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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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♡ I don't hate you, but i hate you.
O W N :: Zona Libre :: Zona Libre :: Sin Tabú
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♡ I don't hate you, but i hate you.
every fuckin' little thing.
I'm naked I'm numb I'm stupid I'm staying And if Cupid's got a gun, then he's shootin' Lights black Heads bang You're my drug We live it You're drunk You need it Real love I'll give it So we're bound to linger on We drink the fatal drop Then love until we bleed Then fall apart in parts
Tema creado exclusivamente para posteo de cosas random. Puedes comentar si gustas. Sospecho que eres lo suficientemente inteligente para publicar algo dulce. Soy Mey, por las que no me conocen, tengo 16 y no muerdo. A menos de que quieras.
Girl. | Totally sweet. | Shortcake. |
diseñado por shiki @ sourcecode
bigtimerush.
♡
Estoy stalkeando mi tema anterior. Mas que patético, es triste. Es triste saber que no hablo ni con la mitad de chicas a las que les decía te quiero cada vez que podía. Ver tantos recuerdos de mis bebes, me hace querer dar marcha atrás, pero sin hacer nada diferente. Supongo que así es el crecer. Tengo 16, mi vida no es nada que hubiera esperado, pero no estoy segura de estar feliz al cien por ciento.
bigtimerush.
Re: ♡ I don't hate you, but i hate you.
Tranquila a veces me pasa ya sea con amigos o incluso familia. Sé que no me conoces, así que me voy a presentar, soy Valentina pero dime Vale. Este foro me lo cree hace como tres años y no lo había vuelto a abrir desde entonces, pero me di cuenta que escribir es mi pasión así que aquí vengo de nuevo.
Valeh †
♡
Valeh † escribió:Tranquila a veces me pasa ya sea con amigos o incluso familia. Sé que no me conoces, así que me voy a presentar, soy Valentina pero dime Vale. Este foro me lo cree hace como tres años y no lo había vuelto a abrir desde entonces, pero me di cuenta que escribir es mi pasión así que aquí vengo de nuevo.
OMG, ERES EL PRIMER COMENTARIO Gracias por comentar, Vale Es super lindo que hayas decidido retomar tu actividad en este foro Es desmasiado horrible, pero debemos seguir adelante con lo que tenemos. Así podríamos ser amigas :filo: Estoy obsesionada por los emojis, como puedes notar Ah. Bueno, es un placer conocerte. Besos.
bigtimerush.
Re: ♡ I don't hate you, but i hate you.
- Little white lies / Capitulo 02.:
- —Sinceramente, Phoebe —opinó Daemon entre dientes, con los ojos clavados en la penumbra interior del automóvil, específicamente dirigidos hacia la puerta de copiloto; mi mano sosteniendo el seguro ardió en cada capa de piel. Oh, también adjuntó a su tonada envidiablemente segura de sí. Una sonrisa de sobrevalorada idoneidad—, En tú lugar, desgastaría el deseo de aventarme por la puerta. No querrás que tú… quizás —remarcando la última palabra con desdén, continúo—: Única noche conmigo transcurra sufriendo de una contusión grave en la cabeza. Dónde ya sospecho que tienes un hoyo de gran magnitud al considerar tal idea.
Dos segundos más y perdería la cabeza.
No organizaría su funeral en caso de que lo matara con mis propias manos.
Y vaya que Daemon hacía que quisiera asesinar a alguien por primera vez en mi vida.
La importancia estimada que el chico contenía en sus labios, fue el más sencillo gesto de idiotez que pude haber necesitado para que la avidez de torcer esa sonrisita de porquería barriera la poca condescendencia que me restaba. Era muy poca, ciertamente, pero lo suficientemente racional como para mantener una fría compostura, delatando, posiblemente, un odio creciente que ya Daemon veía venir con facilidad.
—Desear es quedarse realmente cortos, yo bien desearía poder quemar este auto contigo dentro, así que contagiarme de lepra en hospital por “accidente” sería un millón de veces mejor que lidiarte un segundo más. Mátame, por favor. Para mi es comprensible. —le objeté a su parloteo constante por primera vez desde que su intenso estupor se hizo presente.
La oscuridad dificultaba mis capacidades ópticas, pero apostaría la mitad de mi trasero a que sonrió. Pero con ese tipo de sonrisa grosera que, ojala y Dios me oyera, pudiera quitar con goma de borrar de una sagrada vez.
—Es una lástima, ni siquiera eres tan poco agraciada para mi vista. Aunque, si me permites decir, no me esperaba a castaña promedio, con aires de sabelotodo que lanza comentarios estúpidos con esa linda boquita que jamás se calla.
La sangre golpeteó con tal fuerza en mi cabeza que una risa estrangulada llenó el pequeño espacio con flexibilidad, pero con un toque de locura predecible.
