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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Noches de baile en el Infierno - Adaptación (Nick&Tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: Noches de baile en el Infierno - Adaptación (Nick&Tú)
Wuuuuuu, yaa estoy aquí, LO SIENTO TANTO! Es que esta es mi última semana libre, el lunes empiezo la universidad y bueno hay que disfrutarla :B
Edito el cap y lo subo lo más rápido posible, gracias por ser tan bonita y pacientes! C:
Leí por ahí una nueva lectora, BIENVENIDA ;)
xo.
Edito el cap y lo subo lo más rápido posible, gracias por ser tan bonita y pacientes! C:
Leí por ahí una nueva lectora, BIENVENIDA ;)
xo.
Catherine
Re: Noches de baile en el Infierno - Adaptación (Nick&Tú)
Me he dado cuenta que este es el último cap de este mini-cuento! :B
_____________
_________
El corazón me late al ritmo de la música. Noto el bajo en el pecho: pum, pum. A causa de la neblina producida por la nieve carbónica y los haces de luz intermitente que caen desde el techo de la discoteca, es difícil distinguir algo en la estancia, plagada de cuerpos que se contorsionan.
Sin embargo, sé que él está aquí. Lo percibo.
Y luego lo veo, acercándoseme a través de la pista de baile. Trae dos vasos llenos de un líquido color sangre, uno en cada mano. Cuando llega junto a mí, me ofrece uno de los vasos y dice:
—No te preocupes. No es de garrafón. Me he cerciorado.
Prefiero no contestar. Bebo un sorbo del ponche y el líquido —a pesar de su dulzor excesivo— me alivia la sequedad de la garganta. De todas maneras, sé que estoy cometiendo un error. Me refiero a haber accedido a que Nick esté aquí.
Sin embargo... hay algo en él. No sé qué es. Algo que lo diferencia del resto de los cachas tontuelos que pueblan el instituto. Tal vez tenga que ver con el modo en que me salvó en la discoteca, cuando me habían vencido las circunstancias, cuando le disparó a Sebastian Drake —retoño del mismísimo diablo— con una pistola de agua cargada con salsa de tomate.
O tal vez esté relacionado con lo sensible que fue con respecto a lo de mi padre, con el hecho de que no haya bromeado diciendo que se parece a Doc, el de Regreso al futuro, y que, lo que es más, lo haya tratado de usted. O con cómo sostenía la fotografía de mi madre y cómo reaccionó cuando le conté lo ocurrido con ella.
O a lo mejor todo se reduce al aspecto con que se presentó esta noche, a las ocho menos cuarto, increíblemente guapo con su esmoquin —y hasta con un ramillete de rosas rojas para regalarme—, a pesar de que hacía menos de veinticuatro horas ni siquiera supiera que iba a asistir al baile (menos mal que vendían entradas en la puerta).
En fin. Papá estaba extasiado y, por una vez, actuó como un padre normal: sacó un sinnúmero de fotos —«Para que las vea tu madre cuando esté mejor», decía sin cesar— e intentó que Nick le aceptase varios billetes de veinte dólares mientras le susurraba: «Después de la fiesta, quiero que la trates como a una reina».
Lo cual, con franqueza, me hizo comprender que prefiero los momentos en que papá no sale del laboratorio.
Y aun así. Sabía que era una equivocación no mandar a Nick a paseo. Este no es un trabajo para aficionados. Es... es... hermoso. O sea, me refiero a la sala de baile. Cuando entré del brazo de Nick casi me quedé sin aire. (Insistió en ese detalle. Para parecer una «pareja normal» en el caso de que Drake estuviese mirando.) Este año, el comité del baile de fin de curso del instituto Saint Eligius se ha superado a sí mismo.
Lo de que hayan conseguido un salón enorme en el Waldorf Astoria es un auténtico hito, pero lo verdaderamente milagroso es que lo hayan convertido en un romántico y reluciente país de las maravillas.
Sólo espero que todas esas escarapelas y serpentinas sean ignífugas. Lamentaría que se quemaran con las llamas que prenderán cuando, una vez haya apuñalado a Drake en el pecho, su cadáver se incendie.
—Y bien —dice Nick mientras nos mantenemos al borde de la pista de baile, bebiendo ponche en medio de un silencio que, la verdad, se estaba volviendo un poco incómodo—. ¿Qué es lo que vas a hacer? No veo la ballesta por ningún lado.
—Me llega con una estaca —le respondo, dejándole ver una pierna a través de la abertura del vestido. En ella llevo una pieza de fresno tallada a mano, que he guardado en la vieja funda de pistola de mamá—. Sencillo y eficaz.
—Ah —exclama Nick, tras ahogarse un poco en su ponche—, vale.
Me doy cuenta de que sigue mirándome el muslo. Sin perder un instante, vuelvo a colocarme la falda en su sitio.
Y se me ocurre —por vez primera— que es posible que Nick esté en esto por razones distintas a la de querer contribuir a que la novia de su mejor amigo se libere del encantamiento con que la retiene un demonio succionador de sangre.
Sin embargo... ¿cómo va a ser eso posible? Es decir, se trata nada menos que de Nick Jonas. Y yo soy la chica nueva. Le caigo bien, eso sí, pero no le gusto. No puede ser. Es probable que sólo me resten diez minutos de vida. A no ser que algo cambie lo que a buen seguro está por ocurrir.
Azorada, me ocupo en observar las parejas que dan vueltas frente a nosotros. La señora Gregory, de Historia de Estados Unidos, es una de las carabinas. Se pasea por la estancia con la intención de que las chicas no se rocen demasiado con sus parejas.
A lo mejor hasta intenta que no salga la luna.
