me encantaron los capos!!

Espero tengas tiempo pronto paara seguirla porque tengo muchisimas ganas de saber que va a pasar entre esos dos...

Muchos besos!!
{CJ}
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https://twitter.com/Carla1DSpain

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Mensaje por ThatBitch. Vie 16 Nov 2012, 11:54 am

Carla Smile escribió:Yo voto por un baldazo más de agua fría antes de sucumbir!!!

Mapi me encantaron los capos!!

Espero tengas tiempo pronto paara seguirla porque tengo muchisimas ganas de saber que va a pasar entre esos dos...

Muchos besos!!


Oh ha ha ha!!

Gracias por pasarte Carlii... hoy te dejo cuatro caps mas. AME tu nueva foto de perfil Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 2 352482
ThatBitch.
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Mensaje por {CJ} Vie 16 Nov 2012, 11:57 am

Brunella Moritz escribió:
Carla Smile escribió:Yo voto por un baldazo más de agua fría antes de sucumbir!!!

Mapi me encantaron los capos!!

Espero tengas tiempo pronto paara seguirla porque tengo muchisimas ganas de saber que va a pasar entre esos dos...

Muchos besos!!


Oh ha ha ha!!

Gracias por pasarte Carlii... hoy te dejo cuatro caps mas. AME tu nueva foto de perfil Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 2 352482


Gracias por los capis!!! ya quiero leerlos!! y me alegro de que te guste mi foto :oops:
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Mensaje por ThatBitch. Vie 16 Nov 2012, 12:51 pm



Capítulo 12

Cuando entró en casa, Hanna cerró la puerta y se apoyó en ella. Tenía que hacerlo. Mantenerla cerrada significaba que no se sentiría tentada de abrirla y dejar entrar a James...

Una sonrisa se dibujó en sus labios.

Y follárselo como una loca.

Cuando escuchó el motor de su coche alejándose calle abajo, se relajó. Bien, se había ido. Había conseguido resistir la tentación ¡por los pelos!

Para asegurarse del todo, echó un vistazo fuera. La calle estaba vacía. No había ni un alma. Miró el reloj. Tampoco es que fuera muy habitual que alguien merodease por allí a las cuatro menos veinte de la mañana. Para ella, seguía siendo muy raro estar por ahí a esas horas. Y sin coche.

Observó el lugar en el que debería haber estado aparcado su auto, pero no estaba. James le había prometido que se ocuparía de él por la mañana. Llamaría a la grúa para que lo llevase al taller más cercano.

Sin embargo, la factura seguiría siendo cosa suya. James se había ofrecido a pagar la reparación, pero Hanna se había negado a aceptar que él le adelantase el dinero. Su lema debía mantenerse firme: no aceptaría nunca favores de los hombres. Estaba segura de que si lo hacía querrían algo a cambio. Nunca fallaba.

Cerró la puerta con llave y se aseguró dos veces de que estaba bien cerrada y de que la cadena estaba puesta. Suspiró. Los hombres eran todos unos cerdos; lo mismo daba que vistiesen piel o caros trajes de seda.

—Todos lo son, maldita sea.

Cuando estuvo segura en el interior de su pequeño dominio, se quitó los zapatos y comprobó que sus pies no estaban destrozados y sus zapatos no estaban llenos de sangre. No lo estaban, pero seguía sintiéndose como si lo estuvieran. Después de haber pasado toda la noche de pie, las pantorrillas le dolían muchísimo y le pesaban tanto las piernas que tenía la sensación de que eran tan grandes como troncos de árbol. Incluso entonces seguía sintiendo cómo le latían los músculos sobrecargados. «Al parecer tengo los músculos atrofiados —pensó haciendo una mueca. ¡Dios! Le dolía todo el cuerpo. Demasiado trote para haber pasado los últimos años sentada detrás de un mostrador—. Así es como se siente una cuando trabaja para ganarse la vida.»

Hablando de trabajar para ganarse la vida, ¿cuánto había ganado en propinas aquella noche? Aún no había contado su botín.

Estaba demasiado emocionada para irse a dormir y decidió sacar una botella de vino de la nevera. Fue al salón y prácticamente se derrumbó sobre el sofá. Beber a aquellas horas de la madrugada no encajaba para nada con su forma de ser, pero necesitaba relajarse y una copa de vino la ayudaría.

Le quitó el tapón a la botella y bebió un largo trago. El vino con burbujas era refrescante y devolvió un poco de energía a su exhausto cuerpo. Tomó otro sorbo, dejó la botella a un lado y empezó a sacar los billetes y las monedas de su delantal. En pocos segundos tenía casi un tesoro en su regazo. Emitió un suave silbido.

—¡Madre mía! Creo que aquí hay más dinero del que ganaba en una semana en la librería. —Con las manos medio temblorosas por la excitación, contó el dinero, alisando los billetes y colocándolos en pequeños montones. Mientras contaba, sacaba ligeramente la lengua de la boca levantándose el labio superior.

Doscientos setenta dólares.

—Esto es alucinante. —No le importaba en absoluto estar hablando sola. Estaba demasiado emocionada por haber ganado tanto dinero fácil en una sola noche.

Bueno, no tan fácil.

Le dolía todo el cuerpo, pero suponía que podría soportar el dolor siempre que fuera a cambio de semejante cantidad de dinero. ¡Demonios! Había trabajado una sola noche y casi podía cubrir todos los gastos de una semana. Cuando trabajaba en la librería apenas ganaba un sueldo de quince mil dólares al año. En California, eso rozaba el umbral de la pobreza. Había tenido que aprender todos los trucos para ahorrar, comer barato, conducir un coche viejo y vivir sin seguro médico u otros beneficios sociales.

Mientras miraba todo el dinero que tenía en las manos, hizo algunos cálculos rápidos. Si trabajaba en el Mystique durante uno o dos años, ganaría el dinero suficiente para saldar todas sus deudas y tal vez incluso podría abrir una cuenta de ahorro. La perspectiva era muy emocionante. Por fin había encontrado una forma de salir del agujero.

Tal vez esa luz que veía al final del túnel no era un tren acercándose a toda velocidad.

Pero ¿tendría la energía suficiente para aguantar ese ritmo cinco noches a la semana? Aquella noche se había sentido emocionada, complaciente, había sonreído, flirteado... No siempre se sentiría así, no siempre llevaría igual de bien que la trataran como a un trozo de carne. En ese sentido, se sentía como una puta; se estaba dedicando a enseñar un poco las tetas y los muslos cuando servía las bebidas. Observando a las demás camareras había aprendido a inclinarse más de la cuenta para complacer a los clientes.

