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Touch of Evil || Riverdale

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Mensaje por Ginger Sáb 14 Abr 2018, 12:03 pm

Spoiler:






Prólogo
Every corp has a story to tell, but this one has the touch of evil



Hace tiempo que los ciudadanos de Riverdale no se sienten seguros. Ha pasado de ser un pueblo donde nunca sucedía nada interesante a estar repleto de crímenes pasionales y cometidos con la más pura sed de venganza. El ambiente ha cambiado; la niebla es más densa, las noches más oscuras, el miedo más intenso. Aquellos días de reuniones a altas horas de la noche en el Pop's para comer una hamburguesa grasienta con tus compañeros se han acabado. ¿Quién querría salir por la noche sabiendo que puede ser la última vez que veas la luna caer? Asesinatos de padres a hijos, relaciones incestuosas con final trágico, conocidos de toda la vida metidos en prisión, infidelidades, corrupción,.. son muchas de las cosas que han pasado en Riverdale en tan solo unos meses, pero además, ahora un asesino al que llaman Black Hood ocupa las portadas de todos los periódicos con sus sangrientos homicidios y sus retorcidas notas. Nadie le ha visto la cara, pero sabemos que vaga por las calles solitarias de la ciudad a la espera de una nueva víctima, una nueva nota, un nuevo aviso para los pecadores:

Soy Capucha Negra. Soy el hombre que le disparó al adúltero en Pop's. Maté al depredador infantil en Greendale. Disparé a adolescentes adictos a las drogas y al sexo en Lovers Lane. Riverdale no es inocente. Es una ciudad de hipócritas, degenerados y criminales. Mi ira es el precio de tus mentiras, tus secretos, tus pecados. No voy a dejar de hacerlo. No puedo ser detenido. Yo soy el lobo. Tú eres el rebaño. Esto es un derramamiento de sangre. Volveréis a escuchar sobre mí.

El Ángel de la Muerte ha llegado a Riverdale a impartir justicia. ¿Te eximirá o, por el contrario, te considerará culpable?



Tara Yellers arrugó el Azul y Oro que tenía entre sus manos y empezó a caminar a enormes zancadas hasta la taquilla de Betty Cooper, que reía de algo que le estaba contando su mejor amiga, Veronica Lodge. Estampó la mano en la taquilla que estaba a su lado provocando que la chica pegara un brinco, asustada por el golpe. Betty dirigió sus ojos azules a los de ella y Tara vislumbró con satisfacción cómo el miedo le atravesaba la cara.

–¿Qué es esta bazofia, Betty? –le reprochó, tendiéndole la arrugada muestra del periódico.

–Un papel arrugado –soltó Verónica. Tenía una ceja alzada hasta el infinito y los brazos cruzados en una postura defensiva, como siempre que intentaba humillar a Betty. Se llevaban bien, al menos en los ensayos de animadoras, pero cuando hacía de guardaespaldas de Betty no la odiaba menos que a ésta última.

Tara levantó las comisuras de los labios en una mueca irónica y volvió a fulminar a Betty con la mirada.

–Es la noticia de la semana –Tara abrió los ojos y meneó la cabeza, como si quisiera decir: ¿y a mí qué me importa? sin necesidad de palabras–. Mi deber es escribir lo que sucede de forma imparcial y objetiva, por eso soy la encargada del periódico de la escuela.

–¿Imparcial y objetiva? –Tara soltó una carcajada falsa y se puso seria de golpe–. Debemos tener conceptos muy diferentes, entonces. Todo lo que has escrito es una fantasía de complejo de Nancy Drew para hacer correr el pánico y no consentiré que me revoluciones a todo el instituto solo por hacer tu vida más interesante. Black Hood es un tarado más, no un Ángel de la Muerte y menos de la justicia. Y además, el sheriff Keller ya ha transmitido el comunicado de que han reforzado las medidas de seguridad y están a punto de dar con él, así que hazme un favor y deja tus paranoias para cuando duermas, ¿de acuerdo?

Verónica se colocó delante de Betty con los brazos en jarras.

–¡Todo lo que escribe Betty es cierto, ella sabe mucho más de lo que crees!

Betty la apartó con suavidad y se acercó a Tara, desafiante.

–Es verdad; sé más, mucho más de lo que he dejado ver. Sé, por ejemplo, que solo va a por los del norte. Los más ricos y estúpidos, aquellos llenos de vicios y pasados tenebrosos. ¿No se dice que tu padre fue un Serpiente renegado que ahora mueve millones en el ayuntamiento? –entrecerró los ojos–. Todo esto me huele a chamusquina.

A Tara se le clavó la amenaza como un puñal entre las costillas, en parte porque su desmedida reacción había sido provocada por el miedo. Mucha gente quería ver a los Yeller morder el polvo: su padre fue el líder de las Serpientes hasta que se enamoró de su madre, Paula Belle, un norteña con ambición y aspiración a llegar a lo más alto. Como lo más alto a lo que llegaría su amor sería a una barraca de cincuenta metros cuadrados, su padre tuvo que abandonar a los Serpientes y empezar de nuevo al norte si quería una posibilidad. Al parecer, la vida le había sonreído y había tenido suerte con los negocios, así que se le ofreció una pequeña plaza en el ayuntamiento. Con los años había ido escalando hacia lo más alto, y ahora, en la actualidad, los Yeller eran una de las familias más adineradas y respetadas, y ya nadie se acordaba del pasado de Kendrick Yeller, a excepción una parta de la ciudad que le llamaba "renegado" o "vendido". Y Tara, la niña de los ojos de su padre, era un buen peón para derribar.

Pero la sangre serpiente reaccionó mucho antes de que pudiera verse reflejado un atisbo de debilidad.

–Es curioso, porque para que tu hermana embarazada cometiera incesto y tu madre también sea una renegada con un hijo perdido, te veo muy tranquila. Al igual que tú –miró a Verónica, que parecía sorprendida de que se dirigiera a ella–; ¿tu padre no era el que estaba metido en la prisión por malversación y fraude? –se encogió de hombros con fingida inocencia–, no lo sé, quizás los que más hablan, o escriben, son los que más deberían cerrar el pico.

Y sin quedarse para oír la respuesta insultante que tenía preparada Verónica, se dio media vuelta y se alejó de ellas, justo cuando el director empezaba a hacer un aviso por el megáfono.
Ginger
Ginger


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Mensaje por Ginger Sáb 14 Abr 2018, 12:26 pm

Capítulo 1
Como si el ángel de la muerte hubiera venido a Riverdale 

LEER:

Nuestra historia continúa. El aniversario de la alcaldesa tenía que cambiarlo todo. Ser un nuevo comienzo. Pero al día siguiente, Riverdale seguía siendo en el fondo de su ser una ciudad maldita. Entre tanto, Archie Andrews que ni siquiera tiene carnet de conducir aún, está cruzando a toda velocidad las calles de Riverdale intentando ser más rápido que la muerte.

- Aguanta Papá- suplicaba el pelirrojo tras otro volantazo.

En el último se había llevado por delante un retrovisor y posiblemente estuviese infringiendo todas las normas de conducción posibles, pero eso ahora mismo no le importaba. La vida de su padre dependía de que tan rápido pudiese llegar al hospital.

-Venga, Casi hemos llegado- intentaba tranquilizarlo. Sin embargo, sonó mas a un intento de tranquilizarse a sí mismo.

La sangre de Fred Andrews manchaba la tapicería y las ventanillas. Una auténtica marea roja, que ninguna limpieza ni psicólogo podría nunca limpiar. Vida o muerte, se repetía en la cabeza del pelirrojo mientras escuchaba, a penas de fondo, los lamentos de su padre, al que había visto caer de un plumazo al suelo, mientras el sonido del disparo se repetía en bucle en su cabeza.

-Te van a curar. No me dejes Papá. No me dejes.

Los lamentos se escuchaban desde la parte de atrás de la furgoneta. Intentaba taponarse la herida, de manera que la hemorragia frenara, pero nunca habría funcionado. No con una herida como aquella.

Bien, yo no creo en milagros, normalmente. Pero fue un milagro que Archie llevara a su padre al hospital de Riverdale sin estrellar la camioneta.

Un portazo resonó en la estancia, acompañando el eco a su sonido. Y un pelirrojo apareció en la escena, cargando a su padre en brazos, todavía temblando por el impacto de la situación que les había tocado vivir.

- Ayuda, Por favor- chillaba desesperado- ¡Ayúdenme!

El chirrido de las botas que calzaba el mayor dejaban un rastro rojo a su paso, que permitían identificar su paso. Como las migas de Pan de Hansel y Gretel, todo el camino estaba marcado por el manchar de su suela. Pero en su caso, nunca se habrían perdido si tuvieran que volver.

- ¡Que alguien atienda a mi padre!
-  ¡Una camilla!
- ¿Qué le ha pasado?- preguntó uno de los enfermeros.
- Le han disparado- Respondió Archie, entre lágrimas. Todavía sujetaba a su padre, en espera de otro apoyo mejor. Estaba rodeado por profesionales que podrían ayudar a su padre, pero todavía ni nunca estaría tranquilo.
-¿Tiene alguna enfermedad?, ¿Toma algún medicamento?- Sus brazos ahora se encontraban vacíos, mientras ese círculo de enfermeros rodeaba a Fred, quien se lamentó una vez más por el dolor.
- ¡Con cuidado!- Intentó advertir Archie ante esto último.
- ¿Puede oírme señor, puede decirme como se llama?.

Para Archie Andrews este sería el episodio más duro de toda su vida. Y se repetía a sí mismo una y otra vez que su padre iba a estar bien, mientras se llevaba las manos a la cabeza y observaba como se lo llevaban, intentando seguirlos.

- Se llama Fred Andrews- Contestó por él.

Una tormenta de ideas y diagnósticos le siguieron, pero Archie no escuchaba nada. Nada hasta que el mismo enfermero que lo había recogido en un principio lo cogió del brazo y frenando su avance, le dijo:

 - Lo siento, pero tienes que quedarte aquí.

Entonces fue cuando de verdad sintió miedo, por que se quedó solo. Las puertas que conducían a quirófano se cerraron ante su cara y pudo ver, a través del cristal, como su padre se alejaba de él, sin saber si volvería a verlo, con vida.

Al otro lado de la ciudad, una chica dulce pero no menos inocente se acercaba a su heladería favorita al sonido de su canción, también favorita. Hoy sus padres no estarían en casa y había decidido darse un capricho para comer: Una hamburguesa con queso del Pop´s. Quiso salir temprano, por que sabía que la cafetería estaría llena en unas pocas horas y no la gustaba esperar.

Sin embargo, cuando cruzó de acera y vio el rastro de sangre que la huida de los Andrews había dejado a su paso, entró corriendo sin percatarse del gato que lamía uno de los charcos rojos que ahora inundaban la calle entre la fría nieve de invierno.


 - ¡Señor Pops!- Chilló mientras se apartaba los auriculares de las orejas. No pudo hacer otra cosa que lanzar un chillido ahogado y llevarse las manos a la boca al contemplar el panorama del interior del lugar- Dios santo…

Una figura emergió del interior de la cocina. Era Pop Tate, regente de la cafetería que por muchos años había dirigido su familia. Años de experiencia, pero nunca nada como aquello.

Llevaba en sus manos una fregona, enrojecida por la sangre escurrida y un cubo, mediante los cuales intentaba dejar atrás todo rastro de lo que había pasado, minutos antes en la heladería.

- Cecilia- Se sorprendió al verla, más no lo reflejó. Su mente, al igual que la de Archie Andrews, solo repetía el disparo.
- ¿Pero que ha pasado aquí?, ¿Qué es toda esta sangre?.

El mayor, intentó responder, pero no le salían las palabras. Era difícil explicar algo como esto.

[/size][/justify]
[justify][size=13]- Deja que te ayude.

Y sin importarle nada más, la recién llegada se quitó la chaqueta y se remangó el jersey, cogiendo la fregona que antes Pop sujetaba y poniéndose a trabajar sin hacer más preguntas.

Podrían haber pasado horas, por que era difícil eliminar algo que de sus mentes nunca se borraría. A pesar de sus avances y el color rojo desapareciendo de la madera, era olor a hierro, y sobre todo a muerte lo que dificultaba la tarea, pues se respiraba un ambiente siniestro y el miedo, era mutuo. Temían el regreso del encapuchado.

Por eso cuando las campanas de la puerta que indicaban la entrada de alguien nuevo al local, resonaron, ambos se tensaron y miraron a la puerta, rezando en sus mentes la imposibilidad de un nuevo homicidio.

Era Tara Yeller, a la que raramente se la veía por allí. Era vegetariana y no le iba mucho eso de compartir su espacio con gente menor a su categoría, por eso el Pop´s y ella no eran los mejores amigos. Sin embargo, hoy se había despertado con ganas de un batido de fresa y no había pensado en otra cosa hasta que cogió su descapotable rojo en dirección a la cafetería.

Cecilia y Pop soltaron un suspiro, agradeciendo en silencio mientras la morena inspeccionaba el lugar. El resonar de sus tacones acabó con el silencio que antes los presentes compartían, pero eso no impedía que la escena fuera menos tensa e incómoda.

Entonces hizo algo que a Cecilia nunca se la habría pasado por la cabeza. Se quitó el abrigo, aquel que podría costar perfectamente el doble de su casa y lo dejó suavemente sobre el suyo, mientras se acercaba a ella a paso firme y le decía seriamente, con la voz que imponía tanto como ella misma:
 
- Tráeme una fregona.

Jamás se la habría ocurrido que la diva del pueblo se le ocurriera coger un instrumento de limpieza en su vida, pero le dejó la suya, corriendo a donde sabía que estaba la cocina para coger otra nueva.

Esa mañana las miradas de Cecilia Y Tara se encontraron por primera vez y no sería la primera vez que compartían una conexión. Sin embargo, aún no lo sabían.

Entretanto, la cabeza de Tara solo podía pensar en acabar con este desastre lo más rápido posible. No lo había hecho por caridad, como pensaban sus dos acompañantes, sino en un intento de frenar un poco el pánico que enseguida se extendería por todo el pueblo. Si la muchedumbre llegaba y veía todo lo que ella estaba viendo, rápidamente se tomarían fotos y la noticia se extendería por todo el mundo.

No estuvieron solos mucho tiempo más, porque la campana volvió a sonar y alguien más entró. Un “dios mío” femenino hizo que tanto Cecilia como Tara levantaran la cabeza de sus quehaceres. La segunda soltó un gruñido y siguió con lo suyo, claramente molesta con la nueva presencia, sin embargo la restante sí que les mantuvo la mirada.

El señor Pop apareció por detrás, donde había ido, de nuevo, a cambiar el agua a su correspondiente cubo.

- Lo siento chicos- se disculpó- Hoy está cerrado. Ha habido…

Sin embargo fue interrumpido.

- Pop- declaró la rubia entre titubeos- Sabemos lo que ha pasado. Justo venimos del hospital.

Cecilia se sorprendió y temió, por que a pesar de la sangre, no se le habría ocurrido que fuese de otra persona que no fuera el atracador.

- ¿Quién está en el hospital?.

En ese momento fue ignorada.

- La cartera del señor Andrews está desaparecida- Miró a la preguntante, obviamente declarando que esa era la respuesta que buscaba.
- ¿Cómo está?
- Ya le han operado. Sabremos más cuando se despierte- Volvió a intervenir Betty.
- De acuerdo. La policía ya ha buscado, pero si queréis mirar otra vez estaba en ese reservado de allí.

Tara se dispuso, al igual que la chica de su lado, a avanzar hacia la dirección del reservado que el señor Pops estaba señalando. Por primera vez, su mirada cruzó con la de Jughead Jones, quien había sido su amor en un pasado, pero que ya no parecía tan lejano ahora que lo tenía tan cerca. Ahora no los unía nada mas que un pueblo, por que ni siquiera compartían instituto.

- Y, ¿Y que pasó Pops?- Preguntó el moreno tras desprenderse de la fría e incómoda mirada de ella- A tu entender.

Se sentó en uno de los reservados cercanos y lo miró directamente, por primera vez. Mientras, su novia buscaba lo que habían venido a hacer allí, la valiosa cartera de Fred. El dueño del local también despego la vista de aquel reservado para dirigirla al suelo, donde todavía se encontraba el último charco de sangre.

- Ojalá lo supiera- Se lamentó- En cuanto dejó de apuntarme con el arma, que dios me perdone, me escondí- Admitió negando con la cabeza- Ni recuerdo llamar a la policía, pero supongo que lo hice.

El anciano volvió al trabajo con la fregona, supongo que para intentar acabar con la vergüenza que aportaba su última confesión. No podía mirar a la cara a aquellos chicos, a ninguno de los cuatro. Se sentía un cobarde.

- ¿Cuánto dinero se ha llevado ese desgraciado, Pop?
- Ni un penique.

Ahí fue cuando Tara se sorprendió.

- Lo sabía- Declara Jughead mirando de nuevo a Betty, que por su expresión no había encontrado la cartera- ¿Qué clase de atracador atraca una cafetería y no se lleva ni un solo dólar?
- No era un atracador- Interviene Pop, por primera vez con la cabeza alta desde la entrada de la pareja- Este restaurante ha sido atracado muchas veces. Hasta nos han tirado ladrillos a las ventanas durante los disturbios. He mirado a muchos matones a los ojos, pero este hombre- se detuvo por un momento y continuó- Tenía otro objetivo más oscuro. Como si el ángel de la muerte hubiera venido a Riverdale.
Ginger
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Mensaje por Ginger Sáb 14 Abr 2018, 12:29 pm

Código:
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Mensaje por Ginger Sáb 14 Abr 2018, 4:24 pm

Capítulo 2
Cuando Tara maquina algo, siempre se sale con la suya




Parecían haber pasado siglos desde que Black Hood había disparado a Fred Andrews. El asesino se movía rápido y dispersaba el pánico a la misma velocidad en cada rincón de Riverdale. Numerosas víctimas habían caído en sus enredos, pero mientras que algunos yacerían por siempre bajo tierra, aquellos más suertudos que habían conseguido escapar gozarían de estrés post traumático para el resto de sus vidas. Como era el caso de Archie Andrews, el cual se acostaba cada noche con una pistola debajo de su almohada a la espera del menor indicio de amenaza y, al igual que Black Hood, había decidido impartir la justicia por su mano creando una defensa a la que había nombrado Círculo Rojo. Sin embargo, las reacciones que había levantado la cuadrilla eran completamente distintas a las que había imaginado el pelirrojo en su cabeza.

–Deja de hacerte el héroe, Archie, vas a conseguir que te expulsen –le reprimió su novia, Veronica, en las mesas exteriores en la hora del descanso–. Nadie quiere más violencia ahora mismo, sino sentirse seguros y en paz.

–El Círculo Rojo sirve exactamente para eso; queremos que la gente esté segura y por eso vamos a ir a por Black Hood y atraparlo de una vez por todas –replicó Archie. A la luz del día se apreciaban mejor las medias lunas de debajo de sus ojos que indicaban su cansancio. Parecía que no había dormido bien desde hacía semanas.

Su novia puso los ojos en blanco.

–Nadie se siente a salvo con un grupo de chicos de apenas dieciocho años. Sé más realista y deja que el Sheriff Keller haga su trabajo –casi le suplicó, y miró a Betty, sentada a su lado con la cabeza apoyada entre sus dos manos–, ¿no crees, Betty? –intentó buscar apoyo en su amiga.

Betty alzó la cabeza, de repente consciente del lugar y con quién estaba. Estaba encogida en sí misma y se veía pálida como la cera, con un aspecto no mucho mejor que el de Archie.

–Eh, sí, claro –intentó contestar como si nada, pero la voz le salió rota. Carraspeó–. Es mejor que no te expongas demasiado, Archie. Recuerda que aún estás en peligro.

Archie pareció escuchar sus palabras, pero Veronica la miró de reojo, no muy convencida del estado de ánimo de su mejor amiga. Sabía que le sucedía alguna cosa: ayer por la noche no le contestó los mensajes y había estado toda la mañana evitándola. Parecía no poder ni mirarla a los ojos.

–¿Betty, te encuentras bien? –preguntó Ronnie.

Betty asintió repetidamente con la cabeza, de manera nerviosa.

–Sí, bueno, es que es todo lo de Jughead... –se excusó. Veronica se replanteó la posibilidad de que la estuviera mintiendo, pero recordó lo unidos que estaban Jug y ella, así que decidió no darle más vueltas a la cabeza y dejar a su amiga su tiempo para recuperarse de la ausencia de su ex-novio.

–Hola, hola, hola –canturreó Cheryl llegando a su mesa junto a Tara, que se miraba las uñas rosas con desinterés–. Espero no estar interrumpiendo una conversación demasiado interesante, aunque si es así tampoco me importa; he estado pensando en ir de fiesta en el Shantay para celebrar la llegada de tu invité spécial, Nick St. Clair –miraba a Veronica con interés–, ¿me equivoco?

–Oh, en realidad no hace falta, Cheryl –contestó Veronica esbozando una pequeña sonrisa–. Os iba a contar que he organizado una pequeña fiesta esta noche en mi casa para que lo conozcáis. Nick es un gran amigo mío y un excelente caballero –señaló, alzando las cejas de manera insinuante hacia Cheryl, a la que veía bastante interesada–. Tú también estás invitada, Tara –se encogió de hombros–. Por si quieres venir.

Tara, al igual que Betty, pareció confundida ante las palabras de Veronica. No es que su discusión de hacía unas semanas tuviera algún tipo de relativa importancia –puesto a que lo realmente extraño era el día en que no discutían–, pero Tara nunca habría imaginado que Veronica la considerase parte de su grupo de amigas.

Cheryl, por otro lado, parecía encantada.

–Allí estaremos –sonrió con suficiencia y echó para atrás su cabello en un rápido ademán provocando que sus grandes tirabuzones rojos rebotaran por su espalda–. Vamos, Tara, tenemos que ensayar la nueva coreografía para el partido del sábado y tiene que salir todo perfecto.

–Estoy que me muero de impaciencia –murmuró Tara con sarcasmo. Tara era la única amiga de Cheryl a la que no sabía cómo mangonear dado su carácter salvaje y altivo, por lo que la trataba como una igual a pesar de sus deseos de ser la única reina de hielo del instituto.

–Yo creo que no podré venir al partido –soltó Archie, que había permanecido inquietantemente serio y callado durante todo el rato–. Mi padre quiere que lo ayude en su trabajo y ya me he saltado los últimos dos fines de semana.

Veronica le rodeó el cuello con el brazo en un gesto cariñoso.

–Vamos, Archiekins, llevas toda la temporada con muchas faltas, seguro que tu padre puede sobrevivir sin ti unos días más.

–No sé, Ronnie, no quiero dejarlo solo.

Veronica se apartó y frunció el entrecejo. Tara la imitó y añadió palabras a la reacción.

–No puedes estar toda la vida encima de tu padre por miedo, Archie. Tienes que intentar dejar correr todo eso... lo que sea que estés haciendo. Tu padre va a estar bien –le aseguró, en un tono de dureza que fue aflojándose en la compasión. Tara tenía pocos amigos, pero Archie siempre había estado allí para ella. Se había criado con él y Betty, aunque ella sí que le había fallado. ¿Pero Archie? No, él nunca. Él la comprendía mejor que nadie, al igual que ella a él. Eso pareció pasar también por la mente de Archie, por lo que se le relajaron un poco los músculos de la cara y consiguió dejar ver que tenía dos cejas en vez de una.

–Ya hablaremos de eso después –dijo Tara, y sin esperar respuesta alguna de Archie cogió a Cheryl del brazo y fueron al interior de la escuela mientras hablaban de la inclusión de nuevos pases de baile. Se despidió con un: "hasta luego" que accedía entre líneas a la invitación de Veronica y se perdió detrás de las puertas de cristal de la entrada.







A Tara no le gustaban demasiado las fiestas. El ruido, la gente hablando, los patéticos juegos entre personas ebrias eran considerados elementos perfectos para sus peores pesadillas, sin embargo, y paradójicamente, en esas mismas fiestas se encontraban también las actividades que más gustaban a Tara: el baile, el sexo y las peleas. En casa de los Lodge, Veronica les había prohibido poner la música demasiado alta y no había nadie suficientemente interesante con el que pudiera divertirse, por lo que Tara empezó a pensar que sería una de esas noches infinitamente largas y aburridas hasta que, ensimismada como estaba en su ponche de cereza, no se dio cuenta de que estaba sucediendo una pelea real en frente de sus narices.

–Betty, ¿qué demonios estás diciendo? –dijo Archie, estupefacto.

–¡Lo que todos estamos pensando! –contestó ella–. Que por lo único que Veronica se junta con nosotros es por la circunstancia. Ella no es nuestra amiga. En el minuto en el que alguien de su pasado de mierda viene, ella empieza a usarnos por drogas, por música o distracción, y ¿por qué deberíamos sorprendernos? Tal padre, tal hija, ¿o no?

Tara prestó atención, sorprendida de que fuera la voz de Betty la que atacaba a Veronica, quien estaba colocada al lado de Archie, al igual que estaba colocada de Jingle-Jangle.

–Será mejor que cierres la boca, Betty –le contestó su ¿amiga? con frialdad.

–¿O qué, Veronica? ¿Tu padre me pegará o lo harás tú misma? Porque puedes haberlos engañados a todos, pero a mí no. intenta reformar lo que quieras, pero eres una mala persona, Veronica. Siempre serás una mala persona.

La música house seguía sonando de fondo, pero todo el mundo estaba callado, en silencio, expectante a cada detalle de esa épica pelea. Tara estaba entre asombrada y que no cabía en sí de felicidad: ¡por fin se revelaba la verdadera cara de Betty Cooper!

–¿Por qué no te vas, entonces, si soy tal monstruo? –dijo Veronica, intentando parecer seria pero con dolor acentuando sus facciones. Lo siguiente que se oyó fue el portazo que dio Betty al cruzar la sala y la risotada de Tara en voz alta.

–Perdón –se disculpó, aunque aún con una sonrisa en la comisura de los labios que no reflejaba más que el sentimiento opuesto.

Veronica intentó recomponer la compostura y sonrió a sus invitados, que seguían petrificados en la misma postura.

Show must go on –anunció con fingido entusiasmo–, hemos venido aquí para divertirnos, ¿no es así?

Pero la misma inquebrantable Veronica se derrumbó y las lágrimas empezaron a caer precipitadamente por su rostro a la vez que daba media vuelta y corría a encerrarse a la habitación más próxima, seguida de Nick St. Clair, al que Tara supuso que había ido detrás para consolarla.

A su lado, Archie se dejó caer en el sofá y casi hizo derramar parte del ponche fuera del vaso de Tara.

–No sé qué le pasa a Betty; lleva unos días actuando de forma muy extraña. Hasta Jughead me ha contado que casi nunca se ven y que ella lleva días comportándose como si no estuviera bien...

–¿Jughead y Betty tienen problemas? –preguntó Tara, interesada.

Archie meneó la cabeza, suspirando.

–No empieces otra vez con eso Tara, Betty y Jug se quieren, aunque ahora no sea el momento. Pero tú desperdiciaste tu oportunidad hace tiempo.

Tara rodó los ojos.

–No desperdicié nada, estaba convencida de que era asexual o algo parecido. Nunca lo había visto estar atraído por una mujer –que también podía traducirse como "nunca lo vi morirse por mis huesos y eso significa que o es gay o  asexual".

–Pues entonces le espera un largo tiempo solo en el nido de serpientes –comentó el pelirrojo.

–¿Solo? –repitió Tara.

–Solo –confirmó Archie–, pero volverán. Es cuestión de tiempo.

–Sí, claro. Cuestión de tiempo.

Y a pesar de sus inocentes palabras, la mente de Tara Yeller empezó a revolver recuerdos, sentimientos y a dejarse llevar por los pinchazos de excitación que se clavaban en la parte baja de su vientre. Y cuando Tara maquinaba algo, siempre se salía con la suya.






Última edición por Ginger el Dom 15 Abr 2018, 1:30 pm, editado 2 veces
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Touch of Evil || Riverdale Empty Re: Touch of Evil || Riverdale

Mensaje por Drea. Dom 15 Abr 2018, 1:03 pm

Capítulo 3
Oh, dios mío. Betty.



