La Estación 《 Larry Stylinson 》

Louis es un hombre casado y con hijos que le persigue diariamente el remordimiento de haber dejado ir a la persona que más quería. 


Harry es un chico bastante disperso, se prostituye en el metro de Londres y le da igual lo que pase con su vida.


Tras un encuentro poco convencional, sus vidas quedarán ligadas a aquel lazo ya predispuesto desde hace mucho tiempo, teniendo la oportunidad de dejar atrás la soledad, las ataduras y fantasmas del pasado.

1° Capítulo 

Lo único que quería hacer era llegar y dormir profundamente. Quería descansar y olvidarme un poco de tanto estrés, de tantos remordimientos, ya llevaba un par de meses en la búsqueda, y aun no daba con aquella persona, a veces por mi mente llegaban pensamientos negativos, que no valía la pena seguir esa absurda e inútil búsqueda y entonces me pasaba la idea de abortar la misión, dejar las cosas tal y como estaban pero afortunadamente la mayoría del tiempo me mostraba optimista pues en las últimas semanas había avanzado bastante en mi investigación y ya estaba a nada de dar con aquella persona.


Aun recuerdo claramente aquel día, había salido más tarde del trabajo, pues tuve que quedarme horas extra para compensar las que había ocupado para la interminable búsqueda.


Había pocos carros circulando en la avenida que estaba sobre la estación Victoria, unas cuantas farolas estaban encendidas, el frío de la noche se estaba intencificando. Mire mi reloj y marcaba las 11:30 p.m, aceleré un poco más el paso, pues faltaba poco para que saliera el último tren de la estación . Un par de minutos más tarde me encontraba en la entrada de la estación Victoria, la estación estaba sola, excepto por mi presencia y la del policía que vigilaba con rostro soñoliento en los torniquetes.


Empecé a caminar por el andén hasta llegar a la parte de atrás, recordé que un compañero de trabajo me había comentado que nunca me subiera a los últimos vagones, pues estaba lleno de "maricas" Ignoré aquel comentario, pues me parecía una exageración ya antes me había ido en esos vagones y si bien la mayoría de los que viajaban eran gays, no pasaba nada fuera de lo normal.


El convoy llegó, me apresure a entrar, segundos despues se cerraron las puertas justo detrás de mí. Tome asiento sin siquiera percatarme si había más gente en el vagón. Me senté en el asiento que quedaba casi enfrente de la puerta por la que había entrado, como faltaban algunas estaciones para que llegara a la mía, recargué mi codo en el frío barandal que yacía del lado derecho del asiento y recargué mi cabeza en éste. El metro seguía en marcha mientras en mi cabeza trataba de acomodar mis pensamientos.


Como siempre, llegaría a mi casa y mi esposa me saludaría con un beso en la mejilla, me preguntaría cómo me fue, yo le diría que bien, fin de la conversación, esa era nuestra comunicación desde hace años, ya no había amor, ni siquiera cariño, sólo estábamos juntos por estar juntos. Vivir juntos se había convertido en un hábito, no más, ya los dias se habían buelto una rutina, en la cual estabamos encerados.


Sentí cómo mis ojos empezaban a cerrarse, los tallé con mis manos para no quedarme dormido. Estábamos llegando a la estación de Westminenster, yo tenía la mirada fija en el suelo, especialmente en una mancha que no habían limpiado, así que sólo vi como un par de tenis negros se aproximaban y aquella persona dueña de éstos se sentaba frente a mí, subí la mirada para ver de quién se trataba.


Era un chico, por su aspecto le calculé no más de veinte años, tenía el pelo castaño obscuro, la piel blanca como la porcelana y unos ojos color verde los cuales me miraban fijamente de una forma incómoda. Volteé hacia otro lado para evadir aquella mirada, pero aun seguía sintiéndola, como una cuchillada en todo mi cuerpo; volví la mirada hacia el chico, pero éste rápidamente la desvió hacia otro lado. De perfil, su rostro llamó mucho mi atención, por alguna u otra razón, aquel rostro me resultaba inquietante.