—Creo que sería mejor que te dedicaras a distraer a Demi —digo, con la esperanza de que no note que las mejillas se me han puesto tan encarnadas como el vestido— mientras yo esté con la estaca. No quiero que se le ocurra salvarlo y se entrometa.
—Para eso he traído a Joe hasta aquí —responde Nick, señalándome a Joseph Hancock con un gesto de cabeza. Está sentado junto a una mesa cercana y contempla la pista de baile con expresión de aburrimiento. Como nosotros, está esperando a Demi (y a su acompañante).
—Da igual —afirmo—. No quiero que estés a mi lado cuando... Ya sabes.
—Me ha quedado claro después de que lo hayas dicho nueve millones de veces — murmura Nick—. Sé que puedes cuidar de ti misma, ______. Me lo has asegurado por activa y por pasiva.
No puedo evitar responderle con una mueca. Es evidente que no se lo está pasando demasiado bien.
Bueno, ¿y qué? ¡Si está aquí no es porque yo se lo haya pedido! ¡Se ha invitado a sí mismo! Además, ¡no hemos venido a bailar! ¡Nada de eso! Lo sabe desde el primer momento. Es él quien quiere cambiar las normas, no yo. O sea, ¿quién engaña a quién? Yo no puedo tener novio. Tengo un legado que perpetuar. Soy la hija de la exterminadora. Debo...
—¿Te apetece bailar? —me pregunta Nick.
—Oh —exclamo, un tanto estupefacta—. Me encantaría. Pero, en realidad, tendría que...
—Genial —dice interrumpiéndome, y, tras tomarme del brazo, me conduce hacia la pista de baile.
Estoy tan abrumada que no soy capaz de hacer nada para detenerlo, la verdad.
Bueno, cuando empiezan a pasárseme los efectos de la sorpresa inicial, descubro que no me apetece detenerlo. Pasmada, me doy cuenta de que... en fin, de que me gusta lo que siento estando en brazos de Nick. Me siento bien. Me siento a salvo. Me siento cómoda. Me siento... vamos, casi como si, por variar, fuese una chica corriente.
No la chica nueva. No la hija de la exterminadora. Sólo... yo. _______.
Es una sensación a la que podría acostumbrarme.
—________ —dice Nick. Es mucho más alto que yo y su respiración agita los mechones que se me han soltado del moño. Pero no me importa, porque el aroma que exhala es agradable.
Lo miro, como si estuviera en un sueño. Es increíble que nunca me haya fijado en lo guapo que es. Bueno, ayer por la noche empecé a darme cuenta. Es decir, tomé nota por primera vez, pero hasta ahora no lo había valorado en su justa medida, porque ¿qué pinta un chico como él con alguien como yo? Ni en un millón de años se me habría ocurrido pensar que acabaría yendo a la fiesta de fin de curso con Nick Jonas...
Y sí, cierto, me lo pidió sólo porque siente pena por mí por lo de que mi madre sea un vampiro y todo eso. Pero aun así.
—¿Mmm? —digo, sonriéndole.
—Eh... —por algún motivo, Nick parece un poco incómodo—. Pues me estaba preguntando... ya sabes, cuando todo esto termine, y tú hayas acabado con Drake, y Demi y Joe vuelvan a estar juntos... querrías, esto...
Dios. ¿Qué está pasando? ¿No estará pidiéndome lo que creo que está pidiéndome? O sea, ¿salir conmigo? ¿Sin que haya objetos afilados y punzantes de por medio, como ahora?
No. Esto no está sucediendo. Es un sueño o algo parecido. Dentro de un minuto, me voy a despertar y todo habrá desaparecido. Porque ¿cómo iba a ser posible algo así? Mejor no respirar, para que no se esfume el hechizo que nos envuelve a ambos...
—¿Qué, Nick? —le pregunto.
—A ver —ya no es capaz de mirarme a los ojos—. Si querrías, no sé, que fuésemos por ahí a dar una vuelta...
—Discúlpame —conozco demasiado bien esa voz grave que interrumpe a Nick—. ¿Te importa si bailo un poco con ella?
Cierro los ojos, frustrada. Como mi vida siga así, jamás lograré que un chico quiera salir conmigo. Nunca, jamás de los jamases. Voy a ser una rarita —hija de raritos— el resto de mi vida. ¿Por qué alguien como Nick Jonas querría salir conmigo, vamos? ¿Con la niña de un vampiro y un científico pirado? Las cosas como son. Es imposible.
Y ya me he hartado. Hasta aquí podíamos llegar.
—Oye, mira —digo, volviéndome hacia Sebastian Drake, cuyos ojos se agrandan como consecuencia de la rabia que lee en mi expresión—. ¿Pero cómo te atreves a...?
Me quedo sin habla. De repente veo esos ojos...
... esos hipnotizadores ojos azules, que me llaman de pronto para sumergirme en ellos y que su calor me meza con olas dulces y suaves.
No se parece en nada a Nick Jonas, no hay duda. Pero el modo que tiene de mirarme me da a entender que lo sabe, que lo lamenta, que va a hacer todo lo posible para caerme bien... e incluso más allá...
Al recuperar el sentido me veo en brazos de Sebastian Drake, que me está llevando, con delicadeza infinita, hacia una cristalera tras la que se insinúan la noche y un jardín bañado por la luz titilante de los farolillos y la luna...
El lugar perfecto al que llegar de la mano del rubio descendiente de un conde transilvano.
—Me alegra mucho que al fin hayamos tenido oportunidad de conocernos —me dice Sebastian con una voz que parece acariciarme como el borde de una pluma. Todo y todos quedan atrás: las demás parejas, Nick, una estupefacta Demi, que nos
dedica una mirada celosa, Joe, que le dedica una mirada celosa a Demi, e incluso las escarapelas y las serpentinas... Las cosas se funden como si todo lo que existiese en el mundo se redujera a mí, a este jardín en el que me encuentro y a Sebastian Drake.
