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The perks of being a Di Angelo.
Página 1 de 1. • Comparte
The perks of being a Di Angelo.
- ficha:
- Titulo: The perks of being a Di Angelo.
Autor: Varios.
Adaptación: No.
Genero: General.
Advertencias: Depende de cada escritora.
Otras paginas: No.
THE PERKS OF BEING A DI ANGELO
La familia Di Angelo, que todavía se ajusta a los cambios del nacimiento de su sexta hija, se muda a la ciudad de Sydney, dejando atrás su vida en la reserva. Tratando de adaptarse al gran cambio y decidiendo que tienen que volver al trabajo, Anne y Peter piden ayuda a sus cinco hijas para cuidar a su pequeña hermana. Al mismo tiempo, Alaska, Brooklyn, Milán, Phoenix y Aspen se enfrentan a su nueva escuela, compañeros y los típicos problemas adolescentes. Dándose cuenta que la vida no es fácil, estas cinco hermanas crean un blog llamado: The Sassy Club, donde publican vídeos diarios aconsejando a su hermana sobre cada cosa que pueda ayudarla en el futuro. El problema es que no tienen ni la menor idea de como aconsejarla si ni siquiera pueden resolver sus propios problemas. Cuando los Di Angelo llegan a la ciudad, todo está patas arriba. Con esta familia, sí que necesitarás buena suerte, Delaware.
- reglas.:
- Respeto. Por más que nos conozcamos y seamos amigas, nunca está demás poner esta regla tan bonita y necesaria.
El plazo para subir es de tres semanas, pero si de antemano sabes que no podrás subir, pasa el turno así no se estanca la novela.
No hay faltas, porque tengo la confianza suficiente en ustedes para que me digan si podrán subir o si se van a ausentar. Llevamos hace tiempo queriendo hacer esto, así que si se estanca otra vez les corto la pija.
Se narra en tercera persona y pasado.
Capítulos más o menos largos porque quiero leer mucho (?)
Avisar en un spoiler antes del capítulo si es que hay algún contenido fuerte, hay niños aquí (?)
Al final de cada capítulo se pone el de la escritora siguiente.
Comentar los capítulos de las demás, todas nos merecemos la misma atención.
Más vale que se rian y se diviertan y todo eso que dicen al final
- turnos.:
- 1. sylvester (Mía).
2. peeta (Gen).
3. pisces (Cris).
4. valkyrie (Ems).
5. cute (Anto).
- links:
Última edición por sylvester el Dom 10 Ene 2016, 11:09 am, editado 10 veces
zuko.
Re: The perks of being a Di Angelo.
segunda
Última edición por valkyrie. el Sáb 09 Ene 2016, 6:15 pm, editado 1 vez
taeyong.
capítulo uno.
- antes de leer:
- hOLA SHIKS
el capítulo es kk pero me gusto al mismo tiempo (?) tipo me gustó y no me gustó (?) ahre
idk quería hacer como una introducción de aspen, para que conozcan como piensa o como actúa, aunque este capítulo no es ni la mitad de lo que es aspen, nunca le haría justicia
bUENO LEAN Y COMENTEN Y EMPECEMOS CON ESTA WEA
❝I GET INTO ALL THE DON'TS BUT ON GOOD DAYS I'M CHARMING AS FUCK❞
ASPEN DI ANGELO; FRANKLIN JONES
SYLVESTER
CAPÍTULO UNO
Hay treinta pasos entre la entrada principal hasta el primer escalón del porche. Y hay otros cinco pasos hasta la puerta. Los treinta y cinco pasos que Aspen Di Angelo caminó cada vez que su madre le decía "llegamos a casa". Pero ahora esos treinta y cinco pasos se habían convertido en miles de kilómetros, separándola a ella y a su familia de su lugar preferido en todo el mundo.
Como seres humanos, estamos acostumbrados a cierta forma de vida. Arnold Bennet dijo una vez: "Cualquier cambio, aún para mejorar, está acompañado de retrasos e incomodidades". Y esa era más o menos la frase que definía como Aspen se sentía. Gracias al trabajo de sus padres, había viajado toda su vida y a los dieciséis años, conoció el mundo entero con sus propios ojos. Anna y Thomas Di Angelo decidieron que el mundo ya no era suficiente y que una casa en la ciudad de Sydney sería lo mejor para la nueva integrante de la familia.
La castaña nunca se había quedado en un lugar por tanto tiempo. Nunca fue a una escuela normal, nunca tuvo amistad que duraran ni mucho menos hizo el mismo recorrido por un mismo lugar más de una vez. Así que, aún sentada en el asiento delantero, rodeada de toda su familia con el cinturón ajustado, estaba asustada. No dejaba de golpear su pie contra el tapete del auto y su cabeza daba mil vueltas, sin dejar de pensar en lo que se enfrentaría apenas la camioneta frenara en su nuevo garaje: Vida.
A decir verdad, tenía envida de Delaware, porque no tenía miedo. Apenas había cumplido un año y no comprendía lo que pasaba, para ella todo era una aventura. Delaware sólo le temía a la oscuridad y perderse en el supermercado, mientras que Aspen le tenía miedo a cuatro letras. Esas cuatro letras que parecían siempre estar en el camino. Esas cuatro letras que parecían burlarse, dándole las cosas que no quería.
Se preguntaba como el hombre conduciendo a su lado podía estar tan feliz. Peter no dejo de sonreír desde que el viaje comenzó y cada vez que el casete de los Beatles terminaba, él volvía a reproducirlo, y seguía tarareando las mismas canciones, una y otra vez. Era fácil para él, porque podía volver a reproducirlo cuantas veces quisiera y todavía tenía la variedad de casetes más grande y vieja que su hija había visto. Su madre subestimaba aquellos objetos pequeños y antiguos, pero para su padre eran mucho más que eso; eran su juventud, su protección, su ancla, su arma secreta o quizás no tan secreta, su mecanismo de defensa. Cada vez que su padre no podía concentrarse, sólo encendía el reproductor y era como si le devolviera vida a su sonrisa y le hacía creer que incluso un cocinero aburrido obsesionado con los duraznos podía cambiar el mundo, y que todo estaría bien. ¿Pero Aspen? Aspen no tenía nada que le diera esa seguridad. A lo único que podía hacer era aferrarse a las palabras de Jesse Rutherford que le cantaba desde un aparato a todo volumen, acurrucarse en su asiento, apoyar la cabeza contra el vidrio y abrazarse a sí misma mientras las hojas de los arboles al lado del camino la escondían del sol abrasador, que sólo parecía querer molestarla.
Cerró los ojos, con la esperanza de dormirse lo que quedaba del camino, pero cuando los brazos de Morfeo comenzaron a abrazarla, sintió que una mano pequeña y regordeta le daba una buena bofetada. Delaware. Aquella niña tenía tantas ganas de ganarse una patada en el trasero que Aspen no podía esperar a que llegara a la edad para poder golpearla sin que sus padres la regañaran.
Cuando iba a quejarse con su madre de su hermana pequeña, la camioneta dejó de moverse. Lo primero que notó de su nuevo hogar fue la puerta color turquesa. Su padre dijo unas palabras, pero Aspen no lo escuchó. No es como si tuviera que hacerlo, sabía exactamente lo que quería decir: "Quisimos hacer que fuera lo más parecida a casa posible". Sigue sin ser mi casa, pensó la castaña, sin embargo, se quedó callada.
Brooklyn salió corriendo del auto con Delaware en brazos, gritando algo que no pudo comprender. Probablemente sus palabras fueron las que siempre se gritaban en la casa Di Angelo cuando tenían que saciar sus necesidades: "Alerta marrón". Una de sus mayores cualidades era hablar al pie de la letra. Mientras todos salían del auto, Aspen no pudo moverse hasta que se percató del brazo de su padre rodeando sus hombros y lo miró a los ojos. En ese momento sólo quería abrazarlo y confesarle lo aterrada que estaba, pero prefirió sólo sonreirle y él le devolvió la sonrisa, como si supiera exactamente lo que Aspen quería decirle. "Yo también lo estoy", entendió ella arriba de la música en sus oídos. Y pensó que quizás no sería tan malo. Y aunque lo fuese, podía usar a su padre como ancla.
Llegó al umbral de la puerta y perdió la cuenta de sus pasos cuando escuchó a una de sus hermanas gritar. Quiso volver a la entrada para contarlos otra vez, pero su madre apareció de la nada y le entregó una caja pesada, sin siquiera dirigirle la palabra. Ruda.
Ayudó con bolsas llenas de juguetes para Delaware y consiguió cargar su maleta hasta el segundo piso. Brooklyn y Milán ya se habían adelantado y estaban peleando por quien se quedaba con la habitación. Siguió caminando por el largo pasillo y encontró otra habitación, pero estaba ocupada por una Phoenix desquiciada y una Alaska completamente neutral. No lo quedó más remedio que quedarse con la habitación del fondo, aunque eso no le molestaba en lo absoluto. No era tan grande como las demás, pero para ella era más que suficiente. La cama estaba ya hecha con las mismas sabanas de Marvel que le habían regalado a los catorce años, las paredes pintadas de un violeta casi azul, como a su madre le gustaba y no podían faltar los dibujos de Delaware desparramados por el gran escritorio junto a las fotografías de su familia y mascotas. Estaba todo en su lugar, como si su madre supiera que ella elegiría esa habitación. ¿Acaso las madres tenían poderes o algo? De seguro la suya era bruja. Casi dio un salto al verse en el espejo; su cabello estaba hecho un desastre, como si recién se hubiera despertado y era inevitable no fijarse en las ojeras. Vestía unos viejos pero cómodos pantalones machados con pintura y una ridícula camiseta de Justin Bieber y Miley Cyrus, que no sabía que tenía ya que ni siquiera le gustaban esos artistas. Era obvio que necesitaba una ducha, urgente.
Se olvidó de su asquerosa apariencia por un momento, recordándolo. Alzó la cabeza y soltó el aire de sus pulmones al ver la pintura del universo encima de su cabeza. Gracias a Dios tenía a Pultón y las estrellas.
Escuchó a su madre pelear con sus hermanas y casi sonrió al oír que compartirían la habitación. Ser el huracán más pequeño tenía sus ventajas. — Parece que sólo seremos tú y yo otra vez, Sly —habló por primera vez en todo el día, con la boca seca. Su hurón salió de su escondite y se subió a la cómoda para recostarse en uno de los almohadones, con la intención de no moverse nunca más —. Ah no, si yo no duermo, tú tampoco —le advirtió. El animal levantó la cabeza, confundido y era demasiado tarde para Slytherin cuando Aspen lo tomó en brazos y lo encerró en el baño con ella.
Aspen frunció el ceño y dio un tropezón al ver a toda su familia en la sala. — Bueno, ya diganlo, ¿quién murió?
—Tú lo harás si no bajas en este instante —contestó Anne de brazos cruzados. Aspen cerró la boca.
—Es mi primera reunión familiar —habló Phoenix, extrañamente emocionada —. Y la estoy odiando —finalizó, borrando su sonrisa.
—¿Y para qué una reunión familiar?
—Para advertirnos de lo aburridas que serán nuestras vidas a partir de ahora —Alaska mascuyó, sin tener una pizca de curiosidad en la conversación.
—Gracias por tu introducción, Alaska. Como ya hemos dicho, su padre y yo volveremos al trabajo, lo que significa que tendrán que cuidar de su hermana y de la casa mientras no estemos. Aquí sus horarios y obligaciones —en un abrir y cerrar de ojos, sacó un portafolio y comenzó a repartirle hojas a toda la familia.
Aspen tragó saliva. —Nunca será nuestro mundo, ¿verdad?
Incluso los ojos de Alaska se posaron en la muchachita, curiosos.
—¿De qué hablas, cariño?
—Saben perfectamente de lo que hablo. Somos sus hijas, lo entiendo. Pero seguimos viendo el mundo a través de sus ojos. ¿Cuando vamos a dejar de vivir en el mundo de nuestros padres?
—Cuando lo hagan suyo. Y eso es lo que más queremos y estamos dándole la oportunidad de hacerlo —respondió Anne con un deje de tristeza en su voz.
—¿Con horarios y todo eso? —inquirió Milán.
—Con horarios y todo eso. Este mundo, el real, está lleno de obligaciones. Nadie dice que será fácil.
—Pero, aún seguirán estando allí, ¿verdad? —Brooklyn sonrió, nerviosa.
—Si nos quieren en su mundo, no las vamos a defraudar. Nosotros ya lo conocimos, ahora es su turno.
A la mañana siguiente, cuando Aspen despertó, el mundo no era suyo. Seguía siendo de sus padres y de todos los demás, pero nunca podía ser suyo. No tenía duda de que sus hermanas sentían lo mismo, porque a pesar de haber viajado por todo él, nunca lo habían conquistado. Pero entonces se dio cuenta de que para conquistar el mundo, se debía conquistar a ella misma. Y eso era exactamente lo que haría.
Como seres humanos, estamos acostumbrados a cierta forma de vida. Arnold Bennet dijo una vez: "Cualquier cambio, aún para mejorar, está acompañado de retrasos e incomodidades". Y esa era más o menos la frase que definía como Aspen se sentía. Gracias al trabajo de sus padres, había viajado toda su vida y a los dieciséis años, conoció el mundo entero con sus propios ojos. Anna y Thomas Di Angelo decidieron que el mundo ya no era suficiente y que una casa en la ciudad de Sydney sería lo mejor para la nueva integrante de la familia.
La castaña nunca se había quedado en un lugar por tanto tiempo. Nunca fue a una escuela normal, nunca tuvo amistad que duraran ni mucho menos hizo el mismo recorrido por un mismo lugar más de una vez. Así que, aún sentada en el asiento delantero, rodeada de toda su familia con el cinturón ajustado, estaba asustada. No dejaba de golpear su pie contra el tapete del auto y su cabeza daba mil vueltas, sin dejar de pensar en lo que se enfrentaría apenas la camioneta frenara en su nuevo garaje: Vida.
A decir verdad, tenía envida de Delaware, porque no tenía miedo. Apenas había cumplido un año y no comprendía lo que pasaba, para ella todo era una aventura. Delaware sólo le temía a la oscuridad y perderse en el supermercado, mientras que Aspen le tenía miedo a cuatro letras. Esas cuatro letras que parecían siempre estar en el camino. Esas cuatro letras que parecían burlarse, dándole las cosas que no quería.
Se preguntaba como el hombre conduciendo a su lado podía estar tan feliz. Peter no dejo de sonreír desde que el viaje comenzó y cada vez que el casete de los Beatles terminaba, él volvía a reproducirlo, y seguía tarareando las mismas canciones, una y otra vez. Era fácil para él, porque podía volver a reproducirlo cuantas veces quisiera y todavía tenía la variedad de casetes más grande y vieja que su hija había visto. Su madre subestimaba aquellos objetos pequeños y antiguos, pero para su padre eran mucho más que eso; eran su juventud, su protección, su ancla, su arma secreta o quizás no tan secreta, su mecanismo de defensa. Cada vez que su padre no podía concentrarse, sólo encendía el reproductor y era como si le devolviera vida a su sonrisa y le hacía creer que incluso un cocinero aburrido obsesionado con los duraznos podía cambiar el mundo, y que todo estaría bien. ¿Pero Aspen? Aspen no tenía nada que le diera esa seguridad. A lo único que podía hacer era aferrarse a las palabras de Jesse Rutherford que le cantaba desde un aparato a todo volumen, acurrucarse en su asiento, apoyar la cabeza contra el vidrio y abrazarse a sí misma mientras las hojas de los arboles al lado del camino la escondían del sol abrasador, que sólo parecía querer molestarla.
Cerró los ojos, con la esperanza de dormirse lo que quedaba del camino, pero cuando los brazos de Morfeo comenzaron a abrazarla, sintió que una mano pequeña y regordeta le daba una buena bofetada. Delaware. Aquella niña tenía tantas ganas de ganarse una patada en el trasero que Aspen no podía esperar a que llegara a la edad para poder golpearla sin que sus padres la regañaran.