 
Aparte de nosotros dos, había en el fondo una pareja de dos hombres que se hablaban muy cerca y se miraban con cierto deseo, traté de concentrarme en los garabatos que había escritos en las ventanas y otros tantos en las paredes del vagón mientras mordía mi labio inferior. No era que fuera homofóbico pero me había incomodado un poco aquella escena, sin dejar a un lado las miradas extrañas del chico que tenía frente a mí.


Ahora estábamos más al norte de la ciudad, ahora abiamos llegado ya a la estacion de Westminenster, nadie subió y bajó del vagón.Volví a mirar al frente y el chico seguía mirándome de forma lasciva, con sus ojos trataba de decirme algo, pero yo no le entendía, además empecé a ponerme incómodo, "Qué molesto" pense.


Su mirada dejó de posarse en mis ojos y rostro para bajar hasta mis partes íntimas, las miró y nuevamente volvió a verme a los ojos. Colocó su mano izquierda en el tubo que estaba al lado de su asiento y empezó a mover la mano de arriba abajo, me veía con ojos incitantes. En ese momento quería ir y golpearlo pero me contuve pues solamente faltaban dos estaciones.

 
Cuando por fin arribó a la bendita estación de Liverpool, me puse de pie ignorando a aquel chico que sin duda seguía clavándome la mirada. Volteé hacia el fondo del vagón y aquella pareja de homosexual estaba muy entrada en un intercambio de besos y caricias.

 
—¿Qué tanto me miras? —dije al chico tratando de sonar amenazador, pero el me respondió con una sonrisa lasciva.


Bajé del vagón cuando todavía no se abrían del todo las puertas, anduve a paso rápido, como si viniera tras de mi. En ningún momento volteé hacia atrás, sólo caminé, caminé y caminé con la vista al frente.


Al día siguiente volví a salir tarde del trabajo, pero ahora no aceleré el paso, pues apenas iban a dar poco más de las once. No sé por qué, pero volví a caminar hasta la parte de atrás del andén, aun sabiendo que podría ver una escena como la de ayer, volví a subirme al último vagón del metro.


Estaba completamente solo en aquel vagón, cosa que me turbó un poco, me senté en un asiento como el del día anterior, me aflojé un poco la corbata que aprisionaba mi cuello y me dispuse a dormitar un poco. Ya en la siguiente estación, me percaté de que había subido alguien y para mi mala suerte, era aquel chico, él también se percató de mi presencia por lo que se apresuró para llegar donde yo.


—¿Qué carajos quieres? —Volví a decirle con voz amenazadora y mirada retadora para tratar de asustarlo. Él me sonrió y volvió a posar su mirada en mis partes bajas.

 
Aquel chico se acercó más y más a mí. Era delgado y un poco alto, llevaba puesto el mismo pantalón de ayer, de mezclilla oscura, pero ahora con una playera negra completamente embarrada a su torso y las mangas cortas las tenía un poco dobladas. El metro había llegado a la estacion de Westminenster, pero nadie subió.

 
—¿Quieres que te la chupe? No cobro mucho —dijo con naturalidad, viéndome con aquella mirada lasciva verde.

 
—¿Qué me viste cara de maricón o qué? —contesté agresivamente.

 

—Sinceramente pensé ayer que te habías subido aquí por despistado, pero volverte a ver aquí... es algo extraño, ¿no crees? Además tienes cara de que andas urgido porque te den una mamada —dijo con sonrisa retadora.

 

—No me jodas maldito maricón—Me  levanté del asiento empujando al chico levemente para quitarlo del camino.

 

—Oye, oye no te enojes, pero si te subes en estos vagones a estas horas es porque, o eres morboso o quieres pasar un buen rato y estoy seguro que tú vienes por lo primero, pero en el fondo quieres lo segundo. Y yo necesito dinero.

 
Clavó su mirada en mis ojos y entonces un escalofrío recorrió mi espalda. "¿Qué carajo sucedia con este tipo?" Me sentía extraño, porque en efecto, estaba urgido, hace años que no tenía sexo con mi esposa, hace meses que no iba en busca de alguna prostituta para satisfacer mis necesidades. Y ese chico estaba ahí ofreciéndose para satisfacerme, claro pidiendo cierta cantidad de dinero, pero aun así era tentador. Podría pensar en cualquier otra cosa mientras él hacía su trabajo, pero ¿tenía planeado hacerlo ahí mismo, en el vagón del metro? Giré sobre mis talones, dándole la espalda al chico.