Me aparta de la frente los mechones sueltos con un gesto fluido.
Desde un rincón oscuro y profundo de mi mente una voz me dice que debería temerlo... hasta odiarlo. Pero no recuerdo el porqué. ¿Cómo odiar a alguien tan guapo, dulce y sensible? Quiere hacer que me sienta mejor. Quiere ayudarme.
—¿Lo ves? —dice Sebastian Drake mientras me levanta una de las manos y se la lleva tiernamente a los labios—. No soy tan terrible, ¿a que no? En realidad, soy como tú. El hijo, reconozcámoslo, de una persona formidable, alguien que pretende encontrar su lugar en el mundo. Tenemos nuestros problemas, tú y yo, ¿verdad? Tu madre te envía saludos, por cierto.
—¿Mi... mi madre? —tengo la cabeza sumida en niebla, la misma que campa por el jardín. Porque, a pesar de que puedo recordar el rostro de mi madre, he olvidado que Sebastian Drake la conozca.
—Sí —comenta Sebastian, que me recorre con los labios la piel del brazo hasta llegar al codo. Siento que ese contacto es como fuego líquido—. Te echa de menos, como te imaginarás. No entiende por qué no estás con ella. Ahora es muy feliz... Ya no padece el dolor de la enfermedad... o la indignidad de la vejez... o la congoja de una existencia solitaria —sus labios me tocan el hombro. Me falta el aire, pero me siento bien—. Vive en medio de la belleza y el amor... tal y como podrías vivir tú, _____, si quisieras —me acaricia el cuello con la boca. Su aliento, tan cálido, ha provocado que la espina dorsal se me quede sin fuerzas. Pero no pasa nada, porque me sostiene por la cintura con un brazo firme, y es que el cuerpo, como si hubiera cobrado voluntad propia, se me arquea y le ofrece una perspectiva despejada del desnudo cuello—. ______ —susurra con la boca pegada a mi piel.
Me siento inundada por tal calma, por tal serenidad —algo que no he sentido desde hace años, desde que mi madre se marchó—, que los párpados se me cierran...
De pronto, noto que algo frío y húmedo me golpea el cuello.
—¿Qué...? —exclamo, abriendo los ojos y tanteándome la zona del impacto... Al examinarme los dedos veo que están húmedos.
—Lo siento —anuncia Nick, que está a unos pocos metros con los brazos extendidos, encañonándome con su Beretta de nueve milímetros—. He fallado.
Un segundo después, una espesa nube de humo acre y abrasador me golpea el rostro y me deja sin aire. Tosiendo, trastabillo para apartarme del hombre que, hace tan sólo unos momentos, me había estado sosteniendo con tanta ternura, pero que ahora se está agarrando el pecho, en llamas.
—¿Cómo...? —inquiere Sebastian Drake entre jadeos, manoteando para apagar el fuego que le sale del pecho—. ¿Qué es esto?
—Pues un poquitín de agua bendita, tío —le responde Nick mientras continúa disparándole—. No creo que te moleste. A no ser, claro, que seas un no muerto. Lo cual, por desgracia para ti, es lo que empiezo a pensar que eres.
Tardo un momento en recuperar el juicio y busco la estaca bajo la falda.
—Sebastian Drake —siseo al tiempo que el vampiro se arrodilla frente a mí, aullando de dolor y también de ira—. Esto es por mi madre.
Y, con todas mis fuerzas, le clavo la estaca de fresno tallada a mano en donde debió de haber tenido un corazón.
Si es que alguna vez lo tuvo.
—Joe —dice Demi con voz melosa, sentada en un banco de plástico con la cabeza de su novio en el regazo.
—¿Sí? —pregunta Joe, adorándola con la mirada.
—No —le corrige Demi—. Me refiero a que eso es lo que voy a poner en el tatuaje, la próxima vez que vaya a Cancún. En la base de la espalda. La palabra «Joe». De modo que, desde ese momento en adelante, todo el mundo sepa que te pertenezco.
—Ah, cariño —dice Joe, antes de darle un beso en la boca.
—Dios mío —exclamo, apartando la mirada.
—Te entiendo —Nick acaba de lanzar una bola de seis kilos en la pista de la bolera, iluminada como si de una discoteca se tratara—. Casi la prefiero cuando estaba bajo el hechizo de Drake. Aunque supongo que es mejor que las aguas hayan vuelto a su cauce. Joe es bastante más inofensivo que Sebastian. Por cierto, acabo de hacer un pleno, por si no te habías dado cuenta —se sienta en el banco, a mi lado, y, a la luz de una lámpara que tengo sobre la cabeza, examina la hoja en que llevamos cuenta de las puntuaciones—. ¿Qué te parece? Voy ganando.
—No te hagas el chulo —le digo. Sin embargo, tiene bastante de lo que presumir. Y no sólo por ir ganando, la verdad—. Déjame preguntarte algo —le pido, cuando al fin se acomoda y se afloja la pajarita. Nick está irresistible aun bajo la extraña iluminación del Bowlmor Lanes, la bolera a la que nos hemos retirado tras la fiesta, a sólo unos nueve dólares en taxi desde el Waldorf—. ¿Dónde conseguiste el agua bendita?
—Le diste una buena cantidad a Joe —dice Nick, mirándome con expresión de sorpresa—. ¿No te acuerdas?
