Isolated Key Motel.

Ni el sol y ni el viento de Southport parecían tener alguna consideración por ninguno de ellos. El clima era sofocante y podían sentir como el sol pegaba contra su piel aumentando el esfuerzo del trabajo que cada uno estaba realizando. Ya llevaban una semana trabajando en el motel, y aunque no pudiera ser considerado un cinco estrellas, ni siquiera tres a decir verdad, ya no se veía tan caótico ni espeluznante como lo estaba la primera vez que los hermanos vinieron hace apenas tres semanas. Luego de que Caleb y ella decidieran continuar con el motel, ambos le pidieron a sus padres que les dieran hasta el final de la semana para empezar a registrar las reservaciones. Hoy se cumplía el fin de semana y Ro estaría mintiendo si no admitiera que estaba un poco nerviosa. Ahora estaba a cargo de ellos sacarlo adelante.

Ro suspiró y despegó la mirada de la pared para mirar a su alrededor. La piscina era de lo primero que se encargaron, debido al clima, la piscina era una necesidad. Luego de limpiar los mosaicos se habían dado cuenta que la mayoría estaban en buenas condiciones, por lo que los que tuvieron que cambiar no fueron muchos, eso sí, eliminar la mugre y los hongos requirió el trabajo de todos por al menos dos días. Pero ahora, con el agua cristalina reflejando la luz del sol, ya no se veía tan tétrica como lo hacía hace apenas una semana. No obstante, después de todo lo había tenido que limpiar y aunque supiera que estaba limpia, después de ver todo lo que vio, no estaba segura que se volviera a meter en una piscina de nuevo. Apartó el pensamiento y continuó mirando su entorno.

Las hojas se habían barrido del piso y las hamacas habían sido reforzadas y limpiadas. Habían también limpiado y remodelado las primeras habitaciones, que, aunque no fuera la gran cosa, tenía lo necesario para sobrevivir. Aunque las áreas verdes aún les faltara mucho trabajo, ya no parecía que el bosque se había adentrado al hotel y luego de que limpiaran la cocina podría decir que se atrevería a comer allí, con el pequeño problema que uno de los encargados era su hermano y Caleb nunca antes había cocinado nada más que sopa instantánea, lo que la tenía un poco preocupada.

Se dio vuelta y miró la pared en la que estaba trabajando antes. Gracias a Jeff y a su hermano ahora estaba pintada blanca y las enredaderas habían desaparecido. Bueno, en su mayoría estaba blanca. Había decidido aprovechar lo que había aprendido en su carrera y estaba dándole color. Al ser la pared de entrada, ya que cubría la parte de atrás de los muebles de recepción, pensó que sería mejor si no tuvieran una mala impresión en la entrada, si no que la tuvieran ya cuando vieran el resto del motel pero fuera muy tarde para hacer un rembolso de su dinero.

Puesto que Caleb había mandado los muebles a reparación tenía todo el campo para moverse, incluso con la escalera, sin que nada la incomodara, pero el mensaje que le había llegado hace unos minutos por parte de su hermano que avisaba la pronta llegada de los muebles la tenía apresurada. No le faltaba mucho por terminar, pero odiaba que la presionaran, lo que hacía menos sencillo el trabajo.

― Ro ― llamaron. Bajó su cabeza para mirar a Willow que se acercaba a ella. ― ¿Necesitas ayuda con algo? ― preguntó con la mirada perdida en el dibujo de Ro, con una sonrisa en su rostro.

Volvió la mirada a su dibujo, luego al piso. El dibujo estaba casi completo, por lo que no requería ayuda ahí, pero el piso era un desastre y  Caleb ya le había dicho que esperaba ver todo listo para poner los muebles. Suspiró y bajó la escalera para acercarse a su amiga que aún mantenía la mirada perdida en la pared.

― Pues ― habló llamando la atención de la muchacha ―el dibujo ya casi está, sólo sería que me ayudaras a recoger los papeles que cubren el piso, excepto los que están abajo del área que aún me falta de pintar y si podrías llamar a Jeff para que se lleve los botes de pintura que sobran.
― Te recojo lo que quieras, pero paso en lo último. No me agrada, ya lo sabes. Hay algo llamado celular, ¿sabes? ― la miró esperanzada apoyando la cabeza en su hombro.
― Cómo quieras, yo le digo, ― la miró divertida ― pero eventualmente Jeff será mi nov…
― No, no lo digas ― interrumpió la castaña ― mientras no lo digas no es real ― completó antes de besar su mejilla y con una risa traviesa comenzar a recoger los papeles que estaban al principio de la pared.

Ro también rió debido a la risa contagiosa de Willow, extrañaba escucharla reía y realmente estaba feliz por darle a su hermana algo con qué distraerse, porque eso era Willow para ella, era su hermana, una por elección, que puede ser incluso un lazo igual de fuerte que el de la sangre.

Sonrió de nuevo y volvió a subir la escalera para terminar los detalles que le faltaban.


― Te salvaste enana ― Caleb llegó a su lado pasando un brazo sobre los hombros de la muchacha mientras veía como los del transporte bajaban los muebles y los colocaban a una distancia moderada de la pared y luego como bajaban y acomodaban también las sillas.

Según Ro, en realidad habían hecho un buen trabajo. Luego de que su hermano le dijo que iba a mandarlos a reparar en lugar de comprar unos nuevos pensó que estaba loco puesto que no le veía salvación a aquella vieja madera, si hubiera sido un problema de pintura y barniz, hubiera entendido, pero la mayoría de la madera estaba corroída por las termitas y la humedad impregnada en el mueble le quitaba el color a la madera y lo hacía ver descuidado.

