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"Bailando con el diablo" (Nick y tu)

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"Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 2 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Invitado Jue 07 Ene 2010, 8:33 am

wOuu qe Capiitulo el de hoy no?? lloree ii tdo!!
Pobre Nick tdO lo qe sufriiO ='(
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"Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 2 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Belieber&Smiler♥ Jue 07 Ene 2010, 5:01 pm

Ak hay otro cap.

Capítulo 7
Nicholas se despertó poco después del mediodía. Él muy raras veces dormía durante el día. Era más como una siesta. En el verano hacía demasiado calor en su cabaña para dormir cómodamente y en el invierno hacía demasiado frío.
Pero en su mayor parte era porque sus sueños nunca lo dejaban dormir mucho tiempo. El pasado lo perseguía en demasía como para tener paz, y mientras estaba inconsciente, no podía mantener esos recuerdos alejados.
Pero mientras abría los ojos y oía el viento rugiendo afuera, recordó dónde estaba.
La cabaña de Astrid.
Había corrido las cortinas la noche anterior así que no podía saber si todavía estaba nevando afuera o no. No es que tuviese importancia. Durante la luz del día, estaba atrapado aquí.
Atrapado con Ella.
Salió de la cama y caminó por el vestíbulo, hacia la cocina. Cómo deseaba estar en su casa. Realmente necesitaba una bebida sustanciosa. No era que el vodka realmente espantara los sueños que consumían su mente. Pero la quemazón que producía lo distraía un poco.
—¿Nicholas?
Giró ante la voz suave, que descendió por él como una caricia sedosa. Su cuerpo reaccionó instantáneamente a eso.
Todo lo que tenía que hacer era pensar en su nombre y eso lo hacía poner duro, como una piedra, de necesidad.
—¿Qué? —no supo por qué le contestó cuando normalmente no lo habría hecho.
—¿Estás bien?
Él bufó ante eso. Nunca en su vida lo había estado. —¿Tienes algo para beber en este lugar?
—Tengo jugo y té.
—Licor, Princesa. ¿Tienes cualquier cosa en este lugar que muerda un poco?
—Sólo Sasha y tú, por supuesto.
Nicholas recorrió con la mirada los cortes crueles en su brazo donde su mascota lo había atacado. Si él fuera cualquier otro Cazador Oscuro esas heridas ya no estarían. Pero con suerte sólo estarían ahí por unos pocos días más.
Así como el agujero en su espalda.
Suspirando, alcanzó la heladera y sacó el jugo de naranja. Abrió la parte superior y casi tenía el envase en sus labios cuando recordó que no era suyo y éste no era su lugar.
Su lado cruel le dijo que continuara y bebiera, ella nunca lo sabría, pero no escuchó esa voz.
Fue al aparador y sacó un vaso, luego lo llenó.
Astrid sólo podía oír débiles signos que le decían que Nicholas todavía estaba en la cocina. Estaba tan quieto que tuvo que esforzarse para estar segura.
Caminando hacia delante, ella se dirigió hacia el fregadero. —¿Tienes hambre?
Fuera de costumbre, extendió sus manos y rozó una cadera caliente y desnuda.
Era suave, invitadora.
Llena de vida.
Atontada por la inesperada sensación de su mano sobre su carne desnuda, bajó la mano por su pierna antes de percatarse que Nicholas no llevaba ropas puestas.
El hombre estaba completamente desnudo en su cocina.
Su corazón martillaba.
Él se alejó de ella. —No me toques.
Ella tembló ante la cólera en su voz. —¿Dónde están tus ropas?
—No duermo con jeans.
Su mano ardió ante recuerdo de su piel bajo ella. —Bien, deberías ponértelos antes de venir aquí.
—¿Por qué? Estas ciega. No es como si me pudieras ver.
Verdad, pero si Sasha estuviera despierto, habría tenido un ataque por esto.
—No necesito que me recuerdes mis defectos, Príncipe Encantado. Créeme, soy muy consciente del hecho que no puedo verte.
—Bien, entonces, cuentas tus bendiciones.
—¿Por qué?
—Porque no vale la pena mirarme.
Su mandíbula se aflojó ante la sinceridad que oyó en su voz. El hombre que ella había visto a través de los ojos de Sasha bien valía la pena de ser mirado. Él era bellísimo.
Tan bien parecido como ningún otro hombre que alguna vez hubiera visto.
Luego recordó su sueño. En la forma que las otras personas lo habían mirado.
En su mente, él todavía era el desgraciado herido que otras personas habían golpeado y habían maldecido.
Y eso la hacía querer llorar por él.
—En cierta forma lo dudo —su murmullo logró pasar el nudo que tenía en la garganta.
—No lo dudes.
Lo escuchó caminar coléricamente delante de ella, por el vestíbulo. Cerró de un golpe la puerta.
Astrid se quedó parada en la cocina, debatiendo qué hacer.
Él estaba tan perdido.
Ella entendía eso ahora.
No, ella se corrigió a sí misma. Realmente no lo entendía para nada. ¿Cómo podría?
Nadie nunca se había atrevido a tratarla de la forma en que lo habían tratado a él. Su madre y sus hermanas habrían matado a cualquiera que se atreviera a mirarla por debajo de la nariz. Siempre la habían protegido del mundo, aún mientras ella luchaba para escaparse de ellos.
Nicholas nunca había conocido un contacto cariñoso.
Nunca conocido el calor de una familia.
Siempre había estado solo en una forma que ella ni siquiera podía comenzar a entender.
Abrumada por las nuevas emociones que sentía, no estaba segura de lo que debía hacer. Pero quería ayudarlo.
Ella caminó por el vestíbulo sólo para descubrir que había cerrado la puerta. —¿Nicholas?
Él se rehusó a contestarle otra vez.
Suspirando, presionó su cabeza contra la puerta y se preguntó si habría alguna forma con la que ella pudiera alcanzarlo alguna vez.
Alguna forma de salvar a un hombre que no quería ser salvado.

Thanatos estaba furioso con la orden de Artemisa.
—Retírate, mi trasero —no tenía intención de retirarse. Por novecientos años había esperado esta directiva.
Esperando la oportunidad para igualar los tantos con Nicholas de Moesia.
Nadie, y más especialmente no Artemisa, se interpondría en su camino ahora.
Tendría a Nicholas o moriría haciendo el intento.
Thanatos sonrió por eso. Artemisa no tenía tanto poder como ella pensaba. Al fin, sería su voluntad la que ganaría el día.
No la de ella.
Ella no era nada para él. Nada menos que un medio para conseguir un fin que él reclamaba.
La venganza finalmente sería suya.
Thanatos golpeó a la puerta de la remota cabaña. Al otro lado de la puerta, pudo oír voces bajas llenas de pánico. Apolitas, apresurándose a esconder a sus mujeres y sus niños.
Apolitas que vivían con el miedo de cualquiera que viniera buscándolos.
—Soy la luz de la lira —dijo Thanatos, diciendo palabras que solo los Apolitas o Daimon conocerían. Palabras que eran usadas cuando un Daimon o Apolita buscaba a otro de los suyos para refugiarse. La frase era una referencia a su parentesco con Apolo, el dios del sol, quien los había maldecido y abandonado.
—¿Cómo es que puedes caminar bajo la luz del día? —era la voz de una mujer. Una llena de miedo.
—Soy el Dayslayer. Abre la puerta.
—¿Cómo sabemos eso? —esta vez fue un hombre el que habló.
Thanatos gruñó por lo bajo.
¿Por qué quería ayudar a estas personas?
Eran despreciables.
Pero claro, él lo sabía. Una vez, hacía mucho, había sido uno de ellos. También había estado escondiéndose, asustado de los Escuderos y los Cazadores Oscuros. Asustado de la lastimosa humanidad que venía por ellos a la luz del día...
Cómo los odiaba a todos ellos.
—Voy a abrir esta puerta —les advirtió Thanatos. —La única razón por la que golpeé era a fin de que ustedes la destrabaran y se salieran del camino de la luz del día antes de que entrase. Ahora destrábenla o la patearé hasta tirarla.
Oyó el chasquido del cerrojo.
Haciendo una respiración profunda, tranquilizadora, empujó la puerta lentamente.
Tan pronto como entró y cerró la puerta, una pala llegó a su cabeza.
Thanatos la agarró y la sacudió con fuerza, arrancando a una mujer de las sombras.
—¡No dejaré que lastime a mis niños!
Él tomó la pala y la miró con resentimiento. —Confía en mí, si quisiera lastimarlos, no me podrías detener. Nadie podría. Pero no estoy aquí para eso. Estoy aquí para matar al Cazador Oscuro que cazó a tus parientes.
El alivio inundó su bella cara mientras lo miraba como si él fuese un ángel.
—Entonces realmente es el Dayslayer —la voz era masculina.
Thanatos volteó su cabeza para ver un Daimon masculino dejando las sombras. El Daimon no aparentaba ser mayor de veinte años. Como todos los de su raza, el Daimon era un modelo de excelencia en perfección física. Bello en su juventud y su compostura física, su largo cabello rubio estaba trenzado a su espalda. Su mejilla derecha estaba marcada con tres lágrimas rojas como la sangre que habían sido tatuadas allí.
Thanatos supo cual era su raza instantáneamente.
El Daimon era uno de los raros guerreros Spathi que Thanatos había venido buscando.
—¿Son lágrimas por sus niños?
El Daimon hizo una brusca inclinación de cabeza. —Cada uno fue muerto por un Dark Hunter. Y yo a mi vez maté al Hunter.
Thanatos sintió dolor por el hombre. Los Apolitas no tenían una oportunidad real y aun así eran castigados porque ellos escogían la vida sobre la muerte. Se preguntó lo que la humanidad y los Cazadores Oscuros harían si les dijeran que tenían una de dos elecciones: morir dolorosamente en medio de su joven vida, o tomar almas humanas y vivir.
Como un mero Apolita, Thanatos había estado preparado para morir.
Como su esposa...
Nicholas le había quitado incluso esa opción a su familia.
Demente, él había venido a su pueblo, arrasando a todos los que estaban allí. El hombre apenas había podido esconder a la mujer y a los niños antes de que Nicholas los hubiera destruido a todos ellos.
Nadie que se hubiese cruzado en el camino de Nicholas había permanecido vivo.
Nadie.
Nicholas había matado a Apolitas y Daimons indiscriminadamente. Y por ese delito su único castigo había sido el exilio.
¡Desterrado!
La furia se extendió en él. Cómo demonios Nicholas continuó viviendo con comodidad durante todos estos siglos mientras el recuerdo de esa noche supuraría eternamente en el corazón de Thanatos.
Pero se forzó a dejar ese odio a un lado. No era el momento de dejar que su cólera lo dirigiese. Era el momento de ser tan frío y calculador como su enemigo.
—¿Qué edad tienes, Daimon? —preguntó Thanatos al Spathi.
—Noventa y cuatro.
Thanatos arqueó una ceja. —Lo has hecho bien.
—Sí, lo he hecho. Me cansé de ocultarme.
Él conocía el sentimiento. No había nada peor que verse forzado a vivir en la oscuridad. Vivir la vida confinado.
—No tengas miedo. Ningún Cazador Oscuro irá tras de ti. Estoy aquí para asegurarme de eso.
El hombre sonrió. —Pensamos que eras un mito.
—Todos los buenos mitos tienen sus raíces en la realidad y la verdad. ¿No te enseñó tu madre eso?
Los ojos del Spathi se pusieron oscuros, embrujados. —Tenía solo tres años cuando ella cumplió veintisiete. No tuvo tiempo de enseñarme nada de nada.
Thanatos colocó una mano reconfortante sobre el hombro del hombre.
—Retomaremos este planeta, hermano. Pierde cuidado, nuestro día ha llegado otra vez. Convocaré a los demás de tu especie y uniremos a nuestros ejércitos. La humanidad no tendrá a nadie que los pueda proteger.
—¿Qué hay de los Cazadores Oscuros? —preguntó la mujer.
Thanatos sonrió. —Están circunscriptos a la noche. Yo no lo estoy. Los puedo asechar cuando quiera —se rió. —Soy inmune a sus heridas. Soy La Muerte para todos ellos y ahora estoy en casa otra vez, con mi gente. Juntos, regiremos esta tierra y todo lo que habita en ella.
Nicholas se despertó con el olor del paraíso. Habría pensado que estaba soñando, pero sus sueños nunca eran tan agradables.
Quedándose en la cama, tuvo miedo de moverse. Asustado de que el aroma delicioso resultara ser una invención de su imaginación.
Su estómago rugió.
Él oyó el ladrido del lobo.
—Silencio, Sasha. Despertarás a nuestro invitado.
Nicholas abrió sus ojos. Invitado. Nunca nadie más que Astrid lo había llamado así.
Sus pensamientos se dirigieron a la semana que había pasado en Nueva Orleáns.
¿Estoy quedándome contigo y Kyrian o con Nick?
Pensamos que era mejor que tuvieras tu propio lugar.
Las palabras de Acheron habían pateado algo dentro de él que no sabía que todavía tenía.
Nunca nadie lo había querido cerca.
Él pensó que había aprendido a que no le importara.
Y aún así las palabras simples de Astrid tocaron la misma parte extraña que Acheron había tocado.
Saliendo de la cama, se vistió y fue a buscarla.
Nicholas se paró en la entrada, observando como hacía panqueques en el horno a microondas. Ella era asombrosamente autosuficiente a pesar de su ceguera.
El lobo lo miró y gruñó.
Astrid levantó la cabeza como tratando de ver si podía oírlo. —¿Nicholas? ¿Estás en la habitación?
—En la puerta —. No supo por qué le respondió. No sabía por qué él estaba todavía aquí.
Concedido, la tormenta era todavía feroz, pero había viajado a través de muchas tormentas durante los siglos cuando había vivido aquí sin las comodidades modernas. Hubo una época, no hacía mucho tiempo, que él había tenido que buscar comida en lo más recio del invierno. Derretir nieve a fin de tener algo que beber.
—He hecho panqueques. No sé si a ti te gustan, pero tengo jarabe de arce y arándanos o fresas frescas si lo prefieres.
Él fue a la mesada y alcanzó un plato.
—Siéntate, te lo traeré.
—No, Princesa –dijo él agudamente. Habiendo sido forzado a servir a otros, se rehusaba a tener a alguien sirviéndolo a él. —Puedo arreglarme solo.
Ella levantó las manos en señal de rendición. —Muy Bien, Príncipe Encantado. Si hay algo que respeto, son aquellos que pueden cuidarse solos.
—¿Por qué sigues llamándome así? ¿Estás burlándote de mí?
Ella se encogió de hombros. –Tu me llamas “Princesa”, yo te llamo “Príncipe Encantado”. Imagino que es justo.
Concediéndole una mayor cantidad de respeto, alcanzó el tocino que había en un platito sobre la cocina. —¿Cómo fríes esto cuando no puedes ver?
—Horno de microondas. Sólo marco el tiempo para fritos.
El lobo se acercó y comenzó a oler su pierna. Lo contempló como si estuviera ofendido y comenzó a ladrarle.
—Cállate, Benji — gruñó. —No quiero escuchar sobre mi higiene de alguien que lame sus propias pelotas.
—¡Nicholas! —Astrid se quedó boquiabierta. —No puedo creer hayas dicho eso.
Él apretó sus dientes. Bien, ya no hablaría más. El silencio era lo más conveniente de cualquier manera.
El lobo lloriqueó y ladró.
—Shh —lo serenó ella. —Si él no quiere tomar un baño, entonces no es asunto nuestro.
Su apetito se había ido, Nicholas colocó su plato en la mesa y regresó a su cuarto donde no los podría ofender más.
Astrid anduvo a tientas hacia la mesa, esperando encontrar a Nicholas allí. Todo lo que encontró fue su plato con comida sin tocar.
¿Que sucedió? —preguntó a Sasha.
Si él tuviese sentimientos, entonces diría que lo heriste. Como no los tiene, él se regresó al cuarto para encontrar un arma y así poder matarnos.
¡Sasha! Dime qué sucedió ahora mismo.
Ok, bajó el plato y salió.
¿Cómo parecía estar?
Nada. No exteriorizó ningún tipo de emoción.
Eso no la ayudó para nada.
Ella fue tras de Nicholas.
—Vete –gruñó él después que ella golpeara la puerta y la empujara para abrirla.
Astrid se paró en la entrada, deseando poder verlo. —¿Qué quieres, Nicholas?
—Yo... —su voz se apagó.
—¿Tu qué?
Nicholas no podía decir la verdad. Él quería tener calor. Una sola vez en su vida, quería calidez. No sólo física sino calidez mental.
—Quiero irme.
Ella suspiró ante sus palabras. —Morirás si sales allí.
—¿Y qué si lo hago?
—¿Tu vida verdaderamente no tiene valor o importancia para ti?
—No, no la tiene.
—¿Entonces por que no te has suicidado?
Él bufó. —¿Por qué debería? El único disfrute que tengo en mi vida es saber que disgusto mucho a todo el mundo a mí alrededor. Si estuviera muerto, entonces los haría felices a todos ellos. Dios prohíba que alguna vez haga eso.
Para su sorpresa, ella se rió. —Desearía poder ver tu cara para saber si estás bromeando o no.
—Confía en mí, no lo estoy.
—Entonces lo siento por ti. Desearía que tuvieras algo que te hiciera feliz.
Nicholas apartó la vista de ella. Feliz. Él ni siquiera podía entender esa palabra. Era tan extraña como bondad. Compasión.
Amor.
Esa era una palabra que nunca entró en su vocabulario. Él no podía imaginar qué debían sentir los otros.
Por amor, Talon casi había muerto a fin de que Sunshine pudiera vivir. Por amor, Sunshine había canjeado su alma para liberar a Talon.
Todo lo que él conocía era odio, cólera. Era lo único que lo mantenía caliente. Lo único que lo mantenía viviendo.
Siempre que odiara, tendría una razón para vivir.
—¿Por qué quieres vivir aquí sola en esta cabaña?
Ella se encogió de hombros. —Me gusta tener mi lugar. Mi familia me visita a menudo, por lo que raramente estoy sola.
—¿Por qué?
—Porque odio ser mimada. Mi madre y mis hermanas actúan como si estuviera desvalida. Quieren hacer todo por mí.
Astrid esperó que le dijera algo más.
No lo hizo.
—¿Te gustaría tomar un baño? —preguntó después de una corta espera.
—¿Te molesto?
Ella negó con la cabeza. —Para nada. Depende enteramente de ti.
Nicholas nunca había tenido que preocuparse por cosas como bañarse. Cuando era un esclavo, a nadie le importaba si estaba limpio o no, y en verdad se había quedado sucio a fin de que nadie quisiera acercarse más de lo que era necesario.
Como Dark Hunter, había estado completamente solo incluso antes de su exilio en Alaska. Y una vez aquí había sido tan difícil hacer algo tan simple como bañarse, que casi lo había abandonado.
Sólo había sido después de que Fairbanks se hubiera establecido, que decidió comprar una tina grande, que usaba sólo cuando iba al pueblo.
Su corta estadía en Nueva Orleáns había sido una atesorada delicia de hacer correr agua caliente y fría y duchas que podían durar una hora entera antes de que el agua se volviera fría.
Si Astrid le hubiera ordenado tomar un baño, entonces no lo habría considerado. Como ella se lo había ofrecido como una opción, se dirigió hacia el cuarto de baño.
—Las toallas están en el armario del vestíbulo.
Nicholas se detuvo ante el armario fuera del cuarto de baño y abrió la puerta. Como todo en la casa, estaba adecuadamente ordenado. Todas las toallas estaban dobladas pulcramente. Demonios, eran de colores que hacían juego con el resto de la casa.
Agarró una grande de color verde y bien mullida y fue a tomar un baño.
Astrid oyó correr el agua. Tomo una respiración profunda y fortificante.
Extraño, hasta que Sasha lo había mencionado, no se había percatado que Nicholas no se había bañado. Él no había olido ni nada y se lavaba las manos tan seguido que asumió que el resto de él también estaba limpio.
Regresó a la cocina para encontrar a Sasha comiendo los panqueques de Nicholas.
—¿Qué haces?
Él no los quiso. Se enfriaban.
—¡Sasha!
—¿Qué? No esta bien desaprovechar la comida.

Sacudió la cabeza al lobo mientras se disponía a hacer otra cantidad para Nicholas. Tal vez él estuviera más sociable cuando dejara la ducha.
No lo estuvo. Si algo estuvo fue mucho más malhumorado mientras engullía los panqueques.
Él es asqueroso —le dijo Sasha. —Come como un animal. Agradece que estas ciega.
Sasha, déjalo tranquilo.
Dejarlo, mi culo. Él usa el tenedor como una pala y juro que se metió un panqueque entero en su boca de una vez.
Astrid habría estado disgustada si no hubiese estado en sus sueños. Nadie nunca le había enseñado las formas o los modales más básicos. Había sido relegado a una esquina en el piso, como el animal que Sasha lo llamaba.
En su vida humana, la comida había sido escasa. Y en los talones de ese pensamiento venía otro descubrimiento sorprendente. La comida cuando era un Cazador Oscuro había sido escasa, también.
A diferencia de los otros de su tipo, Nicholas no tenía a un Escudero para plantar y hacer crecer la comida durante el día. Para atender a los animales y hacer sus comidas. Por siglos, había vivido en el rudo ambiente de Alaska donde, en invierno, las fuentes de comida estaban seriamente limitadas.
Ella se sintió repentinamente descompuesta ante el pensamiento. Sin duda se habría muerto de hambre si hubiera sido un humano.
Los Cazadores Oscuros no podían morir de desnutrición. Pero podían padecerlo igual que un ser humano.
Hizo otro plato de panqueques para él.
—¿Qué es esto? —preguntó mientras ella colocaba otra tanda cerca de él.
—En caso de que aún tengas hambre.
No dijo nada, pero lo escuchó deslizar el plato a través de la mesa un instante antes de oírlo abrir de golpe la tapa del jarabe.
No soporto verlo hacer sopa de panqueque con el jarabe, otra vez –dijo Sasha. —Estaré en la sala si me necesitas.
Astrid lo ignoró mientras escuchaba a Nicholas comer. Cómo deseaba poder verlo.
No, no lo deseas –dijo Sasha.
Tenía el presentimiento que Sasha estaba sobre—reaccionando. Conocía al lobo bastante bien como para saber que Nicholas podía tener modales impecables y Sasha aun se quejaría.
Después de que Nicholas terminó de comer, se levantó de la mesa y enjuagó el plato.
No, él no era un cerdo. Era un hombre solitario, herido, que no sabía cómo hacer frente a un mundo que le había dado la espalda.
Vio en él lo que Acheron veía y su respeto por el Atlante creció inmensamente al darse cuenta de que podía ver lo que nadie más podía.
Ahora sólo tenía que encontrar la forma de salvar a Nicholas de una diosa que no quería saber nada más de él.
Si no lo hacía, Artemisa ordenaría que lo mataran.
Lo escuchó cortar una toalla de papel del estante.
—Oí en las noticias que continuará la tormenta. No tienen idea cuándo terminará. Dijeron que era la peor tormenta de nieve en siglos.
Nicholas dejó escapar una respiración bastante cansada. —Tengo que irme esta noche.
—No puedes.
—No tengo alternativa.
—Todos tenemos otra alternativa.
—No, no todos la tenemos, princesa. Sólo las personas con dinero e influencia tienen opciones. Para el resto de nosotros, las necesidades básicas ordenan lo que tenemos que hacer para sobrevivir —. Cruzó el piso. —Tengo que irme.
Astrid se aterrorizó. Ya que era un Cazador Oscuro realmente podía salir. A diferencia de los humanos que había juzgado, la vida de Nicholas no estaría en peligro si dejaba la cabaña esta noche. Sería frío y cruel, pero él estaba acostumbrado a eso.
¿Qué iba a hacer?
Si lo seguía, entonces se daría cuenta rápidamente que ella también era inmortal.
Por un segundo consideró en llamar a sus hermanas, pero se contuvo. Si hacía eso, nunca la dejarían olvidarlo. Necesitaba manejar esto ella sola.
¿Pero como mantenerlo aquí cuando estaba tan determinado a irse?
Giró hacia la puerta y tumbó algo en la mesada. Recogiéndolo, sintió una botella pequeña de especias que le recordaron el suero que M'Adoc le había dado.
Una dosis bastante grande de Loto mantendría a Nicholas inconsciente por unos pocos días...
Pero entonces él estaría atrapado en sus pesadillas sin ninguna forma de poder despertarse.
Tal cosa podría volverlo demente.
O ella podía dirigir sus sueños como un Skoti lo haría.
¿Se atrevería a intentarlo?
Antes de poder reconsiderarlo, fue a su habitación para sacar la botella que había escondido en la mesa de luz.
Ahora solo tenía que encontrar la manera de darle el suero a Nicholas.


"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
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Mensaje por Invitado Vie 08 Ene 2010, 11:03 am

Graciias =)!!!!
Hahaha qe riisa cn Sasha hizO sopa de panqeqe otra vez cn el jarabee xDDD
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Mensaje por Belieber&Smiler♥ Vie 08 Ene 2010, 5:54 pm