Sin embargo, el dinero la seguía tentando. No tendría que hacerlo siempre, sólo el tiempo necesario para pagar sus deudas. Cuando hubiera superado el bache, dejaría el Mystique y se buscaría algún trabajo administrativo más cómodo.

Los ojos empezaban a picarle debido al cansancio y dejó el dinero sobre la mesa. Volvió a la cocina y tiró el resto del vino por el fregadero. La sobresaltó un extraño ruido en la ventana. Se apresuró hasta ella y miró hacia fuera.

—¿Sleek?

El gato no estaba. Como no veía nada, abrió la ventana. Aquélla era la entrada habitual de su mascota y no había cortina. La noche era fría; una ligera niebla procedente de las nubes de lluvia se había posado sobre el suelo formando capas que parecían esponjoso algodón. El viento frío y transparente le acariciaba la piel.

Se agarró al marco de la ventana y se asomó fuera.

—¿Sleek? —Lo llamó de nuevo—. Venga, gatito. Entra en casa de una vez.

Una presencia. Una presión. Algo se deslizó a través de la ventana. Era tan silencioso como la brisa, tan sutil como la caricia del más diestro de los amantes. Acarició brevemente la parte posterior del cuello de Hanna y se deslizó por su espalda; le rodeó los pechos, bajó hasta su plano vientre y siguió por entre sus muslos hasta llegar a sus piernas. Ella cerró los ojos y se dejó llevar por aquella maravillosa sensación que la rodeaba como un cálido y cariñoso abrazo.

Un golpe sordo en el alféizar de la ventana la despertó del extraño sueño en el que la había sumido aquella encantadora sensación. Casi se le sale el corazón del pecho del susto que se dio.

—¡Joder, Sleek, me has un susto de muerte! —Se olvidó de la placentera sensación que acababa de experimentar y cogió al esquelético gato para dejarlo en el suelo. Llenó sus platos de agua y comida, apagó la luz de la cocina y subió al piso de arriba mientras se iba desabrochando el uniforme.

Se acabó de quitar la ropa en el baño. Metió las medias y las bragas en el cesto de la ropa sucia y colgó el uniforme en la barra de la cortina de la bañera para que el vapor del agua caliente le quitase las arrugas y el olor a humo. Se sentó en una esquina de la bañera, abrió el agua y la reguló hasta que estuvo todo lo caliente que su piel podía soportar.

Mientras se llenaba la bañera, metió lentamente sus doloridos pies en el agua. ¡Oh, Dios, qué placer!

Cuando la bañera estuvo llena, se metió dentro del agua que estaba casi hirviendo y la piel se le empezó a poner roja; parecía una langosta dentro de una olla. Se quedó allí hasta que el agua se enfrió y la piel se le hubo arrugado como una pasa.

Salió de la bañera a desgana, se secó y se lavó los dientes. Luego se quitó las lentillas. Después de una noche como la que había pasado, parecía que las tenía soldadas a los ojos.

Entró desnuda en la habitación. Su nuevo trabajo la había dejado exhausta. La cama era una imagen borrosa ante sus ojos, un oasis tentador que la invitaba a dormir.

Las sábanas estaban frías y apetitosas. Justo lo que necesitaba.

Se deslizó bajó ellas y apagó la luz de la lamparita de noche que tenía junto a la cama. Se dejó llevar por la persuasiva noche y cerró los ojos. El cansancio la venció y cayó en los brazos de Morfeo.

ThatBitch.
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Mensaje por ThatBitch. Vie 16 Nov 2012, 12:52 pm



Capítulo 13

James se quitó el aterciopelado albornoz y lo dejó caer al suelo. Estaba de pie en su habitación; por su piel aún resbalaba alguna gota de agua que le daba un aspecto limpio y fresco. Cuando pensaba en Hanna, sentía siempre una familiar ráfaga de calor que se dirigía a su ingle. Su miembro, como si tuviera vida propia, dio un pequeño respingo. Él sonrió, satisfecho.

Ah, Hanna, una encantadora criatura digna de contemplar. Tenía un cuerpo espectacular: sus pechos eran redondos y firmes; su cintura, pequeña, y tenía un culo con unas curvas preciosas. Era tan delicada como una muñeca de porcelana; tenía un cuerpo para seducir, provocar y complacer.

Una sombra se movió detrás de él y se volvió; al hacerlo se vio a sí mismo en el espejo de cuerpo entero. Un ligero vello castaño le cubría el pecho y los brazos, y su pene se acurrucaba cómodamente en un nido de rizos púbicos. Su cuerpo, esbelto y sólido, estaba deliciosamente musculado. Era la envidia de cualquier hombre y lo que deseaba cualquier mujer.

Los Kynn eran criaturas muy sexuales. Necesitaban sexo. Ansiaban el sexo del mismo modo que los seres humanos necesitaban el aire para respirar. Cuando no estaba teniendo relaciones sexuales, sólo pensaba en tenerlas. En ese momento estaba pensando en cómo conseguir que Hanna se abriera de piernas para él.

Bajó la mano y la cerró alrededor de su creciente erección. Sintió su polla palpitante, caliente y aterciopelada. Incluso flácida, era una imagen impresionante; llenaba sus pantalones y daba a las mujeres algo por lo que suspirar. Cuando estaba erecta, tenía una longitud impresionante, y era gruesa y torneada. Cerró los ojos y empezó a masturbarse. Respiraba entrecortadamente.

Aunque había poseído a muchas mujeres a lo largo de su vida, en aquel momento fantaseaba con aquella que había elegido para que se convirtiese en su pareja.

Hanna. ¡Ah! Se había mostrado tímida con él, pero detrás de aquella actitud y su fría mirada hervía una pasión que esperaba ser desatada. Él lo sentía, lo sabía por el modo en que ella paseaba los ojos por su cuerpo y por cómo se recreaba en su entrepierna. Tenía ese brillo en la mirada que destilaba curiosidad, duda y deseo. Oh, sí, ella era definitivamente curiosa.

—Pronto serás mía, Hanna —susurró.

Hacía sólo unas horas que la había visitado; había aprovechado para colarse en su casa cuando ella abrió la ventana para dejar entrar al gato. Una de las muchas habilidades de los Kynn consistía en poder desplazarse utilizando el viento sin que nadie pudiera verlos u oírlos.

