the worst of times.

― Beno ― lo llamó, haciendo un esfuerzo sobrehumano para que no se notara el nerviosismo en su voz, pero lo conocía demasiado bien para no darse cuenta. Benjamin alejó la mirada del suelo y la miró con ojos preocupados, expectantes a las siguientes palabras. Sam encontró su voz al tercer intento ―. Te gustan los chicos ― soltó, finalmente. El castaño creyó que con eso, Beno lo comprendería, pero la mirada preocupada ahora se tornaba confusa.

Beno no lo había dicho a nadie más que a Dante sobre el patético enamoramiento que tenía con James Franco, y temía que, con lo boca floja que era su amigo, se lo haya comentado a su novia. Ahora, el manojo de nervios era él, pero fue capaz de hablar en el segundo intento ―. ¿De quién hablas?

― ¿Recuerdas que bromeaba con que yo era el hombre y tu la mujer en nuestra relación? ― Ben hizo memoria, recordando qué hasta pelearon por quién sería el top a la hora de ir a la cama. Todos sus amigos pensaban qué se referían al sexo, pero sólo discutían por quién dormía en la cucheta de arriba. Ben asintió ―. Pues, ahora somos dos hombres.

Estaba a punto de preguntar, pero logró entenderlo por su cuenta ―. Oh... Espera, entonces... ¡Oh! ― exclamó en sorpresa, más alto de lo que los oídos ajenos esperaban, atrayendo la atención de las personas a su alrededor ―. ¡Eres Samanto ahora! ― señaló con cierto entusiasmo, divertido por el nuevo nombre de su, ahora, novio.

― Me sigue gustando Sam ― respondió, asqueada por el apodo anterior. Sam comenzaba a preguntarse por qué, de todas las personas en el mundo, tenía que gustarle él.

― Bueno, Sam, sólo para aclarar, ¿todavía puedo tocarte los senos?

― Iba a decir algo muy bueno ― Amadeo frunció el ceño, por lo que el chico se apresuró en hablar ―. Algo así como una frase de John Green que nos haría ver las cosas de otra forma y haría nuestras vidas mejores...  Sólo que ya olvidé qué era.

― Prefiero un Gat estúpido y olvidadizo que una copia barata de Augustus Waters.

Gat siempre tenía algo para decir, pero por primera vez, se quedó sin palabras. Era algo desconcertante para él, pensar que había alguna posibilidad de qué Amadeo lo quisiera. Así que, sin intención de pensar una gran frase que le quitara el sueño a su amigo, decidió guardarse las metáforas y simplemente sonrió en su lugar. Para la mala suerte de Amadeo, incluso cuando no tenía por qué freírse el cerebro con teorías conspirativas, no logró pegar un ojo por culpa de aquella sonrisa.

― Phillip, dime algo bonito.
― Tu trasero se ve increíble en esos jeans ―murmuró rápidamente.
― Casi olvido lo romántico que eras...

Toda su vida, las personas a su alrededor, al ver su cara bonita y los vestidos con estampados de flores, la confundieron con algo bonito, demasiado bonito y muy frágil también, creyendo que podía romperse con tan sólo mirarla. Su madre le dijo una vez que era la flor más bella de cualquier jardín, pero Nox no quería ser una flor, porque una vez que la arrancas, ya no vuelve a crecer. Detrás de sus falsas sonrisas, se escondía la verdadera noche de parís; la valiente, la salvaje, la apasionada, la de corazón amargo y boca floja, la pequeña bestia curiosa que hablaba con los muertos, la que quería comerse al mundo a pesar de su buen corazón, la que se atrevía a decir lo que los demás no, como si fuera una fría y fuerte brisa en una noche de verano, haciendo a los demás estremecer. La que se rompía, pero no como porcelana, sino cómo las olas. La que, sin importar cuán devastada esté, volvía a crecer una y otra vez, sabiendo que sólo era un monstruo más.

Al verla marchar, Mara acomodó su cabello, se alisó la falda, borró su sonrisa e hinchó su pecho con un orgullo vacío, como si se pusiera otra vez la armadura. Se le hacía tan fácil ser ella misma cuando estaba con Nox, que se empezaba a preguntar por qué pretendía ser otra persona en primer lugar.

Todd dio media vuelta en su lugar, para acercarse un poco más a ella, a tal punto que sus narices se rozaban. No quitó la vista de sus obres miel, tan profundos que sentía que si los miraba más de lo que debía, podría ahogarse en su dulzura. El corazón comenzó a latir. Creyó que estaba muerto, pero Sea le devolvió vida. Bum, bum, bum. Cada vez más rápido. Ella cerró los ojos y tragó duro, pero su garganta estaba seca.

Él la esperó. Esperó aquellas palabras que ella se moría por decir. Esperó la invitación para besarla, guiarla hasta su habitación y no marcharse hasta que estuviera completamente dormida.