Capitulo HOOTT!!!! Disfrutenlo


Capítulo 8
Nicholas necesitaba salir, a pesar de la tormenta. Levantó la capucha del abrigo y comenzó a caminar por el vestíbulo.
Astrid lo encontró a medio camino de la puerta. Hizo una pausa al verla esperándolo allí. El deseo lo recorrió, poniéndolo duro y dolorido. Su cara rentara a Acheron y Artemisa, él sabía la verdad. Dos mil años más tarde, todavía era un esclavo. Uno poseído por una diosa griega que lo quería muerto.
Podía negar su destino todo lo que quisiera, pero al final, sabía cuál era su sitio en este mundo.
Las mujeres como Astrid no eran para hombres como él. Estaban destinadas a los hombres decentes y civilizados. Hombres que conocían el significado de palabras simples como "bondad", "calidez", "compasión", "amistad".
Amor.
Él comenzó a pasarla.
—Toma —dijo ella, tendiéndole una taza de té caliente.
El aroma era dulce, agradable, pero no lo calentaba ni la mitad de la vista del sonrojo leve en sus mejillas. —¿Qué es?
—Diría arsénico y vomito, pero confías en mí tan poco, de cualquier manera, que no me atrevo. Es té caliente de romero con un poco de miel. Quiero que lo bebas antes de irte. Te ayudará a mantenerte caliente en tu viaje.
De alguna forma divertido por que ella repitiera su rudeza, Nicholas al principio quiso tirarlo. Pero realmente no podía hacerlo. Era un regalo muy considerado y los regalos considerados era una experiencia extremadamente rara para él.
Odiaba admitir qué tan profundamente ese simple acto lo había afectado.
Se endureció aún más con el pensamiento.
Agradeciéndoselo, lo tomó, clavando los ojos en ella todo el tiempo sobre el borde de la taza. Dioses, cómo la iba a extrañar, pero eso tenía todavía menos sentido que cualquier otra cosa.
Mientras bebía el té, sus ojos bebían la imagen de ella.
Sus jeans apretados, sus piernas torneadas, de las que un hombre no podía evitar soñar tenerlas alrededor de su cintura.
Sus hombros.
Pero era su trasero lo que quería más. Imploraba ser ahuecado por sus manos mientras él apretaba su suavidad con su ingle a fin de que pudiera sentir cuánto ardía por ella.
En contra de su voluntad, la imaginó desnuda en sus brazos. Sus labios en los de él, sus pechos en sus manos, mientras se perdía dentro de su cuerpo caliente y mojado.
Tengo que salir de aquí.
Nicholas tragó lo que quedaba del té, luego le devolvió la taza vacía.
Ella se alejó un paso, agarrando firmemente la taza con sus manos, su cara aun más triste que antes. —Desearía que te quedaras, Nicholas.
Él saboreó el sonido de esas raras palabras. Aún si ella no las dijera de verdad, todavía lo hacían doler.
—Seguro que sí, princesa.
—Lo deseo —la sinceridad en su cara ardió a través de él.
Pero era cólera lo que más sentía por su comentario. —No me mientas. No puedo soportar las mentiras.
Él la empujó para pasarla, resuelto a llegar a la puerta, pero mientras la alcanzaba, su cabeza comenzó a nublarse.
Su vista se oscureció.
Nicholas hizo una pausa al tratar de enfocar su mirada. Sus piernas se sentían pesadas de repente. De plomo. Era una lucha poder respirar.
¿Qué era esto?
Trató de alcanzar la puerta sólo para encontrar sus rodillas doblándose. Luego todo se volvió negro.
Astrid se encogió ante el sonido de Nicholas golpeando el piso. Cómo deseó haber podido sostenerlo antes de que cayera. Pero sin su vista, no había nada que pudiera hacer.
Yendo a él, lo revisó para asegurarse que estuviera bien.
Afortunadamente, no parecía estar mucho peor, por su engaño.
—¿Sasha? — llamó, necesitando su ayuda para levantar a Nicholas del piso.
¿Que sucedió? —Sasha preguntó mientras se paraba a su lado.
—Lo drogué
Sintió que Sasha cambiaba a su forma humana.
Ella sabía por experiencia, que su compañero estaría desnudo ahora, siempre lo estaba cuando cambiaba de forma.
Sólo lo había visto destellar pocas veces. Como un Katagari Lykos, su condición natural y preferida era la del lobo, pero sus habilidades mágicas inherentes le permitían tomar forma humana de vez en cuando, si lo necesitaba o quería. Sus poderes y fuerza eran más débiles en su forma humana que en su forma de lobo, por lo cual prefería su cuerpo animal.
No obstante, había ciertas cosas que prefería hacer como humano.
Cosas como formar una pareja y comer.
Como un humano, Sasha tenía largo cabello rubio, tan pálido que era prácticamente tan blanco como el pelaje de su lobo. Sus ojos de un intenso azul brillante eran penetrantes en ambas encarnaciones. Y su cara...
Cautivante y cincelada. Los planos de su cara eran perfectos y duros. Masculinos.
Era una lástima que ella nunca se hubiera sentido sexualmente atraída por él, porque tenía un cuerpo tan en forma y musculoso como Nicholas.
Pero Sasha con toda su belleza y su encanto era sólo un amigo para ella. Uno que a menudo actuaba como un hermano mayor sobre protector.
—¿Qué estabas pensando? —preguntó en un grave tono de barítono que llevaba el peso hechicero de su poder. Se decía que los Katagaria podían seducir a cualquier mujer viva simplemente con pronunciar su nombre.
Sus proezas sexuales y resistencia eran temas de leyenda, incluso entre los dioses.
Y aún así todo lo que ella podía hacer era apreciar el seductor atractivo de Sasha. Ni siquiera una vez había sucumbido a eso.
—No puede dejar esta cabaña hasta que la prueba haya terminado, sabes eso.
Sasha dejó escapar un siseo irritado. —¿Que usaste para drogarlo?
—Suero de loto.
—¿Astrid, tienes idea de lo peligroso que es? Ha matado incontables mortales. Un sorbo y pueden volverse locos. O peor, volverse tan adictos a eso que se rehúsan a despertarse de sus sueños.
—Nicholas no es mortal.
Sasha suspiró. —No, no lo es.
Ella se sentó sobre sus talones. —Llévalo a su cama, Sasha.
El aire alrededor de él crepitó con ira.— ¿En donde está mi por favor?
Ella giró a la derecha y esperó estar mirándolo ferozmente. —¿Por qué estás siendo tan imposible últimamente?
—¿Por qué estás siendo tan mandona? Pienso que este hombre te esta afectando y no me agrada —hizo una pausa antes de hablar otra vez. —Nunca olvides, Astrid, que estoy aquí por mi propia elección. La única cosa que me mantiene a tu lado es que no quiero verte lastimada.
Ella extendió la mano y colocó su mano en su brazo. —Lo sé, Sasha. Gracias.
Él cubrió su mano con la de él y dio un apretón ligero. —No lo dejes dentro de ti, ninfa. Hay tanto en él que es tan oscuro que podría exterminar completamente toda la bondad que tienes.
Ella pensó en eso por un minuto. No se había considerado buena desde hacía mucho tiempo. El entumecimiento la había regido por demasiados siglos. —Hay personas que dirían lo mismo de ti.
—No me conocen.
—Y no conocemos a Nicholas.
—Conozco los de su tipo mejor que tu, ninfa. He pasado mi vida peleando con hombres como él. Los mismos que ven al mundo como un enemigo y que odian a todo el mundo alrededor de ellos.
Sasha la soltó y resopló mientras levantaba a Nicholas del piso. —Protege a tu corazón, Astrid. No quiero verte herida otra vez.
Astrid estaba sentada sobre el piso mientras él llevaba a Nicholas a su cama, y pensó en la advertencia de Sasha. Tenía razón. Había sido tan seducida por Miles que, aún ciega, había fallado en ver lo que realmente él era.
Pero bueno, Miles había sido un hombre arrogante. Vanidoso.
Nicholas no era ninguna de las dos cosas.
Miles había fingido preocuparse por otros mientras sólo se preocupaba por nadie más que sí mismo.
Nicholas no se preocupaba por nadie, mucho menos de él.
Pero había una sola manera de saberlo con seguridad.
Levantándose, llenó un vaso de jugo para Sasha.
—¿Qué vas a hacer con él ahora? —Sasha preguntó minutos más tarde cuando se reunió con ella.
—Lo dejaré dormir un poco —ella dijo evasivamente.
Si Sasha sabía lo que tenía en mente, entonces tendría un ataque y ella no estaba de humor para tratar con un irritado hombre lobo.
Le tendió el vaso, el cuál él tomó sin comentario. Lo escuchó abrir la heladera y luego se movió para esperar al lado de la encimera mientras buscaba algo de comida.
Mientras Sasha había estado atendiendo a Nicholas, ella había colocado un poco de suero de Loto dentro de la bebida de Sasha.
Tomó un poco más de tiempo que el suero operara en él. Por su metabolismo, los Were—Hunters eran más difíciles de drogar que los humanos.
—Astrid, ¿dime que no lo hiciste? —dijo Sasha poco tiempo después que la droga comenzara a hacer efecto. Ella oyó el débil restallido eléctrico que presagiaba un cambio en su forma.
Astrid anduvo a tientas hacia él. Era un lobo otra vez y dormía como un tronco.
Sola ahora, atravesó su casa asegurándose que las luces y la estufa estuvieran apagadas y que la calefacción estuviera a un nivel confortable.
Fue a su habitación y sacó el suero Idios. Sosteniéndolo en la mano, fue al cuarto de Nicholas.
Tomó un sorbo, luego se acurrucó para dormir a su lado, y así aprender más acerca de este hombre y sobre qué secretos escondía su corazón...
Nicholas estaba en Nueva Orleáns. La música distante se filtraba a través del aire fresco de la noche mientras él se detenía cerca del Viejo Convento de las Ursulinas, en el French Quarter.
Un grupo de turistas estaban reunidos alrededor de un guía de excursión que estaba vestido como Lestat de Anne Rice, mientras un segundo "vampiro", vestido en una larga capa negra y colmillos falsos daba un paso hacia atrás, vigilándolo.
Los turistas oían atentamente como el guía relataba un asesinato famoso en la ciudad. Dos cuerpos habían sido encontrados en los escalones del convento, completamente drenados de sangre. Las antiguas leyendas decían que el convento, se creía, alojaba a los vampiros que salían en la noche para cazar en la ciudad.
Nicholas bufó ante el absurdo.
El guía, quién alegaba ser un vampiro de trescientos años de edad llamado Andre, miro hacia él.
—Miren –dijo Andre dijo a su grupo y apuntó hacia Nicholas. —Hay un auténtico vampiro, allí mismo.
El grupo se dio vuelta como si fuera uno para mirar a Nicholas que los miraba con maldad.
Antes de pensarlo mejor, Nicholas dejó al descubierto sus colmillos y siseó.
Los turistas gritaron y corrieron.
También los guías del tour.
Si Nicholas riera, entonces se hubiese reído de la visión de ellos desplazándose por la calle tan pronto como podían correr. Pero como era, sólo podía apreciar el caos total que había causado con una contorsión cínica de sus labios.
—No puedo creer que hayas hecho eso.
Miró sobre su hombro para ver a Acheron parado en las sombras como un espectro oscuro, vestido todo de negro y luciendo su pelo largo de color púrpura.
Nicholas se encogió de hombros. —Cuando dejen de correr y reflexionen sobre eso, pensarán que era parte del show.
—El guía del tour, no.
—Pensará que era una travesura. Los humanos siempre se dan razones convincentes.
Acheron suspiró pesadamente. —Juro, Z que esperaba que utilizaras este tiempo aquí para demostrar a Artemisa que puedes entremezclarte con personas otra vez.
Él miró a Acheron jocosamente. —Seguro que sí. ¿Por qué no me cubres en mierda y me dices que es barro mientras lo haces?
Él comenzó a caminar, alejándose.
—No te alejes de mí, Z.
Él no se detuvo.
Acheron usó sus poderes para inmovilizarlo contra la pared de piedra. Nicholas tenía que dar crédito al Dark Hunter. Al menos Acheron tenía mejor criterio que tocarlo. Ni una vez en dos mil años Acheron le había colocado una mano encima. Era como si el Atlante entendiera cuánta angustia mental ese contacto le causaba.
En una forma extraña, sentía como si Acheron lo respetara.
Acheron encontró su mirada y la sostuvo. —El pasado está muerto, Z. El mañana se convertirá en cualquier decisión que tomes aquí, esta semana. Me ha llevado quinientos años de negociaciones con Artemisa darte esta oportunidad para probarle que puedes comportarte. Por el bien de tu cordura y tu vida, no falles.
Acheron lo soltó y se dirigió tras los turistas.
Nicholas no se movió hasta que estuvo solo otra vez. Dejó que las palabras de Acheron lo inundaran mientras se quedaba parado silenciosamente contemplando las cosas.
No quería dejar esta ciudad. Desde el momento en que había visto el gentío reunido en Jackson Square, había estado encantado con Nueva Orleáns.
Sobre todo, él había estado alegre.
No, él no arruinaría esto. Cumpliría con el deber y protegería a los humanos que vivían aquí.
No importa lo que fuera, haría lo que se necesitara para que Artemisa lo dejara quedarse.
Nunca mataría a otro humano...
Nicholas había comenzado a caminar por la calle cuando un grupo de cuatro hombres atraparon su vista. Por su altura extrema, el cabello rubio, y la buena apariencia, era seguro que eran Daimons.
Murmuraban entre ellos, pero aún así los podía oír claramente.
—Bossman dijo que ella vive arriba del Club Runningwolf en un loft.
Uno de los Daimons se rió. —Un Cazador Oscuro con una novia. No pensé que tal cosa existiera.
—Oh, sí. La escena será un infierno. Imagina cómo se sentirá cuándo encuentre su cuerpo desnudo, sin sangre, yaciendo en la cama esperándolo a él.
Nicholas comenzó a atacarlos en ese mismísimo momento, pero se detuvo mientras un grupo de humanos tropezaban saliendo del bar, a la calle. Atentos a su blanco, los Daimons ni siquiera los miraron.
Los turistas se quedaron en la calle, riéndose y bromeando, sin sospechar que de no ser por un compromiso previo, los Daimons se estarían dirigiendo directamente a ellos.
La vida era una cosa muy frágil.
Apretando los dientes, Nicholas supo que tendría que esperar hasta que pudiera esquinar a los Daimons en un callejón donde no serían vistos.
Se hizo para atrás en las sombras donde todavía los podía observar y oír, y seguir hacia el loft de Sunshine.
La cabeza de Astrid dolía mientras seguía a Nicholas a través de sus sueños y dejaba que su cólera y dolor se filtraran en ella. Estaba con él en el callejón donde había peleado con los Daimons y luego había sido atacado por los policías.
Y ella estuvo con él en el tejado cuando llamó a Talon para advertirle que cuidara a Sunshine. Sintió la furia de Nicholas. Su deseo por ayudar a la gente que sólo podía despreciarlo y recriminarlo.
Juzgándolo erróneamente.
No sabía cómo llegar a ellos.
Así es que los atacaba en lugar de eso. Los atacaba con palabras antes que lo atacaran a él.
Al final, fue demasiado para que ella lo manejara. Tuvo que separarse de él o podría volverse demente por la cruda intensidad de sus emociones.
Era un esfuerzo separarse de él. El suero los ataba muy fuerte queriéndolos mantener unidos, pero como una ninfa, ella era más fuerte.
Convocando a todos sus poderes, rasgó el hilo con él hasta que no fue parte de Nicholas y sus recuerdos.
Ahora sólo era una observadora del sueño, así es que podía observar, pero no sentir sus emociones.
Pero podía sentir las de ella y ella sufría por este hombre en un modo que nunca había pensado posible. La crudeza de sus emociones recobradas, la abrumaron. Su pasado y sus cicatrices la atravesaron, haciendo explotar el capullo insensible que la había encajonado por tanto tiempo.
Por primera vez en siglos, sintió la agonía de otra persona. Más que eso, quería serenarlo. Sostener a este hombre que no podía escaparse de lo que era.
Mientras observaba, el sueño de Nicholas se oscureció. Lo vio luchar a través de una ventisca feroz. Estaba vestido sólo con un par de pantalones de cuero negros, sin camisa ni zapatos. Sus brazos envueltos a su alrededor, se estremecía del frío y caminaba con pesadez, maldiciendo al aullador viento mientras tropezaba y caía en la profunda nieve helada.
Cada vez que caía, se obligaba a levantarse y continuaba. Su fuerza la asombró.
Los vientos azotaban sus hombros anchos, morenos, alejando su pelo negro de sus bien afeitadas mejillas. Entrecerraba los ojos al tratar de ver a través de la tormenta.
Pero no había nada alrededor. Nada más que el paisaje blanco e inhóspito.
Entumecido por el frío que lo asediaba, Astrid lo siguió.
—No moriré –gruñó Nicholas, ganando velocidad mientras caminaba. Contempló el oscuro cielo sin estrellas. —¿Me escuchas, Artemisa? ¿Acheron? No les daré a ninguno de los dos la satisfacción.
Comenzó a correr, andando con paso pesado a través de la nieve que trituraba, como un niño corriendo tras un juguete. Sus pies estaban rojos del frío, su piel desnuda moteada.
Astrid luchó por continuar.
Hasta que él cayó.
Nicholas yació muy quieto en la nieve, boca abajo con un brazo por encima de su cabeza y otro adelante de él, jadeando por su carrera. Ella clavó los ojos en el tatuaje en la base de su columna vertebral, que se movía con sus respiraciones.
Dándose vuelta sobre su espalda, contempló el cielo negro mientras los copos de nieve caían sobre su cuerpo y los pantalones de cuero. Su pelo negro mojado estaba pegado a su cabeza. Él continuó respirando pesadamente mientras sus dientes castañeaban del frío.
Aún así no se movió.
—Solo quiero estar caliente —murmuró. —Una sola vez déjame sentir calor. ¿Hay alguna estrella capaz de compartir su fuego conmigo?
Ella frunció el ceño ante la extraña pregunta, pero claro, en los sueños, las frases y acontecimientos extraños eran bastante comunes.
Nicholas se dio vuelta otra vez y se levantó, luego continuó a través de la ventisca.
La condujo hacia una cabaña pequeña, aislada en la mitad del bosque. Sólo tenía una ventana, pero la luz del interior era un faro brillante en la desolación fría de la tormenta ártica.
Se veía tan acogedora.
Astrid oyó risa y conversaciones viniendo del interior.
Nicholas tropezó hacia la única ventana. Respirando pesadamente, extendió su mano contra el vidrio escarchado, mientras miraba adentro como un niño pequeño y hambriento parado fuera de un restaurante de lujo donde sabía que nunca sería bienvenido.
Ella se ubicó detrás de él a fin de poder ver adentro, también.
La cabaña estaba llena de Cazadores Oscuros. Celebraban algo mientras un fuego resplandeciente atronaba en la chimenea. Había abundante comida y bebida mientras reían, bebían, y hablaban entre ellos como hermanos y hermanas. Una familia.
Astrid no reconoció a ninguno de ellos, excepto a Acheron. Pero era obvio que Nicholas los conocía a todos.
Apretando el puño, se apartó de la ventana y se encaminó a la puerta principal de la cabaña.
Nicholas golpeó ferozmente. —Déjenme entrar —demandó.
Un hombre rubio alto abrió la puerta. Vestía una chaqueta negra de motociclista de cuero, con símbolos célticos rojos en ella y un par de pantalones de cuero negros. Sus ojos café oscuros eran desdeñosos y sostenían una mirada sumamente desagradable en su cara hermosa. —Nadie te quiere aquí, Nicholas.
El rubio trató de cerrar la puerta.
Nicholas afirmó una mano contra el marco de la puerta y la otra contra la puerta a fin de poder evitar que el hombre lo dejara fuera. —Maldición Celta. Déjame entrar.
El celta dio un paso atrás mientras Acheron se ofrecía a bloquear a Nicholas.
—¿Qué quieres, Z?
La cara de Nicholas estaba angustiada mientras encontraba la mirada de Acheron. —Quiero entrar —él vaciló y cuando dijo las siguientes palabras, sus ojos estaban brillantes de humillación y necesidad. —Por favor, Acheron. Por favor déjame entrar.
No había emociones en la cara de Acheron. Ninguna.
—No eres bienvenido aquí, Z. Nunca serás bienvenido entre nosotros.
Cerró la puerta.
Nicholas golpeó contra la madera y maldijo. —¡Maldito seas, Acheron! ¡Malditos todos ustedes! —luego pateó la puerta y probó la manija otra vez. —¡Por qué no me mataste, bastardo! ¿Por qué?
Esta vez cuando Nicholas habló, la cólera se había ido de su voz. Era vacía y necesitada, dolorosa, y la afectó aún más que cuando había pedido morir.
—Déjame entrar, Ash, juro que me comportaré, lo juro. Por favor no me dejes aquí solo. No quiero tener frío nunca más. ¡Por favor!
Lagrimas caían por la cara de Astrid mientras miraba a Nicholas golpeando contra la puerta, demandando que le abrieran.
Nadie vino.
La risa continuó adentro como si él no existiera.
En ese momento, Astrid entendió completamente la desconsolada soledad que sentía. La soledad y el abandono.
—¡Váyanse a la mierda! –rugió Nicholas. —No necesito a ninguno de ustedes. No necesito nada.
Finalmente, Nicholas lanzó su espalda contra la puerta y luego se deslizó para arrodillarse en medio del frío y de los remolinos del viento. Su pelo y pestañas estaban blancos y congelados de la nieve, su piel expuesta estaba roja.
Cerró los ojos como si el sonido de su alegría fuera más que lo que podía soportar. —No necesito nada o a nadie, — murmuró.
Y luego todo en el sueño cambió. La cabaña cambió de forma hasta que se convirtió en su casa temporal en Alaska.
No había más Cazadores Oscuros en su sueño. Ninguna tormenta. Era una noche perfecta, tranquila.
—Astrid —susurró su nombre como un suave ruego. —Desearía poder estar contigo.
Ella no pudo moverse mientras le oía decir esas delicadas palabras.
Nunca había dicho su nombre antes y el sonido de él en sus labios era como una canción melódica.
Contempló el cielo oscuro donde un millón de estrellas brillaban intermitentemente a través de las nubes. —Yo me pregunto —dijo quedamente, citando otra vez El Principito,si las estrellas están encendidas para que cada cual pueda un día encontrar la suya.
Nicholas tragó y enrolló sus musculosos brazos alrededor de las piernas mientras continuaba observando el cielo. —He encontrado mi Estrella. Ella es belleza y gracia. Elegancia y bondad. Mi risa en invierno. Valiente y fuerte. Atrevida y tentadora. A diferencia de cualquier otro en el universo…, y no la puedo tocar. No me atrevo ni siquiera a intentarlo.
Astrid no podía respirar mientras él hablaba tan poéticamente. Ella nunca realmente había pensado el hecho de que su nombre quería decir "estrella" en griego.
Pero Nicholas sí.
Seguramente ningún asesino podía tener tal belleza dentro de él.
—Astrid o Afrodita —dijo él suavemente, —ella es mi Circe. Sólo que en lugar de convertir a un hombre en animal ella ha humanizado al animal.
Luego la cólera cayó sobre él y dio una patada a la nieve frente a él. Se rió amargamente. —Soy un estúpido idiota, queriendo una estrella que no puedo tener.
Él miró hacia arriba tristemente. —Pero claro, todas las estrellas están más allá del alcance humano y yo no soy ni siquiera humano.
Nicholas enterró la cabeza en sus brazos y lloró.
Astrid no lo podía soportar más. Se salió de este sueño, pero sin ayuda de M'Adoc, no podía despertarse de un sueño.
Todo lo que podía hacer era observar a Nicholas. Ver su angustia y su pena que la atravesaban como la glicerina al cristal.
Era tan fuerte en la vida. Una fragua de hierro que podía resistir cualquier golpe. Uno que la emprendía a golpes contra otras personas para mantenerlos a distancia de él.
Solo en sus sueños vio qué había dentro de él. La vulnerabilidad.
Sólo aquí verdaderamente entendió al hombre que no se atrevía a mostrarse a nadie.
El corazón tierno que estaba herido por el desprecio.
Astrid quería aliviar su sufrimiento. Quería tomarle la mano y mostrarle un mundo del que no estaba excluido. Mostrarle lo que era alcanzar a alguien y no ser golpeado a cambio.
Ni siquiera uno en todos los siglos que ella había juzgado, había hecho sentir a Astrid de esta manera. Nicholas tocaba una parte de ella que ni siquiera sabía que existía.
Sobre todo, tocaba su corazón. Un corazón que había temido que ya no funcionara.
Pero latía por él.
Ella no podía quedarse parada aquí, mirándolo mientras sufría en soledad.
Antes de pensarlo mejor, se envió a sí misma adentro de su vacía cabaña y abrió la puerta
El corazón de Nicholas dejó de latir mientras levantaba la cabeza y veía la cara del cielo. No, ella no era el cielo.
Ella era mejor. Mucho mejor.
Nunca en este sueño nadie había abierto la puerta una vez que él se había quedado fuera.
Pero Astrid la abrió.
Ella se paró en la entrada, su cara tierna. Sus ojos azul claro ya no estaban ciegos. Eran cálidos y acogedores. —Ven adentro, Nicholas. Déjame calentarte.
Antes de poder detenerse a sí mismo, se levantó y tomó su mano extendida. Era algo que él nunca habría hecho en la vida real. Sólo en un sueño se atrevería a tocarla.
Su piel era tan calida que lo quemó.
Ella lo empujó a sus brazos y lo mantuvo cerca. Nicholas se estremeció ante la novedad de un abrazo, a la sensación de sus pechos contra su pecho. Su respiración en su piel congelada.
Entonces así es como se sentía un abrazo. Caliente. Reconfortante. Asombroso. Milagroso.
Su contacto humano había sido tan limitado en su vida que todo lo que podía hacer era cerrar los ojos y sentir la calidez de su cuerpo rodeándolo.
La suavidad de ella.
Inspiró su perfume calido, dulce y disfrutó las nuevas emociones que se derramaban a través de él.
¿Era esto aceptación?
¿Era esto el nirvana?
Él no sabía con seguridad. Pero por una vez, no quería despertarse de este sueño.
Repentinamente una manta caliente estaba envuelta alrededor de sus hombros. Sus brazos todavía lo mantenían apretado.
Nicholas ahuecó su cara en la mano y presionó su mejilla contra la de ella. Oh, la sensación de su carne tocando la de él...
Ella era tan suave.
Nunca había imaginado a alguien siendo así de suave. Tan tierna y atractiva.
El calor de su mejilla contra la de él quitó el picor quemante del frío. Avanzó a rastras a través de su cuerpo hasta que se desheló completamente. Incluso su corazón, que había estado cubierto de hielo por siglos.