Se presionaba con la intensidad adecuada y se masturbaba con movimientos rítmicos. La imagen de Hanna le inundaba la mente. En su fantasía, ella estaba de rodillas y lo miraba con fuego en los ojos. Estaba ansiosa por poseerlo y sacaba la lengua para chuparle el prepucio. El sabor salado la excitaba y gemía suavemente; se metía su polla en la boca centímetro a centímetro y la chupaba muy despacio para aumentar su excitación. Se imaginaba cómo guiaría la cabeza de Hanna mientras se follaba su cálida boca.

Su respiración se tornó pesada y discordante. Se masturbó con más fuerza, no se dio ni un respiro. Deseaba a esa mujer; la deseaba con tal ansia que casi la podía ver desnuda frente a él con los pálidos muslos abiertos para él. ¡Cuánto deseaba deslizar su lengua por su clítoris, chupar su néctar mientras movía la lengua rápidamente y lamía sus delicados pétalos rosáceos!

Aumentó la fricción sobre su erección; cada vez era más caliente.

Juguetearía con ella. La prepararía... primero con un dedo, luego con dos. Ella se excitaría y emitiría un gemido al ver su erecta virilidad, aquella furiosa bestia de conquista sexual. Pero él la tranquilizaría con suaves susurros y delicados besos. Ella probaría su propio sabor a hembra de los labios de él y enredaría su flexible lengua con la suya. Cuando se metiese dentro de su cuerpo de una única embestida, ella chillaría y se arquearía. Le arañaría la piel y gritaría su nombre.

Llamaron a la puerta y la atención de James volvió al presente. Tenía invitados aquella noche; invitados muy importantes. La introducción de un nuevo miembro al colectivo Kynn requería por lo general una reunión con el canciller del clan local. Como James era canciller, pretendía anunciar su intención de elegir una pareja de sangre.

Claro que aún no le había dicho a Hanna que había sido elegida...

—¿Señor? —La voz de Simpson era un poco impaciente—. ¿Necesita ayuda para vestirse?

James, con la boca seca, se pasó la lengua por los labios.

—Estoy bien —dijo imprimiendo un tono seco en su voz—. Creo que soy perfectamente capaz de vestirme solo.

—Si está usted seguro, señor... —contestó Simpson—. Los invitados de esta noche están empezando a llegar.

Tampoco es que le importara en absoluto llegar tarde.

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Mensaje por ThatBitch. Vie 16 Nov 2012, 12:53 pm



Capítulo 14

James estaba perdido en sus pensamientos cuando alguien llamó a la puerta con suavidad. Miró el reloj que había en su escritorio. Las dos y diez de la madrugada. Le había pedido a Rosalie que mandase a Hanna a su despacho cuando acabase su turno.

—Adelante.

La puerta se abrió. Hanna entró en la oficina; parecía una niña a la que iban a castigar. Llevaba los zapatos en la mano y andaba descalza.

En su rostro se dibujó una tímida sonrisa.

—¿Querías verme? —No vaciló ni un instante y no dejó de mirarlo fijamente. Llevaba los labios pintados de rosa pálido y le brillaban un poco Se le marcaban los pezones a través de la finísima tela del uniforme. Parecían rogar que los acariciasen, que los lamieran.

La electricidad recorrió las venas de James La temperatura de Su cuerpo se disparó y apretó los dientes. Se humedeció los labios mientras se preguntaba a qué sabría la boca de Hanna si la besase en aquel preciso instante. ¿A fresa? ¿A canela? Le dolía la polla. El deseo que sentía por ella era innegable El apetito. La necesidad. Eran el ácido que erosionaba sus sentidos.

Le hizo un gesto con la mano.

—Sí, quería verte.

Ella se encogió de hombros y se acercó a la mesa.

—Vale. —Los labios de Hanna estaban un poco separados, húmedos y suculentos—. Por cierto, gracias por ocuparte de que la grúa recogiese mi coche y lo llevase al taller.

—Espero que no fuera nada importante.

Ella emitió un pequeño ruidito.

—El maldito cable de la batería estaba suelto. Sólo me costó diez dólares arreglarlo.

James unió sus temblorosas manos.

—Estupendo. Me alegro de que no fuera nada más grave.

Hanna sonrió con pesar.

—No siempre será tan fácil de arreglar, pero de momento me alegro. —Cruzó los brazos y al hacerlo sus pechos dejaron de ser visibles—. Bueno, ¿y qué es lo que me querías comentar? —Su tono era despreocupado, distante.

Una distancia que James quería reducir.

—Sólo quería hacerte una pequeña proposición. —Las palabras salieron de sus labios antes de que supiera exactamente lo que iba a decir.

Hanna arqueó sus torneadas cejas.

—¿Una proposición?

Decir eso había sido una mala idea. Tenía la cabeza hecha un lío y estaba hecho un manojo de nervios; parecía que le estaba saliendo todo al revés. Levantó las manos.

—Una proposición laboral —aclaró—. Sé que estás cansada, así que seré breve.

Hanna sonrió avergonzada. Su mirada se dulcificó.

— Por supuesto. —Señaló una de las sillas—. ¿Puedo sentarme?

James se aclaró la garganta. De momento su estrategia de seducción iba... muy mal.

—Qué mal educado soy. Por favor, siéntate.

Hanna se sentó pasándose la falda por debajo de las piernas. Se cambió de postura, incómoda, intentando esconder la marca que tenía en el muslo.

—Es una marca de nacimiento —explicó—. Es muy fea ¿verdad?

Sus inocentes palabras golpearon justo en la base del cuello de James. A él se le hizo un nudo en la garganta. La marca de Hanna era tan parecida a la suya que tenía que ser algo más que una mera coincidencia.

—Para nada. De hecho, pensaba que era un tatuaje bastante interesante. Muchas chicas los llevan. Ella se relajó.

—Pues, en realidad, yo he pensado varias veces en quitarme esta marca de alguna manera. Nunca me ha gustado.

El reprimió un gemido. Oh, ella no sabía ni la mitad del tema.

—No lo hagas. Es algo poco corriente. Te diferencia del resto.

—Nunca me lo había planteado de esa manera. Gracias. —Hizo una pausa y luego preguntó—: Bueno, ¿y que habías pensado proponerme?

James se inclinó hacia delante apoyando los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos; era su mejor imitación de la clásica postura de negocios.

