drums and irony.

Ámbar había conocido a un chico.

Él tenía poderes especiales. Podía confundir fácilmente los pensamientos de Ámbar, manejar el estado de su humor y hasta manipular sus prioridades. Tambores. Los latidos de su corazón eran como el sonido de mil tambores. En sus oídos escuchaba el golpeteo. Él tenía llevaba su ritmo. Él tenía la batuta.
Le gustaba soñar. Soñar en grande. Eso llamó la atención de Ámbar. Él se pasaba horas pensando, no hablando, solo pensando. Había tantas cosas en qué pensar, tantos detalles que jamás había visto, tantas virtudes para admirar que ella había pasado por alto. Él las veía y las absorbía todas, llenaba su cabeza con las bellezas de la vida. Él pensaba mucho, sí. Pero también vivía. Quizás no había conocido a alguien más vivo que él.
Juventud. En su andar, en su reír, en su expresión. Su más grande objetivo era disfrutar de cada instante que se le obsequiaba, cada suspiro que la vida le regalaba. Ámbar quería aprender a hacer eso, ella también quería sentir esa felicidad.
Él era las 4 estaciones juntas, asi lo veía ella.
El frío del invierno impregnado en su piel. En sus ojos los capullos recién nacidos de la primavera. Todo el calor del verano en una sola sonrisa y el placentero crujir de las hojas en el otoño estaba en sus abrazos.
Él no se preocupaba nunca. Él no parecía darse cuenta de nada, ni nada era tan importante como para hacerlo apartar la vista del placer mundano. Ámbar sintió enojo por ello.

Ella estaba sanando.
Habían atacado su corazón, y la herida estaba cicatrizando. Lentamente había dejado de sangrar.
Su herida también tenía poderes especiales. A veces avanzaba rápidamente en su proceso de sanación. A veces dolía como si hubiera sido ayer que le quitó el aire.
Su herida, antes de serlo, le había regalado mil ilusiones. Ámbar solía pasar horas imaginando, como el chico de los tambores se la pasaba pensando. Ella imaginaba, le gustaba soñar cosas disparatadas de las que nadie se enteraría jamás, sus propias locuras románticas escondidas secretamente en su mente… y en su corazón. Pero no eran más que ilusiones.
Un día Ámbar chocó con la realidad. Un impacto que provocó una herida que seguía doliendo y consigo trajo una cadena de pensamientos desdichados y llenos de depresión, de los cuales ella se hizo cargo y echó lejos de su vida. Con el tiempo…
Ámbar sabía por qué seguía doliendo, pero no quería admitirlo y probablemente jamás lo haría, porque ese sería un paso en falso que derramaría la gota del vaso. Un vaso lleno de lágrimas, y ella no quería volver a llorar por esa herida. Ella no sanaba, ella aguantaba.
Una vez su propia herida le preguntó: —Ámbar, ¿alguna vez te rompieron el corazón?
Ámbar sonrió con ironía ante su pregunta. Pero más allá de la ironía, estaba la melancolía y un deseo férreo que la atormentaba. Entonces se contuvo y no pronunció palabra alguna.

Ámbar había conocido a dos chicos.

Y pasando por encima los tambores y las preguntas irónicas, olvidando risas y llantos, amores y desamores, Ámbar estaba cansada de todo aquello. No quería pensar en quien conoció, ni a quien estaba por conocer. Solo quería cerrar los ojos y sentir esas pequeñas cosas a su alrededor. Esos sonidos que los tambores no dejaban que oyera, y esas alegrías que su herida no le permitía disfrutar.
Ella todavía imagina. Pero sus imaginaciones no tienen rostro.  Se sienta en el borde de su cama y se plantea sus opciones, en cómo dejar ir el repiqueteo de los tambores y sanar más rápidamente.

Le gustaría que las cosas fueran diferentes, pero Ámbar aun no logra que así sea.

ficha obligatoria:

hola: