Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Lo que el corazón quiere (CAPITULO 11,12)
O W N :: Actividades :: Actividades :: Crossovers
Página 12 de 12. • Comparte
Página 12 de 12. • 1, 2, 3 ... 10, 11, 12
Re: Lo que el corazón quiere (CAPITULO 11,12)
Capítulo 11
¨Criaturas del amor¨
Paso desapercibida los dos días siguientes y me mantengo alejada de Diana LaMadrid saltándome la asamblea y evitando la cafetería durante el almuerzo. Al tercer día, Walt me encuentra en la sección de libros de autoayuda de la biblioteca. Estoy leyendo a escondidas un libro de Linda Goodman, Los signos del zodiaco y el amor, en un vano intento por descubrir si Kian y yo tenemos un futuro juntos. El problema es que no conozco su fecha de nacimiento. Mi única esperanza es que sea aries y no escorpio.
—¿Astrología? Ay, no… Tú no, Ali —dice Walt.
Cierro el libro y vuelvo a dejarlo en la estantería.
—¿Qué tiene de malo la astrología?
—Es una gilipollez —responde Walt con una mueca de desprecio—. Es absurdo creer que se puede predecir la vida de la gente a partir de su fecha de nacimiento. ¿Sabes cuántas personas nacen cada día? Dos millones quinientas noventa y cinco personas exactamente. ¿Cómo es posible que dos millones quinientas noventa y cinco personas tengan algo en común?
—¿No te ha dicho nadie que últimamente estás de un humor de perros?
—¿De qué hablas? Siempre he sido así.
—No es por la ruptura, ¿verdad?
—No, no lo es.
—Entonces, ¿a qué se debe?
—Elena no deja de llorar.
Suelto un suspiro.
—¿Es por mi culpa?
—No todo es por tu culpa, Ali. Al parecer, ha tenido una especie de pelea con Zayn. Me ha enviado a buscarte. Está en el servicio de chicas que hay al lado del laboratorio de química.
—No tienes por qué hacerle de recadero.
—No me importa —asegura Walt, como si toda la situación fuera inevitable—. Es más fácil que no hacerlo.
A Walt le pasa algo, sin duda, pienso mientras corro a buscar a Elena. Siempre ha sido un poco sarcástico y algo cínico, que es precisamente lo que más me gusta de él. Pero jamás me ha parecido tan harto del mundo; es como si el día a día le hubiera arrebatado la fortaleza para seguir adelante.
Abro la puerta del pequeño aseo que hay en la parte antigua del instituto, el que no utiliza casi nadie porque el espejo está hecho un asco y las instalaciones son de hace unos sesenta años. Las pintadas arañadas en las puertas también parecen de hace sesenta años. Mi favorita es: «Si quieres pasar un buen rato, llama a Myrtle». Por favor, ¿cuándo fue la última vez que alguien llamó «Myrtle» a su hija?
—¿Quién está ahí? —grita Elena.
—Soy yo.
—¿Hay alguien contigo?
—No.
—Vale —dice antes de salir del aseo. Tiene la cara hinchada y llena de manchas ocasionadas por las lágrimas.
—Por Dios, Elena… —le digo antes de ofrecerle una toallita de papel.
Se suena la nariz y me mira por encima del pañuelo.
—Sé que estás muy ocupada con Kian ahora, pero necesito tu ayuda.
—Vale —replico con mucho tiento.
—Porque tengo que ir al médico. Y no quiero ir sola.
—Claro. —Sonrío, contenta de que las cosas se hayan arreglado entre nosotras—.
¿Cuándo?
—Ahora.
—¿¿Ahora??
—A menos que tengas algo mejor que hacer.
—No, nada. Pero ¿por qué ahora, Elena? —pregunto, cada vez más suspicaz—. ¿A qué clase de médico tienes que ir?
—Ya sabes —contesta bajando la voz—. A uno de esos médicos que se encargan de… las cosas de mujeres.
—¿Como el aborto? —No puedo evitarlo. Las palabras salen de mi boca en una exclamación ahogada.
Elena parece aterrorizada.
—Ni siquiera menciones esa palabra.
—¿Estás…?
—¡No! —responde en un susurro furioso—. Pero creí que podría estarlo. Aunque me bajó la regla el lunes…
—Así que lo has hecho… sin protección.
—Esas cosas no se planean, ¿sabes? —dice Elena a la defensiva—. Y él siempre eyacula fuera.
—Ay, Elena… —Aunque en realidad nunca he practicado el sexo, conozco bastante bien las teorías, y la principal dice que el método de «la marcha atrás» es famoso por su escaso éxito. Y Elena también debería saberlo—. ¿No estás tomando la píldora?
—Bueno, lo estoy intentando. —Me mira con rabia—. Por eso quiero ir a ese médico de East Milton.
East Milton está justo al lado de nuestra ciudad, pero dicen que se cometen muchos delitos, así que nadie va. Ni siquiera pasan por allí bajo ninguna circunstancia. Para ser sincera, ni siquiera puedo creerme que haya un consultorio médico.
—¿Cómo has encontrado a ese médico?
—En las Páginas Amarillas. —Por el tono de su voz, sé que está mintiendo—.
Llamé y pedí una cita para hoy a las doce y media. Y tú tienes que venir conmigo. Eres la
única persona en la que puedo confiar. Porque no puedo ir con Walt, ¿no te parece?
—¿Por qué no vas con Zayn? Es la persona responsable de todo esto, ¿no?
—Está cabreado conmigo —dice Elena—. Cuando se enteró de que podría estar embarazada, se asustó y no quiso hablar conmigo en veinticuatro horas.
Hay algo en todo esto que no tiene sentido.
—Pero, Elena… —me atrevo a replicar—, cuando te vi el domingo por la tarde dijiste que te habías acostado con Zayn por primera vez…
—No, no es cierto.
—Sí, sí que lo es.
—No me acuerdo. —Coge un puñado de toallas de papel y se tapa la cara con ellas.
—Esa no fue la primera vez, ¿verdad? —Ella niega con la cabeza—. Te habías acostado con él antes.
—La noche que estuvimos en The Emerald —me confiesa.
Asiento con lentitud. Me acerco a la diminuta ventana del baño y contemplo el exterior.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Ay, Ali, no podía… —dice entre sollozos—. Lo siento mucho. Quería decírtelo, pero estaba asustada. ¿Y si la gente lo descubría? ¿Y si se enteraba Walt? Todo el mundo me consideraría una furcia.
—Yo jamás te consideraría una furcia. No pensaría que eres una furcia ni aunque te acostaras con cien hombres.
Eso la hace reír.
—¿Crees que una mujer puede acostarse con cien hombres?
—Creo que sí, si se esfuerza mucho, mucho. Tendría que acostarse con un tipo diferente cada semana. Durante dos años. No tendría tiempo para otra cosa que para el sexo.
Elena tira el papel a la basura y se mira al espejo mientras se da unas palmaditas en la cara con agua fresca.
—Eso me recuerda a Zayn. No piensa en otra cosa más que en el sexo.
¿En serio? Mierda. ¿Quién se habría imaginado que el empollón de Zayn fuera semejante semental?
Tendríamos que haber llegado al consultorio médico en menos de quince minutos, pero ya han pasado treinta y todavía no hemos logrado encontrarlo. Hasta el momento, hemos estado a punto de chocar contra dos coches, nos hemos subido a cuatro bordillos y hemos atropellado un puñado de patatas fritas. Elena insistió en que nos detuviéramos de camino en un McDonald’s, y una vez que metimos la comida en el coche salió del aparcamiento dando tales bandazos que mis patatas fritas salieron volando por la ventanilla.
¡Se acabó!, deseo gritar. Pero no puedo hacerlo… no si quiero llevar a una de mis mejores amigas a un matasanos para que le recete píldoras anticonceptivas. Así que, cuando consulto mi reloj de muñeca y veo que son más de las doce y media, sugiero con delicadeza que nos detengamos en la próxima gasolinera.
—¿Por qué? —pregunta Elena.
—Allí hay mapas.
—No necesitamos un mapa.
—¿Qué te pasa? ¿Es que ahora eres un tío o qué? —Abro la guantera y miro en el interior, desesperada. Está vacía—. Además, necesitamos cigarrillos.
—La idiota de mi madre… —dice Elena—. Está intentando dejarlo. Odio que haga eso.
Por suerte, el tema de los cigarrillos nos hace olvidar que nos hemos perdido, que estamos en la ciudad más peligrosa de Connecticut y que somos unas fracasadas. Además, es suficiente para que paremos en una gasolinera, donde me veo obligada a coquetear con el empleado lleno de granos mientras Elena hace una visita urgente al mugriento cuarto de baño.
Le muestro al empleado el trozo de papel con la dirección.
—Ah, claro —dice—. Esa calle está justo a la vuelta de la esquina. —Luego empieza a hacer sombras chinescas en el costado del edificio.
—Se te da muy bien hacer el conejito —comento.
—Lo sé —dice él—. Voy a dejar este trabajo muy pronto. Pienso dedicarme a hacer sombras chinescas para fiestas de niños.
—Estoy segura de que tendrás una gran clientela. —De pronto, me siento un poco
emocionada por este tierno chico lleno de granos que quiere hacer sombras chinescas para fiestas de niños. No se parece en nada a ninguno de los alumnos del Instituto Castlebury.
Cuando Elena regresa, la obligo a entrar en el coche a toda prisa. Mientras abandonamos la gasolinera, coloco los dedos de la mano para formar un perro ladrando.
—¿A qué ha venido eso? —pregunta Elena—. Lo de la mano. ¿Desde cuándo te dedicas a hacer sombras chinescas?
Desde que tú decidiste practicar sexo sin contármelo, me entran ganas de decirle, pero no lo hago.
—Siempre las he hecho, lo que pasa es que nunca te has fijado.
La consulta del médico se encuentra en una calle residencial llena de pequeñas casas amontonadas unas junto a otras. Cuando llegamos al número 46, Elena y yo nos miramos la una a la otra, como si la dirección no pudiera estar bien. No es más que otra casa: un pequeño bungalow azul con la puerta roja. Detrás de la casa descubrimos otra puerta con un cartel que reza CONSULTORIO MÉDICO. Pero, ahora que hemos encontrado por fin al doctor, Elena está aterrorizada.