—Es bastante sencillo. Gina, quien como ya sabes es la jefa de camareras, acaba de presentar su dimisión; nos deja hoy mismo. Necesito cubrir su puesto cuanto antes. Considero que tú estás debidamente cualificada, así que me gustaría ofrecerte el trabajo.

Hanna abrió los ojos incrédula. Sacó la punta de la lengua y la pasó por el labio superior. Un gesto de lo más sensual. El deseo volvió a encenderse. Se le escapó una pequeña carcajada.

—¿De verdad?

A James se le contagió su risa. El aumento del color en las mejillas de Hanna y cómo se le iluminaron los ojos mientras se dejaba caer hacia atrás en la silla le parecieron gestos evidentes de que estaba encantada con la oferta.

—Sí. Creo que manejarás muy bien las responsabilidades que conlleva. Trabajarás con Rosalie coordinando los turnos, la ayudarás a pagar las nóminas y supervisarás a las chicas cuando estén en la pista. Como ya sabes como funciona un negocio, doy por hecho que te habituarás rápidamente a nuestra manera de funcionar.

Hanna tragó saliva; su delgado cuello se contrajo.

—Por supuesto. No habrá ningún problema. —Sonrió encantada.

James se esforzó por mantener un tono de voz firme.

—Empezarás cobrando sesenta mil más incentivos, que variarán en función de cómo hagas tu trabajo. Cuanto más tiempo te quedes conmigo, más dinero ganarás.

—¿Sesenta mil? ¿Dólares?

—Asquerosa divisa americana —confirmó—. Nada de pesos ni yenes. Ni tampoco francos. Auténticos dólares americanos. Te darán un buen fajo según me han contado.

Hanna parpadeó. Su expresión transmitía lo que no podían expresar las palabras: una profunda sensación de agradecimiento.

—Gracias. Te agradezco mucho que hayas pensado en mí para cubrir ese puesto.

James tuvo que ser sincero.

—Eres la persona más cualificada que tengo en plantilla en estos momentos —dijo intentando centrarse en sus propias palabras y no en los atractivos labios de Hanna—. Así me ahorro tener que poner un anuncio y hacer un montón de entrevistas.

—Hablando de cosas que cambian para mejor...

—Parece que tu suerte está cambiando.

Ella sonrió encantada.

—Gracias a ti —dijo suavemente.

James sonrió con pesar y miró el reloj. La tensa cuerda con la que trataba de controlar la atracción que sentía por Hanna había empezado a aflojarse de nuevo.

—Sé que es tarde, debería dejar que te fueras a casa...

La impaciencia encendió los ojos de Hanna.

—¿A qué hora tengo que venir mañana?

—Nadie viene a trabajar los domingos —contestó él sonriendo.

Ella se ruborizó mientras se reía tontamente.

—Claro. Se me había olvidado. Entonces, el lunes.

James se puso de pie. Hanna también se levantó de la silla.

—Menuda vista que tienes desde aquí —dijo refiriéndose al enorme ventanal de su despacho.

—Echa un vistazo —la invitó él—. A partir de ahora podrás disfrutar de ella a menudo.

Hanna se acercó al cristal que permitía que las personas que estaban en la oficina pudieran observar lo que sucedía en el piso de abajo sin que nadie los viese.

—Esto es increíble —dijo entusiasmada—. No hay ni una sola esquina que no se pueda ver.

Él se colocó detrás de ella.

—Es una medida de seguridad. Necesitamos poder ver todo lo que está ocurriendo en todo momento. Si hay cualquier problema, queremos poder solucionarlo de inmediato.

—Entiendo. —Hanna bostezó; se frotó los ojos que se le estaban cerrando—. Perdona. Supongo que estoy un poco cansada. Me quedé despierta hasta tarde ayer por la noche.

—No fue gracias a mí. —James puso las manos sobre los hombros de Hanna. Le masajeó el cuello con suavidad. La suave fragancia afrutada que desprendía su cuerpo invadió los sentidos de James. Incluso después de pasar toda la noche trabajando en un local lleno de gente, Hanna parecía estar tan limpia y fresca como un recién nacido.

Para la sorpresa de James, no se sobresaltó al sentir su caricia, ni se alejó dirigiéndole palabras de indignación. Suspiró y se reclinó sobre él como si quisiese que la rodease con sus brazos.

James le murmuró al oído.

—¿Te gusta? —Siguió masajeándole los hombros deslizando los pulgares hacia su nuca y dibujando lentos círculos. Un pequeño temblor recorrió el cuerpo de Hanna.

—Mmmm, sí. No me importaría que me dieran un buen masaje ahora mismo.

James rodeó su cintura con los brazos. No la cogió demasiado fuerte; sí se sentía incómoda se podía liberar fácilmente. Entre ellos surgió una conexión, una extraña electricidad que parecía crepitar en el aire.

El bajó la cabeza. Le dio un tierno beso en la nunca, justo donde acababa su corta melena. Su mirada se posó en la curva que había entre su nuca y sus hombros. Se moría de ganas de pasar sus labios por allí.

—James yo...

El sabía lo que ella iba a decir. Pero no lo quería escuchar.

Le dio la vuelta y cogiéndola entre sus brazos la besó. Sabía a cereza, acida y madura.

Sus lenguas se encontraron y se enzarzaron en una ardiente lucha. El invadió la barrera de sus labios con la lengua y consiguió adentrarse en su boca. Le quería dar placer en todos los sentidos.

Hanna reprimió un gemido y rodeó la cintura con los brazos para luego deslizar las manos por su espalda. Su caricia fue como una droga en las venas de James. Adictiva, pero satisfactoria. Vendería su alma para poder poseerla.

Las manos de James, ansiosas por corresponder a Hanna, tenían ideas propias. Le cogió los pechos y rodeó sus pezones con los pulgares hasta que se pusieron duros. Su polla se endureció contra el vientre de ella. La empujó contra el gran ventanal, le cogió el culo con las manos y le abrió las piernas.

La apasionada reacción de Hanna disminuyó. Dejaron de besarse.

—Yo... James... —dijo su nombre casi sin aliento.

Él le pasó la yema del dedo por los labios. Lo que sintió al tocarla volvió a acelerar su respiración. Sólo tenía que mirarla para que se encendieran las brasas de necesidad que ardían en su interior.

—¿James qué? —su voz era más caliente que la lava.

Hanna se estremeció y suspiró contra su boca.

—¿En qué estoy pensando? —Puso las manos sobre el pecho de James y lo apartó.

El se negó a ceder.