—¿Pero cómo se te ocurrió cargar la pistola con esa agua? —insisto. Los acontecimientos de la noche todavía me dan vueltas en la cabeza. Jugar a los bolos a estas horas está muy bien, claro. Pero no hay nada que pueda compararse con borrar del mapa a un vampiro de doscientos años de edad en el baile de fin de curso.
Lástima que quedase reducido a cenizas en el jardín, en donde sólo nos encontrábamos Nick y yo. De otro modo, nos habrían elegido rey y reina del baile en lugar de a Demi y Jone, quienes todavía llevan puestas las coronas... de medio lado, eso sí, después de tanto besuqueo.
—No sé, ____* —dice Nick, que apunta sus tantos—. Me pareció una buena idea ya está.
____*. Nadie me ha llamado _____* hasta ahora.
—¿Y cómo te diste cuenta? —le pregunto—. ¿Es decir, de que Drake me había... bueno, eso? O sea, ¿cómo pudiste estar seguro de que yo no estaba fingiendo? ¿No se te ocurrió que podría estar dándole una falsa sensación de seguridad?
—¿Contando con que estaba a punto de morderte en el cuello? —Nick alza una ceja—. ¿Y también con que tú no estabas haciendo nada para remediarlo? Pues sí, lo cierto es que era bastante evidente lo que estaba ocurriendo.
—Yo ya me había librado del hechizo —le aseguro, con una confianza que no me queda más remedio que simular—. En cuanto sentí sus dientes.
—No —persevera Nick, sonriéndome, iluminado tan sólo por la luz de la mesa de puntuaciones. El resto de la bolera está en penumbra, a excepción de las bolas y bolos, de los que emana una fluorescencia sobrecogedora—. No te habías librado. Admítelo, _____. Fue necesario que yo acudiera.
Está muy cerca de mí, mucho más de lo que lo estuvo Sebastian Drake.
Sin embargo, en lugar de tener ganas de sumergirme en sus ojos, me derrito bajo su mirada. El corazón me late con fuerza.
—Sí —digo, incapaz de dejar de mirarle los labios—. Supongo que tienes razón.
—Somos un buen equipo —dice Nick. Advierto que tampoco él deja de mirarme los labios—, ¿no te parece? Sobre todo, cuando tengamos que hacerle frente al apocalipsis por venir, cuando el papá de Drake se entere de lo que hemos hecho esta noche.
La idea me corta la respiración.
—Es verdad —grito—. ¡Ah, Nick! No sólo va a venir a por mí. ¡También querrá vérselas contigo!
—Ya, bueno —dice Nick, recorriéndome con los ojos—. Pero a mí me gusta mucho tu vestido. Y va a juego con los zapatos para bolos.
—Nick —rezongo—. ¡Esto es muy serio! Drácula puede dejarse caer por Manhattan en cualquier momento, ¡y nosotros perdiendo el tiempo en la bolera! ¡Tendríamos que empezar a prepararnos ya! Es necesario que ideemos una estrategia de contraataque. Hace falta...
—______ —me interrumpe Nick—, Drácula puede esperar.
—Pero...
—______ —insiste—. Cállate.
Y yo me callo. Porque estoy demasiado ocupada besándolo como para pensar en cualquier otra cosa.
Además, tiene razón. Drácula puede esperar.
—¿Sí? —pregunta Joe, adorándola con la mirada.
—No —le corrige Demi—. Me refiero a que eso es lo que voy a poner en el tatuaje, la próxima vez que vaya a Cancún. En la base de la espalda. La palabra «Joe». De modo que, desde ese momento en adelante, todo el mundo sepa que te pertenezco.
—Ah, cariño —dice Joe, antes de darle un beso en la boca.
—Dios mío —exclamo, apartando la mirada.
—Te entiendo —Nick acaba de lanzar una bola de seis kilos en la pista de la bolera, iluminada como si de una discoteca se tratara—. Casi la prefiero cuando estaba bajo el hechizo de Drake. Aunque supongo que es mejor que las aguas hayan vuelto a su cauce. Joe es bastante más inofensivo que Sebastian. Por cierto, acabo de hacer un pleno, por si no te habías dado cuenta —se sienta en el banco, a mi lado, y, a la luz de una lámpara que tengo sobre la cabeza, examina la hoja en que llevamos cuenta de las puntuaciones—. ¿Qué te parece? Voy ganando.
—No te hagas el chulo —le digo. Sin embargo, tiene bastante de lo que presumir. Y no sólo por ir ganando, la verdad—. Déjame preguntarte algo —le pido, cuando al fin se acomoda y se afloja la pajarita. Nick está irresistible aun bajo la extraña iluminación del Bowlmor Lanes, la bolera a la que nos hemos retirado tras la fiesta, a sólo unos nueve dólares en taxi desde el Waldorf—. ¿Dónde conseguiste el agua bendita?
—Le diste una buena cantidad a Joe —dice Nick, mirándome con expresión de sorpresa—. ¿No te acuerdas?
—¿Pero cómo se te ocurrió cargar la pistola con esa agua? —insisto. Los acontecimientos de la noche todavía me dan vueltas en la cabeza. Jugar a los bolos a estas horas está muy bien, claro. Pero no hay nada que pueda compararse con borrar del mapa a un vampiro de doscientos años de edad en el baile de fin de curso.
Lástima que quedase reducido a cenizas en el jardín, en donde sólo nos encontrábamos Nick y yo. De otro modo, nos habrían elegido rey y reina del baile en lugar de a Demi y Jone, quienes todavía llevan puestas las coronas... de medio lado, eso sí, después de tanto besuqueo.
—No sé, ____* —dice Nick, que apunta sus tantos—. Me pareció una buena idea ya está.