—Estás muy mal, idiota —fue lo único menos diez que alcance a decir, conveniente a que la piel en mis pómulos se estaba quemando, literalmente.
La ira tomó el lugar de la vergüenza, muy lentamente, optando por acabar con mis confiables métodos de simpatía. Mi intelecto tocó fondo. No podía pensar con claridad con semejante ser a mi lado.
Un poco de rubor, ¿por qué no? Más la sensación de ardor. Perfecta sintonía.
—¿Un idiota? —repitió—. Qué encantador.
Lo ignoré.
—Conozco a las de tu tipo, Phoebe —continuó, acelerando su auto por el asflato—. Snob, geek o quizás una nerd algo ardiente. Una boca caliente, sí, hasta terca, si quieres. Pretenden hacer que todo parezca inferior o poco brillante, pero la verdad es que inteligentes o no, no saben lo suficiente para mantenerse alejadas.
Mordí mi mejilla interior y en secreto, me sujeté fuertemente del asiento. El tipo conducía como un demente.
—Pues, yo he estado lo suficientemente cerca y no a tiempo lo convencionalmente alejada para descubrir que los idiotas como tu son incorregibles. Egoístas. Creídos. Patanes diseñados para no más que demostrar que los sujetos de ese patrón genético son una causa perdida.
Era evidente nuestra molestia infligida.
En el marcador grabado en mi cabeza para estar al corriente de mis victorias, la cosa estaba así: Damon 1, Phoebe 1; un empate justo. No obstante, se me hizo imposible poder sonreír para mis adentros a raíz de que mi voz no había sonado insulsa o controlada por su incesable presencia determinada —con la cual cada chica que se cruzara por su camino se intimidaba sin más—, era detestablemente fuerte y cortante; tenía un ligero parecido a la que utilizaba cuando preguntaba quién diablos se había comido mi helado de chocolate con maní, en esos momentos ausente bajo mis ojos.
El articulo un Wow con sus labios. —Vaya, ¿alguien ha estado leyendo algunos libros contemporáneos adolescente? Qué basura tan grande. Creo que ya no tengo ganas de hablar contigo.
La indignación manejó mi expresión facial, y estaba segura de casi haber hecho una pausa y secarme el sudor de la frente. Parecía como si los dos corriéramos un maratón, tan desesperados por el mejor contraataque.
El chico sí que se esforzaba porque lo detestara.
—Eres un clásico imbécil poco agradable, no tuve que hacerlo. Hay un cartel de neón en tu frente que explica porque debes correr en dirección contraria. Es lo que yo quiero hacer ahora, de todos modos.
Sequé el sudor de mis malditas palmas deslizándolas por mi pantalón de pijama de vaquitas. Si hubiera sabido que algún chico de la magnitud de Daemon lo podría usar en mi contra, lo hubiese arrancado y reemplazado por algo menos tonto.
—Pues ahora corres en círculos, así que, ¿Cuál es tu punto, linda? Está claro que soy un idiota, ¿y?
Mi pulso se mantuvo en un ritmo desbocado y casi deprimente para mi dignidad cuando sus irreales ojos me dieron una mirada significativa y casi olvidé que odiaba tal apodo.
Casi.
—Hazme un favor y evítate el tupé de usar una palabra de tus líneas de mierda. Lo. Odio.
El agració mi vista —y mis recuerdos— con una sonrisa grande y tan jodidamente linda que cualquier chica querría besar. Sus dientes blancos parecían brillar en la oscuridad, casi como sus ojos. Me pregunté si pensaba en jirafas lograría distraer mi mente de lo que mis ojos, muy a mi pesar, estaban encantados de apreciar.
—No-oh, señorita.
Totalmente jugando en contra del remolino formándose en mi vientre listo para ser un tornado y a favor de la racionalidad, desvié la mirada y decidí evitar el contacto visual antes de que fuera un charco en la alfombra.
—Bueno, bien. Llama linda a tu abuela. Déjame bajar de este endemoniado auto.
Él puso una mano en su pecho, jadeando y algo ofendido, para luego acariciar a su máquina más cara que mi casa en California.
—No seas ridícula, Dolly es todo lo bueno en el mundo. No endemoniado. Cuida tus palabras, linda.
Entonces resultaba ser que este tipo, aparte de amarse a sí mismo y ser detestablemente egocéntrico, también era materialista. En una buena mierda me había ido a meter yo.
—Por favor —lloriqueé, haciendo pucheros a su perfil sonriente—. El camino a mi casa es largo como el demonio y no podría soportar tanto tiempo escuchando tus idioteces.
El palmeó mi hombro con rudeza, a lo que me sobé, enfurruñada.
