Primero {o.s.

La noche estaba más helada y estrellada que de costumbre. La humedad lograba que el flequillo se le pegara a la frente y que, hasta la prenda más cómoda de ropa, se volviera pegajosa e irritante. Pero ya había salido de casa, estaba siguiendo el plan que ella misma había trazado la noche anterior, era demasiado tarde como para retroceder. Soltó un breve bufido, que luego se transformó en un incontrolable deseo de toser. 
     Vale. Quizá era mejor abstenerse de bufar; el clima no estaba a favor de su alergia y no quería llamar la atención de la gente a su alrededor. Ajustando el gorro beige de lana —que lo único que lograba era hacerla sudar más de la cuenta— avanzó otro par de pasos, entre resoplidos e intentos de respirar como lo haría cualquier otro día, pero, ¿cómo hacerlo, si este no era un día común y corriente? Al instante las mejillas morenas se tornaron calientes, y no exactamente debido al clima. 
     Su mente, a aquellas horas ya debilitada, comenzó a deliberar en cómo sería el tan ansiado encuentro. ¿Sería tan guapo como lo describió su amiga? ¿Tan amable como todos comentaban? O... ¿sería todo una mentira? Sus manos, escondidas tras un grueso par de guantes grises, se movían incómodas a medida que avanzaba por las calles. La tranquilidad que una vez la abrazo, ahora estaba distante. Las preguntas estaban machacando su cerebro; habían muchas y no tenía respuesta para ninguna de ellas. Maldiciendo por lo bajo, frenó sus pasos, quedando plantada tal como un árbol.
     El frío aire entró a su sistema e, instantáneamente, la calma llegó. Pero, tal como llegó, desapareció. Porque ahí, frente a ella, vestido con un abrigo verdoso, estaba él. Zapatos brillantes, cabello corto y sedoso. ¿Estaba soñando? Los segundos pasaron como horas, sangrientamente lentos. Él, al parecer, todavía no caía en la cuenta de que había alguien mirándolo fijamente. 
     Por favor, mírame. Fue lo primero que pensó. Oh, el cielo y los dioses sabían cómo extrañaba la cálida sensación de sus ojos café sobre ella. Las imágenes pasaron como una película, rápida y de mala calidad. Horriblemente reales, sufridas, saladas y agrias. Aléjate. Dios, vete al infierno. Te detesto tanto. Te... 
     Sus pensamientos se cortaron al mismo tiempo que él volteaba, mirando despreocupadamente a su alrededor. Su respiración se cortó y sus ojos se cerraron por impulso. Aunque estaban a varios metros de distancia, podía asegurar, creía y esperaba que él la vería eventualmente. Pero el destino se burló de ella, una vez más. El semáforo que lo frenaba de seguir con su vida cambió de color. El verde chillón apareció y él se fue entre un mar de personas, sin siquiera dejar rastro.
     —¿Alanna? ¿Alanna Belingar?
     Antes de voltearse a curosear, sus mirada contempló por última vez la figura del hombre que había sido capaz de construirla y derribarla con tan solo un par de palabras y caricias. 
     —Si eres Alanna, ¿verdad? Si no lo eres, lo siento mucho. Estoy esperando a una chi...
     —¿Oh? ¿Mason? ¿Mason Laflick? —al volver a la realidad se encontró con una figura apenas un par de centímetros más alta que ella. Cabello rubio sucio, ojos cafés y nerviosos—. Eres Mason Laflick, ¿verdad?
     Una sonrisa se alzó en el rostro del muchacho, logrando que un pequeño hoyuelo se formara en su mejilla derecha. Decidido a acortar la distancia, él, quien respondía por el nombre Mason, se acercó un par de pasos. Para finalmente extender su mano frente a la chica. 
     —Encantado de conocerte, Alanna.