― Es doloroso despedirse de alguien que no quieres dejar ir, pero duele más pedirle a alguien que se quede, sabiendo que quiere irse ― habló Sea con los ojos cerrados, soprendiendolo. Líneas de expresión arrugaron su frente, procesando las palabras tan lento como ella se alejaba, con una mirada acusadora, culpándolo de su corazón roto. El moreno abrió la boca, pero no pudo hablar. Era la primera vez que lo rechazaban y se trataba la única persona que nunca le había puesto ningún límite, quién había dejado hacer y deshacer, quién lo tocaba dónde más dolía y lograba, no curarlo, pero quitarle el dolor. Su mejor amiga; su Sea.

― Haznos un favor a los dos y vete a casa, Todd ― murmuró antes de girarse sobre sus talones y cerrar la puerta detrás de ella.

― Todavía no llego a comprender por qué me necesitas de todas formas, ¿qué no te basta con Lara y Mackenzie? ― replicó Izzy mientras se hacía un nudo estrepitoso con su corbata. Que el chico nunca había usado ropa elegante, por los mismos Santos, ni siquiera iba a la Iglesia. Pero de igual forma no quería que se notara su torpeza, así deshizo el nudo y lo volvió a intentar. Mientras tanto, Ronald le inspeccionaba con la mirada y se le hacía divertido verlo tan nervioso.

― Oye, el que va a pasar la mayor vergüenza frente a todo el cuerpo estudiantil soy yo, no tú ― murmuró el castaño, rompiendo el espacio que les separaba ―. Y no es que te necesito, zoquete. Se trata de que, aunque no me creas, te quiero aquí ―. conmigo, pensó. Sin embargo, no lo dijo. Dio un pequeño golpe a la mano ajena y se encargó de la corbata. Izzy tragó saliva y se dedicó a observar el afecto en sus gestos con suma atención.

Sus ojos clavados en su cuello, sus manos rozando con este y el aroma a miel del maldito shampoo de la señora Brekker.

Desconcertado, por las palabras y la cercanía, Izzy pensó que, si se inclinaba unos centímetros, se besarían. Aquél pensamiento hizo que su mirada subiera hasta la boca de Rara, conformada por los labios más patéticos que alguna vez hubiera visto. Estaba a punto de hacer un comentario tonto sobre ellos, pero para cuando encontró su voz, el momento se había ido. Los ojos azules de Rara divagaron hasta el otro lado de la habitación y al no sentir su piel contra la suya, Izzy no pudo reprimir el vacío inmenso que se perforó en su pecho.

― Bueno, ¿y qué vas a darme por esto? Es decir, me puse un traje ― dio un paso adelante, haciendo el tonto y posando como James Bond. Rara ahogó su risa y se cruzó de brazos, esperando la lista de deseos que debía cumplir, sólo por pedirle un tonto favor.

― Puedo darte mi amistad y mi amor ― sugirió, con la esperanza de que, por una vez en sus vidas, Rara olvide deudas y tratos injustos.

― Neh, sobrevalorado. ¿Qué tal unos masajes?

El comentario le había dolido, pero sólo le dieron las fuerzas para rodar los ojos ―. Sobre todas las cos―

― Eh, ― interrumpió el peli-negro ― tu chico queda cansado después de tanto correr y golpear árboles.

A penas Ziro abrió la boca, Amir se imaginó el mal comentario que saldría de ésta. Pero entonces, sucedió algo que Amir no creyó que fuese posible:

― Tienes talento ― dijo el muchacho.

La mirada de Ziro era lo suficientemente intensa para que la voz de Amir quebrara.

― Sí, di-digo, gracias. Eh, eres... muy amable.

― No me confundas por alguien amable ― hizo una pausa, para dar un paso hacia adelante, acercándose peligrosamente al menor ―.  Además, odio a quienes le salen bien las cosas sin esforzarse.

Amir no sabría decir qué lo ponía más nervioso; las palabras bruscas o los ajenos ojos clavados en los suyos. Era cierto, Ziro y amable no iban en la misma oración. Pero de alguna forma, el hecho de que el su cruda honestidad le ganara a su orgullo, hacía que que le doliera más el pecho.

Era su corazón, retorciéndose. ¿Será de amor?, se preguntó.

Probablemente.

Quiso decir algo más, pero no encontró las palabras correctas. Y cuando estuvo seguro de que Ziro ya no lo miraba, dejó florecer la sonrisa que se asomó desde un principio en sus labios.

Bobbie corrió hacia la puerta, haciendo que un esfuerzo enorme para contener las lagrimas hasta llegar al baño, antes de su gran desenlace.

Todos voltearon para verla marchar hasta que su cuerpo desapareció detrás de la puerta. Y Thea fue la única persona en el salón incapaz de admirar aquél rostro una vez más antes de que terminara empapado.

Porque sabía que si la veía irse una vez más, iría detrás de ella. Y no estaba segura de tener la capacidad de volver a todas esas noches que pasó echada en el sofá con su helado de chocolate, torturándose con las comedías románticas de su tío. No estaba segura de ser tan fuerte como para soportar otro golpe a su corazón ya roto.