Desde que Jughead Jones estaba en proceso de convertirse en serpiente, Cecilia se encontraba mucho más cansada. El disparo de Capucha negra al padre de Archie Andrews había sido el principio, y no solo de sus crímenes contra supuestos pecadores, en los que se encontraban el asesinato de la antigua profesora de música del instituto, la señorita Grundy y el tiroteo a dos alumnos, Moose y Mitch (que por suerte, seguían con vida con algunas secuelas) sino que en un cerrar de ojos, la vida en Riverdale se había vuelto una locura. Las sospechas del pelirrojo por encontrar al responsable y la creación del círculo rojo no había hecho otra cosa que aumentar la tensión entre norte y el sur, como si la cuerda no se pudiese estirar más. Las pintadas, las amenazas con armas y la difusión llegaron a provocar una pelea impresionante, serpientes contra Bulldogs, que Verónica Lodge tuvo que frenar antes de una segura desgracia, mediante sin más ni menos un disparo, que sirvió a todos como recordatorio de la necesidad de un final que a pesar de ser a manos de la misma arma, una pistola, nunca tuvo un principio en común.

La noche siguiente no fue menos tranquila, pues fue el escenario de la segunda prueba de Jughead como aspirante. Había superado las anteriores sin problemas, pero la más dura era la final y la morena dudaba de la resistencia de él para superarla. No por su falta de capacidad, claro que no. En estos días había establecido lazos con Jones y  sabía que podía llegar tan alto como quisiera, sin embargo temía por él, por que sabía que la piedad no era precisamente sinónimo de serpiente y la debilidad tampoco.

Tantas noches seguidas de insomnio  estaban pasando factura y se notaba en las grandes ojeras que colgaban de los ojos de Cecilia Torres, que parecía dormirse en cada esquina que encontraba. Iba despeinada, llevaba un calcetín de cada color y llevaba en la mano su tercer café barato de máquina, pero sabía que no podía perder ninguna clase más si quería mantener la beca académica que la mantenía en el Northside High y el instituto era importante para ella y su futuro, si quería tener alguno.

Se dirigía al aula del periódico del colegio, el Azul y Oro, para comunicarle a Betty Cooper que su novio había salido airoso de su segundo desafío (por petición personal de Jughead) por que sabía que el tema la tenía preocupada. No todos los días alguien se interna en una banda criminal y sale vivo en el intento, por lo que podría considerarse un motivo para celebrar y eso es lo que iban a hacer, si justo se encontraba allí cuando llegara. Cuando cruzó la esquina y llegó al pasillo correspondiente, vio desde lejos la puerta abierta y se felicitó a sí misma por la suerte. Pero cuando se disponía a entrar, escuchó voces y prefirió quedarse fuera, por que la conversación parecía ser bastante importante.

- Te he mentido...- Escuchó decir a una voz femenina- cuando me preguntaste si había vuelto a llamarme.

Era Betty, quien parecía estar más apagada de lo costumbre. El tono le flanqueaba y tenía que hacer pausas para respirar, por lo que Cecilia dedujo que había estado llorando.

- Capucha Negra me dijo que tenía que sacar a Verónica de mi vida- hizo una breve pausa y tomo aire, como si lo que estuviera a punto de decir fuera algo que la recorriese por dentro- Y ahora quiere que haga lo mismo con Jug.

En ese momento, no entendía nada.

- ¿Y por qué no me lo dijiste?- Preguntó la segunda voz, que ahora sabía que pertenecía a Archie Andrews. Sonaba Enfadado, preocupado. Algo había tenido que haber pasado antes.
- Por que sabía que intentarías disuadirme- replicó ella entonces, ya llorando como al principio.
- Tienes razón, ese fue mi error.

La morena oyó pasos hacia la puerta, por lo que intentó escapar de la situación avanzando hacia la fuente de agua que tenía en frente para tener una coartada de su cercana posición (sobre todo la de sus orejas) en la discusión entre los dos amigos, pero el sonido del marcar de las teclas de un teléfono y de otra persona, deteniendo al primero, la hizo retroceder y quedarse donde estaba.

- Archie, ¡No llames!, ¡No llames!- suplicó Betty en un tono mas elevado que el usual en el resto de la conversación- ¡Escúchame!. No ha atacado ni asesinado a nadie- titubeó- Desde que empezamos a hablar. Creo que esto es una distracción para él.
- Betty, te está torturando. Te ha hecho herir a tu madre, a Verónica. ¿Y ahora a Jughead?- Prácticamente gritó, como si la situación lo estuviese desesperando- Vas a herirle a él y a tí misma, ¿Por esto?.

Durante unos breves momentos, solo oyó el sonido del llorar de la rubia, pero el silencio se vio compensado por el ruido de todos los pensamientos que de repente, se acumularon en su cabeza para dar lugar a una sola teoría. Estaba sorprendida, sí, muchísimo. Nunca se habría imaginado que la actitud de Betty con el resto pudiera ser debida a las vacías amenazas del que llamaban "Capucha Negra" y menos que la estuviesen haciendo pasar por una situación tan lamentable, una a la que jamás pensó que la crueldad de ese hombre pudiese llegar. Se vio a sí misma compadeciéndola y queriendo entrar en la habitación, pero de momento prefirió seguir escuchando.

- Esperaba que lo hicieras tú.

Ahora la verdadera bomba llegó a Cecilia, que tuvo que taparse la boca con la mano izquierda para reprimir un sollozo mientras se apoyaba contra la pared, incrédula con todo lo que estaba oyendo. El silencio que llego después solo sirvió para aumentar la tensión en la escena, hasta que Archie Andrews, supongo que tras recuperarse de la sorpresa murmuró:

- ¿Qué?
- Tal vez, podrías decirle que necesitamos separarnos por un tiempo- pronunciaba a ritmo lento. De nuevo el hablar le costaba, por que tenía que detenerse ante cada nueva palabra que obviamente, habría querido desear que nunca hubiese brotado de su boca. 

A estas alturas, la morena quería marcharse. No por que no le interesase la conversación, sino por que no podía seguir escuchando. No conocía mucho a la pareja, pero tenía la sensibilidad suficiente como para que el tema le afectase, teniendo en cuenta que el final de su relación iba a ser debida a terceras personas y ninguno de ellos lo quería.

- Cualquier cosa para que no se acerque a mí y apacigüe a Capucha negra- siguió insistiendo, con la voz entre cortada.
- Betty..- intentó interrumpir el pelirrojo. Pero ella continuó.
- No tiene que ser nada cruel, solo lo suficiente para que Jug se lo crea.

Eso sonaba más a un intento de disminuir el dolor que la recorría por dentro. Creía que si lo hacía de una manera más débil, lo dañaría menos y todo sería más fácil, pero no sabía cuán equivocada estaba.

- Podemos explicárselo todo luego- siguió hablando, ante el silencio de Archie. Intentando convencerlo.
- Esperas poder hacerlo- la interrumpió.
- No- declaró firme- Podré hacerlo. Podemos- se detuvo para tomar aire- Y lo haremos.

Ahí fue el momento donde más lastima sintió Cecilia, por que entendió que Betty solo buscaba esto como algo temporal, pues daba por hecho que Jug la perdonaría si le explicaba el otro lado de la historia. Ella, por otra parte, no lo creía tanto.

- Por favor Archie...- susurró ya totalmente desesperada- No puedes abandonarme.

Entonces fue cuando escuchó de nuevo una presencia que se acercaba la entrada y intentó disimular tocando a la puerta, habiéndose frotado antes los ojos con la chaqueta, para poder eliminar todos los restos de lágrimas y la prueba de que llevaba allí mas tiempo de lo que creían.

- Betty...- Intentó hablar, intentando parecer serena- Jughead me ha dado un recado para tí.

Y como sí no pudiese haber pronunciado un nombre y excusa peor, aunque fuese cierta, Archie miró a su amiga una última vez para después fijarse en la recién llegada, que todavía intentaba morderse el labio para no temblar de la impresión que le había causado oír toda la conversación. Se despidió de ambas antes de desaparecer de la escena.

- ¿Cuánto has oído?- La preguntó entonces la rubia sentándose frente al escritorio repleto de ejemplares del último número del periódico, que justo incriminaba a su madre.

Como quería hablar del tema con ella, confesó.

- Creo que todo- murmuró- En serio, lo siento. No tenía ningún derecho a saber nada de esto.
- Ya no me importa- se llevó las manos a la cabeza y apoyó los codos en la madera, evitando la mirada de Cecilia.- Solo quiero que me seas sincera como ya nadie lo es y me digas si es culpa mía que todo esto esto esté destruyéndome.
- Nada de esto es por tu culpa...- intentó tranquilizarla- Pero creo que deberías parar toda esta locura.

La tomó del hombro, haciendo que esta se sobresaltara y levantara la vista, mirándose ambas a los ojos por primera vez.

- Sé que solo intentas evitar que haya más crímenes y que nunca le harías daño a Jug a propósito, por que sé que lo quieres. Pero tienes que entender que aunque seas la persona más inteligente que conozco y posiblemente también la más valiente, por que esto que estas haciendo no lo hace cualquiera por amor, todo esto te queda grande. No por que no seas capaz de enfrentarte a ese tarado de capucha negra, sino que no deberías hacerlo sola. Te has aislado de tus amigos, de tu familia, y ahora de tu novio. Pensarás que no te queda nadie, pero quiero que sepas que aunque parezca mentira, las serpientes escuchamos. Las serpientes peleamos y también defendemos a quienes nos importan, a muerte -recalcó- Hay demasiadas cosas de ti que admiro y lo que has hecho hoy es una de ellas. Creo que en este momento no me importaría luchar por ti y tu causa, Betty Cooper. Solo espero que lo aceptes.

Y sin decir nada más, ambas se fundieron en un largo abrazo en el que la buena de Betty pudo sacar de sí todos los sollozos y la rabia escondidos ante todos que ahora, sumida en el apoyo de una desconocida, no le había costado mostrar. Y esta Desconocida, que todavía tenía reciente su historia, acumulaba odio en su interior. Rabia ante la injusticia y venganza contra Capucha negra.

Horas después y al otro lado de la ciudad, la misma Cecilia intentaba olvidar por un momento lo ocurrido para centrarse en su cometido en la fiesta. Intentaba andar entre toda la gente que la rodeaba, todos personas importantes, esquivando al centenar de camareros que ofrecían champaigne en todo momento para buscar al señor Lodge, que se suponía que tendría que haber llegado ya.

"- Acuérdate de no perderle de vista- insistió su madre, mientras la ofrecía los pendientes que tendría que colocarse para la ocasión- No podemos fiarnos de él
- Pero, ¿Para qué es exactamente esa fiesta?.
- Es algo llamado "SoDale", en fin, la inauguración de su nuevo proyecto- respondió- Nos ha contratado a nosotros, los serpientes como el equipo de seguridad. Lo que me parece extremadamente raro.
- ¿Pero no es precisamente él el que no soporta a los serpientes?- preguntó, ya con los pendientes puestos, con mucha curiosidad, mientras se levantaba y seguía a su madre hasta la puerta de la caravana.
- Pues sí, y por eso tienes que asegurarte de que no sea una excusa para darnos caza- suspiró y miró a su hija a los ojos- Estás preciosa. Sé que no te gusta inmiscuirte en estos asuntos, pero tienes que hacerme un favor. No puedo estar en dos sitios a la vez y necesito que le guardes las espaldas a tu madre. Si tienes algún problema estaré por los alrededores- intentó tranquilizarla, para que disminuyera la gravedad de la situación- ¿Lo harás?.
- Te llamaré si tengo algún problema."

El recuerdo de la conversación con su madre se reprodujo en su cabeza y se convenció a sí misma de concentrarse más. Tras unos breves minutos, lo encontró hablando con su mujer, Hermione Lodge, vestida en un precioso vestido blanco y fijó la mirada en ellos, lo que haría durante todo el tiempo que estuviese allí. Vio a su hija, Verónica Lodge, acercarse a ellos y también marcharse cuando vio aparecer al quien según tenía entendido, era Nick Saint Claire, hijo de los futuros inversores del proyecto. Luego su mujer se fue a hablar con el padre de Archie y la sustituyó el padre de Betty, quien parecía cercano al señor Lodge y eso atrapó la atención de Cecilia, pero solo hasta que la madre de la misma, Alice Cooper, entró en escena.

- Oh, Dios mío- murmuró Cecilia de la sorpresa, pero con una sonrisa en los labios.

Llevaba un precioso mono corto rojo, con capa, de estampado serpiente lo que acompañaba un colgante de oro del mismo animal. Demostraba poderío, demostraba elegancia, pero sobre todo demostraba no tener vergüenza alguna sobre su pasado y eso fue lo que a ella más le gustó. Miraba a todos con desdén y superioridad, por que obviamente ninguno de los invitados (que no le podían despegar la vista de encima) le llegaba a la suela de los tacones, que también llevaba. Su marido se acercó a ella, también impresionado.

- Alice...
- Cállate Hal- Respondió ella, mientras cogía una copa de Champaigne y se alejaba, a paso rápido.

Cecilia rió más que nada por el ridículo en el que había quedado el padre de Betty, pero pronto volvió a fijar su atención en el señor Lodge, que estuvo hablando con sus futuros inversores, los Saint Claire, antes de subir al escenario.

Sin embargo, volvió a distraerse cuando vio a Cheryl Blossom entrar a la fiesta para después saludar al hijo de estos últimos con evidente entusiasmo. Hasta ahí le pareció todo normal, pero empezó a sospechar cuando la ofreció una copa y le pareció ver que algo se hundió en ella. La pelirroja se la bebió, feliz por el detalle hacia ella de un chico tan guapo, pero Cecilia sospechó, y tras el breve brindis del sr. Lodge, decidió  prestar más atención a la pareja de ahora en adelante.

Bailó durante el espectáculo de Verónica, Josie y las Pussycats, pero su preocupación iba en aumento por que a cada minuto que pasaba, veía a Cheryl más inestable y más mareada. Se soltaba de los brazos de Nick, que casi no podía sujetarla y la oía decir que estaba bien, pero ni ella misma se lo creía. No se acercó, por que podría ser un breve mareo o una simple borrachera y enseguida se le pasaría, pero cuando les vio marcharse juntos, no dudó en seguirlos.

Los persiguió de cerca, el como la conducía a su hotel, cercano a la carpa de la fiesta y la metía en una habitación, dejándose por descuido la puerta abierta. Observó con cuidado como la dejaba sobre la cama, casi inconsciente y se quitaba la chaqueta, pero antes de que la situación avanzase aún más se abalanzó sobre él y lo agarró por detrás, alejándolo de la chica y dándole el mayor puñetazo que había dado jamás.

- ¡No la toques!- Le chilló mientras lo empujaba hacia la pared- Grandísimo hijo de puta, ¡Te arrepentirás de haber nacido!

Nick, sorprendido ante la nueva presencia en la habitación y de que fuera precisamente una chica quien le estuviese atacando , intentaba defenderse, pero no pudo hacer mucho contra Cecilia, que obviamente no se iba a detener y sabía muy bien lo que hacía. Le propinó otro puñetazo, él intentó darle otro, pero ella lo esquivó, mientras chillaba otra serie de insultos que precisamente no eran del oír de todos los públicos. Nunca pararía, por que estaba luchando con rabia, y ese era el mayor incentivo en una pelea. Lo abofeteaba por Cheryl, lo agarraba por Betty y no se detenía por ella misma, y el resto de chicas del mundo que habían sido violadas y nunca tendrían una defensa como aquella.

En el momento más oportuno, llegaron Verónica y las Pussycats, y adivinando la situación, se unieron a ella para darle la paliza de su vida a Nick Saint Claire, quien acabó en el suelo suplicando por ayuda mientras que Josie corría a ver el estado de su amiga Cheryl, quien todavía seguía en un profundo estado de trance. Esto no sirvió para detener a las chicas, que siguieron dándole patadas sin importar nada más. Querían venganza, que en este caso no se servía en un plato frío, sino en uno bien caliente.

Pronto se quedó inmóvil, y le dieron la vuelta, para ver su rostro tranquilo, aún lleno de golpes. Se miraron unas a otras en un silencio que se tradujo en un "todo ya ha terminado" y hubo sorpresa al reconocer a Cecilia, a la que nunca creerían capaz de hacer algo como aquello. Pero las había demostrado todo lo contrario.

Poco después, Archie y Betty llegaron. Cheryl ya se encontraba consciente y como se espera de cualquiera ante esta situación, no podía dejar de llorar. Las pussycats intentaban consolarla, pero no surgía ningún efecto, por que un trauma así obviamente no se olvida en un minuto para otro. Cecilia, de pié en una de las esquinas de la habitación, las observaba en silencio, no queriendo interrumpirlas. Tampoco sabía que decirle a la pelirroja, por que tampoco eran amigas. Sin embargo no quería marcharse, no hasta que se asegurase de un mínimo bienestar.

- Si no hubierais venido vosotras...- intentó hablar Cheryl, con la voz entre cortada.
- ¿Donde narices está?- la interrumpió Archie, con los puños apretados.
- No hace falta que vayas de héroe Archie. Cecilia y las Pussycats ya me han salvado- respondió, sin dejar atrás su sarcasmo habitual. Ni en una situación como aquella parecería débil.
- Me siento tan mal con todo esto...- murmuró verónica, negando con la cabeza. Al fin de al cabo, Nick era su "amigo" y ella había la forzado a que lo conociera, en la fiesta- Nick, es un monstruo, y seguramente haya hecho esto antes delante de mis narices.

Archie se acercó a ella e intentó consolarla, acariciándola el hombro.

- No es culpa tuya, verónica- intervino Betty por primera vez.

Cecilia vio como la mirada de las que habían sido las mejores amigas se encontraron por primera vez desde la pelea, y para disipar la tensión, decidió expulsar un poco de su rabia mediante palabras:

- La culpa es de ese cabrón de mierda. Cheryl- Se dirigió hacia ella y la cogió las manos entre las suyas, mirándola a los ojos- yo ya le he pegado. Le he dejado la nariz seca de tanto sangrar y lo volvería a hacer, otra vez si tú quieres. Pero tienes que denunciarlo. No por ti, sino por todas las chicas que podrían sufrir lo mismo que tú algún día a manos de ese desgraciado.
- Quiero denunciarlo- musitó con rabia, mientras apretaba el agarre entre ambas- Quiero que Nick lo pague. Que sufra. Que se queme en el infierno.

Y ante la mirada de todos los presentes, rompió en llanto. Y su fortaleza, de la que antes disfrutaba y usaba como fachada ante los demás se rompió por primera vez, por que ninguna piedra puede soportar, por más dura que sea, los eternos golpes del martillo.

Después de asegurarse de que Cheryl estuviese bien, Cecilia recibió la llamada de Toni, que la informaba del éxito de Jughead como recién estrenado serpiente y la animaba a que se pasase por el bar un momento para que, de camino a casa le llevara a él en un favor, una crema antinflamatoria para su nuevo tatuaje. Su amiga estaba trabajando y no podía salir, y por eso lo hizo, al igual que muchas veces la pelirrosa había hecho cosas por ella.

Casi a media noche y con los tacones en la mano, se dispuso a tocar la puerta de la caravana de Jughead con la única mano que le quedaba libre, y como no contestaba y sentía que tenía la confianza suficiente, entró.

- ¿Jughead?- Habló, mientras se asomaba en un primer lugar, para después entrar completamente- ¿Jug?.

Nadie contestaba.

- He tenido un día de mierda, por favor, sal.

Entonces se acordó de que probablemente Archie habría realizado el encargo de Betty y lo había dejado por sorpresa, por lo que se imaginó que estaría en su habitación, destrozado por la noticia. Lo imaginó llorando y lleno de golpes por la iniciación, así que se enterneció un momento y pensó un momento en que podría hacer o decirle para hacerle sentir mejor.

Sabía donde estaba su cuarto, por que ya había estado allí antes. Así que cuando alcanzó la puerta, la deslizó hacia delante suavemente con el temor de que estuviese dormido, o no quisiera ser molestado. Sin embargo, la escena que se encontró era más bien distinta de la que había imaginado. Jughead estaba allí, sí. Pero no estaba solo. Compartía un beso (y otras cosas) de lo más apasionado con alguien, pero no podía verle la cara. Solo hizo falta que él apartase la mano de su pelo para que alcanzara a ver una maraña de rizos negros, como el carbón, que solo podían recordarla a una persona, Tara Yeller.

Con cuidado, con el mismo con el que había entrado, salió sin ser vista, caminando hacia atrás como si el timpo pudiera retroceder y pudiera nunca haber visto lo que acababa de ver. En un descuido, el frasco de vaselina se la cayó al suelo, mas sin hacer ruido, pero dejando una prueba de que obviamente, alguien había entrado.

Y así como otra noche como las anteriores, Cecilia Torres no pudo dormir. Pero esta vez si estaba en su cama, si la tapaban sus sábanas. Estaba en su casa, sola, nadie podría molestarla. Pero un sentimiento, la culpabilidad, se encargaba de desvelar sus noches, de inundar su mente y de repetir en su cabeza "Oh dios mío, Betty".
Drea.
Drea.


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Mensaje por Ginger Dom 15 Abr 2018, 3:59 pm

Capítulo 4
Palabra de Boy Scout


Tara, sentada en la cama tambaleante de su acompañante desde hacía unos minutos, se encontraba desconcertada. Llevaba años con la espina de Jughead Jones clavada en las entrañas, y sin embargo, apenas se había esforzado para conseguirlo. Al enterarse de su inevitable ruptura con Betty, simplemente había tenido que plantarse delante de la puerta de su remolque y tocar la puerta. No había impuesto resistencia alguna. Y tampoco es que se pudiera quejarse, pues estaba sorprendida de sus habilidades como amante, además de las de caballero, ya que la dejó su camiseta para que no pasase frío y la abrazó durante toda la noche. No habían habido palabras, solo contacto, pasión, y por lo que había podido deducir Tara, una profunda tristeza en sus actos. No la había mirado en los ojos en ningún momento, como si al toparse con sus ojos castaños hiciera desvanecer la fantasía de tener a unos azules debajo suyo.

–¿Quieres desayunar? –oyó la voz de Jughead desde la cocina, separada por unos pasos de ella–. No tengo demasiado, algunos cereales y pan seco.

Tara se levantó con la camiseta de algodón rozándole los muslos y caminó hacia donde estaba él.

–¿Me ves con cara de desayunar cereales refinados o pan blanco en mal estado a primera hora de la mañana? –preguntó con una sonrisa, y se desperezó con un gran bostezo que subió ligeramente la camiseta. Jughead se fijó en las largas piernas bronceadas de Tara y fue cuando pareció darse cuenta de lo que habían hecho anoche. Un poco tarde por no haber intercambiado una palabra en la vida y de repente verse amaneciendo juntos.

El chico se pasó las manos por su cabello negro, liberado por su habitual gorro estrafalario.

–Oye, Tara, sobre lo que pasó ayer...

Tara lo interrumpió con un ademán que no admitía excusas.

–Déjalo, Jug, no espero a que te plantes de rodillas y me propongas matrimonio. Ha sido divertido; hacía tiempo que quería hacerlo para sacarme las ganas de encima y tú querías desahogarte después de tu ruptura con Betty. Los dos hemos acabado ganando –dijo, cogiendo su ropa y vistiéndose con soltura mientras iba hablando–. Pero te aconsejo que no vuelvas a intentar acostarte con alguien para olvidarla. No funciona y puedes acabar un día llenando el paño de lágrimas de alguna pobre chica que solo quería pasar un buen rato –lo miró a los ojos–. A nadie le gustan los pesados.

Jughead tomó el consejo rápidamente y se lo hizo suyo. ¿Por qué debería dudar de la rompecorazones de Riverdale? A nadie le gustan los pesados. Y tomó la decisión de que no iría detrás de Betty.


–Y ahora vamos a desayunar –Tara esbozó una sonrisa que marcó sus hoyuelos–. Me muero por un batido de Pop's.






Jughead y Tara se encontraban uno delante del otro en las mesas de estilo rockabilly de Pop's, comiendo sus respectivos pedidos. Para Tara, un batido de vainilla con unas galletas de canela y para Jughead, dos hamburguesas completas con patatas fritas y un batido de chocolate.

–No sabía que las hamburguesas podían ser un desayuno –comentó Tara ante el banquete de Jughead.

Él mordió una patata frita.

–Las hamburguesas pueden ser lo que tú quieras que sean.

Tara soltó una risotada relajada, sin ser consciente de que unas mesas más allá, Archie Andrews y Betty Cooper los estaban observando. Habían quedado para ponerse al día con lo de Black Hood, pero desde que habían visto a la pareja, su mirada y total atención estaba dirigida a ellos.

–Con qué rapidez me ha sustituido –dijo Betty con frialdad. Archie se compadeció de ella, aunque se esforzó para que no se reflejase en su rostro. Era evidente que Tara y Jughead habían pasado la noche juntos. Conocía a Tara, sus intenciones, al igual que la debilidad que se apoderaba de Jug cada vez que estaba triste, pero no podía decírselo a su amiga.

–Solo son amigos, Betty.

Betty meneó la cabeza, con lágrimas nublándole los ojos.

–No me trates como si fuera estúpida. Tara es guapa y la carne es blanda. Fin de la discusión –y se levantó, dejando su plato a medias y saliendo por la puerta con cuidado de no ser descubierta.

Archie no fue detrás de ella. En cambio, permaneció en su asiento intentando averiguar cómo desharía ese lío. Jughead no sabía que Betty lo había dejado por una amenaza de Black Hood, sin embargo, cada vez veía menos probable que se reconciliaran cuando supiera el motivo.




–¿Tus padres no querrán saber dónde estás? –le preguntó Jughead, asegurándose de que Tara quería de verdad entrar en el refugio de los serpientes. A pesar de que no habían saltado chispas, con el tiempo que habían pasado hablando habían descubierto una conexión que, si bien no los unía el romance, los unía una incipiente amistad. Sus diferencias eran notables, pero Jughead había descubierto la inteligencia de Tara y ella había sacado con facilidad la parte incomprendida que los dos compartían. Y aunque Jughead ya no tenía ningún prejuicio con el que apoyar sus desconfianzas, sabía que sería mucho más difícil para sus compañeros. Tara tenía toda la personalidad serpiente que todo miembro desearía tener, sin embargo, su etiqueta no decía más que: norteña rica hija de un renegado.
Y no gustaba. Para nada.

–Mis padres no saben dónde estoy durante la mayor parte del tiempo. Tienen cosas más importantes que hacer –respondió como si nada, pero su voz escondía una nota de rencor teñido de un verde intenso.

Jughead se encargó de asegurarse otras tres veces más, pero ante la insistencia de la morena no tuvo más remedio que abrir la puerta y bajar escaleras abajo, donde la oscuridad y las luces artificiales iluminaban esa especie de bar de mala muerte con mesas de billar y música heavy metal. Tara no reflejó el menor atisbo de sorpresa cuando la mirada de todos los Serpientes se encontró con la de ella, observándola con confusión antes de pasar rápidamente al desdén. Lo que sí que la sorprendió, aunque no debería porque ya tenía conocimiento, era la presencia de Cecilia Torres junto a una chica y tres chicos más. Era una Serpiente, pero desentonaba tanto con su alrededor que era imposible no fijarse en ella.

–Hola –le saludó Tara, a lo que Cecilia respondió con un saludo de mano un poco torpe. También parecía extrañada de verla ahí, la líder del instituto de Riverdale High rodeada de lo que ella parecía despreciar más. Pero justamente así era, simplemente parecía, porque aunque los padres de Tara se volverían locos si supieran donde se encontraba su hija, a Tara siempre le había atraído el mundo del sur. Incluso a pesar de no poder mostrarlo en público si quería mantener su reputación. Por eso lo siguiente que hizo cuando se dio cuenta de que todo el mundo la conocía y hablaría de ella, fue hacer una cara de asco sublime, como solo ella las podía bordar.

–¿Qué hace ella aquí, Jones? –preguntó el chico alto y de pelo negro, mirándola de arriba a abajo con la peor de las miradas.

–Es una amiga, Sweet Pea –se limitó a contestar, y Tara percibió cómo Cecilia bajaba la mirada al suelo y jugaba con la punta de sus zapatos desgastados. Parecía avergonzada.