Cuando iba a quejarse con su madre de su hermana pequeña, la camioneta dejó de moverse. Lo primero que notó de su nuevo hogar fue la puerta color turquesa. Su padre dijo unas palabras, pero Aspen no lo escuchó. No es como si tuviera que hacerlo, sabía exactamente lo que quería decir: "Quisimos hacer que fuera lo más parecida a casa posible". Sigue sin ser mi casa, pensó la castaña, sin embargo, se quedó callada.
Brooklyn salió corriendo del auto con Delaware en brazos, gritando algo que no pudo comprender. Probablemente sus palabras fueron las que siempre se gritaban en la casa Di Angelo cuando tenían que saciar sus necesidades: "Alerta marrón". Una de sus mayores cualidades era hablar al pie de la letra. Mientras todos salían del auto, Aspen no pudo moverse hasta que se percató del brazo de su padre rodeando sus hombros y lo miró a los ojos. En ese momento sólo quería abrazarlo y confesarle lo aterrada que estaba, pero prefirió sólo sonreirle y él le devolvió la sonrisa, como si supiera exactamente lo que Aspen quería decirle. "Yo también lo estoy", entendió ella arriba de la música en sus oídos. Y pensó que quizás no sería tan malo. Y aunque lo fuese, podía usar a su padre como ancla.
Llegó al umbral de la puerta y perdió la cuenta de sus pasos cuando escuchó a una de sus hermanas gritar. Quiso volver a la entrada para contarlos otra vez, pero su madre apareció de la nada y le entregó una caja pesada, sin siquiera dirigirle la palabra. Ruda.
Ayudó con bolsas llenas de juguetes para Delaware y consiguió cargar su maleta hasta el segundo piso. Brooklyn y Milán ya se habían adelantado y estaban peleando por quien se quedaba con la habitación. Siguió caminando por el largo pasillo y encontró otra habitación, pero estaba ocupada por una Phoenix desquiciada y una Alaska completamente neutral. No lo quedó más remedio que quedarse con la habitación del fondo, aunque eso no le molestaba en lo absoluto. No era tan grande como las demás, pero para ella era más que suficiente. La cama estaba ya hecha con las mismas sabanas de Marvel que le habían regalado a los catorce años, las paredes pintadas de un violeta casi azul, como a su madre le gustaba y no podían faltar los dibujos de Delaware desparramados por el gran escritorio junto a las fotografías de su familia y mascotas. Estaba todo en su lugar, como si su madre supiera que ella elegiría esa habitación. ¿Acaso las madres tenían poderes o algo? De seguro la suya era bruja. Casi dio un salto al verse en el espejo; su cabello estaba hecho un desastre, como si recién se hubiera despertado y era inevitable no fijarse en las ojeras. Vestía unos viejos pero cómodos pantalones machados con pintura y una ridícula camiseta de Justin Bieber y Miley Cyrus, que no sabía que tenía ya que ni siquiera le gustaban esos artistas. Era obvio que necesitaba una ducha, urgente.
Se olvidó de su asquerosa apariencia por un momento, recordándolo. Alzó la cabeza y soltó el aire de sus pulmones al ver la pintura del universo encima de su cabeza. Gracias a Dios tenía a Pultón y las estrellas.
Escuchó a su madre pelear con sus hermanas y casi sonrió al oír que compartirían la habitación. Ser el huracán más pequeño tenía sus ventajas. — Parece que sólo seremos tú y yo otra vez, Sly —habló por primera vez en todo el día, con la boca seca. Su hurón salió de su escondite y se subió a la cómoda para recostarse en uno de los almohadones, con la intención de no moverse nunca más —. Ah no, si yo no duermo, tú tampoco —le advirtió. El animal levantó la cabeza, confundido y era demasiado tarde para Slytherin cuando Aspen lo tomó en brazos y lo encerró en el baño con ella.
☼ ☼ ☼ ☼ ☼ ☼
Aspen frunció el ceño y dio un tropezón al ver a toda su familia en la sala. — Bueno, ya diganlo, ¿quién murió?
—Tú lo harás si no bajas en este instante —contestó Anne de brazos cruzados. Aspen cerró la boca.
—Es mi primera reunión familiar —habló Phoenix, extrañamente emocionada —. Y la estoy odiando —finalizó, borrando su sonrisa.
—¿Y para qué una reunión familiar?
—Para advertirnos de lo aburridas que serán nuestras vidas a partir de ahora —Alaska mascuyó, sin tener una pizca de curiosidad en la conversación.
—Gracias por tu introducción, Alaska. Como ya hemos dicho, su padre y yo volveremos al trabajo, lo que significa que tendrán que cuidar de su hermana y de la casa mientras no estemos. Aquí sus horarios y obligaciones —en un abrir y cerrar de ojos, sacó un portafolio y comenzó a repartirle hojas a toda la familia.
Aspen tragó saliva. —Nunca será nuestro mundo, ¿verdad?
Incluso los ojos de Alaska se posaron en la muchachita, curiosos.
—¿De qué hablas, cariño?
—Saben perfectamente de lo que hablo. Somos sus hijas, lo entiendo. Pero seguimos viendo el mundo a través de sus ojos. ¿Cuando vamos a dejar de vivir en el mundo de nuestros padres?
—Cuando lo hagan suyo. Y eso es lo que más queremos y estamos dándole la oportunidad de hacerlo —respondió Anne con un deje de tristeza en su voz.
—¿Con horarios y todo eso? —inquirió Milán.
—Con horarios y todo eso. Este mundo, el real, está lleno de obligaciones. Nadie dice que será fácil.
—Pero, aún seguirán estando allí, ¿verdad? —Brooklyn sonrió, nerviosa.
—Si nos quieren en su mundo, no las vamos a defraudar. Nosotros ya lo conocimos, ahora es su turno.
A la mañana siguiente, cuando Aspen despertó, el mundo no era suyo. Seguía siendo de sus padres y de todos los demás, pero nunca podía ser suyo. No tenía duda de que sus hermanas sentían lo mismo, porque a pesar de haber viajado por todo él, nunca lo habían conquistado. Pero entonces se dio cuenta de que para conquistar el mundo, se debía conquistar a ella misma. Y eso era exactamente lo que haría.
Última edición por sylvester el Vie 04 Mar 2016, 9:50 am, editado 1 vez
zuko.
Re: The perks of being a Di Angelo.
Primer comentario, por lo que, si no es lo suficientemente bueno, tengo el privilegio de ser perdonada (?):
Bue, como ya te dije, me re encantó el capítulo. Nos muestra un poco la personalidad de Aspen y cómo se siente al llegar al nuevo hogar. Peter me parece maravilloso, un padre que no se encuentra en cualquier parte y es demasiado tierno . La relación que tiene con Aspen es tan bonita que casi me dio algo (?) aHRE. Igual siempre aguante tu inspiración de todo Girl meets world, que provocó que cantara Take on the world al leer la segunda parte del capítulo. Escribes majestuoso como siempre, Mía-mor. Espero saber más de nuestra shika, y obvio con ansias el capítulo de la siguiente TE AMOOOOOOOOOOOOOOO.
Bue, como ya te dije, me re encantó el capítulo. Nos muestra un poco la personalidad de Aspen y cómo se siente al llegar al nuevo hogar. Peter me parece maravilloso, un padre que no se encuentra en cualquier parte y es demasiado tierno . La relación que tiene con Aspen es tan bonita que casi me dio algo (?) aHRE. Igual siempre aguante tu inspiración de todo Girl meets world, que provocó que cantara Take on the world al leer la segunda parte del capítulo. Escribes majestuoso como siempre, Mía-mor. Espero saber más de nuestra shika, y obvio con ansias el capítulo de la siguiente TE AMOOOOOOOOOOOOOOO.
taeyong.
Re: The perks of being a Di Angelo.
ESTÁ RE BUENO EL CAPÍTULO, MÍA :lizzena: Me gustó saber más de Aspen y todo lo que ella piensa, en realidad ahora que leí tu capítulo tengo miedito de cómo saldrá el mío.
Aspen es re lindi y la amé mucho mucho mucho.
Espero el próximo capítulo, de Gen si no me equivoco, con muchas ansias. ☆
Aspen es re lindi y la amé mucho mucho mucho.
Espero el próximo capítulo, de Gen si no me equivoco, con muchas ansias. ☆
pisces.