—No puedo hacerlo —dice derrumbada contra el volante—. No puedo entrar ahí.
Sé que debería echarle la bronca por haberme hecho venir hasta East Milton para nada, pero sé muy bien cómo se siente. Desea aferrarse al pasado, ser la de siempre. Está demasiado asustada para avanzar hacia el futuro. Porque ¿quién sabe lo que puede depararnos el futuro?
No obstante, es probable que ya sea demasiado tarde para echarse atrás.
—Mira —le digo—. Entraré ahí para ver qué tal está. Si está bien, volveré a buscarte. Si no he vuelto en cinco minutos, llama a la policía.
Pegado a la puerta hay un trozo de papel que dice: «Llamen con fuerza». Llamo con fuerza. Llamo con tanta fuerza que casi me salen moratones en los nudillos.
La puerta se abre un poco y una mujer de mediana edad ataviada con un uniforme de enfermera se asoma por la rendija.
—¿Sí?
—Mi amiga tiene una cita.
—¿Para qué? —pregunta.
—¿Para una receta de píldoras anticonceptivas? —susurro.
—¿Tú eres esa supuesta amiga? —exige saber.
—No —contesto desconcertada—. Mi amiga está en el coche.
—Será mejor que entre rápido. El doctor está ocupadísimo hoy.
—Vale —digo antes de asentir. Siento la cabeza como la de uno de esos perros que los camioneros colocan en el salpicadero.
—O traes a tu «amiga» o entras de una vez —dice la enfermera.
Me vuelvo y le hago un gesto a Maggie con la mano. Y, por una vez en su vida, sale a la primera del coche.
Entramos en la clínica. Nos encontramos en una diminuta sala de espera que debía de haber sido originalmente la sala para desayunar de la casa. El papel de las paredes tiene teteras dibujadas. Hay seis sillas de metal y una mesita de café llena de ejemplares de revistas para niños. Una chica de nuestra edad más o menos ocupa una de las sillas.
—El doctor os atenderá muy pronto —le dice la enfermera a Elena antes de marcharse.
Nos sentamos.
Contemplo a la chica, que nos mira con hostilidad. Lleva un peinado típico de los ochenta, corto por delante y muy largo por detrás. Se ha pintado los párpados con una línea negra que se transforma en dos pequeñas alas, como si los ojos fueran a salir volando de su cara. Parece dura, desgraciada y algo cabreada. En realidad, parece que quisiera darnos una paliza. Intento sonreírle, pero ella me mira encolerizada y coge una de las revistas para niños. Luego vuelve a dejarla sobre la mesa y dice:
—¿Se puede saber qué miras?
No estoy preparada para otra pelea de chicas, así que respondo con la mayor dulzura posible:
—Nada.
—¿En serio? —dice ella—. Pues será mejor que no mires nada.
—No miro nada. Lo prometo.
Al final, antes de que la cosa llegue a más, la puerta se abre y aparece la enfermera, que escolta a otra chica a la que lleva agarrada por los hombros. La muchacha se parece un poco a su amiga, pero llora en silencio y se limpia las lágrimas de las mejillas con la manga.
—Estás bien, querida —dice la enfermera con sorprendente amabilidad—. El doctor dice que todo ha ido bien. Nada de aspirinas durante los tres próximos días. Y nada de sexo en al menos dos semanas. —La chica asiente sin dejar de llorar.
Su amiga se levanta de un salto y le rodea la cara con las manos.
—Venga, Sal. Todo va bien. Todo saldrá bien. —Y, tras una última mirada asesina, se aleja con su compañera.
La enfermera sacude la cabeza y luego mira a Elena.
—El doctor te atenderá ahora.
—Elena —susurro—, no tienes por qué hacer esto. Podemos ir a cualquier otro sitio…
Pero Elena se pone en pie con expresión decidida.
—Tengo que hacerlo.
—Es lo correcto, querida —dice la enfermera—. Es mucho mejor tomar precauciones. Ojalá todas las chicas tomarais precauciones.
Y por algún motivo, me mira directamente a mí.
Vaya, señora… Tranquilícese. Todavía soy virgen.
Aunque puede que no siga siéndolo por mucho tiempo. Quizá debería tomarme la píldora también. Solo por si las moscas.
Después de diez minutos, Elena sale de la consulta sonriente, como si le hubieran quitado un peso de encima. Le da las gracias a la enfermera efusivamente. De hecho, se lo agradece tantas veces que me veo obligada a recordarle que tenemos que regresar al instituto.
Ya fuera, me dice:
—Ha sido muy fácil. Ni siquiera he tenido que quitarme la ropa. Solo me ha preguntado cuándo fue la última vez que tuve la regla.
—Genial —digo mientras subo al coche. No puedo sacarme de la cabeza la imagen de la chica que lloraba. ¿Lloraba porque se sentía triste o a causa del alivio? ¿O solo estaba asustada? En cualquier caso, ha sido espantoso. Abro un poco la ventanilla y enciendo un cigarrillo—. Ele, ¿cómo te has enterado de la existencia de este lugar? Y dime la verdad.
