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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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No todos somos héroes.
O W N :: Originales :: Originales :: One Shot's (originales)
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No todos somos héroes.
- Ficha y vídeo:
- Ficha.Nombre: No todos somos héroes
Autor:Jacky (Atte Rah)
Adaptación: No, todo mío
Género: Drama, fantasía épica, acción, magia, amistad, etc
Advertencias: Tristeza. Referencias a la muerte.
Otras páginas: Seguramente sí, pero aún no
No todos somos héroes
Unos nacen para serlo. Otros, no merecemos ser llamados así
Amanece, sale el sol. Estoy descalza, con tierra entre los pies y aún conservo algunos cortes en el hombro derecho. Mi tisana no está. Él tampoco. En poco tiempo, empiezo a oír noticias, Lonj ha muerto, se han rendido.
Rápidamente, voy juntando los hechos y decido que mi plan ha funcionado. Y que él ha muerto.
En cambio, yo he sobrevivido.
Pensé.
También reflexioné si no habría creído mis palabras, pero la carta de despedida que encontré poco después me lo aclaró todo. Prometía regresar, no sabía que iba morir. Los secretos que nos ocultamos fue lo que causaron su muerte.
Y ahora estoy aquí. Y ahora lo estamos recordando. Lo rememoramos todo: a él, a la guerra, a la devastación.
Desde que empezó todo esto, he luchado contra monstruos, espectros y otras criaturas. Criaturas de los cuentos de miedo que me asustaban cuando era pequeña. Cuando aún vivía con mis padres. He ganado experiencia y respecto. He conocido a muchas personas y grandes lugares. Incluso he muerto. He matado. He visto morir. Me he vuelto más fuerte.
Y, sobre todo, he madurado. He aclarado mis ideas.
Pero ese día de junio, cuando por fin acaba todo, también he perdido a un compañero. Daël. Él se ha sacrificado por mí (y seguramente evitado el de muchos otros) en el peor recuerdo de mi memoria. Uno que, seguramente, nunca se borrará.
Daël, en definitiva, hizo lo que debí hacer yo. Porque era mi plan, me lo encargaron a mí. Yo sabía a lo que me enfrentaba. Él no.
Eso hace que sienta que el fin de su historia ha sido injusta. Y que me culpe. Porque sí, soy culpable.
Solo lo he podido conocer durante pequeños y escasos intervalos a lo largo de seis meses, pero ya estábamos unidos por el dolor, por el miedo y por la muerte. No fue difícil crear un lazo. No de amistad, simplemente de compresión. Y luego estos sentimientos crecerían. Nos convertiríamos en hermanos, sin ser de sangre.
A Daël lo había conocido cuando yo aún vivía con el brujo. Ese brujo horrible. O cuando vivía aún en su casa, porque había fallecido unos días antes a su visita. Nadie nunca conoció el motivo, solo yo. Nunca me culpé, hasta ese día.
En un principio, nos podríamos haber considerado enemigos. Ese primer encuentro estaba marcado por desconfianza. Yo no lo hacía, él mucho menos.
Éramos como extraños en un juego de caza.
Fuera, un potente sol iluminaba el cielo. Sin embargo, era más débil que antiguamente. El hielo que cubría algunas zonas de hierbas nunca acababa por derretirse. Daël entró en la cabaña, la cual ahora mismo solo habitaba yo. Era oscura y olía a moho. Nunca abría las ventanas.
Por si acaso.
Se sorprendió. Después, me miró con desconfianza. Lo primero que hizo fue presentarse. Dijo que se llamaba Daël y que vivía en un pueblo que quedaba a un kilómetro. Le saludé. Le di la bienvenida, aunque odiase las visitas. Lo segundo que pronunció, una pregunta.
— ¿Dónde está el brujo que vive aquí? ¿Está…? ¿Está…? ¿Cuándo vuelve? Necesito hablar con él.
Es verdad. Más que una pregunta, fue un ruego. Una pequeña línea de un monólogo desesperado.
— Ha fallecido. Murió hace una semana.
No entré en detalles. La gente normal no sabía nada de los brujos, de nosotros, así que se podían creer cualquier cosa.
Sin embargo, Daël me miró otra vez. Fijamente, como intentando descubrir la verdad. Daël tenía unos tres o cuatro años más que yo. Era de ojos verdosos y su cabello era de un castaño claro, parecido al tronco de un abedul.
Siguió haciendo preguntas. Aunque también me dijo porqué había venido.
— ¿Qué ha pasado? —murmuró. Sus ojos seguían clavados en mí.
Como si no me creyese. En mi interior, sonreí. Hacía bien. Nadie debía.
— Simplemente murió —le contesté, minimalista en detalles. Mi tono era escueto y asertivo. Creo que Daël entendió que no le diría nada.
— Al menos… ¿sabes dónde están sus tisanas? ¿Puedes diferenciar sus pócimas? Necesito algo para curar a mi madre —me dijo con un tono desesperado—. Se está muriendo.
Dudé un momento.
— No lo sé. Nunca me dijo demasiado… Podía buscártela, pero también podría ser un veneno mortal. O algo peor —añadí.
Daël me miró un momento más. Me pregunté si sabía que le estaba mintiendo. Conocía cada uno de las pócimas. Era yo quién se las etiquetaba. Era yo quien traía las hierbas, quien las recogía, quién las vendía… Pero no podía dárselas.
Decidí que tenía que decir algo.
— Lo siento —murmuré.
Pero era una disculpa vacía.
No llegué nunca a decirle que no falleció de muerte natural, por la vejez. Los brujos no mueren así, tienen pócimas para evitarlo. No me atreví nunca a explicarle que yo lo había envenenado. Mientras dormía. Con una de esas tisanas.