Ahora tenía ante ella un mueble lleno de color, con gavetas nuevas y una nueva soldadura en las patillas, no estaba nada mal.

― Te dije que lo tendría listo ― exclamó orgullosa, con la mirada aún perdida en el mueble. ― ¿Crees que puedan hacer lo mismo con el resto del motel? ― preguntó divertida devolviendo la mirada a su hermano. Él rió con ella, luego cambió la mirada intentando parecer ofendido.
― ¿Estás denigrando nuestro trabajo y capacidad?
― Claro que no, hemos hecho un gran trabajo hasta ahora ― Caleb sonrió orgulloso y asintió, eliminando cualquier expresión divertida.
― Claro que sí, tenemos muy buenos amigos.
― Amigos que se parten la espalda mientras ustedes bien tranquilos se quedan ahí sin hacer nada ― ambos se volvieron para ver como Edik se acercaba a ellos con una mirada acusadora pero aún con una sonrisa divertida en sus labios.
― ¿Lo conseguiste? ― preguntó Caleb emocionado cuando llegó hasta ellos.
― Hola Edik, encantado de verte de nuevo, ¿algún problema en el viaje? ― burló  Ed mirandolo con una ceja elevada ante el entusiasmo de Caleb. Su hermano sólo rodó los ojos y comenzó a caminar junto con Edik hacia la salida al ver la sonrisa que éste le dio, una sonrisa que decía que sí lo había conseguido.

Ro los miró confundida, nunca había logrado entender a esos dos. Se encogió de hombros, ya se enteraría luego. Caminó de vuelta al motel, normalmente buscaría a Willow, pero puesto que Laura había venido momentos antes a pedirle ayuda a la castaña en las habitaciones no tenía mucha emoción de ir a buscarla, lo menos que quería en este momento era estar en un mismo lugar con Laura. Bueno, en cualquier momento a decir verdad.

Miró al resto de tanto sus amigos como de Caleb, pero no quería distraerlos de lo que estaban haciendo, por lo que simplemente siguió su camino al restaurante recordando que allí también tenía un dibujo por terminar. Durante todo el camino saludó a varios y conversó con algunos de sus amigos, no quería tomarles mucho de su tiempo pero igual quería agradecerles ya que, aunque aún faltara mucho que hacer en la siguiente semana hasta la fiesta de apertura, nada de lo que han hecho hasta ahora habría sido posible sin ellos.


La última semana había estado de locos, era lo único que podía asegurar. Podía sentir cada hueso de su espalda quejarse ante el trabajo continuo, pero al ver la motivación que le ponían los demás, incluso su hermana, el dolor desaparecía debido a la causa. Si los demás trabajaban, no se podía esperar menos de él.

Esa mañana había caminado decidido a la cocina, después de evadirlo durante una semana, ya había llegado el cargamento con la comida, en otras palabras, ya no tenía escapatoria. Aunque no se hubiera atrevido a acercarse a la cocina, había pasado todas las noches leyendo los libros de recetas que estaban guardadas en la casa de su abuela, incluso pidiéndole ayuda a ella cuando no entendía algunas cosas, pero siendo realista, no entendía nada.

― ¿Preparado? ― preguntó Cedric llegando a su lado y golpeando juguetonamente al pelinegro en el brazo.
― No ― respondió con sinceridad ― ¿Tu?
― ¿Tu y yo en una cocina? Ja, por supuesto que no. ― rió, quitándole la poca seguridad que tenía Cal. Cedric tomó al otro del brazo y lo adentró al lugar puesto que sabía que si dependía de Caleb, no se movería de su lugar.
― ¿Quién tuvo la genial idea de ponernos en la cocina? ― inquirió con una ceja elevada.
― Tu hermana.
― Algunas veces siento que esa chica me odia ― Caleb negó con la cabeza y se rascó el cuello, Cedric sólo río.
― Vamos, no puede ser tan difícil.


― Caleb, apágalo, apágalo ― exclamó el castaño mirando el fuego que emanaba de la estufa.

Caleb corrió hasta el extintor, se volvió rápidamente y comenzó a tirar la espuma sin siquiera mirar. Ésta salió más fuerte de lo que esperaba, llenando no sólo a Cedric si no también a él mismo y todo a su alrededor.

― A la estufa Caleb, a la estufa ― habló Cedric mientras se quitaba la espuma de su rostro.

Caleb miró a Cedric por unos segundos y sin poder evitarlo comenzó a reír, provocando también la risa en el castaño. Luego de unos minutos, ambas de sus risas fueron cortadas al escuchar el click de la cámara.

― Eso va para Instagram ― aseguró Ro entre risas.
― ¿Segura? ― preguntó con una ceja elevada, luego miró a Cedric, quien entendió la idea y ambos se comenzaron a acercar sigilosamente hacia ella.

Ro, al entender lo que estaba por suceder, le dio enviar a la imagen y comenzó a correr lejos de la cocina, ambos corrieron detrás de ella. Las risas se escuchaban por todo el lugar y más de uno volteaba a ver la escena divertido. Ro terminó dando una vuelta equivocada, haciendo que volviera de nuevo a la cocina y quedara atrapada por ellos. No dudaron en abrazarla y llenarla con la espuma blanca. Ambos rieron y ella, resignada, comenzó a caminar a la salida aprovechando que ambos estaban distraídos. Si no había foto, no había pruebas.