–¿No llevas ni un día dentro del grupo y nos metes a una norteña aquí? Te estás jugando que te arranque ese tatuaje que llevas en el brazo –volvió a decir el chico. Los dos otros chicos la miraban atentamente, pero no dijeron nada. La tensión parecía ser exclusiva entre Sweet Pea y Jughead.

Tara alzó una ceja perfectamente delineada y colocó sus brazos en jarras.

–No olvides que en teoría se mantiene una paz entre el norte y el sur, así que por cuestiones legales tengo el mismo derecho que tú a estar aquí. Incluso sin la maldita serpiente tatuada –chasqueó la lengua–. A no ser que lo que quieras decir es que queréis romper acuerdos y traspasar límites.

Cecilia ya había estado esperando a que saliera con alguna de sus reprimendas. Tara le daba un poco de miedo y si se tenía en cuenta que ella no era alguien fácilmente impresionable, el resto de la pandilla no deberían sentirse menos intimidados.

Sweet Pea ensanchó las aletas de su nariz, furioso, y le dio la espalda como una muestra de tolerancia hacia Tara aunque no la aceptase.

–Tall Boy ha llegado a un acuerdo con los Ghoulies, los distribuidores de Jingle-Jangle –anunció Cecilia con voz clara, intentando desviar la conversación. Se consideraba Serpiente Blanca y no participaba en los asuntos del grupo, pero tenía conocimiento acerca de todo lo que pasaba y dejaba de pasar, y era una fuente fiable de información–. Lo único malo es que es a cambio de parte de nuestro territorio y de que se comercie Jingle-Jangle entre Serpientes, por lo que reduciríamos metros y estaríamos más expuestos a la policía, pero ellos nos dejarían en paz.

Tara intuyó que el tal Tall Boy era el hombre adulto que sobresalía en medio del corrillo de personas vestidas con las mismas chaquetas de cuero y botas militares. Tenía barba y el pelo grasiento y canoso que complementaba su rostro amargo y demacrado.

Jughead no pareció estar de acuerdo en absoluto.

–¿Estás loco? –le reprochó, alzando la voz–. Es un acuerdo de mierda. Mi padre ha luchado demasiado duro para conservar cierta dignidad; no podemos aceptar esto. Sería como besarles el culo y dejar que nos pisotearan.

Tall Boy entornó los ojos claros.

–FP ya no lidera el grupo y tú aún menos. Como su mano derecha, me pertenece a mí tomar las decisiones que afecten al futuro de los Serpientes.

–Al menos déjame hablar con mi padre, él nos puede dar consejo –contestó Jughead, manteniendo la calma para conservar su tono neutro. Tara pensaba que Jughead era aceptado sin dificultad por los miembros de su grupo, pero al parecer mantenía cierta tensión con algunos miembros.

Una chica castaña con mechas rosas apoyó a Jughead.

–Puede darnos una segunda opinión, Tall Boy. Es mejor que no nos precipitemos cuando hagamos negocios.

Tall Boy frunció el ceño y lo consideró durante unos segundos, antes de asentir con la cabeza con desgana.

–Pero que conste que la última opinión la tomaré yo –avisó, y dio media vuelta para abrirse paso hacia la barra de licores, dejando a Jughead discutiendo con sus compañeros. Tara, sacando su instinto de supervivencia, se fue acercando poco a poco a Cecilia hasta acabar a su lado. No habían hablado desde el incidente de Fred Andrews y Tara no había pensado que volvería a suceder otra vez en su vida, pero ahí se encontraba, intentando mimetizarse en un entorno que era tan diferente a ella como el agua y el aceite. Y dado que Jughead se encontraba demasiado ocupado hablando con el resto del grupo, Tara se pegó a Cecilia por el simple motivo de ver una cara conocida.

–Hola –repitió lo que ya había dicho y Cecilia le dirigió una pequeña sonrisa, antes de seguir hablando con Sweet Pea y otro chico que había oído que se llamaba Fangs por las contestaciones de ella. La chica de pelos de color violeta se había ido con Jughead para continuar la discusión, por lo que se quedó cara a cara con el último chico, el cual desconocía el nombre. Se estaba liando un cigarrillo y tenía cara de importarle todo una mierda, y Tara no pudo evitar pensar que estaba enfrente del hombre más guapo que había visto nunca. Tenía las facciones cinceladas en ángulos rectos y unos ojos azules que parecían atravesar mareas. Por primera vez sintió envidia de un cigarro por estar entre esos labios carnosos.

No dudó en sacar sus herramientas de flirteo y convertirse en la Tara que solo hacía pocas horas que había activado.

–Cecilia, ¿no me presentas a tus amigos? –preguntó Tara en un tono que parecía asegurar una relación de amistad entre las dos que nunca había existido. Cecilia, cada vez más confusa por la actitud de Tara, se encogió de hombros y le fue recitando cada uno de los nombres sin saber su propósito.

–Ese es Sweet Pea –el chico ni se immutó–, Fangs, Toni, que está por allá –señaló a la chica que había ido a hablar con Jug–, y Ayax –señaló a este último, que simplemente la observó un segundo antes de volver a centrar la atención en su cigarro–. Y chicos, ella es Tara.

Solo Fangs correspondió su saludo, que parecía más sociable que el resto. Tara carraspeó.

–Entonces, ¿de qué lado estáis? –preguntó–. ¿Tall Boy o Jughead?

–¿Tenemos que decírtelo voluntariamente o nos lanzarás una querella por negarnos a explicar nuestras movidas a una del norte, que ni le va ni le viene? –para su sorpresa, Ayax fue el que respondió en un tono parecido al que Sweet Pea se había dirigido hacia ella. No era la primera vez que Tara se enfrentaba a insultos o humillaciones, de hecho, eran su especialidad, pero normalmente sucedían después de algo que ella había hecho. Resultaba desconcertante que la tratasen con semejante desprecio sin conocerla–. Anda y vete con tus papis, no eres bienvenida aquí, aunque Jughead diga lo contrario.

Cecilia abrió los ojos, sin esperar ese tipo de reacciones de sus amigos. Siempre habían sido tan cariñosos y amables con ella que no le había pasado por la cabeza que pudieran ser distintos con alguien más. Y menos con Tara, que solía despertar reacciones completamente opuestas en los hombres.

–Tranquilos, Tara es amiga mía –mintió para proteger su pellejo–. Os aseguro que no dirá absolutamente nada de lo que escuche hoy aquí –y la miró, a la espera de que coincidiera con ella.

–Palabra de Boy Scout –dijo Tara con una mano en alto y reluciendo la sonrisa que todo el mundo consideraba adorable.

Ayax la escrutó durante unos segundos, y cuando pareció estar a punto de decirle algo, soltó un suspiro y meneó la cabeza.

–¿Sabes qué? Da igual –y tiró el cigarro al suelo, apagándolo con la suela de su bota negra–, de todas maneras ya me iba.

Y se largó sin más, desvaneciéndose como humo entre el resto de Serpientes hasta que Tara lo perdió de vista. A esas alturas ni siquiera sabía decir si lo que había visto era una ilusión, pero sin duda le había dejado un amargo sabor de boca.


–¿Palabra de Boy Scout? –murmuró Tara–. ¿Es lo mejor que se te ocurre?




Ginger
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Mensaje por Drea. Lun 16 Abr 2018, 4:58 pm

Capítulo 5
Algunas veces, los riesgos son peores que los posibles beneficios. 


- ¿Cómo que una carrera de coches?

Cecilia apartó el algodón del enrojecido tatuaje de Jughead, mientras lo miraba con sorpresa. Él, por su parte, se dedicó a encogerse de hombros, disminuyendo la gravedad de la situación.

- Mi padre nunca permitiría una alianza con los espectros. Siempre han sido nuestros enemigos- dijo, fuertemente convencido- nos están invadiendo. Parece que nadie excepto yo se da cuenta.
- Pero Jughead- intentó intervenir la morena- ¿No crees que tu reacción es algo excesiva?. Los serpientes ya han traficado con drogas antes. 

El mencionado la observó, con incredulidad, como si acabara de escuchar el más grande de los insultos. Cecilia, por su parte, empezó a cubrir de nuevo a la serpiente que ahora se encontraba en su brazo.

- Nunca dejaré que los serpientes se rebajen. Deberías saberlo.
- ¿Y que les has ofrecido a cambio si perdemos?.
- El White While, y más terreno para comerciar- respondió, mientras terminaba de colocarse de nuevo la ropa.

La morena se levantó de un salto del sofá y lo apuntó con el dedo, mientras lo fulminaba con la mirada. Sus ojos, acusadores, lo miraban sin poderse creer lo que acababa de decir.

- Jughead Jones- farfulló con los puños apretados- ¿Has perdido nuestro lugar de reunión?- prácticamente gritó.
- ¿Crees que voy a perder?- insinuó él, alcanzando su tono de voz- ¿Tan poca confianza tienes en mí?.
- No es que no la tenga, Jug- se llevó las manos a la cabeza y empezó a andar en círculos por la habitación, nerviosa- Es que hay una posibilidad de que lo hagas. Y bastante probable, por cierto- se detuvo y lo miró, para darle a entender que todo lo que decía iba enserio- Por que los espectros son conocidos por hacer trampas.
- No dejaré que lo hagan. Creo que tengo la suficiente inteligencia para valerme por mí mismo, gracias.

Chilló desesperada y lo agarró fuertemente del brazo, apartándose este en un manotazo. El tono de voz subía por segundos. 

- Eres un inconsciente. ¿Sabes que todo esto puede costarte la vida?- recalcó, totalmente desesperada- ¿De lo que podrían hacerte si ganas?- siguió insistiendo- ¿Crees que van a rendirse sin más?. Si pierden, no aceptarán el trato y estaremos igual que antes. Y tú, por meterte donde no te llaman, a lo mejor dentro de un pozo.

Al oír esto último el chico rió, provocando que aumentara aún más el enfado en su acompañante, quien parecía echar humo. Cecilia veía muy claros los riesgos, pero parecían ser invisibles para Jughead.

- Y verás cuando se enteren los demás- declaró, mientras cogía rápidamente sus cosas, dispuesta a irse. No soportaba su actitud- Quiero ver como conservas la cara después de esto- lo observó por última vez, lleno de moratones y heridas que minutos antes también había tenido que curar- aunque peor no la puedes tener, claro.

Entonces a paso rápido salió de la caravana de su supuesto amigo, cerrando la puerta de un portazo. El moreno observó como se alejaba por la ventana y por primera vez pensó que Cecilia escondía más carácter del que demostraba y se preguntó el por qué. No encontrando de momento respuesta alguna, comprendió que sería una muy buena persona sobre escribir, por que todo en ella era un auténtico misterio.

En ese momento, la chica se dirigía al bar de los serpientes. Necesitaba a su amiga Toni, más que nada para despotricar sobre los nuevos acontecimientos provocados últimamente por el nuevo recluta y que en realidad, afectaban a todos los serpientes. Ella misma no se consideraba una, pero todas las personas de su alrededor sí y sentía que el problema la inmiscuía directamente. Cuando llegó, bajó las escaleras casi corriendo y  sintió alivio cuando vio a la pelirrosa en la barra.

- Dile a tu amigo Jughead que deje de dar por culo, dios- farfulló mientras se sentaba en uno de los pequeños taburetes rojos. Se llevó las manos a la cabeza para después apoyar ambas partes del cuerpo en la madera- No sé que hacer con ese chico, trae demasiados problemas.  

Toni rió, comprendiendo a su amiga.

- Digamos que es demasiado emocional- intentó justificarlo de algún modo- pero no actúa con malas intenciones. Solo quiere lo mejor para los serpientes.
- ¡Pero si ni siquiera es uno!- Toni arqueó las cejas, con burla- Vale sí, pero no del todo. Su iniciación no fue hace más de dos días y ya se cree el defensor supremo del pueblo- Cecilia resopló, molesta- Ese chico tiene que aprender a controlarse.
- Se siente responsable al estar FP en la cárcel- aclaró, suavemente. Intentaba no aumentar el enfado de su amiga- Intenta tranquilizarte.

Sin embargo, consiguió totalmente lo contrario.

- ¿Como quieres que me tranquilice?- respondió en un tono demasiado alto. Muchos de los serpientes desviaron la atención de sus quehaceres, centrándola en ella- Ese estúpido ha apostado este lugar en una maldita carrera de coches. Ni siquiera sabe si va a poder ganar- continuó - Y encima será contra los espectros, que ganen o pierdan conseguirán todo lo que quieran. Será mejor que me despida de la cerveza con miel- se quejó.

En ese momento, al no escuchar respuesta o defensa por parte de su amiga, levantó la cabeza de la barra y analizó su rostro, que ya no la miraba a ella, sino a un punto del fondo. Había dejado el trapo con el que fregaba a un lado y estaba totalmente estática, así que al no comprender por qué, Cecilia siguió la trayectoria de su mirada. Un segundo después se arrepintió de haberlo hecho.

- ¿Que Jughead Jones ha hecho qué?.

Un grito masculino resonó entre las cuatro pareces, acabando con el silencio que antes las precedía. Pertenecía a uno de los jugadores que antes se entretenían con el billar, pero que ahora apretaba los puños con furia y la miraba directamente. Cecilia se estremeció al reconocerlo y respiró dos veces antes de contestar, por que prácticamente estaba temblando. 

- Que Jughead ha apostado contr...
- No si ya te he oído, niña- interrumpió él, echándose a andar hacia ella- Solo me preguntaba que clase de mente descerebrada había roto el trato que tanto me había costado conseguir y lo había sustituido por este, obviamente mucho peor- se detuvo cuando la tuvo en frente y la miró, intensamente a los ojos- veo que ya tengo la respuesta.

Cecilia no pudo soportar el contacto visual con él mucho más, y por eso se miró los pies, que en ese momento golpeaban levemente una y otra vez el suelo. A pesar de las muchas disputas que habían tenido antes, nunca se acostumbraba a ese azul y ese marrón tan intensos. Cuando la miraba de esa manera, sentía que la perforaba el alma.

En pocos segundos, recobró algo de valor y continuó con la discusión.

- Tu trato también era una mierda, Damien. Íbamos a perder de todas maneras- continuó- Por lo menos con la idea de Jughead tenemos una oportunidad, por muy mal que me parezca.
- Creo que no tienes mucho derecho a opinar, renegada- sonrió, irónicamente- No eres una serpiente. No sé ni por qué estas aquí- Algunos de los presentes asintieron, de acuerdo con él.
- Este es un sitio público- farfulló, recordando las palabras de Tara Yeller horas atrás- Tengo el mismo derecho a estar aquí que tú.
- Yo no lo veo tan claro- intervino entonces él, con aparente aburrimiento. Pero todo era ironía, un recurso para dejarla mal enfrente al resto- Pero si quieres discutir, diría que la carrera de ese amigo tuyo nos traería más problemas, de no ganar,  que lo que yo había acordado, unas mínimas pérdidas. No se tú, pero yo no le veo muchas posibilidades. A veces, los riesgos son peores que los posibles beneficios- Se burló, ante su silencio- métete en tus asuntos, Cecilia Torres. Aquí no tienes nada que hacer.

Parecía que la victoria del enfrentamiento se la llevaría Damien, pero ella no era la típica que se retiraba humillada con el rabo entre las piernas. Así que recogiendo el poco orgullo que le quedaba y con la frente en alto, le respondió mientras caminaba hacia la salida.

- Gracias, pero decidiré yo misma lo que me conviene o no- hizo una pausa y giró la cabeza, mirando de nuevo dentro del local y a él, el dueño de sus pesadillas- Te veré en la carrera. Espero que sepas encontrar una pala para enterrar tu dignidad cuando Jughead gane. No sé, aunque te quede tan poca.

Y ante la incredulidad de todos y sobre todo la de él, tras terminar de subir las escaleras que llevaban a la calle, Cecilia dio el segundo portazo del día. Sin embargo, llevaba una preciosa sonrisa en los labios, por que por primera vez disfrutaba ante él el sabor del triunfo. Y que bien sentaba, si habías tardado tanto en conseguirlo.

Horas después, la tan esperada carrera comenzaba. Había muchísima gente, también del norte lo que la sorprendió de gran manera. Cuando supo que todos iban de parte de los serpientes, sintió por primera vez una unión entre ambas partes de la ciudad y disfrutó de ello, mientras buscaba a sus amigos. Había tantas chaquetas de cuero que no distinguía las suyas, pero cuando visualizó a Tara Yeller y a Cheryl Blossom sentadas junto a los demás en el capó de un coche, no tardó en acercarse, midiendo bien lo que iba a decir.

- Hey- saludó, mientras todo el grupo la observaba.
- Cecilia- respondió betty con sorpresa, sonrió y la abrazó por los hombros- Pensaba que no te metías en asuntos de serpientes. 
- Pues pensabas mal- se burló Tara. Betty rodó los ojos y se limitó a ignorarla. Saltaban chispas entre esas dos. De repente, los ojos de la morena se ampliaron, al recordar algo y le dedico la sonrisa más grande que había visto en ella jamás- ¿Han venido contigo tus amigos?.

Al adivinar sus intenciones, Cecilia igualó su sonrisa y le guiñó un ojo, gesto que no pasó desapercibido para el resto.

- Sí te refieres a Ayax, sí. Pero no lo encuentro.

Tara, al conocer su nombre, lo susurró, sientiéndolo por primera vez en sus labios. Por otro lado, Cecilia se acercó a Cheryl, que había estado ignorando completamente la conversación actual y se dedicaba a comparar la cantidad de ganado masculino que había en el lugar. La morena carraspeó y con ello atrajo su atención.

- No sé si te molestará hablar del tema, pero me gustaría preguntar si estás bien- temió por una de sus clásicas respuestas, pero la que dio la sorprendió aún más.
- Gracias, Cecilia. Ya me has salvado una vez, pero no necesito que me protejas más las espaldas. Estoy bien, mi madre dice que ha sido un incidente, y estoy de acuerdo. Volvamos a nuestras vidas- y a continuación le dedicó la sonrisa más falsa que había visto en su vida, pero para no incomodarla, se limitó a decir:
- Como quieras.

En ese momento, Tall Boy se colocó en el lugar central y dio dos palmadas antes de gritar a los cuatro vientos:

- ¡Venga!. ¡Vamos allá!

El líder de los Ghoulies se acercó a la posición de salida. Llevaba el pelo negro rizado suelto y vestía una chaqueta con tachuelas. Cecilia lo despreció aún más, por que así vestido parecía que se estaba burlando de lo que seguramente sería su victoria. Todos a su alrededor lo aclamaron

- No es en la carrera de Drags en la que siempre me imaginé- intervino kevin, atrayendo las miradas de todos los del grupo- Pero al menos los tíos están buenísimos.

Cecilia rodó los ojos al saber a quién se refería.

- Eso sí que es un buen manjar- se relamió Tara- Sin embargo creo que voy por un premio mayor- continuó mirando a Ayax, que ya había visto a Cecilia y caminaba hacia ellos, junto a Sweet Pea.
- Está controlado Ronnie- escuchó decir a Archie.
- Tu vuelve conmigo. Si es posible de una pieza, Archiekins.

Empezaron a besarse fugazmente, por lo que apartó la mirada no queriendo incomodarlos. Sin embargo, encontró que sus amigos se encontraban a su lado y sonrió al encontrarse más respaldada con ellos, pues no tenía mucha confianza con el grupo anterior. 

- No sabía que habías llegado- Ayax la saludó el primero y la abrazó ligeramente por los hombros. Tara, al escuchar su voz, se acercó hacia él.
- Ha pasado tiempo ya, Ojos azules.
- Solo 4 horas- respondió él, molesto.
- Me gusta que cuentes el tiempo que pasamos separados- Cecilia rió y fue acompañada por los demás, lo que Ayax sintió como una humillación- Se te hará eterno.
- Más eterno se te hará a ti que tus intentos me hagan efecto, será mejor que te sientes a esperar.
- ¿Y por qué no esperamos mejor juntos?- Tara se mordió el labio, imaginándoselo- Ya sabes, solos, en mi casa. 
- Será mejor que te quites esa idea de la cabeza- y apartándola de su camino, se dirigió hacia el coche que no sabía aún si iba a conducir.

En ese momento, Cecilia sintió como alguien la abrazaba por detrás y depositaba un beso en la cabeza. Deduciendo que sería Sweet Pea, sonrió.

- Hola, Guisante.
- ¿Que haces aquí?, Pensé que no venías- El chico no la soltó, sino que la dio la vuelta, pudiendo comprobar todos como se iluminaban sus ojos al verla.
- Tengo una apuesta que ganarle a Damien- respondió, alejándose un poco. A veces la hacía sentir incómoda.
- Ya te he dicho que no me gusta que te metas en líos con él.
- Y yo te he dicho y le he dicho a él que sé lo que me conviene- respondió ella, un poco molesta por su excesiva sobreprotección.

Su conversación había atraído la atención de todos los presentes, pues pocos habían visto al moreno preocuparse de alguien más que de sí mismo. Mas o menos lo conocían, por la pelea contra los bulldogs y las amenazas hacia Archie. Nunca se imaginarían que un chico como aquel pudiese demostrar tanto afecto en alguien como Cecilia, que ni siquiera habían visto junto a él ninguna vez. Tara, adivinando el por qué, sonrió para sus adentros al localizar el punto débil de alguien nuevo y no tardo en hacerse ver y usar con él de nuevo su lengua viperina:

- Creo que deberías dejar a Cecilia un poco libre, Sweet Pea- le molestó. Descubrió que le encantaba hacerlo.- Tener un pájaro en su jaula no es la mejor manera de que te quiera- dijo en un tono un poco más bajo, pero que él escuchó- No eres tu padre, y creo que nunca querrías serlo.

Lo vio murmurar un insulto y enrojecer y Tara no pudo contener la euforia que le suponía haberle marcado un tanto al amargado. 2-0, dulce guisante.

-¡A por ello!- Oyó decir a Tallboy. Esa era la señal de que la carrera comenzaba y todos olvidaron lo que estaban haciendo para ver a los competidores entrar en los coches, donde cada quien animaba a su favorito- ¡Los coches a la pista!.

Cecilia distinguió a Archie, Jughead y Ayax meterse en el coche después del clásico apretón de manos entre los líderes de ambos equipos. También vio a Damien, que la miraba fijamente desde el otro lado de la carretera. Le guiñó un ojo, demostrando que no estaba preocupada por los resultados. Jughead conducía y Ayax iba de copiloto. Sabía mucho sobre carreras ilegales y actualmente era el campeón, por lo que suponía un buen recurso si querían ganar. Ella los aclamó y aplaudió con ganas.

Toni se situó en medio de la pista, como siempre que daba el pistoletazo de salida. Sin embargo, esta vez Cheryl Blossom la siguió. Llevaba el pelo recogido y vestía de color rojo, al igual que el banderín que sostenía. A Cecilia no se le escapó como su amiga la escaneó con la mirada, deteniéndose en su culo.

- Normalmente siempre hago los honores- Dijo la pelirrosa en un intento de mantener su puesto.
- Hoy no, chá-chá- respondió alegremente, mientras se colocaba en el lugar que antes le había pertenecido a Toni-Nací para este momento.

El sonido de sus tacones resonó por la carretera, haciéndola ver todavía más imponente al lado de su rival, que rodó los ojos al comprender que había perdido, pero solo por esta vez.

Cheryl se dispuso a interpretar su papel como reina.

-¿Motores calientes y listos?- empezó a decir, seguida por el rugido de los motores de ambos coches. 

Lentamente, comenzó a ponerse las gafas de sol, para después, alzar los brazos hacia arriba, dejando al pañuelo volar libre al viento. Después los bajó, quedando con ellos en posición estirada, mientras ambos coches arrancaban y pasaban a su lado, despeinándola por la velocidad.

Todos corrieron detrás de ellos, sintiendo la adrenalina a pesar de no ser ellos quienes los conducían. Cecilia terminó al lado de Toni, a la que sonrió pudiendo burlarse por primera vez de ella mientras señalaba a la pelirroja con la cabeza. Ella negó, rodando los ojos, evidentemente molesta. Pero ella sabía que no había sido la única en notar su interés por Cheryl, o al menos, su atracción hacia ella.

Minutos después, cuando todos nos encontrábamos tranquilos en la pista, ya sea bebiendo algo o charlando en espera de la victoria, un chico de pelo largo corrió hacia nosotros y con todas sus fuerzas chilló:

-¡Todos fuera, están deteniendo a los espectros!

Cundió el pánico. Todos empezaron a correr en distintas direcciones y Cecilia, al no saber a donde ir, se agarró fuertemente del brazo de Sweet Pea, que es donde se sentía más segura. Pronto Tall Boy se acercó hacia ellos, también gritando ante el evidente escándalo:

- ¿Dónde está?- La chica se estremeció ante él, que la sacaba por lo menos un metro.

Su pregunta fue contestada enseguida, por que el coche de Archie y Jughead aparcó frente a él. Ayax salió del automóvil dando un portazo y chillándole al pelirrojo. Se notaba que habían venido discutiendo.

- Dios, menos mal, estás bien...- Verónica se lanzó a los brazos de su novio, que la abrazó con fuerza.
- Venga, ¡Vamos!, ¡Vamos!- Jughead empezó a cogerles a todos del brazo, totalmente histérico. Cecilia lo miró preocupada mientras intentaba arrastrarla- Tenemos que irnos ya.
- ¿Qué pasa?- intentó preguntar, pero la voz de Tall boy la eclipsó por completo.
- ¿Has llamado a la poli?-. 

Damien apareció a su lado y la morena lo miró, totalmente aterrada. En ese momento le importaba una mierda la apuesta.

- No querías aliarte con los espectros pero si con la poli, ¿Qué honor hay en ello?- gritó totalmente fuera de sí. Estaba completamente rojo y Jughead tuvo que apartarlo, por que parecía que iba a lanzarse cobre él.
- Cálmate, Tall Boy.

Sin embargo, estaba muy lejos de calmarse. Iba a explotar, y se notaba por el temblor que experimentaba su cuerpo, a cargo de la cantidad de rabia que sentía.

- ¿Crees que sabía que Keller estaría allí?- intentó tranquilizarlo. Pero fue interrumpido.
- Yo llamé a Keller- confesó Archie, apartando a su amigo de la vista del serpiente.
- Sí, lo hizo- farfulló Ayax, a su lado- claro que fue él.

Todos lo miramos asombrados. Por que no entraba en la mente de nadie llamar a la policía en medio de una carrera ilegal en la que estaban metidos todos. En ese momento Cecilia pudo comprobar por primera vez la estupidez de Archie y quiso darse una palmada en la frente.

- ¡¿Qué dices Archie!?- le preguntó Jughead, cuando se recuperó de la sorpresa- ¿Acaso te lo pidió mi padre?
- Esto se pone interesante- intervino Tara, apareciendo por primera vez en la escena. No había salido corriendo como el resto y ganó un punto con Cecilia por ello.
- No, fue idea mía- continuó el pelirrojo- para deshacernos de los espectros, ahora desaparecerán del mapa un buen tiempo- intentó defenderse.
- Dime, ¿Cuánto?, ¿Un mes?, ¿Tres meses?- contestó el moreno, totalmente enfadado y casi asustado- ¿Sabes que pedirán cuando salgan Archie?, ¡Tu cabeza!- lo apuntó con el dedo índice, empujándolo. 

Archie retrocedió dos pasos, pero no lo siguió cuando se subió al coche y arrancó el motor. Betty se apresuró a seguirlo, abriendo la puerta y mirando por última vez a su amigo antes de subir al coche con su descontrolado Ex-novio, al que más tarde le contaría la verdad.

Cecilia no pudo hacer otra cosa más que estremecerse y agarrarse del brazo de Tara, para sorpresa de esta. Las últimas palabras de Jughead se repitieron como un bucle en su cabeza, recordándola su conversación con él de esta mañana, encontrando con que tenía más razón de la que pensaba en un principio. Ahora, ambas bandas eran enemigas y nunca podrían coexistir. Reinaba el caos y todo no había hecho más que empezar. Todo explotaría cuando los espectros saliesen de la cárcel y encontraran a Jughead. Cuando la encontraran a ella. Miró por última vez los ojos de Damien y comprendió que él había perdido sin necesidad de ella ganar, por que todos lo habían hecho. Lo vio marcharse mientras entendía que, algunas veces, los riesgos son peores que los posibles beneficios. Mucho peores.
Drea.
Drea.