—No sabía que te tendría tan rápido rogando. ¿Ves lo que digo? Eres muy fácil, linda.
—Más te vale por el amor a Cristo que estés siendo sarcástico, Stack.
Y, sin siquiera obligarme a ello, observé su mano maniobrando con la palanca de cambios y más abajo un trozo de papel a punto de caer a la alfombra.
Vi una gran luz roja intermitente parpadear, propia de mi imaginación.
«James Sage», escrito a mano, claramente, con esa caligrafía propia de un pulso acelerado e inconstante en el papel arrugado de color amarillo viejo. También tenía un número de teléfono que no reconocí, no como al nombre.
—¿Qué rayos, Daemon? —dejé a un lado mi voz de superioridad y perra, solo para saborear la abrupta sorpresa.
Deseché las posibilidades de otro James Sage en Inglaterra sólo porque debido a mi padre, nada en mi vida era una coincidencia sin más.
Todos los sentimientos de molestia fueron reemplazados por la crudeza de una revelación.
James Arthur Sage era el nombre de nada más y nada menos que mi progenitor.
Hace unos pocos meses me había enterado de quién realmente era. Resultaba ser que mi papá no era solo el cariñoso hombre que me contrabandeaba galletas después de las ocho, ni el hombre con el sentido de humor anticuado que entablaba conversaciones torpes, ni el hombre que decía que estaba demasiado ocupado para pasar por mí y por Max, mi hermano, pero que lo compensaría. No. Terriblemente oculto debajo de la ignorancia de todos y un sistema de protección de seguridad, mi padre tenía un cargo importante de Teniente o Capitán de las fuerzas especiales de Los Estados Unidos de América. Más allá de las paredes de hierro de la sede en California subterránea, nadie más debería saber quién era mi padre ni que hacía. Sin embargo, la mentira de su vida se desplomó en cuánto Charlie y yo nos metimos a hurtadillas en la oficina bajo llave de mi padre un fin de semana en su casa de la playa.
Recuerdo como los ojos de mi mejor amiga Charlotte se abrieron como platos y como mi cerebro hacia tantas conjeturas al respecto que era difícil organizar un pensamiento y proyectarlo. Por desgracia, estábamos en el momento equivocado y no habíamos sido muy calculadoras, así que mi padre nos descubrió.
—¿Qué demonios hacen aquí, chicas? —exclamó, cerrando la puerta detrás de él. Había sido fácil adivinar la contraseña en el monitor al lado de la puerta que no lograba entender; era el cumpleaños de Max y el mío—. Maldición, chicas, no deberían estar aquí —se acercó y arrebató los documentos de mis manos. La vena de su frente destacaba—. ¿Cuántas veces he dicho que no entres a mi oficina, Phoebs? Santo y grandísimo Dios, estás en tantos problemas —me miró directamente a mí—. Castigada hasta los cuarenta.
Debido a la preocupación camuflada con el enojo su mirada, supe que nadar en la ignorancia era mejor. Era algo grande, obviamente, pero las piezas esparcidas en mi mente no lograban hacer clic. Sólo me quedé ahí, parada, con las manos vacías, una mueca de horror y la mano de Charlie en mi brazo.
Luego de objetar por el ridículo castigo, papá me calló casi deletreándome su cargo en el gobierno. Lo siguiente que pasó fue que sus superiores (entre los cuales fácilmente podría estar el presidente de USA), concretaron que no sería demasiado peligroso.
Sin embargo, la revelación de la identidad verdadera de mi padre lo impulsó una noche a decirnos a mí y a Max, con la voz plana:
—Se mudarán a Reino Unido tan pronto como el papeleo esté listo —tomó un bocado de puré de papas, pretendiendo ignorar el ceño fruncido de Max y mi quijada a punto de caer al suelo—. Es mí decisión, chicos, y creo que haciéndola oficial escojo lo mejor para ustedes —no tuvo que mirarme para saber que estaba a punto de gritarle un jodido “NO”:—Ni siquiera pienses que voy a cambiar de parecer. Ya está hecho. Ahora terminen su cena, y nada de planes por debajo de la cuerda; hay ojos en cada movimiento que hagan. Confío en que no serán tan poco inteligentes.
Limpió su boca con la servilleta blanca en su regazo y con el teléfono pegado a su oreja, dictando órdenes claras y para nada simpáticas, nos dejó en el comedor con el peso de una nueva vida a la vuelta de la esquina.
Solo Dios sabia lo mucho que amaba a mi padre y todo lo que estaría dispuesta a hacer o dar por él, lo cual fue el pensamiento líder en mi cabeza después de eso.
Cargué con el desagrado de mi hermano y mi arrepentimiento por casi el mismo tiempo que mi padre prometió que no sería tan malo.