― Tramposa ― gritó Caleb para que ella pudiera escucharlo desde el tope de la escalera. Ya ninguno de los dos tenía la espuma.
― Vi mi oportunidad y la tomé ― rió Ro encogiéndose de hombros.
― De la próxima no te escapas Kida. Puede que no sea hoy, puede que no sea mañana, pero eventualmente, lo sabes. ― le guiñó el ojo, mirando como una pequeña sonrisa se le escapa de los labios ante el apodo, le llamaba así cuando era niña y ella había desarrollado una obsesión con Atlantis, eventualmente había dejado de usarlo, pero desde que se había teñido el pelo, había sido el regreso del apodo.

Pudo ver como segundos después ella lo miraba con los ojos entrecerrados, olvidando la mención del apodo y analizando su advertencia. Rió de nuevo.

― Inténtalo ― le retó.
― Ya niña, tenle respeto a los mayores ― ella volteó los ojos y continuó con su diseño en la pared. ― voy por los muebles, cuando regrese, quiero el lugar intacto. ― le gritó para que volteara a verle y cuando lo hizo le lanzó un beso a su hermana ― No me extrañes mucho, sé que es imposible, pero inténtalo ― puede que la mayoría de veces pudiera verse estúpido o infantil, pero si fuera por sacarle una sonrisa a su hermana o a cualquiera de sus amigos, estaba seguro de que valía la pena.


Cuando vez por la ventana de un avión y te das cuenta que el paisaje que hay a tu alrededor no te causa absolutamente nada, es porque hay algo muy jodido en tu vida, o porque simplemente viajar se ha vuelto algo tan rutinario y sin sentido que simplemente pierdes cualquier sentido de magia que pueda estar relacionado a la idea de viajar.

No obstante, esta vez era diferente, esta vez el viaje no era de trabajo, esta vez, ni siquiera estaba seguro de que fuera por él, si no, más que todo, por su hermana. La veía dormir tan plácidamente en su hombro que su pecho se estrujaba ante el recuerdo de aquella noche.

Desde hace meses sabía que estaba mal, desde hace meses que sabía que se estaba perdiendo poco a poco, pero realmente no le importaba, era lo que los demás querían que fuera y no le importaba mucho el hecho de perderse en el proceso. Pero jamás se atrevería o  so perdonaría el hecho de perder a su melliza, y en cierto modo, agradecía que cuando todos los demás habían perdido las esperanzas en él, ella aún estaba ahí, sin importarle que tan bastardo podía llegar a ser con ella. El punto era que no quería serlo, no con ella.

Esa noche, por un momento creyó que la había perdido, en parte todo se encontraba borroso para Noah, el licor es lo que más nubla toda la velada en sí, pero el rostro contraído de Charlie al momento en que las palabras salieron de su boca hacia ella nunca la iba a olvidar, la había lastimado, y en el proceso, se había lastimado a sí mismo.

Esa era la razón por la que se encontraba en el avión, esa era la razón por la que estaba disfrazado en un asiento de clase ejecutiva, por ella. Ya que, cuando ella le presentó la idea de huir, lo menos que le debía era intentarlo, de todas maneras, las cosas no podían ser peor de como estaban ahora.


― Hey Aris ― llamó a su melliza que iba unos pasos más adelante que él.
― Hace mucho no me llamabas así ― sonrió su hermana con dulzura. Sí, era su segundo nombre, pero desde niño Noah se había hecho la idea de que sólo él podía llamarla así, por lo tanto, cualquier otro que no fuera él quien la llamara por su segundo nombre, simplemente no sonaba correcto. Pero la vida pasó, perturbando y perdiendo la inocencia de la niñez y lo dejó pasar. Sinceramente no sabía por qué había vuelto a llamarla así, simplemente le pareció correcto. Pero la mirada de su hermana le incomodaba, por lo que cambió de tema.
―  ¿Por qué sólo yo llevo disfraz? ―  le preguntó al ver que ella andaba toda fresca y él se sofocaba bajo el exceso de prendas.  
― Don nadie ― se señaló ― estrella internacional ― señaló al muchacho ― haz la cuenta ― se encogió de hombros. Noah rodó los ojos sabiendo que por los lentes de sol no podría verlo, rayos, ni el veía nada. ― Iré a pedir el transporte, quédate aquí. ― ordenó antes de partir hacia la fila de información y servicio al cliente.

Bufó y debido a que conocía la eficiencia de los trabajadores del estado, nótese el sarcasmo, sabía que estaría ahí por mucho tiempo más, por lo que decidió tomar asiento  en el lugar más apartado de la sala de espera, lo menos que necesitaba ahora era una turba en el aeropuerto, principal razón, Charlie lo mataría.

― Mierda, mierda, mierda ― escuchó un poco fuerte y se volteó para ver a una muchacha sentada en la fila de atrás. Tenía la cabeza apoyada en sus manos mientras maldecía una y otra vez.

Se dijo a sí mismo que no le diera importancia, pero según las palabras de Charlie, todo el viaje era con el motivo de recuperar a “su hermano solidario, feliz y jodidamente cool” que una vez tuvo. Podría empezar por la parte de solidario.

