Sweet Lottie.

por **Black Widow.** Miér 18 Nov 2015, 11:53 am

» Título: Sweet Lottie.
» Autor: Black Widow (yo)
» Género: Suspense.
» Advertencia: Ninguna.
» Otras páginas: No.

Lottie era pequeña, diminuta, frágil y delicada como un hueso de pájaro. Era tan chiquitita y escuálida que las mangas de los vestidos le quedaban grandes y largas, como cuando se probaba a escondidas las camisetas de su padre cuando la dejaban sola en casa. Era pálida, tan blanca y transparente que se le veían las azuladas venas bajo su piel. Esa lividez tan particular que la hacía verse enferma, eternamente enferma, cosa que no era del todo cierta. ¿Acaso los problemas del corazón te obligaban a verte tan mal? ¿A punto de morirte? Era como si viviera por siempre en sus últimas semanas de vida. Oh, la pobre e inocente Lottie, la cual salía al parque todos los días a sabiendas que nadie jugaría con ella por su aspecto. Las buenas madres no dejaban jugar a sus hijos con niñas enfermas, niñas con pocos años de vida antes de estirar la pata. Lottie era bastante madura a pesar de sus recién entrados ocho años y siempre que una madre tiraba de su hijo para que se alejara de la rubia, ella quería pensar que era por el mero hecho de protección, de que por su hijo no se encariñara con La rarita del 223 –aunque ellos no lo supieran ella sabía que a sus espaldas todos la llamaban así-, la cual moriría tarde o temprano. ¿Qué clase de madre dejaría que su hijo estableciera una amistad con alguien a quien casi nunca podría ver? Y luego, cuando Lottie muriera, las explicaciones. Las interminables y dolorosas explicaciones de por qué no podrían volver a verse, que ella estaba en un lugar mejor… ¿Serviría tal veez la escusa de que se fue a la granja, como cuando se moría el perro? Lo dudaba bastante pero a pesar de eso Lottie no se rendía, aunque los niños malos la molestaran y golpearan de vez en cuando, que la insultaran y escupieran y esa tarde de invierno, aunque el frío era cruel y el viento violento, ella decidió salir en busca de algo que hacer. Usualmente ella jugaba sola, inventándose amigos, imaginándose historietas en la que ella era la protagonista. Ese día Lottie Monnett llevaba su larga melena rubia en dos trenzas atadas con lazos de color celeste, a juego con su vestido de cuadros de un tono más claro. Había decidido inspirarse en Alicia, de Alicia en el País de las Maravillas. Salió de casa, sin montar mucho jaleo, cerrando la puerta delicadamente, para no despertar a mama, la cual descansaba en el sofá y comenzó a divagar por el barrio. Esta vez, el parque estaba absolutamente vacío. Era extraño. Lottie se acercó lentamente a los columpios, los cuales se mecían suavemente al son del viento. Chirriaban. Quizás, si ella hubiera sido menos cabezota, se hubiera rendido ese día, porque el frío era demasiado para alguien enfermo como ella, porque a pesar de estar sola en el parque no era lo mismo que jugar sola alrededor de muchas personas, con el sonido del enjambre culminante de críos chillando y madres hablando que tanto la hacía sentir en compañía. A su madre, la señora Monnett no la haría excesiva gracia saber que ella había pasado la tarde ahí, sin vigilancia, a merced de ojos depredadores… Ojos depredadores que para la pequeña e incrédula Lottie, eran invisibles. Si ella hubiera sabido, habría preferido irse a casa en ese mismo instante pero al ser ignorante, a lo que se refiere al futuro, se subió al columpio, sintiéndose como la reina de un reino. Un reino desolado y vacío… Pero la dueña al fin y al cabo de algo y permaneció ahí durante minutos, quizás media hora, balanceándose… Subía… Bajaba… Subía… Bajaba… Hasta que fue perdiendo altura, y una vez que sus pies colgaban sobre el suelo, Lottie comenzó a plantearse volver a casa. Era realmente aburrido estar allí. Se sentía aburrida. Y contempló sus ya no tan brillantes zapatitos, cubiertos por polvo. Tampoco le haría gracia eso a mamá. La niña bajó del columpio, decidida a regresar a casa, cuando un hombre vestido de payaso se la acercó. El sujeto sostenía varios globos de alegres colores en su mano y sonreía alegremente. Era como un montón de color y vida en un mundo negro, blanco y gris.

-Hola, pequeña –la saludó cortésmente el hombre.

Lottie la contempló curiosa, ladeando su cabecita como un pajarito interesado.

-¿Estás sola? –preguntó. Él olía a circo: algodón de azúcar, helio, excrementos de animales, palomitas y diversión. Ella no sabía muy bien a que se supone que olía la diversión, si tenía un hedor en particular.

Asintió lentamente.

-¿Quieres jugar?

Un escalofrío recorrió su espina dorsal, levantando los pelos de sus brazos y erizándolos. La propuesta, la propuesta en si no estaba bien. Si Lottie hubiera pensado las cosas dos veces, como tan bien la habían enseñado sus padres, se hubiera acordado de que ellos la habían dicho un millón de veces que no aceptara proposiciones de un tipo al que no conocía, que no hablara con desconocidos pero… la idea de tener un amigo, alguien con el que jugar después de tanto tiempo… la estremeció. Hizo que se olvidara de todo. Un amigo… ¡por fin! La niña asintió, energéticamente y agarró la mano que le extendía el payaso, ayudándola a moverse entre la arena y salir de allí, para adentrarse en el extenso terreno que se abría tras el parque. Un bosque para jugar al escondite.

Lo último que se supo de Lottie fue que sus amados lazos se encontraron manchados de barro y sangre, colgando tristemente de una rama, no muy lejos de su cadáver descuartizado.

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