Astrid tembló al sentir la mejilla barbuda de Nicholas contra la de ella. Su respiración cayendo amablemente contra su piel.
Su ternura inesperada la atravesó.
Ella había visto suficiente de su vida para saber que la gentileza no era algo con lo que él tenía experiencia y aún así la sostenía tan cuidadosamente.
—Eres tan calida —susurró él en su oído. Su respiración caliente le hizo cosquillas en la nuca, y envió escalofríos por todo ella.
Se hizo para atrás y le clavó los ojos como si ella fuera inexplicablemente preciosa para él. Le pasó sus nudillos sobre la mandíbula. Sus ojos eran tan oscuros y atormentados mientras la miraba, como si fuera incapaz de creer que ella estuviera con él.
Con mirada insegura tocó sus labios con la punta de su índice. —Nunca he besado a nadie.
Su confesión la dejó estupefacta. ¿Cómo un hombre tan atractivo nuca había besado a nadie?
El fuego chispeó en sus ojos. —Quiero saborearte, Astrid. Quiero sentirte, ardiente y mojada debajo de mí. Mirarme en tus ojos mientras te follo.
Ella tembló ante su crudeza. Era lo que esperaba del Nicholas consciente, pero se rehusaba a aceptarlo de éste.
Ella lo conocía mejor que eso.
Lo que sugería él estaba prohibido. Ella no tenía permitido cruzar la línea física con los acusados.
El único que alguna vez la había tentado a romper esa regla había sido Miles. Pero se había responsabilizado ante esa tentación y sabiamente se había mantenido a distancia.
Con Nicholas no era tan fácil. Algo sobre este hombre la tocaba de un modo como nunca antes.
Levantando la mirada a sus atormentados ojos negros, vio su corazón herido...
Él nunca había conocido la bondad.
Nunca había conocido el calor de una caricia.
No lo podía explicar, pero ella quería ser su primera y quería que él fuera su primero. Quería abrazarlo y mostrarle lo que era ser bienvenido por alguien.
Si haces esto puedes perder tu trabajo como juez.
Era todo lo que ella alguna vez había querido ser.
Si no hacía esto, entonces Nicholas podría perder la vida. Si extendía la mano hacia él ahora, entonces tal vez le podría enseñar que estaba bien el confiar en alguien.
Tal vez podría tocar el poeta dentro de él y mostrarle un mundo donde estaría en libertad para mostrar a otras personas su lado más gentil. Mostrarle que estaba bien hacerse de amigos.
Finalmente entendió qué había querido decir Acheron.
¿Pero cómo podía salvar a Nicholas? Se había vuelto contra la gente que le habían enviado a proteger y los había matado.
Necesitaba probar que nunca haría eso otra vez.
¿Podría probarlo?
Tenía que hacerlo. No había alternativa. Lo último que quería era verlo sufrir más.
Defendería a este hombre costase lo que costase.
—No follaré contigo, Nicholas –murmuró ella. —Nunca. Pero haré el amor contigo.
Él se veía perplejo e inseguro. —Nunca le he hecho el amor a alguien.
Ella levantó su mano fría a sus labios y besó sus dedos. —Si quieres aprender, ven conmigo.
Nicholas no podía respirar mientras se alejaba de él. Su cabeza daba vueltas con sentimientos extraños, ajenos y emociones. Tenía miedo de lo que ella le ofrecía.
¿Si ella lo tocaba, lo cambiaría?
Él no esperaba bondad de ella o de cualquiera. Como esclavo lastimoso y horripilante, había muerto virgen y como Cazador Oscuro sólo había jodido con mujeres pocas veces. Ni una vez en dos mil años había mirado los ojos de una amante mientras la tomaba. Nunca había permitido que lo sostuvieran o lo tocaran.
Debería seguir a Astrid, todo eso cambiaría.
En su sueño, ella veía y podía verlo...
Él sería doblegado. Por primera vez en su vida, tendría un laso con alguien. Físico. Emocional.
Si bien esto era un sueño, lo cambiaría hacia ella para siempre porque esto era lo que quería en lo más profundo dentro de él, enterrado en un lugar donde no se atrevía a mirar. Sepultado en un corazón que había sido aplastado con crueldad.
—¿Nicholas?
Elevó la mirada para verla parada en la puerta de su dormitorio. Su rubio cabello largo desplegado alrededor de sus hombros y ella solo vestía una delgada camisa con botones. Sus piernas largas estaban desnudas, tentándolo.
La luz atrás de ella traslucía la tela delgada, perfilando cada preciosa curva de su cuerpo...
Nicholas tragó. Si hacía esto, entonces Astrid sola sería única para él en todo el mundo. Ella sería suya.
Él sería de ella.
Él sería doblegado.
Es sólo un sueño...
Pero ni aun en sus sueños nadie alguna vez lo había doblegado.
Hasta ahora.
Su corazón martillaba, fue hacia ella y la levantó entre sus brazos. No, él no sería doblegado. No por esto y no por ella. Pero ella sería suya en este sueño.
Toda suya.
Astrid tembló ante la apariencia feroz, determinada en la cara de Nicholas mientras la llevaba a la cama. El hambre llameaba en sus ojos de obsidiana. Tenía la extraña sensación que Nicholas estaría bien después de todo.
Un hombre tan salvaje que nunca había hecho el amor con una mujer.
La parte más cuerda suya le decía que se apartara de él. Que detuviera esto antes de que fuera demasiado tarde.
Pero otra parte suya se rehusaba. Esto le diría a ella del verdadero temple del hombre.
La acostó en la cama y rozó sus labios con las puntas de los dedos como si los estuviera memorizando. Saboreándolos. Luego suavemente separó los labios y los cubrió con los suyos.
Astrid estaba completamente desprevenida para la pasión de su beso. La ferocidad de este. Eran ambos, rudo y tierno. Demandante. Caliente. Dulce. Él gruñó ferozmente mientras su lengua rozaba contra la suya, saboreándola antes de explorar cada centímetro de su boca.
Para un hombre que nunca antes había besado, él era increíble. Tembló mientras él saboreaba su paladar, mientras su lengua lanzaba a través de ella dardos de placer.
Ella enterró sus manos en su pelo suave y gimió mientras la lamía y mordisqueaba hasta que estuvo casi inconsciente de éxtasis. Nunca había conocido algo como esto.
Alguien como Nicholas.
Había pasado mucho tiempo desde que ella había besado a un hombre, y nunca ningún hombre había sabido mejor que él. Ella se asustó ahora. No sólo de él, sino de sí misma.
Ningún hombre nunca la tocó. Nunca había violado su juramento para no tocar su cargo.
El toque de Nicholas le podía costar todo y aun así no podía encontrar dentro de sí misma la fuerza para apartarlo.
Por una vez en su vida, quería algo para sí misma. Quería tocar lo inalcanzable. Darle a Nicholas algo especial. Un raro momento de calma con alguien que quería estar con él.
Nadie más apreciaría esto tanto como él lo haría.
Sólo él entendería...
Nicholas se hizo para atrás para desabotonarle la camisa. Pero lo que quería hacer era desgarrarla. Quería perderse dentro de ella, aplastarla contra él mientras la poseía con toda la pasión furiosa que sentía.
Pero aun en su sueño, no la trataría de ese modo.
Por alguna extraña razón quería ser tierno con ella. Quería tener sexo con ella como un hombre, no como un animal salvaje.
No quería penetrarla furiosamente, buscando un momento pasajero de placer. Quería que esta noche durara. Quería pasar toda la noche sosteniéndola.
Por una vez en su vida, quería que alguien lo tratara como si él le importase. Como si ella lo cuidase.
Ni siquiera una vez había permitido a sus fantasías o sueños llevarlo hasta aquí.
Esta noche lo hizo.
Ella ahuecó su cara entre sus manos e inclinó su cabeza hasta que pudo ver en sus ojos pálidos, que lo miraban como si él fuera humano. Ojos que veían algo bueno en él.
—Eres tan guapo, Nicholas.
Sus palabras calmas, dulces lo desgarraron. No había nada atractivo en él. Nunca lo había habido.
Él no era nada.
Pero mientras miraba su preciosa cara, allí por un instante sintió como si él fuera algo más.
Seguramente una mujer como esta no lo tocaría si él fuera verdaderamente nada.
Ni aun en sus sueños...
Abrió la camisa a fin de poder mirar su cuerpo. Sus pechos eran de tamaño mediano, los pezones rosados y duros y dilatados, simplemente rogándole que los saboreara. Su estómago estaba redondeado muy ligeramente, su piel pálida y tentadora. Pero lo que atrapó su respiración fue la vista de sus piernas ligeramente separadas. La vista de los rizos trigueños, húmedos entre sus piernas que tenían la promesa del paraíso verdadero. O al menos tan cerca a eso como un hombre como él alguna vez podía esperar llegar.
Astrid contuvo su aliento mientras observaba a Nicholas contemplando su cuerpo. Su mirada salvaje era tan ardiente que la sentía como un toque real.
Él se movió de la cama para quitarse los pantalones.
Tragó mientras lo veía erecto y duro por ella. Su piel tostada espolvoreada con vello negro y era la vista más increíblemente masculina que ella alguna vez había contemplado. Él era hermoso. Su guerrero oscuro. A diferencia de él, sabía que esta noche era real. Sabía que no debería estar haciendo esto cuando ambos lo recordarían al despertar.
Su trabajo era permanecer imparcial. Pero no era imparcial con este hombre, o con su dolor.
Ella quería reconfortarlo de cualquier forma que pudiera.
Nadie merecía la vida que él había tenido que resistir. Las degradaciones y las hostilidades.
Colocó su cuerpo a través del de ella y la recogió entre sus brazos. Su peso era delicioso. Ella cerró los ojos y solo dejó que el poder y la fuerza la inundaran mientras sentía su cuerpo duro, masculino con cada centímetro del suyo.
Nicholas luchó por respirar. La sensación de su cuerpo caliente contra el de él era la sensación más increíble que alguna vez había conocido.
Las manos de ella vagaron por su espalda desnuda mientras él miraba esos ojos que lo calentaban.
No había desprecio. Ninguna cólera.
Eran ojos bellos.
La besó suavemente, tomando su labio superior y chupándolo tiernamente mientras saboreaba la miel de su boca.
Durante su vida humana, las mujeres se habían encogido de miedo cuando se les había acercado. Habían gritado y hasta le habían lanzado cosas.
Él había yacido despierto muchas noches tratando de imaginar como sería tocar a una. Tratando de imaginar la sensación de sus brazos alrededor de él.
La realidad de eso era mucho mayor que cualquier cosa que su mente alguna vez hubiera invocado.
Antes de que este sueño acabara, tenía la intención de reclamarla una y otra vez hasta que ambos suplicaran por misericordia.
Astrid gimió mientras Nicholas rompía su beso y seguía con sus labios y su lengua el camino desde su garganta hasta su pecho. Ella sentía su dura erección y suave escroto contra su muslo, ardiente e íntimo, y la hizo temblar.
Él ahuecó su pecho suavemente en su mano mientras envolvía su lengua alrededor de su pezón endurecido, chupando y pellizcando delicadamente.
Ella acunó su cabeza en sus manos y lo observó mientras gemía con dicha. La miraba como si su cuerpo fuera ambrosia para él. Se tomó tiempo para saborearla. Cada centímetro de su piel fue lamido y tentada. Saboreada y saciada. Era como si no pudiera obtener lo suficiente de ella.
A ningún hombre le había permitido hacerle esto y ahora estaba aterrorizada de lo que vendría. Si bien sabía lo que era el sexo, la sensación de este era ajena a ella.
Pero claro, también así eran los sentimientos que removía Nicholas.
Se suponía que todas las ninfas de la justicia eran virginales y castas.
Ningún hombre alguna vez podía ponerle la mano encima.
A Astrid ya no le importaba. Seguramente su madre entendería su pasión. Después de todo, Themis había tenido muchos niños. El padre de Astrid había sido un hombre mortal de quien su madre se rehusaba a hablar, y nadie alguna vez supo el nombre o rango del padre de los Destinos.
Seguramente su madre le perdonaría esta única trasgresión.
¿Era una noche demasiado pedir?
Y aún mientras pensaba eso, se preguntaba si una noche con él sería suficiente.
La cabeza de Nicholas se sumergió en su dulce esencia y sintió a Astrid en sus brazos. Gruñó mientras lamía y mordía cada centímetro de carne deliciosa y escuchaba sus murmullos de placer. Ella era el sustento que necesitaba para vivir.
Tenía que tener más de ella.
Astrid gritó mientras Nicholas separaba sus muslos y la tomaba en su boca.
Ella no podía hablar o respirar mientras el placer supremo atormentaba todo su cuerpo. Cada lamida, cada tierna chupada, enviaba una oleada de agudo éxtasis a través de ella.
Tal cosa era inimaginable para ella.
Debería estar avergonzada de lo que estaban haciendo.
Pero no lo estaba. De hecho, quería más de esto.
Más de él.
Su corazón latía a gran velocidad, bajó la mirada para verlo allí entre sus muslos. Él mantenía los ojos cerrados y su cara mostraba que él obtenía tanto placer en saborearla como ella en ser saboreada.
Abrió más las piernas, otorgándole más acceso mientras enterraba la mano en su pelo sedoso. Nicholas se rió misteriosamente contra ella, enviando otro estremecimiento de placer a través de ella, luego él frotó su barba incipiente contra su vagina.
Ella gimió profundamente en su garganta.
Él deslizó sus dedos dentro de ella, rodeando el lugar donde ella palpitaba con dolorosa necesidad de él.
Se tomó su tiempo con ella, y en todo momento su cuerpo ardió con pequeños temblores de placer.
¿Quién hubiera pensado que alguien podía sentirse así?
El éxtasis aumentaba y aumentaba hasta que ella no lo pudo aguantar más. Su nombre se derramó de sus labios mientras ella se corría por primera vez.
Todavía él no se aplacaba. Sólo gruñó ante el sonido de su placer y continuó atormentándola hasta que le rogó que se detuviera.
—Por Favor, Nicholas. Por favor ten piedad de mí.
Se hizo para atrás para mirarla. Sus ojos abrasaron los de ella en tanto elevaba una esquina de su boca. —¿Piedad, princesa? Apenas he comenzado.
Reptó sobre su cuerpo como una bestia gigante y feroz, lamiendo y mordiendo a su camino mientras su cuerpo se sonrojaba con el de ella.
Ahuecó su cara entre sus manos y luego la besó profundamente. Apasionadamente.
Astrid gimió mientras él colocaba la rodilla entre sus muslos. Los crespos vellos acariciaban su piel, haciéndola temblar con expectación.
La cabeza de Nicholas zumbaba con el perfume y el sabor de Astrid. La suavidad de sus extremidades sedosas acariciaba las de él. Nada alguna vez podría sentirse mejor que sus manos deslizándose por su espalda hasta ahuecarlas en su trasero y presionándolo más cerca de ella.
Nada sonaba mejor que su nombre en sus labios mientras se corría por él otra vez.
Por primera vez en dos mil años, se sintió humano.
Sobre todo, se sintió deseado.
Se echó para atrás ligeramente a fin de poder mirarla mientras le separaba más las piernas.
Esto era lo que él quería. A ella, salvaje y mojada debajo de él. Sentir su cremosidad cubriéndolo hasta quedar ciego de éxtasis.
Quería verle la cara mientras la penetraba. Quería ver si se lamentaba en permitirle hacer eso.
Preparándose para lo peor, sostuvo su mirada y se deslizó profundamente en el calor aterciopelado de su cuerpo.
Su cabeza se tambaleó ante el placer que le produjo. Por el placer de ella.
Ella siseó, arqueando la espalda mientras se agarraba firmemente a sus hombros.
Pero no había desprecio, ni arrepentimiento.
Sus ojos estaban encendidos con pasión y con otras emociones tiernas que aún no podía comenzar a comprender.
Sonrió a pesar de sí mismo, deleitándose en el milagro de esta mujer y lo que le había dado a él.
Astrid no podía respirar mientras lo sentía duro y palpitante dentro de ella. Había tratado de imaginar como sería tener a un hombre en su interior incontables veces, pero nada la había preparado para esta realidad. Para la sensación de la dureza de Nicholas.
La cabalgó despacio y suavemente como si quisiera que este momento durara, como si estar dentro de ella fuese suficiente para él. Ella envolvió sus piernas alrededor de sus caderas y levantó la mirada para contemplarlo mientras él bajaba la suya hacia ella.
Era tan increíble, sentirlo dentro y encima de ella. Adoraba el placer de su peso. La expresión de su cara al mirarla.
—Hola –dijo ella, sintiéndose repentinamente abochornada de verlo allí mientras estaban tan íntimamente unidos.
Su cara era una mezcla de desconcierto y diversión. —Hola, Princesa.
Ella se estiró y tomó sus mejillas entre sus manos mientras la penetraba dura y profundamente, una y otra vez. Oh, sentirlo a él allí. Él estaba tan profundo en su interior que casi podía jurar sentir la cabeza de su pene frotando el interior de su ombligo.
Nicholas cerró sus ojos mientras saboreaba sentirla debajo de él mientras sus manos tocaban su cara.
No era de extrañar que los hombres mataran por las mujeres. Entendía eso ahora. Supo por qué Talon había estado dispuesto a morir por Sunshine.
Astrid tocó partes de él que nunca había sabido que existían. Su corazón. Su alma. Lo llevó a alturas inimaginables.
Aquí en sus brazos, por primera vez, sintió paz.
Había una parte de él tan calma ahora, tan tranquila, y otra parte que estaba en fuego, muriendo por tocarla.
Nicholas descendió sobre ella para poder mordisquear la carne blanda de su cuello. Su oreja. Sintió los escalofríos que bajaban recorriéndole el cuerpo.
Raspó su piel con los colmillos, tentado a hundirlos.
¿Cómo sabría ella?
¿Qué otras emociones le haría sentir?
—¿Vas a morderme, Nicholas? —preguntó, haciendo vibrar la garganta bajo sus labios.
Él recorrió con la lengua la vena que latía en su cuello. —¿Quieres que lo haga?
—No. Eso me asusta. No quiero ser como las otras mujeres para ti.
—Princesa, nunca podrías serlo. Tú eres única para mí.
—¿Soy tu rosa?
Él se rió al pensar en la lección del principito. —Sí, tú eres mi rosa. Hay sólo una de ti en todos los millones de planetas y estrellas.
Ella le contestó con un abrazo.
Ese abrazo lo traspasó de una forma como nunca antes. Algo dentro de él pareció romperse y explotó, abrumándolo con ternura y calor.
Se enterró profundamente en su interior mientras se corría por ella.
Astrid se mordió los labios mientras sentía su clímax. Él se estremeció entre sus brazos. Ella sonrió mientras lo acercaba más y besaba su hombro.
Él estaba tan quieto. Tan tranquilo.
¿Quién hubiera pensado que sería capaz de tal cosa? Siempre era tan feroz y violento.
Su mera presencia hacía que el aire a su alrededor restallara y crepitara.
Pero no ahora. Ahora sólo había silencio.
Nicholas yacía sobre ella, débil y agotado, su cuerpo todavía unido al suyo. Él no quería moverse.
No podía.
Su contacto era sublime. Pero más que eso, se sintió conectado con ella. Y él nunca había sentido eso antes.
¿Era esto realmente un sueño? Por favor dioses, no. Por favor dejen que esto sea real.
Necesitaba que fuese real, desesperadamente.
Astrid cerró los ojos mientras Nicholas acariciaba con la nariz su cuello otra vez. Por alguna razón sentía como si ella acabara de domesticar una bestia salvaje, incontrolable.
Ella movió sus piernas arriba y abajo de las de él, acunándolo con su cuerpo mientras peinaba con su mano su pelo de ébano. Él se hizo para atrás ligeramente para clavar los ojos en ella con asombro.
Estaba tan contenta que hubiese hecho esto esta noche.
Bajó la cabeza para besarla otra vez.
Ella inspiró su perfume, bebió de la ternura de sus labios. —Oh, Nicholas –suspiró ella.
Nicholas cerró los ojos con fuerza ante el sonido de su nombre en sus labios. Era tan feroz, que el dolor agridulce lo atravesaba.
Mordisqueó la piel delicada en su cuello, dejando sus colmillos rozar su carne. En la vida real, ya la habría mordido.
Nunca habría tomado su cuerpo con el de él.
Habría compartido sus emociones mientras bebía de ella y se preguntó como sabría en su sueño...
Abriendo la boca, sintió la sangre latiendo en las venas contra su lengua.
Ella sería dulce, eso lo sabía.
—¿Nicholas?
Su garganta vibrada con sus palabras. —¿Sí?
—Me gustas más cuando eres así de tierno.
Se apartó de ella y frunció el ceño mientras algo cosquilleaba en su estomago.
—¿Pasa algo malo?
Todo. Éste no era su sueño. Éste era un momento surrealista. Sus sueños nunca eran agradables. Ni siquiera una vez tuvo a una amante en ellos.
Nunca nadie le había hablado en la forma que ella lo hacía.
Nadie alguna vez había abierto la puerta y lo había dejado entrar en la cabaña una vez que Acheron lo había desterrado.
Salió de la cama y se puso los pantalones. Tenía que apartarse. Algo estaba mal. Lo sabía profundamente en su interior. Aquí no era donde él debería estar.
No tenía ninguna relación con ella.
Ni siquiera en sus sueños.
Astrid miró como el pánico atravesaba la cara de Nicholas mientras se vestía. Ella envolvió la manta a su alrededor y fue hasta él. —No tienes que huir de mí.
—No huyo de ti –gruñó él. —No huyo de nadie.
Astrid estuvo de acuerdo. No, él no lo hacía. Él era más fuerte de lo que cualquier hombre tenía derecho a ser. Había recibido golpes y golpes que nadie debería tener que soportar.
—Quédate conmigo, Nicholas.
—¿Por qué? No soy nada para ti.
Ella tocó su brazo. —No tienes que apartar a todo el mundo.
Gruñendo, se encogió de hombros para separarse de su contacto. —No sabes de lo que hablas.
—Lo sé, Nicholas, —dijo ella, deseando que hubiese una forma para hacerle ver lo que ella quería mostrarle. —Lo sé. Entiendo que quieras lastimar a otras personas antes de que te lastimen.
—Seguro que sí, princesa. ¿Cuándo lastimaste a alguien? ¿Cuándo alguien te lastimó a ti?
—Muéstrame la bondad dentro de ti, Nicholas. Sé que está allí. Sé que en alguna parte debajo de ese dolor hay alguien que sabe cómo amar. Alguien que sabe cómo cuidar y proteger.
La estremeció con una risa fría mientras se abotonaba los pantalones. –Tú no sabes una mierda —hizo un gruñido feroz y se dirigió a la puerta.
Astrid comenzó a seguirlo, luego cambió de opinión.
Ella no sabía qué hacer. Cómo alcanzarlo.
Quería que sus palabras los confortaran, no que lo encolerizaran. Pero Nicholas nunca reaccionaba en la forma que esperaba.
Frustrada, se vistió y fue tras él.
Aparentemente, la delicadeza no funcionaba con Nicholas.
Así es que optó por una ruta diferente.
Lo pasó rozando en el vestíbulo, y le abrió la puerta principal.
Nicholas se detuvo, había luz solar afuera de la puerta y él no se había prendido en llamas.
Tal vez este era un sueño.
Tenía que serlo y todavía...
—¿Qué haces? —preguntó.
—Abriendo la puerta así no te golpea el trasero mientras pasas a través de ella.
—¿Por qué?
—Dijiste que te querías ir. Así es que vete. Fuera. No quiero tenerte aquí cuando es obvio que te soy repulsiva.
Su lógica lo desconcertó. —¿De qué estás hablando?
—¿Qué quieres decir... sobre qué estoy hablando? ¿No es obvio? Me acuesto contigo y no puedes dejarme lo suficientemente rápido. Lo siento si no fui lo suficientemente buena para ti. Al menos hice un intento.
¿No bastante buena para él? ¿Estaba bromeando?
Le clavó los ojos con incredulidad. Dividido entre querer maldecirla por su estupidez y quererla reconfortar.
Su cólera salió victoriosa. —¿Que no vales la pena? ¿Entonces yo qué soy? ¿Sabias que antes de que muriera, estaba por debajo, aún de tener sexo por compasión? Nadie me habría tocado con cualquier parte de su cuerpo. Tenía suerte si usaban una vara para sacarme del medio. Así es que no te pares ahí y actúes como si estuvieses toda dolida y me hables de no tener valor. Nadie nunca ha tenido que pagar a alguien para sacarte de su vista.
Nicholas se congeló al darse cuenta de lo que acababa de decirle. Esas eran cosas que él había mantenido profundamente escondidas en su interior por siglos. Cosas de las que nunca había hablado con nadie.
Verdades dolorosas que habían languidecido en su corazón, comiéndolo siglo tras siglo.
Nadie nunca lo había querido cerca.
No hasta Astrid.
Era por lo que no podía quedarse. Ella lo calentaba, y lo aterrorizaba porque sabía que no podía ser real.
Éste era otro tormento cruel que el destino le había infligido.
Cuando se despertara, estaría con ella y no tendría necesidad de él. Él no tenía un sitio con la Astrid real.
Nuca lo tendría.
—Entonces ellos eran ciegos si no podían ver lo que eres, Nicholas. Ellos son los perdedores, no tu.
Dioses, cómo quería creerle.
Cómo necesitaba creerle.
—¿Por qué eres tan agradable conmigo?
—Te lo dije, Nicholas. Me gustas.
—¿Por qué? Nunca le gusté a nadie.
—Eso no es cierto. Has tenido amigos todo el tiempo, pero nunca les has permitido que te ayudaran.
—Acheron –dijo él, murmurando la palabra. —Jess —frunció sus labios al pensar en Sundown.
—Tienes que aprender a extenderte hacia las personas.
—¿Por qué? ¿Así pueden dispararme en la espalda?
—No, así ellos pueden amarte.
—¿Amor? —se rió ante el pensamiento. —¿Quién diantre necesita eso? He vivido toda mi vida sin eso. No necesito eso y estoy malditamente seguro que no lo quiero de nadie.
Ella se paró firmemente ante él. Inquebrantable. —Puedes mentirte todo lo que quieras, pero yo sé la verdad —sostuvo su mano frente a él. —Tienes que aprender a confiar en alguien, Nicholas. Has sido valiente toda tu vida. Ahora muéstrame ese coraje. Toma mi mano. Confía en mí y juro que no te traicionaré.
Se quedó parado allí indeciso, su corazón martillando. Nunca había estado más aterrorizado.
Ni siquiera el día que lo habían matado.
—Confía en mí, Por Favor. Nunca te lastimaré.
Él clavó los ojos en su mano. Era larga y agraciada. Delicada. Una mano diminuta.
La mano de una amante.
Quería correr.
En lugar de eso, se encontró levantando su mano y enlazando sus dedos con los de ella.