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Mensaje por Ginger Mar 17 Abr 2018, 2:55 pm

Capítulo 6
Gnossienne




–Estamos jodidos –murmuró Sweet Pea pasándole una cerveza rubia a Ayax, que estaba sentado a su lado en la taberna donde se reunían, el White While. De momento aún no lo habían perdido, pero era cuestión de tiempo que los Espectros les devolvieran la jugada por haberles engañado durante la carrera.

–Muy jodidos –reafirmó su amigo. Damien y Fangs se encontraban también sentados en la barra, creando una imagen casi cómica al estar por orden de altura sin haberlo planeado. Parecían cuatro niños castigados, pese a que vestían de cuero negro y llevaban un buen rato bebiendo alcohol.
»Y sabes que no me gusta haber nacido Serpiente –continuó Ayax. Sweet Pea asintió–, pero nunca me he podido permitir dejar de serlo. Mi padre lo es, mi madre lo era y yo lo soy; todos nuestros ingresos se deben a los Serpientes. Es lo único que tenemos. He acabado por aceptarlo y hasta agradecer tener una familia aquí –soltó un suspiro–. Ahora no sé qué va a pasar.

Damien dejó su cerveza sobre la barra y lo miró.

–Has cumplido siempre como miembro y nunca te has negado a hacer nada, aunque ser Serpiente no fuera lo que deseabas. No como otras –añadió por lo bajini–. Al menos si esto desaparece tendrás otras metas que cumplir: podrás continuar tus ambiciones, perseguir tu sueño, lo que sea. Pero los que estamos aquí porque nos hemos dejado la piel por entrar, si nos quitan eso no somos nada –y dio un trago a su cerveza.

Ayax meneó la cabeza.

–No lo entiendes. Aunque quiera nunca podré ser más que un Serpiente; nuestro instituto tiene a los profesores que han rechazados el resto de institutos, tiene las tasas de notas más bajas y el de menos inserción laboral. Cuando queremos un trabajo honrado nos miran por encima del hombro por haber sido Serpiente y tenemos que trabajar y sufrir el doble para conseguir lo que todos tienen sin haber hecho nada –parecía enfadado, pero sus palabras también se habían hincado a fondo en las cabezas de los otros, que asentían con rabia.

–Sí, y cuando lo consigues tu propia gente te rechaza por renegado –añadió Fangs, con un deje de ironía dirigido a Sweet Pea y a Ayax por haber rechazado a Tara por el simple hecho de ser una norteña con un padre desertor. Damien también lo oyó y no pudo evitar pensar en Cecilia.

Y como si sus mentes estuvieran conectadas, todos se encontraron pensando: "¿Es tan malo querer algo mejor y luchar por ello?"

Como si sus pensamientos las hubieran invocado, Tara, Cecilia, Toni y Cheryl entraron en el bar y se sentaron en una de las mesas roñosas de enfrente, sin darse cuenta ni siquiera de la presencia de los chicos. Las tenues luces del bar creaban efectos de claroscuro por encima de sus cabezas resaltando sus formas sensuales y las primeras notas de una canción lenta de R&B acompañaban sus gestos gráciles. Ayax la reconoció; Ex-Factor de Lauryn Hill, una de sus canciones favoritas. Sin el estrés de la carrera y con la calma del atardecer, los chicos podían apreciar la ropa que ellas llevaban; una mezcla de pin-ups de los años cincuenta mezclado con prendas actuales más informales que les quedaban como un guante. Si se hubiese hecho silencio absoluto en ese instante, se hubiera podido escuchar con claridad cómo todos los chicos menos Fangs –por cuestiones evidentes–, tragaban saliva a la vez.
Ayax se fijó en la blusa azul vichy de Tara que descubría sus hombros, con pantalones cortos tejanos de cintura alta y unos zapatos estilo flapper. Un pañuelo rojo ligado alrededor de su cuello le daba el remate final del estilo, y aunque Ayax no tenía ni idea del análisis completo de este último, lo único que sabía era que estaba preciosa y no le gustaba reconocerlo. Aunque de caras guapas he visto a montones, se recordó él, volviendo a centrar su atención en la cerveza que tenía entre las manos.

El grupo de chicas se había juntado después de la carrera al ser las únicas que se habían quedado cuando había llegado la policía para respaldar a los que competían, lo que resultó ser una sorpresa para todas ellas, aunque Cheryl y Tara se hubiesen quedado solo por Archie. O eso es lo que pensaban Cecilia y Toni. De todas maneras, a las sureñas les había aumentado su respeto por ellas y las del norte habían probado el veneno de las Serpientes y no querían dejarlo tan fácilmente.

–Me pregunto dónde habrá ido Jughead –comentó Cecilia–. Espero que no haya matado a Archie.

Tara puso los ojos en blanco.

–Pues se lo habría merecido. Mira que llamar al sheriff Keller... hay que ser tonto del culo –lo que sorprendió a las restantes, que creían que defendería a su amigo del norte a toda costa–. Creo que Jug se ha ido con Betty después de la carrera.

Cheryl alzó una ceja, insinuante, y soltó una risita.

–¿Jughead, eh? Quién habría creído que príncipe Hamlet llevaría a más de una loquita por sus huesos. Que es lo único que tiene, por cierto –Tara soltó una risotada, al contrario que Toni y Cecilia que no entendían su tipo de humor ácido. Cheryl dirigió su mirada directamente a Tara–. Por cierto, corren rumores de que te acostaste con él...¿eso es cierto?

–Cuando el río suena, agua lleva –contestó Tara con picardía–. Pero no hay nada entre nosotros. ¡Ni si quiera me la metió! Decía que quería reservarse –puso una mueca–. Quiere demasiado a Betty y lo respeto; yo soy un pájaro libre que ya ha puesto la mirada encima de otro espécimen –y dio un sorbo a su Cola Light, sin ser consciente que Ayax estaba solo a unos metros de ella.

Cecilia pareció tranquilizarse al escuchar sus palabras, lo que no pasó desapercibido por Tara. Sacó un pote de vaselina del bolsillo de sus pantalones y se lo tendió con una media sonrisa.

–Siempre te veo con esto encima. Con aroma a cerezas, mi favorito. Se te debió caer... por alguna parte.

Cecilia se sonrojó al entender que ella sabía que los había pillado antes que nadie. Cogió el pote de vaselina con rapidez y se lo guardó en el bolsillo interior de la chaqueta tejana.

–Mirad, ¿esos no son Sweet Pea, Damien, Fangs...? ¡Están todos! –exclamó Toni, señalándolos con el dedo. Los chicos se giraron al saber que habían sido descubiertos–. Venga, vamos con ellos.

–Cuánto entusiasmo –Cheryl puso los ojos en blanco, pero se levantó de la silla para seguir a las otras.

Tara, por otra parte, miró hacia donde el dedo de Toni señalaba antes de seguirlas. Cuando su mirada se encontró con la azulada de Ayax, quien parecía disgustado de verla allí, se levantó irradiando felicidad y fue hacia donde estaban las otras. Le encantaba que un chico se resistiera. Cuanto más difícil, más excitada estaba.

–Hola, guapetón –dijo Tara a una distancia mucha más corta de lo socialmente correcto, a lo que Ayax se apartó rodando los ojos. Tara, al contrario que todos los que habían cogido asiento, se sentó encima de la barra y cruzó las piernas–. Tranquilo, me las puedes abrir cuando quieras –y le guiñó un ojo al chico, que parecía no saber dónde meterse.

El resto, por el contrario, parecía divertirse con el coqueteo exagerado de Tara. Ayax siempre estaba muy solicitado: cualquier chica que le echaba un vistazo intentaba desesperadamente captar su atención, pero nunca parecía interesarse en ninguna de ellas. Tenía rollos de una noche, eso sí, pero solo con las que él quería y nunca pasaba a nada serio. Cecilia siempre había pensado que Ayax era un enigma sin descifrar, a pesar de comportarse como su hermano mayor y conocerlo como la palma de su mano. Por una parte, Tara, con su piel morena y sus preciosos rizos, le tendía un señuelo difícil de resistir, pero por otra parte, con Ayax tenía siempre una incertidumbre con la que nunca podía fiarse de su intuición porque podía acabar haciendo todo lo contrario.
Solo el tiempo lo diría.

–¿Y ahora qué haremos? –preguntó Toni al aire. Todos parecían pensar lo mismo, incluso aquellos que no eran Serpientes.

–Esperar, supongo –respondió Damien con voz ronca–. El líder de los Ghoulies está en la cárcel, pero aún puede dirigir desde allí, igual que FP. Puede pasar cualquier cosa.

–Estamos a una guerra a todas bandas –soltó Sweet Pea–. Con los del norte, con los Ghoulies, con Hiram Lodge, con Black Hood... No sé si saldremos de esta. Necesitamos hacer que nos respeten.

–¿Qué pasa con Hiram Lodge? –preguntó Tara–. Fui a su evento y a mí me pareció bien su proyecto en So Dale. Y por Black Hood no os tenéis que preocupar, solo asesina a los del norte –le recorrió un escalofrío por lo largo de su espina vertebral de forma imperceptible.

Ayax hizo una mueca y se bebió su quinta cerveza de un trago. No acostumbraba a beber mucho porque se ganaba la vida conduciendo, pero la ocasión lo requería. Necesitaba el licor para tragarse sus palabras.

–Como se nota que no tienes ni idea de nada –contestó Sweet Pea con acidez–. Hiram Lodge quiere a todos los Serpientes fuera. Ya se están oyendo rumores de que tiene tratos con la alcaldesa McCoy que incluye el cierre de nuestro instituto, subir los alquileres de los remolques, hacer que centenares de personas pierdan sus hogares... y a saber a cuento de qué. Por suerte, a Jughead le gustan las historias de misterio; esperemos que lo resuelva. Referente a lo de Black Hood...

–Referente a lo de Black Hood –interrumpió Ayax, que ya no tenía más bebida para mantenerse callado–, todos piensan que el asesino es un Serpiente porque solo mata a norteños, por lo que también quieren atacarnos. Al final todo está relacionado. Es tan molesto para nosotros como para vosotros.

–Pues si tanto os molesta haced algo para solucionarlo –respondió Tara cruzándose de brazos–. Si no decís nada, si no os rebeláis, aunque no sea vuestra culpa estáis dando la imagen de que ya estáis satisfechos con la situación. Pero si mostráis vuestro desacuerdo y explicáis cómo a vosotros también os salpica la situación tendrán menos motivos para culparos.

–¿Para qué? –dijo Ayax con amargura–. Nadie nos escucha.

–Bueno, yo os estoy escuchando –contestó ella–. Y ayer pensabas que nunca lo haría. No es tan difícil.

Ayax percibió por primera vez un chispazo de valentía detrás de esas largas pestañas, pero se convenció de que no era consciente de sus palabras.

–Actúa como una Serpiente y luego podrás decir lo que quieras, pero hasta que no estés en nuestra piel no nos digas lo que tenemos que hacer.

–Sé mudar de piel muy rápido, no me subestimes.

Toni interrumpió su pequeña discusión.

–En realidad manifestarnos sería una buena idea. Ser vistos y oídos. Venga, tenemos fuerza como grupo. Jughead lleva tiempo diciéndolo y creo que tiene razón; tenemos que ser escuchados para que no nos pisoteen.

El resto del grupo asintió, empezándose a replantearse la idea seriamente ahora que un Serpiente había aceptado la propuesta.

–Hablaré con Jughead –anunció Toni finalmente, levantándose de la silla y cogiendo su chaqueta del respaldo–. Os avisaré cuando hayamos decidido algo.

Los otros asintieron y Cheryl siguió a la figura de Toni con los ojos hasta que desapareció escaleras arriba, hacia salir del local.

Cheryl se expulsó migas imaginarias de sus pantalones rojos y acto seguido se levantó.

–Yo también me iré. Ha sido divertido –admitió–, pero como pase un segundo más en este antro me va a producir una reacción alérgica. Qué asco –miró a Tara–. ¿Vienes o te quedas?

Tara se encogió de hombros.

–Llamaré a un taxi, ve tranquila.

Cheryl dio media vuelta y se fue con el sonido de sus zapatos de tacón retumbando por toda la sala.

–Yo creo que me iré también –declaró Sweet Pea–. Mañana es lunes y toca clases –miró a Fangs y a Ayax–. Excepto Damien, que ya es un viejo demacrado, vosotros también deberíais iros hacia casa –Damien rió ante los comentarios sardónicos del resto sobre su edad. Tenía veintiún años, solamente dos años mayor que ellos, pero lo trataban como si fuera el padre del grupo–. ¿Cecilia, tú vienes? Te puedo llevar con la moto.

Cecilia juntó las cejas y miró con angustia a Tara, que parecía incómoda en ese momento. Todos se iban juntos y ella quedaría sola, esperando a un taxi fuera del recinto donde reinaba la oscuridad. Y todo el mundo sabía que era un riesgo que aceptabas correr cuando te exponías de ese modo.

–¿No podríamos llevar a Tara?

Tara cortó a Sweet Pea antes de que soltara un comentario sarcástico después de la mueca de fastidio que acababa de hacer.

–No hay problema, enserio –tranquilizó a la morena–. Mi taxi ya está viniendo.

Cecilia no pareció del todo convencida.

–¿Seguro?

Tara asintió esbozando una sonrisa reconfortante, agradecida porque alguien se preocupara por ella. Aunque solo conociese bien a ese alguien desde hacía dos días.

El grupo se levantó y se dirigió fuera del local. Tara se quedó de pie frente la acera con los brazos cruzados protegiéndose del fresco que arrastraba la ausencia del sol, mientras el resto del grupo se dispersaban hacia direcciones diferentes. Ayax vaciló unos segundos, pero al encontrarse sus miradas decidió que no sería buena idea quedarse a solas con ella. Se fue con los demás.

Tara se encontró completamente sola en pleno territorio de Serpientes. El aire era glacial, su cuerpo tiritaba de arriba a abajo debido a la ligereza de sus ropas y, a pesar de su permanente confianza en sí misma, Tara se sentía más desprotegida que nunca. La luna estaba apunto de desaparecer entre las nubes de ese cielo índigo y solo se oía el susurrar del viento corriendo entre calles desiertas. Si hubiera un momento idóneo para que Black Hood apareciera, sería este. Tara meneó la cabeza haciendo rebotar sus pequeños rizos; no se permitiría recrearse en esos pensamientos. ¿Qué probabilidades tenía de que la atacaran?

Como si se pudiera oler su miedo, el taxi que había pedido apareció en medio de la desolada carretera de la cual no había transitado ningún coche en los últimos quince minutos.

Tara soltó un suspiro, aliviada de no haber tenido que llamar a su madre a recogerla a las tres de la mañana. Según la versión que le había contado, Tara estaba en un ensayo del club de teatro para representar el musical de Grease, y para la madre de Tara todo era aceptable si le daban créditos a cambio. Era muy fácil engañarla.

–Gracias a Dios que ha llegado –dijo Tara al entrar en el vehículo–; ¿desde cuándo se tarda tanto para recoger a alguien a las doce de la noche? Si no hay nadie. Les valoraré solo con dos estrellas en su app.

Tara se recostó en el asiento de piel agujereada, tomando el silencio del conductor como si le diera la razón, y cerró los ojos mientras escuchaba la tonada relajante de Gnossienne No. 1 del compositor Erik Satie. La había estudiado tanto en sus clases de violoncelo que recordaba perfectamente cuál nota seguiría. De hecho, hasta conocía una anécdota que le contó su maestra cuando la empezó a aprender. Gnossiene viene de la palabra gnosis, que proviene de la corriente cristiana pagana llamada gnosticismo. Era una doctrina de raíces Platónicas y místicas que no aceptaba la salvación del ser humano mediante la fe en el perdón del sacrificio de Cristo, sino que los mismos tenían que salvarse a ellos mismos. Los gnósticos eran considerados herejes y se formaban en sectas en las que predicaban que el cuerpo era malo y el espíritu bueno, dando como resultado de esta presuposición a la creencia de que nada hecho en el cuerpo, aun las más grandes atrocidades, tenía importancia alguna, porque la vida real existe solamente en la realidad del espíritu. Cualquier cosa servía para la salvación del espíritu, incluso la muerte.

Fue entonces cuando Tara se dio cuenta de que el coche había parado y ella aún no había dicho hacia dónde tenía que ir. Con el corazón desbocado, miró al espejo del retrovisor y se encontró con unos ojos verdes intensos que le devolvían la mirada. Se le erizaron los pelos de la nuca. Los pestillos de seguridad se bajaron de golpe, confirmando las peores sospechas de Tara y empezó a gritar.






Ayax Rider creía que haberse quedado a solas con Tara habría sido una mala idea, pero dejarla completamente sola habría sido una estupidez. Y Ayax no era estúpido. Cuando todos marcharon, él se quedó junto a su Harley-Davidson plateada de segunda mano –arreglada con tanta cura por él que hasta parecía nueva–, en un punto muerto de la entrada para que Tara no le viese mientras él se aseguraba que estuviera bien. Mientras esperaba al taxi se fumó tres cigarros, revisó su móvil y hasta leyó una parte del artículo Men's Health que le había enviado Fangs en el que explicaba los beneficios de ponerse aceites esenciales en la cara cada noche. Siguió pensando que era demasiado gay. Más impaciente él que ella, justo cuando ya iba a salir de su escondite para ofrecerle ayuda a la pobre chica, un coche amarillo y sucio se plantó delante de la acera. Vio la expresión de alivio en el rostro de Tara, observando un destello de fragilidad en todo ese halo de seguridad que desprendía. Ya estaba arrancando la moto cuando, por curiosidad, se fijó en la matrícula del taxi para ver si la reconocía. Muchos Serpientes eran taxistas, al ser uno de los pocos trabajos que el ayuntamiento les permitía ejercer. Con cierta sorpresa, reconoció los número 40C-69 como la matrícula del taxi que utilizaba Preston, el hermano mayor de Sweet Pea, pero cuando observó con detenimiento al conductor, supo que no se trataba de Preston. También se lo confirmó su memoria, recordándole que los domingos eran su día libre.

Ayax entrecerró los ojos para ver mejor en la oscuridad, pero lo único que veía era negro y la silueta de Tara entrando por la puerta. Intentó mantener la calma y pensar que era uno de los compañeros de Preston que había tomado su coche prestado, pero se había encendido una alarma interior que no podía ignorar. Le mandó un mensaje a Sweet Pea y encendió la moto. Cuando el coche le llevaba unos metros de ventaja, arrancó y los siguió con disimulo.

Al principio seguían todo recto por la carretera principal, pero al cabo de unos minutos el taxi no había girado ni una sola vez y estaban a punto de llegar a Greendale. Estaba seguro de que Tara no viviría en Greendale, por lo que siguió conduciendo detrás de ellos hasta llegar al límite de las dos ciudades, en el bosque Eversgreen.

Ahora no solo le daba espina, sino que estaba completamente convencido de que Tara estaba en peligro. El coche dio un giro, adentrándose en las profundidades del bosque cuando se escuchó un grito ensordecedor. Ayax frenó de golpe y dejó la moto a la entrada del bosque de cualquier manera. Empezó a correr hacia el coche, conservando cierta distancia para que Black Hood no lo viera a él también. Vislumbró el coche a unos metros de él y se escondió detrás de un grueso roble, donde sacó su móvil y vio el mensaje de Sweet Pea reluciendo en su pantalla,  confirmándole que ni Preston era el conductor, ni lo había dejado a nadie, hecho que ya había dado por supuesto desde hacía rato. Sin querer perder más tiempo, le envió otro mensaje a Sweet Pea que simplemente ordenaba en pocas palabras: Llama a la policía, Black Hood tiene a Tara en Eversgreen, dirección río Sweetwater. Si llamaba él, lo más probable es que lo oyeran y no se lo podía permitir cuando la vida de alguien dependía de su rápida actuación en el momento adecuado. Y es lo que estaba esperando.

El hombre vestido de negro, corpulento y encapuchado como describían los periódicos, salió del asiento conductor y abrió la puerta trasera, arrastrando a Tara a salir en un constante forcejeo entre gritos y que le costó una bofetada tan fuerte que la tumbó al suelo. Black Hood la cogió en brazos y se la puso encima del hombro como si se tratara de un saco, pero Tara seguía luchando por escapar, mordiéndole el brazo, golpeando su espalda, dándole patadas en la cara. Casi llegando al lago, Tara logró darle tal golpe que lo derrumbó y pudo escapar corriendo solo unos cuantos pasos antes de que Black Hood la volviera a atrapar. El muy hijo de puta era rápido. La cogió con violencia y la estampó al suelo, en el bordillo de piedras del río. Dejó de moverse y un hilillo de sangre manchó las piedras momentos después. Ayax temió lo peor y supo que era momento de actuar. Black Hood empezó a llenar dos sacos que había ligado a los pies de Tara con grandes piedras del río. Le llenó los sacos, los bolsillos y la ató bien de manos y pies, pero al ir hacia el maletero para buscar más cuerda, Ayax aprovechó la oportunidad para coger dos piedras y avanzar sigilosamente hacia donde se encontraba el asesino.

Lo tenía a tiro. Estaba casi rozándole la capucha, solo le hacía falta echar el brazo hacia atrás y...

El tono de llamada de su móvil empezó a sonar. Ayax no se cagó tanto en los muertos de alguien como lo hizo ese día con los de Sweet Pea.

Black Hood se giró con rapidez, sin haber esperado que hubiera alguien más en ese bosque que él y su víctima. Aprovechando el factor sorpresa, Ayax le metió un puñetazo con la piedra entre sus dedos que le abrió la mejilla, pero el encapuchado reaccionó rápido golpeándole en el estómago. Ayax se tambaleó hacia atrás, pero consiguió mantener el equilibrio. Avanzó con velocidad y le dio un rodillazo en el dorsal que provocó que Black Hood se empotrara en el maletero del coche. Utilizando a modo de navaja la otra piedra afilada de su mano izquierda, le rasgó parte de la nariz y el ojo, provocando que Black Hood cayera de rodillas.

Ayax cogió la gruesa cuerda que el asesino había estado sujetando antes de su inesperado ataque y le rodeó el cuello por detrás hasta apretarlo con la máxima fuerza que pudo. Vio los ojos de Black Hood detrás de la máscara nublándose por la falta de oxígeno.

–¿Crees que no sé quién eres, Ayax Rider? –soltó él de manera entrecortada.

Ayax no desistió.

–Me importa una mierda quien creas que soy –murmuró furibundo. Black Hood se carcajeó a duras penas, a lo que Ayax apretó aún más fuerte.

–Eres hijo único de Charles Rider. Vas a Southside High aunque llevas dos años esperando una beca para Riverdale High. Eres Serpiente sin querer serlo, esperas a la mínima oportunidad para traicionar a los tuyos.

–¡No soy un traidor! –Ayax parecía echar chispas por los ojos. Seguía apretando.

–Lo eres. Como tu madre.

Y al mencionar su madre fue lo que, a la vez que las sirenas de la policía resonaban por todo el bosque, aflojó su agarre. Y aunque fue un solo momento de debilidad, fue suficiente para que Black Hood lo notara y le metiera un codazo entre las costillas que lo apartara de él.



Black Hood escapó esa noche, pero no pasaría mucho tiempo hasta que Ayax volviera a saber de él.









–Tienes toallas limpias en el baño y te he dejado una camiseta y unos pantalones. Te irán grandes, pero es lo único que tengo –le dijo Ayax a Tara, que parecía no estar escuchándolo en absoluto.

Después de que Black Hood hubiera escapado y Tara hubiese retomado la consciencia, los policías los habían llevado a comisaría para tomar declaración durante tres horas. El mismo Sheriff Keller se ofreció a llevarlos a casa a cada uno, pero Tara le pidió que la dejara en comisaría porque se sentía más segura, además de que no tenía fuerzas para explicarle todo lo que había pasado a sus padres y revivir lo que había pasado. Antes de que el sheriff pudiera dar una respuesta, Ayax le dijo que podía quedarse esa noche en su casa. A pesar de que en situaciones normales, Ayax no le habría hecho esa proposición en mil años y Tara solo habría esperado mil años solo para aprovecharse si se hubiera dado el caso, estaban los dos demasiado cansados como para pensar razonablemente. Ni Ayax tenía energía para discutir, ni Tara para intentar nada.

Por lo que se encontraban en casa de Ayax, que a pesar de no ser un remolque era casi más pequeña que el dormitorio de Tara. Era cálida y acogedora, con aroma de madera y sándalo y decorada de una manera simple. La ausencia de jarrones, flores y colores vivos le daban la corazonada a Tara de que solo vivían personas de género masculino en esa casa. Aun así, debía de reconocer que era bonita con lo poco que había.

–Mi padre trabaja por la noche, así que estaremos tranquilos –dijo cuando le enseñó el baño para limpiarse la suciedad y la sangre. El cerebro de Tara estaba tan saturado que ni vio la oportunidad para decir algo con doble sentido–. Si necesitas algo dímelo.

Ayax seguía siendo seco con ella, pero al menos era cortés. Tara ya le había agradecido unas cien veces el hecho de que hubiera estado allí, aunque Ayax le hubiese dicho que solo había pasado por casualidad porque se había dejado las llaves cuando vio algo raro en la matrícula.

Tara cerró la puerta detrás de ella, observando su reflejo que casi no reconocía en la superficie del espejo. Tenía toda la parte derecha de la sien hasta el cuello manchada de sangre y sus ojos asustados le devolvían la mirada.
Había estado a punto de morir. Esa noche se habían cumplido sus peores pesadillas. Black Hood seguía suelto e iba detrás de ella; la quería ya y la quería muerta. Quién sabría si aún estaba a fuera, vigilándola a través las ventanas al acecho de la oportunidad perfecta...
Tara, temblando de arriba a abajo, se duchó y vistió a la velocidad de la luz, y sin querer pasar más tiempo a solas se fue al sofá del salón donde estaba acostado Ayax.

Ayax, por el contrario, casi se cae del sofá por el sobresalto que le había provocado al ver una figura parada de pie a su lado en medio de la oscuridad.

–¡Joder! –dijo, sin disimular el ataque de corazón que casi le había producido–. ¿Qué haces aquí? Te he dejado mi cama para que puedas dormir allí...

–Cállate –le interrumpió Tara, estirándose a su lado. Su voz estaba tan falta de cualquier emoción que Ayax no se atrevió a contradecirla–. Me va a matar. Lo sé. No sé cuándo, ni dónde... pero lo hará –dijo, al cabo de unos minutos. Ayax vislumbró en la penumbra cómo Tara se llevaba una mano en su mejilla amoratada para limpiarse una lágrima, seguida de otras que empezaban a caer a borbotones. De repente se encontraba sollozando y temblando, por lo que Ayax hizo por instinto lo que su madre solía hacer con él cuando era pequeño y se levantaba por la madrugada, muerto de miedo porque había soñado con el Hombre del Saco. Por sorpresa de Tara, que había pensado que la habría dejado llorando hasta que sus ojos se secaran, la abrazó con firmeza y fue acariciándole el brazo en círculos para calmarla. Poco a poco, la respiración de ella se fue acompasando. El Hombre del Saco ya no aparecía solo en sus sueños, sino que los perseguía con una capucha negra ocultándole el rostro al mundo.

–Ya has oído al Sheriff Keller; tenemos policías alrededor de toda la casa. Estás a salvo, Tara. Duerme.

Y ella, sin saber si sus palabras habían actuado como un hechizo o es que era el agotamiento físico y mental que se apoderaba de ella, le hizo caso y durmió durante lo que quedaba de la noche.

No sabría decirles si fue el destino o una simple casualidad, pero hay pocas cosas que puedan unir a dos personas de la manera en que lo hicieron Tara y Ayax a partir de ese día, y el intento de secuestro y asesinato por parte de un criminal encapuchado es una de ellas.