― Mierda ― terminó por ella antes de comenzar la siguiente palabra ― creo que entendimos ― completó cuando vio que ella lo miraba. Ella se sonrojó levemente y apartó el corto cabello de su rostro. ― ¿Todo bien? ― preguntó al no saber que más decir. Al evaluar lo que dijo no pudo sentirse más estúpido, claro que no estaba bien, estaba maldiciendo sola en la sala de espera en un aeropuerto de North Carolina.
― Sí, claro, no te preocupes ― le sonrió, pero el ceño fruncido no desaparecía de su rostro.
― Ajá ― bufó, una parte de él quiso volverse y continuar en sus cosas, de todas maneras no le servía de nada si lo reconocía. La otra parte, la que estaba intentado sacar a relucir, hizo que suspirara y levantara su trasero del asiento para sentarse al lado de la chica.
― ¿Cuál es tu nombre? ― le preguntó tratando de romper el silencio.
― Saga ― respondió mirándolo expectante de que respondiera su misma pregunta.
― Noah ― ella asintió y le tendió la mano, la cual él aceptó.
― Y, ¿adónde te diriges Noah?
― No tengo la menor idea, mi hermana guía, yo la sigo. Pero conociéndola algo debe tener planeado. Ahora, ¿adónde vas tú Saga? ― sonrió y decidió responder como él lo había hecho.
― No tengo la menor idea. ― y ahí quedó su oración. Noah la miró por unos segundos esperando que continuara, pero su mirada perdida en sus manos le indicó que hasta ahí llegaría la frase.
― Claro que la tienes. ― se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa ladeada cuando ella lo miró confundida.
― ¿La tengo? ― elevó una ceja esperando que el castaño se explicara.
― Por supuesto, te vienes conmigo. ― ella alzó aún más la ceja.
― Ni siquiera sabes adónde vas.
― Pero mi hermana sí, estoy seguro que no se molesta, igual, nada puede ser peor que una sala de aeropuerto. ― o al menos eso creía.

hi:

La familia de Willow Tanner era diferente. Pero no en el sentido excéntrico de la rareza. Vamos, que no desayunaban tripas de caimán en honor a Satán. Los Tanner eran diferentes porque lo que le pasaba a uno, le pasaba a todos. Como cuando Willow pasó la varicela a los siete años y se encerraron en su habitación y vieron películas de Disney durante cuatro días enteros. O cuando Joey y el tío Josh hicieron una representación (con disfraces y todo) sobre la Guerra de la Independencia para que su hermana DJ aprobase el examen del día siguiente.

Sí. Si un Tanner tenía un problema, el resto no cesaba de conspirar hasta que se solucionaba. Pero hay problemas, como la muerte; que no hay película de Disney o representación teatral que ayude a entenderla. No, ésa no tiene explicación, simplemente existe. Vives y, entonces, mueres. Tan simple y primario como eso.

Willow lo entendía, lidiaba con ella. El resto de los Tanner, sin embargo, no hallaban conciliación. Sí, apreciaba ese afán casi evangelizador por ayudarla. Pero ella no quería ayuda, sólo quería estar tranquila. No precisaba de miradas de pena, ni de silencios incómodos buscando palabras superfluas para explicar lo inexplicable. Willow sólo quería que la aceptaran ahora, y, olvidaran lo que fue antes.

Por eso, había acogido la petición de ayuda de Ro como un milagro. O al menos lo habría denominado así sino fuera porque Willow no creía en los milagros. Lo milagros eran para los ingenuos, para los débiles. Para aquéllos que necesitaban calificar al destino. El caso era, que una semana en el Isolated Key Motel había sido suficiente para darse cuenta que necesitaba alejarse de su familia por un tiempo. Aunque la noticia fuera a romperles el corazón.

Willow saltó el zarzal de rosas que delimitaba su jardín trasero, aterrizando en el cuidadísimo césped de su casa. Daniel, su padre, era un obseso de la limpieza y el orden. Por mucho que uno buscase, no había una sola brizna de césped más larga que las otras. Imaginar lo que debía ser para Daniel Tanner que su hija pequeña se saliese del plan. El pobre iba a ciegas, tratando de poner orden al abstracto desorden de Willow.

Caminó con pasos quedos hasta la casa, disfrutando de la frescura del césped en sus pies desnudos y del olor a la tierra mojada entrando en su cuerpo. Antes no prestaba atención a ese tipo de cosas. Ya sabéis; el viento en la cara cuando vas en el coche, el calor del sol en la piel, el sonido del mar… Ahora, Willow sí se fijaba, en todo, en todos. Quizá demasiado.

Antes y ahora. Esa era su situación. Con una decisión que tomar: Si pertenecía al «antes» o al «ahora».

Con la mano en el tirador de la puerta trasera, escuchó el murmullo de una conversación que tenía lugar en la cocina.

―Debería estar en Nueva York, no ese motel perdido de la mano de Dios. ―Ese era su padre, hablando de ella, con voz quejumbrosa. Willow pegó la oreja al cristal de la puerta para escuchar mejor.

―No quiere ir, Daniel. Tienes que entenderlo. ―Tío Josh, con la voz de la razón siempre de su parte.

No debería estar espiando detrás de una puerta. Pero su mano se negaba a empujar hacia dentro. Estaba ahí clavada.

―Está echando a perder su futuro, ¡todo por lo que ha luchado estos años! ¿Y por qué? ―exclamó su padre.

«Porque no hay futuro, papá. Sólo tenemos esto; este día, este momento.» Las voces cesaron por un par de segundos.

―Tú mejor que nadie debes saber que necesita tiempo para curarse. La muerte de…

No dejó que tío Josh completase la frase. Volver a escuchar «Killian» y «muerte» en la misma oración era como tener a un enjambre de avispas en su cabeza. Abrió la puerta y apareció como un torbellino en la cocina. Su padre y tío Josh dieron un respingo.