Desvié la mirada tan pronto como fue consciente de un leve carraspeo, cargado de interrogación.
Sin dudas, Daemon cumplía con mi estereotipo —y el de cualquier película de acción en busca de un perfecto modelo a prueba de balas— de un chico que podría llegar a ser parte de una asociación secreta que lleva a cabo muchas investigaciones intensivas que nunca acabarían hasta que alguien muriera, es decir, ¿Un adonis con complejo de jugador de vida normal? Dulce Jesús, no lo creía.
Vale, tal vez debía dejar de joderme la cabeza con tantos libros de ficción.
Mis pensamientos se mezclaron con rapidez, aproximando teorías inconclusas que no llegaron a ser pronunciadas en voz alta. Mis dientes empezaron a desgarrar la carne de mi labio inferior. Era como una especie de hábito nervioso que adoptaba con poca frecuencia, encendido por sentirme bajo la inquisición de los brillantes ojos esmeralda de Daemon bajo la oscuridad.
Sus máquinas de condena para mi pulso, de un particular y encantador atisbo lapislázuli —con los que me había familiarizado cuando él me estaba poniendo el cinturón de manera innecesaria y muy ágil, topándome con ellos, tan irreverentes y poco indiscretos— se congelaron en mi expresión, traspasándome todo el desaprobamiento que logró concernirme, provocando que un agresivo rubor prendiera mis mejillas justo como un maldito árbol de navidad rojo.
Diablos.
Por el rabillo del ojo pude captar el movimiento rápido de su mano arrugando el papel y arrojándolo hacia los puestos de atrás.
La sensación de ser atrapada de nuevo hizo que me preguntara que desencadenaría esta vez. Volví mis desorbitados ojos a mi mano, quien se estaban retorciendo entorno a mi teléfono. Ni siquiera sabía cuándo lo había sacado del bolsillo de mi sudadera. Deslicé por mis brazos desnudos la tela enrollada a mis codos, abrigándome sin éxito a la frialdad del ambiente.
Podía sentir todo más agudo, contando con el musculo desarrollado en su mandíbula que se movía como si tuviera un tic restringido, cuya razón no entendía hasta el misterio que me gritaba a capela ese pequeño trozo de papel que no podía haberlo ignorado, simplemente.
—¿No te enseñaron modales en tu casa, Phoebe? Algún día deberías ponerlos en práctica, joder —exhortó una voz en un murmuro frustrado y rugoso, que se convirtió al final en un gruñido del que mi sensatez se burló.
Su voz se había transformado en enojo, automáticamente. Todo rastro despectivo de arrogancia y petulancia que en un principio había sido su innecesaria coraza, se desplomó, destrozándose y cayendo en pedazos filosos, dejando, en consecuencia a mi imprudencia, a un Daemon de carácter volátil e insensible que lanzaba miradas severas directo en mi rostro.
—Verás, hija. Estoy a punto de explicarte algo muy importante que debes tener en mente una vez estando allá, llamado los Niveles de Peligro. Como ya estarás familiarizada, soy el Capitán de todas las bases de Seguridad de los Estados Unidos, incluso internacionalmente, por lo que mi ocupación y el escritorio público no van tomados de la mano. Así que, ante todo, debes mantener la confidencialidad, muchas vidas estarían en peligro de lo contrario —asentí, queriendo bajar la presión de la tensión en el aire. Pero en realidad era todo un manojo de nervios—. Vamos al grano. El punto es que ideé unos niveles de peligro o alertas en ascenso, las cuales te permitirán o entrar en pánico o descartar posibilidades.
Lamiendo mi helado de chocolate con chips de maní en aquel parque con papá, no pasó desapercibida la surreal posición del cambio. Remotamente, en aquel momento, pensé que era totalmente ridículo que incluso a un continente de mi hogar, alguien considerara que la para nada interesante hija de alguien de tal magnitud podría ser una amenaza. Quiero decir, tenía solo dos mejores amigos, no era una amante del peligro, los malos hábitos estaban fuera de mi lista de prioridades y mi rutina podría ser catalogada de aburrida.
El más alto de los niveles encajó como una perfecta pieza en aquel ambiente de tensión.
Si alguien conoce mi nombre, pretende tener una actitud sospechosa, se te acerca demasiado rápidamente, incluso si te insinúa algo acerca del gobierno de Estados Unidos… Escapa. Ya sabes todo lo que se necesita para quitártelo de encima.
Las posibilidades que tenia de estar con una persona equivocada se abrieron paso, la paranoia que me transmitió mi padre me revolvió el estómago y las consideradas opciones que tenía de escapar eran redondas como un gran cero.
Mira por encima de tú hombro cuando camines.
Mantente centrada y no confíes en nadie más que tu familia. No te mientas a ti misma creyendo conocer a una persona.