Ginger
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Mensaje por Drea. Sáb 21 Abr 2018, 3:53 am

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Mensaje por Drea. Sáb 21 Abr 2018, 4:14 am

Capítulo 7
Serás mi guía espiritual


"Habitantes de Riverdale. He librado a esta ciudad del traficante asesino de jóvenes y de otros como él. Ahora escoged vuestro destino. Las próximas 48 horas serán una prueba: os observaré muy de cerca. Demostradme que sois puros de corazón y mi trabajo acabará. Seguid pecando, y volveré a desenvainar mi espada"

Cecilia cerró el periódico con fuerza y lo alejó de ella, quedándose en la esquina de la mesa sobre la que estaba desayunando dos días después de lo ocurrido esa noche en el White Whym: el intento de capucha negra de acabar con Tara. Desde entonces, le asustaba leer o ver las noticias, por que no tardaría en haber una nueva víctima y no solo del famoso asesino, sino de la propia ciudad. Riverdale nunca sería un pueblo normal, y parecía atraer la muerte, el caos y la destrucción. O al menos así le pareció, por que parecía años que no había buenas noticias. Primero había sido Jason Blossom, después Fred, la Srta. Groundy, Moose y Midge, el hombre de azúcar y ahora Tara, que junto con el padre de Archie y sus dos compañeros de colegio, se unía a las víctimas y supervivientes de Capucha Negra, al que ahora se buscaba sin descanso en todos los rincones del país.

Por otro lado, el White Whym volvía a su estado normal. Ya nadie parecía recordar la carrera cuando había cosas más importantes en las que pensar, como el como pagar el alquiler cuando la alcaldesa McCoy no hacía más que subir el precio. La familia de Cecilia se mantenía gracias al trabajo de su madre fuera de las serpientes y el que su padre invirtiera en bolsa en sus ratos libres. Pero otros habían tenido que marcharse, abandonando sus hogares y resignándose a algún albergue o a merecer la caridad de alguna otra familia. La verdad es que tenía mucho de sospechosa esa actitud, por que el incremento nunca parecía parar. Y así mes a mes. Dentro de sus sospechas mas oscuras, entendía que querían echarlos a todos de allí. Y hasta que el parque se quedara vacío y quedase un terreno en el cual construir, nunca pararían. Pero ella nunca abandonaría su casa. Eso lo tenía muy claro.

Cuando oyó el coche de su padre aparcar frente a la caravana, su mente volvió a focalizar la imagen de Tara subiendo a ese Taxi, que para nada lo era, debido al sorprendente conductor. Recordó el alivio que sintió al saber que la morena no se quedaría sola y llegaría segura a casa, por que los barrios del sur podían ser muy peligrosos por la noche. Que equivocada estaba y que poco le duró esa tranquilidad. No pasó media hora desde que Sweet Pea la dejó en casa para recibir la llamada de este alertando el peligro de esta y Ayax, quien los había seguido. Se había levantado rápidamente de la cama, recibiendo a su amigo en pijama y se había montado con él de nuevo en la moto, sin importarle quien la viera o no. Sin embargo, cuando llegaron a la caravana de su amigo, las luces estaban apagadas. Solo pudo ver dos cuerpos descansando en la cama a través de la ventana, y con eso se tranquilizó, por que antes había estado totalmente histérica.

La puerta de la caravana se abrió, revelando a un Francisco Torres cargado de bolsas del supermercado. Venía de buen humor y silvando una canción, mientras intentaba avanzar con la vista totalmente obstruida por la compra e intentando sujetar la puerta con el pie. Cecilia no tardó en acercarse y ayudarlo, liberándolo de una gran parte de la carga que sostenía. Su padre la sonrió al advertir su presencia.

- Gracias, cariño- la agradeció mientras dejaba todas las bolsas sobre la encimera de la cocina.

Se volvió hacia su hija, que hacía lo mismo y la besó la cabeza, para después empezar a abrirlas y colocar la comida en los armarios.

- ¿Necesitas ayuda?- preguntó ella, mientras también vaciaba las bolsas. Él la miró, con el ceño fruncido y a la vez burlón, mientras le tendía las cosas que iban colocadas en los armarios que ella tenía más cerca.
- Ya lo estás haciendo.

Cecilia siempre había ayudado en casa. Desde que tenía uso de razón había sido consciente de sus responsabilidades y de que su padre no podía hacerlo todo solo, por eso nunca había puesto objeciones a la hora de ponerse a limpiar. Sin embargo, nunca le había gustado fregar los platos. Ese era terreno prohibido.

- Papá- lo llamó. Él la miró con atención- ¿A que crees que se refiere capucha negra con lo de pecar?.

Se sorprendió hacia la pregunta y se notó que quería evitar el tema, sin embargo le respondió a su hija.

- No sé, mija. Solo sé que en esta familia no lo hacemos- contestó, esta vez en español.

A su padre le gustaba practicar su idioma natal en casa, por que sino no podía hacerlo en ningún sitio. Sabía que echaba de menos su país, Venezuela. Por eso se esforzaba en mantener conversaciones fluídas con él.

- Fred Andrews no hizo nada malo. Aun así lo considera pecador. Yo podría hacer algo que para mí está bien y el lo considere un sacrilegio. Tengo miedo de que un día aparezca en el White Whym y acabe a balazos con todos- después añadió, en voz baja- En esta ciudad no podría haber mayores pecadores que los serpientes.
- Cecilia- rió Francisco- capucha negra no va a por los del sur.
- Aún- sentenció ella- ¿Y si lo hace?
- No creo que se atreva a entrar en un bar lleno de hombres armados. Y si lo hace, los serpientes le darían una buena tunda. Hay mucho más peligrosos que él y sabes que se defenderían muy bien.

Ella se mantuvo en silencio, analizando la situación y las palabras de su padre. Nunca se había parado a pensar que convivía con personas peores que el asesino del pueblo.

- Hija, no te pongas más nerviosa- la acarició la espalda, con cariño y después la revolvió el pelo, gesto que odiaba- no te pasará nada. Quédate tranquila.

Y tranquila no se quedó, eso seguro. Por que la vida en Riverdale parecía ser una pesadilla y ella podría ser la siguiente de muchos que después la seguirían. No sabía que tenía capucha negra en la cabeza, o si la consideraba pecadora o no, pero podría hacerlo. Había muchos trapos sucios bajo sus mangas, miles de secretos detrás de su cuello. Veía en todas partes. Él tenía mil ojos, y uno de ellos podría estar centrado en ella en ese momento. No quería arriesgarse.

Desde la amenaza de Capucha negra, Sweet Pea insistía en llevarla todos los días al instituto en moto. Ella había insistido que no hacía falta, que perfectamente podía coger su bicicleta. Pero él había insistido tanto que la había llevado a ella a perder los nervios y terminar aceptando, solo para que se callase. Así que como cada mañana y levantándose más pronto de lo habitual para luego llegar él a clase, él la estaba esperando fuera de la caravana, mientras se fumaba un cigarro.

- ¿Qué hay, C?- la saludó, mientras ella se acercaba a él, colocándose el bolso sobre los hombros.
- Sigo insistiendo que no tienes por qué hacer esto.
- Y yo insisto en que no me molesta.

Tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó, acomodándose en su rol de conductor. Ella, dudosa como todas las mañanas, se subió detrás de el y lo agarró el torso, notando como se tensaba ante su tacto. No llevaban casco, por que dentro de la ciudad no era obligatorio usarlo.

- No he desayunado, ¿Nos da tiempo a pasar por el Pop´s a por una magdalena?- preguntó con ansias. De verdad que tenía mucha hambre.
- Vamos con media hora de adelanto y lo sabes- respondió el, mientras giraba el manillar, encendiendo el motor- nos da tiempo a comer unas mil.

Así a toda velocidad, Cecilia Torres contaba los segundos y kilómetros que faltaban para llegar a su lugar favorito y acabar con la incomodidad que le suponía el viaje con su amigo. Sweet Pea, por otra parte, soñaba con que el tiempo y la distancia nunca pasasen, pues para él, esto era el paraíso. Tener a la chica de sus sueños sujeta a él, abrazando su cuerpo todas las mañanas, es lo que le impulsaba a levantarse cada día. Aunque fuesen dos horas antes de lo habitual.

Cuando llegaron, solo ella se bajó de la moto, avisándole a su acompañante que tardaría 5 minutos. A paso rápido, se apresuró en subir los escalones y abrir la puerta, disfrutando del calor y el olor a comida que desprendía la cafetería. Pop estaba en la barra, así que llamó su atención y le tendió un billete de 10 dólares.

- Buenos días, Pop. Ponme dos magdalenas rellenas de chocolate, para llevar por favor

Él asintió y se apresuró en coger una bolsa para ir metiendo su pedido. Cuando lo tuvo listo, le devolvió el cambio, un billete de 5 dólares. Cecilia empezó a rebuscar en su bolso, pero no encontraba la cartera. Por eso lo colocó sobre la barra, hundiendo más el brazo en él. Cuando lo hubo alcanzado, giró la cabeza y se fijó en las personas que ocupaban el reservado del fondo. Jughead Jones y Penny Peabody parecían discutir algo muy importante, y no escapó su atención que no podía ser nada bueno, por las expresiones de su amigo y lo tenso que se encontraba con la conversación. Mientras metía el dinero y la comida en el bolso, se dirigió a pops, que estaba secando una taza de café.

- ¿Desde cuando llevan allí?- preguntó, mirándolos de reojo. No los señaló.

Él siguió la dirección de su mirada y se encogió de hombros, mientras remplazaba la taza seca por otra mojada.

- Un rato- respondió, sin darle demasiada importancia- ¿Por qué?, ¿La curiosidad de Cecilia Torres no puede dejar atrás un nuevo misterio?.
- Me sorprende, eso es todo- intentó aparentar tranquilidad- iré a saludar.

Colgándose de nuevo el bolso al hombro, se dirigió hacia ellos, intentando no parecer nerviosa. Cuando llegó, no repararon aún en su presencia, por lo que pudo oír solo un pequeño fragmento de su conversación.

- Mi asesor de transportes...- oyó decir a Penny, antes de que esta levantara la vista y la viera- Cecilia. Cuanto tiempo sin vernos.

Jughead giró la cabeza y la miró, con sorpresa. Ella lo fulminó con la mirada y él entendió inmediatamente que no debía estar allí.

- Penny- saludó ella, con un asentimiento de cabeza- Poco, en realidad- hizo una breve pausa y miró al chico, que ahora le daba la espalda- En realidad había venido a buscar a Jughead. Sweet Pea lo espera fuera para ir al instituto.
- Puede esperar, él y yo estamos hablando de cosas importantes- la rubia la sonrió, lo que la hizo estremecerse. Recuperó pronto la serenidad para seguir insistiendo.

- insisto.
- Jughead irá más tarde a clase, ¿verdad?. Todavía hay tiempo

Ambas lo miraron y Jughead Jones se sintió en ese momento más perdido de lo que estaba. O se salvaba del chanchullo huyendo con Cecilia, o lo hacía y salvaba a su padre, quedándose en la mesa. No le faltó tiempo para decidir.

- Tranquila, C. Llegaré a tiempo- Su padre era lo más importante y haría todo por él. Volvió a girarse para mirar a su compañera de mesa, que parecía contenta de haber ganado. Por otra parte, su amiga le dirigió la mirada más fría que había recibido en su vida, pero aun así no se fue.
- Él no necesita que lo incluyas en tus asuntos, Penny- declaró, totalmente seria agarrando con fuerza la correa de su bolso- No hará nada por tí. Sé lo que tramas y Jughead no será parte de esto.

A Penny Peabody se le cambió la cara, pasando de unas facciones amables a unas totalmente contrarias. Miró a la adolescente, inexpresiva, pero luego sonrió sarcásticamente y se limitó a decir:

- Jughead sabe lo que le conviene. Él ha dicho que se queda y no necesita que decidan por él- sentenció- Será mejor que te marches. Quien sabe si eres tú la que luego llega tarde a clase.

Cecilia no quería seguir discutiendo y menos con una mujer como aquella, que le causaba tanta repulsión y miedo a la vez. Así que decidió hacer lo que le decía y marcharse, murmurando unas palabras que el moreno supo entender antes de desaparecer por la puerta.

- FP no querría esto.

Por que si algo sabía ella, era que Penny significaba problemas. Por fuera inocente y servicial con los serpientes, pero con un verdadero lado oscuro por dentro. Favores que nunca se cobrarían por su parte. Por que cuando te tenía, nunca querría soltarte. Entonces supo, que Jughead Jones acababa de ser apresado en sus garras. Y no lo abandonaría, por que acababa de caer en una trampa mortal. Iría a la ubicación de la caja, esa noche. Y no preciosamente desarmada.

Después de los reclamos de Sweet Pie por la tardanza, llegó al instituto 5 minutos por adelantado, por lo que solo la dio tiempo a coger un par de libros de la taquilla y salir corriendo hacia su primera clase. En el camino, fue interceptada por Betty Cooper, quien la sonrió antes de dejar su brazo libre.

- Necesito hablar contigo- la dijo, mientras la observaba de arriba a abajo- Pásate en el almuerzo por el Azul y oro, ¿vale?.

Solo asintió y salió corriendo, llegando justo en el momento que el profesor estaba cerrando la puerta. Murmuró una disculpa antes de sentarse en el primer sitio que encontró, cerca de Cheryl y Josie. Comprendió que era una tarea en parejas cuando vio la colocación de las mesas. Mientras sacaba los libros de la asignatura, levantó la cabeza para comprobar quien era su compañero. Se sorprendió gratamente al comprobar que era Tara.

- Menos mal que has llegado- la sonrió, en silencio- Te he guardado el sitio. Al ver que no venías, pensé que tendría que sentarme con alguien raro que estuviese solo.

Cecilia hizo una mueca ante esta última declaración, pero aun así le agradeció su intención. No tardaron en empezar a escribir en sus cuadernos, pidiendo ayuda la una a la otra para los problemas, por que ambas eran sobresalientes en aquella clase. A ella le gustó encontrar a una persona con quien sentirse igual, demostrar su inteligencia y poder discutir y argumentar sobre temas con peso, además de la compañía, claro. A Tara le movía el sentimiento que le decía a sí misma que encontraría una buena amiga en la persona que tenía delante. Alguien que se preocupase por ella por primera vez como Cheryl nunca lo hizo. Cecilia pensó que tal vez no quisiese hablar del tema, pero no pudo evitar preguntar.

- ¿Y estás bien?, Después de lo de hace unos días- intentó decir con el mayor tacto posible.
- Sí, creo- respondió cerrando su cuaderno. Ya había terminado, por lo que dejó el boli sobre la mesa, correctamente alineado.
- Debe de ser muy difícil- intentó comprenderla.
- Sí, bueno. Pero las penas se te pasan cuando el que te rescata es un chico guapo- le guiñó un ojo y ambas rieron, cómplices- Estoy bien, tranquila.
- De verdad, me siento culpable. Por dejarte ir en ese taxi.
- Tú no lo sabías. Nunca podrías haberlo sabido- intentó tranquilizarla mientras sonreía- de todas formas, intentaste que me fuera con vosotros. Gracias.

Se formó un silencio entre ellas, pero no era para nada incómodo. Ambas se decían todo lo necesario con la mirada. Pero fueron unas palabras de Josie, que se encontraba de espaldas a Tara, lo que las hizo reaccionar.

- No te lo vas a creer- le decía a su amiga Cheryl- Chuck Clayton acaba de pedirme salir.

Ambas se miraron, con los ojos como platos y coincidieron en que eso no podía ser nada bueno. Chuck tenía muy mala fama en el instituto, nefasta, desde que se descubrió un libro en los vestuarios donde al parecer mantenían un registro de las chicas con las que habían estado los chicos del equipo. Él al parecer era quien lo controlaba y quien más nombres y puntos tenía escritos a su cargo. Tara aparecía en él muchas veces, pero Cecilia no aparecía ninguna. En todo caso, ambas sabían que salir con él era una pésima idea.

- Que horror- oyeron contestar a la pelirroja- Habrás dicho que no.

Pero antes de que pudiese contestar, Tara giró su silla bruscamente hacia ellas y las sonrió, con la mejor sonrisa de niña buena que tenía. Ambas se la devolvieron. Por otra parte, Cecilia decidió quedarse en donde estaba.

- Así que te han invitado a una cita- repitió mientras se giraba hacia su compañera y gesticulaba con la mano una señal para que se acercara- ven, C.

Tanto Josie como Cheryl la observaron acercarse, más ninguna puso pega cuando se sentó en frente suyo y sonrió tímidamente, intentando de alguna manera que no se sintieran incómodas con su presencia. Cuando todas estuvieron reunidas, Josie continuó.

- Claro que he dicho que no- respondió mientras rebuscaba algo en su mochila- ¿Me tomas por loca?.
- Es un cabrón- intervino Tara- pero está bueno. Yo saldría con él- se detuvo a pensar un momento y prosiguió- bueno, ya lo hice un par de veces.

La pelirroja la ignoró, centrando de nuevo su atención en Josie.

- Tenemos una cita en el estudio de grabación- La morena rodó los ojos y resopló, pero Cheryl insistió- ¿Después de clase te va bien?
- Imposible. Me voy directa a las duchas para un baño de eucalipto. Tengo la garganta Fatal- intentó excusarse.
- Josie tenemos que ensayar- añadió, totalmente seria.
- Por dios Cheryl- la interrumpió- No sé quien es más controladora, Si tú o mi madre.

Cecilia vio la decepción en los ojos de la Blossom, pero en ese momento no entendió por qué. Tara sí, por que en ese momento intentaba aguantar la risa. Sin embargo, no intervino ninguna de las dos.

- Josie, lo que hiciste- intentó hablar, pero tuvo que detenerse, como si el recuerdo doliera- salvarme de ese Nick Degenerado, es una deuda que jamás podré pagarte. Pero te ofrezco mi humilde ayuda para que triunfes en tu profesión- La nombrada pareció enternecida, por que toda la tensión de su rostro se esfumó- Bueno yo, respetaré tu espacio si te sientes agobiada- murmuró, decaída.
- No, no- intentó frenarla, colocando su mano sobre la suya- Pero en realidad fue Cecilia quien te salvó. Yo solo llegué cuando ya estaba todo hecho.

Por segunda vez repararon en ella y Cheryl la miró como si fuera lo suficientemente importante para hacerlo. Ella no supo como sentirse en ese momento, por lo que se encogió en su asiento, ante la vergüenza de tener esos 4 pares de ojos mirándola.

- Es cierto- reconoció la pelirroja- no me acuerdo mucho, pero sí de verte entrar en la habitación. Nunca podré agradecértelo lo suficiente- También agarró su mano, como había hecho aquel día cuando todos se reunieron en la habitación- fuiste valiente al enfrentarte a él. No somos amigas.
- Cheryl, si tuviera que volver a hacerlo lo haría- declaró, mientras miraba a Tara, que todavía no estaba enterada del tema- Nadie merece lo que estuvo a punto de hacerte. Nunca me habría perdonado dejarlo pasar.

Y con el timbre de fondo, las cuatro chicas se miraron, observándose detenidamente una última vez antes de que cada una cogiera sus cosas y se marchara, todas en direcciones diferentes, pero unidas tras una única tragedia. Después de todo, tal vez Cecilia pudiera hacer amigas. De la peor forma, claro.

Horas después y con un hambre increíble, se dirigió hacia el aula del Azul y Oro, donde había quedado con Betty Cooper. Cuando se encontró frente a la puerta, tocó levemente con los nudillos y un suave "adelante", fue premisa suficiente para pasar.

Ya sentadas ambas en frente de la otra, la rubia se decidió a hablar.

- Bien, te preguntarás que haces aquí- Cecilia asintió y entonces, pudo continuar- Como sabrás, ahora que Jug ha entrado en los serpientes, ha cambiado todo para nosotros.
- Es normal, creo. Ahora tiene algunas responsabilidades que cumplir, ¿Eso es lo que te preocupa?
- Lo sé- contestó ella, gesticulando con exceso- Pero no es lo que me preocupa. Es el hecho de que no entiendo el mundo en el que se interna, de que no puedo comprenderlo del todo. Y me frustra, por que quiero ayudarlo. Lo veo con tanto estrés, casi no duerme. Recibe llamadas extrañas como la de esta mañan...
- Al grano, Betty. Tengo hambre- sentenció, mientras se cruzaba de brazos.

La rubia titubeó, pero pronto pudo hacerse un resumen.

- Necesito que me ayudes a entender esto, a saber en lo que se mete- hizo una breve pausa- a meterme yo también.
- ¿Quieres ser una serpiente?- prácticamente chilló, alarmada. Casi se cae de la silla.
- Digamos que- pensó por un momento y como bombilla que se ilumina en su cabeza, prosiguió- simpatizante.
- No puedo ayudarte mucho- sentenció Cecilia, con los ojos entre cerrados, mientras la veía asentir- No soy una serpiente.
- Es precisamente por que no lo eres lo que te hace más útil- respondió entusiasmada- Por que no quiero ser una serpiente. Me vale con ser como tú.
- Eso es difícil.
- No es nada que no pueda conseguir.

Cecilia miró al suelo, pensativa. Decidiendo que era lo mejor para ambas. Pensó en ella, si estuviera en su lugar preocupándose por un novio que no sabía en que lío estaba metido, cambiando de la manera que lo hizo Jughead de un día para otro. Sintió lástima, por que de verdad tenía que estar muy desesperada para pedirle algo como aquello.  Mientras tanto, Betty la miraba intensamente, nerviosa por la posible futura respuesta.

- Entonces, ¿Me ayudarás?- insistió esperanzada.
- Lo voy a intentar- La rubia dio un salto, brincando su clásica coleta con ella. Se llevó las manos juntas al pecho y rió, contenta por haberla convencido. Cecilia no pudo hacer otra cosa que negar con la cabeza, con una sonrisa en los labios. Admiró su entusiasmo- Pero no aseguro nada.
- Mientras que me enseñes todo lo que hay que saber, no hay problema.

Y la agarró de los hombros, conduciéndola por el pasillo mientras le hablaba de todo lo que quería saber y aprender. La morena la escuchaba, paciente y respondía sus pequeñas dudas, no demasiado complicadas e intentaba restringir un poco sus respuestas, por que ahora estaban en el instituto. Lo importante vendría luego y como la rubia estaba totalmente feliz, supuso que no le importaba. Desde lejos, una Tara Yeller las miraba, primero curiosa y luego enfadada al verlas juntas, disfrutando de la compañía de la otra. En sus manos llevaba dos sándwiches vegetales, uno que iba a ser para Cecilia y otro para ella, por que se había acordado en el último momento que tenía un proyecto de amiga nueva que quería mantener. Como nunca antes, decidió ir a buscarla al no encontrarla en el comedor, por que de verdad le habría gustado compartir el descanso con ella y hablar sobre como se sentía. Pero verla así, tan contenta con la que podría llamarse su enemiga, la hirvió la sangre. Tanto, que no le costó mucho tirar el extra en la papelera más cercana, mientras se iba dando grandes zancadas, resonando sus tacones a su paso.

- Te llamaré mi guía espiritual.




Drea.
Drea.


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Touch of Evil || Riverdale Empty Re: Touch of Evil || Riverdale

Mensaje por Ginger Sáb 21 Abr 2018, 1:28 pm

Capítulo 8
I said I didn’t feel nothing, baby, but I lied




Eran las cuatro de la tarde y el taller de los Rider estaba abarrotado de coches, pero no precisamente de los que aseguraban clientela. Ayax y su padre llevaban días trabajando rodeados de prensa y entrometidos que únicamente querían saber más detalles escabrosos sobre su encontronazo y el de Tara con Black Hood, por lo que tenían que aguantar cómo invadían su intimidad con gigantes micrófonos de espuma que esperaban una respuesta que nunca llegaba. Ayax no había dicho nada ni nunca lo diría por respeto a Tara. No era de ese tipo de chicos.

–¿Nos puedes contar cómo encontró a la joven Yeller y a su secuestrador? ¿Percibió forcejeos o intentos de violación por parte de Black Hood? –una chica pelirroja que se hacía llamar periodista había logrado darse paso hasta Ayax entre codazos por la multitud de cámaras que también se hallaban presentes–. ¿Había sospechado de que profesor del Southside High era Sugarman? ¿Cómo le hace sentirse el hecho de que Black Hood sea el responsable de su asesinato pocos días después de lo sucedido?

–Hola, buenos días. Estoy bien, gracias por preguntar ¿cómo está usted? –respondió sarcásticamente. Estaba encerando el capó de un Volkswagen golf rojo sin prestarle la más mínima atención y oyó la carcajada de su padre a espaldas de él, cambiando unas ruedas.

–¿Su ausencia de respuesta es una confirmación indirecta o esperará a hacer una rueda de prensa?

Ayax le arrebató el micrófono, cansado de que no le dejaran trabajar murmurando como moscardones y molestándole con los flashes apuntando a sus ojos. Si él estaba así, no quería ni imaginar cómo sería con Tara, de la que de pronto se encontró preguntándose sí estaría mejor.

–Mi ausencia a su respuesta es simplemente la ausencia a su respuesta. No voy a hacer ninguna declaración pública respecto a Black Hood, ¿entendido?

A pesar de su seca respuesta, algunos siguieron insistiendo un rato más hasta que se dieron por vencidos y marcharon. Ayax por fin sintió que podía respirar.

Aquella tarde el calor abrasador se colaba en el taller y se concentraba en las piezas metálicas de repuesto y en los mismos coches, alcanzando temperaturas realmente altas. Ayax tenía las manos con ampollas de trabajar con materiales casi ardiendo, pero era trabajando cuando se sentía más fresco. Iba de un lado a otro siguiendo las órdenes de su padre o siguiendo su propio instinto para reparar el encargo que tocase. ¿Pintar coches? ¿arreglar motores? Lo que hiciera falta. Ayax tenía buena mano y le ponía todo el empeño para que los clientes estuvieran satisfechos, tal y como le había enseñado su padre. Su padre. El que se sentía tan orgulloso de su hijo como decepcionado a partes iguales porque sabía que no era con un trabajo honrado con el que se ganaban el pan de cada día.

–¿Vas a correr esta noche? –preguntó su padre dejando la llave inglesa en la mesa de herramientas y apoyándose en esta. Se veía visiblemente incómodo.

Ayax deslizó su cuerpo bajo el coche que había estado reparando para salir del claustrofóbico espacio entre el suelo y la parte de abajo del vehículo.

–¿Has dicho algo? –se limpió la cara manchada de aceite y suciedad con un paño húmedo.

–Si hoy correrás –repitió su padre, metiéndose las manos en los bolsillos.

–No, ni de coña –respondió rápidamente–. Puede que la semana que viene, pero tampoco estoy muy convencido. Con lo de Black Hood y lo de Sugarman la zona sur está más vigilada que nunca. Sería imprudente hacer una carrera con policías por los alrededores. Más imprudente de lo habitual –rectificó, conociendo la opinión de su padre sobre ellas–. ¿Y a qué viene eso?

Su padre y él tenían un pacto no escrito ni verbal en el que traía el dinero que ganaba en las carreras a casa y nadie hacía preguntas. Él no lo veía un trabajo, sino un espectáculo romano: era una manera de entretener al público para sobrevivir, aunque te jugases la vida.

–Hace semanas que no haces una carrera y el dinero nos vendría muy bien ahora. La alcaldesa McCoy ha empezado a hinchar desorbitadamente los precios de cualquier instalación de la parte sur. Las casas, los edificios, los estudios... Es una barbaridad, pero parece que nos quieren echar a patadas.

–Por lo que sé, los Lodges tienen un acuerdo con McCoy y quieren el territorio de los Serpientes desesperadamente. Harán lo que sea para conseguirlo, estoy convencido –dijo Ayax, frunciendo el ceño.

Su padre dejó escapar un suspiro resignado.

–No creo que podamos vivir por mucho más tiempo en casa –dijo después de un largo silencio–. No tenemos dinero apenas para mantener el taller. Todo lo que ganamos se va para pagar el alquiler.

Ayax abrió los ojos como platos, sorprendido por la revelación que le acababa de contar su padre.

–Pero... pero podemos hacer algo, ¿no? Podría hacer turnos extra, o hacer las carreras en Greendale. Incluso podría trabajar con Jughead y Penny Peabody...