—Zayn me habló de él.
—¿Y cómo lo conocía él?
—Diana LaMadrid se lo dijo —susurra.
Asiento y echo el humo por fuera de la ventanilla, al aire frío.
Me parece que todavía no estoy lo bastante preparada para todo esto.
—¿Astrología? Ay, no… Tú no, Ali —dice Walt.
Cierro el libro y vuelvo a dejarlo en la estantería.
—¿Qué tiene de malo la astrología?
—Es una gilipollez —responde Walt con una mueca de desprecio—. Es absurdo creer que se puede predecir la vida de la gente a partir de su fecha de nacimiento. ¿Sabes cuántas personas nacen cada día? Dos millones quinientas noventa y cinco personas exactamente. ¿Cómo es posible que dos millones quinientas noventa y cinco personas tengan algo en común?
—¿No te ha dicho nadie que últimamente estás de un humor de perros?
—¿De qué hablas? Siempre he sido así.
—No es por la ruptura, ¿verdad?
—No, no lo es.
—Entonces, ¿a qué se debe?
—Elena no deja de llorar.
Suelto un suspiro.
—¿Es por mi culpa?
—No todo es por tu culpa, Ali. Al parecer, ha tenido una especie de pelea con Zayn. Me ha enviado a buscarte. Está en el servicio de chicas que hay al lado del laboratorio de química.
—No tienes por qué hacerle de recadero.
—No me importa —asegura Walt, como si toda la situación fuera inevitable—. Es más fácil que no hacerlo.
A Walt le pasa algo, sin duda, pienso mientras corro a buscar a Elena. Siempre ha sido un poco sarcástico y algo cínico, que es precisamente lo que más me gusta de él. Pero jamás me ha parecido tan harto del mundo; es como si el día a día le hubiera arrebatado la fortaleza para seguir adelante.
Abro la puerta del pequeño aseo que hay en la parte antigua del instituto, el que no utiliza casi nadie porque el espejo está hecho un asco y las instalaciones son de hace unos sesenta años. Las pintadas arañadas en las puertas también parecen de hace sesenta años. Mi favorita es: «Si quieres pasar un buen rato, llama a Myrtle». Por favor, ¿cuándo fue la última vez que alguien llamó «Myrtle» a su hija?
—¿Quién está ahí? —grita Elena.
—Soy yo.
—¿Hay alguien contigo?
—No.
—Vale —dice antes de salir del aseo. Tiene la cara hinchada y llena de manchas ocasionadas por las lágrimas.
—Por Dios, Elena… —le digo antes de ofrecerle una toallita de papel.
Se suena la nariz y me mira por encima del pañuelo.
—Sé que estás muy ocupada con Kian ahora, pero necesito tu ayuda.
—Vale —replico con mucho tiento.
—Porque tengo que ir al médico. Y no quiero ir sola.
—Claro. —Sonrío, contenta de que las cosas se hayan arreglado entre nosotras—.
¿Cuándo?
—Ahora.
—¿¿Ahora??
—A menos que tengas algo mejor que hacer.
—No, nada. Pero ¿por qué ahora, Elena? —pregunto, cada vez más suspicaz—. ¿A qué clase de médico tienes que ir?
—Ya sabes —contesta bajando la voz—. A uno de esos médicos que se encargan de… las cosas de mujeres.
—¿Como el aborto? —No puedo evitarlo. Las palabras salen de mi boca en una exclamación ahogada.
Elena parece aterrorizada.
—Ni siquiera menciones esa palabra.
—¿Estás…?
—¡No! —responde en un susurro furioso—. Pero creí que podría estarlo. Aunque me bajó la regla el lunes…
—Así que lo has hecho… sin protección.
—Esas cosas no se planean, ¿sabes? —dice Elena a la defensiva—. Y él siempre eyacula fuera.
—Ay, Elena… —Aunque en realidad nunca he practicado el sexo, conozco bastante bien las teorías, y la principal dice que el método de «la marcha atrás» es famoso por su escaso éxito. Y Elena también debería saberlo—. ¿No estás tomando la píldora?
—Bueno, lo estoy intentando. —Me mira con rabia—. Por eso quiero ir a ese médico de East Milton.
East Milton está justo al lado de nuestra ciudad, pero dicen que se cometen muchos delitos, así que nadie va. Ni siquiera pasan por allí bajo ninguna circunstancia. Para ser sincera, ni siquiera puedo creerme que haya un consultorio médico.
—¿Cómo has encontrado a ese médico?
—En las Páginas Amarillas. —Por el tono de su voz, sé que está mintiendo—.
Llamé y pedí una cita para hoy a las doce y media. Y tú tienes que venir conmigo. Eres la
única persona en la que puedo confiar. Porque no puedo ir con Walt, ¿no te parece?
—¿Por qué no vas con Zayn? Es la persona responsable de todo esto, ¿no?
—Está cabreado conmigo —dice Elena—. Cuando se enteró de que podría estar embarazada, se asustó y no quiso hablar conmigo en veinticuatro horas.
Hay algo en todo esto que no tiene sentido.
—Pero, Elena… —me atrevo a replicar—, cuando te vi el domingo por la tarde dijiste que te habías acostado con Zayn por primera vez…
—No, no es cierto.