Sin embargo, sabía que había roto todas sus esperanzas de volver a ver a su madre sana. Me sentí egoísta. Muy egoísta.
Me decía que lo había hecho por una buena razón. Maté al brujo para ser libre. No le di la tisana porque no podía. Porque uno no puede vender las pócimas de otros brujos, necesitan su permiso. En caso contrario, sienten tanto dolor que parece que se están muriendo.
Eran buenas excusas, pero a mí me parecían falsas.
No tardó en marcharse. Yo me levanté y decidí que ya era hora de abandonar lo que por mucho tiempo fue para mí una prisión.
La cabaña era bastante grande y, a pesar del deterioro que había ido sufriendo durante esas semanas por mi culpa y el abandono que vino después, aún recuerdo cómo era cuando llegué aquí.
Recuerdo que cerré los ojos por un momento.
Olía a plantas, a hierba y a medicinas. El sabor dulce y tranquilizante de la migrita, cuyas hojas son anesteciantes. Mi mejor aliada. Las paredes estaban pintadas de violeta (el color de los brujos) y hacía calor debido a los fuegos repartidos entre los tres hornos.
Era una niña pequeña que fue sacada de su casa para ser una aprendiz. Y de qué brujo.
Era el mal en persona, siempre lo dije. Su mera presencia daba miedo. A él le encantaba. Le hacía sentirse poderoso. Pero eso no evitaba el odio. Yo lo odiaba.
También me acuerdo que el suelo estaba lleno de tierra. Cuando me instalé, una de mis primeras tareas fue barrerlo.
Dos días después, la abandoné. Necesitaba alejarme de tantos recuerdos. Me mudé a otra cabaña. Una más alejada de la población, donde nadie podía juzgarme ni mirarme de reojo. Una bastante oscura, ya que nunca me gustó la luz. Me llevé semillas de todas las plantas.
No perdí mi hábito de no abrir las ventanas. Lo hacía de vez en cuando, y sólo por el amor a mis plantas.
Ahora, el abandono ha crecido en ambas cabañas. Enormes matorrales atraviesan la madera y la despedazan.
Nos volvimos a encontrar algunos meses después. Su madre ya había muerto, me dijo. Su tono era triste, pero no acusatorio. Eso volvió a hacerme sentir egoísta. Hacía fresco y él me dijo que había decidido participar activamente en la guerra que había empezado algunos años antes. Y seguía hasta hoy. Yo (le conté, un poco apesadumbrada) me refugiaba en mi pequeña cabaña, aprendiendo a controlar los poderes que aprendí con el viejo brujo.
Me preguntó que pensaba sobre todo. Lo que nos estaba haciendo la guerra. Sobre los espectros que revoloteaban a nuestro alrededor y nos atacaban de noche, cuando las luces ya estaban apagadas.
Yo dije que los odiaba. Gracias a la guerra no teníamos nada. Gracias a la guerra, moríamos.
Y, sin embargo, me callé, yo no hacía nada para evitarlo. Realmente, nadie lo hacía. Solo luchaban y morían. O veían como otros luchaban y morían.
Daël se quedó callado. Tardó un poco en contestarme.
— Estoy totalmente de acuerdo contigo. Y por eso —en ese instante clavó sus ojos verdes en los míos— he decidido participar activamente. La semana que viene… me voy.
Lo dijo cómo si se lo contase al tendero de la tienda de al lado. Como si fuera algo normal. Algo cotidiano, de todos los días. Y es que lo era en esa época, pero a mí no me hablaba casi nadie. Era el legado del brujo. El silencio y la soledad.
Y el temor, que nunca se parecerá al respeto.
No llegó nunca a preguntarme la duda que tenía. ¿Sería capaz ahora de curar a su madre?
Durante mucho tiempo, reflexioné sobre sus palabras. Al principio, me pareció estúpido. ¿Para qué? Seguramente solo serías uno más. ¿Para qué sacrificarte por algo así? Nunca pensé el papel que tendría en el conflicto.
Tampoco pensé por qué realmente se sacrificaría. Y que ese sacrificio me daría vida.
Aunque nos vimos en otras ocasiones, solo llegamos de verdad a vernos como aliados cuando esperaba con él en el hospital. Hasta entonces, solo éramos simples conocidos que compartían su forma de pensar.
Ahí, Mary, a quien Daël amaba más que a sí mismo y a todo lo que existiese, estaba internada.
A veces me pregunto si la muerte de su prometida y la de su madre le afectaron en su última decisión. No encuentro respuesta, pero la mayor parte del tiempo creo que sí.
Mary estaba a punto de morir. Era algo que los médicos y los enfermeros nos repitieron durante todo el día. Creo que nos querían preparar para el momento, pero realmente hacía daño.
Estuve con él todo el tiempo. Lo vi llorar. Lo vi golpear la pared con rabia. Esperar sentado en una silla, con las manos juntas y los ojos cerrados. Solo me quedé a su lado. No hice nada.
Solo actué cuando le dieron la noticia. Sé, que si no lo hubiese evitado, Daël se hubiese unido a Mary entonces, y no después. Daël corrió escaleras abajo. Supe que iba a hacer alguna estupidez. Y lo intentó. Casi lo consiguió.
Casi.
En esos días, también comprendí que frágil éramos. Daël me decía que estaba bien, pero yo sabía que no era verdad. La muerte de Mary le había calado hondo.
Había cambiado el mundo para él.
En esos días, también entendí que él y yo (y seguramente en el primer grupo cabrían muchos otros) teníamos una enorme diferencia. Yo nunca llegué a amar a nadie. No tuve a nadie. Jamás sentiría lo que padeció Daël esos días.
A la vez me alegraba y a la vez lo lamentaba.
Estuvo conmigo una semana. Durante ella, pude fijarme cómo se sobrepuso a la muerte de Mary. Se concentró en la guerra. Hizo de ella algo personal.