–Eso ni se te ocurra –le interrumpió su padre con seriedad. Cuando hacía esa mirada aguda y feroz le hacía comprender el porqué de su apodo Serpiente: Aquila, águila en italiano, generosidad de los capos de la mafia italiana que había servido durante su juventud antes de convertirse en Serpiente. Siempre se había rumoreado de que Alec Rider había sido un bala perdida con demasiada ira y resentimiento en su interior como para poder ejercer un trabajo normal, por lo que se había alistado en el ejército, había batallado en desiertos y terrenos desconocidos y al volver empezó a hacer trabajos más privatizados como el de escolta o, en casos más extremos, como gorila de mafiosos. Cuando conoció a Leslie, una Serpiente de Riverdale, se unió al grupo para protegerla desde dentro y asegurarse de que no estaba en peligro. Las tuercas se giraron cuando fue Leslie la que le acabó salvando la vida. Desde entonces, su padre nunca volvió a hablar de Leslie, de su madre, pero lo único que se sabía era que sentó cabeza y se alejó de cualquier cosa que se considerase ilegal. Aun dentro de los Serpientes, cuando se trataba de hacer algo que rozara mínimamente la ley, ya se sabía que Alec se desentendería completamente.

Pero luego estaba su hijo.

«Trabajar con esa víbora de Penny sí que no te lo consentiré. Ni se te pase por la cabeza.

Ayax mantenía la calma, pero estaba desesperado por dentro. Iba de un lado hacia otro para desgastar su nerviosismo, que paradójicamente parecía ir en aumento.

–¿Y entonces qué puedo hacer yo?

–Nada. He hablado con algunos contactos y llegado el momento te pueden dar una cama y comida hasta que se solucione. Yo, por el contrario, tengo dos ofertas de antiguos socios. Me iría de la ciudad unos meses y regresaría cuando tuviera una buena almohada. Ya sabes que se mueve mucho dinero en todo esto, hijo, me aseguraría vivir acomodados por unos años más, puede que unos cuatro, hasta que todo se arreglara.

Ayax parecía no estar dando crédito a lo que estaba oyendo.

–¿Qué cojones dices? –Ayax mantenía bien la cordura hasta que la perdía. Se esforzaba en no tener esos arrebatos, por lo que se aguantaba con todas las fuerzas para no sacar los demonios de su cabeza, pero había ocasiones en las que la situación le sobrepasaba–. No has estado partiéndote la espalda en este puto taller de mierda durante dieciocho años, esforzándote en tener una vida honrada para después echarlo todo a perder. ¿Quién es el tío? ¿Caruso?

Se refería al creador de su apodo.

–Petrov –respondió Alec con sequedad. Ayax esbozó una sonrisa irónica.

–Bien, el puto ruso otra vez. Esperemos que no te vuelva a pedir que mates a una niña de dieciséis años.

–¡Sabes que me negué! –rugió su padre.

Ayax se enfrentó cara a cara con él, apretando los puños.

–¡Ya no sé de lo que serías capaz! –respondió, alzando la voz.

Su padre pareció dolido. Su ira se convirtió en una máscara de dolor.

–La necesidad obliga –respondió.

–Me cago en... ¡La necesidad obliga a buscar soluciones a los problemas, no a huir de la justicia y meter a tu hijo a la primera casa que te lo acepten!

Padre e hijo se miraron, expectantes de la reacción del otro. Los ojos azules de Ayax brillaban tan intensamente que le recordaban a Leslie.

–Cuando seas padre, lo entenderás. Estoy haciendo lo que estoy haciendo por ti, no por mí.

–Si lo estuvieras haciendo por mí, sabrías que alejarme de la única familia que me queda no es lo mejor.

Alec Rider no contestó, incapaz como estaba de discutir con la viva imagen de su mujer, dio media vuelta y salió del taller, lo que causó que la ira de Ayax se desbordara hasta darle una patada a una moto negra que había tenido la mala suerte de estar delante de él. Cayó emitiendo un estruendoso "crac" por todas partes.

Ayax se arrodilló hasta quedarse sentado en el suelo para que se le acompasara su respiración. Podía tener la misma ira de su padre en sus años novatos, pero él no cometería el mismo error que él. Él no dejaba que su ira lo domara; él domaba su ira. Y cuando lo hacía, cosas buenas pasaban. Hasta el momento tenía la media más alta de su instituto y posibilidades de entrar a la universidad pública de Riverdale, pero descargaba todo su genio corriendo en las carreras ilegales de coches. Era una manera de descargarse y ganar dinero, pero nunca había permitido adentrarse más en las aguas de la oscuridad. Aguas que con su perfil predominante, era muy fácil que la corriente lo arrastrara.

–Supongo que debería marcharme.

Una voz femenina conocida hizo que Ayax alzara la cabeza y vislumbrara la figura de Tara a contraluz en la entrada del taller. La luz dorada iluminaba sus rizos y su piel bruna, pero seguían sin iluminar tanto como la sonrisa tímida que tenía en sus labios. Ayax sabía que no debía sentirse diferente con ella que antes de lo de Black Hood, pero sí que lo hacía. Su presencia no le resultaba del todo desagradable, sino más bien se sentía aliviado de que hubiera venido. Aunque eso no cambiaba el hecho de que tenía que mantenerse igual de frío con ella que antes. No podía sentir simpatía por alguien solo por compasión.

–No es un buen momento –contestó Ayax sin mirarla. Se levantó del suelo y empezó a coger herramientas para arreglar el puño acelerador de la moto que había tirado al suelo. Tara entró sin esperar a ser invitada y se sentó en un taburete a su lado. Esperaba que le preguntase algo. Lo que fuera.

–¿Vas a estar toda la tarde mirándome? –murmuró Ayax. Bueno, eso no.

–¿Quieres que lo haga? –preguntó Tara bajando la mirada por sus brazos musculosos y la camiseta blanca que se pegaba a su pectoral. Estaba sudado, bronceado por el sol y con manchas de aceite de motor, y Tara no podía visualizar imagen más afrodisíaca que la que tenía delante–. No me sería difícil, si te soy sincera –se mordió el labio inferior, carnoso y pintado con un suave tono rosado.

Puede que Ayax hubiera contestado algo más flexible o humorístico si la escena anterior no hubiese ocurrido, o puede que no, pero en todo caso lo que dijo no le sentó nada bien a Tara.

–¿Es que tú solo piensas en sexo?

Le había dolido menos cuando Black Hood la había dejado inconsciente lanzándola entre las rocas.

–Se llama 'coqueteo', Ayax Rider, no sé si habías oído hablar nunca de eso. Es un juego; que coquetee contigo no significa que quiera acostarme contigo.

–Pues lo parece –seguía sin mirarla, apretando las tuercas del acelerador–. Te plantas delante de mí con conjuntos de ropa que valen más que mi casa entera y empiezas con tus juegos de palabras y tus movimientos extraños que llevarían de culo a cualquier hombre. ¿Te puedo hacer una pregunta? –no esperó su contestación– ¿a cuántos tíos te has tirado?

Tara lo miró con incredulidad. Si pensaba que sobrevivir juntos de ser asesinados y dormir abrazados los había acercado mínimamente, toda idea se disipó tal y como había llegado. Ya era inútil querer que le correspondiera sus tonteos, pero pensaba que al menos la dejaría con algo de dignidad para defenderse de sus ataques. Y ni eso.

Se levantó del taburete enseguida, con los ojos incandescentes y la boca apretada en una fina línea. Tal y como había visto a Ayax perder el control, dio una buena patada a la moto y la hizo caer de golpe, con el tiempo justo de que Ayax se apartara de ser aplastado. La miró, impresionado y desconcertado a la vez.

–¿Estás loca? ¡De qué me rompes el pie!

–Qué mala suerte –contestó ella, entornando los ojos–. Solo había venido a decirte que tu padre ha llamado al mío para que te acoja temporalmente mientras él está fuera de Riverdale. Por lo que se ve antes eran amigos, así que ten cuidado conmigo si no quieres acabar durmiendo en la caseta del perro.

Ayax meneó la cabeza y sonrió de manera sardónica.

–No voy a poner un pie en tu casa ni aunque me dieran un millón de dólares.

–¿Seguro? Un millón de euros es algo más que un conjunto mío. ¡Imagina cuantas cajas de zapatos a las que tú llamas casa podrías tener!

Fue un golpe bajo atacar por la parte económica, pero Tara no se andaba con chiquitas. Cuando alguien le hería el ego, mejor que se preparase para morir.

–No me des lecciones si no sabes ni lo que vale un peine –le reprochó Ayax–. ¿O es que acaso el dinero que tienes es debido al trabajo que haces?

–Estoy demasiado ocupada estudiando y preparando mi futuro. Al contrario que tú. Ni con todas las becas del mundo podrías llegar a lo que yo consigo con chasquear los dedos. Eres un Serpiente. Un fracasado.

–¡Soy Serpiente porque es mi familia! –vociferó–. Me han enseñado valores y me han dado el amor que tú nunca tendrás y que siempre querrás llenar follando, con dinero y frivolidades. Quédate tú con tus billetes –escupió–, no tengo nada que envidiarte.

Algo tuvo que decir por lo que Tara se sintió tan mal, y aunque no supo exactamente qué fue, Ayax se sintió un poco culpable después de acabar de pronunciar esas palabras. Tara carraspeó y se colocó bien la tira de su bolso. Su mirada era inexpresiva, pero forzó una expresión altiva.

–Entendido –dijo. Pareció a punto de girarse, pero antes añadió–. Ah, y me he acostado con treinta y un chicos – y salió con la mayor dignidad de la que fue capaz, dejando a Ayax atónito.










Tara estaba tendida en su cama matrimonial sin querer hacer nada. Es lo que últimamente hacía la mayor parte de su tiempo; dormir, comer, estudiar y volver a dormir, con intervalos de mirar a la nada. Ya no quería salir de su casa, no quería ir a hacer deporte, no quería quedar con nadie. Su madre había insistido en llevarla a algún psicólogo para que tratara con su estrés post-traumático, pero Tara se había negado rotundamente. Se le pasaría, era cuestión de tiempo.

Pero habían pasado tres semanas y cada vez estaba peor. Cuando su secuestro había sido reciente no se había dado cuenta de lo mucho que le acabaría afectando. Su cerebro lo había negado, había bloqueado esa parte de recuerdos y había podido mantenerse serena y dentro de una razonable normalidad en su día a día, pero cada vez se veía más aterrada por las imágenes que disparaban su mente en medio de la noche y la hacían despertarse entre sudores y con el pulso acelerado, gritando ayuda. Aparte de sus amistades habituales, no quería relacionarse con más personas y se aseguraba de no salir de casa pasadas las seis de la tarde. Solo había una cosa que la hacía sentirse viva, una cosa que se le quedó grabada a fuego cuando Ayax se lo tiró en cara, una cosa que la atormentaba, la hacía sentirse sucia, una pecadora. Una cosa por lo que Black Hood la tenía principalmente bajo el punto de mira: el sexo. Estaba sexualmente más activa que nunca. Quedaba con dos chicos al día como mínimo y se metía un revolcón en cualquier parte. Los baños de chicas, las gradas del patio o su propia habitación si le apetecía tomárselo con más calma. Si antes sus amigas la llamaban 'promiscua' entre risas, ahora empezaban a replanteárselo más seriamente.

–No creo que quedar con tantos chicos te haga bien –le dijo Cheryl tomándole la mano, en una de sus típicas reuniones grupales en casa de Josie. Solían ir cada viernes a casa de una sin falta, invitando últimamente a Cecilia porque casi que ya todas la consideraban parte del grupo. Cheryl había insistido en que Toni viniese en alguna de estas reuniones, pero Tara y Josie se habían opuesto rotundamente. No podía entrar cualquiera.

–Me siento bien –mintió Tara. Se sentía esclavizada bajo las garras de un acto sinsentido.

Cecilia la miró con pena.

–¿Pero nunca has querido hacerlo por amor? Lo habitual es enamorarte y tener relaciones. No sé cómo eres capaz de compartir tantos fluidos con chicos que ni conoces.

–Nunca he sido una persona corriente, C. El amor romántico no va conmigo. Prefiero a que me llamen pendón a estar forzada a mantener una relación y sentirme atrapada y privada de mi libertad.

–Estar en una relación no es privarte de tu relación, Tara –repuso Josie–. Más bien creo que es todo lo contrario, cuando está bien construida.

Tara soltó una carcajada.

–¿Bien construida? Ni que fuera una casa, Josie. Tranquilas, chicas; os veo muy agitadas con todo este tema. Me siento bien cabalgando hacia el horizonte.

El resto de ellas rieron por su ocurrencia, pero seguían preocupadas  por ella. De hecho, cuando todas se fueron, Cecilia llevó Tara aparte para ir juntas de vuelta a casa mientras hablaban. En los últimos días se había hecho costumbre para Tara llevar a Cecilia en su Chevrolet Chevy estilo vintage mientras aun estuvieran presentes las luces del atardecer.

–Creo que estás pasando por un mal momento –empezó Cecilia cuando se subieron al vehículo. Tara puso los ojos en blanco como si quisiera decir ¿otra vez con lo mismo?–. Sí, Tara, te lo digo porque me tienes preocupada. Nos tienes preocupadas. Tú no eres así. Siempre has sido tan confiada y segura de ti misma, se veía tan claro lo que querías y no, que en comparación pareces un zombie. Un zombie pendón –dijo de manera humorística, pero que Tara sabía que lo decía en serio.

–Ya se me pasará, aun es reciente –dijo, contestando de la misma manera a todos los que le intentaban dar una charla similar. Claro que todos estaban preocupados por ella, pero es que Tara había perdido todo sentido de orientación. Había empezado a replantearse cosas que nunca había hecho y de tanto pensar ni se reconocía a ella misma. ¿Quién era? ¿A dónde quería ir? ¿Por qué se estaba esforzando tanto y tenía tanta prisa en llegar a algún lugar que ni siquiera conocía su destino? Se sentía confusa. Rota. Una parte de ella, su inocencia, la había abandonado. Y como bien le había dicho Ayax, intentaba llenar ese vacío con lo que más conocía. Era lo único que sentía que servía de utilidad.

–Como quieras, Tara. Pero sabes que tienes que soltarlo –Tara no contestó, por lo que Cecilia cambió de tema a la vez que cambió de emisora. Una canción de The Weeknd resonó por los altavoces del coche con una letra que decía: 'I said I didn’t feel nothing, baby, but I lied'. Muy adecuada para el momento–. Por cierto, Ayax preguntó el otro día por ti.

Tara casi se atraganta con su saliva.

–¿Ayax? ¿Ayax Rider?

Cecilia se rió.

–Claro, ¿conoces a algún otro Ayax que no sea él?

–Su nombre no es tan raro como él: si me odia no debería preguntar por mí.

Cecilia parecía confusa.

–¿Odiarte? No creo que te odie. Parecía más bien... ¿inquieto? Se enteró de los rumores. De que tú... ya sabes. Estás yendo con muchos chicos.

–¿Y se sorprendió? –Cecilia asintió–. Qué hipócrita.

–Me dijo que se había pasado contigo la última vez que os visteis.

–¡Há! Un poco, dice. Fue precisamente él el que me dijo que todo el día pensaba en sexo y que es lo único que hacía que me llenaba.

–¡¿Eso te dijo?! Lo voy a matar. Te juro que cuando lo vea, le arrastraré por esos pelos que tiene y lo voy a colgar de un campanario por el cimbrel.

Tara no pudo aguantar la risa, que la invadió en una ola placentera. Era la primera vez que se reía en semanas y se sentía tan bien. No podía dejar de reír, de tal manera que acabó contagiando a Cecilia y llegaron delante de su caravana entre risas y lágrimas de euforia.

–Qué tontas somos –dijo Cecilia secándose las lágrimas con la camiseta de algodón que llevaba.

Tara, que no quería despedirse aún de su amiga por lo bien que se lo había pasado, le preguntó qué haría ahora.

–Betty estará a punto de llegar. Quiere que le enseñe el Baile de la Serpiente para actuar esta noche en el Whyte Wyrm. Ya sabes, están organizando una fiesta para celebrar que FP ha sido liberado de la cárcel y quiere aprovechar la ocasión para demostrar a Jughead que puede ser como una Serpiente más, aun sin serlo oficialmente.

Tara estuvo a punto de poner los ojos en blanco en el momento que Cecilia mencionó a Betty, pero al final acabó escuchando con atención.

–¿Puedes demostrar ser una Serpiente haciendo ese baile?

Cecilia se encogió de hombros.

–No es lo mismo, pero es una manera de empatizar con sus miembros. La mujer Serpiente expone su cuerpo ante los líderes del grupo para hipnotizarlos. Si a ellos les gusta, tendrás su simpatía.

A Tara le brillaron los ojos. Pareció gustarle la idea.

–Parece divertido. E increíblemente machista. ¿Puedes enseñarme a mí también? –preguntó, como quien pregunta por los deberes de matemáticas. Su amiga castaña la observó con los ojos bien abiertos y las cejas alzadas.

–¿Seguro que quieres hacerlo? No todo el mundo puede estar bajo la presión de tantas miradas...

Tara le sonrió con condescendencia.

–Cariño, ¿te has olvidado con quién estás hablando?

Cecilia rió en respuesta y accedió después de que Tara insistiera mucho, pero deseó que no lo quisiera hacer para ser la atención de los hombres.





Ensayando con Cecilia y Betty –a ésta última sin mirarla, apenas–, Tara había descubierto que el baile de la Serpiente era como una mezcla entre la danza del vientre y pole dance que ella bordaba en las clases de baile que iba desde hacía años. Sin embargo, había querido participar en el baile para estar más tiempo con Cecilia y hacer algo más que quedarse en casa, no para atraer la atención de los hombres como se podría suponer.

–¿Estás lista? –le dijo Cecilia entre las bambalinas improvisadas del Whyte Wyrm. Entre las risas y los ensayos, el tiempo le había pasado volando y Tara no había caído en la cuenta de que evidentemente la fiesta de FP se hacía mucho más tarde que a las seis de la tarde.

–Tengo miedo –reconoció Tara–. ¿Y si Black Hood viene a por mí?

Cecilia se puso los brazos en jarras y chasqueó los dedos.

–Pues chica, si pasa por esa puerta y te ve así –señaló su atuendo–, bailando al ritmo de esas caderas despampanantes, se va a quedar tan deslumbrado que pedirá una birra y se sentará a primera fila para verte mejor. Y entonces yo le daré tal patada que lo dejaré tieso.

Las palabras de su amiga la reconfortaron, notando por primera vez cómo parecían haberse intercambiado los papeles. ¿Desde cuándo la confiada era Cecilia y la insegura era Tara? Tara imitó el gesto de su amiga, riendo.

–Será mejor que me devuelvas la personalidad, chica.

–Cuando me demuestres que te lo mereces –guiñó un ojo. Algo detrás de Tara pareció captar su atención porque sus ojos se desviaron hacia ese punto–. Vaya, pensaba que hoy tenían carrera.

Tara se giró, mirando hacia donde se dirigían los ojos de Cecilia, y se encontró con su peor pesadilla. Eran Sweet Pea, Damien, Fangs, Toni y Ayax, que acababan de sentarse en la mesa donde se encontraba Jughead y FP.

–Oh, Dios. No, no, no, no –repitió una y otra vez Tara, tapándose los ojos con las manos. Cecilia le apretó el hombro con cariño.

–Nada de "no". ¿Des de cuándo Tara Yeller se echa atrás por unos chicos con el cerebro de garbanzo?

Tara alzó la cabeza y se puso recta, obligándose a respirar hondo.

–Tara Yeller no se hace atrás por ningún chico –y pareció convencerse lo bastante para que luego dijera–: Aprieta el play y que suene la canción. Estoy lista.

Las luces se atenuaron, permaneciendo el único foco de luz encima del escenario, donde simplemente había una barra y una silla. Cecilia no tomó nota de los consejos de atrezzo que sugirió Tara; al parecer, no había presupuesto para un fondo de selva con luces pequeñas y una serpiente amarilla como la mítica de Britney Spears.
Pero no suponía ningún problema; Tara ya era un espectáculo andante.

Toni salió a presentarla.

–Y ahora tendremos dos invitadas muy especiales que se atreverán a hacer el Baile de la Serpiente –dijo de manera insinuante–. En primer lugar, presentemos a Tara Yeller, reina de las tarimas.

Se escuchó un vitoreo general seguido de muchos aplausos. Parecía que era igual si eras del sur o del norte mientras te subieras a bailar provocativamente en un escenario.

Por elección de Tara, empezaron a sonar las primeras notas de la canción de The Weeknd que había escuchando antes en el coche con Cecilia. Por un momento dudó detrás de la cortina negra de terciopelo. Solo había ensayado una tarde, cuando Betty llevaba tres semanas practicando. ¿Y si hacía el ridículo? Echó un vistazo a su derecha para encontrarse con los ojos de Cecilia, que la miraban con toda la confianza del mundo. Levantó los pulgares hacia ella y Tara sintió que, aunque no saliera bien, aunque no se sintiera deseada por ningún hombre, se sentiría satisfecha y en paz de tener a alguien que no estuviera con ella solo por su cuerpo o lo que era capaz de hacer con él.

Cuando el cantante empezó la tonada, Tara salió de detrás de las cortinas y avanzó con lentitud hacia la barra. Tenía los ojos fijos al fondo de la sala, donde notaba la presencia de un Ayax confundido que había pensado que ese sería el último lugar donde una chica como ella se encontraría. Pero es que a Tara ya ni le importaba lo que dijesen de ella. Y eso sí que era verdaderamente liberador.

Sujetó la barra con las manos dejándose ir hacia atrás mientras giraba con erotismo, mostrando una panorámica de su cuerpo entallado en un conjunto de encaje negro con brocados dorados que hacían resaltar su piel oscura. Sus largas piernas se movían al compás de la canción; se abrían y cerraban en los momentos adecuados y marcaban cada pulso de la canción. Su vientre se movía lentamente y balanceaba sus caderas con deseo. Se había metido de lleno dentro de la melodía y había desaparecido el público, el escenario y todo lo que la rodeaba. Solo era ella bailando con ella misma, disfrutando de ella misma, gozando de su propia presencia. No hacía falta mirar a los ojos de los hombres para sentirse deseada; ella se sentía a gusto en su propia piel.

Se subía o se sentaba en la silla, no importaba, sus movimientos eran verdaderamente hipnotizantes y tanto hombres como mujeres estaban fijos en todo lo que hacía. Tara brillaba con luz propia.

Cuando las últimas notas de la canción desaparecieron y sonaron unos efusivos aplausos que retumbaron por todo el local, seguido de ovaciones por parte del público, fue cuando Tara se despertó de su ensueño y dirigió una deslumbrante sonrisa que aún cegó más a los presentes.

Toni salió a darle la mano y a felicitarle, asegurándole que había estado fantástica, y Tara se reunió con Cecilia abajo del escenario mientras le daba unos últimos consejos a Betty, que estaba a punto de salir.

–Tu turno –le dijo Tara a Betty, aunque sin la maldad característica que teñían todas sus palabras dirigidas a la rubia. Su éxtasis era demasiado bonito para estropearlo con una sosaina como ella. De momento.

Cecilia y Betty compartieron la misma mirada de sorpresa, aunque no dijeron nada. Betty se dirigió directa al escenario a la vez que sonaba el ritmo de la siguiente canción, Mad World, sin la voz principal porque quería atreverse a cantar ella.

–Has estado genial –Cecilia abrazó con fuerza a Tara, que parecía sobrecogida por la emoción–. Ayax no te ha dejado de mirar ni un segundo –le dijo medio riendo.

Tara puso los ojos en blanco.

–No quiero saber nada de ese idiota.

–Vaya, pues mejor vengo en otro momento –dijo la voz de Ayax a su lado, que había aparecido de repente sin que Tara lo viera venir. Tara le dio un repaso de arriba a abajo, con desagrado. No lo admitiría en voz alta, pero no conocía a nadie que le acelerara el pulso por solamente llevar una chaqueta de cuero.

–¿Qué estás haciendo aquí?

Cecilia pareció incómoda.

–Bueno, eh, yo creo que me voy. Sweet Pea seguro que quiere decirme algo –y en voz baja añadió–, como siempre.

Tara no tuvo tiempo de decirle que no se fuera antes de que su amiga desapareciera y se viera una vez más con Ayax Rider a solas desde hacía tres semanas. La diferencia es que ahora ella no quería hablar con él y él sí. Los chicos, pensó Tara, quieren lo que no pueden tener.

–Has bailado bien –dijo Ayax.

Y más que bien. Ayax ni siquiera se había dado cuenta de que sus ojos la seguían por donde quiera que fuese hasta que Damien le dijo que si había pasado algo entre ellos que debiese saber. Ayax se horrorizó al instante, pero tuvo que reconocer que hasta que no le habían llamado la atención, había estado prendado de cada uno de sus movimientos. Esperaba que su imaginación no le hiciera pasar por un mal trago esa noche en sus sueños.

–Gracias –contestó seca.

Ayax se pasó la mano por el pelo, frustrado por no saber qué decir. ¿Ayax Rider se le había trabado la lengua? Era noticia digna de salir en portada.

–Mira, Tara, me sabe mal lo que dije ¿de acuerdo? Me había peleado con mi padre antes y no tenía humor para ti ni para nadie. Entiéndeme. Además, me incomoda que se me insinúen tan directamente...

Tara se carcajeó con falsedad, interrumpiendo sus palabras.

–Dios mío, claro. ¿Cómo no lo vi antes? Debes de ser el típico tío que quiere ser el "cazador" y que no le gusta cuando una chica dice lo que quiere con claridad, ¿no?

Ayax se la quedó mirando. Si supiera que lo que más le gustaba de ella era que decía lo que le salía sin ningún filtro, todo sería diferente. ¿Pero cómo le podía decir que simplemente no podía estar con ella porque no le convenía estar con ella? Para Tara el mundo era un juego que podía manejar a su antojo porque si le faltaba una pieza siempre podía comprarla. No entendía su estilo de vida, el trabajo duro, el esfuerzo. Y no se podía permitir estar con alguien que se tomaba en broma lo que él se esforzaba cada día por sacar adelante.

–Simplemente no quiero malos rollos contigo, ¿vale? Es verdad que me había equivocado contigo; lo reconozco. No eres una norteña estúpida como creía que eras. Probablemente eres la única chica que conozco que su primera reacción al ver a Black Hood sea darle un puñetazo en el estómago; por cierto, buen gancho –esbozó una pequeña sonrisa que hizo saltar chispas en Tara. ¿Enfadada? ¿Quién? No, debía mantener el tipo–. Eres valiente. Me gustan las personas valientes. Pero debes saber que tú y yo no podemos traspasar los límites –se le borró la incipiente sonrisa en los labios de Tara. ¿Por qué tenía que cagarla siempre en el mejor momento?–. No quiero que seamos uno más en las listas de ambos, ¿me entiendes?

Y tanto que lo entendía. Pero no quería aceptarlo.

–¿Y qué necesitas para que pueda entrar en tu otra lista?

Ayax sonrió con los ojos. Se lo estaba poniendo difícil.

–¿Por qué no te conformas con que seamos amigos?

Tara le devolvió la sonrisa, risueña.

–Porque lo que no sabes, es que soy inconformista por naturaleza. Dime algo que no pueda hacer y me darás una razón más para hacerlo –se había acercado a él, repasándole la solapa de la cazadora con el dedo.

Ayax se la quitó con rapidez y se la tendió, casi sin mirarla.

–Póntela; me estás deconcentrando.

–Es lo que pretendía –aunque obedeció y se la puso por encima de los hombros. Ahora parecía una chica Serpiente. Eso iba de mal en peor–. ¿Y bien?

Ayax alzó una ceja.

–¿De verdad quieres saberlo?

Tara asintió, emocionada.

–Primero, vas a tener que renunciar a todos los otros chicos de tu lista: no me gusta compartir –Tara le maldijo. Le sería difícil de cumplir; ser fiel no era lo suyo–. Segundo, me vas a ayudar cada día en el taller hasta que todos los vehículos estén impecables. Demuéstrame que eres más que una niña mimada. Y tercero –¿habían más?–, solo lo haré si siento algo por ti.

Tara quedó confusa por el último punto, pero sabía que podía hacerlo caer con una buena estrategia. Se lo plantearía como si fuera Napoleón conquistando territorios; mientras él no fuera más frío que Rusia, todo iría bien.