—Sí, sí que lo es.
—No me acuerdo. —Coge un puñado de toallas de papel y se tapa la cara con ellas.
—Esa no fue la primera vez, ¿verdad? —Ella niega con la cabeza—. Te habías acostado con él antes.
—La noche que estuvimos en The Emerald —me confiesa.
Asiento con lentitud. Me acerco a la diminuta ventana del baño y contemplo el exterior.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Ay, Ali, no podía… —dice entre sollozos—. Lo siento mucho. Quería decírtelo, pero estaba asustada. ¿Y si la gente lo descubría? ¿Y si se enteraba Walt? Todo el mundo me consideraría una furcia.
—Yo jamás te consideraría una furcia. No pensaría que eres una furcia ni aunque te acostaras con cien hombres.
Eso la hace reír.
—¿Crees que una mujer puede acostarse con cien hombres?
—Creo que sí, si se esfuerza mucho, mucho. Tendría que acostarse con un tipo diferente cada semana. Durante dos años. No tendría tiempo para otra cosa que para el sexo.
Elena tira el papel a la basura y se mira al espejo mientras se da unas palmaditas en la cara con agua fresca.
—Eso me recuerda a Zayn. No piensa en otra cosa más que en el sexo.
¿En serio? Mierda. ¿Quién se habría imaginado que el empollón de Zayn fuera semejante semental?
Tendríamos que haber llegado al consultorio médico en menos de quince minutos, pero ya han pasado treinta y todavía no hemos logrado encontrarlo. Hasta el momento, hemos estado a punto de chocar contra dos coches, nos hemos subido a cuatro bordillos y hemos atropellado un puñado de patatas fritas. Elena insistió en que nos detuviéramos de camino en un McDonald’s, y una vez que metimos la comida en el coche salió del aparcamiento dando tales bandazos que mis patatas fritas salieron volando por la ventanilla.
¡Se acabó!, deseo gritar. Pero no puedo hacerlo… no si quiero llevar a una de mis mejores amigas a un matasanos para que le recete píldoras anticonceptivas. Así que, cuando consulto mi reloj de muñeca y veo que son más de las doce y media, sugiero con delicadeza que nos detengamos en la próxima gasolinera.
—¿Por qué? —pregunta Elena.
—Allí hay mapas.
—No necesitamos un mapa.
—¿Qué te pasa? ¿Es que ahora eres un tío o qué? —Abro la guantera y miro en el interior, desesperada. Está vacía—. Además, necesitamos cigarrillos.
—La idiota de mi madre… —dice Elena—. Está intentando dejarlo. Odio que haga eso.
Por suerte, el tema de los cigarrillos nos hace olvidar que nos hemos perdido, que estamos en la ciudad más peligrosa de Connecticut y que somos unas fracasadas. Además, es suficiente para que paremos en una gasolinera, donde me veo obligada a coquetear con el empleado lleno de granos mientras Elena hace una visita urgente al mugriento cuarto de baño.
Le muestro al empleado el trozo de papel con la dirección.
—Ah, claro —dice—. Esa calle está justo a la vuelta de la esquina. —Luego empieza a hacer sombras chinescas en el costado del edificio.
—Se te da muy bien hacer el conejito —comento.
—Lo sé —dice él—. Voy a dejar este trabajo muy pronto. Pienso dedicarme a hacer sombras chinescas para fiestas de niños.
—Estoy segura de que tendrás una gran clientela. —De pronto, me siento un poco
emocionada por este tierno chico lleno de granos que quiere hacer sombras chinescas para fiestas de niños. No se parece en nada a ninguno de los alumnos del Instituto Castlebury.
Cuando Elena regresa, la obligo a entrar en el coche a toda prisa. Mientras abandonamos la gasolinera, coloco los dedos de la mano para formar un perro ladrando.
—¿A qué ha venido eso? —pregunta Elena—. Lo de la mano. ¿Desde cuándo te dedicas a hacer sombras chinescas?
Desde que tú decidiste practicar sexo sin contármelo, me entran ganas de decirle, pero no lo hago.
—Siempre las he hecho, lo que pasa es que nunca te has fijado.
La consulta del médico se encuentra en una calle residencial llena de pequeñas casas amontonadas unas junto a otras. Cuando llegamos al número 46, Elena y yo nos miramos la una a la otra, como si la dirección no pudiera estar bien. No es más que otra casa: un pequeño bungalow azul con la puerta roja. Detrás de la casa descubrimos otra puerta con un cartel que reza CONSULTORIO MÉDICO. Pero, ahora que hemos encontrado por fin al doctor, Elena está aterrorizada.
—No puedo hacerlo —dice derrumbada contra el volante—. No puedo entrar ahí.
Sé que debería echarle la bronca por haberme hecho venir hasta East Milton para nada, pero sé muy bien cómo se siente. Desea aferrarse al pasado, ser la de siempre. Está demasiado asustada para avanzar hacia el futuro. Porque ¿quién sabe lo que puede depararnos el futuro?
No obstante, es probable que ya sea demasiado tarde para echarse atrás.
—Mira —le digo—. Entraré ahí para ver qué tal está. Si está bien, volveré a buscarte. Si no he vuelto en cinco minutos, llama a la policía.
Pegado a la puerta hay un trozo de papel que dice: «Llamen con fuerza». Llamo con fuerza. Llamo con tanta fuerza que casi me salen moratones en los nudillos.
La puerta se abre un poco y una mujer de mediana edad ataviada con un uniforme de enfermera se asoma por la rendija.
—¿Sí?
—Mi amiga tiene una cita.
—¿Para qué? —pregunta.
—¿Para una receta de píldoras anticonceptivas? —susurro.
—¿Tú eres esa supuesta amiga? —exige saber.
—No —contesto desconcertada—. Mi amiga está en el coche.
—Será mejor que entre rápido. El doctor está ocupadísimo hoy.
—Vale —digo antes de asentir. Siento la cabeza como la de uno de esos perros que los camioneros colocan en el salpicadero.
—O traes a tu «amiga» o entras de una vez —dice la enfermera.
Me vuelvo y le hago un gesto a Maggie con la mano. Y, por una vez en su vida, sale a la primera del coche.
Entramos en la clínica. Nos encontramos en una diminuta sala de espera que debía de haber sido originalmente la sala para desayunar de la casa. El papel de las paredes tiene teteras dibujadas. Hay seis sillas de metal y una mesita de café llena de ejemplares de revistas para niños. Una chica de nuestra edad más o menos ocupa una de las sillas.
—El doctor os atenderá muy pronto —le dice la enfermera a Elena antes de marcharse.
Nos sentamos.
Contemplo a la chica, que nos mira con hostilidad. Lleva un peinado típico de los ochenta, corto por delante y muy largo por detrás. Se ha pintado los párpados con una línea negra que se transforma en dos pequeñas alas, como si los ojos fueran a salir volando de su cara. Parece dura, desgraciada y algo cabreada. En realidad, parece que quisiera darnos una paliza. Intento sonreírle, pero ella me mira encolerizada y coge una de las revistas para niños. Luego vuelve a dejarla sobre la mesa y dice:
—¿Se puede saber qué miras?
No estoy preparada para otra pelea de chicas, así que respondo con la mayor dulzura posible:
—Nada.
—¿En serio? —dice ella—. Pues será mejor que no mires nada.
—No miro nada. Lo prometo.
Al final, antes de que la cosa llegue a más, la puerta se abre y aparece la enfermera, que escolta a otra chica a la que lleva agarrada por los hombros. La muchacha se parece un poco a su amiga, pero llora en silencio y se limpia las lágrimas de las mejillas con la manga.
—Estás bien, querida —dice la enfermera con sorprendente amabilidad—. El doctor dice que todo ha ido bien. Nada de aspirinas durante los tres próximos días. Y nada de sexo en al menos dos semanas. —La chica asiente sin dejar de llorar.
Su amiga se levanta de un salto y le rodea la cara con las manos.
—Venga, Sal. Todo va bien. Todo saldrá bien. —Y, tras una última mirada asesina, se aleja con su compañera.
La enfermera sacude la cabeza y luego mira a Elena.
—El doctor te atenderá ahora.
—Elena —susurro—, no tienes por qué hacer esto. Podemos ir a cualquier otro sitio…
Pero Elena se pone en pie con expresión decidida.
—Tengo que hacerlo.
—Es lo correcto, querida —dice la enfermera—. Es mucho mejor tomar precauciones. Ojalá todas las chicas tomarais precauciones.
Y por algún motivo, me mira directamente a mí.
Vaya, señora… Tranquilícese. Todavía soy virgen.
Aunque puede que no siga siéndolo por mucho tiempo. Quizá debería tomarme la píldora también. Solo por si las moscas.
Después de diez minutos, Elena sale de la consulta sonriente, como si le hubieran quitado un peso de encima. Le da las gracias a la enfermera efusivamente. De hecho, se lo agradece tantas veces que me veo obligada a recordarle que tenemos que regresar al instituto.
Ya fuera, me dice:
—Ha sido muy fácil. Ni siquiera he tenido que quitarme la ropa. Solo me ha preguntado cuándo fue la última vez que tuve la regla.
—Genial —digo mientras subo al coche. No puedo sacarme de la cabeza la imagen de la chica que lloraba. ¿Lloraba porque se sentía triste o a causa del alivio? ¿O solo estaba asustada? En cualquier caso, ha sido espantoso. Abro un poco la ventanilla y enciendo un cigarrillo—. Ele, ¿cómo te has enterado de la existencia de este lugar? Y dime la verdad.
—Zayn me habló de él.
—¿Y cómo lo conocía él?
—Diana LaMadrid se lo dijo —susurra.
Asiento y echo el humo por fuera de la ventanilla, al aire frío.
Me parece que todavía no estoy lo bastante preparada para todo esto.
Jourdan Grey.
Re: Lo que el corazón quiere (CAPITULO 11,12)
¿Como puede ser que ya hayas subido capítulo? Me mareo. Comento para ser la primera después te dejo comment largo.
kuchta
Re: Lo que el corazón quiere (CAPITULO 11,12)
Capítulo 12
¨Aguanta ahí¨
—¡Missy! —grito mientras aporreo la puerta del baño—. Missy, necesito entrar.
Silencio.
—Estoy ocupada —dice al final.
—¿Haciendo qué?
—No es asunto tuyo.
—Missy, por favor. Kian llegará en menos de treinta minutos.
—¿Y? Puede esperar.
No, no puede… eso creo. O, mejor dicho, la que no puede esperar soy yo. Me muero de ganas de salir de casa. Me muero de ganas de largarme de aquí.
Llevo diciéndome eso toda la semana. La parte de «largarme de aquí», sin embargo, es inespecífica. Puede que sencillamente quiera alejarme de mi vida.
Durante las dos últimas semanas, desde el incidente de la biblioteca, las dos Jen han estado acosándome. Se asoman a la piscina en los entrenamientos de natación y me abuchean cuando realizo los saltos. Me han seguido al centro comercial, al supermercado e incluso a la farmacia, donde vivieron la emocionante experiencia de verme comprar tampones. Y ayer encontré una tarjeta en mi taquilla. En la parte delantera había un dibujo de un sabueso con un termómetro en la boca y una bolsa de agua caliente en la cabeza. Dentro, alguien había escrito la palabra «No» antes de las letras impresas «Espero que te mejores pronto», y debajo «Ojalá estuvieras muerta».
—Diana nunca haría algo así —protestó Zayn.
Anastacia, Elena y yo lo fulminamos con la mirada.
Zayn levantó las manos a la defensiva.
—Queríais saber mi opinión, ¿no? Pues esa es mi opinión.
—¿Quién más haría algo así? —preguntó Elena—. Es la única que tiene una razón de peso.
—No necesariamente —dijo Zayn—. Mira, Ali, no quiero herir tus sentimientos, pero puedo prometerte que Diana LaMadrid ni siquiera sabe quién eres.
—Ahora sí —señaló Anastacia.
Elena estaba alucinada.
—¿Por qué no iba a saber quién es Allison?
—No me refiero a que no sepa quién es Allison Needleman, lo que digo es que Allison Needleman no ocupa un lugar importante en su lista de preocupaciones.
—Gracias —le dije a Zayn.
Y luego me enfadé con Elena por salir con él. Y luego con Anastacia por ser amiga de ellos. Y ahora estoy furiosa con mi hermana Missy por encerrarse en el baño.
—Voy a entrar —aseguro en tono amenazador. Pruebo a abrir la puerta. No tiene echado el cerrojo. Dentro, Missy está en la bañera con las piernas embadurnadas de crema depilatoria Nair.
—¿Te importa? —pregunta antes de cerrar de un tirón la cortina de la bañera.
—¿Te importa a ti? —replico mientras me dirijo al espejo—. Llevas aquí dentro más de veinte minutos. Tengo que arreglarme.
—¿Qué narices te pasa?
—Nada —replico con un gruñido.
—Será mejor que acabes con ese malhumor, o Kian tampoco querrá estar contigo.
Salgo del baño como una exhalación. En mi dormitorio, cojo El consenso, lo abro por la primera página y observo con rabia la diminuta firma de Mary Gordon Howard. Parece la letra de una bruja. Le doy una patada al libro y lo envío debajo de la cama. Me tumbo y me cubro la cara con las manos.
Ni siquiera habría recordado ese maldito libro ni a la maldita Mary Gordon Howard si no me hubiera pasado las últimas horas buscando mi bolsito especial: el bolso francés que mi madre me dejó. Se sentía culpable por habérselo comprado, ya que era muy caro; no obstante, lo pagó con su propio dinero y siempre decía que toda mujer debería tener un bolso y unos zapatos buenos de verdad.
Ese bolso de mano es mi posesión más preciada. Lo trato como si fuera una joya y solo lo utilizo en ocasiones especiales. Y siempre vuelvo a guardarlo en su funda de tela y después en su caja original. Tengo la caja escondida en el fondo del armario. Pero esta vez, cuando he ido a sacarla, no estaba allí. En su lugar estaba El consenso, que también había escondido al fondo del armario. La última vez que utilicé ese bolso fue hace seis meses, cuando Lali y yo fuimos a Boston. Ella no dejaba de mirarlo y de preguntarme si se lo prestaría alguna vez. Le dije que sí, aunque el mero hecho de imaginar a Lali con el bolso de mi madre me puso la carne de gallina. A ella también debió de ponérsele la carne de gallina… lo suficiente para que nunca me lo haya vuelto a pedir. Después de ese viaje, recuerdo muy bien haberlo guardado en su bolsa, porque decidí que no lo usaría de nuevo hasta que fuera a Nueva York.
Sin embargo, Kian me ha dicho que cenaríamos en ese restaurante francés de lujo que hay en Hartford, The Brownstone, y si esta no es una ocasión especial, no sé cuál lo será.
Y ahora el bolso ha desaparecido. Todo mi mundo se ha venido abajo.
Dorrit, pienso de repente. Ha pasado de sisarme los pendientes a robarme el bolso.
Entro en tromba en su habitación.