Me hablaba todos los días de ello. Y de lo que necesitaban para ganar. O mejor dicho, a quién tenían que vencer para hacerlo.
El general del enemigo era Lonj, un comandante muy poderoso al que nadie se atrevía a contestar. Daël decía que si caía, la guerra terminaría.
— ¿Cómo piensas matarlo? —le pregunté, frunciendo el ceño—. Es indestructible. Nadie puede hacerlo.
No entré en detalles. No dije debido a qué. Todos odian hablar de eso.
Daël sonrió.
El comandante me visitó tres días después de que Daël se marchase. Hacía un poco de calor.
Era un hombre alto vestido de cuero. Su cuerpo era rudo y musculazo. Su cabello era castaño y sus ojos harían callar a un niño del miedo que imponían.
Vino a pedirme ayuda. También, a recordarme algunas cosas.
Según Lonj, estaba en el bando equivocado. ¿Quién me había ayudado a derrotar al brujo aunque luego hubiese preferido darle una muerte más literaria? Por otra parte, había una amenaza oculta entre sus palabras. Yo ya era su enemigo, pero se podía volver algo más personal.
Y eso significaría mi muerte.
Estaba, desgraciadamente, entre la estaca y la pared. Me pregunté que era mayor, mi necesidad de vivir o mi lealtad. Intenté engañarme. Me dije que siempre he sido un bicho raro. Nadie de este lado del conflicto hizo nada por mí. No les debía nada.
También me dije que entre sus tropas podía hacerles más daño que recluida en mi cabaña.
Sin embargo, yo sé que, una vez más fui egoísta. Y mi egoísmo fue lo que ocasionó la muerte de Daël.
Acepté. Daël se enteraría más tarde. Estaría furioso conmigo. Y decepcionado. Pero no todos podemos ser héroes. Yo no soy una heroína, nunca lo seré.
Y sin embargo, unos días después, me enteraría de que solo era una trampa. Yo podía ser un miembro importante en la guerra, Lonj lo sabía. Cómo fue el brujo en sus días.
Lonj siempre quiso quitar al brujo del medio. Ahora, solo faltaba su aprendiz.
Su tonta aprendiza.
En el fondo fue culpa mía. Mis ganas de vivir me llevaron directamente a mi muerte.
Lo que Lonj no se esperaba era la evolución de mis poderes. Me encerró en una celda. Oscura y húmeda. Olía a muerte y a orina.
No estuve ni diez días ahí.
En la jaula de al lado, había un hombre. Nunca pude verlo, pero conozco su voz. Era aterciopelada, grave y un poco triste.
Su tono era nostálgico. Sus palabras eran melancólicas. Parecía, siempre que hablaba, que su corazón estaba llorando.
Todo en él era triste.
Me contó que lo habían torturado. Me contó que nunca dijo nada. Defendió su hogar. Pero, me contó también, que le gustaría no haberlo hecho.
Deseaba huir. Deseaba ser libre de nuevo.
Él me animó a huir. Él me dio la fuerza para no aceptar mi muerte, que en ese pequeño y claustrofóbico lugar parecía tan cercana… La podía ver al final del pasillo. Me saludaba. Creo que hasta me sonreía.
Los brujos pueden hacer tres cosas. La primera, pócimas y tisanas, como las que me pidió Daël el día que nos conocimos. Pueden matar, sanar… Son muy populares y valiosas. La mayor parte del mundo nos conoce por eso. La segunda, hechizos, si se tiene el material. Por eso nos necesitaban en la guerra. Somos una fuerza poderosa que se puede enfrentar a cien hombres a la vez.
Pero la última, casi nadie la conoce. Podemos forzar nuestra muerte.
Eso fue lo que hice.
Si un brujo fuerza su muerte, no morirá. Lo único que muere es su cuerpo, pero su alma sigue ahí. Los humanos nacimos de tierra. Si hay tierra, un brujo puede volver a nacer. A la edad que quiera.
Yo volví a nacer, tal y como era.
Nací en el pequeño jardín de mi cabaña, donde cultivaba las plantas que necesitaba para las pócimas. Luego, las vendía.
Durante la guerra, nadie dice que no a lo que puede ofrecerte un brujo.
Como dije, nací de nuevo. Por suerte, una multitud de plantas medicinales no aguantan el sol y suelen ser tapadas con mantas. Las mías son azul marino, que con unas pocas palabras convertí en unos pantalones y una blusa de la misma seda opaca.
Como dije, mi segunda cabaña estaba apartada de cualquier pueblo. Aún así, unos altos muros de piedra gris hacían imposible la tarea.
Mi cabaña estaba totalmente a oscuras, tal y como la había dejado. La única ventana que tenía estaba cerrada, con la persiana bajada y protegida con una poción que convertía el cristal en algo mil veces más fuerte.
Abrí la puerta. Encendí el fuego con una cerilla y se hizo la luz. Disipada la oscuridad, me encontré con algo que no me esperaba.
Daël.
Un enfadado Daël.
Estaba sentando en el otro lado de la habitación, en mi sillón de cuero color bermellón. Sus ojos estaban algo enrojecido, como si no hubiese dormido desde hace tiempo.
Me había estado esperando. Sabía que tarde o temprano, tendría que volver a mi cabaña.
Aunque él pensaba que volvería como una de las fuerzas del enemigo. De su enemigo. Intenté decirle la verdad, pero no me hizo caso. Intentó atacarme. Yo no quería dañarlo y mal conseguía que no me doliesen sus palabras hirientes. Ya no digamos defenderme de las flechas que cogía con agilidad de su carcaj.
Pero no todo estaba perdido. Mi espalda estaba pegada a la estantería donde guardaba algunas plantas de interior. Hierbas y flores con potentes propiedades, las que yo conocía todas.