"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
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Mensaje por Invitado Sáb 09 Ene 2010, 8:49 am

AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH


AMO TU NOVELA!
EN SERIOO!

SOY TU NUEVA LECTORA!
DE VERDAD NUNCA HABIA LEIDO UNA HISTORIA ASI
PERO DIME
TU LA INVENTASTE, OSEA TDO, LOS NOMBRES TODO, O TE INSPIRASTE DE ALGUN LIBR, DE ALGUNA PELICULA
POR QUE A MI ME PASA QUE ESTOY ESCRIBIENDO UNA NOVELA EN UN CUADERNO, INSPIRADA DE TWILIGHT
EN FIN
ERES UNA GRAN ESCRITORA
AME EL CAPITULO DE VERDAD

LEE LA MIA PLEASE

BESOS
BYE
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Mensaje por Dayi_JonasLove!* Sáb 09 Ene 2010, 12:54 pm

OMG!! He leido otras historias
de los dark hunters y esta es sin dudas d las mejores
Me fascinaa es espectaculaaar!! La amoooo
Please x lo q más kieras SIGUELAA
Dayi_JonasLove!*
Dayi_JonasLove!*


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Mensaje por Invitado Sáb 09 Ene 2010, 2:02 pm

hellOw mii qeriidaah amiigaa!
Ujmm hiice cosiitas perversas cn Nicholas :twisted:
Peroo eqiis Hahahah te agradezcO por montar tremendo capitulo lo amee!! :lol!:
ahoraa chauusiitO qe Nicholas De Macedonia me espera =)!!
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Mensaje por Belieber&Smiler♥ Sáb 09 Ene 2010, 9:21 pm

Capítulo 9


Las lágrimas caían por las mejillas de Astrid, mientras sentía la fuerza caliente de su mano, al ver sus largos dedos entrelazados con los de ella.
Su mano era grande, masculina y envolvía la suya con poder.
Esas manos habían matado, pero también habían protegido. La habían cuidado y le habían dado placer.
Por ese simple acto, supo que finalmente había hecho contacto con él.
Había alcanzado lo inalcanzable.
Luego el contacto se perdió.
La cara de Nicholas se endureció al soltar con fuerza su mano. —No quiero ser cambiado. Ni por ti. Ni por nadie.
Gruñendo con ira, la rozó al pasar y caminó hacia la puerta.
Astrid hizo algo que nunca antes había hecho.
Maldijo.
Maldito él por no quedarse. Maldito por ser tan estúpido.
—Te lo dije, es un culo—duro.
Se giró para ver a M'Adoc parado tras ella, mirando fijamente hacia la puerta mientras Nicholas se alejaba caminando con paso pesado sobre la nieve.
—¿Cuánto tiempo has estado escuchando a escondidas? —preguntó al Oneroi.
—No por mucho. Sé cuando no entrometerme en un sueño.
Ella entrecerró sus ojos significativamente. —Mejor que sea así.
Haciendo caso omiso de ella y de su amenaza tácita, se movió para mirar a Nicholas abriéndose camino a través de la nieve.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó.
—Golpearlo con una vara hasta que entre en razones.
—No serías la primera en intentarlo –dijo M'Adoc secamente. –El problema es que es inmune a eso.
Ella dejó un largo suspiro, rendida. Era cierto.
—No sé qué hacer —confesó —me siento tan indefensa, desvalida respecto a él.
Algo así sabio brilló detrás de los brillantes ojos pálidos de M'Adoc. —No deberías haberlo atrapado aquí o a ti misma, en todo caso. Es peligroso permanecer en este reino demasiado tiempo.
—Lo sé, ¿pero que otra cosa podía hacer? Él no permanece quieto y estaba decidido a dejar mi cabaña. Sabes que no puedo permitir eso —. Hizo una pausa y le dirigió al Dream Hunter una mirada suplicante. —Necesito una guía, M'Adoc. Desearía poder hablar con Acheron. Él es el único que sé que me podría contar sobre Nicholas.
—No. Nicholas puede contarte.
—Pero no lo hará.
Él sostuvo su mirada. —¿Entonces te das por vencida?
—Nunca.
Él le dirigió una rara sonrisa dejándole saber que estaba leyendo sus emociones. –No me imaginé tanto. Me alegra saber que ya no estás desanimada.
—¿Pero cómo lo alcanzo? Estoy abierta a todas las ideas y sugerencias en este punto.
M'Adoc extendió la mano y un pequeño libro, azul oscuro, apareció en su palma. Se lo dio a ella.
Astrid miró la copia de El Principito en sus manos.
—También es el libro favorito de Nicholas –dijo M'Adoc.
No era extraño que Nicholas hubiera podido citárselo.
M'Adoc dio un paso atrás. —Es un libro de desengaño y supervivencia. Un libro de magia, esperanza y promesa. Insólito que le llegara al corazón, no?
M'Adoc salió del sueño brillando intermitentemente y la dejó hojeando el libro. Ella vio que M'Adoc había marcado ciertos pasajes y párrafos.
Astrid cerró la puerta y se lo llevó al confortable sillón que repentinamente había aparecido en la cabaña.
Ella sonrió. A todos los dioses del sueño les gustaba hablar en acertijos y metáforas. Rara vez decían algo categóricamente, sino que hacían a las personas procesar sus respuestas.
M'Adoc, el jefe de los Oneroi, había dejado sus pistas en este libro.
Si esto podía ayudarla a comprender a Nicholas, entonces leería lo que le había marcado.
Tal vez entonces pudiera tener la esperanza de salvarlo.
Jess se zambulló en la pequeña tienda de artículos varios y se sacudió como un perro mojado saliendo de la lluvia. Estaba tan malditamente frío aquí que no lo podía aguantar.
¿Cómo había sobrevivido Nicholas en Alaska antes de la calefacción central? Tenía que darle crédito a su amigo. Un hombre tenía que ser duro y peligroso para vivir aquí sin ayuda de amigos o Escuderos.
Personalmente, prefería ser azotado por pistolas y tirado desnudo en un nido de serpientes cascabel.
Había un señor mayor detrás del mostrador que le dirigió una sonrisa conocedora, como si entendiera por qué Jess había maldecido tan pronto como entró. El hombre tenía la cabeza cubierta de gruesas canas y una barba coloreada tipo sal y pimienta. Su viejo suéter verde tenía remiendos, pero tenía buen aspecto y se veía abrigado. —¿Lo puedo ayudar?
Jess bajó la bufanda de su cara y asintió brusca y amigablemente al hombre. Los modales dictaban que tenía que quitarse su Stetson negro mientras estaba adentro, pero maldición si lo hacía y dejaba escapar una onza de calor de su cuerpo.
Necesitaba cada pizca de eso.
—Hola, señor –dijo arrastrando las palabras en forma educada. —Estoy en busca de café negro o cualquier otra cosa que tenga, que esté caliente. Realmente caliente.
El hombre se rió y apuntó hacia una cafetera en la parte trasera. —Usted no debe ser de por aquí.
Jess se dirigió hacia el café. —No, señor, y gracias a Dios por eso.
El viejo se rió otra vez. —Ah, quédese por aquí un tiempo y su sangre se espesará lo suficientemente hasta que ni siquiera lo advierta.
Lo dudaba. Su sangre tendría que estar petrificada para no sentir este frío.
Quería regresar su trasero a Reno antes de convertirse en el primer Cazador Oscuro en la historia que se muriese de frío.
Jess vertió café hasta el tope en un vaso térmico y se dirigió al mostrador. Lo apoyó y buscó a través de los cinco millones de capas de abrigo, de la camisa de franela, suéter, y calzoncillos largos de lana, hasta sacar la billetera de su bolsillo trasero, para pagar. Su mirada cayó a una caja de vidrio, en donde alguien había colocado una figura de madera, tallada a mano, de un cowboy sobre un potro salvaje.
Jess frunció el ceño al reconocer al caballo y luego al hombre.
Era él.
Le había enviado a Nicholas, por correo electrónico, una foto del verano pasado, de él montando su último semental. Maldición si esa no era una copia exacta de la foto.
—Oiga –dijo el viejo caballero al advertirlo también. —Usted se parece a mi estatua.
—Sí, señor, advertí eso. ¿Dónde la consiguió?
El hombre miraba de la figura a él para comparar sus parecidos. —La subasta anual de Navidad que tuvimos en noviembre pasado.
Jess frunció el ceño. —¿La subasta de Navidad?
—Cada año el Club Oso Polar se reúne para juntar dinero para los pobres y enfermos. Tenemos una subasta anual, y por los últimos, no sé bien, veinte años o así, Santa ha estado dejando un par de bolsas inmensas con piezas como esta, talladas en madera, que vendemos. Pensamos que es un artista local o algo por el estilo quién no quiere hacer saber donde vive. Todos los meses un giro postal de bastante dinero llega anónimamente a nuestro apartado de correos, también. La mayor parte de nosotros cree que es el mismo tipo.
—¿Santa, como Santa Claus?
El hombre asintió con la cabeza. —Sé que es un nombre estúpido, pero no sabemos como llamarlo. Es simplemente un tipo que viene en invierno y hace buenas acciones. La policía lo ha visto una o dos veces llevando las bolsas a nuestro centro, pero lo dejan solo. Él palea los caminos de acceso de las personas de edad y talla un montón de esas esculturas de hielo que usted probablemente ha visto alrededor del pueblo.
Jess sintió que su mandíbula se aflojaba, luego rápidamente mordió para cerrarla antes de mostrar sus colmillos. Sí. Él había visto esas esculturas.
¿Pero Nicholas?
Difícilmente parecía algo que el ex—esclavo haría. Su amigo era brusco en el mejor de los casos y categóricamente irascible en el peor ellos.
Pero claro, Nicholas nunca le había dicho lo que hacía aquí para pasar el rato. Nunca le decía mucho de nada, realmente.
Jess pagó por el café, luego regresó a la calle.
Caminó hasta el final de esta, donde una de las esculturas de hielo descansaba en una intersección. Era un alce, de casi dos metros y medio de altura. La luz de luna brillaba sobre la superficie, que estaba tan intrincadamente esculpida, que parecía que el alce estaba listo para soltarse y correr hacia su casa.
¿El trabajo de Nicholas?
Es que no parecía bien.
Jess fue a tomar otro sorbo de café sólo para percatarse que ya se había enfriado.
—Odio Alaska —refunfuñó, lanzando el café al suelo y tapando el vaso.
Antes de que pudiera encontrar un cubo de basura, su teléfono celular sonó.
Comprobó la identificación del que llamaba para ver que era Justin Carmichael, uno de los Escuderos de los Ritos de Sangre que estaban aquí para cazar a Nicholas. Parece ser que una vez que los Oráculos se enteraron que Artemisa y Dionisio querían muerto a Nicholas, inmediatamente habían notificado al Concejo, quien a su vez había enviado a una banda de Escuderos para cazar y matar al Cazador Oscuro sentenciado.
Jess era todo lo que había entre ellos y Nicholas.
Nacido y criado en la ciudad de Nueva York, Justin era un joven, de aproximadamente veinticuatro años, con una actitud repugnante que a Jess no le preocupaba mucho.
Respondió la llamada. —Si, Carmichael, ¿qué necesitas?
—Tenemos un problema.
—¿Y cuál es?
—¿Conoces a la mujer que ayudaba a Nicholas? ¿Sharon?
—¿Que sucede con ella?
—La acabamos de encontrar. Recibió una paliza bastante mala y su casa ha sido quemada hasta los cimientos. Te apuesto que Nicholas decidió vengarse.
La sangre de Jess se enfrió. —Mierda. ¿Hablaste con ella?
—Confía en mí, ella no estaba en condiciones de conversar cuando la encontramos. Está con los doctores ahora mismo y nosotros nos dirigimos a la cabaña de Nicholas para ver si podemos encontrar a ese bastardo y hacerle pagar esto antes de que lastime a alguien más.
—¿Qué hay acerca de la hija de Sharon?
—Estaba en la casa de un vecino cuando ocurrió. A Dios gracias. He puesto a Mike a cuidar de ella en caso de que Nicholas regrese otra vez.
Jess no podía respirar y no era por el aire helado. ¿Cómo podía ocurrir esto? A diferencia de los Escuderos, sabía que Nicholas no tenía nada que ver con esto.
Solo él sabía en dónde estaba Nicholas realmente.
Ash le había confiado la verdad de lo que estaba pasando y le había encargado que se asegurara que nadie interviniera hasta que la prueba de Nicholas hubiese terminado.
Bueno, las cosas iban más al sur que una bandada de gansos en otoño.
—No te muevas hasta que llegue allí —dijo al Escudero. —Quiero ir a su cabaña con ustedes.
—¿Por qué? ¿Planeas meterte otra vez, en el medio de nuestro camino, cuando lo eliminemos?
Esas palabras lo pincharon como un rebaño de puercos espines. —Chico, mejor tomas ese tono y lo limpias. No soy un Escudero al que le estas hablando; sucede que soy uno de los hombres a los que tienes que responder. No es de tu maldita incumbencia por qué voy. No te muevas hasta que te diga de hacerlo o voy a mostrarte cómo hice una vez que Wyatt Earp se meara en sus pantalones.
Carmichael vaciló antes de hablar otra vez. Cuando lo hizo, su voz era agradable y calma. —Sí, señor. Estamos en el hotel y lo estamos esperando.
Jess colgó el teléfono y lo regresó a su bolsillo.
Se sentía fatal acerca de Sharon. Ella no debería haber estado en peligro para nada. Ninguno de los Escuderos se habría atrevido a lastimarla.
Y a pesar de lo que los otros pensaban, él sabía que Nicholas no lo hubiera hecho aún si hubiera podido.
Nicholas justamente no era el tipo que golpeaba a aquellos más débiles que él.
¿Pero, quién más se habría atrevido?