____*. Nadie me ha llamado _____* hasta ahora.
—¿Y cómo te diste cuenta? —le pregunto—. ¿Es decir, de que Drake me había... bueno, eso? O sea, ¿cómo pudiste estar seguro de que yo no estaba fingiendo? ¿No se te ocurrió que podría estar dándole una falsa sensación de seguridad?
—¿Contando con que estaba a punto de morderte en el cuello? —Nick alza una ceja—. ¿Y también con que tú no estabas haciendo nada para remediarlo? Pues sí, lo cierto es que era bastante evidente lo que estaba ocurriendo.
—Yo ya me había librado del hechizo —le aseguro, con una confianza que no me queda más remedio que simular—. En cuanto sentí sus dientes.
—No —persevera Nick, sonriéndome, iluminado tan sólo por la luz de la mesa de puntuaciones. El resto de la bolera está en penumbra, a excepción de las bolas y bolos, de los que emana una fluorescencia sobrecogedora—. No te habías librado. Admítelo, _____. Fue necesario que yo acudiera.
Está muy cerca de mí, mucho más de lo que lo estuvo Sebastian Drake.
Sin embargo, en lugar de tener ganas de sumergirme en sus ojos, me derrito bajo su mirada. El corazón me late con fuerza.
—Sí —digo, incapaz de dejar de mirarle los labios—. Supongo que tienes razón.
—Somos un buen equipo —dice Nick. Advierto que tampoco él deja de mirarme los labios—, ¿no te parece? Sobre todo, cuando tengamos que hacerle frente al apocalipsis por venir, cuando el papá de Drake se entere de lo que hemos hecho esta noche.
La idea me corta la respiración.
—Es verdad —grito—. ¡Ah, Nick! No sólo va a venir a por mí. ¡También querrá vérselas contigo!
—Ya, bueno —dice Nick, recorriéndome con los ojos—. Pero a mí me gusta mucho tu vestido. Y va a juego con los zapatos para bolos.
—Nick —rezongo—. ¡Esto es muy serio! Drácula puede dejarse caer por Manhattan en cualquier momento, ¡y nosotros perdiendo el tiempo en la bolera! ¡Tendríamos que empezar a prepararnos ya! Es necesario que ideemos una estrategia de contraataque. Hace falta...
—______ —me interrumpe Nick—, Drácula puede esperar.
—Pero...
—______ —insiste—. Cállate.
Y yo me callo. Porque estoy demasiado ocupada besándolo como para pensar en cualquier otra cosa.
Además, tiene razón. Drácula puede esperar.
___
Wuu acabo, más tarde o mañana subo el otro relato! ;)
Última edición por Catherine el Jue 15 Mar 2012, 10:42 am, editado 1 vez
Catherine
Re: Noches de baile en el Infierno - Adaptación (Nick&Tú)
Awww que hermosooo :3 Esperoooooo el proximoo relatooo!!! ¡¡SIGUELAA!!
.Lu' Anne Lovegood.
Re: Noches de baile en el Infierno - Adaptación (Nick&Tú)
UY! me encantó, este de quién era? SUBE EL OTRO :]
Annabeth
Re: Noches de baile en el Infierno - Adaptación (Nick&Tú)
@InYourDreams: El relato era de Meg Cabot :B
Ya subo el siguiente c:
Ya subo el siguiente c:
Catherine
Re: Noches de baile en el Infierno - Adaptación (Nick&Tú)
EL RAMILLETE - Lauren Myracle
¡Atención, lectores! El siguiente cuento se basa en La pata de mono, escrito por W. W. Jacobs y publicado por primera vez en 1902, relato que, en mi adolescencia, me puso los pelos de punta. ¡Tened cuidado con lo que se os ocurra desear!
Lauren Myracle
Lauren Myracle
El viento azotaba la casa de Madame Zanzíbar y hacía que un caño suelto golpease los tablones. Pese a que sólo fuesen las cuatro de la tarde, el cielo estaba oscuro. En la sala de espera, decorada con escaso gusto, había tres lámparas irradiando una luz brillante, todas ellas envueltas en sendos pañuelos de fantasía. Los tonos verde rubí bañaban el redondo rostro de Yun Sun mientras que los reflejos azules y púrpuras le daban a la cara de Nick el aspecto jaspeado de alguien recién fallecido.
—Cualquiera diría que te acabas de levantar de la tumba —observé.
—______ —me dijo Yun Sun con tono de regañina. Inclinó la cabeza en la dirección de la oficina de Madame Z, cuya puerta estaba cerrada. Supongo que temió que nos oyera y se ofendiese. Del pomo colgaba un mono de plástico rojo que servía para indicar que Madame Z se encontraba atendiendo a un cliente. Nosotros éramos los siguientes.
Nick puso los ojos en blanco.
—Soy un ladrón de cuerpos —gimió. Extendió los brazos hacia nosotros—.Dadme vuestros corazones y vuestros hígados.
—¡Oh, no! El ladrón de cuerpos ha tomado posesión de nuestro querido Nick —me aferré al brazo de Yun Sun—. Rápido, dale tú lo que pide; ¡así a mí me dejará en paz!
Yun Sun sacudió el brazo.
—No me hace gracia —dijo con un tono de voz cantarín y a la vez amenazador—.Y si os seguís metiendo conmigo, acabaré por marcharme.
—Vamos, no seas idiota —respondí.
—Pues mírame bien, porque mis muslos y yo nos largamos de aquí.
Debido al ajustadísimo vestido de noche que llevaba, que enseñaba un poquito demasiado, Yun Sun estaba obsesionada con que tenía las piernas rechonchas. Pero al menos no le faltaba el vestido de noche. Ni tampoco la oportunidad para llevarlo.
—¡Bah! —exclamé.