Re: The perks of being a Di Angelo.
- hola:
- este capítulo es caca de caballo en su máximo esplendor
está re feo pero igual me esforcé y obligué a mi cerebro a escribir algo
please no se saquen los ojos mientras leen.
❝COMMENT SURVIVRE DAS LE MONDE?❞
PHOENIX DI ANGELO; SETH VOLKOV
PISCES.
CAPÍTULO DOS
Su cabeza permanecía reposada contra el vidrio del auto, tampoco era como si tuviese alguna opción; el auto iba demasiado apretado como para que seis personas y demasiadas maletas de distribuyeran dos hileras de asiento en una camioneta. Era algo incómodo, pero de la manera en que se encontraba era la única en que podía apreciar el hermoso cielo que le entregaba la ciudad de Sydney, una combinación de colores anaranjado con la gama violeta mezclado entre medio. Por lejos, era lo único que la dejaba tranquila.
La falta de oxígeno, el sentir su trasero entumecido, escuchar de fondo las peleas entre sus hermanas con Delaware debido a los golpes ciegos que la pequeña daba, nada de eso parecía importarle ni en lo más mínimo. Tampoco podía decir que disfrutaba de la música que resonaba en el auto, porque, por más que las canciones fuesen bastante buenas, no eran la clase de bandas que ella solía escuchar. Su música era extraña y debido a eso sabía que no había ni un poco de posibilidad de que sus bandas preferidas sonasen en la radio de su progenitor.
Y el camino seguía siendo el mismo; el cielo en los mismos colores, pastizales sin recortar, su padre cantando casi en gritos las canciones de los Beatles, Delaware gritando, todo subía con rabia a su cabeza y gritos ahogados escapaban en su mente. Sólo quería gritarles que se callaran de una buena vez y dejasen que aquello fuese un viaje tranquilo. Nuevamente, era raro. En otro momento ella estaría bastante feliz con eso; disfrutaba de que no existieran silencios y que el mundo siguiera su tiempo con el ruido habitual que éste tenía. Pero ese día era distinto a todos, había cambiado algo en la chica, por más que sonase dramático.
Tenía rabia, y las ganas de golpear algo también estaban presentes, pero otro sentimiento estaba naciendo en ella, no podía evitarse preguntar el qué era y por qué sentía que la rabia era exterminada por otra sensación.
Nunca se había quedado mucho tiempo en algún sitio, la familia Di Angelo siempre iba de un lugar tras otro, volviéndose unos nómades en su máxima expresión. Tampoco estuvo interesada en que eso sucediera; mucha gente no podía llevar el viajar a todas partes por el simple hecho de quedarse, con seres queridos o amistades, en un lugar fijo. No le importaba mucho el que no pudiera llevar a otro nivel sus simples amistades, es más, disfrutaba viajar por todo el mundo sin importarle si sus amigos se volvieran inolvidables o no; pero pensó que la reserva iba a hacer las cosas diferentes, que sería un lugar para vivir. Obviamente no fue así, pues estaba rumbo a su nueva casa en quién sabe dónde.
Se sentían como si fuesen horas que pasaban de forma muy lenta, pero Phoenix sabía perfectamente que faltarían muchas más para descender de esa camioneta. Debería acostumbrarse al vehículo al menos por ese día, y colocarse lo más cómoda posible. Los gritos de Delaware parecían cada vez más silenciosos y aprovechó esto para sacar sus audífonos y escuchar canciones aleatorias de su teléfono.
El tiempo seguía tomando su curso lento, más lento de lo que a ella le gustaría.
No quería mirar la hora, si fuese así, tenía claro que se encontraría con una gran decepción. Sí, su trasero dolía, y su lista de música estaba a punto de acabar ¡Y tampoco olvidar cuantas bofetadas le había dado Delaware gracias a su reciente cambio de lugar!; solo pedía que al menos la bebé no tuviera ganas de hacerse en sus pañales, un fétido aroma a popó era lo único que faltaba en su asombroso viaje.
La canción sonaba de fondo, pero aún así no podía sentirla; estaba cansada. Miro a sus hermanas, veía como ellas hablaban pero sus voces eran silenciadas por la música. En ese momento se sentía como si hubiese alcanzado el nirvana, por más que sonase extremadamente exagerado.
Un toqueteo suave en su hombre y un simple “Hey” hizo falta para que notase que ya habían llegado a casa. Una puerta turquesa llamaba la atención, además de los gritos de unas de sus hermanas, avisando que la pequeña bebé necesitaba ir al baño
.
Sonrió sin saber el por qué.
Abrió la puerta, saliendo tranquilamente, no había necesidad de apurarse. Sus hermanas estaban en el maletero sacando los bolsos que no habían ido en el camión de la mudanza. Tal como en las caricaturas, mentalmente una luz se prendió sobre su cabeza. Tenía que aprovechar. Empujó a todos los que estaban a su paso, entre éstos, a su madre, que cayó sobre pastizal del jardín delantero. Se llevaría un buen castigo cuando terminasen de arreglar todo.
Las habitaciones eras similares, pero escogió la con vista a la casa de al lado, desde ahí se podía ver una linda colección de flores que tenía sus vecinos.
Una habitación para ella sola era lo que le hacía falta, pensó; idea que fue frustrada al ver a su madre entrar con su pequeña hermana en sus brazos. No le importó ni un poco el que Phoenix hubiese llegado primera, tiró el bolso de juguetes de Delaware al suelo y la niña se estableció en un par de segundos.
Algún día le ahorcaría, estaba segura, odiaba que le dieran el gusto en todo. En momentos como ese le hubiese gustado ser la pequeña bebita de la familia que conseguía todo lo que quería, tal vez fue una niña caprichosa en sus tiempos, pero no lograba recordarlo. Pero tenía una cosa clara y es que era totalmente distinta a Delaware a esa edad, completamente opuestas. Lo poco que tenía en su mente sobre la infancia era como amaba buscar escarabajos rinocerontes para luego dejarlos en la gaveta de ropa limpia, una que otra vez en la ducha, todos enloquecían al ver esos bichitos rondando por toda la casa, o leer libros de ovnis y construir naves espaciales con las cajas de los amueblados.
En realidad, no había cambiado mucho; los libros seguían ahí y también Alaska saltaba del susto al encontrar uno que otro escarabajo en la parte superior de su cama, escondido en las almohadas.
El mundo pareció aburrirle en poco, su casa nueva en especial; habían pasado alrededor de dos horas para que ésta perdiera el toque completamente. Su madre gritaba dando órdenes que eran completamente innecesarias, el perro del vecino ladraba, el sol le hacía sudar y el chocar con cada caja que existiera se volvió costumbre en el poco tiempo que llevaba ahí, además, Alaska parecía bastante molesta con la idea de compartir habitación, era un sentimiento mutuo, a decir verdad.
Un pelotazo llegó en su rostro, y nuevamente la pequeña Delaware le miraba con esa sonrisa de traviesa que no hacía nada más que Phoenix también quisiera darle con la pelota de lleno en la cara. No podía.
Estaba agotada, no por hacer esfuerzo ni por estar energética. Su cuerpo se sentía pesado y esperaba a que en algún momento del día cayese dormida, cerrase los ojos y cuando los abriera se encontrarse en su antiguo hogar, con su antiguo entorno y su antigua vida. Intentando dominar el mundo como su corazón le dictase.
Pellizcó su brazo, pero seguía en el mismo lugar.
Estaba claro en ese entonces, el mundo no podía moverse a su gusto ni detenerse por nadie y ella no podía dominar nada en ese entonces, ni siquiera una molesta discusión de quién se quedaba con la habitación del sótano, ni encontrarse en su antiguo hogar, ya que lo único que pudieron mirar sus ojos al despertar fue la inmensa araña que caminaba en el techo de ático, lugar donde tuvo que pasar la noche –cortesía de su querida hermana Alaska, que ni culpa tuvo de poner llave a la habitación de abajo-.
—Las cosas no pueden empeorar, debo pensar positivo— intentó ayudarse mientras mojaba su rostro en agua helada. Brooklyn le había dicho que debía siempre intentar lo imposible, que en esta situación era encontrarle algo bueno en aquel desconocido lugar.