—No pienses. —La cogió de nuevo—. Sólo actúa. —«Cómo hiciste la otra noche», pensó, recordando la madrugada que se deslizó en forma de brisa en su casa y pudo apreciar la pasión que hervía bajo su frío exterior.

—Tenemos que parar.

Hanna pasó por su lado. Sus palabras fueron un auténtico cubo de agua fría.

James se volvió.

—¿Por qué? Ella le contestó con una pregunta:

—¿Me has ofrecido el trabajo para poder acostarte conmigo?

Se miraron fijamente a los ojos. Él vio la llama de la pasión en su mirada. Ella lo deseaba. No había ninguna duda. Hanna sacó ligeramente la lengua y se humedeció los labios.

James se metió las manos en los bolsillos. Su corazón latía con mucha fuerza.

—No pretendo utilizar mi posición como jefe para acostarme contigo. —Negó con la cabeza imaginando lo poco sincero que debía estar sonando lo que estaba diciendo—. Mis intenciones como hombre...

—Me gustaría mantener mi trabajo separado del placer —lo interrumpió ella—. Su voz, casi inaudible, era seca. Destilaba angustia... y lujuria.

James inspiró con fuerza. Un ligero temblor le recorrió el cuerpo y empezó a transpirar. Su corazón ardía y la frustración se adueñó de él; tenía tantas ganas de poseerla que le resultaba doloroso. Al haber percibido un ligero aroma a sexo femenino, su polla insistía en permanecer incómodamente dura dentro de sus pantalones. Hasta el último de los ligamentos de su cuerpo seguía rígido, eran como cables de alta tensión de pura lujuria.

—¿Eso es lo que quieres?

Hanna dudó y luego levantó la barbilla. En su mente la decisión ya había sido tomada.

—Es mejor así. Es menos complicado. —Su cuerpo no estaba de acuerdo. Sus pupilas estaban dilatadas y respiraba con dificultad. Sus pezones seguían erectos; se habían convertido en pequeños, puntos duros de deseo.

Aquéllas no eran las palabras que James quería escuchar.

—Tienes razón.

—¿Sigo trabajando aquí? —preguntó ella.

El se puso una mano sobre el corazón.

—Por supuesto. Espero que aún sigas queriendo trabajar con un viejo lobo como yo.

—¿No querrás decir un viejo vampiro? —preguntó ella, sacando a relucir la confesión que él le había hecho en el bar de camioneros. Obviamente, no lo había olvidado.

James asintió esbozando una sonrisa forzada. Justamente era lo último que le apetecía hacer.

—Viejo vampiro.

Hanna inspiró con fuerza.

—Bueno, se está haciendo tarde y debería irme a casa.

—¿Sale usted corriendo, señorita Fawks?

Ella negó con la cabeza. Su mirada no flaqueó ni un momento.

—¿Quién dice que voy a correr?

Cuando cerró la puerta del despacho de James, Hanna se apoyó en la pared y se dio un suave golpe en la cabeza. Tardó unos diez minutos en estabilizar su respiración y dejar de temblar. ¡Vaya! Cómo la había tocado... El mero hecho de pensar en ello le provocaba escalofríos. Se pasó los dedos por los labios. Seguía sintiendo el hormigueo que James le había provocado con sus besos. Su clítoris palpitaba salvajemente entre sus piernas.

—Te dije que no correría —dijo susurrando—. Si me quieres, ven a por mí.

Cuando escuchó los pasos que se acercaban, abrió los ojos. Recuperó la compostura y se puso bien el uniforme y la falda. Inspiró con fuerza justo cuando Rosalie Dayton giraba la esquina.

—Estás aquí —dijo la mujer—. Me acaban de dar la noticia. James me ha dicho que has aceptado el trabajo. Enhorabuena.

Hanna sonrió.

—Bueno, gracias. Espero que trabajemos a gusto juntas.

Rosalie miró hacia el techo.

—Estoy muy emocionada por poder trabajar por fin con una mujer inteligente y no con otra de las putitas de James. Créeme, estoy cansadísima de todas las modelos en potencia que desfilan por aquí sólo para que él se pueda acostar con ellas.

Al escuchar estas palabras Hanna sintió que se le caía el alma al suelo.

—¿Así que se acuesta con muchas mujeres? —No era que no hubiera escuchado los rumores. Los había oído. Simplemente había elegido ignorarlos.

Hasta ahora.

Un brillo de complicidad iluminó los ojos de Rosalie.

—No se acuestan exactamente, cariño. Este hombre aún no ha conseguido meterse una en el saco que ya está buscando la siguiente. —La mujer alargó el brazo y le dio una palmadita en el hombro—. Pero tú pareces una chica sensible. No eres el tipo de mujer con la que James pueda tontear.

Información procedente de la fuente más fidedigna. ¿Podía estar más claro?

Hanna intentó mantener una expresión neutral. Durante los últimos tres días había estado fantaseando con acostarse con James, y al final le habían destrozado las ilusiones en un minuto.

—Gracias. —«Supongo», pensó. Hanna se tragó el nudo que se le había hecho en la garganta. No hacía ni veinte minutos que James la había manoseado como si fuera un trozo de carne de primera. Además, ella había estado a punto de dejarle seguir adelante. Gracias a Dios que no se había dejado llevar. Si él le hubiera dicho que se la quería follar, le hubiera faltado tiempo para quitarse la ropa.

—De nada —Rosalie le dio un suave codazo en las costillas—. Enhorabuena otra vez, querida. —Se alejó caminando con la energía que podría tener una mujer con la mitad de años que ella.

Hanna clavó la mirada en la puerta del despacho de James. El éxito era como encontrarse un trozo de carbón en los zapatos el día de Reyes. Le dieron ganas de entrar y tirarle el ascenso a la cara.

Dios. Su propio comportamiento le daba ganas de vomitar. Había estado a punto de comportarse como una perra en celo frotándose contra su pierna.

Hanna tenía la sensación de haber evitado un gran error. Gracias a Dios, James nunca sabría lo cerca que había estado de dejarse llevar. Todo cuanto a él se refería parecía tan perfecto... Y, sin embargo, cuando lo analizaba con precisión se daba cuenta de que todo estaba mal. Para un hombre como James, ella no significaría más que una breve distracción. Hasta que se encaprichase de la siguiente chica.

Aquella idea cayó de pleno sobre el mayor de sus temores. No sólo se sentía barata, sino también fácil. Y desechable.