Sus malos humos estaban amenazando la buena marcha de nuestros planes, los cuales, por cierto, constituían la única razón para hallarnos en aquel lugar. La noche del baile de fin de curso estaba cada vez más cerca, y yo, desde luego, no iba a ser la típica muermo que se quedaba en casa mientras las demás chicas se rebozaban en purpurina y salían a bailar subidas a unos espectaculares y aparatosos taconazos de más de siete centímetros de altura.
De ninguna manera porque, además, muy en el fondo, sabía que Nick quería pedirme que fuese su pareja. Para que lo hiciese sólo le hacía falta un empujoncito.
Bajé la voz y le dediqué una sonrisa a Nick con la que quise decirle algo como «Bla, bla, bla... Cosas de chicas. ¡Nada importante!».
—Haber venido hasta aquí fue idea de las dos, Yun Sun. ¿Recuerdas?
—No, _______. La idea fue tuya —respondió ella. Y, por añadidura, en voz alta—. Yo ya tengo con quién ir, aunque se me vaya a asfixiar entre los muslos, el pobrecillo. Tú eres la única que necesita un milagro de última hora.
—¡Yun Sun! —miré a Nick, que se había puesto colorado. Pero qué mala, Yun Sun. Mira que soltarlo así, de buenas a primeras. ¡Yun Sun era perversa!
—¡Ay! —gritó. Le acababan de dar un porrazo, yo.
—Estoy bastante cabreada contigo —le informé.
—Basta de andarse por las ramas. Tú lo que quieres es que él te pida que vayáis juntos al baile, ¿o no...? ¡Ay!
—Oye, calma —intervino Nick. Estaba haciendo eso que hacía cuando se ponía de los nervios, lo de bajar y subir la nuez, qué adorable. Aunque, claro, también qué perturbador. Me hacía pensar en cosas que, por el momento, quedaban un paso más allá de lo probable.
En cualquier caso, Nick estaba en posesión de una nuez y, cuando la movía arriba y abajo, me parecía delicioso. Le daba aspecto de vulnerabilidad.
—Me ha pegado —se quejó Yun Sun.
—Se lo merecía —contraataqué. Sin embargo, prefería no seguir con el tema, que, a aquellas alturas, se había vuelto demasiado indiscreto. Así que le di una palmada en la pierna y añadí—: Pero te perdono. Ahora, cállate.
Lo que Yun Sun no acababa de entender —o, mejor dicho, lo que entendía perfectamente pero se negaba a llevar a la práctica— era que no todas las cosas deben decirse en voz alta. Sí, yo quería que Nick viniera conmigo al baile, y deseaba que no tardase demasiado en pedírmelo, porque sólo quedaban dos semanas para «La primavera es del amor». Y sí, el nombre que le habían puesto a la fiesta era estúpido, pero no por ello menos cierto. La primavera, indiscutiblemente, era del amor. Tampoco era menos cierto que Nick era mi príncipe azul, siempre, claro, que dejase atrás aquella persistente timidez suya y, de una vez por todas, se atreviera a dar el paso. ¡Ya valía de tanta palmada amistosa en el hombro, tanta risita y tanta guerra de cosquillas! ¡Bastaba de toqueteos y grititos aprovechando el visionado de copias para alquiler de Los ladrones de cuerpos o Bajaron de las colinas! ¿Cómo no se daba cuenta de que, si me quería, allí me tenía?
El fin de semana anterior, había faltado muy poco para que me hiciera la pregunta; estaba segura al noventa y cinco por ciento. Habíamos estado viendo Pretty Woman, un empalague de tomo y lomo que, aun así, no deja de ser entretenido. Yun Sun se había ido a la cocina en busca de comida. Estábamos solos.
«Oye, _____ —había dicho Nick. Golpeteaba el suelo con los pies y se retorcía las manos en el interior de los bolsillos—. ¿Te importa si te hago una pregunta?»
Cualquier memo sabría de qué iba el asunto, y si lo único que quería era que subiese el volumen, pues con haber dicho «Eh, ____*, sube el volumen» habría sido suficiente. Natural. Directo al grano. Sin necesidad de comentarios introductorios.
Sin embargo, dado que los comentarios introductorios estaban allí... pues ¿qué otra cosa querría preguntarme que no fuese «¿Vienes al baile conmigo?» El gozo eterno estaba al alcance de la mano, a sólo unos segundos.
Pero entonces metí la pata. Su evidente nerviosismo hizo que yo también perdiera los papeles, y en lugar de dejar que las cosas siguieran su curso, resolví cambiar de tema por puro y simple capricho. Qué idiota.
—Fíjate, ¡eso sí que es de libro! —exclamé, señalando el televisor. Richard Gere iba galopando en su caballo blanco, que en realidad era una limusina, hacia el castillo de Julia Roberts, que en realidad era un edificio de ladrillo bastante cochambroso. Bajo nuestra atenta mirada, Richard Gere salió por el techo solar del coche y remontó la escalera de incendios, todo ello para ganarse el favor de su amada.
—Nada de ñoñerías del tipo «Es que creo que me gustas» —recalqué. Estaba cometiendo un error grave, y lo sabía—. Ahí tienes una verdadera prueba de amor, y lo demás son cuentos.
Nick tragó saliva.
—Ah —se limitó a decir. Y se quedó embobado con Richard Gere, pensando, estoy segura, que jamás podría estar a su altura.
Mientras, sabedora de que acababa de sabotearme a mí misma, de que había echado a perder una fiesta de fin de curso feliz, seguí con la vista fija en la tele. A mí no me importaban las «verdaderas pruebas de amor»; a mí lo que me importaba era Nick. Pero, sin embargo, había sido tan lista como para espantarlo.
Aquello demostraba, sin ningún género de dudas, que si él era un poca cosa, yo lo era aún más.