Observa los pequeños detalles.
Asegúrate de evitar las miradas bajas, y hablo en serio: confróntalos con inteligencia.
El deseo de exigir respuestas se combinó con mi creciente expectativa.
Damon me echó una ojeada rápida, con la intención de leerme un poco debido al silencio.
—Lo siento si me asombro repentinamente por los posibles datos de mi padre, quién, es casi imposible como el infierno conozcas —me concentré en respirar como una persona normal—. Te exijo de muy buenas maneras que me saques de aquí.
Apreté el botón que daba con el desbloqueo de mi cinturón de seguridad, pero sus dedos aparecieron en mi perímetro.
La calidez de su piel hizo trozos mi atención, y sin mentir con todo el dramatismo de un cliché, una leve corriente se desplazó por todo mi brazo y me sacudió el cuerpo. Lo único que sentí en ese instante de delirio era como nada de lo que pensaba era coherente o lógico; prácticamente me había reiniciado. Tan suave como un algodón, su mano enrolló sus dedos en los míos.
—Aún no hemos llegado —justificó con una pequeñísima sonrisa que vi de lado, él no me miró—. Y sobre eso, este auto no es mío, de hecho, lo estoy estrenando hoy. Lo gané en una carrera.
Daemon Stack. Registré su nombre una vez más y mi memoria fue exprimida, pero ningún resultado había sido encontrado. Salvo por esa madrugada, nunca antes había escuchado su nombre ni de cerca.
La honestidad y calma en su voz iban en contra de lo sospechoso que había percibido.
—O eres muy buen actor, o estás seguro de que te voy a creer. Quizás la primera, la segunda no. No tiene sentido, de todas formas, ¿Por qué lo quitaste de mi vista, uhm? No actúes como si no estuviste a punto de…
Me interrumpió: —No me gusta la basura en mis autos nuevos.
El sentido que él creía que tenía era escaso para mi comodidad.
—Claro, tienes un TOC —asentí riendo un poco como descocida y señalándolo, como si hubiese sido demasiado estúpida para no notarlo.
—Tú debes saber algo de eso, pareciera como si tuvieras uno. Intentando e intentando que todo sea como tú quieres o perfecto.
—¿Eres brujo o te drogas? —aparté mi mano, poniéndola enfrente del aire disimuladamente para enfriarla.
El aprovechó que ya no la tomaba para alborotar mi cabello, con un humor renovado. —Ninguna, Phoebe. ¿Cuándo va a ser mi turno de las preguntas? Empecemos, ¿siempre estás tan desaliñada? ¿Duermes desnuda? ¿Alguna vez terminaste con alguien primero, o siempre te botan?
Estaba siendo fácilmente rudo y yo sólo tenía ganas de llorar. El líquido salino ardió en mis ojos, cafés y simples, debilitándome las piernas. ¿Dónde me había metido?
Muy patético. No me lo permitiría. En todo caso, ¿por qué lo haría? ¿Por la respuesta a esas preguntas o porque sólo el usando un tono de superioridad podría hacerme sentir como una hormiga?
Mi limite de malas palabras se había agotado recién y opté por callarme la boca si quería que mi paciencia no se cayera justo en frente a sus ojos.
Aflojé la mandíbula en una reacción en contra de mi voluntad y una leve contusión me sacudió, desconcertándome simultáneamente.
Estar cerca de mí podría ser un blanco fácil y si ese hecho se comprobaba, mi padre no era un obeso del control después de todo.
Prendí la pantalla del móvil y apreté el icono de Contactos.
—¿Tienes algo de frío? —preguntó, atrayendo mi atención del contacto de mi padre en mi teléfono.
Stack no había si quiera echado una ojeada en mi dirección, así que supuse con más acierto que quería evadir el tema.
—Sí.
Ni siquiera pasó un segundo.
Mi pecho se vio impulsado hacia adelante con una fuerza que creí dolorosa, provocado por la bota de Daemon rozar contra el freno; como cuando llegas a la cima de una montaña rusa y ésta te empuja hacia un vacío que crees muy real. La sensación de nauseas se extendió hasta llegar al final de mi estómago, rozándome el vientre. Mi corazón se detuvo y pensé que había sido a propósito. Mi rostro frente a frente con el vidrio polarizado de su propiedad, mi aliento viéndose reflejada en la humedad variante de éste.
La tensión se disparó en adrenalina por mis venas.
Una mano tiró de mi frente perlada por sudor frío y recostándome con muchísimo tacto —más del necesario— de nuevo en el cojín acolchado y reconfortante, expulsó una respiración entrecortada por un gruñido masculino, un sonido propio de Daemon.
Diablos (perdóname, mama), estaba temblando.