—Estúpida, estúpida, estúpida.

De repente, no soportaba seguir en el club.

Descuidando sus tareas laborales, se fue corriendo hasta su coche. Se sentó tras el volante y cerró las puertas.

Se golpeó la cabeza contra el volante. Últimamente parecía ser su forma preferida de autocastigarse. Era una lástima que no lo hiciera más a menudo. Tal vez así conseguiría adquirir un poco de sensatez.

—¿En qué diablos estaba pensando? —Sólo había desayunado con él y ya estaba soñando con una fantástica aventura. Más le valía tener cuidado con James; era un peligroso demonio carnal disfrazado de hombre atractivo. Casi había conseguido embaucarla para que se metiese en su cama con su provocativa mezcla de sofisticación y misterio. La lujuria era una droga terrible; resultaba imposible alejarse de ella o resistirse. Aún sentía un hormigueo en todas las partes del cuerpo que James le había tocado.

Levantó la cabeza y miró sus ojos en el espejo retrovisor.

—Mantente alejada de ese maldito hombre. Sólo te traerá problemas.

Se estremeció mientras luchaba contra las lágrimas. Era un consejo fácil de dar.

ThatBitch.
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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 2 Empty Re: Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

Mensaje por ThatBitch. Vie 16 Nov 2012, 12:54 pm



Capítulo 15

Hanna era consciente de que cada vez había menos luz en la calle. El perfil de la ciudad se desdibujaba lentamente a medida que el cielo cambiaba su color azul por el gris y finalmente se cubría de un sombrío y oscuro tono tan negro como el hollín. La ciudad se llenaba de luces. En aquellas horas antes del anochecer, ella estaba sola de nuevo.

Perdida en la tristeza, también se sentía marchitar, como si estuviera cayendo en una oscuridad de la que nunca podría volver a salir. En lugar de haber aceptado la deliciosa oferta de James, la había rechazado. El dejó bien claro que la deseaba. No había ninguna duda respecto a eso. Ella había conseguido encontrar la fuerza para resistirse a él aquella noche o, más bien, le había faltado la suficiente confianza en sí misma para seguir sus instintos. «¿Por qué?»

¿Era porque le habían hecho daño hacía poco? Una bocina sonó en el interior de su mente. No era una excusa lo bastante buena.

¿Era porque tenía miedo? Caliente, caliente... ¿Tal vez era porque creía que ella no era lo suficientemente buena para un hombre como James? Bingo. Hanna se frotó los ojos.

—Estoy cansada de no ser lo suficientemente buena —murmuró—. Estoy cansada de ser yo.

Las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos. ¿Había alguna sorpresa más para ella en la vida o estaba condenada a sentirse como un pez fuera del agua para siempre?

Alguien llamó a la puerta y se sobresaltó. Miró hacia la puerta con mala cara y maldijo.

—¡Maldita sea! ¿Quién demonios puede ser? —Nadie la visitaba los domingos, excepto el chico que repartía los periódicos, y ya le había pagado el mes entero a aquel mocoso mal educado.

Tal vez eran los testigos de Jehová que venían biblia en mano para salvar su alma. Definitivamente, no necesitaba ese tipo de salvación. Esperaba que no fueran los baptistas. Su iglesia estaba sólo a unas manzanas más arriba. «¡Mete tus panfletos en el buzón y vete!»

El timbre sonó otra vez.

—Ahora no —murmuró en voz baja. Estaba sentada a oscuras, así que tal vez quien estaba llamando pensaría que no estaba en casa y se iría. Se quedó sentada muy quieta, en silencio, aguantando la respiración.

Llamaron otra vez. Y otra vez. Estaba claro que allí había alguien decidido a no dejarse ignorar.

—Mierda. —Era evidente que aquellos malditos demagogos bíblicos sabían que estaba en casa. Su coche estaba aparcado en la puerta.

«Eres un jodido genio, Hanna.»

Cuando el timbre sonó por sexta vez ya estaba histérica.

Encendió la lamparita que tenía junto al sofá y se dirigió a la puerta armándose de valor para decirles a aquellos pretenciosos freaks adoradores de Jesús que se fueran ya. Giró el picaporte y abrió la puerta enérgicamente.

—¡Ya os dije que me dejarais en paz!

Cuando vio quien era la persona que estaba ante su puerta, su furia desapareció. Se calló de golpe y se quedó paralizada, mirando fijamente al hombre que esperaba fuera.

Oh, perfecto. Eso era justo lo que menos necesitaba en ese momento.

—Bueno, Hanna —dijo James despacio—, si insistes, supongo que no me queda elección. —Como no estaba en el club se había vestido más informal: pantalones, camiseta y chaqueta deportiva. Pulcro e inmaculado.

Hanna gimió por dentro.

—¿Qué... qué haces aquí? —tartamudeó, fracasando estrepitosamente al intentar mantener la compostura. De repente, se dio cuenta de que su aspecto debía dar miedo. Tenía los ojos rojos de haber estado llorando, su cara estaba hinchada, y llevaba puesto un chándal viejo y unas zapatillas.

Desde luego en ese momento estaba muy alejada del tipo de belleza sexy que encandilaría a Carnavorn.

—Espero que no te importe que me haya presentado sin avisar —dijo James—. Pero contestabas el teléfono.

No respondía porque el teléfono estaba desconectando. Cuando estaba en medio de una buena depresión, no le gustaba tener que contestar si alguien llamaba.

—Yo... Bueno, no es un buen momento. —«No fastidies, Sherlock.»

Él la miró de pies a cabeza.

—Ya veo. —Arqueó una ceja—. ¿No me vas a invitar a pasar? —Sin esperar a que ella respondiera, cruzó el umbral y entró en el salón como si hubiera estado allí mil veces.

En el apartamento predominaban los colores oscuros, básicamente azul marino y marrón. No era la clase de mujer a la que le gustaban los estampados floreados y coloridos, ni tener las ventanas siempre abiertas para que entrase la luz del sol. Prefería tener las persianas bajadas; era su manera de mantener la distancia con el mundo exterior. Su casa era su santuario, era un pequeño pedazo del mundo sobre el que tenía absoluto control. La decoración era una ecléctica mezcla entre macizos muebles de roble y los electrodomésticos más modernos.

Hanna era aficionada a hacer punto de cruz. Tenía algunos cuadros de escenas fantásticas. En las paredes y cuidadosamente enmarcados, colgaban cuadros de hadas, unicornios, guapas hechiceras y atractivos magos a los que daba vida con hilos de colores gracias a su diestro uso de la aguja. La mayoría los diseñaba ella misma y los cosía a partir de los bocetos que dibujaba directamente sobre la tela. Aquella diversión tan simple era la manera que tenía de evadirse y conseguir seguir adelante con su aburrida y mundana existencia. James miró a su alrededor; no se le escapaba ni un solo detalle.

—Un apartamento muy bonito, Hanna. Encerrado en sí mismo. Como tú. Me gusta.

Ella lo seguía por el salón mientras digería sus comentarios y pensaba en qué hacer. No podía echarlo de su apartamento, y estaba convencida de que no podía llamar a la policía para que sacaran a su jefe de su casa.

Pasándose la mano por el pelo despeinado, se encogió de hombros.

—Gracias. Me alegro de que te guste. Mmmm, ¿puedo ofrecerte algo para beber?

El sonrió, por fin una luz al final de aquel oscuro túnel. A Hanna le flaquearon las rodillas alarmantemente.

—Una copa de vino sería estupendo, si tienes.

Una segunda oportunidad. Esta vez Hanna no pensaba fastidiarla.

—En realidad, sí que tengo. —Ella también se tomaría una copa. Era malo beber solo. Así tenía compañía.

Cuando llegó a la cocina, se lavó la cara con agua fría. Después de secarse con un trapo, sacó una botella de vino blanco de la nevera. Le había costado unos diez dólares.

No era el mejor vino del mundo y probablemente estaba muy alejado de las carísimas reservas que él estaba acostumbrado a beber. Pero era todo lo que tenía. Le quitó el tapón a la botella y llenó dos copas. Las llevó hasta el salón y le ofreció una a James.

El la cogió mientras recorría las facciones de Hanna con la mirada para finalmente centrarse en sus ojos.

—Has estado llorando —observó preocupado—. ¿Alguien te ha disgustado?

Al escuchar aquellas palabras, toda la ira, la frustración y la confusión que había sentido las últimas semanas se apoderaron de ella y la desbordaron. Quería gritar, chillar, dar patadas de rabia, pero todo cuanto podía hacer era ver con impotencia cómo la habitación se tornaba borrosa mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.

Sacudió la cabeza y se dejó caer en el sofá.

—No es nada. —Sorbió, enjugándose las lágrimas—. Sólo estaba celebrando una fiesta de autocompasión.

Él le dio un sorbo a la copa de vino.

—Creo que todos tenemos momentos así de vez en cuando.

Ella suspiró.

—Yo he tenido muchos desde que cerró la librería. Me siento como una perdedora. —decirlo en voz alta no la ayudó a sentirse mejor. Seguía sintiendo un fuerte dolor en el centro del pecho. Ese dolor provocado por el fracaso. Y por la soledad.

El se encogió de hombros.

—Sólo es dinero, Hanna. No significa nada.

—Es muy fácil decirlo cuando el dinero te sale por las orejas, James.

El se rió.

—Es verdad que tengo mucho dinero. Pero no me sirve para sentir que mi vida es más completa. Ya sabes, el dinero no puede comprar el amor.

Ella negó con la cabeza discrepando.

—Ya, pero puede comprar muchas cosas. —Hanna se bebió el vino de un solo trago—. Y las cosas te hacen feliz. —Los bancos no te pisan los talones y se quedan hasta tu último céntimo.

—Tengo muchísimas cosas —dijo él lentamente—. Pero sigo sin ser feliz. No lo soy desde hace mucho tiempo. —Aquella frase parecía absurda.

Por algún motivo, Hanna no creyó que estuviera bromeando. Silencio.

Ella notó que James la miraba, la estudiaba. Él se acercaba a ella muy despacio, como un depredador merodeando alrededor de su presa.

Hanna se puso tensa. Estaba preparada para responder cuando él dejó su copa de vino y se sentó junto a ella. Ella tenía la esperanza de que la abrazase y la besase febrilmente... Y por un momento deseó que la cogiese, la tirase al suelo y se la follase hasta que se derritiese.

—Eres demasiado guapa para ser una mujer infeliz, Hanna.

Ella sorbió y cogió un pañuelo de papel.

—Sí, y los halagos te abrirán todas las puertas.

—No he venido a halagarte. —James entrelazó sus dedos con los de ella. Hanna no dijo nada, sólo arqueó una ceja interrogativa al mismo tiempo que miraba la mano de James y luego lo miraba a los ojos—. He venido para hacerte una pregunta.

Hanna se incorporó y empezó a abrir la boca. Él no tenía que preguntar nada; ella ya lo sabía.

James puso un dedo sobre los labios de Hanna.

—¿Qué te parecería si nos viéramos después del trabajo?

Hanna, un poco desconcertada, luchó por guardar para sí misma todo lo que pensaba sobre su proposición. Si estaba intentando pillarla en un momento de debilidad para seducirla, bueno, era evidente que había elegido el momento perfecto. Se sentía vulnerable... y deseaba que la engañasen. El recuerdo de la conversación que había mantenido con Rosalie Dayton volvió inevitablemente a su cabeza: «No ha conseguido meterse una en el saco que ya está buscando la siguiente», le había dicho.

Hanna intentó no perder el tacto.

—Ya te dije —empezó a decir— que yo no...

La incisiva mirada de James seguía clavada en sus ojos.

—¿Mezclas el trabajo con el placer? —El sonrió ligeramente—. Sí, ya lo sé. Y quiero que sepas que yo tampoco me acuesto con mis empleadas. Es una norma que Rosalie me hace respetar religiosamente.

Ella notó un nudo en la garganta.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

El sonrió abiertamente.

—Para hacerte cambiar de opinión y romper una norma. —La miró larga e intensamente. Estaba tenso, tal vez esperaba que ella destrozase sus esperanzas.

James entornó los ojos. Ella percibió que él estaba a punto de hacer algo.

—¿Y cómo pretendes hacerlo?

—Así.

James se inclinó hacia delante y la besó recreándose en sus labios. Paseó las manos por su cuerpo. Cuando le acarició los pechos, un placentero escalofrío trepó por la espalda de Hanna.

Con la respiración entrecortada, ella se apartó.

—James, esto está mal. —Sus labios decían que no, pero su cuerpo tenía ideas propias. La sangre corría por sus venas a toda velocidad y le aporreaba las sienes con un ritmo furioso; escuchaba un rugido en los oídos, era como una furiosa ola empujada por el viento. Estaba segura de que le saldría por las orejas si empujaba con más fuerza.