Qué se le iba a hacer. Todo ello explicaba que nos encontrásemos en la casa de Madame Zanzibar. Ella nos diría qué nos deparaba el futuro y, siempre que no estuviese ciega, nos indicaría lo que cualquier observador imparcial: que Nick y yo estábamos hechos el uno para el otro. Oírlo con todas las letras le valdría a Nick para juntar fuerzas y hacer un segundo intento. Me pediría que fuese con él al baile y, en esta ocasión, yo le diría que sí, aunque me fuese la vida en ello.
El mono de plástico colgado del pomo de la puerta comenzó a agitarse.
—Mirad, se mueve —susurré.
—Vaya —exclamó Nick.
Salió de la oficina un hombre negro de cabellos plateados. No tenía dientes, de modo que el labio inferior se le arrugaba como una pasa.
—Niños —dijo, tocándose el borde del sombrero.
Nick se levantó y le abrió la puerta principal. Así era él. La ráfaga de viento que se coló por el vano estuvo a punto de tirar al anciano, y Will lo ayudó a tenerse en pie.
—¡Guau! —soltó Nick.
—Gracias, hijo —dijo el anciano. Lo de los dientes también se notaba en que farfullaba un poco—. Acuérdate de salir pitando antes de que se desate la tormenta.
—Creí que eso ya había ocurrido —repuso Nick. Más allá de la entrada, las ramas de los árboles crujían y se revolvían.
—¿Cómo? ¿Te refieres a este vientecito de nada? —se mofó el anciano—. Pero si esto no es más que un bebé que todavía no ha empezado a crecer. Empeorará bastante antes de que acabe la noche. Acuérdate de lo que te digo —nos lanzó una mirada a todos—. De hecho, niños, ¿no deberíais estar en casa, a salvo y calentitos?
—Cualquiera diría que te acabas de levantar de la tumba —observé.
—______ —me dijo Yun Sun con tono de regañina. Inclinó la cabeza en la dirección de la oficina de Madame Z, cuya puerta estaba cerrada. Supongo que temió que nos oyera y se ofendiese. Del pomo colgaba un mono de plástico rojo que servía para indicar que Madame Z se encontraba atendiendo a un cliente. Nosotros éramos los siguientes.
Nick puso los ojos en blanco.
—Soy un ladrón de cuerpos —gimió. Extendió los brazos hacia nosotros—.Dadme vuestros corazones y vuestros hígados.
—¡Oh, no! El ladrón de cuerpos ha tomado posesión de nuestro querido Nick —me aferré al brazo de Yun Sun—. Rápido, dale tú lo que pide; ¡así a mí me dejará en paz!
Yun Sun sacudió el brazo.
—No me hace gracia —dijo con un tono de voz cantarín y a la vez amenazador—.Y si os seguís metiendo conmigo, acabaré por marcharme.
—Vamos, no seas idiota —respondí.
—Pues mírame bien, porque mis muslos y yo nos largamos de aquí.
Debido al ajustadísimo vestido de noche que llevaba, que enseñaba un poquito demasiado, Yun Sun estaba obsesionada con que tenía las piernas rechonchas. Pero al menos no le faltaba el vestido de noche. Ni tampoco la oportunidad para llevarlo.
—¡Bah! —exclamé.
Sus malos humos estaban amenazando la buena marcha de nuestros planes, los cuales, por cierto, constituían la única razón para hallarnos en aquel lugar. La noche del baile de fin de curso estaba cada vez más cerca, y yo, desde luego, no iba a ser la típica muermo que se quedaba en casa mientras las demás chicas se rebozaban en purpurina y salían a bailar subidas a unos espectaculares y aparatosos taconazos de más de siete centímetros de altura.
De ninguna manera porque, además, muy en el fondo, sabía que Nick quería pedirme que fuese su pareja. Para que lo hiciese sólo le hacía falta un empujoncito.
Bajé la voz y le dediqué una sonrisa a Nick con la que quise decirle algo como «Bla, bla, bla... Cosas de chicas. ¡Nada importante!».
—Haber venido hasta aquí fue idea de las dos, Yun Sun. ¿Recuerdas?
—No, _______. La idea fue tuya —respondió ella. Y, por añadidura, en voz alta—. Yo ya tengo con quién ir, aunque se me vaya a asfixiar entre los muslos, el pobrecillo. Tú eres la única que necesita un milagro de última hora.
—¡Yun Sun! —miré a Nick, que se había puesto colorado. Pero qué mala, Yun Sun. Mira que soltarlo así, de buenas a primeras. ¡Yun Sun era perversa!
—¡Ay! —gritó. Le acababan de dar un porrazo, yo.
—Estoy bastante cabreada contigo —le informé.
—Basta de andarse por las ramas. Tú lo que quieres es que él te pida que vayáis juntos al baile, ¿o no...? ¡Ay!
—Oye, calma —intervino Nick. Estaba haciendo eso que hacía cuando se ponía de los nervios, lo de bajar y subir la nuez, qué adorable. Aunque, claro, también qué perturbador. Me hacía pensar en cosas que, por el momento, quedaban un paso más allá de lo probable.
En cualquier caso, Nick estaba en posesión de una nuez y, cuando la movía arriba y abajo, me parecía delicioso. Le daba aspecto de vulnerabilidad.
—Me ha pegado —se quejó Yun Sun.
—Se lo merecía —contraataqué. Sin embargo, prefería no seguir con el tema, que, a aquellas alturas, se había vuelto demasiado indiscreto. Así que le di una palmada en la pierna y añadí—: Pero te perdono. Ahora, cállate.