 
—Cuánto dinero pides a cambio —dije en tono indiferente.


—No mucho, ¿cuánto traes? —Se quedó pensativo unos segundos y agregó— Con que me dieras 20 libras, está bien. ¿Qué dices? Lo vas disfrutar.

 
—Es mucho lo que pides.


—Entonces que sean 16 Libras, y eso sólo porque desde ayer me dejaste con las ganas y por cierto, no tengo ninguna enfermedad, si eso es lo que te preocupa.

 
Lo que pedía no era nada comparado con lo que tenía que pagarles a las prostitutas con las que solía ir, yo tendría placer, tendría algo que en mi casa ya no podían darme.

 
—Y ¿piensas hacerlo aquí en el vagón? ¿Y si subiera más gente? —dije tratando de excusarme.


—Mira, aquí las distancias entre las estaciones son largas, y por lo general casi nadie se sube a estos vagones porque precisamente la gente ya sabe que nosotros nos subimos a los últimos vagones para buscar encuentros y esas cosas por eso supuse que tú no te negarías si te ofrecía hacerte eso.

 
—¡Pero yo! Eso es una tontería, soy libre de viajar en el vagón que quiera- exclame.

 
—Sí, por supuesto, tienes todo el derecho. —Me guiñó el ojo y esperó a que le diera una respuesta.


No se que paso en ese momento por mi mente, ya  había pasado por no se cuántas estaciones,  lo único que hice fue sentarme y hacerle una seña de que se acercara a mí. El chico fue casi corriendo hacia donde yo estaba mientras el metro llegaba a una nueva estación.

 
—Hazlo rápido—dije mirando sus ojos verde. Él simplemente asintió y con rostro lascivo se arrodilló. No me cabía en la cabeza que le emocionara lo que haría a continuación.

 
—Primero el dinero —Colocó su mano a la altura de mi pecho, esperando la paga.

 
—Te lo daré cuando termines- le respondi

 
Afortunadamente nadie se había subido al vagón y el metro siguió su marcha, como aquel chico no bajaba su mano, tuve que sacar el dinero y dárselo, no quería que alguien se subiera y nos encontrara haciendo eso.

 
Con las manos algo temblorosas bajé el cierre del pantalón, estaba preocupado porque alguien nos descubriera pero la idea de que me dieran una mamada en el metro era muy excitante, sentía adrenalina.

 
—Oye, oye, tranquilo, no muerdo —dijo el chico con una risita en sus labios, apartando mis manos para él ocuparse del resto.

 
—¿Ya estas excitado, verdad? —Me sobresalté cuando dijo eso, era verdad, mi miembro estaba un poco duro.

 
—Pues estoy pensando cosas que no son de tu incumbencia —repliqué.

 
—Como sea.

 
—Apresúrate— dije inquieto.


—Sí, sí. —Acercó su pálido rostro a mi miembro, el cuál tocó con la punta de su lengua y yo me estremecí.

 
—Vaya, sí que lo tienes grande —dijo, y enseguida volvió a pasar su lengua, ahora de abajo hacia arriba con lo que hizo que se me pusiera bien erecto y el chico se lo metió todo a su boca empezando a hacer un rápido vaivén para acabar rápido.

 
Mientras, yo tenía mis manos aferradas a mis muslos y trataba de pensar en cualquier otra cosa, pero no me concentraba puesto que no podía apartar la vista de aquel chico metiendo mi miembro una y otra vez en su boca. Su lengua era hábil y cálida. Creo que el no tener sexo desde hace meses y el estar en un lugar como el metro hicieron que me viniera demasiado rápido, el chico sin quejarse se tragó todo mi semen, supongo que ya estaba acostumbrado a eso.

 
—Qué rápido—dijo, levantándose del suelo.

 
—Ya tienes tu dinero, ahora bájate en la próxima estación—Me miró fijamente, y después de unos segundos dijo.

 
—Claro, si algún día vuelves a estar necesitado de una mamada, suelo estar por aquí los jueves y viernes, hay quienes estarán dispuestos a hacértelo gratis, pero pueden pegarte alguna enfermedad, y yo, como ves, no cobro mucho. —Me guiñó el ojo y se dirigió a una de las puertas esperando a que llegara a una estación. Al llegar a ésta, volteó a verme y me dijo.