—¿Estás loco? ¡Daemon! Pudimos habernos estrellado contra una ardilla o no lo sé, ¿qué, qué? … ¡Por el amor de Dios! —me exasperé una octava más, mis labios temblaban; no distinguía mi voz de la hiperventilación que experimentaba en aquel entonces—. ¿Intentaste matarme? Porque si pensaste hacerlo, mi padre está a una llamada de distancia y no lo pensaría dos veces antes de…
—Cálmate, Meck —me interrumpió con voz autoritaria, enviándome un millón de escalofríos a lo largo del cuerpo—. Sabía lo que hacía.
Y no lo dudaba, para nada. Su sexto sentido tenía que ser una versión agudizada de todos los anteriores, porque mierda si yo nunca lograría hacer algo así sin que se viera como un suicidio. Muchísima precisión al detener el auto justo al lado del asfalto en el lado derecho de la carretera. Por un segundo creí que algo saldría mal y nos iríamos de lleno contra la maleza diez centímetros más debajo de la calle. Pero no pasó.
Eso aumentó la aguda alerta que zumbaba en mi oído.
—Ahora, respira profundo, no quiero que enfrentes un maldito ataque al corazón.
Guau. Su voz era profunda y firme. Del tipo de voz que está acostumbrada a hacer que la gente lo escuche y obedezca sin cuestionar. Sus pestañas se elevaron, revelando unos ojos tan verdes y brillantes que no podían ser reales, los pude apreciar debido a la gran farola de luz blanca y tenue que alumbraba la aterradora carretera que daba con una fila de árboles empinados a los lados, perfectamente plantados, pero de diferente tamaño.
—Sería por tu jodida culpa —escupí—. ¿Por los años en prisión, por el cargo de conciencia o me estoy perdiendo de algo?
Casi instantáneamente respondió, tensando mis músculos:
—Porque no lo toleraría.
Nuestros ojos hicieron contacto en cuánto quise mirarlo fijamente, por razones que se salían de mis manos como agua escurriéndose en ellas con rapidez. Una conexión inminente que provocó que mi corazón diera un salto. Sus hermosas esmeraldas pasivas se concentraron con lo básico de avellanas llameantes. La distancia entre nuestros cuerpos apenas iluminados por la luz exterior era favorable. Y lo agradecí.
—Seguro —arrastré las palabras, incapaz de despegar nuestras miradas y forzándome a no creerle—. Daemon —pronuncié su nombre como una súplica encubierta—, ¿quién es James Sage?
Segundos pasaron antes de que su dedo masajeara sus cienes, apretándolas con un esfuerzo sencillo de apreciar.
—Ocúpate de tus asuntos, pastelito. Mantente a la raya. —su rostro inescrutable me gritaba indagar más…
Pero me callé.
—Fantástico —susurró—, ¿ahora qué? ¿Tendré que obligarte a olvidar que viste eso o de veras te callarás?
Temblé un poco al no ver nada más allá del parabrisas, era un lugar conveniente. Sin embargo, ahí estaba yo, tratando de no darle cuerda a mi fase dramática y entrar en pánico.
Una en un millón, repetía como un mantra, una en un millón de probabilidades.
Posiblemente el miedo se activaría cuando Daemon intentara un movimiento.
—Eh, lo siento, pero… ¿Qué hacemos a mitad de esta carretera, aparentemente, en medio de la nada?
Intenté no sonar temerosa ni agitada, pero la verdad era… que no lo estaba, sólo que a veces no controlaba el cómo me verían los demás. Supuse que no tenía nada más que decir y solté la duda más factible y predecible, reparando en todo el asunto. Lo extraño era que el silencio que absorbía su estado de ánimo —imbécil o no— era como… una dulce tortura de la que no me veía escapando como una nena. Derrumbaría sus muros sólidos y llegaría a ver algo más, lo que sea.
Lo ridículo de esa confesión posiblemente decepcionaría a mi padre.
Su torso se estiró en el panel central de Dolly —sip, había llamado a su auto de esa forma, completamente extraño y ridículo, pero tan divertido que tenía una larga lista de comentarios en su contra que, por los momentos, me ahorraría—, dirigiendo su vista y atención hacia los puestos de atrás, sumergidos bajo la oscuridad plena de la noche. No pude evitar expulsar baba por su abdomen ligeramente desnudo y levemente bronceado en cuánto su camisa negra se levantó. Tendría que hacer una visita a escala diaria al gimnasio, o quizás se inyectaba esteroides, ¿Sabría que eran malos para la salud?
Comprendí que trataba de alcanzar algo, incluso así, los músculos de sus brazos eran los que trabajaban, vislumbrándome con su movimiento. Sus pies apoyados paralelamente cerca del freno y acelerador y así impulsándose sobre su propio peso. Me derretí cuando sus irreales esmeraldas me dedicaron una mirada divertida.