Astrid encontró a Nicholas en medio de un pueblo medieval quemado hasta los cimientos.
Había cuerpos, quemados y no quemados, desparramados por todas partes. Hombres y mujeres. De todas las edades. La mayoría de ellos tenían desgarradas las gargantas como si un Daimon o alguna criatura similar se hubiese alimentado de ellos.
Nicholas caminó entre ellos, su cara sombría. Sus ojos atormentados.
Tenía sus brazos alrededor de él como para protegerse del horror del cual era testigo.
—¿En dónde estamos? –preguntó ella.
Para su asombro, él contestó —Taberleigh.
—¿Taberleigh?
—Mi pueblo –murmuró él, su voz angustiada y tensa. —Viví aquí por trescientos años. Había una vieja arpía que me vio una vez cuando era una muchachita. Solía dejarme cosas de vez en cuando. Una pierna de carne de cordero, un odre de cerveza. Algunas veces nada más que una nota para darme las gracias por cuidarlos —miró a Astrid, su cara obsesionada. —Se suponía que debía protegerlos.
Antes de que pudiera preguntarle que había sucedido con el pueblo, oyó los gritos amortiguados de una vieja.
Nicholas corrió hacia ella.
La mujer yacía en la tierra envuelta en ropas rotas, su cuerpo viejo quebrado. Estaba cubierta en sangre y magulladuras.
Astrid podía decir por la expresión de Nicholas que ésta era la mujer sobre la que había hablado.
Nicholas cayó de rodillas al lado de ella y limpió la sangre de sus labios mientras ella trataba de respirar.
Los ancianos ojos grises estaban perforados con acusación mientras los enfocaba en él. —¿Cómo pudiste?
La vida se desvaneció de los ojos de la mujer, volviéndolos apagados, cristalizados.
Ella se volvió floja en sus brazos.
Nicholas gritó con ferocidad. Soltó a la mujer y se obligó a sí mismo a pararse. Caminó de arriba abajo en un ancho círculo, pasando sus manos coléricamente a través de su pelo.
Jadeando, se veía igual de demente como todo el mundo afirmaba.
Astrid sufría por él. Ella no entendía sobre que trataba esto. Lo que él volvía a vivir.
Ella lo siguió. —¿Nicholas, que sucedió aquí?
Con cara angustiada, se dio la vuelta para enfrentarla. Odio y culpabilidad ardían en las profundidades de medianoche de sus ojos.
Él pasó su brazo sobre la escena indicándole los cuerpos alrededor de ellos. —Los maté. A todos ellos —las palabras salieron como si se desgarraran de su garganta. —No sé por qué hice esto. Solo recuerdo la furia, el anhelo de sangre. Ni siquiera recuerdo haberlos matado. Sólo destellos de personas muriéndose mientras se acercaban a mí.
Su cara estaba desolada. Sus ojos llenos con auto aborrecimiento. —Soy un monstruo. ¿Ves ahora por que no puedo tenerte? ¿Por qué no puedo quedarme contigo? ¿Qué pasa si un día te mato también?
Su pecho se encogió ante sus palabras mientras el pánico y el miedo la absorbían.
¿Lo había juzgado mal?
—Todos los hombres son culpables —era la frase favorita de su hermana Atty. —Los únicos hombres honestos son los niños que aún no han aprendido a decir mentiras.
Astrid horrorizada, miró alrededor, los cadáveres...
¿Realmente él podía ser capaz de hacer algo así?
Ella no sabía qué pensar ahora. Quienquiera que fuese responsable de esta matanza merecía morir. Esto más que explicaba por qué Artemisa no lo quería alrededor de las personas.
Astrid hizo una pausa en ese pensamiento.
Espera un momento...
Algo estaba mal.
Mortalmente equivocado.
Astrid miró los cuerpos alrededor de ellos. Cuerpos humanos. Algunos de niños, la mayor parte, de mujeres.
Si Nicholas hubiese hecho esto, entonces Acheron lo habría matado instantáneamente. Acheron se rehusaba a tolerar a cualquiera que atacara a los débiles e indefensos. Y especialmente cualquiera que dañara a un niño.
No había manera de que Acheron soportara dejar vivir a un Cazador Oscuro que pudiera destruir y matar a la gente que había sido enviado a proteger. Ella supo eso con cada molécula de su cuerpo.
—¿Estás seguro que tú hiciste esto? —preguntó.
Él se vio consternado por su pregunta. —¿Quién más lo habría hecho? No había nadie más aquí. ¿Ves a alguien aparte de mí con colmillos?
—Tal vez un animal.
—Yo fui el animal, Astrid. No había nadie más capaz de hacer esto.
Ella aún no creía en eso. Debía haber otra explicación. —Dijiste que no recordabas haberlos matado. Tal vez no lo hiciste.
Furia y dolor destellaron en sus ojos. —Recuerdo lo suficiente. Sé que hice esto. Todo el mundo lo sabe. Es por eso que los otros Cazadores Oscuro me temen. Por lo que no me hablan. Por lo que fui desterrado a un lugar donde no hay personas para proteger. Por lo que me despierto todas las noches temiendo que Artemisa me aleje de Fairbanks hacia un área donde aún hay menos personas.
Parte de ella temía que él estuviera diciendo la verdad, pero lo descartó.
En su corazón sabía que el hombre atormentado que podía hablar poéticamente y hacer hermosas figuras de arte con sus manos, a quien podía importarle un animal que lo había herido, nunca, jamás haría esto.
Pero necesitaba probarlo.
El instinto no sería prueba suficiente para ofrecer a su madre o a Artemisa. Demandarían alguna prueba de su inocencia.
Probar que él no era capaz de matar humanos.
—Solo quisiera saber por qué hice esto –gruñó Nicholas. —Que fue lo que me volvió tan loco para haberlos matado y ni siquiera poder recordarlo.
La miró con ojos desolados. —Soy un monstruo. Artemisa tiene razón. No tengo un sitio cerca de las personas normales.
Las lágrimas fluyeron a sus ojos ante sus palabras. —No eres un monstruo, Nicholas.
Ella se rehusaba a creer eso.
Astrid lo empujó a sus brazos, ofreciéndole consuelo, que no estaba segura que él aceptara.
Al principio se quedó rígido como si estuviese a punto de alejarla, luego se relajó. Ella dejó escapar un suspiro lento, agradeciendo que aceptara su abrazo.
Sus brazos tensos y fuertes la sostuvieron contra su cuerpo delgado que se ondeaba con músculos. Ella nunca había sentido nada como esto. Él era tan duro y tierno al mismo tiempo. Su mejilla estaba presionada contra sus firmes músculos pectorales, sus pechos contra sus acanalados abdominales.
Bajó su mano, recorriéndole la espalda, haciéndolo temblar en sus brazos.
Astrid sonrió ante este poder recién encontrado que tenía sobre él. Debido a que era una ninfa de la justicia, su feminidad había tenido que quedar en segundo plano. No había tiempo para sentirse femenina o sensual.
Pero lo sentía ahora.
Por él. Ella tenía conciencia de su cuerpo por primera vez en su vida. Consciente de cómo su corazón latía al mismo tiempo que el de él. La forma en que su sangre hervía a fuego lento al sentir sus brazos envueltos a su alrededor.
En ese instante, quiso hacer algo por él.
Quería hacerlo sonreír.
A regañadientes, se hizo para atrás y le extendió la mano. —Ven conmigo.
—¿Adónde?
—A algún lugar cálido.
Nicholas vaciló. Él sólo confiaba en que las personas lo lastimaran. Y nunca lo habían decepcionado.
Confiar en alguien para que no lo lastimara era completamente distinto.
Profundamente en su interior, quería confiar en ella.
No, necesitaba confiar en ella.
Una sola vez.
Aspirando profundamente, colocó su mano renuente dentro de la de ella.
Ella lo llevó del pueblo a una playa a la orilla del mar brillante. Nicholas parpadeó y entrecerró los ojos contra el brillo poco familiar de la luz.
Levantó su mano para cortar el resplandor del sol que casi había olvidado.
Nunca había ido a la playa. Sólo había visto fotos en revistas y en TV.
Y habían pasado siglos desde que hubiese visto la luz del día. Realmente luz de día.
El sol brillaba sobre su piel, caliente.
Dejó que el calor inundara su cuerpo congelado. Dejó que el sol le acariciara la piel y desvaneciera los siglos de sufrimiento y soledad.
Vestido sólo con pantalones de cuero negro, Nicholas caminó encima de la playa arenosa, mirando todo y enfocando la atención en nada en particular.
Esto era incluso mejor que su estadía en Nueva Orleáns. El oleaje atronaba alrededor de ellos mientras golpeaba contra la playa, el viento azotaba en su pelo. La arena estaba caliente y se pegaba a sus pies.
Astrid pasó corriendo hacia el borde del agua.
La observó mientras se sacaba las ropas de su cuerpo hasta quedarse son un bikini azul diminuto.
Ella lo miró traviesamente, lo recorrió con una mirada caliente que lo hizo temblar a pesar del calor. —¿Te gustaría acompañarme?
—Creo que me vería extraño en un bikini.
Ella se rió de él. —¿Eso fue un chiste? ¿Puede ser que hicieras un verdadero chiste?
—Sí, debo estar poseído o algo.
Seducido realmente. Por una ninfa del mar.
Ella se acercó con un paso determinado.
Nicholas esperó, incapaz de respirar. De moverse. Era como si viviera o muriera por el balanceo descarado de sus caderas.
Se detuvo ante él y desabotonó sus pantalones. La sensación de sus dedos rozando contra el parche delgado de pelo que corría de su ombligo a su ingle lo estremeció. Se endureció instantáneamente, queriéndola saborear otra vez.
Ella lentamente abrió la cremallera de sus pantalones mientras levantaba su mirada a través de sus pestañas.
Un pequeño milímetro antes de que liberara su erección, pareció que perdía su audacia. Mordiéndose los labios, arrastró sus manos en dirección contraria, arriba, hacia su pecho.
Nicholas aún no podía respirar mientras ella extendía sus manos en su pecho desnudo.
—¿Por qué me tocas cuando nadie lo hace? —preguntó.
—Porque me dejas. Me gusta tocarte.
Él cerró los ojos mientras su caricia tierna lo chamuscaba. ¿Cómo algo así de simple se podía sentir tan increíble?
Ella dio un paso hacia sus brazos y él instintivamente la abrazó. Sus pechos rozaron sus abdominales, poniéndolo aun más duro, haciéndolo doler.
—¿Alguna vez hiciste el amor en la playa?
Su respiración quedó atrapada ante sus palabras. —Sólo he hecho el amor contigo, princesa.
Ella se paró en puntas de pie a fin de poder capturarle los labios en un dulce y atormentado beso.
Haciéndose hacia atrás, le sonrió mientras abría la última parte de su cremallera y lo tomaba en su mano. —Entonces, Hombre de Nieve—Nicholas, está a punto de hacerlo.
Ash estaba sentado solo en el templo de Artemisa, justo afuera de la sala del trono, en la terraza donde podía mirar la bella cascada multicolor. Su pelo rubio dorado estaba recogido en una cola de caballo, estaba sentado sobre el pasamano de mármol con su espalda desnuda contra una columna acanalada.
La fauna silvestre, a salvo de cazadores y de cualquier otro peligro, por la protección de Artemisa, apacentaba en un patio donde la tierra estaba hecha de nubes. El único sonido venía de la caída del agua y el grito ocasional de un pájaro silvestre.
Debería estar tranquilo aquí y a pesar de su compostura serena Ash estaba agitado.
Artemisa y sus asistentes lo habían dejado para ir a Theocropolis donde Zeus sesionaba sobre todos los dioses del Olimpo. Ella se iría por horas.
Ni aun eso lo podía complacer.
Quería saber qué estaba sucediendo con la prueba de Nicholas. Algo estaba mal, lo sabía. Lo podía sentir, pero no se atrevía a usar sus poderes para investigar.
Podía soportar la furia de Artemisa, pero nunca la desataría encima de Astrid o Nicholas.
Así que acá estaba sentado, sus poderes restringidos, su cólera y su frustración atadas.
—¿Akri, puedo desprenderme de tu brazo por un rato?
La voz de Simi quitó una parte del filo de sus emociones. Cuando ella era parte de él, no podía ver u oír algo a menos que él dijese su nombre y le diera una orden. Ella era incluso inmune a sus pensamientos.
Sólo podía sentir sus emociones. Algo que le permitía saber cuando él estaba en peligro, la única vez que ella podía dejarlo sin su permiso.
—Sí, Simi. Puedes tomar forma humana.
Ella se deslizó y se manifestó a su lado. Su largo cabello rubio estaba trenzado. Sus ojos eran de un gris tempestuoso y sus alas de un azul pálido.
—¿Por qué estás tan triste, akri?
—No estoy triste, Simi.
—Sí lo estas. Te conozco, akri, tienes ese dolor en el corazón como el que siente Simi cuando llora.
—Nunca lloro, Sim.
—Lo sé —se acercó más a él para apoyar su cabeza en su hombro. Uno de sus cuernos negro raspaba contra su mejilla, pero Ash no prestó atención. Ella envolvió sus brazos alrededor de él y lo sostuvo cerca.
Cerrando los ojos, la abrazó fuertemente, ahuecando su pequeña cabeza en una de sus manos. Su abrazo recorrió un largo camino para aliviar su espíritu preocupado. Sólo Simi podía hacer eso. Solo ella lo tocaba sin hacerle demandas físicas.
Ella nunca quería algo más que ser su "bebé".
Aniñada e inocente, era el bálsamo que necesitaba.
—¿Entonces, puedo comerme a la diosa pelirroja ahora?
Él sonrió ante la pregunta que más seguido le hacía. —No, Simi.
Ella levantó su cabeza y le sacó la lengua, luego se sentó sobre el pasamano cerca de sus pies descalzos. —Quiero comerla, akri. Ella es una persona perversa.
—La mayoría de los dioses lo son.
—No, no lo son. Algunos, si, pero yo prefiero a los Atlantes. Ellos eran muy simpáticos. La mayor parte de ellos. ¿Nunca conociste a Archon?
—No.
—Bueno, él podía ser perverso. Era rubio, como tú, alto como tú, bueno, más alto que tú, y atractivo como tú, pero no tan guapo como tú. No creo que alguien sea tan guapo como tú. Ni siquiera los dioses. Definitivamente eres único cuando hablamos de apariencia... Oh –dijo ella al recordar a su gemelo. —¿Realmente no eres único, verdad? Pero eres más lindo que el otro. Él es una mala copia tuya. Él sólo desearía ser tan guapo como tú.
La sonrisa de Ash se amplió.
Ella colocó su dedo contra su barbilla y se detuvo por un minuto como si tratara de deducir sus pensamientos. —¿Ahora donde iba yo con eso? Oh, lo recuerdo ahora. Archon no le gustaba mucho la gente, a diferencia de ti. ¿Sabes, esa cosa que haces cuando realmente te enojas? ¿Esa en donde puedes hacer explotar las cosas y hacer todo fogoso y confuso y desordenado y demás? Él podía hacer eso también, sólo que no con tanta astucia como tu. Tu tienes mucha astucia, akri. Más que la mayoría.
—Pero me salgo del tema. Le gustaba a Archon. Él dijo, 'Simi, eres un demonio de calidad'. ¿Sin embargo, has visto alguna vez un demonio de poca calidad? Eso es lo que yo quisiera saber.
Ash divertido, oía como ella hablaba incansablemente acerca de cómo dioses y diosas le habían rendido culto en su vida. Dioses y diosas que habían muerto hacia muchísimo tiempo. A él le gustaba escuchar su lógica y sus cuentos no lineales.
Era como observar a un niño pequeño tratando de clasificar el mundo y recordar algo. No se podía decir que podría salir de su boca de un minuto a otro. Ella veía las cosas claramente, como un niño.
Si tienes un problema, entonces lo eliminas.
Fin del problema.
Las sutilezas y la política estaban más allá de ella.
Sólo era Simi. Ella no era amoral o cruel, era simplemente un demonio sumamente joven, con poderes que parecían de dioses, que no podía comprender el engaño o la traición.
Cómo le envidiaba a ella eso. Era el por qué la protegía tan cuidadosamente. No quería que aprendiera las duras lecciones que le habían sido impartidas a él.
Merecía tener la infancia que él nunca había tenido. Una que fuese resguardada y protegida. Una en la cual nadie pudiera lastimarla.
Él no sabía que haría sin ella.
Ella no había sido nada más que un infante cuando se la habían dado. Él tenía apenas veintiuno, lo dos habían crecido juntos. Ambos eran los últimos de su especie en la tierra.
Por más de once mil años sólo habían sido ellos dos.
Ella era tan parte de él como cualquier órgano vital.
Sin ella, él moriría.
La puerta del templo se abrió. Simi siseó, dejando al descubierto sus colmillos, haciéndole saber que Artemisa había regresado temprano.
Ash volvió su cabeza para confirmar. Como lo esperaba, la diosa caminaba a grandes pasos hacia él.
Él dejó escapar una respiración cansada.
Artemisa se paró abruptamente al ver a Simi sentada a sus pies —¿Qué esta haciendo fuera de tu brazo?
—Háblame a mí, Artie.
—Hazla que se vaya.
Simi lanzó resoplidos. —No tengo que hacer nada de lo que me digas, vieja vaca. Y tú eres vieja. De verdad, realmente vieja. Y una vaca, también.
—Simi –dijo Ash, acentuando su nombre. —Por favor regresa a mí.
Simi le dirigió una mirada malvada a Artemisa, luego se convirtió en una sombra oscura, amorfa. Ella se movió sobre él y se extendió a sí misma sobre su pecho para convertirse en un dragón enorme en su torso con espirales fogosas que lo envolvían alrededor y bajaban también por sus brazos.
Ash se rió misteriosamente ante la vista. Era la forma de Simi de abrazarlo y pinchar a Artemisa al mismo tiempo. Artemisa odiaba cuando Simi cubría mucho de su cuerpo.
Artemisa dejó escapar un sonido altamente indignado. —Hazla que se mueva.
Él cruzó los brazos sobre su pecho. —¿Por qué regresaste tan temprano?
Ella instantáneamente se puso nerviosa.
Su mal presentimiento se triplicó. —¿Qué sucedió?
Artemisa caminó hacia la columna a sus pies, envolvió el brazo en ella y se apoyó contra mármol. Jugó con el borde dorado de su peplo mientras mordisqueaba su labio.
Ash se sentó derecho, su estómago se anudó. Si ella estaba tan evasiva algo había salido contrario a sus pensamientos. —Dime, Artemisa.
Ella se veía exasperada y enojada. —¿Por qué debería decirte? Solamente te enojaras conmigo y prácticamente ya lo estás de cualquier modo. Te digo, luego vas a querer irte y no puedes irte y luego me gritarás.
El nudo en su estomago se tenso. —Tienes tres segundos para hablar o yo me olvido de tu miedo a que alguno de los miembros de tu familia descubra que estoy viviendo en tu templo. Usaré mis poderes y averiguaré lo que ha pasado a mi modo.
—¡No! –chilló ella, empezando a mirarle. —No puedes hacer eso.
Un tic empezó a latir en su mandíbula.
Ella se movió hacia atrás, poniendo la columna entre ellos. Aspiró profundamente como si tomara fuerza, luego habló con la voz de un niño pequeño, asustado. —Thanatos está suelto.
—¡Que! —rugió él, bajando sus piernas al piso y quedándose parado.
—¡Viste! Estas gritando.
—Oh, créeme —dijo entre sus dientes apretados, —esto no es gritar. Aún no me he acercado a eso aún —. Ash se apartó del pasamano y se paseó coléricamente alrededor del balcón largo. Le tomó toda su fuerza no atacarla. —Me prometiste que le ordenarías regresar.
—Lo intenté, pero se escapó.
—¿Cómo?
—No sé. No estaba allí y ahora él se rehúsa a dejar de perseguirlo.
Ash la miró ferozmente.
Thanatos estaba suelto y el único que podía detenerlo estaba bajo arresto domiciliario en el templo de Artemisa.
Maldición con ella por sus trucos y sus promesas. No había forma de que él pudiera salir de allí. A diferencia de los del olimpo, una vez que él daba su palabra, estaba atada a esta.
Romper su juramento lo mataría. Literalmente.
La cólera rodaba por su cuerpo. Si lo hubiese escuchado la primera vez, entonces no estarían reviviendo esta pesadilla. —Me juraste hace novecientos años, cuando maté al último que no re—crearías a Thanatos. ¿Cuántas personas ha asesinado? ¿Cuántos Cazadores Oscuros? ¿Aún los puedes recordar?
Ella se tensó y devolvió su mirada. —Te lo dije, necesitamos a alguien que acorrale a tu gente. Tú no lo harás. Ni siquiera controlas a tu demonio. Fue la única razón por lo que hice otro. Necesito alguien que los pueda ejecutar cuando se portan mal. Tú, sólo das disculpas por ellos. 'No entiendes, Artemisa. Waa, waa, waa’. Entiendo todo muy bien. Tienes preferencia por cualquiera menos por mí así es que creé a alguien que escucha cuando hablo —lo miró encolerizadamente. —Alguien que realmente me obedece.
Ash contó hasta diez tres veces mientras apretaba y aflojaba sus puños. Ella tenía una forma de hacerlo querer azotarla y lastimarla que se acercaba peligrosamente a contravenir todo su control.
—No me hagas que empiece con eso, Artie. Me parece que 'obedecer' no es una palabra que debe estar en la misma frase que tu ejecutor.
Vuelto loco por su confinamiento y su sed de venganza, el último Thanatos se había desatado a través de Inglaterra con tal fuerza que Ash había tenido que inventar historias de una "plaga", para evitar que la humanidad y los Cazadores Oscuros, supieran la verdad de lo qué realmente había destruido el cuarenta por ciento de la población del país.
Ash pasó sus manos sobre su cara al pensar en lo que había desatado Artemisa sobre del mundo otra vez. Él debería haber sabido cuando le pidió que lo llamara, que era demasiado tarde para hacer eso.
Pero como un tonto, había contado con ella para hacer lo que había prometido.
Debería haber tenido mejor criterio.
—Maldita seas, Artemisa. Thanatos tiene los poderes para congregar a Daimons y hacerlos obedecer sus órdenes. Los puede llamar desde cientos de kilómetros de distancia. A diferencia de mis Hunters, él camina a la luz del día y es imposible de matar. La única vulnerabilidad que tiene les es desconocida.
Ella se mofó de él. —Bien, eso es tu culpa. Deberías haberles contado sobre él.
—¿Decirles qué, Artemisa? ¿Compórtense o la diosa perra desatará a su asesino demente sobre ustedes?
—¡No soy una perra!
Él se movió para pararse ante ella, presionándola hacia atrás contra la columna. —¿Tienes alguna idea de lo qué has creado?
—No es nada más que un sirviente. Puedo ordenarle que regrese.
Él le miró sus manos temblorosas y las gotas de sudor en su frente.
—¿Entonces por que estás temblando? —preguntó. —Dime cómo se soltó.
Ella tragó. Pero sabiamente le dio la información que él buscaba. —Dion lo hizo. Se jactaba en el vestíbulo acerca de eso justo antes de que viniera a decirte.
—¿Dionisio?
Ella inclinó la cabeza asintiendo.
Ash se maldijo a sí mismo esta vez. No debería haber removido la memoria del dios de su pelea en Nueva Orleáns. Debería haber dejado al idiota saber exactamente con lo que se estaba enfrentando. Dejar a Dionisio tan asustado de él para que el dios olímpico nunca más se atreviera a confrontarlo ni a él ni a cualquiera de sus hombres.
Pero no, había tratado de proteger a Artemisa. Ella no quería que su familia conociera quién y qué era él.
Para ellos él sólo era su mascota. Una curiosidad humana, fácil de descartar y dejar de lado.
Si sólo supieran...
Había cambiado los recuerdos de todos sobre esa noche así que sólo recordaban que había ocurrido una pelea y quién la había ganado.
Ni siquiera Artemisa recordaba todo.
Artemisa le había prometido que Dionisio no iría tras de Nicholas para desquitarse. Pero claro, Artemisa había pensado en matar a Nicholas ella misma.
¿Cuándo aprendería él?
Nunca se podía confiar en ella.
Ash se apartó. —No tienes idea lo qué le hace a alguien estar encerrado en prisión. Colocarlos en un hueco donde pasan al olvido.
—¿Y tu sí?
Ash se cayó mientras suprimía los recuerdos que lo inundaban. Recuerdos dolorosos, amargos que lo obsesionaban cuando se atrevía a pensar en el pasado.
—Mejor reza para que nunca tengas que aprender lo que se siente. La locura, la sed. La cólera. Has creado a un monstruo, Artemisa, y soy el único que lo puede matar.
—¿Entonces estamos en un pequeño problema, no? No puedes irte.
Él entrecerró sus ojos.
Ella dio un paso atrás otra vez. —Te lo dije, contactaré a los Oráculos y haré que lo traigan a casa otra vez.
—Mejor que sea así, Artemisa. Porque si no lo pones bajo control, el mundo va a convertirse en la misma cosa que te hace despertar gritando en la noche.
Nicholas yacía en la playa, aún dentro de Astrid, mientras las olas pasaban por encima de sus cuerpos. Este sueño era tan real e intenso que nunca querría despertarse.
¿Cómo sería tenerla realmente?
Pero todavía pensando en eso, supo la verdad. Una mujer como Astrid no tendría ningún deseo o necesidad de un hombre como él.
Era sólo en sus sueños que él podía ser deseado. Necesitado.
Humano.
Se movió a un lado a fin de poder mirar el agua correr sobre su cuerpo desnudo. Su pelo estaba mojado, pegado a la piel. Parecía una ninfa del mar que había nadado hasta la tierra para deleitarse en los cálidos rayos de sol y seducirlo con sus curvas y su piel sedosa.
Lo contemplaba con una sonrisa dulce, que hacía que su corazón martillara mientras recorría con su mano sus brazos y su pecho.
Astrid yacía en silencio, mirándolo, también. Nicholas se encontraba tan perdido, como si el hacer el amor lo hubiera dejado confundido.
Ella se preguntaba que necesitaría para domesticar a este hombre, sólo un poco. Lo suficiente para que las otras personas pudieran ver lo que ella veía.
Al menos ahora él la dejaba tocarlo sin maldecir o sin apartarse de ella.
Era un principio.
Arrastró su mano más abajo, sobre los duros planos de su pecho, sobre las perfectas definiciones de su abdomen. El hambre ardió en sus ojos mientras movía su mano más abajo.
Astrid se lamió los labios, preguntándose si se permitiría ser incluso más atrevida. Todavía no estaba segura cómo reaccionaría él a cualquier cosa.
Jugó con el vello que descendía mas allá de su ombligo, pasando sus dedos a través de este. Él ya empezaba a endurecerse...
Nicholas contuvo su aliento mientras la observaba. Su mano se sentía maravillosa en su cuerpo mientras hacía círculos alrededor de su ombligo y arrastraba una uña hacia abajo del vello espolvoreado en su estómago.
Ya la deseaba ardientemente otra vez.
Luego ella movió su mano más abajo.
Gimió mientras ella ahuecaba sus testículos en su palma. Su mano caliente lo encerró, apretándolo exquisitamente.
Su ingle se sacudió con fuerza, y toda la sangre se apresuró hacia la región, endureciéndolo y ansiándola dolorosamente.
Ella recorrió con un dedo su longitud hasta la punta, dónde jugueteó con él.
—Pienso que te agrada cuando hago esto.
Él le contestó con un beso.
Astrid gimió ante la pasión que él exteriorizó. Palpitó en su mano mientras su lengua bailaba con la de ella, excitándola al nivel más alto de necesidad.
Se apartó a regañadientes, desesperada para darle lo que era desconocido para él.
La bondad.
La aceptación.
El amor.
La palabra quedó atrapada en su mente. Sabía que no lo amaba. Apenas lo conocía, y aún así...
La hacía sentir otra vez. Tocaba emociones que había temido que estuvieran perdidas por siempre. Le debía mucho por eso.
Besando sus labios suavemente, se deslizó por su cuerpo hacia abajo.
Nicholas frunció el ceño ante sus acciones. No sabía lo que ella planeaba hasta que se extendió a sí misma sobre su estómago. Su espalda desnuda estaba al descubierto para él mientras continuaba acariciándolo con la mano.
Él pasó su mano a través de su largo cabello rubio, mojado, arrastrándolo sobre su espalda desnuda mientras su aliento cosquilleaba su cadera. Su piel era tan suave, tan tierna. No había una mancha en ningún lado.
Ella se movió más abajo.
Nicholas se quedó sin aliento cuando tomó la punta de su pene, lentamente en su caliente boca.
Estaba congelado por el placer. Sentir sus labios y su lengua acariciándolo era diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado antes. Ninguna mujer salvo Astrid, alguna vez lo había tocado allí. Nunca lo había permitido.
Pero dudaba que pudiera negarle a ella cualquier cosa después de esto. Ella lo había reclamado como nunca nadie.
Astrid gimió ante el sabor salado de él. Cuando sus hermanas le habían contado sobre esto, siempre lo había considerado obsceno y sucio. En ese momento y en los siglos siguientes, nunca pudo imaginarse haciendo algo como esto con un hombre.
Pero lo hacía para Nicholas; no había nada obsceno en los sentimientos dentro de ella. Nada obsceno acerca de la forma que él sabía.
Le estaba dando un raro momento de placer, y extraño como parecía, ella lo disfrutaba también.
Él agarró sus hombros y gimió en respuesta a cada lametazo, mordisco, y mamada que ella le daba. Su respuesta caliente la excitó. Ella realmente quería complacerlo. Darle todas las cosas que se merecía.
Nicholas arqueó su espalda, dejándola salirse con la suya con él. Lo asombró que le diera permiso de hacer esto. Nunca antes había confiado en un amante con su cuerpo. Él siempre había estado en completo control.
Las mujeres no lo tocaban. En toda la vida.
Ellas no lo acariciaban o besaban.
Él las inclinaba, hacía lo suyo, y se iba.
Pero con Astrid era diferente. Sentía como si se compartiese a sí mismo con ella. Como si ella se compartiera a sí misma con él.
Era mutuo y maravilloso.
Astrid abrió los ojos al sentir que los dedos de Nicholas se deslizan por su entrepierna. Abriendo sus piernas para a él, le dio acceso mientras continuaba dándole placer con su boca.
Nicholas se giró a un lado entre tanto sus dedos acariciaban y exploraban.
Ella tembló ante la calidez de su contacto mientras el fresco oleaje se apresuraba alrededor de ellos. El calor del sol en su piel era nada comparado con el calor que su toque proveía.
La hizo arder.
Con los codos le separó más las piernas.
Astrid gimió mientras su boca la cubría.
Su cabeza se inundó de placer mientras él movía su lengua sobre el centro de su cuerpo donde ella más deseaba ardientemente su toque. Su lengua la rozaba, traspasándola. Seduciéndola.
Sus manos agarraron sus caderas, presionándole su pelvis más cerca de él a fin de poder torturarla con más malvados placeres.
Nicholas se estremeció ante la sensación de saborearla mientras ella lo saboreaba. Lo que estaban compartiendo era mucho más que sexo.
Ella tenía razón, estaban haciendo el amor a cada uno.
Y eso lo sacudió enteramente, hasta su alma perdida.
Se tomaron el tiempo con cada uno, acariciando, asegurándose que ambos estaban saciados. Se corrieron juntos en una explosión pura de emoción.
Astrid se echó atrás mientras Nicholas continuaba tomándola.
Estaba tan absorto en ella, que Nicholas no estaba poniendo atención al agua. No hasta que una ola pasó sobre ellos.
Él farfulló mientras tragaba una gran cantidad de agua.
La ola se retiró, dejándolos a ambos sofocados y sin aliento.
Astrid se rió, un sonido dulce y vibrante. —Eso fue interesante.
Él la besó mientras se subía a su cuerpo, de tal manera que podía sonreírle desde arriba.
—Más bien exasperante, en mi opinión.
Ella levantó la mano para tocar sus mejillas. –Mi Príncipe Encantado tiene hoyuelos.
Él dejó de sonreír instantáneamente y apartó la mirada.
Le volteó la cabeza hacia ella. —No dejes de sonreír, Nicholas. Me gusta ese lado tuyo.
Sus ojos llamearon coléricamente. —¿Eso significa que a ti no te gusta el otro lado de mí?
Ella hizo un sonido altamente indignado. —Eres tan hosco —recorrió con su mano su espalda hasta que pudo agarrar su trasero desnudo en sus manos.
—¿Después de hoy, no te has percatado que más bien estoy afectada por todos tus lados? A pesar de que algunos son más espinosos que otros —recorrió con su mano la mejilla cubierta de barba para enfatizar su punto de vista.
Él se relajó un grado. —No debería estar contigo.
—Y yo no debería estar contigo. Aún así aquí estamos y estoy muy feliz por eso —meneó su trasero contra él, haciéndolo gemir en respuesta.
La miraba como si no pudiera creer que ella fuese real, y en su mente ella no lo era. Era sólo un sueño.
Astrid se preguntaba cómo reaccionaría él cuando se despertara. ¿Algo de esto ayudaría o él se distanciaría aún más de ella?
Deseaba poder despojarlo de sus malos recuerdos. Darle una infancia feliz llena de amor y ternura.
Una vida de alegría y amistad.
Él colocó su cabeza entre sus pechos y se quedó allí tranquilo como si estuviera contento por sentir nada más que a ella debajo de él, mientras el sol los calentaba a ambos.
—Cuéntame un recuerdo feliz, Nicholas. Una cosa en tu vida que haya sido buena.
Él vaciló por tanto tiempo que pensó que no contestaría. Cuando habló, su voz era tan suave que la hizo doler. —Tú.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Lo abrazó con su cuerpo, acunándolo, esperando que de algún modo ella pudiese serenar su espíritu preocupado e inquieto.
Astrid supo ahí que ella lucharía por este hombre, y desde el fondo de su mente surgió una idea atemorizante.
Estaba enamoraba de él.
Por un momento, no pudo respirar mientras ese conocimiento colgaba en sus pensamientos como un espectro atemorizante.
Pero allí no se podía negar lo que sentía por él, lo lejos que iría para verlo seguro y feliz.
La respiración él jugaba con su pezón mientras su corazón caía pesadamente contra su estómago.
Nadie la había tocado de la forma que él lo hacía y no era simplemente sexo. La hacía sentir suave y femenina. Deseable.
No la mimaba y aún así él hacía tantas cosas afectuosas para cuidarla.
Cerrando los ojos, dejó que su peso y el agua la empaparan. Dejando que su piel resbalosa y fría la apaciguaran.
¿Qué iba a hacer? Nicholas no era el tipo de hombre que dejara a cualquiera amarle.
Especialmente no a una mujer que había sido enviada para sentenciarlo.
Si él alguna vez sabía lo que ella era, la odiaría.
Ese conocimiento la atravesó, robándole la felicidad del día.
Pero eventualmente, tendría que decirle.
Jess dejó al Ford Bronco negro y sacó de abajo del asiento su escopeta.
Por si acaso.
Los vientos de la noche eran muy fríos, la luz de la luna era brillante y extraña al reflejarse en la nieve. Se ajustó sus anteojos oscuros, aunque no hiciera mucha diferencia.
El clima de Alaska era duro para los ojos sensibles de un Dark Hunter.
La casa de Nicholas estaba oscura y vacía, pero una máquina de nieve, rojo oscura, estaba estacionada delante de ella. Andy Simms, el Escudero de Jess, quien había subido aquí con él desde Reno, se bajo sin prisa del Bronco y miró suspicazmente la máquina de nieve.
Con apenas un metro ochenta de alto, pelo negro y ojos café, Andy recién tenía veintiún años de edad. Él sólo había trabajado para Jess unos meses y había entrado después de que su padre se retirara la primavera pasada.
Jess había conocido al cachorro desde el día en que nació, y tendía a considerarlo como un hermano menor.
Molesto y demás.
—¿Es otro Escudero? —preguntó Andy, indicando la máquina de nieve con la cabeza.
Jess sacudió su cabeza. Los Escuderos estaban parados en dos SUVs detrás de ellos.
Hicieron más ruido que un rebaño de ganado nervioso al dejar los doble tracción y reunirse alrededor de él.
Había doce Escuderos en total, pero Jess sólo conocía a un par de ellos.
Otto Carvalletti era el más alto del grupo. Parado media unos buenos dos metros, tenía el pelo negro azabache un poco largo, pero bien estilizado, como si hubiera pasado un montón de tiempo peinándolo.
Él miraba incisivamente todo el tiempo, y Jess creía que si el hombre alguna vez se las arreglara para sonreír, agrietaría su cara.
La mitad de la familia de Otto era de la mafia italiana mientras que la otra mitad era una de las más viejas familias Escuderas conocidas. Un linaje realmente azul, el abuelo de Otto una vez había capitaneado el Concejo de Escuderos.
Tyler Winstead acudió a ellos desde Milwaukee. Apenas un metro setenta y cinco, el hombre rubio era extremadamente bien parecido hasta que mirabas sus ojos. No había nada integro en su mirada. Sólo intensidad.
Eso dejaba a Allen Kirby. Otro Escudero multi-generacional, Allen había sido llamado a Toronto para esta cacería. Ya que Otto nunca decía dos palabras, Allen era el más listo del rebaño.
Pero algo le decía a Jess, que Otto fácilmente podría superar los comentarios sarcásticos de Allen si él quisiera hacerlo.
—Sabía que él estaría aquí –dijo Allen mientras miraba la máquina de nieve con insolente malicia.
Jess lo miró de forma aburrida. —No es Nicholas. Créeme, el rojo no es su color.
Pero él sospechaba que la máquina de nieve era de un Dark Hunter. Él ya podía sentir la reducción drástica en sus poderes.
—¿Cómo sabes que no es él? —preguntó Tyler.
Jess apoyó la escopeta sobre su hombro. —Solo lo sé.
Ordenó a los Escuderos que permanecieran quietos y camino sin prisa hacia la máquina de nieve. Usando sus dientes, jaló el guante de su mano izquierda y la colocó en el motor.
Estaba frío pero eso no significaba nada en esta temperatura subcero, se percató de repente, y se sintió como un idiota por haberse molestado. La máquina de nieve podía haber estado allí cinco minutos o cinco horas. En este tipo de frío, aún un fuego rugiente sería enfriado en minutos.
—¿Entonces a quién pertenecería?
Miró a izquierda y derecha pero no vio señales de nadie.
Hasta que oyó un ruido sordo a su izquierda. Apenas tuvo tiempo de jalar su escopeta de su hombro antes de que cuatro Daimons irrumpieran a través del follaje.
Hicieron una pausa al verlo, luego bajaron sus cabezas y corrieron de cabeza hacia él.
Jess atrapó uno con un disparo de la escopeta en el pecho, luego lanzó a un segundo por los aires con la culata de la escopeta.
Un golpe de la culata paso por su cara, evitándolo apenas y golpeando a otro Daimon mientras Jess mataba al caído a sus pies. El último atacó, pero no dio más que un paso antes de que otra bala aterrizase en su pecho y cayera hecho polvo.
—Sucias ratas chupasangres.
Él arqueó una ceja ante la suave voz femenina que precedía la aparición de una mujer alta, bien erguida.
Su pelo negro largo, estaba trenzado a su espalda y vestía un traje de pantalones negros ajustados de cuero que le recordaba un poco a Emma Peel de Los Advengers. Sólo que era mucho más devastador en la mujer que se acercaba a él.
Un segundo Cazador Oscuro salió del bosque detrás de ella. Él era unos buenos diez centímetros más alto que Jess con pelo rubio casi blanco y tenía el paso sostenido de un depredador que decía "enrédate conmigo y saldrás herido" Estaba vestido con un abrigo de piel largo y parecía sumamente cómodo en el frió ártico.
La mujer se detuvo al lado de Jess y le ofreció su mano.
—Syra De Antikabe.
Jess inclinó la cabeza y tomó su mano. —Jess Brady, señora, encantado de conocerla.
—Sundown —dijo el otro Cazador Oscuro al unirse a ellos, manteniendo sus manos en los bolsillos. —He oído bastante acerca de ti. Estas bastante lejos de casa.
Jess lo miró suspicazmente. —¿Y tú eres?
—Bjorn Thorssen.
Él inclinó su cabeza a su vez al guerrero vikingo. El rumor decía que Bjorn había sido uno de los vikingos que había invadido la Normandía de los años oscuros.
—He escuchado sobre ti —dijo a Bjorn, luego miró a Syra. —Sin ofender, señora, a usted no la conozco.
—Seguro que sí. Los entupidos en el aro me llaman Yukon Jane.
Él sonrió a eso. Yukon Jane era un guerrero amazónico del tercer o cuarto siglo a.c. Se rumoreaba que ella era casi tan malhumorada como Nicholas. Le gustaba cazar y matar, y estaba situada en el Yukon porque una vez había mutilado a un rey que la molestó.
—Bien, entonces –dijo Jess lentamente con una sonrisa malvada mientras apreciaba su postura elegante una vez mas, —todo lo que puedo decir es que todos aquellos que la insultaron alguna vez nunca han tenido el placer de su compañía, Señorita Syra. De otra manera, la llamarían Reina Jane.
Ella sonrió calurosamente.
—Eres una persona encantadora y educada, también. Ose tenía razón.
La sonrisa de Jess se ensanchó.
Allen se aclaró la voz. –Perdón por interrumpir, Lord Cortes y Lady Letal, si pudiéramos tener un minuto de su tiempo, tenemos a un psicópata que cazar.
Jess miró encolerizadamente sobre su hombro a Allen, pero antes de que él pudiera hacer comentarios, Syra disparó otro perno de su ballesta.
Allen salió volando y aterrizó de espaldas sobre la nieve.
Syra caminó hacia él y lo miró fijamente.
—Particularmente no me gustan los Escuderos y realmente odio la ceremonia de la sangre. Así que ahórrate el dolor y no me hables otra vez. O la próxima vez usaré un perno de Daimon en ti.
Ella se agachó y recogió el perno de cabeza plana que había usado.
Jess reía. A él le gustaba las mujeres con sentido común.
Y con una puntería mortífera.
—Entonces –dijo ella, dando la vuelta y escudriñándolos a todos ellos. —He estado persiguiendo a un grupo de Daimons los últimos cuatro días mientras se dirigían hacia Fairbanks. Bjorn siguió a una tribu de ellos desde Anchorage. Eso explica porque estamos aquí. ¿Qué hay sobre el resto de ustedes? ¿Jess, has perseguido a los Daimons desde Reno hasta Alaska?
Otto se salió del grupo de Escuderos y se detuvo delante de Syra. —¡Hemos venido a matar a Nicholas de Moesia, y si usted se mete en nuestro camino, niñita, la vamos a matar!
—Maldición –dijo Jess, bajando sus anteojos oscuros por el puente de su nariz para clavar los ojos en Otto. —Él habla. O más bien gruñe.
—Pero no por mucho tiempo sino cuida su boca —. Syra le dirigió a Otto una mirada significativa y letal. —Para que conste en acta, Escudero, se necesitaría más hombre que tu, siquiera para rasguñarme.
Otto devolvió su mirada con una sonrisa coqueta. —Vivo por una mujer que rasguña. Solo estate segura que te mantienes atrás, nena. No me gustan las cicatrices.
Otto la pasó rozando.
—Realmente odio a los Escuderos. —Syra gruñó. Ella sacó otro perno plano y lo cargó, luego disparó a Otto.
Moviéndose tan rápido que apenas pudo ser visto, el Escudero dio la vuelta y lo atrapó sin sobresaltarse. Lo sostuvo frente a su nariz y lo inspiró cariñosamente. —Mmm –dijo él. —Rosas. Mi favorito.
Jess intercambió una mirada conocedora con Andy. —Quizá deberíamos dejarlos solos.
—Si —dijo Allen con una risa corta, —esto me recuerda un poco a los ritos de apareamiento del malo y el malhumorado. Todo lo que necesitamos ahora es a Nick Gautier.
Otto lanzó el perno a Allen que gruñó cuando hizo contacto con su estómago.
La cara de Syra estaba roja como una remolacha al mirar a Otto, quien la ignoró y se dirigió hacia la cabaña.
—¿Tienes un Escudero, Jess? —preguntó ella mientras caminaban con Bjorn a su lado.
Él señaló con la cabeza hacia Andy. —Lo crié desde que era un cachorro.
—¿Escucha?
—La mayoría de las veces.
—Tienes suerte. Le disparé a mis últimos tres —. Mientras se dirigía hacia la cabaña Syra agregó —y no fue con un perno plano.
Bien, al menos las cosas eran un poco más divertida con las dos adiciones nuevas a su tripulación.
Pero al entrar Jess a la cabaña de Nicholas tras Bjorn, Syra, y tres de los Escuderos, su humor murió.
El resto de grupo tuvo que esperar afuera ya que nadie más cabría en el pequeño espacio cuadrado.
Éste no era el caso en que la cabaña era más grande por dentro de lo que se veía afuera. Era al revés.
Adentro el lugar estaba bien conservado, pero restringido y deprimente.
Los Escuderos sostuvieron linternas halógenas, iluminando el austero interior. Había una camilla en el piso con una almohada vieja, gastada y unas cuantas pieles y mantas deshilachadas. La televisión estaba colocada en el piso y las paredes estaban cubiertas de estantes de libros. Los únicos muebles en la casa eran dos alacenas.
—Dios mío –dijo Allen, —vive como un animal.
—No –dijo Syra caminando hacia los estantes de libros para examinar los títulos. —Él vive como un esclavo. Para él, esto es un paso arriba de lo que estaba acostumbrado.
Ella encontró la mirada de Jess. —¿Lo conoces?
—Sí y tienes razón —. Jess tuvo que eludir el ventilador de techo mientras se movía alrededor del cuarto. Recordó que Nicholas era unos cinco centímetros más alto que él.
—Demonios –dijo él al mover el aspa del ventilador de techo con el dedo y recordando otra cosa que Nicholas le había dicho.
—¿Qué? —preguntó Bjorn.
Jess miró al cazador de Alaska que inspeccionaba la despensa de Nicholas, que contenía sólo unas pocas latas de comida y una tonelada de botellas de vodka sin abrir. —¿Cuán caluroso es el verano aquí?
Bjorn se encogió de hombros. —En el corazón del verano puede llegar a los treinta o treinta y cinco grados. ¿Por qué?
Jess maldijo otra vez. —Recuerdo haber hablado una vez con Nicholas. Le pregunté qué estaba haciendo. Él dijo, cocinándome —Jess señaló el ventilador de techo. —Ahora me doy cuenta de lo que quiso decir. ¿Pueden imaginarse estar atrapado en este lugar en el verano sin ventanas y sin aire acondicionado?
Syra dejó escapar un bajo silbido. —Tenemos luz de sol prácticamente las veinticuatro horas. Tienes suerte si puedes salir por más de diez minutos al día.
—¿Qué hace con el cuarto de baño? –preguntó Allen.
Syra indicó una bacinilla en la esquina izquierda.
—¿Cuánto tiempo ha estado aquí? –preguntó ella a Jess. —¿Ochocientos, novecientos años?
Jess asintió.
Ella dejó escapar un silbido bajo. —No es extraño que esté demente.
Allen se mofó. —Con el dinero que cobra, el idiota podría haberse construido una mansión.
—No –dijo Jess. —No es su forma de ser. Créeme, cuando estas acostumbrado a nada, no esperas nada.
Syra caminó hacia la esquina en donde una montaña de figurillas talladas en madera estaban amontonadas. —¿Qué son estos?
Jess frunció el ceño mientras miraba las paredes de la cabaña y se daba cuenta que cada centímetro de ellas estaba cubierta de tallados que hacían juego con las figurillas.
Repentinamente recordó las esculturas de madera que había visto en la tienda de artículos varios.
Las esculturas de hielo que había visto en la ciudad.
El pobre Nicholas debía haber tenido épocas de locura y aburrimiento durante los meses que estaba recluido en este cobertizo diminuto.
Demonios, Jess tenía un garaje mayor en su casa. —Diría que es el intento de Nicholas de mantener un hilo de cordura mientras estaba encerrado aquí.
Bjorn recogió una figurilla pintada que se parecía a un oso polar con sus cachorros. —Estos son increíbles.
Syra asintió. —Nunca he visto algo como esto. Apenas parece correcto que matemos a alguien que ha tenido que vivir de esta manera todos estos siglos.
Allen bufó. —Apenas parece correcto que él tuviese permiso de vivir después de que asesinara a todo el pueblo que él estaba custodiando.
Otto echó una mirada interesante al Escudero. Si Jess no lo conociera mejor, sospecharía que el hombre tenía dudas acerca de aniquilar a Nicholas.
Sus miradas se encontraron.
Nop, sin duda. En verdad, él sospechaba que Otto podía haber sido enviado por otras razones… como él lo había sido.
—Bien, muchachos, esto es entretenido –dijo Bjorn. —Pero mis poderes decrecen por Jess y Syra y todavía tenemos que resolver el pequeño asunto sobre la migración de Daimons. ¿Alguien tiene alguna idea de por qué harían eso?
Todos miraron a Syra que era la mayor.
—¿Qué? –preguntó ella.
—¿Alguna vez has visto o has tenido noticias de algo como esto?
Ella negó con la cabeza. —He tenido noticias de Daimons haciendo equipo. Allá, por los siglos antes de que ustedes naciesen, solían tener guerreros Daimons. Pero nadie ha visto a un Spathi al menos en un milenio. Todo esto me supera. Es una lástima que no podamos alcanzar a Acheron. Él podría tener más información.
Bjorn se adelantó y salió de la cabaña.
Jess se acercó a la parte trasera y miró dentro de la choza una vez más.
Demonios. Sentía realmente lástima por su amigo y la vida que Nicholas había tenido.
Él no podía imaginar quedarse atorado en el bosque, solo, con temperaturas que se extendían desde menos cuarenta a treinta y cinco.
No era extraño que Ash tuviera piedad con Nicholas.
Seis de los escuderos fueron a los SUVs y descargaron envases de gasolina.
—¿Qué hacen? —Jess preguntó suspicazmente.
—Incendiarlo –dijo un Escudero pelirrojo. —Tu quieres cazarlo, tu...
—¡Maldición! —Jess agarró el envase de la mano del hombre y lo lanzó hacia el bosque. —Esto es todo lo que él tiene en el mundo. No hay forma que vaya a dejarte apropiarte de esto.
Allen le desdeñó con sarcasmo. —Él golpeó a esa mujer.
Jess estrechó su mirada. —Aún tienes que probármelo.
Allen puso sus ojos en blanco, como si no fuese capaz de entender cómo podía defender a su amigo. —¿Y si Nicholas no lo hizo? ¿Quién lo hizo?
—Yo lo hice.