 
 —Por cierto, lindos ojos, me encantan los ojos de color azul—Se despidió con un ademán y salió del vagón para rápidamente subirse al de a lado.

 
Rápidamente me subí el cierre del pantalón y traté de pensar como si nada hubiera ocurrido. No sabía en qué estación estaba, ni nada, mi cabeza daba vueltas. Tuve que llegar a mi casa en un taxi. Definitivamente había sido mejor que masturbarse a lo estúpido, aunque lo hubiera hecho un hombre pero dejé de pensar en eso para mejor pensar en lo que seguía hacer en mi búsqueda. No iba a dejar de buscar hasta tener pistas concretas, porque me sentía culpable. Después de tantos años los remordimientos empezaron a carcomerme el corazón, ya no podía dormir en paz, porque hasta en los sueños era atormentado por los recuerdos, recuerdos que yo pensaba, eran  lejanos, recuerdos que parecían no ser míos, y que hubiera querido que así hubiera sido.





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Hola, saben creo que tengo bastante imaginación y tiempo así que decidí subir el primer cap de esta historia que se me ocurrió hoy por la tarde pero buuueno espero les guste y comenten porque esa sera la unica forma de que yo sepa si les gusto bueno besos y abrazos, espero y comenten  :P  :hug:  :hug:  :bye: 

2° capítulo 

Cuando la paga de mi trabajo no alcanzaba lo suficiente, solo cuando era verdaderamente, iba los jueves y viernes en las noches al metro, me subía a los últimos vagones y ofrecía mis servicios a cambio de cierta cantidad de dinero. A veces me iba bien, a veces no, pues la mayoría ofrecía hacer lo mismo que yo sin pedir nada a cambio. Aun así yo me las ingeniaba para tener clientes, era lo único que sabía hacer y además que, según los clientes lo hacía bien. Y no me quejaba, desde que tengo uso de memoria me gustan los hombres, así que no me molestaba chupárselas o darles algo más si eso era lo que querían, total, no era yo la gran cosa como para hacerme el digno, bueno lo unico que creía que era lindo en mi eran mis ojos, me encantaban, su color verde esmeralda era hermoso.

Ese día llegué un poco más temprano a mi casa, no hubo mucha actividad, a excepción de aquel hombre que tuve que cobrarle menos. Al menos no era un tipo feo, para nada feo, se veía que ya estaba en sus treinta y tantos, pero aun así se mantenía joven, además de tener esos ojos azules que tanto habían llamado mi atención. 

Entré sigilosamente, tratando de no hacer ruido, pues si no la despertaría. Para mi sorpresa, estaba profundamente dormida en aquel sillón viejo y sucio, en el suelo había una botella de Ron con sólo la mitad del contenido. Tomé la botella y la guardé en un lugar escondido para que supuestamente, no la encontrara, aunque siempre terminaba haciéndolo. Ahí dormida en aquel sillón se veía tan angelical, pero en su rostro, aun atractivo, se notaba demasiado el paso del tiempo, empezaba a tener arrugas muy marcadas en la parte de los ojos, otras no tan notorias en las comisuras, se veía más grande de lo que era, el alcohol y una vida tan desorganizada eran sin duda  los culpables.

La observé unos instantes pero después me fui a bañar, estaba cansado. Ya tenía dos años viviendo con ella en ese pequeño cuartucho que sólo tenía una separación para el baño y la recámara, con las paredes descarapelándose, con muy pocas cosas, pero no podía quejarme, tenía un techo y comida, ademas ella no tenía la obligación de tenerme ahí viviendo.

Por cierto, su nombre es Elizabeth, ella tenía treinta y seis, Elizabeth tenía el doble de mi edad, yo apenas tenía dieciocho años. La había conocido porque trabajábamos en el mismo lugar como personal de limpieza, desde el primer momento se portó muy amable conmigo y cuando menos me di cuenta, empezamos a entablar amistad. Un día le comenté que quería irme a vivir a otro lado pero no tenía dinero suficiente como para pagar la renta de un cuarto, ella me ofreció vivir con ella, pues aparte de que así le ayudaría con los gastos, tendría compañía. Yo acepté.

Pero poco a poco las cosas se fueron dando y llegó un momento en el que me convertí en su compañero de cama ocasional, nunca le dije que era gay, mucho menos que a veces iba al metro para prostituirme y conseguir dinero fácil.

Elizabeth nunca se metió en mi vida, y eso se lo agradecía pero en los últimos meses había empezado a beber mucho, casi siempre la veía completamente ebria. Había ocasiones en que no aparecía todo un día por la casa o que tenía que ir por ella ya que se quedaba dormida en alguna calle. Me preocupaba su estado, era deprimente verla así.

—¿Harry? —dijo una débil voz proveniente del sillón.

—Sí, dime—dije amablemente, acercándome a ella con ternura y comencé a acariciarle el cabello. Para mí, más que verla como una amante, la veía como una madre o una tía.

—¿Acabas de llegar? —dijo con voz adormilada, su aliento olia a alcohol.

—Sí, tiene poco—Me senté en aquel sillón y recargué su cabeza en mis muslos y segui acariciando su rubio cabello.

—¿Cómo te fue? — preguntó arrastrando las palabras.

—Bien, bien —respondí. Yo le había mentido y le había dicho que trabajaba los jueves y viernes en un pequeño bar lavando platos.

—Qué bueno —dijo serando sus ojos.

Su pelo rubio se enredaba entre mis dedos con sutileza mientras ella se aferraba a mis piernas. Quería decirle que dejara de tomar de esa forma, pero no encontraba las palabras adecuadas para decírselo. Sabía que no le era suficiente con sólo tener sexo y mi compañía, ella necesitaba amor de verdad, un amor de pareja, no un amor como el que yo le ofrecía; en parte me sentía culpable, pero no sabía qué hacer, muchas veces había pensado en dejarla, para que ella buscara a alguien mejor que yo y que de verdad le diera eso que necesitaba, pero en ese estado tan deplorable, no podía abandonarla, en cierta forma me sentía culpable.

—Si quieres que haga algo por ti—dije y ella sólo soltó un largo suspiro

—No, no, así esta bien Harry

—¿En serio? —Entonces se levantó y me dio un leve beso en los labios.

—Sólo hazme el amor y con eso estaré bien—dijo con voz melancólica.

De verdad que me preocupaba mucho, así que simplemente hice lo que me pidió y traté de amarla con ternura para que tan siquiera en ese momento se cintiera amada y supiera que no era simplemente sexo.

Al día siguiente me levanté dejando a Elizabeth durmiendo tranquilamente en la cama. Me preparé algo de desayunar, iba a la preparatoria abierta, pero casi nunca iba, y cuando iba, era sólo para calentar el asiento. No me importaba no tener estudios, de todas formas yo no servía para eso, y tenía que estar más cerca de Elizabeth y ayudarle con los gastos, ya que ella desde que había empezado a tomar en exceso, la habían corrido del trabajo y ahora sólo se dedicaba a repartir bolantes de un restaurante pero solo de ves en cuando o a buscar un trabajo temporal. Estaba sirviéndome una taza de café cuando llamaron a la puerta, fui a abrir.

—Hola querido —me dijo aquella mujer con tono amable y maternal.

—Hola Caro—respondí con una sonrisa.

—¿Cómo están? — preguntó.

—Bien, bien — a un que yo sabía que no era verdad pero tenía que aparentar. Ella sólo me miró con cara incrédula, pero no dijo nada.

—Harry sabes que tú nunca fuiste una molestia para mí, y puedes volver a mi casa cuando quieras, creo que deberías de dejar a Elizabeth, cada día está peor. — me expusó su descontento, yo sabía que tenía miedo de que yo terminara como ella pero no dije nada, no podía abandonar a Elizabeth así como así.

—No voy a dejarla... menos ahora que está en ese estado —contesté con la mirada en el suelo mientras yacía recargado en el marco de la entrada recargando uno de mis brazos en este.

Ella suspiró resignada, siempre había venido a decirme que dejara a Elizabeth y volviera a vivir con ella, pero yo sentía que le había causado muchas molestias, no era su obligación adoptarme y cuidarme como si de su propio hijo se tratara, a veces pensaba que me había tenido con ella por lástima y sólo eso.