Al salir con una sonrisa en su rostro, imaginando paisajes y tipos de personas de Sydney, todo parecía estar bien. A excepción de cuando notó excremento de perro en su zapato y como la gente se reía al ver que dejaba un camino con tal repugnante cosa.
Definitivamente no era su momento de brillar y el destino lo sabía.
La falta de oxígeno, el sentir su trasero entumecido, escuchar de fondo las peleas entre sus hermanas con Delaware debido a los golpes ciegos que la pequeña daba, nada de eso parecía importarle ni en lo más mínimo. Tampoco podía decir que disfrutaba de la música que resonaba en el auto, porque, por más que las canciones fuesen bastante buenas, no eran la clase de bandas que ella solía escuchar. Su música era extraña y debido a eso sabía que no había ni un poco de posibilidad de que sus bandas preferidas sonasen en la radio de su progenitor.
Y el camino seguía siendo el mismo; el cielo en los mismos colores, pastizales sin recortar, su padre cantando casi en gritos las canciones de los Beatles, Delaware gritando, todo subía con rabia a su cabeza y gritos ahogados escapaban en su mente. Sólo quería gritarles que se callaran de una buena vez y dejasen que aquello fuese un viaje tranquilo. Nuevamente, era raro. En otro momento ella estaría bastante feliz con eso; disfrutaba de que no existieran silencios y que el mundo siguiera su tiempo con el ruido habitual que éste tenía. Pero ese día era distinto a todos, había cambiado algo en la chica, por más que sonase dramático.
Tenía rabia, y las ganas de golpear algo también estaban presentes, pero otro sentimiento estaba naciendo en ella, no podía evitarse preguntar el qué era y por qué sentía que la rabia era exterminada por otra sensación.
Nunca se había quedado mucho tiempo en algún sitio, la familia Di Angelo siempre iba de un lugar tras otro, volviéndose unos nómades en su máxima expresión. Tampoco estuvo interesada en que eso sucediera; mucha gente no podía llevar el viajar a todas partes por el simple hecho de quedarse, con seres queridos o amistades, en un lugar fijo. No le importaba mucho el que no pudiera llevar a otro nivel sus simples amistades, es más, disfrutaba viajar por todo el mundo sin importarle si sus amigos se volvieran inolvidables o no; pero pensó que la reserva iba a hacer las cosas diferentes, que sería un lugar para vivir. Obviamente no fue así, pues estaba rumbo a su nueva casa en quién sabe dónde.
Se sentían como si fuesen horas que pasaban de forma muy lenta, pero Phoenix sabía perfectamente que faltarían muchas más para descender de esa camioneta. Debería acostumbrarse al vehículo al menos por ese día, y colocarse lo más cómoda posible. Los gritos de Delaware parecían cada vez más silenciosos y aprovechó esto para sacar sus audífonos y escuchar canciones aleatorias de su teléfono.
El tiempo seguía tomando su curso lento, más lento de lo que a ella le gustaría.
No quería mirar la hora, si fuese así, tenía claro que se encontraría con una gran decepción. Sí, su trasero dolía, y su lista de música estaba a punto de acabar ¡Y tampoco olvidar cuantas bofetadas le había dado Delaware gracias a su reciente cambio de lugar!; solo pedía que al menos la bebé no tuviera ganas de hacerse en sus pañales, un fétido aroma a popó era lo único que faltaba en su asombroso viaje.
La canción sonaba de fondo, pero aún así no podía sentirla; estaba cansada. Miro a sus hermanas, veía como ellas hablaban pero sus voces eran silenciadas por la música. En ese momento se sentía como si hubiese alcanzado el nirvana, por más que sonase extremadamente exagerado.
Un toqueteo suave en su hombre y un simple “Hey” hizo falta para que notase que ya habían llegado a casa. Una puerta turquesa llamaba la atención, además de los gritos de unas de sus hermanas, avisando que la pequeña bebé necesitaba ir al baño
.
Sonrió sin saber el por qué.
Abrió la puerta, saliendo tranquilamente, no había necesidad de apurarse. Sus hermanas estaban en el maletero sacando los bolsos que no habían ido en el camión de la mudanza. Tal como en las caricaturas, mentalmente una luz se prendió sobre su cabeza. Tenía que aprovechar. Empujó a todos los que estaban a su paso, entre éstos, a su madre, que cayó sobre pastizal del jardín delantero. Se llevaría un buen castigo cuando terminasen de arreglar todo.
Las habitaciones eras similares, pero escogió la con vista a la casa de al lado, desde ahí se podía ver una linda colección de flores que tenía sus vecinos.
Una habitación para ella sola era lo que le hacía falta, pensó; idea que fue frustrada al ver a su madre entrar con su pequeña hermana en sus brazos. No le importó ni un poco el que Phoenix hubiese llegado primera, tiró el bolso de juguetes de Delaware al suelo y la niña se estableció en un par de segundos.
Algún día le ahorcaría, estaba segura, odiaba que le dieran el gusto en todo. En momentos como ese le hubiese gustado ser la pequeña bebita de la familia que conseguía todo lo que quería, tal vez fue una niña caprichosa en sus tiempos, pero no lograba recordarlo. Pero tenía una cosa clara y es que era totalmente distinta a Delaware a esa edad, completamente opuestas. Lo poco que tenía en su mente sobre la infancia era como amaba buscar escarabajos rinocerontes para luego dejarlos en la gaveta de ropa limpia, una que otra vez en la ducha, todos enloquecían al ver esos bichitos rondando por toda la casa, o leer libros de ovnis y construir naves espaciales con las cajas de los amueblados.
En realidad, no había cambiado mucho; los libros seguían ahí y también Alaska saltaba del susto al encontrar uno que otro escarabajo en la parte superior de su cama, escondido en las almohadas.
El mundo pareció aburrirle en poco, su casa nueva en especial; habían pasado alrededor de dos horas para que ésta perdiera el toque completamente. Su madre gritaba dando órdenes que eran completamente innecesarias, el perro del vecino ladraba, el sol le hacía sudar y el chocar con cada caja que existiera se volvió costumbre en el poco tiempo que llevaba ahí, además, Alaska parecía bastante molesta con la idea de compartir habitación, era un sentimiento mutuo, a decir verdad.
Un pelotazo llegó en su rostro, y nuevamente la pequeña Delaware le miraba con esa sonrisa de traviesa que no hacía nada más que Phoenix también quisiera darle con la pelota de lleno en la cara. No podía.
Estaba agotada, no por hacer esfuerzo ni por estar energética. Su cuerpo se sentía pesado y esperaba a que en algún momento del día cayese dormida, cerrase los ojos y cuando los abriera se encontrarse en su antiguo hogar, con su antiguo entorno y su antigua vida. Intentando dominar el mundo como su corazón le dictase.
Pellizcó su brazo, pero seguía en el mismo lugar.
Estaba claro en ese entonces, el mundo no podía moverse a su gusto ni detenerse por nadie y ella no podía dominar nada en ese entonces, ni siquiera una molesta discusión de quién se quedaba con la habitación del sótano, ni encontrarse en su antiguo hogar, ya que lo único que pudieron mirar sus ojos al despertar fue la inmensa araña que caminaba en el techo de ático, lugar donde tuvo que pasar la noche –cortesía de su querida hermana Alaska, que ni culpa tuvo de poner llave a la habitación de abajo-.
—Las cosas no pueden empeorar, debo pensar positivo— intentó ayudarse mientras mojaba su rostro en agua helada. Brooklyn le había dicho que debía siempre intentar lo imposible, que en esta situación era encontrarle algo bueno en aquel desconocido lugar.
Al salir con una sonrisa en su rostro, imaginando paisajes y tipos de personas de Sydney, todo parecía estar bien. A excepción de cuando notó excremento de perro en su zapato y como la gente se reía al ver que dejaba un camino con tal repugnante cosa.
Definitivamente no era su momento de brillar y el destino lo sabía.
pisces.
Re: The perks of being a Di Angelo.
❝HOW WILL I FORGIVE MISELF?❞
ALASKA DI ANGELO; BJÖRN ACKERMAN.
VALKYRIE.