–Hecho.

Ayax parecía aceptar un acuerdo de pitorreo, como si supiera que no iba a durar ni dos días. De hecho, le había planteado los puntos más difíciles que se le habían ocurrido para que ella no tuviera ni la más mínima oportunidad –y aún así él seguiría teniendo la última decisión–, porque casi que le daba lástima decirle que no. Tara le caía relativamente bien –cuando no se odiaban– y era atractiva, pero ¿él y ella? No iba a pasar. Jamás. Prefería imaginársela como un ojalá que abrazara sus sueños de tanto en tanto.

–Te vas a arrepentir de lo que has dicho –anunció Tara–. Y esa será mi mayor satisfacción.



Con el tiempo, los dos se acordarían de esas palabras y se darían cuenta de lo ciertas que eran, aunque de un modo que ninguno de los dos habría imaginado nunca.
Ginger
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Mensaje por Drea. Dom 22 Abr 2018, 2:51 pm

Capítulo 9
Habían formado su propio bando, las dos incomprendidas del pueblo, pero esta vez, juntas.


Damien creía que lo había visto todo en la vida hasta que vio subir a la pequeña Cooper al escenario. En ese momento podría haberse reído, soltado algún comentario sarcástico y sentado a ver el espectáculo, después de todo, el baile de la serpiente solo servía para alegrarles la vista a aquellos con suficiente poder e influencia. Sin embargo, a pesar de ser uno de los pocos afortunados, mantuvo la boca cerrada y miró a otro lado, por que la situación le daba lástima. Verla ahí, tan frágil, quitándose la ropa como si el frío que sentía quemara, le hacía sentir fuera de lugar: como un viejo verde pagando por un streaptease en un bar de carretera.

A su lado, hombres de prácticamente todas las edades la alentaban a quitarse la ropa. Cualquiera pensaría que estaba perfectamente calculado, por que debajo de la falda llevaba un corsé muy bien anudado. Pero se dio cuenta que no tanto cuando vió a Cecilia Torres abrir los ojos como platos y pedir casi a gritos a su amiga que bajara del escenario. Sin embargo, los ánimos hacían a la rubia querer más y más, por que mientras bajaba girando en la barra, deslizó una de las tiras del sujetador de su hombro. Alguien tenía que explicarle a esta chica que el baile no consistía en quedar desnuda, sino en provocar sin enseñar.

De quien tenía que haber hecho una foto es de la cara de Jughead Jones, que ahora mismo se debatía en bajar a su novia de allí a tirones o partirles la cara a todos los de la sala. Las palabras que decían, los adjetivos que gritaban, eran totalmente ofensivos. Él mismo lo haría, si el moreno no se atrevía. Creían halagarla, pero solo provocaban que se saliera, cada vez, un poco más de control. Hasta Sweet Pea, que era un frígido y eterno enamorado de Cecilia, se relamía con una sonrisa maliciosa en los labios. A Damien estas actitudes le dieron ganas de vomitar, por lo que no aguantó más y tuvo que salir a la calle a tranquilizarse, y a fumar, también.

No era la primera vez que veía el cuerpo desnudo de una mujer, al fin de al cabo, tenía 21 años. Tenía experiencia en el tema del sexo. Pero esta vez, no había podido soportarlo. Se caracterizaba por ser frío, pero ahora se sentía cálido, por primera vez en años. En realidad, nolstálgico.  Ver a Betty de esa manera le hizo recordar su propio pasado, concretamente a su hermana. Claire aproximadamente tenía la misma edad que la nueva bailarina. También tenía el pelo rubio y sus ojos azules, por eso es que la semejanza entre ellas le había dado arcadas. Totalmente escalofriante. En un momento a otro no veía a Cooper, sino a su pequeña hermana, con la misma mirada de deseo hacia el público y girando y girando alrededor de la barra. Desnudándose. Tuvo que fumarse unos 6 cigarrillos más hasta que desapareció esa imagen de su cabeza.

O tal vez esa no fue la razón. Vio salir a Jughead Jones a zancada rápida y poco después a Cecilia y Betty discutiendo en voz baja. No solían interesarle los asuntos de los demás, pero estar tan cerca fue la excepción.

- ¿Pero se puede saber que te ha pasado ahí arriba?- cuestionaba Cecilia, arrastrando a su amiga del brazo. Esta se soltó de un manotazo, intentando avanzar hasta donde estaba su novio- Contesta, Elizabeth.
- He hecho lo que tu me dijiste que hiciera. Parece que no me diste muy buenos consejos- respondió, enfadada- ha sido un error hacer esto.
- ¡Yo no te dije que te desnudaras!- chilló la morena, exasperada- Casi te bajas el sujetador ahí dentro. Si no llega a ser por FP todo el sur te habría visto los pechos. Nunca te dije que lo hicieras, más bien te recordé que eso era precisamente lo que había que evitar- hizo una breve pausa, llevándose las manos a la cabeza- ¡Por dios, Betty!, ¿En que estabas pensando?. Parecías otra persona.

La rubia se cruzó de brazos y la miró, con lágrimas en los ojos.

- No lo sé. Es algo que no puedo explicar- se quitó una lágrima rebelde de la mejilla, pero aun así mantuvo su postura, a la defensiva- Solo me sale y ya está. Ojalá supiera por qué- intentó explicarse- pero no lo sé. ¡Nunca lo entenderías!.
- ¡Nunca lo sabré si no me lo explicas!, De verdad que no te entiendo, Betty- su atención se desvió de ella para posarla en Jughead, que preparaba su moto para marcharse- Pero será mejor que te vayas. Y puedes echarme la culpa todo lo que que quieras, no me importa.

A la rubia no le hizo falta más antes de echar a andar sin despedirse si quiera. Damien observó desde la lejanía como otra discusión metros más lejos comenzaba, una aún más acalorada que la anterior. Sin embargo, un sonido brusco lo distrajo. Era Cecilia, que con toda la rabia que ahora mismo sentía, había dado una patada al contenedor que tenía en frente. Ahora se apoyaba contra el, pero no tardó más de dos segundos en golpearlo de nuevo, pero ahora con la mano abierta.

No pudo evitar acercarse a esta última después de apagar el cigarro contra el suelo. A medida que llegaba hasta su posición, podía oír la cantidad de gruñidos y malas palabras que salían de sus labios, fruto de su mal humor.

- ¡Mierda!- la escuchó decir, en voz baja- Joder...
- Te agradecería que no trataras de cargarte el contenedor, gracias- esa fue su manera de saludar- ya sé que lo que hay dentro te apetece, por que es tan basura como tú, pero por favor, abstente de sacarlo y a ti misma de la vista de los demás, gracias.

No pretendía decir nada más, marcharse como siempre con la frente en alto, pero algo le hizo detenerse.

- ¡Tu sí que eres una mierda, Damien Flynn!- chilló ella, a su espalda- ¡El mayor hijo de puta que ha pisado este jodido pueblo.

En realidad le había hecho gracia, y por eso se giró, con una sonrisa en sus labios.

- Calma fiera. Deja tus garras para quien las quiera- dijo, despectivamente, como siempre que la dirigía la palabra.

De nuevo, iba a irse, por eso se giró, con las manos en los bolsillos.

- Y deja tu cara para quien le guste, idiota- farfulló ella- que tanto que me odias, pero siempre te atraigo como las polillas a la luz. Estoy harta de tenerte cerca.
- A mí tampoco me gustas, para tu información- contestó, mientras andaba.
- ¡Que te jodan!- le chilló. Después se volvió hacia el contenedor y murmuró, entre dientes- ojalá nunca le hubiera enseñado ese estúpido baile.

Esas simples palabras le valieron para retroceder a toda prisa y tomarla de la muñeca, con fuerza. Ella intentó desprenderse de su agarre, pero solo le sirvió para que intensificara la fuerza y la arrinconara contra el contenedor verde.

- ¿Fuiste tú quien le dijo a esa Cooper que lo hiciera?- la preguntó, con los ojos fijos en los suyos. De nuevo, intentó soltarse, en vano- Responde.
- A ti que te importa- contestó ella, suspirando por el esfuerzo.
- No te andes con jueguitos, Torres, no estoy de humor- masculló, resoplando.

Cecilia emitió una pequeña risa sarcástica, intentando dejar su muñeca libre de nuevo. Él aprisionó su cuerpo aun más, posicionando sus brazos sobre ambos.  Estaba totalmente inmovilizada, pues su espalda se apoyaba sobre el contenedor y su cuerpo, era cubierto por el de Damien. La cercanía era peligrosa, tentadora también. Habrían bastado pocos milímetros para que sus labios se rozaran, pero eso no pasaría esta vez. Ni nunca, a su parecer.

- ¿Y cuando lo estás?.
- Cuando no te tengo delante, por ejemplo- se dio cuenta de que su objetivo era distraerle, por lo que la golpeó contra el contenedor y en sus labios apareció una sonrisa, maliciosa- responde a mi pregunta- su rostro recuperó su gesto habitual, la seriedad.

Ella se estremeció ante el dolor que sintió por el impacto contra su espalda. Lo miró, con rabia. A veces pensaba que se encontraba delante de un monstruo.

- Yo le enseñé el baile- aclaró, por lo bajo- pero no eso que ha hecho.

Damien la soltó, mientras la empujaba. Ella le devolvió el empujón. Una intensa batalla de miradas comenzaba mientras volvían a acercarse el uno al otro.

- ¡Cómo se te ocurre!. ¿¡En qué cojones estabas pensando?!- le espetó él, a gritos.
- ¡Ella me lo pidió!- intentó defenderse.
- ¡Y tú lo haces!
- ¡No le veía nada de malo!, ¡Solo quería entender a Jughead!. Muchas chicas lo habían hecho antes, no iba a ser diferente- masculló, mientras se cruzaba de brazos.
- ¡Chicas del sur!- contraatacó.
- ¡Tara es del norte!- se excusó- ¡Y no veías ningún problema en mirarla el culo!.
- Es diferente, Cecilia- gruñó- No tiene ni punto de comparación.
- ¡Pues explícame la diferencia!.
- Pues...- a Damien se le trabó la voz y tuvo que hacer una pausa, pensando en que era lo que iba a decirle.
- Te escucho.
- ¡No es lo mismo, Joder!- terminó por gritar, en un intento del salvarse del aprieto.

No sirvió, sino solo para terminar con la poca paciencia que le quedaba a la chica.

- ¡Ni tu mismo sabes explicarte!.
- No tenías ningún derecho a decirle a una niña que se subiera a esa tarima y a que se desnudase solo para gustarle a los amigos de su novio- le espetó, con la imagen de su hermana de nuevo en la mente- Es totalmente irresponsable.
- ¡No es una niña!- ella seguía totalmente histérica- ¡Tiene mi misma edad! Y no es un corderito, sabe lo que hace perfectamente.
- ¿Entonces me estas confirmando que la dijiste que se desnudara delante de hombres de hasta 60 años?- Damien apretó los puños, pero aun así intentaba controlarse. Nunca la pegaría, aunque tenía ganas de hacerlo.
- ¡Yo no la dije que se desnudara!.
- ¿¡Entonces por qué lo hizo!?- explotó el rubio.
- ¡Y yo que sé!- chilló- ¡Por que la dio la puta gana!. No entiendo por que te molesta tanto, de todos modos- Bajó entonces el tono de voz, pero aún sosteniéndole la mirada- A ti solo te importas tu mismo.

Damien se limitó a ignorar lo último que había dicho, por que no era verdad. Que ella no fuese capaz de verlo no significaba que no tuviera sentimientos. Ninguno positivo hacia su persona, claro.

- ¡Me molesta por que es lo más estúpido que has hecho en tu vida!. Parece que no sabes hacer nada bien, y si lo haces, siempre afecta negativamente a los demás. Eres una pésima amiga. Has dejado que Betty Cooper se meta en la boca del lobo solo por que te enternecía su idiota historia de amor cuando la acabas de joder la vida. ¡Abre los ojos!, no tienes ni idea de nada. Además de desertora, solo metes en problemas a la gente que te rodea, a tus amigos y a tu familia. Eres ridícula, torpe y una inútil, renegada de tu propia sangre.  Si tú misma hubieras querido ser serpiente, te habrían rechazado, por que eres patética. No mereces ni ser llamada serpiente blanca. Pregúntale mejor a tus padres a ver si te encontraron en algún contenedor como este, por que como he dicho, lo que hay dentro se te parece.

Él se sintió muy tranquilo, sacando todo lo que pensaba de su interior. Pero en cuanto vio como de golpe, a Cecilia se le enrojecieron los ojos, sintió una pizca de culpabilidad que le amasó el corazón. Tal vez se había pasado un poco.

- ¡Estoy harta!- terminó por gritar ella, ya llorando- ¡Estoy harta de que me desprecies, que me trates como una mierda, que juegues conmigo como un trapo!. Lo de Betty no te molesta, solo es una excusa para descargar tu rabia conmigo, que parece que es tu pasatiempo favorito- hizo una breve pausa y lo miró intensamente, expresándole el daño causado con la mirada- ¿Qué te he hecho?. ¿Qué he hecho en otra vida para que me odies tanto?.
- Yo...
- ¿Pues sabes lo que te digo?- le interrumpió- Hoy he discutido con todo el mundo, y todo a costa de algo que no he hecho, por que ha sido Betty la que se ha vuelto loca en el escenario. Contigo, con FP, Toni y los chicos, Alice Cooper, Jughead y Betty. Todos culpándome. Estoy harta de este ambiente de mierda. De que por ser del sur los del norte me rechacen por serpiente y que por no serlo, parezca como tu has dicho, que rechazo mis orígenes. ¡Me he pasado la vida expulsada de ambos bandos!. Pero ya no puedo más- se detuvo para coger aire- ¡No puedo más!- gritó llorando- No puedo con esta tensión, por eso me marcho. Diles a todos de ahí dentro que no voy a volver a pisar ese bar de mierda. Que se metan las críticas por el culo, por que no me van a volver a ver el pelo. Me dais asco. Todos. Que ni Toni, Fangs y Sweet Pea se aparezcan por mi casa, por que ya ha quedado claro de que lado están. Del tuyo.

Y sin dejarle responder, echó a correr hacia el parque de caravanas, reprimiendo los sollozos que amenazaban con salir. En algún momento tuvo que parar, pero no más de dos segundos. Cualquier tiempo en el que sus piernas no la alejaran de ese inmundo lugar era perdido. Tenía muy clara su decisión y no pensaba revocarla.

En cuanto llego a la caravana, que naturalmente estaba vacía, cerró la puerta de su habitación de un portazo. Se deslizó poco a poco por la madera, acabando sentada de cuclillas en el suelo. Se llevó la mano a la boca y lloró, lloró y lloró. Parecía que iba a quedarse seca, pero nada podía compararse al dolor que estaba sintiendo. Quería gritar, tan fuerte que sus pulmones se quedasen sin aire, por eso se llevaba las manos a la boca. Ninguno de sus vecinos merecían escucharla.

Pasado un rato, escuchó golpes en la puerta. No le apetecía, pero se levantó a abrir. A paso lento llegó hasta el umbral de la entrada, deteniéndose a mirarse por un momento en el espejo. Estaba horrible. Tomó el pomo con la mano derecha y abrió, encontrándose un conocido rostro detrás. Al ver el estado de su amiga, la preocupación se extendió a todo su rostro.

- No me cogías el teléfono- excusó su presencia.

Cecilia lo miró, encima de la mesa que tenía a su lado. Estaba dentro del bolso, pero aun así distinguió a ver las notificaciones que expresaban unas 5 llamadas perdidas de Tara. Sin embargo, no respondió. No podía. En cualquier momento explotaría si lo hacía.

- Uy, esa cara no es de ver el diario de Noah- intentó bromear, en un intento de romper el hielo.

La morena sollozó, provocando que la recién llegada se cuestionara sus dotes para consolar a sus amigas y también su falta de experiencia.

- ¿Qué ha pasado?- preguntó a la vez que esta se hacía a un lado y la dejaba entrar.
- Todos están enfadados conmigo por dejar que Betty bailara para los serpientes- intentó responder ella, pero la voz se la cortaba. Tara no entendió nada de lo que dijo, pero al oír el nombre de la rubia, se lo imaginó.

Ambas se sentaron en el sofá, en frente de la otra.

- ¿Enserio?- la incredulidad ganó al sentimiento de odio que ahora mismo sentía por todo el mundo. Y también al entusiasmo de haber conseguido algo con Ayax- Tu la advertirse. Fue ella, que esta loca la que hizo de más.
- Parece que eres la única que lo ve así.
- La única que piensa con claridad, al parecer- gruñó, ofreciendo a su amiga un pañuelo.
- Estoy harta de estar siempre en medio. De que nadie me acepte- se lamentó Cecilia.
- Yo sí que estoy harta. Harta de esa mosquita muerta, que por su cara de buena todo el mundo piense que es inocente. Pero no lo es, por que es una perra. La mayor de ellas. Hasta Chuck Clayton lo dijo, que casi lo ahoga en un Jacuzzi.

Las dos rieron, por primera vez al imaginarse la imagen.

- Has puesto muy mal ejemplo- Chuck era el chico más odiado del instituto.
- Me da igual. Es la verdad- Tara recordó lo que había dicho Cecilia con anterioridad- Y si no te aceptan, que les jodan también. Eres la persona más buena que conozco, C. Y si esa chusma no sabe verlo, no son tus amigos- se refería a Toni, Fangs y Sweet Pea, con quienes la había visto discutir- Ningún lado es suficiente para tí, Ninguno te merece.

La morena agachó la cabeza y Tara la abrazó con fuerza, mientras le acariciaba el pelo. Y así pasaron la noche, juntas, con el sonido de la lluvia que ahora caía como banda sonora. Por que si algo tenían claro, es que solo se tenían la una a la otra, al menos hasta el día siguiente, cuando Toni, Sweet Pea y Fangs aparecieran para intentar disculparse. Pero no los perdonaría, al menos por ahora. Se había sentido abandonada, sola y totalmente rechazada. Aislada en el mundo que creía suyo, pero que ahora sabía que ya no lo era. Su nuca quemaba, pero en los brazos de Tara se sentía protegida. En ese momento y sin darse ni cuenta, habían formado su propio bando, las dos incomprendidas del pueblo, pero esta vez, juntas.
Drea.
Drea.


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Touch of Evil || Riverdale Empty Re: Touch of Evil || Riverdale

Mensaje por Ginger Miér 25 Abr 2018, 8:02 am

Capítulo 10
Estás a salvo, ¿de acuerdo?




–No vas a poder con eso, déjalo –avisó Ayax a una sudorosa Tara, intentando mover una caja de herramientas de tamaño monstruoso–. Como te lesiones aun me voy a enfadar.

Cuando Ayax aceptó la apuesta con Tara, no había creído ni por un segundo que a la mañana siguiente se la encontraría plantada a la puerta del taller a la hora indicada. Al parecer, la princesa era capaz de ensuciarse las uñas en su tiempo libre, y solo por eso Ayax ya no comentó nada acerca del mono denim que llevaba puesto, aunque no pudo evitar que se le escapara una sonrisa a medias: Tara podía creer todo lo que quisiera que llevaba ropa adecuada, pero la realidad es que parecía sacada de una edición ranchera de Vogue.

–Puedo hacerlo, tengo más fuerza de la que crees –respondió Tara con dificultad. Tenía la frente perlada de sudor y apretaba la mandíbula con tanta fuerza que empezaba a arremolinarse el color rojo en sus mejillas.

Ayax la miró de reojo mientras reponía los neumáticos de un coche, esperando su siguiente movimiento. Tara intentó varias veces mover la caja con todas sus fuerzas sin éxito, ya que persistía al mismo sitio sin moverse un centímetro. Al final, cuando parecía resignada a pedirle ayuda a Ayax, se le iluminaron los ojos al ver algo al otro extremo de la sala que provocó que fuese directa hacia él. Al poco rato, Tara volvió con una plataforma hecha de tablones de madera y ruedas que usaban el padre de Ayax y él para transportar los vehículos más fácilmente. Lo puso enfrente de la caja y le dio tal patada que la caja cayó inevitablemente a la plataforma, provocando una expresión triunfal en el rostro de Tara.

–Vaya, parece que has descubierto la panacea –dijo Ayax en tono burlón, concentrado en acabar de sellar las ruedas.

Tara hizo una mueca y se cruzó de brazos, apoyando el peso de su cuerpo en una pierna.

–¿Sabías que podía hacerlo de esa forma y no me lo has dicho?

–Quería ver cómo te las apañabas –reconoció Ayax encogiéndose de hombros, antes de comprobar una última vez que los neumáticos estuvieran bien colocados. Dio una palmada al capó dándolo por finalizado y utilizó la palanca de su lado para hacer bajar el elevador a la altura del suelo.

–¿Y ahora qué hacemos? –Tara apareció a su lado toda colorada y con la respiración agitada, pero con una sonrisa de satisfacción estampada a la cara al saber que estaba consiguiendo hacer todo lo que le pedía.

Ayax revisó el taller en busca de algo más por hacer, pero ya lo habían hecho todo: pintar, reponer piezas, arreglar motores... Era la primera vez que acababa tan rápido de trabajar y sin embargo no se alegraba ni una pizca. Había creído tan imposible que Tara hiciera algo más que quedarse sentada en una silla sin hacer nada, que ni siquiera se había planteado la idea de que realmente se tomara la apuesta enserio. Y cumpliese con ello a rajatabla.

–Pues parece que no... –el sonido de llamada del móvil de Tara lo interrumpió. Tara sacó su móvil del bolsillo delantero del mono y vio el nombre de Archie reluciendo en su pantalla. Alzó un dedo en dirección a Ayax para indicarle que se iba un momento antes de descolgar.

Tara fue al extremo más alejado y se sentó en una mesa llena de potes de pintura.

–¿Diga?

La voz alterada de Archie respondió.

–¿Tara? ¿Eres tú?

–¿Y quién va a ser si no, idiota? Has llamado a mi número.

–Necesito que me digas exactamente si viste algo de Black Hood que se pueda identificar, a parte de la capucha y los ojos verdes. Es importante.

Tara notó el corazón desbocado y cómo se le secaba la boca de repente.

–¿Cómo? ¿Por qué quieres saber eso?

–¿Te acuerdas de cuando Black Hood envió una nota avisando de que volvería a matar en 48 horas si no le demostrábamos que no éramos pecadores? –Tara asintió al otro lado del teléfono, sin caer en que Archie no podía verla–. Pasaron los dos días y no hizo nada. Hasta ahora. Black Hood nos ha enviado a Betty y a mí una caja con el dedo del conserje de la escuela, el señor Svenson –Tara se tapó la boca con la mano, sin lograr retener la exclamación de sorpresa que escapó de sus labios. Ayax, al otro lado del taller, miró hacia su dirección–. Lo tiene secuestrado y quiere que nosotros lo salvemos.

–¿Habéis avisado a la policía? –preguntó Tara, ignorando el ligero temblor de manos que sacudía su teléfono.

–Imposible; Betty dice que él sabrá si contactamos con la policía. Tara, necesito que me ayudes –suplicó Archie.

–De acuerdo, déjame pensar –contestó nerviosamente–. A ver, recuerdo que era alto, probablemente un metro ochenta, llevaba pantalones vaqueros y una chaqueta. Iba todo de negro, juntamente con la capucha. Tenía la pistola en el coche, con las cuerdas y los sacos. Creo que no llevaba arma blanca.

–Vale, es justo lo que necesitábamos. Gracias, Tara –dijo Archie al otro lado de la línea con supuesta serenidad, aunque su voz parecía intranquila.

–Cuando estéis ahí avisadme. Llamaré yo a los refuerzos.

Archie pareció aliviado.

–Gracias.

Cortaron sin despedirse. Tara bloqueó la pantalla y volvió a meterse el móvil en el bolsillo, aunque empezó a pasearse de arriba hacia abajo con angustia. Sintió la presencia de Ayax a su lado a la vez que la detenía por el hombro y la hacía girarse hacia él.

–¿Quién era? ¿qué te ha dicho? –la miraba a los ojos, en los que se le reflejaba todo el miedo a Tara.

–Archie y Betty. Se encontrarán con Black Hood esta noche.

Tara se abrazó a sí misma, notando las oleadas de pánico invadiéndole el cuerpo. Intentaba respirar pausadamente como había leído en internet que podía parar una crisis de ansiedad, pero parecía ahogarse en ella misma.

–Eh, eh, tranquila –Ayax le pasó el brazo encima de los hombros como primer instinto, intentando que se centrara en cualquier otra cosa que no en los recuerdos de su secuestro–. Ya ha pasado, no te va hacer nada.

Tara apoyó la cabeza en el pecho de Ayax y empezó a sollozar.

–No puedo, irá a por mí, sé que irá a por mí...

–Cálmate –le limpió las lágrimas con el pulgar y le alzó la barbilla para que le mirara a los ojos–. Estás a salvo, ¿de acuerdo?

Tara asintió, y por un momento, hundida en ese mar tormentoso que eran sus ojos, casi se lo creyó. Casi.





Cuando dieron las ocho en punto, Riverdale parecía una ciudad fantasma. Estaba oscuro y la densa niebla empañaba las calles de principio a fin, haciéndolas parecer el escenario de una película de terror. Lo único que relucía como siempre era el cartel de neón de Pop's, donde las Serpientes llevaban reunidas desde hacía horas para discutir sobre lo que Ayax les había contado acerca de Black Hood.

–¿Pero estás seguro de que Black Hood irá detrás del pelirrojo? –preguntó Sweet Pea con una patata frita colgando de la comisura de su boca a modo de palillo–. Los norteños son muy exagerados.

–Si pensara que no es cierto, no os habría reunido. Tara se veía afectada –repuso, tomando un sorbo de su zumo de melocotón y uva. Pop Tate, el dueño de Pop's, no dejaba beber alcohol a los menores, aunque supiera perfectamente que los Serpientes son bebedores intrínsecos desde los catorce.

Damien entornó los ojos hacia su dirección. Ya le había advertido de que se alejara de ella varias veces, pero al parecer Ayax había acabado haciendo lo que quería. Como siempre. Damien parecía tenerlo todo siempre tan bajo control que cuando se topaba con personalidades como Ayax se frustraba. La impulsividad le parecía caótica.

–Entonces, ¿es eso lo que quieres hacer? –se aseguró Fangs–. Tuviste suerte de salir vivo enfrentándote a Black Hood; yo no tentaría a la suerte.

–No tiento a la suerte, estoy haciendo lo que debo.

Toni puso los ojos en blanco.

–¿Por qué todos los hombres son tan egocéntricos como para pensar que son los únicos héroes en la historia? –resopló–. Podemos ayudarte todos nosotros, Ayax. No es una guerra que debas librar solo.

El tintineo de la puerta hizo que todo el grupo girara la cabeza hacia la entrada, donde Cecilia Torres y Tara Yellers cruzaban la entrada entre rostros sonrientes y palabras amigables. Toni sintió un chispazo de envidia al verlas; Cecilia llevaba evitándolos desde la actuación de Betty en el Whyte Whyrm y solo había accedido a venir después de haberle dicho que se trataba de Black Hood y aceptar que se llevara a Tara consigo. Tara, Tara, Tara, pensó Toni con rabia. Últimamente no hacía más que oír ese nombre por todos lados.

–Perdón por llegar tarde, hemos tenido problemas con la gasolina –anunció Tara al llegar, como si fuera la reina del mambo. Cecilia la miró partiéndose de risa, al parecer compartiendo una broma privada que provocó que las aletas de la nariz de Toni se hincharan como un toro.

Ayax miró un segundo a la mulata antes de volver a centrar su vista al frente como si nada y seguir hablando con Sweet Pea acerca de su plan, pero Sweet Pea había dejado de escucharle en el momento en el que había entrado Cecilia por la puerta. Llevaban horas sin hablar y se estaba muriendo por decirle algo. Ni siquiera había respondido su mensaje de disculpas que le había mandado por la mañana y eso le estaba volviendo loco.

–Buenos días, ¿eh? –recalcó de broma, pero Cecilia simplemente lo miró y no dijo nada, sentándose al otro extremo de la mesa. Habían tenido que poner sillas de más porque no cabían todos en una mesa, pero pareció que Cecilia estaba feliz de poderse sentar cuanto más lejos posible de Sweet Pea.