―Hola ―saludó Willow, fingiendo que no había escuchado nada.

―Hola, cariño.

Daniel se incorporó de la mesa, lanzando una mirada significativa a su cuñado. Rodeó a Willow con sus largos brazos. Ella trató de devolverle el abrazo como solía hacer. Pero no pudo. Se apartó de él de la manera menos brusca que fue capaz y le dedicó una media sonrisa de mentira.

Los ojos marrones de su padre brillaron de dolor.

―¿Qué te trae por aquí tan temprano? ―intervino tío Josh, con su sonrisa de ídolo adolescente deslumbrando sobre los azulejos azules de la cocina.

―Vengo a por mis cosas, ya os lo dije ―respondió con cautela.

Daniel y Josh cruzaron otra mirada. Willow provocaba ese efecto últimamente. Allá adonde fuera la gente se miraba entre sí. Contratiempos de vivir en una ciudad pequeña.

―Cielo, creo que debes pensar mejor… ―comenzó a decir su padre.

―No ―lo cortó y para colmo se echó hacia atrás, como si hubiese recibido una bofetada―. Es tarde para matricularme en cualquier
universidad este semestre. Así que me iré al motel para ayudar a Ro. Sólo estoy a una hora de casa, podéis ir a visitarme cuando queráis.

Y después fue su padre quien se echó para atrás, recibiendo la segunda bofetada invisible. Willow lo entendía, agradecía la preocupación. Pero no podía complacer a su padre. De la misma manera que tampoco pudo marcharse a Nueva York en septiembre para empezar su formación artística en Julliard.

El zumbido molesto de la tensión los rodeó como una valla de espinos. Willow aguardó impaciente, por si querían decirle algo más. Era lo único que podía hacer por ellos; dejar que la sermoneasen sin presentar protesta. Daniel se limitó a mirarla con ojos vidriosos. Su tío Josh, sin expresión algo.

―Bien, voy a por mis cosas.

Se dio la vuelta y subió por las escaleras secundarias que la llevaban al primer piso. Se sintió aliviada por no encontrar ni a DJ, ni Stephanie ―sus hermanas mayores― por allí. Las quería, prácticamente la habían criado. Pero no estaba dispuesta a escuchar un soliloquio acoplado por su parte. Ya las llamaría para despedirse antes de que se fueran a sus respectivas universidades, por razones obvias.

El dormitorio estaba tal cual a como lo dejó una semana atrás. Salvo porque su padre le había ordenado la cama y las solicitudes para empezar en alguna universidad el próximo semestre volvían a estar colocadas por orden alfabético sobre el escritorio de madera, no en la papelera, que era adónde las había  mandado Willow. Los desordenó a propósito, así Daniel tendría algo que ordenar, así parecería que había perdido tiempo en hojear las solicitudes, así Daniel conservaría un poco de esperanza.

Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que Willow tenía muy claro cómo quería que fuera su vida. Casi desde la primera nota que su tío Josh, un roquero consagrado, le enseñó a tocar con la guitarra. Willow Tanner quería ser música. Clases en el conservatorio todas las tardes desde los cinco años, recitales, duetos con su tío Josh en los conciertos que éste daba con su grupo. Todo lo que había hecho eran migas de pan que la conducirían hasta Julliard.

Pero entonces conoció a Killian y se enamoró y él se puso enfermo. Entonces se convirtió en la novia del «pobre muchacho moribundo con toda la vida por delante, ¡qué pena!», hasta que Killian falleció en junio de ese mismo año.

En ese punto de su vida, Willow no tenía ni idea de quién era o qué quería hacer. ¿Y si le daba por hacerse domadora de leones en un circo rumano? ¿Y si descubría que su destino era en una selva estudiando a los gorilas? ¿Y si simplemente acababa siendo camarera en un bar de carretera? Lo único que quería era tiempo. Para sanar, para averiguar cómo se vive tras perder a alguien a quien quieres. Tiempo, sólo tiempo…

Willow no tardó mucho en reunir sus pertenencias. Una maleta con ropa; la guitarra; y la fotografía de su madre fallecida sosteniéndola entre sus brazos cuando todavía era un bebé rechoncho y apestoso. Perdió unos segundos observándola. Le habría encantado conocer a su madre, y muy a menudo, pensaba en lo bien que estaría que estuviera con ella en ese momento.

Se cruzó la funda de la guitarra en el pecho, guardó la foto en el bolsillo trasero del pantalón y arrastró la maleta hasta la entrada. Allí la esperaban su padre, tío Josh y Joey, con una de sus divertidas corbatas colgándole del pecho (la de ese día tenía estampado de coles de Bruselas.)

Joey era el mejor amigo de su padre desde el colegio. Cuando su madre falleció en el accidente de coche, se había mudado junto con el tío Josh a su casa para ayudar a Daniel a criarlas. Dieciocho años después, ahí seguían. E incluso, trabajaban juntos creando música para los anuncios publicitarios y algunas series de televisión nacionales. Willow tenía tres figuras paternas dispuestas a hacer cualquier cosa por ella. Ojalá entendieran que no quería nada.

―Pensaba dártelo cuando te fueras a la universidad ―comenzó a decir Joey, caminando a su encuentro al pie de la escalera―, pero supongo que esto también sirve.

De detrás de su espalda hizo aparecer un peluche de Popeye, viejo y deshilachado, que siempre había vivido en la mesilla de noche del cuarto de Joey. Willow lo agarró, repentinamente invadida por la nostalgia.

―Gracias, Joey ―dijo abrazándolo. Olvidándose por un momento del daño que las relaciones humanas podrían infligir en ella.