Tanteé algo con lo que pudiese calmarlo.
Una de esas plantas tenía un tacto áspero. Se la tiré.
Era un migrita, la planta que me dio la bienvenida a la vida de brujo. Una planta que crece muy rápido, sin necesidad de agua o de tierra. Cuyas hojas pueden provocar la parálisis de un cuerpo entero por el mero contacto.
La maceta de hizo añicos, la planta, al notar que tenía más oxígeno y más espacio, hizo de las suyas.
Antes de que Daël pudiese entender lo que pasaba, la migrita llegaba hasta su cintura y no podía mover las piernas.
Indefenso, volvió a atacar con palabras.
Me llamó traidora. Yo no lo negué. Lo era. Y él lo reiteró, una y otra vez.
— ¿Por qué has vuelto? —me preguntó— ¿Planeas volver a traicionarnos?
Y dijo algo más.
— En este lugar no te quieren. Vuelve con Lonj, de todas maneras no vas a participar en la guerra. Eres demasiado cobarde para hacerlo.
Escupió en la migrita, como si con eso fuese a conseguir algo.
Sus palabras querían dañarme, pero en esos momentos yo estaba demasiado cansada como para que algo me afectase.
Empecé desde el principio.
— No tengo a dónde ir. Ya no tengo bando. Lonj es mi enemigo, siempre lo ha sido. Cometí un error, pero voy a arreglarlo. Quiero hacerlo. Solucionarlo será mi purgatorio.
Le sonreí con cansancio, como quien no quiere seguir luchando y se rinde a la vida, y le dije que era una trampa.
Le conté sobre el hombre triste. Lo conté sobre Lonj. Le hablé sobre la tercera cosa que pueden hacer los brujos.
No entendió lo último. Nadie lo entiende. Solo nosotros.
Nadie cree en las cosas espectaculares. Ni siquiera cuando la ven.
Le dije también, que ya sabía cómo derrotar a Lonj.
El tiempo de los muertos y de los vivos no pasa igual. Un segundo para un vivo puede se una año para un muerto.
Durante mi tiempo como muerta, me encontré con un viejo conocido.
No llegué a pasar muerta ni una milésima de segundo. SI me entretenía en el mundo de los muertos, no podría volver. Ambos lo sabíamos. Mi maestro, al menos esta vez, no quería eso.
No perdió tiempo en recriminarme por haberlo matado. Sabía que lo volvería a hacer. Solo me habló de la pócima.
La pócima que Lonj debería beber.
Estaba hecha de migrita y de otra planta que vive en los fondos de los pantanos, entre otras cosas. Me dio su nombre y yo supe que la había traído conmigo desde su cabaña. Era una de esas pócimas que guardaba para poder analizarlas y aprender a reproducirlas. Es muy poderosa, ya que puede llamar al Señor del Inframundo.
Daël sabía lo que pasaría si se enterase de que Lonj le está robando sus poderes. Lo mataría.
Pero no le dije eso. Todo el mundo odia hablar del Señor, excepto los brujos, porque nosotros somos como sus hijos. Así que solo le dije que lo mataría.
Daël me creyó.
Le mostré cuál era la poción. Le dije que lo tenía que hacer yo, porque lo tenía que hacer un brujo. Realmente esa no era la verdad.
Lo tenía que hacer yo, porque el Señor del Inframundo mataría a cualquiera que se atreviese a llamarlo. El brujo me avisó de eso.
Daël, de nuevo, me creyó.
Yo siempre creí que, a partir de lo de Mary, Daël me contaba todo. Pero me ocultó algo muy importante.
Su madre era una bruja.
Su madre lo mantenía en secreto porque no le gustaba lo que se rumoreaba de nosotros. Daël no aprendió nunca nada sobre el arte de la brujería pero, según lo que ponía en ese trocito amarillento de papel que me dejó, creía que eso podía ser suficiente.
Daël lo consiguió. No sabía que moriría, pero lo hizo. Murió en una guerra que él no causó por personas que, sin conocerlo, ahora lo llaman héroe.
También a mí me llaman así. Pero yo no soy una heroína. Soy todo lo contrario.
Hoy nos reunimos aquí para honrarlo. Honrarlo como un héroe. Fue un héroe. Pero hubiese preferido que no lo hubiese sido.
Su muerte me ha dejado con dudas. Poco a poco las he aclarado, pero siguen ahí. ¿De verdad que todo esto ha valido la pena? ¿Los sacrificios? Porque todos nos tuvimos que sacrificar, de una u otra manera, en esta guerra.
Sobre todo me pregunto… ¿Daël realmente murió por una buena causa? ¿Una guerra es una buena causa?
Daël quiso ser el héroe. De alguna manera nos dijo que, si alguien debía morir, debía ser él. Porque él ya había perdido todo lo que quería, pero al menos lo disfrutó durante un tiempo.
La guerra ha acabado. Con la muerte de Lonj, se han rendido. Y ahora… intentamos olvidar la guerra y sus fantasmas, ¿verdad?
Yo digo que no lo podemos olvidar. Lo tenemos que recordar. Para no cometer los mismos errores. Para que ya no haya más héroes.
Esta es mi forma de decirle adiós a Daël, porque sé que estaría de acuerdo conmigo en lo que he dicho. No es la más normal en un entierro, pero, en este ahora y aquí, es la más adecuada.
Rápidamente, voy juntando los hechos y decido que mi plan ha funcionado. Y que él ha muerto.
En cambio, yo he sobrevivido.
Pensé.
También reflexioné si no habría creído mis palabras, pero la carta de despedida que encontré poco después me lo aclaró todo. Prometía regresar, no sabía que iba morir. Los secretos que nos ocultamos fue lo que causaron su muerte.