CAPÍTULO TRES
El dolor de espalda que estaba teniendo no se lo deseaba a nadie. Solamente ella era el tipo de persona que se quedaba dormida el día de mudanza, razón por la cual no obtuvo un buen lugar en la camioneta.
Las hermanas sabían que cuando toda la familia viajaba junta, a una le tocaría irse en el maletero. No era algo molesto, en realidad, si llevabas una almohada, podía llegar a ser una comodidad extraña.
Sin embargo, cuando te quedas dormida el día de mudanza, irse en el maletero significa el infierno. La cantidad de bolsos puestos desordenadamente lograba que no pudieras acomodarte. Y Alaska, sentada sobre una maleta roja, a pesar de estar agachada no podía evitar golpearse con el techo.
La familia Di Angelo era una familia viajera. Ella lo disfrutaba, por supuesto. Conocer el mundo era el sueño de cualquiera. Habían viajado (y vivido) en tantos países que ni siquiera recordaba algunos. Todas las hermanas nacieron en distintos lugares (excepto las trillizas, por supuesto), que sin embargo, no eran necesariamente de dónde salieron sus nombres.
Sus padres eran una pareja que siempre había soñado recorrer el mundo. Y lo estaban logrando, el problema es que aunque Alaska disfrutara de los paisajes bonitos, los monumentos y las distintas culturas, en ciertas ocasiones se sentía agotada.
Por eso, cuando compraron la reserva, fue probablemente el momento más feliz de su vida.
Vivir alejados de la ciudad, rodeados de todos esos animales exóticos que alimentaban, cuidaban y amaban... era simplemente perfecto.
Alaska no ocupaba mucho esa palabra, pero era la única que servía para definir lo que sentía por el lugar.
Por lo que cuando se enteró de la noticia de una nueva mudanza, por un momento sintió que el corazón se le apagaba y la sangre dejaba de correr por sus venas. A pesar de que tanto Anne como Peter prometieron que visitarían la reserva tanto como pudieran, e intentarían que la nueva casa las hiciera sentir cómodas, no era suficiente.
Había rogado, y ella nunca rogaba. Sus hermanas probablemente no lo sabían, pero Alaska realmente no quería irse.
Su viaje fue una tortura. Ni escuchando música podía distraerse. No pudo dormir, y cuando algún obstáculo se ponía en el camino ella era la que más lo sentía. Lo único que le alegró fue no recibir ninguna bofetada de Delaware.
Apenas llegaron a la nueva casa, corrió como poseída a buscar alguna habitación. Se la merecía. Y en ese momento estaba tan enfadada por los cabezazos que se había dado que no estaría dispuesta a ceder.
Siempre compartió habitación con Phoenix, pues, de alguna manera, siempre escogían la misma. Por lo que, cuando su hermana llegó al sótano, después de una pequeña discusión le cerró la puerta en la cara. Se sintió ligeramente culpable, pero al recordar que probablemente su dolor de cabeza duraría todo el día, y el dolor de espalda unos dos, pensó que debía darse el gusto.
Durante las siguientes dos horas, Alaska se dedicó a mirar su habitación, pensando cómo ubicaría los muebles, la cama; sus cosas. Cómo pintaría las paredes y cómo sería el suelo.
Entonces, lo recordó. Su pequeño gatito, ¡Lo había olvidado en la camioneta!
—¡Anakin! —gritó a la vez que salía de su habitación y comenzaba a subir las escaleras.
—Está en el patio, tu padre lo sacó —la calmó su madre. Alaska suspiró.
—Iré a buscarlo.
—Espera —la detuvo su madre, quien con una sonrisa se hizo a un lado mostrando lo que tenía tras ella. O mejor dicho, a quién tenía tras ella—. Delaware quiere salir, ¿Podrías llevarla al parque? Yo tengo que desempacar todo esto —antes de que la rubia pudiera negarse, la sonrisa de Anne cambió a una cara seria—. Es obligación.
Alaska asintió, dándose la vuelta frustrada. No es que odiara a Delaware, por supuesto, pero la idea de sacarla siempre era un dolor de cabeza. Era una niña inquieta, y aunque más de una vez la hiciera reír, eso no contrastaba lo más importante: Si salía con su hermana más pequeña no podría distraerse con absolutamente nada, ya que en cualquier momento esa astuta y peligrosa criatura escaparía de su lado en busca de algo nuevo, porque Delaware amaba las aventuras (las travesuras también).
Entonces su solución llegó bajando las escaleras con una cara de cansancio casi tan grande como la suya y casi sin poderse el cuerpo. Parecía que si no se sujetara de las barandas de la escalera caería ya que no tenía fuerza para mantenerse en pie.
A veces su madre tenía razón al decir que todas sus hijas eran igual de vagas.
—Aspen —la llamó la rubia, sentándose en la alfombra del living (ya que aún no llegaba el sillón).
—¿Por qué te sientas? —le preguntó con la voz baja la recién llegada, pero aún así, sentándose a su lado.
—Para hablar un momento contigo —Alaska se corrió para darle más espacio a su hermana—. ¿Cómo va la vida a los doce?
—Tengo dieciséis —la corrigió Aspen—. No intentes molestarme, Vika. Sé que eres buena con las fechas.
La rubia hizo una mueca parecida a una sonrisa.
—Lo siento, pero no hemos hablado desde que nos informaron del viaje. Así que, como me ordenaron sacar a Delaware, se me ocurrió que podrías venir conmigo.
Aspen se quedó callada varios minutos, como analizando lo que su hermana mayor le propuso.
—No es tan mala idea —admitió—. En unas horas va a llegar la mudanza y si sacamos a Delaware nos podemos ahorrar la carga.
Alaska se encogió de hombros. No había pensado en eso, pero Aspen tenía razón.
—Entonces, ¿vienes? —le preguntó la rubia, a lo que su hermana menor asintió, dándole la razón.
—Pero en un rato, en este momento tengo unas cosas que hacer.
La chica comprendió que no debía preguntar y observó como esa persona llena de sueños se marchaba de la habitación. Tras eso, se recostó en la alfombra, con una flojera que la estaba consumiendo. No tenía idea de por qué estaba tan cansada, pero a los minutos se durmió y ni el llanto de Delaware tras no ver a mamá la despertó.
Fue Aspen, quien colocó al pequeño Anakin sobre su cara. Pero ni siquiera así despertó inmediatamente, en realidad, se demoró casi quince minutos. Alaska tenía el sueño realmente pesado y todos lo sabían.
La chica se levantó de la alfombra un poco desorientada, con las piernas cansadas. Aspen caminó hacia la puerta sin decir una palabra, por lo que Alaska se apresuró a buscar a Delaware para que pudieran seguirla.
Tras caminar bastante —ya que se perdieron y anduvieron en círculos—, encontraron un parque gigantesco y completamente hermoso; lleno de juegos, con árboles gigantescos, algunos arbustos con flores y bancas para que pudieran sentarse. Como todas las bancas estaban ocupadas, las hermanas se sentaron en el pasto junto a Delaware, quien corría persiguiendo una mariposa.
De la nada, una mujer de largo cabello castaño se les acerca y las observa con sus grandes ojos, extremadamente negros. Por la vestimenta que traía, y la fluidez con la que hablaba el idioma romaní, pudo determinar que se trataba de una mujer gitana.
Alaska no tenía absolutamente nada en contra de los gitanos, y no creía en el mito urbano de estos como ladrones. Pues sí, habían ladrones en todas partes, pero cuando vivieron en Lituania se dedicaba a pasar sus ratos con una chica gitana; una de las personas más nobles que había conocido. Conoció a su familia, a su círculo; le habían enseñado las técnicas de los estafadores, algunas palabras en romaní, y más importante, a no ponerlos a todos dentro del mismo saco.
Sin embargo, si no se hubiera distraído tanto, podría haber previsto como la gitana prácticamente le arrebató un billete de las manos a Aspen y fingió que se esfumaba, para luego marcharse sin más.
Se quedó sin palabras, ¡Si tan sólo hubiera reaccionado antes!
Pero ya nada se podía hacer.
—Toma —tras rebuscar en su cartera, la hermana mayor le dio el dólar que le habían robado—. No les digas a mamá y papá.
Aspen asintió.