Al separarse, Joey le apartó un mechón de pelo cobrizo de la frente, con sus cristalinos ojos azules brillando por la emoción del momento.
Daniel apareció a su lado.

―Lo entiendo, Willow. ―Ahí iba con otro sermón―. Sin embargo, me cuesta hacerme a un lado y aceptar que estás dejando pasar una gran oportunidad.

Willow comprendió entonces que eso significaba crecer. Empezar a decepcionar a las personas que quieres. No ser la niña buena de papá, no ir a la universidad que se supone que ibas a ir, entre otras cosas.

―Adiós, papá. ―Se abrazó a él―. Vendré a veros, sigo siendo tu mano derecha en los Domingos de Limpieza.

El pecho de Daniel vibró con la risa triste que le causó. Aguardó paciente hasta que estuvo lista para soltarla. Él también necesitaba tiempo para asumir que no podría apartarla del dolor, que lo único que podía hacer era sentarse a su lado a esperar que pasara. Cuando Daniel se apartó, tío Josh estaba detrás de él. Con sus ojos azul oscuro y su pelo negro surcado de pequeñas canas.

Josh no tuvo que acercarse, fue ella la que acudió a sus brazos. Siempre abiertos, siempre dispuestos por si los necesitaba. De todas las personas con las que Willow se había criado, Josh era la más especial. Tenían una relación única, la entendía como nadie. Eran almas gemelas, en el sentido más puro en el que dos personas pueden ser almas gemelas.

―Todo el tiempo que necesites ―murmuró tío Josh en su oído. Sintió que el nudo que le apretaba el pecho de forma constante se aliviaba un poco. Él no iba a presionarla, él iba a darle el tiempo que necesitara.

―Gracias.

Josh le dio un beso en la frente. Y así, entre promesas de llamadas telefónicas ―que no estaba segura de poder cumplir―, salió de su casa. Esperaba que la próxima vez que regresara, lo hiciera sabiendo quién era. Ató la maleta a la moto con las cuerdas de seguridad. Se puso el casco y los auriculares, aunque fuese una falta grave y arrancó.


South Carolina pasaba a sus ojos difuminado. Machas de colores. Sonidos de animales. Montada en la moto, sentía que podía huir de cualquier cosa. Salvo de él, todo la llevaba a él…

Killian Baxter siempre fue un chico enfermo. Pero el cáncer fue piadoso con él, le dio más tiempo que a la mayoría. Como el árbitro benevolente que d tres minutos extra en un partido en el que ya sabe quién será el vencedor. Willow siempre supo que iba a morir. Se había preparado mentalmente para ello. Aprovechó cada momento con él antes de que empezase a delirar por las drogas que le daban para el dolor. Se preparó para decirle adiós.

¿Pero, sabéis? No hay nada que te prepare para perder a la persona que amas.  

When I see you every day I say, hello little girl.

Al escuchar la canción, Willow se vio obligada a detener la moto en una carretera comarcal, al lado de un campo de trigo. Se apeó de ella sin siquiera ponerle la pata de cabra. Estaba resollando en busca de aire.

When you’re passing on your way…

No permitió que John Lennon continuara cantando, se arrancó los auriculares de los oídos. Killian le había cantado esa canción la primera vez que se besaron, en el festival de primavera de hacía dos años. El iPod del que emanaba la música, era de él, se lo había regalado unos meses antes de morir. Lo aplastó en su mano, notando como se le clavaban los contornos metálicos. Y sin pensarlo dos veces, echó el brazo hacia atrás y lo lanzó todo lo lejos que pudo.

Se convirtió en un pequeño destello de luz. Después se perdió entre el trigo. Willow volvió a la moto y se puso en marcha.

Amaba a Killian como estaba segura de que no amaría a nadie. Pero ya no quería nada suyo. Necesitaba olvidarlo, desligarse de él. Y no tenía tiempo, porque a cada día que pasaba más más dentro del agujero negro se encontraba.


Saga nunca había pensado encontrarse a Noah Hastings en la sala de espera de un aeropuerto cutre. Mucho menos, esperaba que se fijara en ella y que se ofrecería (o, bueno, ofrecería a su hermana) como guía. Pero claro, tampoco se había imaginado así misma diciéndole a la recepcionista del aeropuerto «Dame un billete para el primer vuelo que salga de Canadá.»

Esa frase de típica comedia romántica, la había catapultado hasta Estados Unidos, su lugar de nacimiento. Y tras un pequeño transbordo (nunca pidáis vuelos con transbordo si podéis evitarlo) llegó a Southport, Carolina del Norte. Y sí, estaba lo suficientemente lejos de casa como para que nadie la reconociese y estropease las cosas. Pero estaba perdida. Sin embargo, la hermana de Noah, que no cesaba de mirarla con desconfianza desde el asiento delantero del autobús. Parecía tenerlo muy claro. Había mencionado un motel que se encontraba interno en el bosque, al menos a diecisiete kilómetros alejado de la civilización más próxima. Era casi imposible que la encontrasen allí, pero no se sentía del todo tranquila.

Miró por la ventanilla, el paisaje era muy distinto en cada kilómetro. Pasaba de bosques a pantanos, de granjas a edificios. Lo que más le gustaba a Saga era que casi no se veía gente. Y no era para nada asocial, pero cuanto menos se dejase ver, mejor para ella.