Y ahora estoy aquí. Y ahora lo estamos recordando. Lo rememoramos todo: a él, a la guerra, a la devastación.
Desde que empezó todo esto, he luchado contra monstruos, espectros y otras criaturas. Criaturas de los cuentos de miedo que me asustaban cuando era pequeña. Cuando aún vivía con mis padres. He ganado experiencia y respecto. He conocido a muchas personas y grandes lugares. Incluso he muerto. He matado. He visto morir. Me he vuelto más fuerte.
Y, sobre todo, he madurado. He aclarado mis ideas.
Pero ese día de junio, cuando por fin acaba todo, también he perdido a un compañero. Daël. Él se ha sacrificado por mí (y seguramente evitado el de muchos otros) en el peor recuerdo de mi memoria. Uno que, seguramente, nunca se borrará.
Daël, en definitiva, hizo lo que debí hacer yo. Porque era mi plan, me lo encargaron a mí. Yo sabía a lo que me enfrentaba. Él no.
Eso hace que sienta que el fin de su historia ha sido injusta. Y que me culpe. Porque sí, soy culpable.
Solo lo he podido conocer durante pequeños y escasos intervalos a lo largo de seis meses, pero ya estábamos unidos por el dolor, por el miedo y por la muerte. No fue difícil crear un lazo. No de amistad, simplemente de compresión. Y luego estos sentimientos crecerían. Nos convertiríamos en hermanos, sin ser de sangre.
A Daël lo había conocido cuando yo aún vivía con el brujo. Ese brujo horrible. O cuando vivía aún en su casa, porque había fallecido unos días antes a su visita. Nadie nunca conoció el motivo, solo yo. Nunca me culpé, hasta ese día.
En un principio, nos podríamos haber considerado enemigos. Ese primer encuentro estaba marcado por desconfianza. Yo no lo hacía, él mucho menos.
Éramos como extraños en un juego de caza.
Fuera, un potente sol iluminaba el cielo. Sin embargo, era más débil que antiguamente. El hielo que cubría algunas zonas de hierbas nunca acababa por derretirse. Daël entró en la cabaña, la cual ahora mismo solo habitaba yo. Era oscura y olía a moho. Nunca abría las ventanas.
Por si acaso.
Se sorprendió. Después, me miró con desconfianza. Lo primero que hizo fue presentarse. Dijo que se llamaba Daël y que vivía en un pueblo que quedaba a un kilómetro. Le saludé. Le di la bienvenida, aunque odiase las visitas. Lo segundo que pronunció, una pregunta.
— ¿Dónde está el brujo que vive aquí? ¿Está…? ¿Está…? ¿Cuándo vuelve? Necesito hablar con él.
Es verdad. Más que una pregunta, fue un ruego. Una pequeña línea de un monólogo desesperado.
— Ha fallecido. Murió hace una semana.
No entré en detalles. La gente normal no sabía nada de los brujos, de nosotros, así que se podían creer cualquier cosa.
Sin embargo, Daël me miró otra vez. Fijamente, como intentando descubrir la verdad. Daël tenía unos tres o cuatro años más que yo. Era de ojos verdosos y su cabello era de un castaño claro, parecido al tronco de un abedul.
Siguió haciendo preguntas. Aunque también me dijo porqué había venido.
— ¿Qué ha pasado? —murmuró. Sus ojos seguían clavados en mí.
Como si no me creyese. En mi interior, sonreí. Hacía bien. Nadie debía.
— Simplemente murió —le contesté, minimalista en detalles. Mi tono era escueto y asertivo. Creo que Daël entendió que no le diría nada.
— Al menos… ¿sabes dónde están sus tisanas? ¿Puedes diferenciar sus pócimas? Necesito algo para curar a mi madre —me dijo con un tono desesperado—. Se está muriendo.
Dudé un momento.
— No lo sé. Nunca me dijo demasiado… Podía buscártela, pero también podría ser un veneno mortal. O algo peor —añadí.
Daël me miró un momento más. Me pregunté si sabía que le estaba mintiendo. Conocía cada uno de las pócimas. Era yo quién se las etiquetaba. Era yo quien traía las hierbas, quien las recogía, quién las vendía… Pero no podía dárselas.
Decidí que tenía que decir algo.
— Lo siento —murmuré.
Pero era una disculpa vacía.
No llegué nunca a decirle que no falleció de muerte natural, por la vejez. Los brujos no mueren así, tienen pócimas para evitarlo. No me atreví nunca a explicarle que yo lo había envenenado. Mientras dormía. Con una de esas tisanas.
Sin embargo, sabía que había roto todas sus esperanzas de volver a ver a su madre sana. Me sentí egoísta. Muy egoísta.
Me decía que lo había hecho por una buena razón. Maté al brujo para ser libre. No le di la tisana porque no podía. Porque uno no puede vender las pócimas de otros brujos, necesitan su permiso. En caso contrario, sienten tanto dolor que parece que se están muriendo.
Eran buenas excusas, pero a mí me parecían falsas.
No tardó en marcharse. Yo me levanté y decidí que ya era hora de abandonar lo que por mucho tiempo fue para mí una prisión.
La cabaña era bastante grande y, a pesar del deterioro que había ido sufriendo durante esas semanas por mi culpa y el abandono que vino después, aún recuerdo cómo era cuando llegué aquí.
Recuerdo que cerré los ojos por un momento.
Olía a plantas, a hierba y a medicinas. El sabor dulce y tranquilizante de la migrita, cuyas hojas son anesteciantes. Mi mejor aliada. Las paredes estaban pintadas de violeta (el color de los brujos) y hacía calor debido a los fuegos repartidos entre los tres hornos.
Era una niña pequeña que fue sacada de su casa para ser una aprendiz. Y de qué brujo.