"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
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Mensaje por Invitado Sáb 09 Ene 2010, 10:20 pm

ES GENIAAAAAAAAAAAAAAAAAAL
ME GUSTAN MUCHO TU TIPO DE NOVELAS ♥️
SEGUILAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
ES MUY BUENA :)




https://onlywn.activoforo.com/solo-para-mayores-f8/el-mas-puro-tesoro-joe-y-tu-t1262.htm
Decime qué te parece (mm) Gracias ! (:
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Mensaje por Paulinna:D Dom 10 Ene 2010, 5:03 pm

hola
soy una nueva lectora

y debo decir que me encanta tu nove

por favor siguela :)
Paulinna:D
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https://twitter.com/paulinalagos

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Mensaje por Belieber&Smiler♥ Dom 10 Ene 2010, 6:28 pm

Capítulo 10

Jess levantó la vista para ver a la manada más grande de Daimons que alguna vez hubiese contemplado en su vida. Allí tenía que haber, por lo menos cuarenta cabezas de ellos, pero era difícil contarlos, especialmente cuando pensaba que no todos estaban a la vista. Su sentido de Cazador Oscuro le decía que había aún más en el bosque actuando como sustitutos.
Algunos vestían abrigos de cueros, otros… de pieles. Algunos eran hombres, otros… mujeres.
Pero tenían en común algunas cosas. El cabello rubio, los colmillos, y ese atractivo antinatural que estaba arraigado en su especie.
Aún así, una mirada era suficiente para identificar a su líder. Era el Daimon que había encontrado cuando había ido tras Nicholas. Pero en lugar de rehuirle, como hacían la mayoría de los Daimons, este había corrido tras Nicholas.
Persiguiendo a Nicholas aún mientras ellos lo hacían.
El líder era una cabeza más alto que los demás y estaba ligeramente delante de ellos. A diferencia de los que estaban detrás de él, no había miedo en su mirada.
Sólo una determinación cruda, tangible. Y una vileza que corría profundamente en su alma.
Syra dejó escapar un sonido que era una mezcla de incredulidad y humor.
—¿Qué diablos es esto?
El líder Daimon sonrió.
—Diría 'Su peor pesadilla', pero odio los clichés.
—Marone, eres real.
Todo el mundo del lado de los ‘buenos’ giró para mirar a Otto, quien miraba al líder como si estuviese viendo al diablo mismo.
—¿Conoces a este tipo, Carvalleti? —preguntó Jess.
—Sé de él, en todo caso —dijo con tono intenso y pesado. —Mi padre solía contarme sobre un Daimon llamado Thanatos cuando era niño. Siempre pensamos que él lo inventaba.
—¿Inventaba qué? —preguntó Bjorn mirando hacia atrás en la dirección de Thanatos.
—Los cuentos de un ejecutor de Cazadores Oscuros llamado Dayslayer. Es una historia que ha sido contada en mi familia por generaciones. Que pasa de Escudero a Escudero.
—¿Y me dices que ese idiota es él? —preguntó Bjorn al mismo momento que Syra decía, —¿Ejecutor de Dark—Hunters?
Otto asintió. —Supuestamente Artemisa una vez creo a un asesino para ustedes, en caso de que se volvieran asesinos. Él puede caminar bajo la luz del día y no necesita sangre para vivir. Dice la leyenda que él es invencible.
Thanatos aplaudió sarcásticamente.
—Muy bien, pequeño Escudero. Estoy impresionado.
Los ojos de Otto se tornaron glaciales.
—Mi padre dijo que Acheron había matado a Thanatos hace miles de años.
—No quiero parecer idiota –dijo Bjorn, —pero él no parece estar muerto.
Thanatos se rió. —No lo estoy. Al menos no más de lo que lo están ustedes.
Thanatos se acercó a ellos lentamente, metódicamente.
Jess se tensó, listo para la batalla.
Thanatos cruzó sus manos a la espalda y sonrió sardónicamente a Otto.
—¿Pregunto, humano, tu padre alguna vez te dijo algo sobre los Spathi Daimons?
Thanatos miró a los Cazadores Oscuros.
—¿Seguramente ustedes Hunters los recuerdan? —suspiró nostálgicamente. —Ah, qué años aquellos…los Cazadores Oscuros nos daban caza, y nosotros los matábamos. Hicimos nuestras casas en criptas y catacumbas subterráneas donde los Hunters no podían entrar sin quedar poseídos. Fue un tiempo interesante para ser Apolita o Daimon.
Él miró sobre su hombro a la manada de Daimons, que en la mayoría de los casos, los miraban nerviosamente. Había uno o dos que no tenían miedo y esos eran a los que Jess prestaba mayor atención.
Él no sabía nada acerca de los Daimons guerreros, pero sabía como ajusticiar a cualquiera que quisiera saborear un alma humana.
Cuándo Thanatos habló otra vez, su voz era oscura, siniestra.
—Pero eso fue antes de que descubriéramos a la civilización y las comodidades modernas. Antes de que el mundo humano se desarrollase lo suficiente como para que pudiésemos existir en la noche pretendiendo ser uno de ellos. Los Apolitas poseyendo negocios y casas. Los Daimons jugando con el Nintendo. ¿A qué está llegando el mundo?
Thanatos se movió tan rápido que nadie tuvo tiempo de pestañear. Disparó una carga explosiva de sus manos, derribando a todos los Escuderos.
Examinó su caos con una expresión feliz en su cara.
—Ahora antes de que dé a mi gente permiso de alimentarse de todos ustedes y yo mate a los Cazadores Oscuros, quizá deberíamos hablar un poquito, ¿hmm? ¿O quieren ustedes, Hunters, realmente luchar contra mí cuando se están debilitando entre ustedes?
—¿Hablar sobre qué? —preguntó Jess, moviéndose más cerca de Syra. Si bien sabía que ella podía cuidarse, era un hábito arraigado en él proteger a una mujer.
—¿Dónde esta Nicholas? —dijo Thanatos entre dientes.
—No lo sabemos —respondió Syra.
—Respuesta equivocada.
Uno de los Escuderos desconocidos dejó escapar un alarido. Jess observó con horror como el brazo del hombre era partido en dos por… nadie.
Santa Madre de Dios, él nunca había visto algo como eso.
Bjorn atacó.
Thanatos lo atrapó, y lo lanzó al suelo. Abrió de un tirón la camisa de Bjorn para exponer la marca del arco y la flecha de Artemisa en el hombro de Bjorn.
Thanatos apuñaló la marca de Bjorn con una daga adornada meticulosamente en oro.
Bjorn se desintegró como un Daimon.
Ninguno de ellos se movió.
Jess apenas podía respirar en tanto la furia lo invadía. Eso había sido muy fácil para el Daimon. Hasta ahora, los Cazadores Oscuros habían sido informados que sólo podían morir de tres formas. Total desmembramiento, luz del sol, o decapitación.
Aparentemente, Acheron había omitido una, crucial y extremadamente rápida, forma de morir.
Esto no estaba bien, y ahora mismo él estaba muy enojado de que nadie los hubiese advertido.
Pero eso tendría que esperar. Había personas inocentes aquí y si se oponía a Thanatos en presencia de Syra, ambos estarían peleando con las manos atadas a la espalda, mientras que Thanatos pelearía con su fuerza completa.
—¿Quieres a Nicholas? —preguntó Jess.
Thanatos se puso lentamente de pie. —Por eso es que estoy aquí.
Jess se estremeció por lo que había visto, y aunque él no había conocido a Bjorn bastante, el hombre había parecido lo suficientemente decente. Era una maldita vergüenza perder a un camarada, especialmente por Thanatos.
Se acongojaría más tarde; ahora mismo quería asegurarse que los Escuderos sobrevivieran.
Jess deslizó su mirada a Syra y le envió una proyección mental.
—Salva a los Escuderos. Yo me llevo al Idiota.
En voz alta dijo —Entonces sígueme y trae todo lo que tengas. Nicholas va a disfrutar matándote.
Jess corrió a su Bronco.
Nicholas aún yacía desnudo en el oleaje, acunando a Astrid contra él. No podía contar cuántas veces habían hecho el amor en las últimas horas. Habían sido tantas, que él se preguntaba si no estaría lastimado cuando se despertara.
Seguramente nadie podía ser así de acrobático, ni siquiera en sueños, y que no quedara algún daño físico a la vista por ello.
Estaba exhausto de hacer el amor, pero sentía una paz como nunca había conocido.
¿Era esto lo que otras personas sentían?
Astrid se apoyó sobre él.
—¿Cuándo fue la última vez que probaste el algodón de azúcar?
Él frunció el ceño a su pregunta inesperada. —¿Qué es el algodón de azúcar?
Ella boqueó en estado de shock. —¿No sabes que es el algodón de azúcar?
Él negó con la cabeza.
Sonriendo, ella se levantó y lo jaló para que se parara.
—Iremos al paseo marítimo.
Bien, ella realmente había perdido el juicio.
—No hay ningún paseo marítimo.
—Oh, sí que hay, justamente al otro lado de esas rocas.
Nicholas miró otra vez para ver un muelle que no había estado allí antes.
Qué extraño que hubiera aparecido en su sueño ante su pedido y no al de él. La miró suspicazmente.
—¿Eres un Dream Hunter Skotos haciéndote pasar por Astrid?
—No —dijo ella sonriendo. —No estoy tratando de tomar nada de ti, Nicholas. Sólo trato de darte un recuerdo agradable.
—¿Por qué?
Astrid suspiró ante la expresión de su cara. La bondad estaba más allá de su comprensión, aún no podía entender por qué ella quería hacerlo sonreír.
—Por que mereces uno.
—¿Por qué? No he hecho nada.
—Vives, Nicholas –dijo ella, acentuando las palabras, haciendo un intento por hacerlo entender. —Tan solo por eso, mereces un poco de felicidad.
La duda en sus ojos la aguijoneó.
Decidida a alcanzarlo, ella "conjuró" para sí misma un par de pantalones cortos blancos y un top azul, luego lo vistió a él con un par de pantalones vaqueros negros y una camisa playera.
Lo condujo hacia el gentío del "sueño".
Nicholas guardó silencio mientras caminaban hacia las escaleras que conducían a la anticuada pasarela. Se tensó visiblemente mientras las personas lo pasaban demasiado cerca, casi rozándolo. Ella tuvo la clara impresión que estaba a un paso de pronunciar un cruel comentario.
—Está bien, Nicholas.
Él desdeñó con sarcasmo a un hombre que se aproximó demasiado.
—No me gusta que nadie me toque.
Pero no dijo nada acerca del hecho que ella tenía su brazo enganchado con el de él.
Eso la hizo derretirse.
Sonriendo, lo llevó a un pequeño puesto donde una señora vendía salchichas y algodón de azúcar. Ella compró la bolsa más grande y extrajo un puñado del ligero y esponjoso azúcar rosado, luego se lo ofreció a él.
—Aquí va. Un mordisco y sabrás cuál es el sabor de la ambrosía.
Nicholas trató de tomarlo, pero ella alejó su mano.
—Quiero dártelo yo.
La furia restalló en sus ojos. —No soy un animal para comer de tu mano.
La cara de ella se ensombreció ante sus palabras y su buen humor se apagó instantáneamente.
—No, Nicholas. No eres un animal. Eres mi amante y yo quiero cuidar de ti.
Nicholas se congeló ante sus palabras mientras clavaba los ojos en su cara, preciosa y sincera.
¿Cuidar de él?
Una parte de él gruñó ante la idea, pero otro parte, la parte extraña de sí, se despertó de un sacudón ante sus palabras.
Era una parte hambrienta de él.
Una parte anhelosa. Necesitada.
Una parte que él había sellado y abandonado hacía tanto tiempo que vagamente la recordaba.
Apártate.
No lo hizo.
En lugar de eso, se forzó a agacharse y abrir sus labios.
Ella sonrió de una forma que lo quemó del incluso mientras el extraño dulce se desintegraba dentro de su boca.
Ella colocó su mano en contra de su mejilla.
—Ves, no duele.
No, no lo hacía. Se sentía caliente y maravilloso. Incluso alegre.
Pero era un sueño.
Él se despertaría dentro de poco y estaría frío otra vez.
Solo.
La Astrid real no le ofrecería algodón de azúcar y no lo abrazaría en el oleaje.
Lo miraría con miedo y sospecha en su preciosa cara. Estaría protegida por un lobo blanco que lo odiaba tanto como él se odiaba a sí mismo.
La Astrid real nunca se tomaría el tiempo para domesticarlo.
No es que tuviese importancia. Tenía una sentencia de muerte sobre él. No tenía tiempo para la Astrid real.
No tenía tiempo para nada más que la supervivencia básica. Era por eso que este sueño significaba tanto para él.
Por una vez en la vida, había tenido un buen día. Sólo esperaba que cuando se despertase, lo pudiera recordar.
Astrid lo guió por la arcada, jugando en los juegos y comiendo comida chatarra de la que Nicholas le dijo que sólo había leído su existencia, en la Web. Si bien él nunca sonrió, era como un niño en su curiosidad.
—Prueba esto –dijo ella, dándole una manzana acaramelada.
Astrid rápidamente supo que comer manzanas acarameladas con colmillos no era una cosa muy fácil de hacer.
Cuando él logro darle una mordida, ella lo miró impacientemente. —¿Bien?
Él lo tragó antes de contestar.
—Esta bien, pero no pienso que esté dispuesto a repetir la experiencia. No es lo bastante bueno como para compensar todo el trabajo para obtenerlo.
Ella se rió mientras él lanzaba la manzana en un gran cubo blanco de basura.
Lo metió a la galería a fin de enseñarle a jugar Skee—Ball, uno de sus juegos favoritos. Él era asombrosamente hábil en eso.
—¿Dónde aprendiste a tirar así?
—Vivo en Alaska, Princesa, territorio de hielo y nieve. No hay mucha diferencia entre esto y lanzar una bola de nieve.
Ella se sorprendió de eso. Tuvo una imagen divertida de él jugando en la nieve, la cual era totalmente ajena a su forma de ser.
—¿Con quién te tirabas bolas de nieve?
Él rodó otra bola por la rampa y dio en el círculo central.
—Con nadie. Solía lanzarlas a los osos a fin de que se enfurecieran y se acercaran lo suficiente para que yo los matara.
—¿Matabas a los osos pequeños?
Él le dirigió una mirada risueña.
—Ellos no eran pequeños, Princesa, lo juro. Y a diferencia de los conejos, se puede hacer más de una comida con ellos y no necesitas a muchos para hacer un abrigo de piel o una manta. En lo más recio del invierno, no hay suficiente para comer. La mayoría de las veces, antes que existieran las tiendas de comestibles, era o carne de oso o morirse de hambre.
El pecho de Astrid se apretó ante sus palabras. Ella suponía que no había sido fácil para él sobrevivir, pero lo que describía le hacía querer extenderse hacia él y abrazarlo fuertemente.
—¿Cómo los matabas?
—Con mis garras de plata.
Ella estaba consternada.
—¿Matabas a los osos con una garra? Por favor dime que hay formas más fáciles para hacer eso. ¿Una lanza, un arco y flecha, una pistola?
—Fue mucho antes de las armas, y además, no habría sido justo para el oso. Él no me podía atacar desde lejos. Yo calculaba que él tenía garras y yo también. El ganador se llevaba todo.
Ella sacudió la cabeza de incredulidad.
Tenía que darle crédito, al menos Nicholas era deportivo acerca de eso.
—¿No te lastimabas?
Él se encogió de hombros despreocupadamente, luego arrojó otra bola.
—Mejor que morir de hambre. Además, estoy acostumbrado a ser tajeado —la miró traviesamente. —¿Quieres un gorro de piel de oso, Princesa? Tengo realmente una colección.
Ella no encontró humor en su pregunta.
Su garganta estaba apretada, Astrid quería llorar por lo que le estaba diciendo. Las imágenes traspasaron su mente... de él a solas, herido, arrastrando a un oso a través de la nieve ártica, que lo sobrepasaba en peso, al menos diez veces, a fin de poder comer.
Y llevar al oso a casa era solo el comienzo. Él tenía que cuerearlo y carnearlo antes que los otros animales olieran su presa o su sangre.
Luego cocinarlo.
Nadie que lo pudiera ayudar y ninguna otra elección, excepto hacerlo o morir de hambre.
Se preguntaba cuántos días había pasada sin nada de comida...
—¿Qué hay acerca de la comida en el verano, cuándo tienes veintidós horas o más de luz de día? Digo, no podías conservar la carne por tanto tiempo y no te daba bastante tiempo para plantar o cosechar cualquier cosa. ¿Qué hacías entonces?
—Me moría de hambre, Princesa, y rezaba por el invierno.
Las lágrimas fluyeron en sus ojos.
—Lo siento tanto, Nicholas.
Él torció la mandíbula. Se rehusaba a mirarla.
—No lo sientas, no es tu culpa. Además, el hambre no era tan malo como la sed. Agradezco a los dioses por el agua embotellada. Antes de eso había algunos días en los cuales no podía llegar al pozo, si bien estaba bastante cerca de mi puerta.
Él trató de alcanzar otra pelota.
Astrid colocó su mano en la de él para detenerle.
Se giró para enfrentarla, sus labios ligeramente separados. Ella lo jaló a sus brazos y lo besó, queriendo darle algún consuelo, algún grado de paz.
Nicholas la aplastó contra él. Ella abrió su boca para saborearlo completamente y dejar que su fuerza la inundara.
Él se echó hacia atrás con un gemido.
—¿Por qué estas acá?
—Estoy aquí por ti, Príncipe Encantado.
—No te creo. ¿Por qué estas realmente aquí? ¿Qué quieres de mí?
Ella suspiró.
—Eres asombrosamente desconfiado.
—No, soy realista y los sueños como éste no me ocurren.
Ella arqueó una ceja.
—¿Nunca?
—No en los últimos dos mil años, de todas formas.
Ella alisó la línea en su frente con la punta del dedo y le sonrió.
—Bien, las cosas están cambiando.
Nicholas irguió la cabeza ante eso, no creyéndolo ni por un minuto.
Algunas cosas nunca cambian.
Nunca.
—¡Nicholas!
Él sintió un extraño tirón en su pecho.
Pero no era Astrid.
—¿Sucede algo malo? —Astrid preguntó.
—¡Nicholas!
Era la voz de un hombre llamándolo en voz alta. Una que parecía venir de una distancia de muchos kilómetros.
—Me siento repentinamente extraño.
—¿Extraño cómo?
—¡Nicholas!
La clara pasarela se puso oscura. Su vista comenzó a perder intensidad, su cabeza giraba.
Nicholas se sintió a sí mismo alejarse de Astrid. Peleó con toda su fuerza para quedarse con ella.
Para quedarse con su sueño.
No quería que acabara. No quería despertarse en un mundo dónde nadie lo quería.
Tenía que regresar a ella.
Por favor, solo un minuto más.
—¡Nicholas! Maldita sea, chico, no me hagas tener que abofetearte. Lo último que necesito ahora mismo es una concusión. ¡Ahora levántate!
Nicholas se despertó para encontrar a Jess inclinado sobre él, sacudiéndolo fuertemente.
Maldiciendo, pateó al vaquero hacia atrás, contra la pared.
El juramento apestoso de Jess hizo juego con el de él mientras Jess rebotaba contra la madera. La espalda de Nicholas y el brazo latieron en respuesta a las lesiones de Jess.
Pero a él no le importó. Tenía la intención de añadir tantas lesiones más al vaquero que ninguno de los dos podría caminar sin cojear.
Él tenía una deuda que cobrarse con el bastardo por haberle disparado en su espalda.
Y él siempre se cobraba sus deudas, con intereses.
Nicholas salió de la cama gruñendo, listo para la batalla.
—¡Whoa, Z! —dijo Jess, evadiendo el puño que Nicholas oscilaba ante él. —Cálmate.
Nicholas lo asechó como un león atisbando a una gacela herida. Uno que tenía la intención de hacer de la gacela su cena...
—¿Calmarme? Me disparaste en la espalda, hijo de puta.
La cara de Jess se volvió piedra y le dio una mirada helada. —Niño, no te atrevas a insultar a mi mamá, y mejor te detienes y piensas sobre eso por un minuto. Fui un asesino a sueldo desde que tuve suficiente edad para sostener una pistola. Si hubiera disparado a tu espalda no tendrías una cabeza ahora mismo. Habiendo recibido disparos en la espalda de un amigo, seguro no querría devolver ese favor a nadie. Ni siquiera a un irascible espécimen como tú. ¿Y por qué infierno me lastimaría para llegar a ti de cualquier manera? Válgame Dios, chico, usa tu cabeza.
Nicholas todavía no estaba listo para creerle. Aunque en su mayor parte había cicatrizado, su espalda era un recordatorio doloroso de que alguien había probado su mejor tiro para matarlo.
—¿Entonces quién disparó?
—Uno de los idiotas Escuderos. Maldición si supiera cuál. Todos se parecen mucho cuando no son tuyos.
Nicholas vaciló mientras trataba de catalogar todo lo que había ocurrido en los últimos días.
Todo estaba un poco borroso en su mente. Lo último que realmente recordaba era que trataba de dejar la cabaña de Astrid...
Él frunció el ceño mientras miraba alrededor, dándose cuenta que aún estaba allí.
Jess lo había despertado mientras él yacía completamente vestido en una cama en la cual no recordaba haberse subido.
Frunció el ceño al ver a Astrid yaciendo en la cama, también.
Los sueños que él tuvo...
¿Qué diablos?
Jess volvió a cargar su escopeta.
—Mira, no tengo tiempo para esto. ¿Conoces quién es Thanatos?
—Si, nos encontramos.
—Bien, porque él realmente asesinó a un Cazador Oscuro esta noche y está atrás de mí. Te necesito arriba y corriendo. Rápido.
El estómago de Nicholas fue al sur ante sus palabras.
—¿Qué?
La cara de Jess era sombría y letal. —Mató a un Cazador Oscuro sin sudar. Nunca he visto algo así en mi vida. Ahora Thanatos viene por ti, Z. Es hora de hacer como un zorro y sacar el infierno de Dallas.
¿Qué significaba eso? Si a Nicholas le dolía antes la cabeza, no era nada comparado con el dolor que sintió al tratar de descifrar la última parte de la expresión localista del vaquero.
—Lo que sea que hagas –dijo Jess, su voz intensa y grave al advertirle, —no dejes a Thanatos acercarse a tu marca del arco y flecha. Aparentemente surte efecto, como la mancha de tinta de los Daimons en medio de sus pechos. Una diminuta puñalada y somos polvo.
Nicholas frunció el ceño ante sus palabras.
—¿Qué marca del arco y la flecha? No tengo ninguna.
Jess se burló. —Por supuesto que sí. Todos tenemos una.
—No, yo no.
Jess lo miró sobre su escopeta, su cara completamente divertida.
—Tal vez está en un lugar que no miras. Como tu trasero o algo por el estilo. Sé que tienes una. Es donde Artemisa te tocó cuando ella capturó tu alma.
Nicholas negó con la cabeza.
—Artemisa nunca me tocó. Ella no podía estar cerca de mí sin acobardarse, así es que usó una vara para hacerme un Dark Hunter. Te juro, no hay ninguna marca en mí.
La mandíbula de Jess se cayó ante la incredulidad.
—Espera, espera, espera. ¿Estás diciéndome que estas parado aquí en donde no hay Daimons y no tienes un punto débil? ¿Qué tipo de mierda es esa? ¿Vivo en Daimon Central con un maldito Talón De Aquiles que nadie alguna vez se molestó en mencionar, y tú vives donde no hay peligro para ti y aun así no tienes una marca?
Jess caminó de arriba abajo por el piso. Era un hábito del que Nicholas se había enterado durante una de sus conversaciones telefónicas nocturnas. Una vez que Jess comenzaba un discurso rimbombante, era difícil sacarlo de él.
—¿Qué no esta bien en este cuadro? Y luego Ash me pide que suba aquí para salvar tu trasero y aquí nos caemos como moscas mientras tú eres Teflón.
—No, tengo un problema con esto. Te aprecio, hombre, pero demonios. Esto no es justo. Estoy aquí congelando mis pelotas, y tú, tú no necesitas protección. Entretanto tengo un ojo de toro en mi brazo que dice, 'Hey, Daimon con esteroides, mátenme justo aquí’ —siguió divagando Jess. —¿Puedes creer que metí las llaves en mi boca para sacar mi billetera, para pagar el combustible y se congela allí? ¿Lo último que quiero hacer es morir aquí en este lugar dejado de la mano de Dios, por obra de una cosa enloquecida que nadie alguna vez ha oído nombrar antes, excepto Guido, el Escudero asesino de Jersey? Juro que quiero el trasero de alguien por esto.
Jess tomó aire, pero antes de que pudiera empezar a vociferar otra vez, la puerta principal de la cabaña se abrió de golpe.
La casa entera se estremeció por la fuerza de eso.
Nicholas sintió un frío temblor familiar en su columna vertebral.
Una huella débil de un recuerdo pasó como un relámpago por su mente. Era vago y desconcertante.
Él había sentido esto antes...
Sin tiempo para contemplaciones, usó su telequinesia para cerrar la puerta del dormitorio de un golpe.
Apartó de un empujón a Jess hacia la ventana. —Ella tiene a un lobo en alguna parte de la casa. Encuéntralo y llévalo afuera.
Algo golpeó la puerta con fuerza.
—Sal Nicholas –gruñó Thanatos, —pensé que a ti te gustaba jugar con los Daimons.
—Sí, jugaré contigo bastardo —Nicholas hizo estallar la ventana con su telequinesia y empujó a Jess a través de ella mientras Thanatos continuaba embistiendo la puerta.
Cruzando el cuarto, Nicholas agarró a Astrid, quien dormía todavía como un tronco en la cama, y la sacó por la ventana hacia Jess.
—Sácala de aquí.
Jess apenas había tomado a Astrid cuando la puerta estalló.
Nicholas se dio vuelta lentamente.
—¿Tú madre nunca te enseñó que no está bien entrar por la fuerza?
Thanatos estrechó sus ojos, lanzándole una mirada fría y dura.
—Mi madre se desintegró cuando yo sólo tenía un año. Ella no tuvo tiempo de enseñarme nada. Pero tú, por otra parte, me enseñaste adecuadamente cómo cazar y matar a mis enemigos.
Nicholas estaba tan conmocionado por las palabras que lo dejó desequilibrado para el primer ataque.
Thanatos lo atrapó con una explosión directa a su pecho.
Nicholas rodó, tomando fuerza del dolor.
Era bueno en eso.
Mientras se preparaba sicológicamente para atacar, un arma disparó dos veces. Thanatos se tambaleó hacia adelante, luego se dio la vuelta con un gruñido.
Los ojos de Nicholas se ampliaron al divisar dos balazos en la espalda del Daimon. Los balazos se cicatrizaron instantáneamente.
Jess maldijo desde el vestíbulo. —¿Qué eres?
—Jess —rugió Nicholas, —sal. Puedo manejar esto.
Como Thanatos iba por Jess, Nicholas se lanzó contra su espalda y lo golpeó contra el marco de la puerta.
—¡Vete! —le gritó a Jess. —No puedo oponerme a él contigo aquí. Necesito todos mis poderes.
Jess asintió y corrió en busca de la puerta principal. Nicholas le oyó hacer una pausa mientras soltaba al lobo.
—Al fin solos —se rió, mientras Thanatos lo enviaba de un empujón contra la pared más lejana. —Oh, el placer del dolor.
Thanatos le dirigió un gesto de desprecio. —¿Tu realmente estás loco, verdad?
—Apenas. Aunque debo admitir que disfruto de cada minuto —. Nicholas dejó que sus poderes emergieran hasta que sus manos ardieron por el calor. Canalizó los iones en el aire y los cargó completamente, luego los dirigió a Thanatos.
La explosión lo derribó en medio del vestíbulo.
Reuniendo más poder, Nicholas lo volvió a golpear, esta vez en el estudio. Él continuó golpeando a Thanatos hasta que el hombre aterrizó en el piso al lado de la chimenea.
Si Nicholas fuera listo, hubiera aprovechado la ventaja y corrido.
Pero él no era así de listo. Además, Thanatos hubiera ido tras él y él era demasiado viejo y también estaba demasiado enojado para correr.
Thanatos se levantó de nuevo.
Nicholas le dirigió otra explosión, derribándolo sobre el sofá donde aterrizó en un montón.
Él sacudió la hacia cabeza el Daimon, quien ya no se movía.
—Te diré algo, ¿por qué no me vas a visitar cuando estés listo para jugar con los chicos grandes?
Nicholas salió andando de la casa y convocó a sus poderes para trabar la puerta detrás de él. Podía oír a Thanatos golpeando la puerta, tratando de forzarla.
Sin una mirada atrás, Nicholas caminó hasta la máquina de nieve que debía pertenecer a Thanatos. Abrió el tanque de gasolina y se aseguró que hubiera suficiente.
Rompió la manguera del motor, luego chupó con fuerza para llenar de gasolina su boca.
Caminando hacia la cabaña, sacó un encendedor de su bolsillo trasero.
Encendió el encendedor, entonces escupió la gasolina a la casa y observó como la puerta comenzaba a arder.
Después de varios viajes más, dio un paso hacia atrás y examinó las llamas que rápidamente consumían la casa de Astrid.
Era algo bueno que ella fuera rica.
Parecía que iba a necesitar un lugar nuevo para vivir después de esto.
Nicholas arrancó un cigarrillo del bolsillo de su abrigo y sonrió. Murmurando se puso a cantar la clásica canción de Talking Heads "trescientos sesenta y cinco grados de… casa consumiéndose en llamas”.
Astrid se despertó por una explosión. Su falta de vista momentáneamente la dejó estupefacta hasta que se percató que había sido sacada de su sueño narcotizado.
¿Si no, cómo?
Ambos, Nicholas y ella debían dormir al menos otro día más.
Ella podía decir por los sonidos y la posición vertical de su cuerpo, que ya no estaba en la cama.
Se sentía como en el coche de alguien.
—¿Nicholas? —preguntó con vacilación.
—No, señora –dijo una profunda voz con un arrastrado acento sureño. —Mi nombre es Sundown.
Su corazón martilló.
—¿Dónde esta Nicholas? ¡Sasha!
Una mano tocó su brazo confortantemente. —Tranquila, querida. Todo va a estar bien.
—¿En dónde está mi lobo?
Por la forma en que el aire frente a su cara se movía, podía decir que Sundown estaba moviendo su mano a pocos centímetros de la punta de su nariz.
—Sí, soy ciega —dijo irritada. —Dígame donde esta Sasha.
—Es la cosa peluda a sus pies.
Ella dejó escapar un pequeño suspiro de alivio, pero eso era sólo la mitad de su preocupación.
—¿Y Nicholas?
—Lo dejamos atrás.
—¡No! –dijo ella, su corazón martillando otra vez. —Se supone que no debo dejarlo.
—No tuvimos otra...
Astrid no escuchó el resto de su declaración. Estaba demasiado ocupada tratando de abrir la puerta del coche.
Una mano firme la jaló hacia atrás.
—Whoa, señorita, qué lo que estoy haciendo aquí es peligroso. Tengo que llevarla lo mas lejos que pueda de la cabaña. Confíe en mí, si alguien puede manejar esto, es Nicholas.
—No, no puede –dijo ella, tratando de ponerse de pie. —Tengo que regresar con él. Si alguien se entera que no estoy con él, entonces está muerto. ¿Entiendes?
—Señori...
Ella apartó su mano. —Thanatos será enviado tras él. Tengo que regresar.
—¿Usted sabe de Thanatos?
Astrid extendió la mano, tratando de encontrar la boca de Sundown para tratar de tocar colmillos.
Él esquivó su mano.
—¿Trabaja para Acheron? —preguntó ella.
—¿Lo hace usted?
—Contéstame. ¿Es uno de sus… hombres?
Él vaciló antes de contestar.
—Sí.
Ella suspiró de alivio. Gracias a Zeus por los pequeños favores.
—Soy el juez de Nicholas. Si lo dejo sin acompañante entonces Artemisa llamará a Thanatos para matarlo.
—Odio darle la noticia. Ella ya lo hizo. Justamente los dejé a los dos en su casa para el altercado.
La cabeza de Astrid daba vueltas. ¿Cómo podía ser eso?
—¿Está seguro que era Thanatos?
—Eso es lo que él dijo y después de la forma en que eliminó a uno de nosotros, Hunters, yo tiendo a creerle.
Astrid se sintió enferma por las noticias. Esto no podía estar ocurriendo.
¿Por qué Artemisa violaría el acuerdo?
Sabía que Artemisa había estado ansiosa por un veredicto, pero así y todo...
—Debe llevarme de regreso. Nicholas no lo puede matar. Ninguno de ustedes puede.
—¿Que quiere decir?
—Sólo Acheron tiene el poder de matar a Thanatos. Sólo Acheron. Ninguno de ustedes tiene una posibilidad en contra de él.
Sundown maldijo.
—Bien. Aférrese y pido a Dios que usted este equivocada, señora.
Astrid sintió a Sasha moviéndose mientras Jess giraba el coche en un movimiento que le recordaba a un juego de parque de diversiones.
—Shhh, Sasha –dijo ella, agachándose para tocarlo y apaciguarlo.
—¿Dónde estamos? ¿Qué sucedió?
Lo sintió moverse ligeramente para contemplar a Sundown. Dejó escapar un gruñido bajo.
—¿Y quién diantre es este refugiado de Por un Puñado de Dólares?
—Él es un amigo. Así que sé agradable.
—¿Agradable? Bien. No lo morderé. Por ahora —. Sasha se echó apenas para atrás. —¿Por qué estoy en un camión? ¿Cómo llegue aquí? ¿Y por qué mi cabeza parece que esta a punto de explotar?
—Te drogué.
Ella tuvo la clara sensación que Sasha estrechaba sus ojos y descubría sus dientes.
—¿Tu qué?
Ella se sobresaltó ante la cólera en su voz.
—No tuve alternativa. Pero grítame más tarde. Tenemos un problema ahora mismo.
—¿Y es?
—Thanatos anda suelto. Y él ya va tras Nicholas.
—Bien, el Dayslayer tiene gusto.
—¡Sasha!
—No lo puedo remediar. Sabes que no me gusta esa bestia psicótica.
Suspirando, enterró la mano en el pelaje de Sasha y usó sus ojos como suyos. Él trepó a su regazo a fin de poder mirar por la ventana para ella.
Después de algunos kilómetros, ella reconoció el paisaje al acercarse a la cabaña.
Pero lo que la asustó fue la vista de un enorme fuego a lo lejos.
Sundown maldijo y aceleró.
Mientras se acercaban, ella vio su cabaña ardiendo. Había una sombra delante de ella, pero no podía decir si era Nicholas o Thanatos.
Aterrada, contuvo su respiración, esperando que fuese Nicholas el que estaba vivo.
No fue hasta que Sundown paró que ella pudo decirlo con seguridad.
Ella quedó débil por el alivio. Nicholas estaba silueteado por el fuego. Soltando a Sasha, abrió la puerta y corrió hacia donde lo había visto.
Astrid no tenía idea de cómo había sobrevivido a Thanatos o dónde estaba el Ejecutor. Todo lo que tenía importancia era acercarse a Nicholas.
Ella quería tocarlo, asegurarse que no estaba herido.
A mitad de camino, un espantoso grito masculino estalló en el aire.
Astrid se deslizó hasta frenar, en tanto intentaba precisar de donde venía.
Escuchó la nieve crujiendo al lado suyo y asumió que era Sundown, dirigiéndose hacia Nicholas. Sasha apareció desde atrás y olfateó su mano con su bozal.
No parecía haber venido de ninguno de ellos.
Entonces de repente, hubo una explosión.
Se dejó caer en sus rodillas y usó a Sasha para ver qué ocurría.
Su casa había explotado. Fuego y escombros se dispararon en el aire, mezclándose ominosamente con la aurora boreal.
Surgiendo del centro de los llameantes restos apareció Thanatos. Intacto, sin heridas.
Ni siquiera su pelo estaba chamuscado.
Era una visión horrenda.
Nicholas maldijo.
—¿No te mueres nunca?
Thanatos no contestó. En lugar de eso, se movió para pegar un puñetazo a Nicholas que evadió el golpe y asestó uno de regreso.
Sundown se movió hacia ella.
—Yo debo llevarla...
Ella comenzó a correr antes que Sundown terminara la frase.
—Sasha –llamó ella. —Ataca.
—¡Al diablo! –dijo bruscamente Sasha. —Puedo ser tu guardián pero esa es la mascota de Artemisa. No lo puedo matar. Tendría suerte de desconcertarle. Y tu sabes lo que las personas hacen a los lobos heridos… les disparan.
Astrid se aterrorizó. Ella no podía ver. Solo podía oír los gruñidos del hombre peleando, el sonido de carne golpeando carne.
Alguien la agarró y la tiró al suelo, luego cubrió su cuerpo con el suyo.
Ella gritó.
—¡Detente! –dijo Nicholas, enojado.
Él comenzó a rodar con ella, luego la levantó y la llevó hacia adelante.
—¿Que sucede? –preguntó, mientras él la hacía avanzar.
—No mucho —dijo él en un tono aburrido pero jadeante. —Un idiota invencible trata de matarme. Y tú se supone que no deberías estar aquí —, la soltó. —Sácala de aquí, Jess.
—No puedo.
Nicholas frunció los labios. Si él fuese capaz de afrontar la disminución de sus poderes, le habría pegado un porrazo a Jess por eso.
En lugar de eso, todo lo que podía hacer era formar remolinos alrededor para enfrentar a Thanatos que lo asechaba implacablemente.
—¿Qué ocurre, Nicholas? ¿Estas asustado de morir?
Él bufó mientras empujaba a Astrid hacia Jess.
—Morir es fácil. Vivir es lo difícil.
Thanatos hizo una pausa como si las palabras lo cogieran por sorpresa.
Eso le dio a Nicholas justamente la oportunidad que necesitaba. Jalando la daga Daimon de la funda oculta, dentro de su bota, se arrojó hacia adelante y la incrustó en el pecho de Thanatos, donde una mancha que parecía de tinta debería haber estado. Normalmente el golpe soltaría las almas humanas atrapadas dentro del cuerpo del Daimon. La fuerza de su salida usualmente era la suficiente para despedazar al Daimon, causando su desintegración instantánea.
Esta vez, no surtió efecto.
Thanatos arrancó la daga y se dirigió hacia él.
—No soy un Daimon, Dark Hunter. ¿No lo recuerdas? Fui un Apolita hasta que te encontré.
Nicholas frunció el ceño.
Thanatos lo agarró por el cuello y lo mantuvo apretado.
—¿Recuerdas que asesinaste a mi esposa? ¿A mi villa, que destruiste?
Los recuerdos relampaguearon en su mente. Nicholas no vio más que su propia villa.
No, Un Momento. Él recordó algo...
El destello de un Daimon invencible, pero no era el hombre que estaba enfrentando.
Este tenía ojos brillantes, rojos.
No, ése había sido alguien más.
Sus pensamientos regresaron a Nueva Orleáns.
A...
¿Por qué no podía recordar?
Recordaba a Sunshine Runningwolf en el cuarto del almacén con él mientras les decía a Dionisio y a Camulus que se metieran sus órdenes por el culo, y luego la siguiente cosa que recordaba era que dejaba a Acheron en la abarrotada calle.
Un relámpago pasó a través de su cabeza.
Vio algo...
¿Era Acheron?
¿Era él mismo al que veía?
Nicholas luchó para poner los recuerdos en orden.
Oh, jódete. El único recuerdo que necesitaba era éste.
Golpeó con la rodilla a Thanatos, en la ingle.
El Daimon se dobló en dos.
—Muerto o vivo las pelotas todavía duelen cuándo son pateadas, ¿uh?
El Daimon siseó y maldijo en respuesta.
Nicholas golpeó con sus puños la espalda de Thanatos.
—Si alguien tiene cualquier sugerencia de cómo matar a este tipo, soy todo oídos.
Jess sacudió su cabeza. —No tengo dinamita. ¿Tienes algún explosivo?
—No conmigo.
Thanatos se enderezó.
—Di muerto, Dark Hunter.
—Bien. Muerto, pero ¿por qué no tú? —. Nicholas agachó su cabeza y lo embistió. Trabaron sus brazos y golpearon la tierra.
Thanatos se levantó sobre él y abrió de un tirón su camisa. De la forma que movía sus manos, Nicholas podía decir que andaba buscando la marca del arco y flecha que Jess había mencionado.
—Sorpresa, estúpido, Mamá se olvidó de contarte algunas cosas sobre mí.
A lo lejos, Nicholas oyó acercarse un motor. Oía el ronroneo sobre el sonido de Jess urgiendo a Astrid a irse y la negativa de Astrid mientras Sasha ladraba y la empujaba.
Repentinamente, una máquina de nieve vino volando en el mismo momento que Nicholas se separaba de Thanatos.
—¡Agáchate, rápido!
Nicholas no reconoció la voz, y en otro momento no hubiera obedecido, pero ¿qué diablos? Estaba cansado de que este Daimon le patera el trasero.
Golpeó la tierra y rodó del lugar mientras la máquina de nieve verde oscuro volaba encima de él. El hombre estaba vestido de negro con un casco negro. El recién llegado dio un patinazo para frenar y sacó una pistola.
Un destello de luz brillante atravesó la oscuridad. La llamarada golpeó a Thanatos en el centro de su pecho e hizo volar al Daimon.
Thanatos rugió.
—¡Cómo te atreves a traicionarme! Eres uno de los nuestros.
El hombre pasó una pierna sobre la máquina de nieve y recargó su brillante pistola mientras se dirigía hacia donde yacía Nicholas todavía sobre la tierra.
—Bien –dijo él amargamente. —Deberías haberlo pensado antes de deshacerte de Bjorn —, el recién llegado disparó el arma y golpeó otra vez a Thanatos. —Él era el único de ellos al que podía aguantar.
El extraño alcanzó a Nicholas y lo ayudó a parase. Se quitó el casco y se lo dio a Nicholas. —Toma a la mujer y vete. Apúrate.
Al minuto que cruzó la mirada del extraño lo reconoció.
Éste era el único Cazador Oscuro que él había conocido que era todavía más odiado que él. —¿Spawn?
El rubio Apolita Cazador Oscuro asintió.
—Vete –dijo, volviendo a cargar. —Soy el único que lo puede mantener alejado, pero no lo puedo matar. Por el bien de Apolo, que alguien contacte a Acheron y le diga que el Dayslayer está suelto.
Nicholas corrió hacia Astrid.
—¡No! —rugió Thanatos.
Nicholas vio la explosión antes que dejase la mano de Thanatos. Guiándose por su instinto, se volvió hacia Spawn. Había evadido la explosión, pero había golpeado al lobo de Astrid.
El animal aulló, luego cambió de lobo a hombre y de vuelta a lobo.
Nicholas se paró en seco al percatarse que la mascota de Astrid era un Were—Hunter Katagari.
¿Ahora, por qué una mujer ciega con un acompañante Katagari alojaría a un Cazador Oscuro perseguido?
—¿Sasha? –llamó Astrid.
Jess corrió hacia el Katagari para mantenerlo cubierto mientras Nicholas iba hacia Astrid.
—Tu were amigo fue destruido, Princesa.
El miedo revistió su frente.
—¿Está bien él?
Él la alzó y la llevó hasta Jess, luego maldijo en tanto se daba cuenta que Jess no podría cuidar de ella y el lobo a la vez. Después de una explosión de energía, el Katagari brillaría intermitentemente de una forma a otra por algún tiempo.
Jess luchaba para llevar al hombre—lobo a la seguridad de su Bronco. Tan pronto como pudo, Jess partió.
Nicholas puso el casco en la cabeza de Astrid.
—Parece que somos solo tú y yo, Princesa. Sin duda vas a desear que te hubiera dejado aquí con el Daimon.
Astrid vaciló ante la cólera y el odio que escuchó en el tono de voz de Nicholas.
—Confío en ti, Nicholas.
—Entonces eres una tonta.
Tomó su brazo y la condujo lejos, por lo que ella ya no pudo escuchar a Spawn y Thanatos.
Rudamente la ayudó a subirse a la maquina de nieve.
Esperó que la condujera lejos del sonido de la pelea. En lugar de eso, fueron hacia allí.
Ella se cubrió la cara instintivamente mientras algo colisionaba cerca de ellos.
—Móntate –dijo Nicholas bruscamente. —Apresúrate.
Ella sintió hundirse el asiento, luego se alejaron rápidamente de todo el ruido. El corazón de Astrid golpeaba mientras esperaba que alguna otra cosa ocurriera.
Después de lo que pareció horas, pero que debieron de ser unos pocos minutos, Nicholas detuvo la maquina de nieve.
Otra vez sintió movimiento en el asiento, como si alguien se bajara. Puesto que los brazos de Nicholas todavía la rodeaban, asumió que debía ser Spawn.
—Gracias –dijo Spawn. —Nunca esperé que Nicholas de Moesia viniera a rescatarme.
—Ídem, Spawn. ¿Desde cuándo los Daimons se oponen a los suyos?
La voz de Spawn destilaba veneno.
—Nunca fui un Daimon, romano.
—Y yo nunca fui un jodido romano.
Spawn rió amargadamente. —¿Tregua, entonces?
Sintió a Nicholas indeciso detrás de ella.
—Tregua —. Nicholas pareció dar la vuelta y mirar en la dirección de la que habían venido. —¿Tienes alguna idea qué es esa cosa que viene tras de mí?
—Creo que Terminator. La única diferencia es que él tiene la aprobación de Artemisa.
—¿Que quieres decir?
—Mi gente tiene una leyenda del Dayslayer. Dice que Artemisa escogió a uno de los nuestros para ser su guarda personal. Más amado que cualquiera de su gente, el Dayslayer no tiene vulnerabilidad conocida. Una vez que él es desatado, su meta es destruir Cazadores Oscuros.
—¿Me estas diciendo que él es el Hombre de la Bolsa?
—¿Dudas de mí?
—No. No después de lo que he visto.
Ella oyó a Spawn dejar escapar un largo suspiro. —Oí que Artemisa había llamado a una cacería de sangre por ti. Creí que sería Acheron quien te mataría.
—Bien, confía en mí, aún no he sido ejecutado. Necesitarán más que esa cosa para vencerme —Nicholas hizo una pausa. —¿Sólo por curiosidad, qué están haciendo todos ustedes aquí de todos modos? ¿Acheron llamó a una reunión y no me invitó?
—Bjorn vino porque estaba persiguiendo a un grupo de Daimons. Yo vine porque sentí el llamado.
—¿El llamado? –preguntó Astrid. Con toda sinceridad, ella sabía muy poco acerca de los Apolitas y Daimons. Ese era el dominio de Apolo y Artemisa.
—Es como un faro emitiendo luz –explicó Spawn, —y es irresistible para cualquiera con sangre Apolita. Puedo sentir a Thanatos aún ahora gritándome. Creo que la única razón por la que puedo resistirlo es porque soy un Dark Hunter. Si no lo fuera… Digamos que estás a punto de experimentar un infierno, de un modo espeluznante.
Nicholas se burló.
—Lo dudo. ¿Entonces, cómo lo mato?
—No puedes. Artemisa lo hizo a fin de que él pudiera rastrearnos y apresarnos. Él no tiene ninguna vulnerabilidad conocida. Ni siquiera la luz del día. Aún peor, él destruirá a cualquiera que trate de refugiarte.
Refugiarlo.
Otra vez, la mente de Nicholas recordó su villa.
A la anciana mujer que murió en sus brazos...
¿Qué estaba tratando su cerebro de decirle?
—¿Thanatos alguna vez vino tras de mí? —preguntó a Spawn.
Spawn se burló. –Todavía vives, así que obviamente la respuesta es no.
Aun así...
Nicholas se bajó de la maquina de nieve.
—Ten, lleva a Astrid y...
—¿No me has escuchado, Nicholas? No la puedo llevar. Thanatos la matará por haberte albergado. Ella estará muerta si la dejas.
—Ella estará muerta si se queda conmigo.
—Todos nosotros tenemos problemas y ella es el tuyo. No el mío.
Astrid tuvo la clara impresión que Nicholas tiraría por los aires a Spawn.
—Ni en tu mejor día, griego –dijo Spawn confirmando su sospecha.
Nicholas se sentó otra vez en la maquina de nieve.
—¿Hey, Nicholas? –preguntó Spawn.— ¿Tienes un teléfono celular contigo?
—No, se perdió con la casa.
Ella oyó los pasos de Spawn golpeando ruidosamente la nieve mientras regresaba a ellos.
—Toma esto y llama a Acheron cuando estés a salvo. Tal vez él pueda ayudarte con la mujer.
—Gracias –el tono de la palabra fue más de beligerancia que de gratitud. —¿pero qué vas a hacer sin teléfono y sin vehículo?
—Congelar mi trasero completamente —. Hubo una pequeña pausa. —No te preocupes por mí. Te aseguro que estaré bien.
Los brazos de Nicholas la rodearon otra vez. Lo escuchó encender el motor otra vez.
—¿Adónde vamos?
—A subir por un arroyo de mierda, sin remos.