La estrella internacional que iba sentada a su lado (tomemos un momento para pensarlo, ¿cuántas veces en tu vida podrás decir eso?) miraba nervioso a todas partes, temeroso de que le reconocieran. La verdad es que presentaba un aspecto de lo más divertido. Y sí, llamaba bastante la atención. Porque llevaba unos vaqueros largos y una sudadera con capucha en un país con una media de 25º en pleno invierno. Lo que menos llamaba la atención eran las gafas de sol tras la que ocultaba sus ojos.

Saga había mantenido en secreto que lo había reconocido. A pesar de que era una seguidora suya casi desde que había empezado a salir en la televisión y en el cine. Solía ver sus series con su compañera de habitación en la universidad. Por la cara de Noah, empezaron a descender gotas de sudar. La verdad es que tenía un tono rosado no muy saludable y parecía estar pasándolo mal. Saga sacó una botella de agua de su mochila, que había sacado de la máquina expendedora de la estación de autobús.

Se la tendió con una sonrisa amable. Noah la aceptó de buena gana, casi desesperado. Vació el contenido casi en media fracción de segundo.

―Gracias ―dijo entre jadeos por haber bebido tan rápido.

Saga se encogió de hombros, volviendo a guardar la botella vacía en su sitio. Más tarde, se arrepentiría de haberle dado el agua.

―Deberías quitarte eso, va a darte una insolación ―aconsejó mirándolo con lástima. Pobre chico, tener que pasar calor para que no le reconocieran. Y ella que estaba toda paranoica pensado que la habían seguido.

Charlie, la hermana, carraspeó con gravedad desde el asiento delantero. Saga no era tonta, sabía que estaba tratando de evitar que su hermano diese señas de quién era en realidad. Noah se pasó el dorso de la mano por la frente sudada. Pero no hizo caso a su sugerencia. Un bache provocó que Saga casi se cayera encima de él. Noah la agarró por los hombros y la colocó en su sitio con suma delicadeza. Saga trató de no ponerse colorada, todavía le costaba creer que estuviese ahí con él. Ojalá pudiese enviarle una fotografía a Jade, se moriría de envidia.

―¿Cómo es que has venido aquí si ni siquiera sabías dónde te ibas a quedar? ―preguntó Noah, que parecía necesitar urgentemente un baño de agua fría.

Se le erizaron los pelos de la nuca y el pulso le palpitó en todo el cuerpo. Pero se mostró impasible, incluso sonrió hasta que le dolieron las mejillas. «Vamos chica, tal como has ensayado.»

―Decidí tomarme un descanso de la carrera. Ya sabes, pasar todo el día entre órganos humanos y practicar operaciones a cadáveres no es muy saludable que se diga. ―Muy bien, Saga―. Hice las maletas y pedí un billete para cualquier parte fuera del país. Y heme aquí.

Saga era una maestra de la evasión. Con los años, aprendió que el secreto de todo mentiroso es preservar una cara de póquer en todo momento y no inventarse mentiras antípodas a la realidad. Más bien se trataba de adornar la verdad, darle un toque personal. Así nunca parecía que mentía.

―Qué intrépida ―bromeó Noah, que por fin la había hecho caso y se había deshecho de la sudadera. Su camiseta blanca, se transparentaba en su mayoría por las manchas de sudor.

―Sí algo así… ―«Si tú supieras.»―. ¿Y qué hace una estrella internacional en un autobús hacia ninguna parte?

Las cejas de Noah aparecieron tras los cristales de las gafas, arqueadas de la impresión. Charlie había saltado como un resorte en su asiento y ahora estaba de rodillas, mirándola con ojos peligrosos, como si estuviese dispuesta a matarla. Noah estaba tan tenso que sentía la energía emanar de su piel.

Vale, se había ido un poco de la lengua…

―¿Cómo? ¿Por qué? ―tartamudeó Noah. Para ser actor no se le daba nada bien fingir que Saga se había vuelto completamente loca y que estaba completamente equivocada.

―Si haces algo, si mañana se publica alguna noticia en Internet sobre el paradero de Noah, te juro que acabaré contigo ―amenazó Charlie, con la mandíbula tensa y señalándola con el dedo.

Saga reprimió una carcajada. Le sacaba dos cabezas; primero iba a tener que subirse a una silla para pegarla. Sin embargo,  se mantuvo impávida, siempre escondida tras su máscara de póquer. Entendía a Charlie, respetaba esa fiereza al defender a su hermano.

―Te he reconocido en cuanto te has acercado ―explicó Saga, mirando a Noah. Parecía más sereno al darse cuenta que no se pondría a gritar; «¡Es Noah Hastings, empuñad vuestros móviles, bellacos!». ―Pero por tu ridículo disfraz imagino que no quieres que te reconozcan. ―Noah se desinfló de alivio. Saga añadió―: Y me has ayudado, no voy a decir nada.

Charlie y Noah comenzaron a comunicarse con la mirada. Saga aguardó paciente a que decidieran si la tiraban por la ventana o confiaban en su palabra.

―¿De verdad que no dirás nada? ―preguntó Noah, esperanzado.

Saga negó enérgicamente con la cabeza.

―Te lo prometo. Además, sé perfectamente lo que es no querer que te encuentren.

Vaya que si lo sabía, llevaba desde los diecisiete años huyendo de los fantasmas de su pasado. Y ahora, ésos fantasmas se habían hecho realidad y debían de estar buscándola por todo Vancouver y California, como locos.