Era el mal en persona, siempre lo dije. Su mera presencia daba miedo. A él le encantaba. Le hacía sentirse poderoso. Pero eso no evitaba el odio. Yo lo odiaba.
También me acuerdo que el suelo estaba lleno de tierra. Cuando me instalé, una de mis primeras tareas fue barrerlo.
Dos días después, la abandoné. Necesitaba alejarme de tantos recuerdos. Me mudé a otra cabaña. Una más alejada de la población, donde nadie podía juzgarme ni mirarme de reojo. Una bastante oscura, ya que nunca me gustó la luz. Me llevé semillas de todas las plantas.
No perdí mi hábito de no abrir las ventanas. Lo hacía de vez en cuando, y sólo por el amor a mis plantas.
Ahora, el abandono ha crecido en ambas cabañas. Enormes matorrales atraviesan la madera y la despedazan.
Nos volvimos a encontrar algunos meses después. Su madre ya había muerto, me dijo. Su tono era triste, pero no acusatorio. Eso volvió a hacerme sentir egoísta. Hacía fresco y él me dijo que había decidido participar activamente en la guerra que había empezado algunos años antes. Y seguía hasta hoy. Yo (le conté, un poco apesadumbrada) me refugiaba en mi pequeña cabaña, aprendiendo a controlar los poderes que aprendí con el viejo brujo.
Me preguntó que pensaba sobre todo. Lo que nos estaba haciendo la guerra. Sobre los espectros que revoloteaban a nuestro alrededor y nos atacaban de noche, cuando las luces ya estaban apagadas.
Yo dije que los odiaba. Gracias a la guerra no teníamos nada. Gracias a la guerra, moríamos.
Y, sin embargo, me callé, yo no hacía nada para evitarlo. Realmente, nadie lo hacía. Solo luchaban y morían. O veían como otros luchaban y morían.
Daël se quedó callado. Tardó un poco en contestarme.
— Estoy totalmente de acuerdo contigo. Y por eso —en ese instante clavó sus ojos verdes en los míos— he decidido participar activamente. La semana que viene… me voy.
Lo dijo cómo si se lo contase al tendero de la tienda de al lado. Como si fuera algo normal. Algo cotidiano, de todos los días. Y es que lo era en esa época, pero a mí no me hablaba casi nadie. Era el legado del brujo. El silencio y la soledad.
Y el temor, que nunca se parecerá al respeto.
No llegó nunca a preguntarme la duda que tenía. ¿Sería capaz ahora de curar a su madre?
Durante mucho tiempo, reflexioné sobre sus palabras. Al principio, me pareció estúpido. ¿Para qué? Seguramente solo serías uno más. ¿Para qué sacrificarte por algo así? Nunca pensé el papel que tendría en el conflicto.
Tampoco pensé por qué realmente se sacrificaría. Y que ese sacrificio me daría vida.
Aunque nos vimos en otras ocasiones, solo llegamos de verdad a vernos como aliados cuando esperaba con él en el hospital. Hasta entonces, solo éramos simples conocidos que compartían su forma de pensar.
Ahí, Mary, a quien Daël amaba más que a sí mismo y a todo lo que existiese, estaba internada.
A veces me pregunto si la muerte de su prometida y la de su madre le afectaron en su última decisión. No encuentro respuesta, pero la mayor parte del tiempo creo que sí.
Mary estaba a punto de morir. Era algo que los médicos y los enfermeros nos repitieron durante todo el día. Creo que nos querían preparar para el momento, pero realmente hacía daño.
Estuve con él todo el tiempo. Lo vi llorar. Lo vi golpear la pared con rabia. Esperar sentado en una silla, con las manos juntas y los ojos cerrados. Solo me quedé a su lado. No hice nada.
Solo actué cuando le dieron la noticia. Sé, que si no lo hubiese evitado, Daël se hubiese unido a Mary entonces, y no después. Daël corrió escaleras abajo. Supe que iba a hacer alguna estupidez. Y lo intentó. Casi lo consiguió.
Casi.
En esos días, también comprendí que frágil éramos. Daël me decía que estaba bien, pero yo sabía que no era verdad. La muerte de Mary le había calado hondo.
Había cambiado el mundo para él.
En esos días, también entendí que él y yo (y seguramente en el primer grupo cabrían muchos otros) teníamos una enorme diferencia. Yo nunca llegué a amar a nadie. No tuve a nadie. Jamás sentiría lo que padeció Daël esos días.
A la vez me alegraba y a la vez lo lamentaba.
Estuvo conmigo una semana. Durante ella, pude fijarme cómo se sobrepuso a la muerte de Mary. Se concentró en la guerra. Hizo de ella algo personal.
Me hablaba todos los días de ello. Y de lo que necesitaban para ganar. O mejor dicho, a quién tenían que vencer para hacerlo.
El general del enemigo era Lonj, un comandante muy poderoso al que nadie se atrevía a contestar. Daël decía que si caía, la guerra terminaría.
— ¿Cómo piensas matarlo? —le pregunté, frunciendo el ceño—. Es indestructible. Nadie puede hacerlo.
No entré en detalles. No dije debido a qué. Todos odian hablar de eso.
Daël sonrió.
El comandante me visitó tres días después de que Daël se marchase. Hacía un poco de calor.
Era un hombre alto vestido de cuero. Su cuerpo era rudo y musculazo. Su cabello era castaño y sus ojos harían callar a un niño del miedo que imponían.
Vino a pedirme ayuda. También, a recordarme algunas cosas.
Según Lonj, estaba en el bando equivocado. ¿Quién me había ayudado a derrotar al brujo aunque luego hubiese preferido darle una muerte más literaria? Por otra parte, había una amenaza oculta entre sus palabras. Yo ya era su enemigo, pero se podía volver algo más personal.
Y eso significaría mi muerte.
Estaba, desgraciadamente, entre la estaca y la pared. Me pregunté que era mayor, mi necesidad de vivir o mi lealtad. Intenté engañarme. Me dije que siempre he sido un bicho raro. Nadie de este lado del conflicto hizo nada por mí. No les debía nada.
También me dije que entre sus tropas podía hacerles más daño que recluida en mi cabaña.
Sin embargo, yo sé que, una vez más fui egoísta. Y mi egoísmo fue lo que ocasionó la muerte de Daël.
Acepté. Daël se enteraría más tarde. Estaría furioso conmigo. Y decepcionado. Pero no todos podemos ser héroes. Yo no soy una heroína, nunca lo seré.
Y sin embargo, unos días después, me enteraría de que solo era una trampa. Yo podía ser un miembro importante en la guerra, Lonj lo sabía. Cómo fue el brujo en sus días.
Lonj siempre quiso quitar al brujo del medio. Ahora, solo faltaba su aprendiz.
Su tonta aprendiza.
En el fondo fue culpa mía. Mis ganas de vivir me llevaron directamente a mi muerte.
Lo que Lonj no se esperaba era la evolución de mis poderes. Me encerró en una celda. Oscura y húmeda. Olía a muerte y a orina.
No estuve ni diez días ahí.
En la jaula de al lado, había un hombre. Nunca pude verlo, pero conozco su voz. Era aterciopelada, grave y un poco triste.
Su tono era nostálgico. Sus palabras eran melancólicas. Parecía, siempre que hablaba, que su corazón estaba llorando.
Todo en él era triste.
Me contó que lo habían torturado. Me contó que nunca dijo nada. Defendió su hogar. Pero, me contó también, que le gustaría no haberlo hecho.
Deseaba huir. Deseaba ser libre de nuevo.
Él me animó a huir. Él me dio la fuerza para no aceptar mi muerte, que en ese pequeño y claustrofóbico lugar parecía tan cercana… La podía ver al final del pasillo. Me saludaba. Creo que hasta me sonreía.
Los brujos pueden hacer tres cosas. La primera, pócimas y tisanas, como las que me pidió Daël el día que nos conocimos. Pueden matar, sanar… Son muy populares y valiosas. La mayor parte del mundo nos conoce por eso. La segunda, hechizos, si se tiene el material. Por eso nos necesitaban en la guerra. Somos una fuerza poderosa que se puede enfrentar a cien hombres a la vez.
Pero la última, casi nadie la conoce. Podemos forzar nuestra muerte.
Eso fue lo que hice.
Si un brujo fuerza su muerte, no morirá. Lo único que muere es su cuerpo, pero su alma sigue ahí. Los humanos nacimos de tierra. Si hay tierra, un brujo puede volver a nacer. A la edad que quiera.
Yo volví a nacer, tal y como era.
Nací en el pequeño jardín de mi cabaña, donde cultivaba las plantas que necesitaba para las pócimas. Luego, las vendía.
Durante la guerra, nadie dice que no a lo que puede ofrecerte un brujo.
Como dije, nací de nuevo. Por suerte, una multitud de plantas medicinales no aguantan el sol y suelen ser tapadas con mantas. Las mías son azul marino, que con unas pocas palabras convertí en unos pantalones y una blusa de la misma seda opaca.
Como dije, mi segunda cabaña estaba apartada de cualquier pueblo. Aún así, unos altos muros de piedra gris hacían imposible la tarea.
Mi cabaña estaba totalmente a oscuras, tal y como la había dejado. La única ventana que tenía estaba cerrada, con la persiana bajada y protegida con una poción que convertía el cristal en algo mil veces más fuerte.
Abrí la puerta. Encendí el fuego con una cerilla y se hizo la luz. Disipada la oscuridad, me encontré con algo que no me esperaba.
Daël.
Un enfadado Daël.
Estaba sentando en el otro lado de la habitación, en mi sillón de cuero color bermellón. Sus ojos estaban algo enrojecido, como si no hubiese dormido desde hace tiempo.
Me había estado esperando. Sabía que tarde o temprano, tendría que volver a mi cabaña.
Aunque él pensaba que volvería como una de las fuerzas del enemigo. De su enemigo. Intenté decirle la verdad, pero no me hizo caso. Intentó atacarme. Yo no quería dañarlo y mal conseguía que no me doliesen sus palabras hirientes. Ya no digamos defenderme de las flechas que cogía con agilidad de su carcaj.
Pero no todo estaba perdido. Mi espalda estaba pegada a la estantería donde guardaba algunas plantas de interior. Hierbas y flores con potentes propiedades, las que yo conocía todas.
Tanteé algo con lo que pudiese calmarlo.
Una de esas plantas tenía un tacto áspero. Se la tiré.
Era un migrita, la planta que me dio la bienvenida a la vida de brujo. Una planta que crece muy rápido, sin necesidad de agua o de tierra. Cuyas hojas pueden provocar la parálisis de un cuerpo entero por el mero contacto.
La maceta de hizo añicos, la planta, al notar que tenía más oxígeno y más espacio, hizo de las suyas.
Antes de que Daël pudiese entender lo que pasaba, la migrita llegaba hasta su cintura y no podía mover las piernas.
Indefenso, volvió a atacar con palabras.
Me llamó traidora. Yo no lo negué. Lo era. Y él lo reiteró, una y otra vez.
— ¿Por qué has vuelto? —me preguntó— ¿Planeas volver a traicionarnos?
Y dijo algo más.
— En este lugar no te quieren. Vuelve con Lonj, de todas maneras no vas a participar en la guerra. Eres demasiado cobarde para hacerlo.
Escupió en la migrita, como si con eso fuese a conseguir algo.