–No me has respondido al mensaje –volvió a intentar hablar con ella, ignorando cómo Tara meneaba la cabeza y pensaba "resiste, soldado"–. Pensaba que igual te encontrabas mal.

Cecilia lo miró un segundo antes de responder, como si no comprendiera lo que había dicho.

–¿Y por qué debería responderte?

La carcajada sonora de Tara no se hizo esperar, llenando todo el local con su ataque de risa que no acabó hasta que Ayax la fulminó con la mirada. Era el único que la intimidaba de verdad.

–¿Podemos tomarnos esto enserio de una vez, por favor? –imploró Ayax, maldiciendo a quien fuera que hubiera avisado a Cecilia y a Tara de venir. Estaban distrayendo a todo el mundo–. No tenemos mucho tiempo y podemos acabar hechos polvo de esta.

–Eso me recuerda mucho a lo que me hiciste ayer por la noche –dijo Tara con voz seductora. Le guiñó un ojo mientras sorbía su batido de vainilla con la pajita. También distraía a Ayax, pero él simplemente la ignoró para hablar con Fangs y Damien sobre lo que querían hacer.

–Así que en resumen; quieres prestarte como cebo para distraer a Black Hood y hacer que Archie y Betty rescaten al señor Svenson mientras nosotros llamamos a la policía, ¿no es eso?

Ayax asintió.

–Exactamente.

Hubieron quejas a su plan por ser demasiado arriesgado, pero al final coincidieron en que era la mejor opción para asegurarse de que se salvara el conserje, Archie y Betty. Todos menos Tara, quien estaba cruzada de piernas y brazos incapaz de entender por qué tenía que ser él el que se presentara voluntario.

–¿Y no podemos llamar a la policía y ya está?

Ayax negó con la cabeza.

–Se volvería escapar. Tenemos que tenerlo atrapado como en una ratonera antes de estar lo suficientemente seguros de que no podrá moverse. Solo entonces llamaremos a la policía, ¿entendido?

Asintieron, aunque Tara no seguía convencida.

–Entonces voy contigo.

–Tú no vas conmigo.

–¿Porqué? –replicó.

–Porque entorpeces, haces ruido y te intentarán matar otra vez.

Tara se indignó.

–¿Y tú no?

–No.

–Pues muy bien espero que te gusten los gusanos, porque es lo único que entrará en tu boca el resto de tu vida cuando estés debajo de la tierra –protestó Tara.

Ayax quiso responder, pero se convenció de que no merecía la pena seguir hablando con ella. No entendería que ella no tenía ninguna posibilidad de sobrevivir por ella misma. Él sí.

–Bueno, como no hay más cuestiones, empezaremos en un cuarto de hora –señaló al reloj colgado en la pared–. Estad preparados.


Ginger
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Touch of Evil || Riverdale Empty Re: Touch of Evil || Riverdale

Mensaje por Drea. Dom 29 Abr 2018, 7:41 pm

Capítulo 11
Una verdad que susurraba "Esto no ha terminado"


Hacía horas que Riverdale había dejado atrás la luz del día. La oscuridad había sumido por completo la ciudad y también se extendía el completo silencio, que aumentaba por momentos la tensión que se respiraba en el ambiente. Eran altas horas de la noche y los búhos ululaban, la luna llena presidía el cielo. Podría haber sido el escenario perfecto para cualquier crimen, pues todo parecía tener un toque fantasmal, uno que realmente protagonizaría pesadillas. No había nadie por la calle, claro excepto por el grupo que ahora se desplazaba lentamente bajo la luz de las farolas. Caminaban en hilera, formando una larga fila que ocupaba toda la acera, por lo que por eso y el sonido de sus pisadas, cualquiera podría deducir que se trataba de un grupo grande. La leve luz sombreaba sus figuras sobre el asfalto, descubriendo que algunos de ellos iban bien armados. Algunos, por que otros escondían la artillería bajo sus pesadas chaquetas de cuero. 

Nadie se atrevía a decir nada, y no por precisamente vergüenza o timidez, sino por que la situación no necesitaba palabra alguna. Todos sabían lo que tenían que hacer y habían acordado ceñirse al plan a rajatabla, había mucho en juego. Sus vidas pensó Tara mientras agarraba con fuerza el cuchillo que escondía el forro interior de su pantalón. Nunca lo admitiría, pero tenía miedo. Estaban dirigiéndose directamente hacia el matadero, hacia el hombre que días atrás había intentado acabar con su vida. Andaba con algo de inseguridad y se estremecía a cada paso que daba, mientras recordaba que cada vez estaban más cerca.

Por otra parte Cecilia parecía irreconocible para las serpientes desde que ahora se juntaba con Tara. La seguridad que había adquirido en tan poco tiempo era totalmente asombrosa, teniendo en cuenta que ahora parecía ser una persona totalmente distinta. Llevaba el pelo suelto y los labios pintados de rojo fuego, préstamo de la que ahora era su mejor amiga. Era quien encabezaba la fila por que llevaba consigo una pistola, el arma más peligrosa. Ayax y Damien, al principio se habían rehusado en confiársela a ella, por que la veían inexperta y no confiaban en la seguridad del grupo. Sin embargo, era la que mejor puntería tenía y se lo había demostrado a ambos. 

Pronto llegaron a un claro y se dispersaron en todas las direcciones. Se separaron para rondar todos los caminos que llevaban al bosque, por que realmente no sabían que dirección habían tomado la rubia y el pelirrojo. Hace horas, cuando se reunieron en el Pop´s, habían acordado delante del mapa de la ciudad como se dividirían, en parejas de dos. Tanto Toni como Sweet Pea gruñeron y se quejaron cuando les tocó juntos y no con Cecilia, pues estaban intentando reconciliarse con ella y sin pasar tiempo juntos era difícil. Como ella no quería ni verles la cara, tenían esperanzas de que el plan los favorecería. Fangs, en cambio, parecía muy contento de hacer trío con dos chicos guapos: Ayax y Damien.

Tara y Cecilia tomaron la 3 dirección y caminaron muy juntas. La luz poco a poco se iba disipando, por eso ambas encendieron sus linternas apuntando a todo lugar que pisaran y alrededores. Capucha Negra podría encontrarse en cualquier parte. Precisamente por ello habían venido a buscarlo.

Pronto, la luz de otra linterna las alertó, poniéndose en guardia una de espaldas a la otra con sus armas a mano. Enseguida se dieron cuenta de que eran Archie y Betty, reconociendo detrás de los árboles el color de cabello de cada uno. Ambas se miraron, asintieron con la cabeza y se acercaron sin hacer ruido, escondiéndose tras el espesor del bosque. Debían mantenerlos vigilados, por si algo pasara y necesitaban ayuda. No debían exponerse a Capucha Negra si no era totalmente necesario.

Observaron como el pelirrojo empezaba a cavar con una pala que allí mismo había encontrado. Las chicas no pudieron contener su asombro. No entendían por qué habían venido expresamente solo para hacer un hoyo en el suelo y cuando escucharon el "dios mío" de Betty no pudieron hacer otra cosa que lamentarse por no poder estar más cerca y poder ver lo que escondía la tierra en su interior.

De repente, levantaron una tapa y se dieron cuenta que lo que había allí era una especie de ataúd. Fijaron la vista un poco más allá y Tara pudo distinguir una lápida. Se la señaló a su amiga y ambas comprendieron lo que era, una tumba. No podían hablar entre ellas, pero las expresiones de su rostro las delataron, ¿que hacían profanando tumbas esos dos?.

- ¿Dónde está?- Oyeron preguntar a Archie- ¿Y el Señor Svennson?, ¿Por qué enterraría Capucha negra un ataúd vacío?.

Tara y Cecilia se miraron rápidamente, como para saber que había pensado la otra en un momento como aquel. Se hacían a sí mismas la misma pregunta que el pelirrojo.

- ¿Y si es una...?

El sonido del cargamento de una pistola la interrumpió y también alertó a las dos amigas, que se pusieron totalmente blancas al distinguir un hombre apuntando con su arma a la pareja. Efectivamente, era Capucha negra. Tara fue a sacar su cuchillo rápidamente lista para atacar, pero Cecilia la contuvo, poniéndose el dedo índice los labios y susurrando levemente "Silencio". Todavía no era el momento oportuno. 

- Métete en el ataúd- ordenó él.

La pistola siguió apuntando hacia sus cabezas y Archie y Betty se miraron, como interrogándose el porqué de ese extraño mandato. No se lo creían. Sin que se diesen cuenta, Cecilia sacó el móvil de su bolsillo y activó la ubicación, tecleando muy despacio el número de Ayax en la marcación rápida. Esa era la señal de peligro. Sin embargo, todo el grupo sabía que no debían desplazarse hacia allí si no había una segunda llamada.

- ¿Qué?- intentó rehusarse el pelirrojo- Ni hablar.
- ¡Al ataúd o le pego un tiro en la cabeza!.

La rubia se estremeció al sentir que era por salvarla la razón por la que su amigo lo haría. Miró al suelo, pues no quería ser testigo de la escena. Mientras, Tara empezó a temblar de miedo, por que sabía lo que pasaría a continuación. 

- ¡Ahora!- exigió capucha negra mientras apuntaba a Betty. Ella lo miró, temerosa. Pensaba que él la apreciaba por el hecho de que la llamase e intentase alejarla de todos quienes la importaban, pero ya veía que no. Era otra pieza de su juego.

Entonces bajo la mirada de las 3 chicas, Archie Andrews se colocó de pié sobre el hueco que él mismo había hecho hace unos minutos. Después se tumbó sobre la caja y miró hacia arriba, observando los rostros de su amiga y asesino antes de dirigirlo hacia la luna, radiante en el cielo. En ese momento pensó que sería la última vez que lo haría.

- Cierra el ataúd y sal de la tumba.

La rubia intentó suplicar con los ojos empapados en lágrimas, pero fue en vano.

- Hazlo, Betty- exigió, de nuevo.
- Dios mío, lo siento- intentó disculparse ella, sin saber que hacer.

Y así fue cerrando la tapa, poco a poco, como si no quisiese dejar atrás el rosto de su mejor amigo, con quien había compartido juegos, risas, y había sido su primer amor. Quien diría que ella sería su último beso, la persona que lo vería morir.

- Coge la pala y rellena la tumba.

Todavía tenía una pistola que la apuntaba a la cabeza, por lo que hizo lo que la ordenó. Mientras suplicaba de nuevo, "Por favor, no", cogió la pala que habían dejado allí anteriormente y comenzó a recoger tierra para empezar a echarla encima de la caja ataúd. Cecilia nunca pensó que un hombre podría ser más cruel. Sintió que se acercaba el momento, por lo que tocó levemente el hombro de Tara y le enseñó la pistola, que había sacado del interior de su cazadora. La morena, ahora llena de lágrimas, asintió y se dispuso a sacar su cuchillo. Intentó no hacer el mínimo ruido mientras le quitaba el seguro. Le pasó también el teléfono a la morena.

- Sabemos- intentó decir Betty mientras seguía enterrando la caja- cual es el pecado del señor Svensonn. Lo que hizo. ¡Es el pecado secreto de la ciudad!- exclamó- ¿Eso es lo que quieres revelar, no?. ¡Podemos revelarlo, yo puedo revelarlo!- suplicó- El señor Svensonn esté donde esté no tiene que morir. ¡Archie no tiene que..!.

Pero la charla de ambos se vio interrumpida, por que alguien se había acercado a ellos por la espalda y había pegado dos tiros al cielo, informando de su llegada y también de su protección hacia su amiga. Ambos se giraron y vieron a Cecilia, que sujetaba una pistola hacia arriba, pero que ahora apuntaba a Capucha negra. Tara, de mientras, pertenecía en su escondite. Tenía que estar alerta por si necesitaban refuerzos.

- Vaya, Vaya. Parece que he cazado un buen conejo- comentó mientras se acercaba lentamente a ellos- Betty, deja la pala- esta la obedeció, dándole gracias al cielo- Y tú, manos arriba. Se acabó el juego.

Sus pistolas apuntaban al otro, pero ninguno se animaba a disparar sin alguna señal de peligro. No sabía que pasaría por la mente de aquel desgraciado, pero Cecilia tenía un cargamento listo para estrenar.

- Cecilia Torres, siempre metiéndote donde no te llaman, ¿Nunca aprenderás, verdad?- preguntó irónicamente el encapuchado. Entonces se dirigió a la rubia- Siento arruinar tu trabajo, Betty, pero creo que vamos a tener que enterrar a alguien más con tu amigo. Coge la pala.
- Por favor, no...-intentó suplicar mientras la cogía.
- Me da a mí que ese vas a ser tú- le continuó el juego. Nunca sabría de donde sacó la valentía en ese momento- Betty, deja la puta pala. 

Capucha negra cambió su objetivo a la rubia, pero Cecilia lo siguió apuntando. Sin embargo, aún no dispararía.

- Coge la pala, Betty Cooper- demandó, con esa voz siniestra que tenía- Si no quieres que acabe con tu amigo antes de que la falta de oxígeno lo haga.

Ante las amenazas, ella obedeció.

- Ni se te ocurra. Si vas a cogerla de nuevo va a ser para sacar a Archie de allí.

Entonces algo los distrajo. Fue Tara que había salido de donde estaba y había intentado atacar al encapuchado con su cuchillo con toda la rabia que llevaba dentro. Estaba totalmente furiosa y histérica, por eso se había salido del plan. Ya estaba cerca de perder a Archie y no quería perder también a Cecilia. Él esquivó el golpe, empujando a la morena al suelo, donde se encogió, temiendo su final. Sin embargo, fue suficiente el tiempo para que Cecilia disparara, y también para que los refuerzos llegaran. Ahí comprendió que Tara había hecho la segunda llamada.

La sirena del coche del Sheriff los alertó, y también los grandes focos, que apuntaban hacia su dirección. Entonces fue cuando Betty Cooper se armó de valor y le atizó un golpe con la pala al secuestrador, dejándolo totalmente K.O en el suelo. Cecilia ayudó a Tara a levantarse y la abrazó, pues por un momento temió por su seguridad. Rápidamente se separaron y ayudaron a la rubia a sacar toda la tierra de encima del ataúd. Siendo como era ella, a Tara le dio exactamente igual mancharse y acabar con su manicura. Quería tanto a Archie que no pensaba en otra cosa.

Levantaron la tapa y ahí estaba él, totalmente aturdido. La luz de la linterna lo cegaba, pero rápidamente se dio cuenta de la situación. Había oído todo desde abajo. Las tres le ofrecieron sus manos y el se agarró a la de Betty mientras las otras dos hacían fuerza para subirlo. 

- ¿Dónde está, a dónde se ha ido?- preguntó totalmente fuera de sí.
- Por ahí- señaló Betty al comprobar que no se encontraba donde ella lo había dejado.

El pelirrojo cogió la pistola que se había dejado en el suelo y los 4 echaron a correr en esa dirección. Cecilia sintió alivio cuando descubrió que iría totalmente desarmado y aumentó sus esperanzas. Tara, ahora totalmente despeinada y con tierra sobre la cara, dejó los tacones atrás para comprobar bajo sus propios pies la dureza y el frió de la venganza.

Parecía una escena digna de película. Dos chicas y un chico corriendo sobre el puente lo más que pudieron sus piernas detrás de quien había sido el terror del pueblo. Nunca habían corrido así, pero tampoco habían tenido tantas ganas de algo. Sus cuerpos demandaba descanso, pero todos tenían la mente y todo su esfuerzo en el objetivo y no pensaban rendirse. Archie lideraba, siguiéndole las chicas detrás, después de todo, nunca podrían competir con alguien que había entrenado toda la vida.

- ¡Eh!- lo llamó el pelirrojo- ¡Detente!.

Este pareció tropezarse y lo alcanzaron, deteniéndose más o menos en el centro de la pasarela. Como en un intento de escapar, intentó subirse al puente. Quería tirarse al agua.

- ¡Detente, Ahora mismo!- demandó, recuperando el aliento- ¡Al suelo, o te disparo, te lo juro por dios que lo hago!.

Cecilia también lo apuntó con su pistola y Tara sacó el cuchillo. Betty en ese momento se vio indefensa, pues era la única que iba desarmada.

- ¡si no lo hace él lo haré yo!- chilló la morena, colocándose a la altura del pelirrojo- ¡Baja de ahí ahora mismo, cobarde!.

Tara también avanzó, demostrando que parte de su miedo hacia él se había ido al acorralarlo. Capucha negra la observó entonces, reconociéndola.

- ¡Tú, intentaste matar a mi padre!, ¡Y a mis amigos!- miró a Tara, que ahora parecía irse haciendo mas pequeña, al recordarlo- ¡Vas a pagar por tus crímenes!.
- Esto se va a acabar- pronunció Cecilia, lentamente- No te vas a escapar- recalcó- Esto se acaba hoy.

No le pareció hacer el menor caso, por que intentó de nuevo subirse a la cerca. Ambos prepararon sus pistolas.

- ¡He dicho que pares!- chilló el pelirrojo mientras disparaba. Cecilia le siguió, resonando el sonido de tres disparos que hicieron retroceder a Betty, que era la que todavía estaba detrás.

Capucha negra entonces se tambaleó, terminando en el suelo ante ellos, casi indefenso. Aun así, Archie y Cecilia lo siguieron apuntando. 

Tara se giró y entonces los vio: Al sheriff Keller, que había sido el autor del tercer disparo y al resto de los serpientes, que lo acompañaban. Ellos debieron haberlo avisado al recibir su segunda llamada.

- ¡Archie, Cecilia, bajad las pistolas!- demandó mientras se acercaba con el resto del grupo a su espalda.
- No- murmuró el primer nombrado. Cecilia lo respaldó y tampoco apartó la suya.
- ¡Se acabó!.
- ¡Sheriff Keller!- chilló Tara, al lado de Betty. Al fondo, pudo distinguir a Ayax y soltó todo el aire acumulado al verlo a salvo.
- ¡No os acerquéis!- exigió el Sheriff cuando casi había llegado hasta su posición.

Cuando lo hubo hecho, lo agarró de las manos y se las colocó sobre la espalda. Mientras, Ayax y Damien habían llegado con él. El primero se dirigió hacia Tara y sin decir nada más, la envolvió en un fuerte abrazo. Ella no dejaba de llorar. Había sido muy duro para ella volver a enfrentarse a su intento de asesino. El segundo se había acercado a Cecilia y aunque no sentía mucho aprecio por ella, en ese momento fue objeto de su preocupación. La tomó del hombro, intentando tranquilizarla. Ella cogía y expulsaba aire una y otra vez. Aún se recuperaba de la impresión. Después de todo, no sabía cual de los disparos había acertado. Perfectamente podría haber sido el suyo.

- Está muerto- anunció.

Se encontraban todos en círculo, por lo que se miraron unos a otros.

- ¿Quién es?- preguntó Betty, con creciente curiosidad.

El padre de Kevin no tardó en liberar una de sus manos para arrancarle la capucha y todos observaron expectantes el rostro del ángel de la muerte que había sucumbido su ciudad. Hubo sorpresa cuando reconocieron al conserje del instituto y también supuesta víctima, el señor Svennson. Una serie de recuerdos se pasaron por la cabeza de Archie, como encajando todas las señales y pruebas incriminatorias en su mente. También pudieron ver, bajo sus guantes, que le faltaba el dedo que se había cortado para amenazarlos con su propio y falso secuestro.

Ninguno fue capaz de articular palabra mientras el sonido de las sirenas se escuchaba de fondo. Cecilia se alejó de Damien, quien se quedó solo, para acercarse a Betty, quien olvidando todas sus disputas anteriores la abrazó con fuerza. En ese momento tuvo claro que si ella no hubiera llegado, ahora Archie no estaría vivo y probablemente ella tampoco. Ahora serían carne de la tierra. La rubia lloró en su hombro y ella tiró la pistola al suelo. Ambas estaban temblando.

- Lo siento tanto- se disculpó la rubia, mientras sollozaba y la agarraba fuertemente- Lo siento muchísimo, C. Lo siento, lo siento, lo siento- no dejaba de repetir. No parecía querer dejarla nunca.

Cecilia no pudo evitar soltar alguna lágrima, todavía estaba sensible por todo lo que había pasado. Por ello y a pesar de que era muy orgullosa, la perdonó y también la abrazó, también temió en todo momento perderla. No correrían la misma suerte el resto de los serpientes, pues sabía que los casos habían sido totalmente distintos.

- No lo sientas, B- la tranquilizó- lo importante es que estás viva, conmigo.

Ambas se separaron un momento para mirarse a los ojos, pero pronto volvieron a su posición anterior. El sheriff Keller, de mientras, le ordenó a Archie que dejara su pistola. No le faltó tiempo para acercarse a su amiga Tara y demandar de ella también un abrazo. Ayax se alejó, sintiendo que molestaba a la pareja y se situó junto a Damien, mirando ambos la escena que tenían ante sus ojos. Los coches patrulla se acercaban, y la luz azul volvió la escena todavía más conmovedora. Por fin todo se había acabado.

Poco tiempo después, todos estaban reunidos en el lugar que comenzó todo, en el Pop´s. Habían llamado a Verónica y Jughead, que a pesar de la ruptura con ellos como pareja, no habían tardado en aparecer todo allí. Ellos y Tara y Cecilia se encontraban sentados en un reservado, intentando recuperarse del impacto. El resto de las serpientes, sin embargo, estaban sentados muy cerca, mirando al grupo de vez en cuando.

- Tu intuición sobre Svennson era cierta- Verónica se removió en su asiento y lo miró- Pensabas que él era capucha negra. Pudimos terminar todo esto, en el instituto cuando hablamos con él- insistió- No lo vi, no lo ví en sus ojos.
- Ya está bien Archie- se quejó Cecilia, mirándolo seriamente- Ya todo ha acabado. No tienes que preguntarte que podía haber pasado. Esta muerto- le dio un sorbo a su batido, ofreciéndoselo a Tara, la cual negó- Y espero que pronto enterrado como intentó enterrarte a ti.
- Olvida sus ojos- comentó Verónica- No puedo creer que se cortara el dedo.

Tara en ese momento rió, compartiendo su opinión. De todas las cosas que había hecho ese hombre, incluyendo su intento de asesinato, eso era realmente lo más estúpido. Todas las vistas se centraron en ella e intentó contener una próxima carcajada. Siempre la interrumpían.

- El dedo acusador- intervino Betty, con sorna.

Y es que la verdad era que la situación era un poco irónica. El dedo que podría llevarle a la cárcel o a la tumba era precísamente el que se había cortado. El dedo de los chivatos.

- Ya sabemos quien fue- habló entonces Jughead, que hasta hace un momento había permanecido en silencio- ¿Pero por qué lo hizo?

Esa sería una pregunta que no podrían responder claramente, al menos no pronto. Pero lo que ahora importaba es que otro de los grandes misterios de Riverdale había sido revelado. Por y nada menos que los mismos adolescentes que parecían estar siempre dispuestos a salvar la ciudad.

Pronto llegó el día de navidad y la alegría volvió a reinar en nuestro pequeño pueblo. Mientras en pop´s se repartían juguetes y comida para los más desfavorecidos, cada quien en su cada habría sus propios regalos. Nos centramos entonces en Tara y Cecilia, que ahora estaban sentadas bajo el árbol de la caravana de esta última. Los padres de Tara habían estado demasiado ocupados trabajando para las celebraciones y los de Cecilia se encontraban en la cafetería ayudando como voluntarios. De alguna manera u otra se habían quedado solas. Empezaron a sacar paquetes de debajo de sus ramas y empezaron a repartírselos, no conteniendo su curiosidad a la hora de rasgar el papel y sacar lo que hubiese de su interior.

Tara ya había abierto los caros regalos de su familia y amigas en casa, por lo que sus paquetes eran menos que los de su amiga. En concreto tenía tres. Uno suponía que era de Cecilia y otro de los padres de esta, pero no tenía una idea de la autoría del tercero. Su amiga después de terminar de desenvolver los regalos de sus padres, que eran sobre todo ropa y libros, se centró también en los que quedaban, cuatro. 

La mulata se dispuso a abrir los suyos primero. Primero abrió el de su amiga e intentó dejar sus estándares atrás, por que sabía que tanto ella como sus padres no tenían mucho dinero. Sin embargo le sorprendió el contenido de su interior, dentro había una foto de ambas enmarcadas y un libro, pues se estaba aficionando a la lectura. En el de sus padres encontró la continuación de este. Se lo agradeció entusiasmada, pues nunca había recibido algo personalizado. Era el primer regalo "con alma" que recibía. El resto siempre eran cosas materiales que nunca sabrían si la gustarían. Se centró en el último, que era una caja mediana sin envolver. Se encontró con un peluche, el cual sería muy tierno si no tuviese forma de serpiente. Su amiga rió por que ya sabía a quien pertenecía. Tara alcanzó a leer la nota que había en su interior "para que no vuelvas a tener miedo, la serpiente te protege. Feliz Navidad. Ayax". Se lo llevó al pecho y lo olfateó, sintiendo el aroma masculino en él. Estaba en el cielo. 

De mientras, Cecilia comenzó a desenvolver los suyos. Abrió primero el de Tara y se sorprendió al ver que habían coincidido con la misma foto enmarcada. Se lo mostró y ambas rieron, colocándolas al lado y comparándolas. La acompañaba ese pintalabios rojo que tanto le gustaba y le había prestado justo días atrás. Lo guardó con cariño, eso y el contenido del paquete de Josie y Cheryl, que también se habían animado a regalarla algo. Ahora poseía una colección entera de maquillaje que debió de ser muy cara. Se encargaría de utilizarlo muy bien, por que nunca había tenido algo como aquello. 

Miró el resto que le quedaban, esos dos paquetes que ahora descansaban sobre la alfombra. Escogió el mas pequeño, sin poder contener la sorpresa al encontrarse una bufanda en su interior. En la etiqueta ponía escrito: "Para que te ahorques con ella y me libres de tu presencia. Damien". No se molestó en absoluto, por que era algo que posiblemente utilizaría. Sonrió con malicia al recordar el paquete que había dejado bajo su árbol y ahora esperaba ser abierto por su futuro dueño. Él odiaba las arañas y esperaba que le encantase su nueva tarántula. Adivinando de quien sería el último, lo dejó aparte.

- ¿No lo abres?- la preguntó Tara con su nueva serpiente esponjosa rodeando su cuello.

Ella negó con la cabeza.

- Yo que tu lo abría. Siempre puedes tirárselo a la cara- insistió, provocando que Cecilia volviese a acercarse a la caja.

Poco a poco rasgó el papel, encontrándose con una caja cuya tapa no tardó en abrir. En su interior se encontraba una pulsera plateada. También tenía forma de serpiente, y tenía piedras verdes incrustadas en lo que se suponía que sería su cuerpo. No serían diamantes o joyas auténticas, pero aun así era muy bonito. Tenían que haber juntado mucho dinero. También descubrió otra nota en su interior "Perdónanos. Toni, Sweet Pea, Fangs, Ayax y Jughead." Con este último no tenía problema, pero supuso que también quería haberse unido al regalo. Le dio la vuelta a la tarjeta y encontró otro mensaje, esta vez con la letra de Toni: "Lo siento, quiero recuperar a mi mejor amiga. Feliz navidad, C". Cecilia no lo tenía tan claro, por que todo había cambiado.

Dejó la caja con cuidado sobre el suelo y se giró hacia su amiga, que la miraba expectante. También había leído el contenido de las dos notas. La sonrió y entonces Tara Yeller se sintió tranquila. No la abandonaría.

"Y así quedó resuelto otro misterio, bien atado con un bonito lazo. Justo a tiempo para la navidad. Durante el reinado de Terror de capucha negra, se habían asomado al vacío más tenebroso. Al lugar donde el alma de Joseph Conway existió en algún momento. Y en ese vacío, habían visto un sombrío reflejo. Una verdad que no sucumbiría a las llamas. Una verdad que susurraba: esto no ha terminado."
Drea.
Drea.


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Touch of Evil || Riverdale Empty Re: Touch of Evil || Riverdale

Mensaje por Ginger Lun 30 Abr 2018, 12:16 am

A ver cuándo pasamos de página, jajajaja Touch of Evil || Riverdale 1461598887
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