Conocer a un famoso tenía sus ventajas. No sólo la había rescatado del aeropuerto, sino que también, Noah había convencido al conductor del autobús para que los acercase hasta el Isolated Key Motel (a donde se dirigían) una vez finalizado el recorrido. Y sólo le había costado un trozo de ticket firmado para la hija del señor. De no haber sido por eso, no habrían llegado vivos al motel. Una excursión de diecisiete kilómetros bajo un sol que partía la tierra no era una opción, sino un suicidio. Por otro lado, cuando Charlie y Noah quedaron totalmente convencidos de que Saga no diría nada, el ambiente entre ellos tornó a uno más relajado.

El amable conductor los dejó justo al lado del letrero de madera que anunciaba que el motel se encontraba a cien metros internándose por el camino de tierra, circundado por altos pinos que proyectaban una sombra agradable. Caminaron en silencio. Saga sólo podía pensar en la ducha que se daría una vez estuviese instalada en su dormitorio.

El motel se erigía en una especie de claro, arropado por los pinos que componían el bosque. A su derecha había varios coches y una Harley aparcados en armonía. A la izquierda, un camino empedrado flanqueado por antorchas que refulgían al atardecer conducía a las cabañas, o eso decía el cartel. Justo frente a ella, estaba el motel. Una construcción en parte madera, en parte mampostería. En la fachada, un cartel reluciente tenía escrito el nombre del motel, con una pequeña llave que rodeaba las letras con su cadena.

Saga comenzó el ascenso por las escaleras de madera casi de inmediato. Después de todo, viviría allí una larga, larga temporada. Ya tendría tiempo para observarlo todo. Charlie y Noah la siguieron. Lo primero que sintió Saga fue el aire acondicionado. El bendito, vanagloriado y esencial aire acondicionado. Casi se hubiese puesto a llorar, pero se contuvo.

En la pared del fondo, tras un mostrador de madera blanca ennegrecida, se encontraba el recepcionista. Un chico que parecía tener su edad, con el pelo castaño alborotado y ojos avellana. Los observaba con una sonrisa que parecía tener intenciones de escaparse de su rostro.

―¡Bienvenidos! ―exclamó, con mucho entusiasmo.

En esa ocasión, Noah y su hermana se la adelantaron. Mientras caminaba, se fijó en que la pintura blanca de las paredes estaba desconchada en algunas partes, que las moquetas persas tenían manchas y que los muebles estaban más viejos que su abuela ―con todo el respeto a la vieja pelleja que le tiraba de las orejas cuando era pequeña, claro―. No sabía cómo se había enterado Charlie de la existencia del motel, pero desde luego no en una guía de «Los mejores alojamientos de…»

―… y aquí están las llaves de vuestras habitaciones ―alcanzó a escuchar Saga cuando llegó al mostrador―. El pago por el alojamiento se abona al final de cada semana. En cada habitación tenéis el horario de las comidas. La piscina está a vuestra disposición las veinticuatro horas. Habrá una fiesta de reapertura. Pronto comenzaremos con las actividades… ―cogió aire con fuerza después de su perorata. Les sonrió―. Disfrutad de la estancia.

Mucha información. Mucha información que Saga no retendría en su cerebro de guisante...

―Gracias por todo. ―Se despidió  Saga, realmente agradecida porque Noah la hubiese rescatado y, porque Charlie no se hubiese subido a una silla para pegarla.

―Nos vemos mañana en el desayuno. ―Noah le guiñó un ojo a No Te Derritas Saga y se encaminó con su hermana por el pasillo.

―¿Cuánto tiempo?

Saga se sobresaltó. El chico la miraba con el dedo sobre el teclado del ordenador, dispuesto a registrarla.

―Ilimitado, por el momento ―respondió ella, extendiendo los brazos sobre el mostrador.

―Quién me iba a decir a mí que el estúpido anuncio funcionaría… ―murmuró el chico sin apenas mover los labios, moviendo los ojos por la pantalla―. Soy Caleb, por cierto, cualquier cosa que necesites puedes decírmelo. Dime tu nombre.

―Saga Kahalee ―respondió, mirando con atención el cuadro que había en la pared de detrás de…, Caleb, eso.

―¿Qué clase de nombre es ese? ―preguntó, sin ningún tipo de tapujos.

―El que me dieron mis padres, por desgracia.

Mentira. Saga Kahalee no era su verdadero nombre, no al menos el que le pusieron sus padres. Su verdadero nombre era América Gallagher, pero se lo había cambiado a los dieciocho años. Justo el día que escapó de Las Vegas, sin decirle a nadie adónde se iba. Desde luego, eso no le había impedido a su padre encontrarla y meterla en líos.

―Bueno, Saga. Está en la habitación número doce. Con vistas a nuestro decadente jardín. Disfruta de la estancia.

―Gracias.

Cogió la llave  que le entendió y caminó hacia el pasillo que había a su izquierda. Comenzó a andar con decisión. Le esperaba una ducha, una ducha…

―¡Saga Kahalee!

La nombrada se quedó petrificada en su sitio. Con lentitud, giró la cabeza. El corazón volvía a palpitarle con fuerza. Estaba lista para salir corriendo si era uno de los hombres que la perseguían. Se palpó el bolsillo, ¡mierda, dónde estaba su espray de pimienta! Estaba a punto de verles la cara… ¿Podría salir por la ventana?

No hizo falta, no era ningún matón. Sino una chica morena, con una bonita sonrisa. Era Olivia West, una amiga suya de su corta estancia en California. Y eso casi que la asustó más. Se alegraba de verla, en serio, pero… ¿por qué tenía que aparecer en pleno plan de huida?  Era casi una broma que se encontrasen en el culo del mundo.