solitudinem.

solitudinem

La soledad definidamente era la única compañía que sentía ese día, la chica que se encontraba viendo el tranquilo atardecer. Seguramente era una de sus cosas favoritas, ya que no era la primera vez que veía la imponente bola de fuego esconderse en el gran océano, para ella fue encantador. Mucha gente se perdía de esos pequeños detalles de la vida, los remplazaba por minutos sin sentido viendo una insulsa pantalla, pero ella no. La chica se dedicaba a disfrutar cada segundo, aunque nos indicara que ella fuera feliz. Muchas veces gastaba algunos momentos llorando de rabia e impotencia, u odiando a personas por alguna estupidez, pero así era ella. De pronto el cielo que antes estaba cubierto por unas degradaciones de colores cálidos, ahora mostraba su segunda cara, una combinación de colores fríos, así era ella como el cielo, fría y cálida, muchas personas eran como el día y la noche, ella no.
Los objetos astronómicos brillaban con luz propia, que nosotros comúnmente llamamos estrellas cubrían el manto negro, ella observa con total atención, pero un cuerpo más grande cautivo su atención, la luna, tal vez una amiga, ese satélite era el confidente que escuchaba todas su penas y alegrías, pero lamentablemente la luz que trasmitían los cuerpos celeste fueron opacadas por un motón de agua y aire junta de un color gris, que llamamos nubes.
Ella sintió como pequeñas gotas caían suavemente, poco a poco las pequeña dosis de agua fue aumentando. El tan conocido ruido de la lluvia fue cantándole una canción de cuna, de pronto el viento comenzó un rumor suave y tranquilo, ella cayo en una vacío esplendoroso donde cada uno de sus problemas se extinguían por si solos.
El césped se encontraba húmedo, tal vez por el roció o por las lágrimas del cielo. Para ella era un misterio, que quería que siguiera así. La dulce luna que esperaba que despertara de su sueño, se esfumo y aparecía su estrella favorita, y ahí cuando los colores del arcoíris se mezclaban en sus ojos, ahí cuando por fin pudo salir de la eterna jaula, que era su cuerpo, ahí cuando comprendió que era como Calipso, la chica solitaria que se enamoró de Odiseo y tuvo que dejarlo ir, ella se había enamorado la vida, ahora era su turno, debía dejarla partir.
Ella tranquila y apacible avanzó, tal vez a algo mejor.