Seguramente mi rostro extasiado por ese pecaminoso y nada inocente torso gritaba mi placer al deleitarme, incluso mi respiración era un factor evidente y… muy bajo. Mis ojos chocando contra los suyos subió la particularidad de mis hormonas femeninas perfectamente predecibles.
Sip, irrevocablemente había expulsado toda la racionalidad fuera de mi mente.
Ambas cejas se arquearon, como cuestionando mi veloz mirada con alto veneno —segundos antes había parecido tan hormonal y estúpida—, hasta donde su cabello daba apertura a ese estilo de peinado varonil que todos usaban, pero que a nadie se le vería más atractivo y perfecto que en Daemon; a la moda, desaliñado hacia arriba, con ese toque natural de no haber usado ni una gota de gomina para peinar. Sin dudas, envidié esa cualidad de «Hola, mis perfecciones abarcan una gran lista y que mi cabello se vea despeinado pero ardiente es una de ellas.»
Por un momento lo único que pude hacer fue mirarlo, sin más. Era, probablemente, el chico más sexy y varonilmente precioso que había visto en toda mi vida, también un patán total y de cerca, nada normal y corriente. Debí imaginarlo desde que me lanzó detrás de su espalda como a un costal de papas parlante.
—Sabes, deberíamos seguir nuestro camino —soné nerviosa por muchísimas razones. Entre ellas la solidez de su mirada y lo patética que me sentía al no sentir miedo de él—. Te daré la dirección de mi casa, porque, me vas a disculpar pero no quiero ir a cual sea que es el lugar a dónde planeas llevarme.
Se acomodó de nuevo en su asiento con una gracilidad digna de mi admiración, alisando las arrugas inexistentes de una chaqueta de cuero negro que había tomado de atrás con uno de sus labios curvados hacia arriba.
—Ponte esto —me dijo, colocando la chaqueta en mi regazo. Aturdida, levante la vista—. ¿Qué? ¿Ya no convulsionas ligeramente debido al frío?
Respiré profundo y asentí como una foca con retrasos mentales. La profundidad de su voz me heló los nervios desatados.
—Gracias —murmuré sin más qué decir, introduciendo mis brazos por ésta; mi sudadera era de tela frágil y nada gruesa, por lo que el calor que irradiaba su combinación era sobrecogedor en todos los sentidos.
—Harry está cerca —me notificó deslizando el dedo por la pantalla de su iPhone, muy ajeno a mi sonrisa. Se veía tan natural manejando el móvil, tan normal—. Habíamos acordado que nos veríamos aquí, solo si yo cumplía mi parte del trato.
Fruncí el ceño y reté una decodificación de lo que había dicho más detallada.
—Sólo es un trato, no tienes que saberlo todo, ¿Sabes? Maldita sea, chica. —resopló claramente disgustado, ajustando de nuevo mi cinturón de seguridad, devolviéndome a la locura que se aplacaba cuando tomé en cuenta la idea de un inútil intento de escape.
Mientras Daemon se tomaba el tiempo de rodar los ojos y relajar su postura, ignorando mi ceño fruncido olímpicamente como el solo podía hacerlo, me había preguntando cuanto tardaría en encontrar a alguien que me llevara de vuelta a mi casa antes del amanecer y si el tiempo o el sueño que derrumbaba mi cordura eran las razones por las cuales quería salir del bendito Mustang asfixiante. Para mi desgracia y tormento privado, la razón tenía un cuerpo de ensueño, cabello de modelo y ojos esmeralda con una buena porción de caracterizarse por calentar mi sangre. Sin embargo, Daemon no estaba hecho de cafeína y eso era suficiente para no detenerme a lanzarme por la puerta, tuviera un hoyo —la voz de Daemon se repitió en mi mente cuando lo imité— de gran magnitud o no.
Pero el parecía leerme la mente con suspicacia, y si era un súper héroe sacado de algún comic, deseé ser su kriptonita.
—El hecho de que estés fuera de forma es evidente y para nada cuestionable. Si escapas, te encuentro. ¿Te lo deletreo?
—Daemon —pronuncié con un toque de fuerza y sin vacilar, atrayendo esas esmeraldas a mí—. No es que no goce de tú maravillosa y encantadora compañía, pero de veras necesito dormir. Mañana empiezo en el instituto y las consecuencias de que no me dejes ir a mi casa se verán decepcionantes en mi registro escolar.
—Querrás decir: hoy. Son las cinco con veinte minutos de la mañana —corrigió enérgicamente rozando ligeramente la punta de mi nariz con su pulgar—. Por cierto, ¿Estudias con Charlie o algo así?
Bien. Linda evasión de enfoque principal de gran prioridad para mí.