Lo que Yun Sun no acababa de entender —o, mejor dicho, lo que entendía perfectamente pero se negaba a llevar a la práctica— era que no todas las cosas deben decirse en voz alta. Sí, yo quería que Nick viniera conmigo al baile, y deseaba que no tardase demasiado en pedírmelo, porque sólo quedaban dos semanas para «La primavera es del amor». Y sí, el nombre que le habían puesto a la fiesta era estúpido, pero no por ello menos cierto. La primavera, indiscutiblemente, era del amor. Tampoco era menos cierto que Nick era mi príncipe azul, siempre, claro, que dejase atrás aquella persistente timidez suya y, de una vez por todas, se atreviera a dar el paso. ¡Ya valía de tanta palmada amistosa en el hombro, tanta risita y tanta guerra de cosquillas! ¡Bastaba de toqueteos y grititos aprovechando el visionado de copias para alquiler de Los ladrones de cuerpos o Bajaron de las colinas! ¿Cómo no se daba cuenta de que, si me quería, allí me tenía?
El fin de semana anterior, había faltado muy poco para que me hiciera la pregunta; estaba segura al noventa y cinco por ciento. Habíamos estado viendo Pretty Woman, un empalague de tomo y lomo que, aun así, no deja de ser entretenido. Yun Sun se había ido a la cocina en busca de comida. Estábamos solos.
«Oye, _____ —había dicho Nick. Golpeteaba el suelo con los pies y se retorcía las manos en el interior de los bolsillos—. ¿Te importa si te hago una pregunta?»
Cualquier memo sabría de qué iba el asunto, y si lo único que quería era que subiese el volumen, pues con haber dicho «Eh, ____*, sube el volumen» habría sido suficiente. Natural. Directo al grano. Sin necesidad de comentarios introductorios.
Sin embargo, dado que los comentarios introductorios estaban allí... pues ¿qué otra cosa querría preguntarme que no fuese «¿Vienes al baile conmigo?» El gozo eterno estaba al alcance de la mano, a sólo unos segundos.
Pero entonces metí la pata. Su evidente nerviosismo hizo que yo también perdiera los papeles, y en lugar de dejar que las cosas siguieran su curso, resolví cambiar de tema por puro y simple capricho. Qué idiota.
—Fíjate, ¡eso sí que es de libro! —exclamé, señalando el televisor. Richard Gere iba galopando en su caballo blanco, que en realidad era una limusina, hacia el castillo de Julia Roberts, que en realidad era un edificio de ladrillo bastante cochambroso. Bajo nuestra atenta mirada, Richard Gere salió por el techo solar del coche y remontó la escalera de incendios, todo ello para ganarse el favor de su amada.
—Nada de ñoñerías del tipo «Es que creo que me gustas» —recalqué. Estaba cometiendo un error grave, y lo sabía—. Ahí tienes una verdadera prueba de amor, y lo demás son cuentos.
Nick tragó saliva.
—Ah —se limitó a decir. Y se quedó embobado con Richard Gere, pensando, estoy segura, que jamás podría estar a su altura.
Mientras, sabedora de que acababa de sabotearme a mí misma, de que había echado a perder una fiesta de fin de curso feliz, seguí con la vista fija en la tele. A mí no me importaban las «verdaderas pruebas de amor»; a mí lo que me importaba era Nick. Pero, sin embargo, había sido tan lista como para espantarlo.
Aquello demostraba, sin ningún género de dudas, que si él era un poca cosa, yo lo era aún más.
Qué se le iba a hacer. Todo ello explicaba que nos encontrásemos en la casa de Madame Zanzibar. Ella nos diría qué nos deparaba el futuro y, siempre que no estuviese ciega, nos indicaría lo que cualquier observador imparcial: que Nick y yo estábamos hechos el uno para el otro. Oírlo con todas las letras le valdría a Nick para juntar fuerzas y hacer un segundo intento. Me pediría que fuese con él al baile y, en esta ocasión, yo le diría que sí, aunque me fuese la vida en ello.
El mono de plástico colgado del pomo de la puerta comenzó a agitarse.
—Mirad, se mueve —susurré.
—Vaya —exclamó Nick.
Salió de la oficina un hombre negro de cabellos plateados. No tenía dientes, de modo que el labio inferior se le arrugaba como una pasa.
—Niños —dijo, tocándose el borde del sombrero.
Nick se levantó y le abrió la puerta principal. Así era él. La ráfaga de viento que se coló por el vano estuvo a punto de tirar al anciano, y Will lo ayudó a tenerse en pie.
—¡Guau! —soltó Nick.
—Gracias, hijo —dijo el anciano. Lo de los dientes también se notaba en que farfullaba un poco—. Acuérdate de salir pitando antes de que se desate la tormenta.
—Creí que eso ya había ocurrido —repuso Nick. Más allá de la entrada, las ramas de los árboles crujían y se revolvían.
—¿Cómo? ¿Te refieres a este vientecito de nada? —se mofó el anciano—. Pero si esto no es más que un bebé que todavía no ha empezado a crecer. Empeorará bastante antes de que acabe la noche. Acuérdate de lo que te digo —nos lanzó una mirada a todos—. De hecho, niños, ¿no deberíais estar en casa, a salvo y calentitos?
Catherine
Re: Noches de baile en el Infierno - Adaptación (Nick&Tú)
ESEEEE VIEJESITOOOOO ME DIOOOO MIEDOOOOO!!!
AAAAII SIGULAA PORFAAAA
AAAAII SIGULAA PORFAAAA
chelis
Re: Noches de baile en el Infierno - Adaptación (Nick&Tú)
Nueva Lestora!Amo estos cuentitos!Me encanta Jemi y amo a la rayis y anick!Espero que la sigas pronto y please pasate por mis noves
Sunny
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