"Bailando con el diablo" (Nick y tu)
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"Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 2 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Invitado Lun 11 Ene 2010, 11:33 am

Hahahah ya viine sOrry por no dejar comentariio es qe no pudeeh!!
muchaa tarea xDDD!!!
Pssst me encanto el capiitulo Pucky cada diia es mejor la wn!! =) :lol!:
ahOraah a hacer tareass y luego :¬w¬: a leer 8)
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"Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 2 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Invitado Miér 13 Ene 2010, 8:45 am

me encantaron los capss!
por favor sigue
besos
bye

lee mi nove xD
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"Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 2 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Invitado Miér 13 Ene 2010, 10:19 am

Huelgaaah qiierO CAP CAP CAP CAP CAP CAP!!! XD
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"Bailando con el diablo" (Nick y tu) - Página 2 Empty Re: "Bailando con el diablo" (Nick y tu)

Mensaje por Belieber&Smiler♥ Jue 14 Ene 2010, 11:38 am

Capítulo 11
—Bien, —Astrid dijo con un tono igual de sarcástico —espero que tengas un mapa. Nunca he estado antes allí.
—Confía en mí, lo conozco como la palma de mi mano. Estuve viviendo ahí la mayor parte de mi vida.
Insegura si debía reír o gemir, Astrid se agarró rápido al tanque frente a ella mientras Nicholas aceleraba la máquina de nieve al máximo. Vibraba de una forma que ella medio esperaba que el motor se desintegrara debajo de ellos.
—Capitán —dijo ella, con su mejor acento ‘Scotty’. —No creo que ellas aguanten. Los motores no pueden soportar más. Va a explotar.
Si ella no lo conociera mejor, juraría que realmente escuchó el retumbar de la risa de Nicholas.
—Ellas aguantarán —dijo con una profunda y penetrante voz, en su oído derecho. Le produjo escalofríos, que no tenían nada que ver con la glacial temperatura.
—Creo que puedo estar agradecida de mi ceguera, después de todo. Algo me dice que si pudiera ver la “velocidad temeraria” a la que estas conduciendo, probablemente tendría un ataque.
—Sin duda.
Puso los ojos en blanco ante su rápido acuerdo. —¿No tienes ni idea de cómo consolar a alguien, no?
—En caso de que no lo hayas notado, Princesa, las habilidades sociales no son mi fuerte. Diablos, tienes suerte que no haya entrado a la fuerza.
Oh, él era un malvado.
Pero había algo casi encantador acerca de sus respuestas cáusticas. Eran mordaces y airadas, pero rara vez perversas, y ahora que ella había visto al verdadero Nicholas, el que él mantenía oculto de todo el mundo, conocía esas púas por lo que eran.
Una armadura.
Eran sacadas para mantener a distancia a todo el mundo. Si no dejas entrar a nadie en tu corazón, entonces nunca serás herido por la traición.
Ella no sabía cómo soportaba vivir así. En el constante dolor y soledad. Dejando que el odio guiara todo lo que hacía o decía.
Nicholas era un hombre rudo, lleno de más veneno que la Hydra de nueve cabezas. Pero hasta la Hydra, eventualmente, había encontrado quien pudiera contra ella.
Esta noche, Nicholas había encontrado quien pudiera con él y no era Thanatos.
Astrid no iba a perder las esperanzas con él.
Anduvieron hasta que sus oídos zumbaron y su cuerpo estuvo helado hasta los huesos. Ella se preguntaba si alguna vez podría deshelarse.
Nicholas, quién parecía ajeno al tiempo glacial, continuamente zigzagueaba su rumbo, como si tratara de evitar que Thanatos los siguiera.
Nicholas finalmente se detuvo, justo cuando llegó a estar segura que era un mito el concepto de que los inmortales no podían morir congelados.
Él apagó el motor.
El silencio repentino fue ensordecedor. Opresivo.
Esperó a Nicholas para que le ayudara a levantarse y a bajar de la máquina de nieve, pero todo lo que él hizo fue sacarle el casco de la cabeza. Él lo arrojó con una maldición.
Lo escuchó golpear la tierra, luego el silencio regresó, solo interrumpido por sus respiraciones.
La furia de Nicholas la alcanzó como una amenaza tangible. Era vibrante y atemorizante.
Parte de él quería lastimarla, ella lo podía sentir, pero debajo de eso ella podía sentir su dolor.
—¿Quién eres? —. La voz de Nicholas era demandante y cada pizca era tan fría como el invierno ártico. Él dejó sus brazos alrededor de ella y su voz estaba en su oído.
—Te lo dije.
—Me mentiste, Princesa –gruñó él. —No puedo leer las mentes, pero sé que no eres lo que aparentas. Las mujeres humanas no tienen acompañantes Katagaria. Quiero saber quién eres realmente y por qué estabas en mis sueños.
Ella se estremecía de nervios. ¿Qué haría él con ella ahora?
¿La dejaría con Thanatos?
Tenía miedo de decirle la verdad, pero aún así, las mentiras no era algo que ella usara a menos que tuviera que hacerlo.
Él tenía derecho a estar enojado con ella. No es que ella le hubiera mentido; sólo había tenido el descuido de no decirle unas pocas cosas. Cosas como su propósito real, el por qué lo había ayudado, y el hecho de que el lobo que él odiaba podía convertirse en un hombre...
Bien, ella había mentido acerca de que Sasha estaba muerto, pero Sasha se lo había merecido.
Y ella lo había drogado.
Si, bien, ella no se presentaría para Miss Simpatía este año, pero claro, tampoco Nicholas.
Especialmente no con su humor actual.
Sentía la respiración caliente de Nicholas contra su expuesta mejilla. —¿Qué eres? —repitió.
Astrid decidió que el tiempo para los engaños estaba terminado. Él merecía saber la verdad, y ya que Artemisa había roto el acuerdo y enviado a Thanatos, ¿qué propósito tenía proteger a la diosa mucho más?
—Soy una ninfa.
—Espero que hayas cambiado una letra a esa palabra, Princesa.
—¿Perdón? Le tomó un segundo entender lo que quería decir. Cuándo lo hizo su cara llameó. —¡No soy una ninfo! Soy una ninfa. Ninfa. ¡Sin o!
Él no se movió o habló por varios minutos.
Nicholas dejó escapar su respiración lentamente mientras consideraba a la mujer delante de él y trataba de por una vez refrenar su furia.
Una jodida ninfa. Él debería haber sabido que había algo así.
Oh, sí, claro. Como si la idea de una ninfa griega en Alaska fuese algo que se le debería haber ocurrido. Su tipo usualmente andaba rondando playas, océanos, y bosques o se quedaba en el Olimpo.
No se caían de pronto en una tormenta de nieve y arrastraban a un Cazador Oscuro herido sin razón en sus casas.
Su estómago se encogió cuando la razón de su presencia se estrelló contra él.
Alguien la había enviado aquí.
Por él.
Él agarró los manillares con ferocidad, reacio a dejarlos por miedo de lo que pudiera hacerle a ella. —¿Qué clase de ninfa eres, Princesa?
—De la justicia –dijo ella quedamente. —Sirvo a Themis y fui enviada aquí para juzgarte.
—¿Juzgarme? —dejó escapar un sonido sumamente disgustado. —Oh, tú eres jodidamente increíble.
Nicholas nunca había querido lastimar a alguien tanto en su vida. Levantándose de la maquina de nieve, antes de sucumbir a su temperamento, puso espacio entre ellos.
¿Esta era su suerte o qué?
Finalmente había encontrado a alguien que pensaba que no lo juzgaría y ella realmente era un juez cuyo propósito exclusivo era enjuiciarlo a él y su forma de vida.
Oh, bravo, él realmente sabía elegir.
Los dioses todavía deberían estar riéndose. Burlándose de él.
Todos ellos.
Enfurecido, se paseó alrededor de la maquina de nieve a fin de poder mirarla sentada en el asiento, mirando toda remilgada y decorosa con sus manos dobladas en su regazo y su cabeza baja.
Toda femenina.
¡Cómo se atrevió ella a enredarse con él! ¿Quién pensaba que ella era?
Estaba cansado de personas entrometiéndose con él. Cansado de juegos y de mentiras.
Un juez. Acheron había enviado a un juez antes de que lo mataran. Ooo, Nicholas estaba simplemente encantado por la consideración.
Tal vez debería sentirse halagado de que le dieran una presunción de imparcialidad. Era muchísimo más de lo que habría tenido como un esclavo acusado.
—Esto era solo un juego para ti princesa, ¿no? 'Ven, Nicholas, siéntate sobre mi regazo. Dime por que no te comportaste como debías’. —Su vista se oscureció. Mortalmente. —Jódete, señora, y jódanse todos.
Su cabeza se levantó rápidamente. —¡Nicholas, Por Favor!
—Entonces, ¿qué? ¿Decidiste que Acheron tenía razón? Soy un psicópata, ¿así es que enviaste tus perros a matarme?
Ella se levantó y giró hacia donde oía que venia la voz. —No. Se suponía que Thanatos no vendría por ti. Por lo que respecta a Acheron, él nunca te condenó. De no ser por él, estarías muerto ahora. Él negoció quién sabe qué con Artemisa a fin de que pudiera venir a ti y encontrar la manera de salvar tu vida.
Él bufó. —Sí, claro.
—Es la verdad, Nicholas –dijo ella con voz sincera. —Niégalo todo lo que quieras, pero eso no altera el hecho de que estamos de tu lado.
La recorrió con una mirada repugnante que él sólo deseaba que hubiera podido ver y apreciar. —Debería dejarte aquí para que te murieras de frío. Oh, espera, eres una ninfa inmortal. No puedes morir.
Ella levantó su barbilla y se paró como si se afirmara para esperar lo peor de él. —Puedes dejarme si es lo que quieres. Pero el hombre que he llegado a conocer no es tan insensible o cruel. Él nunca dejaría a alguien para muriera.
Él apretó los dientes. —No sabes nada de mí.
Astrid dejó la maquina de nieve. Caminó lentamente, extendió la mano, queriendo hacer contacto físico con él. Lo necesitaba, y algo le decía que él también. —He estado dentro de ti, Nicholas. Sé lo que nadie más sabe.
—¿Qué más da? ¿Se supone que eso me volverá cálido y ablandarme por ti? Mira, la pequeña princesa se escabulló en mis sueños para salvarme. Ooo, estoy tan emocionado. ¿Debería llorar ahora?
Ella agarró su brazo.
Sus músculos, como él, estaban tensos y duros. Feroz. —¡Detente!
Ella se estiró para tocar sus mejillas heladas con ambas manos. Estaban irritadas por el viaje, y aún así lograron calentar sus dedos helados.
Medio esperando que él se apartara, se asombró cuando no lo hizo. Se quedó parado allí como una estatua. Sin moverse. Frío. Inflexible.
Astrid tragó, anhelando una forma de hacerlo entender. Anhelando una forma de poder alcanzarlo a fin de que dejara de ser tan autodestructivo.
¿Por qué no vería él la verdad?
Nicholas no podía respirar mientras ella acunaba su cara entre sus manos calientes. Era tan bella, con diminutos copos de nieve en sus pestañas y pelo rubio. Él vio el dolor en su cara, la ternura.
Parecía que ella quería ayudarle, pero él aun no podía creerlo.
Las personas eran siempre egoístas. Todas ellas.
Ella no era la excepción.
Y aun así, él quería creer en ella.
Quería llorar.
¿Qué le había hecho ella?
Por un breve tiempo en sus sueños había comenzado a pensar que tal vez no era tan malo. Que merecía algún tipo felicidad.
Dioses, era un tonto.
¿Cómo pudo ser él tan estúpido y confiado? Tenía mejor criterio.
La confianza era sólo un arma que se usaba para matar personas.
No tenía lugar en su mundo.
Astrid acarició sus mejillas con sus pulgares. —No quiero que mueras, Nicholas.
—Aquí está la sorpresa, Princesa. Yo sí.
Las lágrimas llenaron sus ojos y derritieron los copos de nieve de sus pestañas. —No te creo. Thanatos gustosamente te habría cumplido ese deseo y aún así te opusiste a él. ¿Por qué?
—Hábito.
Ella cerró los ojos como si estuviese frustrada con él. Sus manos apretaron más su cara, luego para su completo asombro, ella estalló de risa. —¿Realmente no puedes evitarlo, no?
Él estaba completamente perplejo por su reacción. —¿Evitar qué?
—Ser un idiota —ella dijo, su voz quebrada por la risa.
Como ella continuaba riéndose, le clavó los ojos con incredulidad. Nadie se había atrevido a reírse de él antes. Al menos no desde el día en que había muerto.
Luego ella hizo la cosa más inesperada de todas. Se metió entre sus brazos y lo abrazó. Su risa atrajo su cuerpo hacia el suyo, prendiéndolo fuego.
Le recordaba tanto a su sueño...
Ella le pasó los brazos alrededor del cuello y lo mantuvo cerca.
Nadie alguna vez lo había sostenido así. Él no sabía si debía abrazarla o apartarla a empujones.
Al final, se encontró colocando sus brazos torpemente alrededor de ella. Ella se sentía como en su sueño. Igual de maravillosa.
Él odió eso sobre todo.
Ella le dio un fuerte apretón. —Estoy tan contenta que Acheron me enviara contigo.
—¿Por qué?
—Porque me gustas, Nicholas, y creo que cualquiera, aparte de mí, ya te habría matado a estas alturas.
Aún más sospechoso de ella que antes, la soltó y dio un paso atrás. —¿Por qué te importa lo que me ocurra? Has estado dentro de mí; dime honestamente que no te asusté.
Ella suspiró. —Honestamente, Sí. Me asustas, pero de la misma manera, he visto bondad en ti, también.
—¿Y el pueblo que te mostré en mis sueños? El que destruí.
Ella frunció su frente. —Estaba quebrado y fragmentado. No me pareció un recuerdo, parecía otra cosa.
—¿Qué?
—No sé. Pienso que allí sucedió más de lo que recuerdas.
Él negó con la cabeza. ¿Cómo ella podía tener fe en él cuando él no la tenía en sí mismo? —¿Realmente eres ciega?
—No. Te veo, Nicholas. En una forma que creo nadie lo hizo antes.
—Te lo aseguro, Princesa, si vieras al yo real, estarías corriendo para refugiarte —se mofó él.
—Sólo si supiese que tu estarías esperándome en el refugio.
Él estaba apabullado por lo que ella dijo.
Ella no lo decía de verdad.
Era otro juego. Otra prueba.
Nadie, nunca, lo había querido. Ni su madre, ni su padre. Ni sus dueños. Ni siquiera él querría estar consigo mismo.
¿Entonces cómo podría ella?
Nicholas hizo una pausa al sentir un pequeño temblor psíquico recorrerlo. —Thanatos esta viniendo.
Sus ojos se agrandaron del miedo. —¿Estás seguro?
—Sí.
La empujó hacia la maquina de nieve. Amanecería dentro de poco tiempo.
Él estaría atrapado, pero Thanatos...
El Daimon podía caminar a la luz del día.
Nicholas envolvió sus brazos alrededor de Astrid. La debería dejar aquí por lo que ella le había hecho, entregarla a Thanatos para que le diera más tiempo para escapar. Pero él tenía esta idea alocada de protegerla.
No, no era una idea. Era un anhelo que él tenia de mantenerla a salvo.
Resignado a su estupidez, echó a andar la maquina de nieve y se dirigió hacia su propiedad.
Astrid aspiró profundamente mientras reanudaban el viaje. Había violado más reglas de las que quería pensar.
Y aun así, al sentir a Nicholas rodeándola, supo que valía la pena. Ella tenía que salvarle.
No importa lo que costara.
Ella nunca se había sentido tan decidida. O más segura de sí misma. Él le daba una confianza y una fuerza que nunca había conocido.
Él la necesitaba. A pesar de lo que dijera o pensara. La necesitaba de un modo que era doloroso.
El hombre no tenía a nadie en el mundo. Y por alguna razón que ella no podía entender, quería ser la única persona en quien él confiara. La única persona que lo pudiera domesticar.
Él los condujo por casi una hora antes de que se detuviesen otra vez.
—¿Dónde estamos? —preguntó mientras él se bajaba de la maquina de nieve.
—Mi cabaña.
—¿Es segura?
—Ni un poco. Y parece que todo un infierno se desató aquí.
Nicholas se quedó parado en atónita incredulidad mientras miraba alrededor. Aun había sangre sobre la nieve, pero de quién era, no podía decirlo.
La vista lo desgarró al ver la realidad de su casa.
Un Cazador Oscuro había muerto aquí.
Los de su clase no morían a menudo y él sintió un dolor peculiar por el hombre que había muerto esta noche. No era correcto.
No era justo.
Si alguien debía pagar ese precio, entonces debería haber sido él. Él debería haber estado aquí para enfrentar a Thanatos.
El pensamiento de un hombre inocente convertido en una Shade le hizo querer la sangre de Artemisa.
¿Y dónde diablos estaba Acheron? Para alguien que estaba supuestamente dispuesto a poner su trasero en la línea por los Cazadores Oscuros, el Atlante estaba asombrosamente ausente.
Frunciendo los labios, regresó a la maquina de nieve.
—Vamos –dijo él, —tenemos mucho que hacer.
Él se alejó dejándola encontrar su propio camino.
—Necesito tu ayuda, Nicholas. Necesito que me digas donde están las cosas así no me meto en cualquier lado
Estaba en la punta de su lengua recordarle el hecho que ella había afirmado que podía cuidarse así misma. Luego sus recuerdos emergieron y recordó lo que era poder ver sólo sombras.
Llevarse objetos por delante porque no los podía ver.
Él no quería tocarla más.
Odiaba el sólo pensamiento de eso, porque cada vez que la sentía, la deseaba más ardientemente.
En contra de su voluntad, se encontró tomando su mano en la suya. —Vamos, Princesa.
Astrid refrenó su sonrisa. Su tono era rudo, pero ella sintió una victoria pequeña dentro de su corazón. Sin mencionar el hecho que él había dejado de usar "Princesa" como un insulto. Ella no creía que él se diera cuenta de que ahora cuando la llamaba así, su voz se suavizaba muy ligeramente.
En algún momento durante sus sueños, el insulto que él había usado para mantenerla a distancia se había transformado en una palabra de afecto.
Nicholas la dirigió a su cabaña.
—Párate aquí —le dijo, colocándola a la izquierda al pasar la entrada.
Ella le oyó murmurando a su derecha. Mientras él estaba ocupado, ella pasó su mano contra la pared para llegar hasta él. Lo que encontró allí la asombró.
Frunciendo el ceño, pasó su mano sobre los profundos planos y depresiones de la pared. Era una sensación táctil increíble. Intrincada. Compleja. Pero lo que tocaba era tan grande que realmente no podía entender lo que representaba.
Mientras seguía el diseño con la mano se dio cuenta que cubría la pared entera.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Un paisaje de la playa —él dijo distraídamente.
Ella arqueó una ceja. —¿Un paisaje de la playa esta tallado en tu pared?
—Estaba aburrido ¿Ok? –dijo él bruscamente. —Así que tallo cosas. Algunas veces en el verano me quedo sin madera y tallo las paredes y los estantes.
Algo así como el lobo que había tallado en su casa.
Astrid se tropezó con algo mientras trataba de alcanzar la siguiente pared. Varias cosas se derribaron, desparramándose sobre sus pies.
Nicholas maldijo. —Pensé que te dije que te quedaras donde te puse.
—Lo siento —. Ella se inclinó para recoger las cosas para encontrarse que eran animales tallados en madera.
Parecía que había docenas de ellos.
Se asombró por lo intrincado de cada pieza al pasar los dedos sobre ellos, levantándolos del suelo. —¿Hiciste todos estos?
Él no contestó mientras los agarraba rápidamente y los amontonaba otra vez.
—Nicholas –dijo ella en tono severo, —háblame.
—¿Para decir qué? Sí, talle las malditas piezas. Usualmente hago tres o cuatro de ellas en una noche. ¿Y qué?
—Entonces debería haber más de ellas. ¿Dónde están las demás?
—No sé –dijo él con un tono menos hostil, —llevé algunas al pueblo y las regalé y el resto las quemé cuando los generadores se apagaron.
—¿No significan nada para ti?
—No. Nada significa una mierda para mí.
—¿Nada?
Nicholas hizo una pausa al verla arrodillarse al lado de él. Sus mejillas estaban irritadas, la piel ya no estaba suave y protegida como había estado cuando la despertó en su cabaña. Tenía la mirada fija sobre su hombro, pero él supo que era así porque no estaba realmente segura de dónde él estaba.
Sus labios estaban ligeramente separados, su pelo desordenado.
En su mente podía verla entre sus brazos, sintiendo su piel resbalando contra la de él. Y en ese momento, hizo un descubrimiento sorprendente.
A él sí le importaba algo.
Ella.
Si bien ella le había mentido y engañado, no quería que se hiciera daño. No quería ver su piel delicada dañada por el clima extremo.
Ella debería estar protegida de tal dureza.
Cómo se odiaba por esa debilidad.
—No, Princesa –murmuró él, la mentira atascándose en su garganta. —No me preocupo por nada.
Ella extendió la mano para tocarle la cara. —¿Esa mentira es para tu beneficio o el mío?
—¿Quién dice que es una mentira?
—Yo, Nicholas. Para un hombre que no le importa nada, has hecho un gran esfuerzo para asegurarte que estoy a salvo —ella le sonrió. —Te conozco, Príncipe Encantado. Yo realmente veo que hay dentro tuyo.
—Estas ciega.
Ella negó con la cabeza. —No tan ciega como tu.
Luego ella hizo la cosa más inesperada de todas. Se inclinó hacia delante y capturó sus labios con los de ella.
Algo dentro de él se hizo pedazos ante el contacto, ante la sensación de sus dulces labios húmedos. De su lengua tocando la de él.
Éste no era un sueño.
Esto era real.
Y era maravilloso. Tan buena como había sabido ella antes, era mucho mejor ahora.
La aplastó contra él, asumiendo el control del beso. Quería devorarla. Tomarla ahora mismo en el piso hasta que su erección se consumiera y saciara.
Pero si sus sueños eran un índice, entonces le llevaría más que un sólo acto sexual aliviar el fuego de su ingle.
Él podía amar a esta mujer durante toda la noche y todavía mendigar por más cuando la mañana llegara.
Astrid no podía respirar por la fiereza de su beso. El calor de su cuerpo prendió fuego al de ella.
Él era verdaderamente indomable, su guerrero.
Él deslizó su mano fresca bajo su camisa hasta que pudo tomar su pecho. Ella tembló cuando sus dedos apartaron a un lado el encaje de su sostén a fin de que él pudiera pasar la palma contra su pezón dilatado.
Ella nunca había permitido que alguien la tocara así. Pero en verdad, ella había hecho un montón de cosas con él que nunca antes había hecho.
Toda su vida, había sido recatada y correcta. El tipo de mujer que vivía de acuerdo a las reglas y que nunca trató de romperlas o siquiera torcerlas.
Nicholas liberó algo dentro de ella. Algo descabellado y maravilloso.
Algo inesperado.
Él se apartó de sus labios mientras su mano se movía más abajo, sobre su estomago, bajando hacia su cintura.
Tembló mientras le desabotonaba los pantalones, luego deslizó el cierre. En el sueño, aún había cierta protección de que no era real. De que todo era un sueño.
Esta noche la barrera había desaparecido. Una vez que él la tocara en este reino, no habría vuelta atrás.
¿Qué diablos? No había vuelta atrás para ella de cualquier manera. Nunca sería la misma.
—¿Me dejarías joderte en mi piso, Princesa? —preguntó, su voz quebrada y profunda con hambre.
—No, Nicholas –suspiró ella. —Pero puedes hacer el amor conmigo donde sea que quieras.
Tomo su mano en la de ella y la deslizó dentro de los pantalones, adentro de sus bragas de algodón.
La respiración de Nicholas fue salvaje al abrir ella las piernas, incitándolo. La miró extendida sobre el piso. Su camisa arrugada estaba levantada, mostrando su estómago redondeado mientras su mano descansaba contra su ropa interior rosa claro. Delgados mechones de pelo se asomaban de abajo de la cinturilla mientras él masajeaba su montículo delicadamente.
Ella abrió la cremallera de sus pantalones, liberando su erección. Él no pudo moverse mientras lo tomaba entre sus cálidas manos.
Su cuerpo estaba en llamas, deslizó su mano a través de los rizos húmedos en la unión de sus muslos a fin de poder tocarla íntimamente mientras ella lo acariciaba.
Estaba tan mojada ya, sus labios inferiores hinchados, implorando por más. Sus manos lo masajearon, causándole que se endureciera al extremo del dolor.
Él deslizó sus dedos en su hendidura, deleitándose con el sonido de su quejido de placer.
Él hundió su cabeza en su pecho, para juguetear con su pezón. Lo chupó y probó, tomándose el tiempo para saborearla.
Queriendo más de ella, deslizar sus dedos dentro de ella, sólo para tocar algo que lo dejó estupefacto. Algo que no había estado allí en el sueño.
Se congeló.
Haciéndose para atrás, frunció el ceño al sentir su himen bajo el sondeo de sus dedos. —¿Eres virgen?
—Sí.
Él maldijo y se alejó de ella.
—Eres una virgen —él repitió. —¿Cómo diantre puedes ser virgen?
—Fácil. Nunca me he acostado con un hombre.
—Pero en mis sueños...
—Esos eran sueños, Nicholas. Ese no era realmente mi cuerpo.
Su vista se oscureció. Los celos lo mordieron. Su pequeña ninfa había encontrado una maldita escapatoria. —¿A cuántos hombres has jodido en tus sueños?
—¡Eres un bastardo! –dijo ella enojada, levantándose hasta quedar sentada en el piso. —¡Si pudiera encontrar tu cara, entonces te abofetearía!
Enojada, se enderezó la ropa y se alejó de él. Sus mejillas estaban ruborizadas, sus manos temblando, mientras continuaba maldiciendo a los dos entre dientes.
Fue ahí cuando él lo supo.
Ella no estaría así de enojada si fuera culpable de lo que le había dicho.
Ella nunca había estado con otro hombre.
Sólo con él.
Ese conocimiento lo devastó.
Él no podía comenzar a entender porque ella le ofrecería algo que no había ofrecido a nadie más.
No tenía sentido en su mundo.
—¿Por qué quieres estar conmigo?
Ella hizo una pausa al vestirse y miró furiosamente en su dirección. —No tengo idea. Eres malhumorado. Grosero. Aborrecible. Nunca en mi vida vi a alguien más maleducado y… y… irritante. No respetas a nadie, ni siquiera a ti mismo. Todo lo que puedes hacer es provocar, provocar, provocar. Ni siquiera sabes ser feliz.
Astrid abrió la boca para continuar, pero se detuvo al darse cuenta del tono de voz de Nicholas cuando le planteó la pregunta.
Había sido amablemente indagatorio. No acusatorio.
Sobre todo, había provenido muy profundamente de dentro de él.
Y así que le contestó desde su corazón.
—¿Quieres saber la verdad, Nicholas? Quiero estar contigo porque hay algo en ti que me pone caliente y me estremece. Cuando te siento cerca de mí, quiero extender la mano y tocarte. Deslizarte dentro de mí a fin de poder mantenerte cerca y decirte que todo va a estar bien. Que no voy a dejar que nadie te lastime.
—No soy un niño –dijo él enojado.
Astrid extendió la mano a través de la oscuridad y encontró su mano en el piso delante de ella. La tomó entre las de ella y la sostuvo fuertemente.
—No, no eres un niño. Nunca lo fuiste. Se supone que los niños deben ser protegidos y cuidados. Nunca nadie te abrazó cuando llorabas. Nadie alguna vez te consoló. Nunca te contaron historias o hicieron que te rieras cuando estabas triste.
La tragedia de su vida tuvo mayor alcance para ella en ese momento, penetrando en su corazón, haciéndole querer llorar por toda la injusticia que había recibido.
Las cosas que ella había dado por supuesto cuando niña, le habían sido negadas a él. Amistad, felicidad, familia, regalos. Y sobre todo, amor.
Su vida había sido tan injusta.
Ella arrastró su mano por su brazo musculoso, para enterrarla en su pelo a fin de poder acariciar su cuero cabelludo.
—Has el amor conmigo, Nicholas. No puedo quitar tu pasado, pero te puedo abrazar ahora. Quiero compartir mi cuerpo contigo, aún si es sólo por poco tiempo.
La tiró con fuerza contra él y la besó apasionadamente. Ella gimió, arqueando su espalda mientras la colocaba en el piso.
Astrid pateó sus zapatos, luego removió sus pantalones y bragas. Se quitó de encima la camisa y desabrochó su sostén.
Debería estar avergonzada, ya que nunca se había desnudado delante de alguien. Nunca había estado desnuda cuando los demás estaban vestidos.
Pero ella no estaba avergonzada.
Se sentía poderosa con él. Femenina. Sabía que él la deseaba y ella sólo deseaba complacerlo.
Ella yacía recostada contra su piso helado.
Nicholas fascinado, no podía moverse al ver a Astrid doblar las rodillas y abrir las piernas en invitación.
Sus pezones estaban arrugados de frío y de deseo. Su pelo estaba suelto, derramado sobre sus hombros, y sus manos descansaban sobre su estómago.
Pero era su centro en donde él clavó los ojos. Ella estaba ya mojada para él, su cuerpo abotagado con necesidad igual que estaba el de él.
—Tengo frío, Nicholas –murmuró ella. —¿Me calentarías?
Él debería levantarse y dejarla allí así.
Él no podía.
Nunca nadie le había ofrecido un regalo tan precioso.
Nadie sino Astrid.
Él agarró las mantas de su jergón y la cubrió con ellas. Se quitó sus ropas, luego se unió a ella. Separando sus muslos aún más, se tomó un momento para mirar la parte mas privada de su cuerpo.
Ella era tan bella.
Recorrió con sus dedos su abertura, haciéndola temblar aún más bajo el calor de las pieles. Usando sus pulgares, le separó los labios y entonces bajó la cabeza para tomarla en su boca.
Astrid se quedó sin aliento al sentir la lengua de Nicholas recorriéndola. Él lamió y probó, mientras su respiración le calentaba el trasero.
Sus manos calientes tomaron sus caderas, jalándola más cerca a su boca y a la áspera piel de su cara.
Él gimió como si el sabor de ella fuese paradisíaco. Relamiéndose los labios, Astrid se estiró hasta ahuecar su cara en sus manos mientras le daba placer.
Su corazón martilló al sentir su mandíbula moviéndose bajo sus manos.
En sus sueños su toque había sido increíble, pero en la realidad era mucho más intenso.
Mucho más satisfactorio.
Su cabeza giró mientras su corazón se aceleraba. El éxtasis desenfrenado bailó a través de ella y la dejó pronunciando su nombre al presionarse a sí misma más cerca de sus labios.
Y cuando ella se corrió, gritó, sosteniendo su cabeza contra ella, mientras su cuerpo se desintegraba en mil chispas de placer.
Él continuó lamiéndola y probándola hasta que lloriqueó de placer.
Nicholas se hizo para atrás para verla jadeando en el piso. La parte superior estaba cubierta de pieles y mantas, pero la parte inferior estaba al descubierto, resplandeciendo en la suave luz de la linterna, con la combinación de sus jugos con los de él.
Su cara estaba excitada, sus ojos brillantes.
Él nunca había tenido a una mujer en su cabaña antes. Más especialmente, una desnuda.
Él apartó las mantas. Ella se quedó sin aliento al sentirlas raspar sus pechos abotagados, sensibles. Nicholas se aparto sólo el tiempo suficiente para quitarse las ropas.
Ella lo alcanzó mientras extendía su cuerpo sobre el de ella y dejaba que su calor lo calentara.
Nicholas gruñó al rozar sus pezones duros con su pecho. La punta de su pene presionando contra los vellos húmedos entre sus piernas.
Astrid los cubrió a ambos con las mantas otra vez y lo acunó con su cuerpo.
Dioses, qué bien la sentía bajo él, en esta forma. Cara a cara. Sus piernas envueltas alrededor de su cintura. Sus manos acariciando su espalda desnuda.
Inclinó la cabeza y la besó, explorando su boca con la lengua.
Pero no era su boca lo que quería penetrar...
Arrastró su mano por su brazo hasta que pudo entrelazar sus dedos con los de ella. Sosteniendo sus manos encima de sus cabezas, él hizo más hondo el beso.
Astrid tragó al sentir a Nicholas levantar su peso, dejando todo su lujurioso, ondulante cuerpo masculino sobre el de ella.
Presionó la punta de su pene contra su centro. Ella arqueó la espalda, esperando que la llenara.
Él hizo más hondo su beso y, con un empuje se deslizó profundamente en su interior.
Astrid se encogió y lloriqueó ante la punzada de dolor que pasó sobre su placer.
Nicholas se salió inmediatamente. —¿Oh, Dios mío, Astrid, te lastimé? Lo siento. No sabía que iba a doler.
Su arrepentimiento fue tan inmediato y sincero que la dejó aún más estupefacta que el dolor.
Las disculpas y Nicholas eran dos cosas que iban tan juntas como los puercos espines y los globos.
Obviamente, él no sabía lo que ella sí.
—Está bien –dijo ella, besándolo hasta que se relajó. —Se supone que duele la primera vez.
—No me dolió la primera vez que lo hice. Créeme.
Ella se rió de eso. —Es cosa de mujeres, Príncipe Encantado. Está bien, de verdad.
Ella bajó la mano por su cuerpo y lo encontró todavía duro y latiendo. Él gimió profundamente en su garganta mientras ella lo acariciaba.
Mordiéndose los labios, lo dirigió hacia ella.
Él se tensó, rehusándose a dejar que ella lo atrajese a su nido. —No quiero lastimarte.
La alegría la llenó. —No lo harás, Nicholas. Te quiero dentro de mí.
Él vaciló algunos minutos más antes de deslizase lentamente en ella otra vez.
Ambos gimieron.
Astrid arqueó su espalda ante la increíble percepción intensa y dura de él en su interior. Él era tan grande. Tan dominante.
Ella subió y bajó sus manos sobre sus hombros y musculosa espalda.
Lo único que haría esto más perfecto sería poder ver en sus ojos mientras la amaba. Eso era lo único que ella extrañaba de tenerlo en sus sueños. Si bien la sensación de él era más intensa ahora, ella deseaba poder verlo otra vez.
Gimiendo su nombre, él enterró sus labios en su garganta, raspando su piel con sus colmillos mientras la penetraba lentamente, enérgicamente.
El corazón de Nicholas latía a gran velocidad mientras saboreaba la calidez, la humedad de ella. Dejó que la suavidad de su cuerpo lo apaciguara.
Su toque era el paraíso. Lo era en el sonido de su nombre en los labios de ella.
Ni siquiera una vez soñó que tomar a una mujer de esta forma, lo podía hacer sentir como ella lo hacia.
Ella ahuecó su cara entre sus manos.
—¿Qué estas haciendo? –murmuró él.
—Quiero verte.
Él colocó su mano encima de la de ella y luego giró su cara a fin de poder besarle la palma abierta.
Astrid se derritió ante la ternura de sus acciones mientras se movía despacio y duro contra ella. Su barba pinchaba sus manos, pero sus labios eran suaves, tiernos.
Era como una pantera domesticada. Una que todavía era salvaje en el corazón pero que podía venir y acariciar con la nariz tu mano siempre que tuvieras cuidado de él y no te movieras demasiado rápido.
Se inclinó hacia delante sobre ella y enterró sus labios contra su cuello. Ella tembló al pasar sus manos sobre su fuerte espalda, hasta sus caderas.
Cómo amaba esa percepción de él allí. La percepción de sus caderas empujando contra las de ella.
Rodeándolo, trajo las manos hacia delante, y las deslizó entre sus cuerpos. Sus vellos raspaban su piel mientras ella rodeaba su mojado pene con las manos a fin de poder sentirlo deslizándose dentro y fuera de ella.
Nicholas contuvo la respiración mientras ella lo tocaba cuando él la penetraba. Oh, la dulzura de sus manos sobre él...
La besó mientras ella exploraba en donde se unían, y cuando ella delicadamente apretó sus testículos gruñó al acercase peligrosamente al orgasmo.
—Tranquila, Princesa –susurró, apartándole las manos. —No quiero correrme aún. Quiero sentirte por un poco más de tiempo.
Astrid sonrió por sus palabras roncas. Él le sostenía los brazos por encima de la cabeza y sumergió la suya para pellizcarle suavemente su pecho.
Cómo amaba a este hombre.
Sus defectos, irritabilidad y todo.
—Soy toda tuya, cariño –murmuró ella. —Tómate tu tiempo.
Y él lo hizo. Besó cada centímetro de ella que pudo alcanzar mientras todavía estaba dentro de ella.
El efecto de cada caricia tierna estaba intensificado porque ella era consciente de la rareza del gesto. Éste no era un hombre que se abrazara con cualquiera. Él no se iba voluntariamente con cualquier mujer que le sonriera.
Él era su zorro que sólo dejaba su guarida cuando oía el sonido de sus pasos.
Ella sola lo había domesticado.
Él nunca pertenecería a nadie en la forma que le pertenecía a ella.
Astrid se corrió otra vez pronunciando su nombre.
Nicholas aceleró sus embates y se unió a ella en el éxtasis, su cabeza dando vueltas.
Él yació jadeando y débil sobre ella, escuchando el latir de su corazón contra su pecho.
No había ningún lugar que él quisiera estar más que con ella, dejando que el olor de su piel dulce y sudorosa lo arrullara y serenara.
Nunca había estado tan caliente. Tan saciado.
Tan feliz.
Todo lo que quería era yacer aquí desnudo con ella y olvidarse completamente del resto del mundo.
Desgraciadamente, era la única cosa que no podía hacer.
Besándola dulcemente, se echó hacia atrás. —Deberíamos vestirnos. No sé si Thanatos vendrá aquí, pero apuesto que lo hará.
Ella asintió con la cabeza.
Nicholas vaciló al ver la sangre en sus muslos, ya que le había roto su himen.
Apretando los dientes, se dio media vuelta, avergonzado del hecho de haberla tomado en el piso como un animal después de todo. Ella no merecía esto.
Ella no lo merecía a él.
¿Qué había hecho?
La había arruinado.
Ella se sentó y tocó su hombro. La sensación de eso lo desgarró, atravesándolo. Era familiar.
Era sublime.
¿Entonces por qué le hacía doler el estómago?
—¿Nicholas? ¿Algo está mal?
—No —mintió incapaz de decirle lo que pensaba. Ella nunca debería haber yacido con alguien como él. Estaba tan por debajo de ella que no merecía su bondad.
Él no merecía nada.
Y aún así ella extendió la mano y lo tocó. No tenía sentido para él.
Ella apoyó su mejilla contra su espalda y rodeó su cintura con el brazo. Él apenas podía respirar al sentir como pasaba su mano sobre su pecho en un gesto reconfortante.
—No tengo arrepentimientos, Nicholas. Espero que sientas lo mismo.
Él se apoyó contra ella y trató en no dejar que su corazón dolorido ensombreciera lo que habían compartido.
—¿Cómo podría lamentar la mejor noche de mi vida? —se rió él amargamente al recordar todo lo que había ocurrido desde que Jess lo sacudiera hasta despertarlo. —Bien, excepto por el Terminator que va tras nosotros y la diosa que me quiere muerto y...
—Me hago una idea –dijo ella riéndose. Ella acarició con la nariz su cuello, enviando escalofríos sobre él. —Parece no haber esperanza, ¿no?
Él pensó en eso. –Sin esperanza significaba que alguna vez hubo ‘esperanza’. Y esa es otra palabra que no entiendo. La esperanza sólo existe para las personas que pueden elegir.
—¿Y tu no?
Él jugueteó con una hebra de su rubio cabello. —Soy un esclavo, Astrid. Nunca he conocido la esperanza. Sólo hago lo que me dicen.
—Aún así nunca la tuviste.
Eso no era exactamente cierto. Como humano, nunca se había atrevido a abrir la boca para protestar por algo. Había tomado paliza tras paliza, degradación tras degradación, y no había hecho nada.
Fue solamente como Cazador Oscuro que había aprendido a pelear.
—¿Piensas que Sasha está bien?
Su cambio brusco de tema lo asombró. —Lo creo. Jess es un genio con los animales. Incluso los Katagaria.
Ella se rió de eso. –Por qué creo, Nicholas, que estás aprendiendo a reconfortar a alguien después de todo. Medio esperaba que dijeras que estabas deseando que yaciera en una zanja en alguna parte.
Él miró hacia abajo, a su mano pequeña sobre su piel, descansando simplemente sobre su corazón. Era cierto. Ella lo había domesticado.
Cambiado.
Y lo asustó más que el monstruo que estaba fuera para matarlos.
Podía tratar con Thanatos, pero con estas emociones...
Él estaba indefenso ante ella.
—Si, pues bien, con suerte él estará más allá de toda ayuda.
Ella se rió de eso, luego lo besó suavemente en la espalda. Ella se apartó para vestirse.
Nicholas la observaba, su corazón martillaba. ¿Que había en ella que lo hacia querer ser algo más que lo que él era?
Por ella, él realmente quería ser bueno. Amable.
Humano.
Cosas que él nunca había sido.
Forzándose a parase, lanzó sus ropas viejas en el basurero y sacó nuevas de su ropero. Al menos ya no tendría el agujero en la parte trasera de su abrigo. Le tomó un par de minutos ponerle una de sus viejas parkas.
—¿Qué es esto? —preguntó ella mientras él se la acomodaba sobre los hombros.
—Te mantendrá más caliente que tu abrigo.
Ella pasó los brazos por las mangas demasiado largas mientras él recogía guantes, gorros, y bufandas para ellos.
—¿Adónde vamos? ¿No amanecerá pronto?
—Sí, y ya lo verás. En cierto modo.
Una vez que él la vistió apropiadamente y se hubo puesto sus botas aislantes, movió a un lado la estufa a leña a fin de poder alcanzar la puerta trampa que estaba abajo de ésta.
Él ayudó a bajar Astrid por el hueco, luego descendió tras ella y cerró la puerta. Usando su telequinesia, hizo retroceder la estufa a leña.
—¿En dónde estamos?
—En los túneles.
Nicholas encendió su linterna. Estaba más oscuro que una tumba aquí abajo y más frío que el infierno. Pero estarían seguros. Por un tiempo, al menos.
Si Thanatos regresaba durante el día, él no sabría de este lugar. Nadie sabía.
—¿Qué son los túneles?
—Abreviando, mi aburrimiento. Después de tuve tallada mi cabaña, empecé a excavar debajo de ella. Calculaba que me daría más espacio para moverme durante el verano, y no es tan caliente aquí abajo en el verano o tan frío en el invierno. Sin mencionar que siempre estuve paranoico de que Acheron viniera a matarme algún día. Quería una ruta de escape de la cual él no supiera.
—Pero la tierra esta sólidamente congelada. ¿Cómo te las arreglaste?
—Soy más fuerte que un humano y tuve novecientos años para trabajar en esto. Estar atrapado y aburrido tiende a las personas a hacer cosas dementes.
—¿Como tratar de cavar un túnel a China?
—Exactamente.
Él la condujo por el corredor estrecho hacia un cuarto pequeño donde tenía armas almacenadas.
—¿Nos quedaremos acá durante el día?
—Puesto que no quiero arder espontáneamente por el sol, pienso que es la cosa más segura de hacer, ¿no crees?
Ella asintió con la cabeza.
Una vez que él tuvo tanta potencia de fuego como podía cargar, la llevó al final del túnel más largo. La puerta trampa encima de ellos conducía al denso bosque que rodeaba la cabaña. Sería un lugar seguro del que salir después del anochecer.
—¿Por qué no te adelantas y duermes un poco? –dijo él.
Sin pensar, se quitó de encima su parka de buey almizclero y le hizo una pequeña cama en el piso.
Astrid comenzó a protestar, luego se contuvo. Los actos bondadosos eran ajenos a Nicholas. Ella no iba a quejarse sobre su buen acto.
En lugar de eso, ella se acostó sobre su abrigo.
Pero él no hizo ningún movimiento para unirse a ella. Paseó alrededor del espacio limitado y pareció estar esperando que ella se durmiera.
Curiosa por ver que planeaba, cerró los ojos y fingió somnolencia.
Nicholas esperó varios minutos antes de tomar el teléfono celular que Spawn le había dado. Subió las escaleras y abrió la puerta—trampa hacia el bosque a fin que el teléfono tuviera señal.
Se aseguró de no dejar entrar la luz del preamanecer.
Nicholas no sabía si esto podía funcionar o no, pero tenía que intentarlo.
Marcó el número de Ash y apretó ‘llamar’.
—Vamos, Acheron —dijo susurrando. —Contesta el maldito teléfono.
Astrid yació en silencio, sabiendo que el teléfono celular nunca sornaría donde Ash estaba. Artemisa no lo permitiría.
Pero vamos, Artemisa no controlaba todo.
Usando sus limitados poderes, Astrid "ayudó" a la señal.
Ash se despertó de golpe en el mismo momento en que su teléfono sonó. Por costumbre, se dio vuelta en la cama para tratar de alcanzar su mochila, solo para recordar dónde estaba él y que no tenía permiso de contestar su teléfono mientras estuviese en el templo de Artemisa.
Pensándolo mejor, su teléfono no debería estar sonando. No era como si hubiera una torre en el Olimpo para llevar la señal.
Lo cuál quería decir que tenía que venir de Astrid...
Pero si Artemisa lo atrapaba hablando con la ninfa, entonces ella se enojaría mucho y reaccionaria violentamente retractándose de su acuerdo. No es que a él le importase lo que le hiciera a él, pero él no quería desatar el temperamento de Artemisa contra Astrid.
Apretando los dientes, sacó su teléfono y dejó que su casilla de voz respondiera mientras él escuchaba el mensaje.
Lo que oyó hizo que su vista se oscureciera.
No era Astrid. Era Nicholas.
—Maldición, Acheron, ¿dónde estas? –gruñó Nicholas, luego siguieron unos pocos segundos de silencio. —Yo…yo... necesito tu ayuda.
El estómago de Ash se contrajo al escuchar las cuatro palabras que nunca había esperado que Nicholas pronunciase.
Debía estar realmente mal para que el ex—esclavo admitiera que necesitaba alguna cosa de alguien. Especialmente de él.
—Mira Acheron, yo sé que soy un hombre muerto y no me importa. No estoy seguro cuánto sabes de mi situación, pero hay alguien conmigo. Su nombre es Astrid y ella dice que es una ninfa de justicia. Esta cosa, Thanatos, está tras de mí y él ya ha matado a un Cazador Oscuro esta noche. Sé que si él coloca sus manos en Astrid, la matará, también. Tienes que protegerla por mí, Acheron… por favor. Necesito que vengas a buscarla y la mantengas segura mientras me enfrento a Thanatos. Si no lo quieres hacer por mí, entonces hazlo por ella. Ella no merece morir porque trató de ayudarme.
Ash se sentó en la cama. Sostenía el teléfono ferozmente apretado en su mano.
Él quería contestarle. Pero no se atrevió. La furia y el dolor emergieron a través de él.
Cómo se atrevía Artemisa a traicionarlo otra vez.
Maldita ella por esto.
Él debería haber sabido que ella no acorralaría a Thanatos como había prometido. ¿Qué era una vida más aniquilada para ella?
Nada. Nada tenía importancia para ella excepto lo que ella quería.
Pero a él le importaba. A él le importaba en un modo que Artemisa nunca comprendería.
—Estoy en mi cabaña con el teléfono de Spawn. Llámame. Necesitamos sacarla fuera de aquí tan pronto como sea posible.
El teléfono quedó muerto.
Ash arrojó hacia atrás las mantas y se puso sus ropas encima de su cuerpo. Furioso, tiró el teléfono en su mochila y abrió las puertas del dormitorio con estruendo.
Artemisa estaba sentada en su trono con su hermano gemelo, Apolo, parado frente a ella.
Ambos saltaron mientras él entraba.
No era extraño que Artemisa le hubiera dicho que él necesitaba descansar.
Ella sabía que era mejor no dejar que él y Apolo estuvieran en el mismo lugar. Se llevaban aun "mejor" que lo que lo hacían Artemisa y Simi.
Apolo cargó contra él.
Ash estiró la mano y devolvió el golpe al dios. —Mantente lejos de mí, niño brillo de sol. No estoy de humor para ti hoy.
Ash se dirigió hacia la puerta sólo para encontrarse a Artemisa bloqueando su camino otra vez. —¿Qué haces?
—Me voy.
—No puedes.
—Salte de mi camino, Artemisa. En el humor que estoy, solo podría lastimarte si continúas parada allí.
—Juraste que te quedarías aquí por dos semanas. Si dejas el Olimpo, morirás. No puedes faltar a tu palabra, sabes eso.
Ash cerró los ojos y maldijo a la única minúscula cosa que había olvidado en su cólera. A diferencia de los dioses olímpicos, su juramento era obligatorio. Una vez que él pronunciaba un juramento, estaba atado a él por más que lo quisiera de otra manera.
—¿Qué esta haciendo él aquí? —gruñó Apolo. —Me dijiste que él ya no vendría aquí nunca más.
—Cállate, Apolo —dijeron él y Artemisa al unísono.
Ash miró a Artemisa mientras ella daba un paso hacia atrás. —¿Por qué me mentiste acerca de Thanatos? Me dijiste que había sido encerrado otra vez.
—No mentí.
—¿No? ¿Entonces por que él anduvo suelto anoche en Alaska, matando a mi Dark Hunter, después que me dijiste que estaba encerrado otra vez?
—¿Mató a Nicholas?
Él frunció los labios. —Borra esa expresión de esperanza de tu cara. Nicholas está vivo, pero alguien más fue asesinado.
Se le cayó la cara. —¿A quién?
—¿Cómo podría saberlo? Estoy pegado aquí contigo.
Ella puso tiesa por la forma en que él dijo eso. —Les dije a los Oráculos que lo encerraran después de que Dion lo liberara. Asumí que habían hecho eso.
—¿Entonces quién lo dejó salir esta vez?
Ambos miraron a Apolo.
—No lo hice –dijo Apolo bruscamente. —Ni siquiera sé dónde alojas a esa criatura.
—Mejor que no lo hayas hecho –gruñó Ash.
Apolo le sonrió sarcásticamente. —No me asustas, humano. Te maté una vez, lo puedo hacer nuevamente.
Ash sonrió lentamente, fríamente. Eso fue entonces, esto era ahora, y ellos estaban en un dominio enteramente nuevo con un conjunto de reglas completamente nuevas que él daría cualquier cosa por presentárselas al dios. —Por favor has un intento.
Artemisa se paró entre ellos. —Apolo, vete.
—¿Qué hay acerca de él?
—Él no es de tu incumbencia.
Apolo sintió como si ambos lo rechazaran. —No puedo creer que admitas a algo como él en tu templo.
Con su cara ruborizada, Artemisa miró a otro lado, demasiado avergonzada para decirle algo a su hermano.
Era lo que Ash esperaba de ella.
Avergonzada de él y su relación, Artemisa siempre había tratado de mantener a distancia a Ash de los otros olímpicos tanto como podía. Por siglos, los otros dioses supieron que él la visitaba. Las habladurías sobre lo que hacían juntos abundaban y sobre cuánto tiempo él se quedaba con ella, pero Artemisa nunca había confirmado una relación entre ellos. Nunca se había dignado a tocarlo en presencia de cualquier otra persona.
Lo molestaba que después de once mil años todavía fuera su sucio secreto. Después de todo lo que habían hecho, ella difícilmente tratara de mirarlo cuando otros estaban alrededor.
Y aun así ella lo tenía atado a ella y se rehusaba a dejarlo ir.
Su relación era enfermiza y bien que él lo sabía.
Desdichadamente, él no tenía opción en el asunto.
Pero si él alguna vez pudiera librarse de ella, correría tan rápido como pudiera. Ella lo sabía tan bien como él.
Era por eso que ella lo tenía agarrado tan apretadamente.
Apolo se inclinó a modo de burla. —Tsoulus.
Ash se puso rígido ante el antiguo insulto griego. No era la primera vez que él había sido llamado eso. Como un ser humano, él había respondido a eso provocadoramente, con un tipo de enfermo regocijo.
Lo único que realmente le dolió fue saber que once mil años más tarde, era igual de aplicable a él como lo había sido entonces.
Sólo que ahora él no disfrutaba del título.
Ahora lo hería intensamente en el alma.
Artemisa agarró a su hermano por la oreja y lo empujó hacia la puerta. —Vete –gruñó ella al empujarlo afuera y cerrar de un golpe la puerta.
Ella se volvió para enfrentar a Acheron.
Ash no se había movido. El insulto todavía ardía a fuego lento profundamente en su interior.
—Él es un idiota.
Ash no se molestó de contradecirla. Él estaba completamente de acuerdo.
—Simi, toma forma humana.
Simi flotó fuera de su manga para mostrarse al lado de él. —¿Sí, akri?
—Protege a Nicholas y Astrid.
—¡No! –protestó Artemisa. —No la puedes dejar ir, podría decirle a Nicholas todo lo que ocurrió.
—Entonces déjala. Es hora que él entienda.
—¿Entender qué? ¿Quieres que sepa la verdad acerca de ti?
Ash sintió una ola atravesándolo y supo que sus ojos relampaguearon cambiando de plata a rojo. Artemisa dio un paso atrás, prueba suficiente de ello.
—Es la verdad sobre ti la que impedí que sepa –dijo Ash dijo entre dientes apretados.
—¿Fue eso, Acheron? ¿Fue realmente acerca de mí o borraste sus recuerdos de esa noche porque tenías miedo de lo que él hubiera pensado de ti?
La ola se hizo más profunda.
Ash levantó las manos para silenciar a Artemisa antes de que fuera demasiado tarde y sus poderes asumieron el control de él. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que se había alimentado y él estaba demasiado volátil para controlarse.
Si continuaban peleando, no podría decir que sería capaz de hacer él.
Miró hacia Simi que esperaba al lado de él. —Simi, no hables con Nicholas pero asegúrate que Thanatos no mate a ninguno de los dos.
—Dile que no mate a Thanatos, tampoco.
Ash comenzó a discutir, luego se detuvo. Ellos no tenían tiempo, ni él tenía el suficiente control sobre sí mismo. Si Thanatos mataba a Nicholas y Astrid, entonces la vida sería bastante más complicada para todo el mundo.
—No mates a Thanatos, Simi. Ahora, vete.
—De acuerdo, akri, los protegeré —. Simi desapareció.
Artemisa estrechó sus ojos verdes en él. —No puedo creer que la enviases sola. Es peor que Nicholas y Thanatos combinados.
—No tengo alternativa, Artie. ¿Has pensado en lo que ocurriría si Astrid muere? ¿Cómo piensas que sus hermanas reaccionarán?
—Ella no puede morir a menos que ellas lo decidan.
—Eso no es cierto y lo sabes. Hay algunas cosas sobre las que ni siquiera los Destinos tienen control. Y te aseguro que si tu mascota loca destruye a la hermanita amada, entonces demandarán tu cabeza por eso.
Ash no tuvo que decir nada más que eso. Porque si Artemisa perdía su cabeza, entonces el mundo que todos conocían se volvería algo verdaderamente aterrador.
—Iré a hablar con los Oráculos.
—Bien, has eso, Artie, y mientras estas en ello, mejor piensa en ir tras de Thanatos tu misma y traerlo a casa.
Ella frunció los labios. —Soy una diosa, no un criado. No voy a traer a nadie.
Ash se movió para parase tan cerca de ella que apenas el ancho de una mano los separaba. El aire entre ellos ondeó con sus poderes en pugna, con la ferocidad de sus crudas emociones. —Tarde o temprano, todos tenemos que hacer cosas que están por debajo de nosotros. Recuerda eso, Artemisa.
Él se alejó de ella y le dio la espalda.
—Sólo porque tú te vendes tan barato, Acheron, no significa que yo tenga que hacerlo.
Él se congeló, su espalda todavía hacia ella, mientras sus palabras lo desgarraban. Eran crueles y rudas. Estuvo a punto de maldecirla por eso.
Él no lo hizo y ella fue condenadamente afortunada por su control.
En lugar de eso, él habló serenamente, y escogió cada palabra deliberada, cuidadosamente. —Si yo fuera tú, Artie, rezaría por nunca obtener lo que verdaderamente te mereces. Si Thanatos mata a Astrid, ni siquiera yo seré capaz de salvarte.


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