—Toma, les traje comida —Me dio un recipiente de tamaño mediano, le agradecí y ella dándome un beso en la mejilla se fue. Andaba a paso lento pues su sobrepeso no le favorecía en mucho.

Yo no tenía familia, bueno, a Caro y a Elizabeth siempre las consideré como mi familia, pero a mi madre ya casi la había olvidado, sólo mantenía algunas fotos suyas. Tenía años que ya no estaba conmigo, pero los recuerdos que tengo de ella son muy gratos, aunque era muy joven, me cuidaba y me quería mucho pero un día se fue, ella ya nunca regresó. Entonces Doña Carolina, que era nuestra vecina, y que algunas veces cuidaba de mí, decidió adoptarme como su hijo, pues ella nunca tuvo.

Caro trató de darme lo mejor que pudo, se convirtió en una verdadera madre para mí, pero me sentía un aprovechado, aunque ella lo negara. Yo siempre sentí que sólo le causaba molestias por eso, cuando cumplí quince años  empecé a trabajar para juntar dinero lo antes posible y poderme ir a otro lugar; y un año después conocí a Elizabeth, que amablemente me ofreció vivir con ella.

Claro que a Caro no le pareció la idea, pero al final tuvo que aceptar y dejarme ir, además como vivíamos muy cerca, siempre iba a visitarme y a decirme que cuando quisiera volver a su casa, las puertas estarían abiertas. Nunca le cayó bien 

Elizabeth, decía que era una lagartona y que me quería alejar de ella. A mí me causaban risa sus celos, y yo sólo la tranquilizaba diciéndole que nadie podría despojarla del lugar que tenía en mi corazón.

Ese día tenía mi trabajo matutino y en la tarde no tenía planeado ir a la escuela, no tenía ganas, quería salir a caminar y despejar un rato mi mente. Era viernes, así que en la noche me tocaba "trabajar". Si se me diera la oportunidad de cambiar mi vida, lo haría sin pensarlo dos veces. En esta ya había cometido muchos errores, que serían difíciles de enmendar, no podía dejar de recordarme a todas horas lo arrepentido que estaba de tantas cosas pero aun así, trataba de seguir. "Ni modo, así me tocó vivir", pensé.

Terminando mi desayuno, me preparé para irme a trabajar. Volví a asomarme al cuarto para ver si Eli ya había despertado, pero seguía profundamente dormida. Vivíamos en una pequña casa al norte de Londres, en la zona baja de esta ciudad. Tenía que andarme con cuidado con los vecinos, pues muchas señoras eran bastante metiches y nada más andaban esperaban el momento para inventar nuevos chismes. Afortunadamente, la mayoría se había creído la mentira de que yo era algún familiar de Elizabeth aunque no faltaban las personas que decían cosas a nuestras espaldas. También, tenía que salir casi, casi a hurtadillas cuando iba al metro en las noches, y, claro, no decirle a nadie de mi homosexualidad.

Era horrible tener que vivir tratando de medir todo lo que hacías, cualquier palabra, gesto y ademán que hicieras, podían usarlo para inventar cosas sobre tu persona, me sentía en una constante persecución. Saludé a la vecina de a lado, que salía casi al mismo tiempo que yo. Era una señora viuda y con hijos ya grandes que casi nunca iban a visitarla, o más bien, ya no iban a visitarla, tal vez por eso su carácter era un poco frío.

Ese día era Sábado, así que no tenía por qué ir al metro, aun así me moría de ganas de ir. Tenía ganas de volver a toparme con aquel sujeto, con aquellos ojos azules, ese cabello castaño que estaba en forma de tupe y con ese cuerpo, el era tan sexy. Caminaba rumbo a mi trabajo mientras me daba un ligero golpe en la cabeza pues había sido un estúpido al no preguntarle su nombre.

"Bueno, qué me importa" me decía una y otra vez, pero no dejaba de darme vueltas en la cabeza el ¿Cual seria su nombre? creo que de camino al trabajo le puse un millón de nombres.

 

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Hola aquí el nuevo cap espero les guste y comenten bueno bye  :P  :hug:  :bye: