harriet. (Corrigiendo)

Esa sensación de frío, de estar hundiéndome lentamente en unas aguas heladas y ponzoñosas, que últimamente había sido tan familiar para mí. Era como si antes, minutos antes de sentirme así, hubiera estado tumbada en una barca que se mecía con lentitud en un océano tranquilo. Me recordaba ligeramente a la cuna de los bebes cuando alguien la acunaba para que el niño se durmiera. Tan sólo faltaba la nana, una voz suave y femenina que me cantara para que entrara en un profundo sueño… Un sueño del que seguramente no sería capaz de despertar jamás. Pero algo había perturbado mi tranquilo viaje. Había sido como un golpe, algo que intentara volcar agresivamente mi lugar, tirándome al agua. Yo me había intentado mover, desesperadamente, tratando de que mis dormidas manos se agarraran de algo, algo que evitara mi caída pero fueron nulos mis intentos. Mi cuerpo, como si se tratara de otro, no respondía mis órdenes. Parecía haberse quedado sin pilas. Y eso, lo que fuera, insistía, poniéndole más energía a cada golpe que daba. La situación me asustaba.
 
Lo primero que pensé es que era un tiburón, un gran tiburón blanco con una hilera de puntiagudos dientes largos cuyos ojos eran tan oscuros y profundos como un abismo que tenía hambre y había decidido que volcar mi barca había sido una grandísima idea. Tampoco podía afirmar eso. La negrura que me rodeaba era tan densa que me impedía casi distinguir cosas tan cercanas como mi cuerpo o la vestimenta que llevaba. Finalmente, lo que se supone que estaba tratando de tirarme se detuvo. Lo único que podía escuchar era la sangre en los oídos, el latido veloz de mi corazón y mi agitada respiración. Las lágrimas del miedo se acumulaban en mis ojos.  Ese estado de suspense me estaba alterando. Sólo quería desaparecer de ese lugar o que aquello que quería matarme se diera por rendido cuando… Fue un sonido seco.  Lo siguiente que recordaba es que me encontraba bajo la barca, en el agua congelada y que me estaba hundiendo. Bajando, como si una fuerza invisible me tirara hacía las profundidades marítimas…
 
El agua me ahogaba, entraba en mis pulmones muy rápido, demasiado rápido y la vida se me escurría de entre los dedos cuando escuche otro ruido. Cuando quise darme cuenta yacía en el centro de alguna parte, rodeada de figuras incandescentes y esquemas irregulares sacados de ninguna parte. El fuego lamía mi piel y el contraste de mi cuerpo mojado y las llamas me provoco un largo escalofrío que me puso la piel de gallina.  Abracé mi cuerpo con fuerza, protegiéndome de todo aquello, buscando un refugio en mí. Hubo una explosión. Sonaba como los petardos de Valencia en las Fallas. Y seguido de este, hubo muchos más. Acabé en el suelo, tapándome los oídos y entre la oscuridad surgió una luz blanca, cándida y cegadora.
 
 Cerré los ojos y entonces, resurgí de entre los muertos, con el cuerpo temblando violentamente y con un jadeo sacado del pecho que más bien sonó a un graznido de espanto. La piel, mi piel se encontraba pegajosa debido al sudor, a la sustancia transparente y salada que emanaba de mi cuerpo y estaba fría. Abrí los ojos lentamente, aturdida, y comprendí que me encontraba tumbada en la casa de alguien, posiblemente la azotea –las vigas en el techo delataron mi posición-, contemplando muda las telarañas llenas de bolitas de insectos ingenuos que habían caído en la trampa de la araña. El zumbido que escuchaba estaba taladrando ya mi maltratada cabeza. ¿De dónde coño procedía?
 
 Mi primera acción como encarnada fue mover el brazo, llevándome una mano a la cabeza y tocándome el pelo. Su tacto era seco, como acariciar paja seca. Me pregunté inseguramente que hacía aquí o cómo había llegado o qué había sucedido. Tan pronto como me cuestioné esas cosas mi retardado olfato captó el hedor de cera y a quemado. Estos aromas tejían un pequeño ambiente desolado que creó un fuerte nudo en mi estómago. Decidí incorporarme lentamente, con los pausados movimientos de alguien enfermo. Sentía todo el cuerpo estremecido por el dolor. Mi boca se encontraba pastosa, era imposible tragar saliva correctamente de lo seca que estaba. Al principio me tambalee un poco por culpa de mis temblorosas piernas pero pronto me olvidé del estado de mi cuerpo y mi atención recayó en las velas negras y rojas a mi alrededor, formando un círculo que me resultaba extrañamente familiar.
 
 Mis ojos se fijaron en un libro abierto sobre un altar de madera que daba de frente con el pentagrama en el que estaba. Caminé hacía al altar, con precaución, nerviosa de que algo saltara de la nada y me asustara. Cualquier sorpresa no sería bien recibida. Otra conocida sensación recorrió mi estómago cuando alcancé a leer la primera página. En ella ponía: Reviviscere. Supuse que esa palabra era en latín. A pesar de desconocer su significado lo entendí todo muy bien. No era necesario ser un genio para encajar todas esas pequeñas piezas, consiguiendo resolver aquel rompecabezas que se mostraba ante mí. Aproximé mi mano hacía la hoja amarillenta y mis dedos ardieron bajo el tacto rugoso. Los recuerdos abrasaron mi cabeza, despertando mis sentidos. Fue tan intenso recordar que caí al suelo de espaldas, golpeándomela, con los ojos abiertos como platos y viéndolo todo…
 
 Me vi a mí huyendo de alguien en la noche, una furgoneta atropellándome, paseando por un bosque nevado, hablando con alguien cuyos ojos carecían del brillo tan particular de los vivos, despertándome en la noche asustada debido a las pesadillas que me provocaban insomnio… Y a él. Le vi a él. Al chico de ojos grises y mirada amable. Inexplicablemente mi corazón dio un vuelco. Cuando quise darme cuenta me encontraba llorando, sollozando suavemente por el dolor de acordarme de todo. Era capaz de reconocer lo mórbida realidad que se abalanzaba sobre mí. Sin ninguna empatía. Sin remordimientos. Entendía el porqué de estar allí, del aspecto tan desastroso de mi ropa y que eran aquellas sospechosas gotas rojas que manchaban el pavimento. Me sequé las lágrimas, aunque sabía que eso no las detendría salir de mis ojos, e intenté poner mis pensamientos en orden. Quizás todo lo que había ganado no era lo suficiente para recompensar todo lo que había perdido. Me puse en pie, cansada, y caminé hacía fuera. Huyendo de aquel sitio. Sabía que todo esto sólo acababa de empezar.

[b]Muerte:[b] Proceso terminal que consiste en la extinción del proceso homeostatico er vivo y, por ende, concluye con el fin de la vida,


Un mal presentimiento recorre mis adentros al cruzar el umbral de la puerta y adentrarme en un mundo de colores naranjas y negros. Es casi irreal todo aquello. Parece una película de Tim Burton o un cuento de fantasía.

Sostengo con firmeza el brazo de mi amiga porque el miedo a perderme roe mi estómago. Jane tan solo se limita a sonreir como una niña pequeña ante la gente vestida con elaborados disfraces, examinando con los ojos brillantes y eufóricos el decorado.

—No puedo creer que todo esto pueda ser tan perfecto —comenta entusiasta.

Yo mantengo la boca cerrada, por el simple hecho de que no tengo nada inteligente que decir al respecto. Quizá sea porque la emoción de Jane no es tan contagiosa como me esperaba. En el fondo, estoy deseando que esto acabe en cuanto antes, para poder regresar a casa y olvidar el tema.

Avanzamos entre hadas, piratas, zombies y protagonistas de películas de terror hasta que alguien disfrazado de conejito mayordomo nos detiene, ofreciéndonos a ambas vasos de plástico que dentro llevan una sustancia que huele dulce. Jane coge un vaso y le da un sorbo largo, terminándoselo casi. Yo la imito, sin saber muy bien que hacer. El sabor es empalagoso, como me temía, con un cierto toque a menta que me obliga a preguntarme cuantas calorias tendrá. Me siento ebria.

Caminamos, sin saber a dónde ir. No le voy a preguntar que vamos a hacer porque la conozco y seguramente se gire, me ponga mala cara y me farfulle algo que no voy a entender porque la música está demasiado alta para mi gusto.

Examino los decorados temáticos. Hay telarañas colgando del techo y las esquinas, con arañas de plástico de color negro tan grandes como mi mano. El suelo está sucio, por ganchitos de queso pisoteados, vasos por el suelo y charcos de bebidas. Aprieto con más fuerza el brazo de mi compañera al notar el sudor caer por mi frente y acumulándose en la piel, presionándome a sentir pegajosa y húmeda. La cabeza me da vueltas. Seguro que esa bebida tenía algo.

Humedezco mis labios y alcanzo a ver el jardín, repleto de luces navideñas de colores oscuros y gente. Demasiada gente. Diviso un sofá vacío y pienso que está es la mía. Los zapatos me estan matando y el frágil pensamiento de poder sentarme es poderoso y reconfortante. Voy a aproximarme cuando mi amiga tira de mi brazo, gritándo eúforica:

—Traga-fuegos.

Me lleva hacía el jardín y yo pongo cara de perrito abandonado en dirección al sofá, gimiendo un poco por lo bajo. Al salir, la temperatura no es muy distinta. Sigue haciendo mucho calor pero hay una ligera brisilla nocturna que me da en la cara, librándome un poco del sudor.

Veo una nube de fuego volar, rizándose por la coronilla de alguien disfrazado de Marilyn Monroe. Jane empuja, con tal de acercarse más. Ignora las miradas asesinas y sigue hacía delante.

Otra nube de fuego sale, esta vez más próxima a mi cara. Se riza en tonos amarillentos, mientras que saltan ascuas rojas. Aprieto con más fuerza el brazo de mi compañera. El espectáculo me fascina. Desde pequeña adoro el fuego. Uno de los traga-fuegos se me acerca. Tiene el cabello castaño, con un halo rodeándo su cabeza. Me estremezco al sentir su oscura mirada observándome y la sensación se acentúa, cuando sonríe.

—¿A qué es fantástico? —pregunta mi amiga.

—Sí —contesto, luchando contra el hecho de que tengo la garganta seca.

El corazón me bombardea con fuerza, presiónandome el pecho y me duele la cabeza, por la música tecno que está muy alta. Mi respiración se acelera. No estoy bien. El mundo gira ante mis ojos, fusionando las formas y los colores. El olor a quemado es repulsivo.

Jane salta, riéndose por algo. Sudo con más intensidad y doy un paso en falso, pisándo el dobladillo de mi vestido y casi perdiendo el equilibrio. Me tambaleo, consiguiendo no caerme. Tengo la urgencia de salir de aquí.

—No me encuentro bien —susurró.

Jane se gira y me mira con el ceño arrugado por la preocupación. Asiente y me deja libre, para que pueda marcharme. No me hago derrogar y me abro paso entre la multitud, creandome una salida a duras penas. Todo baile ante mí. Jadeó y prosigo.

¿Qué es lo qué me ha hecho ponerme así de mal? ¿Por qué me siento así, como si la vida se esfumará?

Distingo las sonrientes calabazas y por un momento, la sensación de libertad se abre paso ante mi cuando, queriendo cruzar la carretera dos faros amarillos me iluminan. Después, el mundo es negro.

No me ha dado tiempo a gritar, pues el vehículo iba demasiado rápido y ha arrojado mi cuerpo unos metros más allá. Tengo calor en la cabeza. Las estrellas caen sobre mi cuando caigo en la cuenta de que un gélido aliento roza mi lóbulo.

—Dulces sueños, Harriet —susurra.

A continuación pierdo el conocimiento.