Tras la charla que tuvieron con sus padres, Alaska no pudo dormir. No estaba segura de querer el mundo a través de sus ojos. Estaba asustada —aunque aterrada parecía ser la palabra correcta—. Ella era la hermana mayor, se suponía que debía dar el ejemplo, debía mantener la calma.
Debía triunfar, debería ser un modelo. Pero no estaba segura de poder serlo.
Toda la noche estuvo pensando en que este sería su último año de escuela, y a pesar de siempre haber tenido sus aspiraciones planteadas, todo parecía complicarle. Todo la asustaba, pues no se sentía capaz de lograr ninguno de sus objetivos.
A las seis de la mañana decidió levantarse. El instituto iniciaba a las ocho, y Alaska era una chica extremadamente puntual. No le gustaba llegar tarde, incluso podría decirse que disfrutaba llegando temprano.
Entonces, comenzó a analizar. Si salía temprano de casa, tomaba el metro, llegaba a la escuela anticipadamente y se dirigía inmediatamente con la secretaria del director, podría inscribirse en el equipo de natación y tener claro dónde serían sus clases y aulas.
Muchos pros, ningún contra.
Se bañó sin molestarse en apurarse, pues suponía que sus hermanas seguían durmiendo. Se vistió con una pereza que atribuyó al no haber dormido y salió de su casa quince minutos antes de que fueran las siete.
—¡Alaska, espera! —la detuvo la voz de Brooklyn la detuvo a metros de la puerta. La rubia volteó, elevando las cejas debido a su confusión—. Vamos juntas.
No se negó, porque no le molestaba. Espero que su hermana llegara a su lado y ambas siguieron rumbo al metro, que quedaba a unas cuadras de casa.
Durante el trayecto no intercambiaron palabras, no lo sentían necesario. Para ellas era normal empezar en un nuevo colegio, pues habían viajado toda su vida. Lo que les afectó fue el haber dejado un lugar al que finalmente se habían apegado. Aunque irían al final de cada semana, dejaría de ser lo mismo.
Mientras esperaban que llegara el tren, Brooklyn soltó un suspiro, para luego posar su mirada en Alaska.
—Y… ¿Cómo crees que será este año?
Obviamente Brooke no había preguntado eso con malas intenciones, pero la rubia se quedó quieta, desconcertada; había vuelto a aterrarse.
Las palabras ni siquiera le salían de la boca, pues su cabeza comenzó a hacer asociaciones y pensar de más. Tenía que estudiar, tenía que practicar cuatro veces a la semana, tenía que esforzarse, tenía que prestar atención en clases, tendría que conseguir buenas notas para conseguir becas; tendría que postular a una universidad.
—Yo… —sus labios comenzaron a temblar, y después sus manos. Alaska solía temblar cuando se ponía nerviosa, no cuando tenía frío. Cerró los ojos y luego recibió el abrazo que Brooklyn le estaba dando.
Ni siquiera notó que acababan de perder el tren.
—No importa —le dijo la castaña—.Eres inteligente, Vika, no te apenes de antemano. Seguramente te irá genial. Sé que es tu último año y estás asustada, pero debes calmarte.
—¿Pero qué pasa si no logro nada de lo que quiero, Brooke? ¿Cómo podré perdonarme a mí misma?
—Lo harás, pero no te desanimes. Nosotros siempre estaremos contigo, confío en que lograrás lo que quieres.
—No voy a ser nadie —susurró Alaska, llevándose las manos a la cabeza y despeinándose en consecuencia—. Ustedes son grandiosas, Brooke. De verdad. Cada una es talentosa e inteligente, ustedes sí lograrán sus sueños. Y yo ni siquiera sé que voy a hacer.
Brooklyn en ese momento no sabía que responderle, pero siguió esforzándose en hacerlo.
—No, Alaska —la detuvo, mientras la rubia intentaba seguir hablando—. Tú sólo esfuérzate como siempre lo has hecho, y así podrás lograr lo que sea que quieras. Si no sabes que elegir, siempre puedes preguntarnos e intentaremos ayudarte. Somos una familia, así que relájate, es el primer día, todo puede cambiar. En nuestro mundo, siempre seremos un apoyo. Mientras lo exploremos podemos equivocarnos, pero juntos intentaremos darle una solución.
Las hermanas sabían que cuando toda la familia viajaba junta, a una le tocaría irse en el maletero. No era algo molesto, en realidad, si llevabas una almohada, podía llegar a ser una comodidad extraña.
Sin embargo, cuando te quedas dormida el día de mudanza, irse en el maletero significa el infierno. La cantidad de bolsos puestos desordenadamente lograba que no pudieras acomodarte. Y Alaska, sentada sobre una maleta roja, a pesar de estar agachada no podía evitar golpearse con el techo.
La familia Di Angelo era una familia viajera. Ella lo disfrutaba, por supuesto. Conocer el mundo era el sueño de cualquiera. Habían viajado (y vivido) en tantos países que ni siquiera recordaba algunos. Todas las hermanas nacieron en distintos lugares (excepto las trillizas, por supuesto), que sin embargo, no eran necesariamente de dónde salieron sus nombres.
Sus padres eran una pareja que siempre había soñado recorrer el mundo. Y lo estaban logrando, el problema es que aunque Alaska disfrutara de los paisajes bonitos, los monumentos y las distintas culturas, en ciertas ocasiones se sentía agotada.
Por eso, cuando compraron la reserva, fue probablemente el momento más feliz de su vida.
Vivir alejados de la ciudad, rodeados de todos esos animales exóticos que alimentaban, cuidaban y amaban... era simplemente perfecto.
Alaska no ocupaba mucho esa palabra, pero era la única que servía para definir lo que sentía por el lugar.
Por lo que cuando se enteró de la noticia de una nueva mudanza, por un momento sintió que el corazón se le apagaba y la sangre dejaba de correr por sus venas. A pesar de que tanto Anne como Peter prometieron que visitarían la reserva tanto como pudieran, e intentarían que la nueva casa las hiciera sentir cómodas, no era suficiente.
Había rogado, y ella nunca rogaba. Sus hermanas probablemente no lo sabían, pero Alaska realmente no quería irse.
Su viaje fue una tortura. Ni escuchando música podía distraerse. No pudo dormir, y cuando algún obstáculo se ponía en el camino ella era la que más lo sentía. Lo único que le alegró fue no recibir ninguna bofetada de Delaware.
Apenas llegaron a la nueva casa, corrió como poseída a buscar alguna habitación. Se la merecía. Y en ese momento estaba tan enfadada por los cabezazos que se había dado que no estaría dispuesta a ceder.
Siempre compartió habitación con Phoenix, pues, de alguna manera, siempre escogían la misma. Por lo que, cuando su hermana llegó al sótano, después de una pequeña discusión le cerró la puerta en la cara. Se sintió ligeramente culpable, pero al recordar que probablemente su dolor de cabeza duraría todo el día, y el dolor de espalda unos dos, pensó que debía darse el gusto.
Durante las siguientes dos horas, Alaska se dedicó a mirar su habitación, pensando cómo ubicaría los muebles, la cama; sus cosas. Cómo pintaría las paredes y cómo sería el suelo.
Entonces, lo recordó. Su pequeño gatito, ¡Lo había olvidado en la camioneta!
—¡Anakin! —gritó a la vez que salía de su habitación y comenzaba a subir las escaleras.
—Está en el patio, tu padre lo sacó —la calmó su madre. Alaska suspiró.
—Iré a buscarlo.
—Espera —la detuvo su madre, quien con una sonrisa se hizo a un lado mostrando lo que tenía tras ella. O mejor dicho, a quién tenía tras ella—. Delaware quiere salir, ¿Podrías llevarla al parque? Yo tengo que desempacar todo esto —antes de que la rubia pudiera negarse, la sonrisa de Anne cambió a una cara seria—. Es obligación.
Alaska asintió, dándose la vuelta frustrada. No es que odiara a Delaware, por supuesto, pero la idea de sacarla siempre era un dolor de cabeza. Era una niña inquieta, y aunque más de una vez la hiciera reír, eso no contrastaba lo más importante: Si salía con su hermana más pequeña no podría distraerse con absolutamente nada, ya que en cualquier momento esa astuta y peligrosa criatura escaparía de su lado en busca de algo nuevo, porque Delaware amaba las aventuras (las travesuras también).