James estiró el brazo para acariciarle la cara.

—No estoy de acuerdo contigo. —Su mirada brillaba de necesidad—. Desde el primer día que te vi he sentido cómo tu cuerpo llama desesperadamente al mío. Yo sólo quiero complacerte, Hanna. —Una pequeña y sexy sonrisa le curvó los labios—. Incluso en este momento puedo leer tus pensamientos.

Pensamientos muy traviesos. Ella casi se olvidó de respirar.

—¿Pu... puedes hacer eso?

El tragó con fuerza, su tono de voz cada vez era más profundo.

—Estás pensando en mis caricias. En mis manos sobre tus caderas, trepando por tu cuerpo para acariciarte los pechos y agarrarlos con fuerza. —El se inclinó hacia delante y le susurró al oído—. ¿Sientes ese familiar hormigueo entre tus piernas y cómo se propaga el calor a través de tu clítoris? Eres una mujer cuyos deseos se mueren por ser liberados. Yo puedo hacer eso por ti; puedo ayudarte a vivir tus más profundas fantasías sexuales.

A Hanna se le secó la boca. Casi se le para el corazón.

—¡Oh, Dios mío! —Apretó los muslos con fuerza. Definitivamente, escuchar cómo James la seducía con sus palabras la excitaba muchísimo. Sintió que se le humedecía la entrepierna.

La expresión en sus ojos era imposible de resistir. Intentó esforzarse por levantase, por decirle que estaba comportándose como un tonto, pero era incapaz de encontrar las palabras o el valor para decirlas. Tampoco podía rechazarlo. Sus palabras le habían incendiado la mente.

Hanna reprimió un gemido.

—Yo también te deseo. —Aquélla no era la tímida Hanna Fawks. Aquélla era una picara descarada que sabía lo que quería e iba derecha a por ello.

Le podía costar perfectamente un trabajo. Podía encontrar trabajo en otro sitio. Pero estaba segura de una cosa: no volvería a encontrar otro hombre como aquél. Practicar sexo con él se estaba convirtiendo en una obsesión cada vez mayor. Cuanto más pensaba en él, más lo deseaba.

James la cogió por la barbilla y se inclinó hacia ella.

—Bien.

Hanna aceptó la presión de su boca, suave, tal como esperaba que fuera.

El beso se hizo más profundo y la lengua de James rompió la barrera de los labios de Hanna para explorar su boca. Era un maestro. El mejor beso que le habían dado jamás.

James la empujó hacia atrás hasta que consiguió que se recostase sobre los suaves cojines del sofá y metió una mano por debajo de su jersey para acariciar las suaves curvas de sus pechos. Como ella no protestaba, él siguió avanzando en sus caricias y le frotó el pezón con el dedo índice y el pulgar. Ella se arqueó contra el duro pecho de James disfrutando de la sensación de tener aquel firme cuerpo pegado al suyo. Era tan sólido, tan masculino... Su olor era una mezcla de almizcle y sudor masculino que le resultaba muy agradable y azotaba con fuerza sus femeninos sentidos. La mano de James abandonó sus pechos y descendió por su plano vientre hasta que se internó por los pantalones para encontrar el monte de Venus. Le acarició el sexo con el dedo corazón.

Esta vez ella no pudo reprimir el gemido.

—No tienes ni idea de cómo me gusta.

James sonrió con malicia; se cambió de postura y la colocó sobre su regazo de manera que quedó sentada encima de él.

—Oh, sí que lo sé. —Su voz era tan seductora.

Hanna suspiró de placer cuando la estiró encima de él para poder deslizarle los labios por el cuello. Sus tetas, duras y erectas, chocaron contra el pecho de James. No se había molestado en ponerse sujetador cuando se vistió. Sus pezones estaban duros y anhelaban ser mordisqueados.

Ella le cogió una mano y la guió hasta sus pechos.

—Quiero que me aprietes los pezones con fuerza —dijo suspirando—. No hay nada que me guste más que sentir una polla dentro de mí y una boca caliente chupándome los pezones. —Cierto. La alternancia de sensaciones entre sus pechos y su clítoris le hacían perder la cabeza. Nunca dejaba de llegar al clímax.

Lo que resultaba más desconcertante era el hecho de que ella le hubiera explicado cómo volverla loca de placer. Esta, definitivamente, no era la tímida Hanna. Había algo en aquel hombre que liberaba a la puta que había en su interior. Y a ella le gustaba.

Automáticamente, James hizo rodar la punta del pezón de Hanna entre el pulgar y el índice.

—Lo tendré en cuenta. —Se detuvo y se retiró el tiempo suficiente para quitarle la sudadera. Tenía la piel de gallina.

Hanna jadeó cuando él se inclinó para meterse su pezón izquierdo en la boca; jugueteó con él utilizando los dientes y la lengua. Aquella exótica sensación le provocó una familiar calidez. El latido de su corazón martilleaba en sus oídos y sus propios suaves gemidos avivaban el fuego que despertaba entre sus muslos.

La erección de James le presionó la entrepierna. Las expertas manos de su jefe se movieron por su espalda para agarrarle el culo mientras sus labios serpenteaban por el valle que había entre sus pechos. Un momento después la aventurera boca de James encontró el otro pezón y dibujó círculos con la lengua alrededor de él volviéndola loca de deseo.

Hanna jadeó mientras deslizaba los dedos por la espesa cabellera de James y se frotaba con su erección que había quedado atrapada debajo de su cuerpo.

—A la mierda con eso de no mezclar el trabajo con el placer —susurró ella quitándose las zapatillas—. Vamos arriba.

La hambrienta mirada de James se encontró con la de Hanna.

—Estaba deseando que dijeras eso.

ThatBitch.
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Mensaje por ThatBitch. Vie 16 Nov 2012, 12:58 pm

Vale, si pensais que eso fue hot esperad a leer los demas... Afuera el pudor!! :roll:
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Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO - Página 2 Empty Re: Sins Of The Flesh *HOT* [James Maslow] ULTIMO CAPITULO

Mensaje por {CJ} Vie 16 Nov 2012, 1:28 pm

Como nos dejas así!!!!

Eres cruel mujer! :evil:

Qué cosas harán esos dos en el piso de arriba?? :twisted:

Espero que la uni te de tiempo para poder saber que cosas perversas va hacer James y Hanna!!

Saludos!!
{CJ}
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