Sus palabras querían dañarme, pero en esos momentos yo estaba demasiado cansada como para que algo me afectase.
Empecé desde el principio.
— No tengo a dónde ir. Ya no tengo bando. Lonj es mi enemigo, siempre lo ha sido. Cometí un error, pero voy a arreglarlo. Quiero hacerlo. Solucionarlo será mi purgatorio.
Le sonreí con cansancio, como quien no quiere seguir luchando y se rinde a la vida, y le dije que era una trampa.
Le conté sobre el hombre triste. Lo conté sobre Lonj. Le hablé sobre la tercera cosa que pueden hacer los brujos.
No entendió lo último. Nadie lo entiende. Solo nosotros.
Nadie cree en las cosas espectaculares. Ni siquiera cuando la ven.
Le dije también, que ya sabía cómo derrotar a Lonj.
El tiempo de los muertos y de los vivos no pasa igual. Un segundo para un vivo puede se una año para un muerto.
Durante mi tiempo como muerta, me encontré con un viejo conocido.
No llegué a pasar muerta ni una milésima de segundo. SI me entretenía en el mundo de los muertos, no podría volver. Ambos lo sabíamos. Mi maestro, al menos esta vez, no quería eso.
No perdió tiempo en recriminarme por haberlo matado. Sabía que lo volvería a hacer. Solo me habló de la pócima.
La pócima que Lonj debería beber.
Estaba hecha de migrita y de otra planta que vive en los fondos de los pantanos, entre otras cosas. Me dio su nombre y yo supe que la había traído conmigo desde su cabaña. Era una de esas pócimas que guardaba para poder analizarlas y aprender a reproducirlas. Es muy poderosa, ya que puede llamar al Señor del Inframundo.
Daël sabía lo que pasaría si se enterase de que Lonj le está robando sus poderes. Lo mataría.
Pero no le dije eso. Todo el mundo odia hablar del Señor, excepto los brujos, porque nosotros somos como sus hijos. Así que solo le dije que lo mataría.
Daël me creyó.
Le mostré cuál era la poción. Le dije que lo tenía que hacer yo, porque lo tenía que hacer un brujo. Realmente esa no era la verdad.
Lo tenía que hacer yo, porque el Señor del Inframundo mataría a cualquiera que se atreviese a llamarlo. El brujo me avisó de eso.
Daël, de nuevo, me creyó.
Yo siempre creí que, a partir de lo de Mary, Daël me contaba todo. Pero me ocultó algo muy importante.
Su madre era una bruja.
Su madre lo mantenía en secreto porque no le gustaba lo que se rumoreaba de nosotros. Daël no aprendió nunca nada sobre el arte de la brujería pero, según lo que ponía en ese trocito amarillento de papel que me dejó, creía que eso podía ser suficiente.
Daël lo consiguió. No sabía que moriría, pero lo hizo. Murió en una guerra que él no causó por personas que, sin conocerlo, ahora lo llaman héroe.
También a mí me llaman así. Pero yo no soy una heroína. Soy todo lo contrario.
Hoy nos reunimos aquí para honrarlo. Honrarlo como un héroe. Fue un héroe. Pero hubiese preferido que no lo hubiese sido.
Su muerte me ha dejado con dudas. Poco a poco las he aclarado, pero siguen ahí. ¿De verdad que todo esto ha valido la pena? ¿Los sacrificios? Porque todos nos tuvimos que sacrificar, de una u otra manera, en esta guerra.
Sobre todo me pregunto… ¿Daël realmente murió por una buena causa? ¿Una guerra es una buena causa?
Daël quiso ser el héroe. De alguna manera nos dijo que, si alguien debía morir, debía ser él. Porque él ya había perdido todo lo que quería, pero al menos lo disfrutó durante un tiempo.
La guerra ha acabado. Con la muerte de Lonj, se han rendido. Y ahora… intentamos olvidar la guerra y sus fantasmas, ¿verdad?
Yo digo que no lo podemos olvidar. Lo tenemos que recordar. Para no cometer los mismos errores. Para que ya no haya más héroes.
Esta es mi forma de decirle adiós a Daël, porque sé que estaría de acuerdo conmigo en lo que he dicho. No es la más normal en un entierro, pero, en este ahora y aquí, es la más adecuada.
Última edición por Jacky. el Dom 05 Oct 2014, 12:58 pm, editado 1 vez
Jacky.
Re: No todos somos héroes.
Ya lo lei, y aún no entiendo porque no comentan si es perfecta
Invitado
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Re: No todos somos héroes.
Momento.....acaso me topé con una maga....te digo que escribes genial, enserio, no entiendo como es que no te comentan, por lo menos tienes un principio claro, y un final concreto y que dan ganas, ganas de seguir leyendo y embriagarme en tu historia.
Soy Denilsa, y espero leas esto y la sigas.
Besos Dens.
Soy Denilsa, y espero leas esto y la sigas.
Besos Dens.
Invitado
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Re: No todos somos héroes.
¡Hola Denilsa!Denilsa escribió:Momento.....acaso me topé con una maga....te digo que escribes genial, enserio, no entiendo como es que no te comentan, por lo menos tienes un principio claro, y un final concreto y que dan ganas, ganas de seguir leyendo y embriagarme en tu historia.
Soy Denilsa, y espero leas esto y la sigas.
Besos Dens.
Gracias por leer, espero que te haya gustado al menos la mitad de lo que expresan tus palabras :·3 Bueno, esto fue un one-shot, y la historia de la narradora y de Daël en un principio ya fue contada, para ya me dijeron de continuar el mundo... y a lo mejor. De todas formas si seguiré escribiendo.
No esperaba ningún comentario más, pero fue una muy grata sorpresa. Me pareces genial <3 <3 <3
Jacky.
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