Entonces su solución llegó bajando las escaleras con una cara de cansancio casi tan grande como la suya y casi sin poderse el cuerpo. Parecía que si no se sujetara de las barandas de la escalera caería ya que no tenía fuerza para mantenerse en pie.
A veces su madre tenía razón al decir que todas sus hijas eran igual de vagas.
—Aspen —la llamó la rubia, sentándose en la alfombra del living (ya que aún no llegaba el sillón).
—¿Por qué te sientas? —le preguntó con la voz baja la recién llegada, pero aún así, sentándose a su lado.
—Para hablar un momento contigo —Alaska se corrió para darle más espacio a su hermana—. ¿Cómo va la vida a los doce?
—Tengo dieciséis —la corrigió Aspen—. No intentes molestarme, Vika. Sé que eres buena con las fechas.
La rubia hizo una mueca parecida a una sonrisa.
—Lo siento, pero no hemos hablado desde que nos informaron del viaje. Así que, como me ordenaron sacar a Delaware, se me ocurrió que podrías venir conmigo.
Aspen se quedó callada varios minutos, como analizando lo que su hermana mayor le propuso.
—No es tan mala idea —admitió—. En unas horas va a llegar la mudanza y si sacamos a Delaware nos podemos ahorrar la carga.
Alaska se encogió de hombros. No había pensado en eso, pero Aspen tenía razón.
—Entonces, ¿vienes? —le preguntó la rubia, a lo que su hermana menor asintió, dándole la razón.
—Pero en un rato, en este momento tengo unas cosas que hacer.
La chica comprendió que no debía preguntar y observó como esa persona llena de sueños se marchaba de la habitación. Tras eso, se recostó en la alfombra, con una flojera que la estaba consumiendo. No tenía idea de por qué estaba tan cansada, pero a los minutos se durmió y ni el llanto de Delaware tras no ver a mamá la despertó.
Fue Aspen, quien colocó al pequeño Anakin sobre su cara. Pero ni siquiera así despertó inmediatamente, en realidad, se demoró casi quince minutos. Alaska tenía el sueño realmente pesado y todos lo sabían.
La chica se levantó de la alfombra un poco desorientada, con las piernas cansadas. Aspen caminó hacia la puerta sin decir una palabra, por lo que Alaska se apresuró a buscar a Delaware para que pudieran seguirla.
Tras caminar bastante —ya que se perdieron y anduvieron en círculos—, encontraron un parque gigantesco y completamente hermoso; lleno de juegos, con árboles gigantescos, algunos arbustos con flores y bancas para que pudieran sentarse. Como todas las bancas estaban ocupadas, las hermanas se sentaron en el pasto junto a Delaware, quien corría persiguiendo una mariposa.
De la nada, una mujer de largo cabello castaño se les acerca y las observa con sus grandes ojos, extremadamente negros. Por la vestimenta que traía, y la fluidez con la que hablaba el idioma romaní, pudo determinar que se trataba de una mujer gitana.
Alaska no tenía absolutamente nada en contra de los gitanos, y no creía en el mito urbano de estos como ladrones. Pues sí, habían ladrones en todas partes, pero cuando vivieron en Lituania se dedicaba a pasar sus ratos con una chica gitana; una de las personas más nobles que había conocido. Conoció a su familia, a su círculo; le habían enseñado las técnicas de los estafadores, algunas palabras en romaní, y más importante, a no ponerlos a todos dentro del mismo saco.
Sin embargo, si no se hubiera distraído tanto, podría haber previsto como la gitana prácticamente le arrebató un billete de las manos a Aspen y fingió que se esfumaba, para luego marcharse sin más.
Se quedó sin palabras, ¡Si tan sólo hubiera reaccionado antes!
Pero ya nada se podía hacer.
—Toma —tras rebuscar en su cartera, la hermana mayor le dio el dólar que le habían robado—. No les digas a mamá y papá.
Aspen asintió.
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Tras la charla que tuvieron con sus padres, Alaska no pudo dormir. No estaba segura de querer el mundo a través de sus ojos. Estaba asustada —aunque aterrada parecía ser la palabra correcta—. Ella era la hermana mayor, se suponía que debía dar el ejemplo, debía mantener la calma.
Debía triunfar, debería ser un modelo. Pero no estaba segura de poder serlo.
Toda la noche estuvo pensando en que este sería su último año de escuela, y a pesar de siempre haber tenido sus aspiraciones planteadas, todo parecía complicarle. Todo la asustaba, pues no se sentía capaz de lograr ninguno de sus objetivos.
A las seis de la mañana decidió levantarse. El instituto iniciaba a las ocho, y Alaska era una chica extremadamente puntual. No le gustaba llegar tarde, incluso podría decirse que disfrutaba llegando temprano.
Entonces, comenzó a analizar. Si salía temprano de casa, tomaba el metro, llegaba a la escuela anticipadamente y se dirigía inmediatamente con la secretaria del director, podría inscribirse en el equipo de natación y tener claro dónde serían sus clases y aulas.
Muchos pros, ningún contra.
Se bañó sin molestarse en apurarse, pues suponía que sus hermanas seguían durmiendo. Se vistió con una pereza que atribuyó al no haber dormido y salió de su casa quince minutos antes de que fueran las siete.
—¡Alaska, espera! —la detuvo la voz de Brooklyn la detuvo a metros de la puerta. La rubia volteó, elevando las cejas debido a su confusión—. Vamos juntas.
No se negó, porque no le molestaba. Espero que su hermana llegara a su lado y ambas siguieron rumbo al metro, que quedaba a unas cuadras de casa.
Durante el trayecto no intercambiaron palabras, no lo sentían necesario. Para ellas era normal empezar en un nuevo colegio, pues habían viajado toda su vida. Lo que les afectó fue el haber dejado un lugar al que finalmente se habían apegado. Aunque irían al final de cada semana, dejaría de ser lo mismo.
Mientras esperaban que llegara el tren, Brooklyn soltó un suspiro, para luego posar su mirada en Alaska.
—Y… ¿Cómo crees que será este año?
Obviamente Brooke no había preguntado eso con malas intenciones, pero la rubia se quedó quieta, desconcertada; había vuelto a aterrarse.
Las palabras ni siquiera le salían de la boca, pues su cabeza comenzó a hacer asociaciones y pensar de más. Tenía que estudiar, tenía que practicar cuatro veces a la semana, tenía que esforzarse, tenía que prestar atención en clases, tendría que conseguir buenas notas para conseguir becas; tendría que postular a una universidad.
—Yo… —sus labios comenzaron a temblar, y después sus manos. Alaska solía temblar cuando se ponía nerviosa, no cuando tenía frío. Cerró los ojos y luego recibió el abrazo que Brooklyn le estaba dando.
Ni siquiera notó que acababan de perder el tren.
—No importa —le dijo la castaña—.Eres inteligente, Vika, no te apenes de antemano. Seguramente te irá genial. Sé que es tu último año y estás asustada, pero debes calmarte.
—¿Pero qué pasa si no logro nada de lo que quiero, Brooke? ¿Cómo podré perdonarme a mí misma?
—Lo harás, pero no te desanimes. Nosotros siempre estaremos contigo, confío en que lograrás lo que quieres.
—No voy a ser nadie —susurró Alaska, llevándose las manos a la cabeza y despeinándose en consecuencia—. Ustedes son grandiosas, Brooke. De verdad. Cada una es talentosa e inteligente, ustedes sí lograrán sus sueños. Y yo ni siquiera sé que voy a hacer.
Brooklyn en ese momento no sabía que responderle, pero siguió esforzándose en hacerlo.
—No, Alaska —la detuvo, mientras la rubia intentaba seguir hablando—. Tú sólo esfuérzate como siempre lo has hecho, y así podrás lograr lo que sea que quieras. Si no sabes que elegir, siempre puedes preguntarnos e intentaremos ayudarte. Somos una familia, así que relájate, es el primer día, todo puede cambiar. En nuestro mundo, siempre seremos un apoyo. Mientras lo exploremos podemos equivocarnos, pero juntos intentaremos darle una solución.
taeyong.
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