—Ajá, claro. Por cierto —repetí alisando mi cabello a los lados de mis hombros y devolviéndole su fulminante mirada con un vistazo inocente—. ¿Podrías explicarme dónde están Charlie y Nathaniel?
La impaciencia estaba a punto de controlarme. Había olvidado sin ningún esfuerzo a mis mejores amigos en The Fifteen. He aquí una mejor amiga que vale la pena. ¿Y si Harry perdía la cabeza, otra vez? Me negué a darle cuerda a mis pensamientos, nada coherentes a decir verdad.
—Oh, tus amiguitos… —dubitativo, tambaleó sus dedos por el volante de cuero negro. —Ellos están bien. Harry llevó a Charlie a su casa y por ello, se dirige hacia acá, tardándose un poquito más de lo esperado —añadió el retraso del chico rulos con una nota de desesperación—, y tu hermano debe estar despistando a tu tía, a tus primos o quién sea que se preocupe por ti.
El lento procesamiento de mi cerebro se estancó. Ahora sí que no entendía un carajo.
—¿Cómo sabes que ellos están bien? ¿En serio te fías de Harry? ¿Por qué el vendría? —vomité las preguntas, la frustración burbujeando en mis labios—. ¿Cómo es que tienen todo tan perfectamente planeado? ¿Y qué hago yo aquí, en ese caso? ¡Quiero irme ya, Daemon, ya!
Mis manos se ajustaron por mi rostro completo, descendiendo, de la frente hasta la barbilla. Bufé y lancé mi pecho hacia adelante para una mejor visión del imbécil psicópata que reprimía una carcajada estridente a juzgar por sus labios fruncidos y ojos activamente extasiados por esa escena.
Perfecto, Daemon estaba presenciando cómo perdía la cabeza.
—Ella está bien porque Styles no es ningún demente. Confío en él porque es mi hermano. Somos precavidos, eso es todo, aunque, déjame decirte que todo esto es por un maldito capricho de Harry. Y tú estás aquí porque no sabía que hacer contigo en el club, y Harry me pidió que te distrajera lo suficiente para que no arruines su plan o lo que sea.
La palma de su mano se apoyó en su mejilla, con la otra tomó su codo y suspiró teatralmente, arrojándose un poco hacia el frente. Casi observé sus labios expulsar el aire de una manera suave, pero me rehusé a prestarle atención y ladeé la cabeza hacia la ventanilla de Dolly. El volumen verde de los arboles empinados que asechaban el amanecer dificultaban mi vista del salir del resplandeciente y ardiente sol mañanero. ¡Las cinco de la mañana! El karma sería una perra más tarde y me cobraría, adicionalmente, todas las galletas que robaba de la cocina.
—¿A qué hora es tu primera clase? —preguntó de repente Daemon, carraspeando en el proceso, obligándome a salir de mi tonta burbuja anti idiotas.
Me volví con los parpados vacilando hacia él con lentitud, arqueando una de mis cejas en respuesta.
—¿Estás seguro de que no tienes mi horario por algún lado, ahí, en tus pantalones, quizá? —él me dedicó una mirada irritante y rodé los ojos, mi buen humor empezaba a esfumarse—. A las nueve con cuarto, ¿Por qué…?
—Te llevaré a tú casa, te darás una ducha, te cambiarás de ropa y retornaras al auto. Yo te llevaré al colegio, y podrás dormir lo que quieras en el camino. Espero que el imbécil de Max haya hablado con tus parientes sobre… esto.
No había ni una pizca en su tono de querer conceder que el tema estaría felizmente abierto a discusión.
Lástima que no era una niña que tenía que seguir sus órdenes cuando él las dictara, y menos a esta hora de la mañana, cuando el sol dando su primer aliento sacaba lo peor de mí.
—Soy autosuficiente, Damon —protesté entre dientes—, Max puede llevarme a tiempo y mi tía no tendrá ningún problema. Confía en mí.
Tan rápido como concluí mi replica, el alzó una mano en mi dirección y sacudió la cabeza.
—Al diablo con Styles. Yo lo empecé, yo lo termino. No será fácil para ti convencer al director de no ver las primeras dos clases debido a desordenes adolescentes y un sueño magistralmente atascado. Para mí será pan comido, no obstante, podrás descansar las primeras cuatro horas y eso será suficiente para tomar apuntes a medias las clases restantes o yo puedo hacerlo por ti. Además, tienes que desayunar —Daemon fue lanzándome una lluvia ácida terriblemente helada sobre la marcha y me lleva el demonio si no es rápido encargándose de las personas—. ¿Notas eso, Phoebe? Es una de las ventajas de ser calculador y no lanzarte a las dos de la mañana al bar más peligroso de Londres.
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