Dorrit ha estado demasiado tranquila esta semana. No ha causado sus acostumbrados alborotos, y eso en sí ya resulta sospechoso. Ahora está tumbada en su cama, hablando por teléfono. En la pared, por encima de ella, hay un póster de un gato tumbado en la rama de un árbol. «Aguanta ahí», dice el pie de foto.
Dorrit tapa el auricular del teléfono con la mano.
—¿Sí?
—¿Has visto mi bolso?
Aparta la mirada, lo cual que me permite confirmar que es culpable.
—¿Qué bolso? ¿Tu bolso grande de cuero? Creo que lo he visto en la cocina.
—El bolso de mamá.
—No lo he visto —dice con exagerada expresión de inocencia—. ¿No lo tenías
escondido en tu armario?
—Allí no está.
Dorrit se encoge de hombros y sigue con su conversación telefónica.
—¿Te importa que mire en tu habitación? —le pregunto con voz despreocupada.
—Adelante —responde ella. Es astuta. Si dijera que sí le importa se notaría que es culpable.
Busco en sus armarios, en sus cajones y bajo la cama. Nada.
—¿Lo ves? —pregunta Dorrit con el típico tono de «ya te lo dije». Pero, en su momento triunfal, sus ojos se desvían hacia el gigantesco panda de peluche que hay sobre la mecedora, en uno de los rincones de la habitación. El oso panda que supuestamente le regalé cuando nació.
—Ay, no, Dorrit… —le digo sacudiendo la cabeza—. El señor Panda no…
—¡No lo toques! —grita. Se levanta de un salto de la cama y deja caer el teléfono al
suelo.
Cojo al señor Panda y salgo a la carrera.
Dorrit me sigue. Noto que el señor Panda ha engordado sospechosamente mientras me dirijo a mi habitación.
—¡Déjalo en paz! —exige Dorrit.
—¿Por qué? —pregunto—. ¿Es que el señor Panda se ha portado mal últimamente?
—¡No!
—Creo que sí. —Palpo la parte trasera del oso de peluche y encuentro una larga abertura que ha sido cerrada con mucho cuidado con imperdibles.
—¿Qué pasa aquí? —Missy se acerca a toda prisa, con las piernas llenas de espuma. —Esto —respondo mientras quito los imperdibles.
—Allison, ¡no lo hagas! —grita Dorrit cuando meto la mano por la abertura. Lo primero que encuentro es la pulsera plateada que no veía desde hace meses. Después de la pulsera viene una pequeña pipa, del tipo que se usa para fumar marihuana—. No es mía, te lo prometo. Es de Cheryl, una amiga mía —insiste Dorrit—. Me pidió que se la guardara.
—Claro, claro… —replico mientras le entrego la pipa a Missy. Un momento después, mi mano topa con la superficie suave y granulosa del bolso de mi madre—. ¡Ajá! —exclamo antes de sacarlo. Lo coloco sobre la cama, donde las tres lo miramos con expresión atónita.
Está destrozado. Toda la parte delantera (con la elegante solapa que mi madre solía utilizar para guardar el talonario y las tarjetas de crédito) está llena de manchas rosadas. Manchas rosadas del mismo tono que el esmalte de uñas que lleva Dorrit.
Estoy demasiado desconcertada para decir algo.
—Dorrit, ¿cómo has podido? —grita Missy—. Ese era el bolso de mamá. ¿Por qué has tenido que estropear el bolso de mamá? ¿No pudiste estropear el tuyo, por ejemplo?
—¿Por qué Allison tiene que quedarse siempre con todo lo que era de mamá? —responde Dorrit a gritos.
—Eso no es cierto —le digo, aunque me sorprendo a mí misma por lo tranquilas y razonables que suenan mis palabras.
—Mamá le dejó ese bolso a Allison porque es la mayor —dice Missy.
—Eso es mentira —asegura Dorrit entre sollozos—. Se lo dejó porque la quería más
a ella.
—Dorrit, eso no es cierto…
—Sí que lo es. Mamá quería que Ali fuera igual que ella. Pero ahora mamá está muerta y Allison sigue viva. —Es la clase de comentario que te provoca un nudo en la garganta.
Dorrit sale corriendo de la habitación. Y de pronto estallo en lágrimas.
No se me da bien llorar. Se supone que algunas mujeres lloran con mucho estilo, como las chicas de Lo que el viento se llevó. Pero lo cierto es que jamás lo he visto en la vida real. Cuando lloro, mi cara se hincha, se me caen los mocos y no puedo respirar.
—¿Qué diría mamá? —le pregunto a Missy entre suspiros.
—Bueno, creo que en estos momentos no puede decir nada —contesta Missy.
El humor negro. No sé qué haríamos sin él.
—Eso es verdad, sí… —Suelto una risita entre un hipido y otro—. No es más que un bolso de mano, ¿verdad? No es una persona ni nada de eso.
—Creo que deberíamos pintar de rosa al señor Panda —dice Missy—. Eso le enseñaría a Dorrit una buena lección. Dejó un bote de esmalte rosa abierto bajo el lavabo. Estuve a punto de tirarlo cuando cogí la crema depilatoria.
Salgo corriendo hacia el cuarto de baño.
—¿Qué haces? —chilla Missy cuando empiezo mi obra de arte.
Una vez terminada, la sostengo en alto para inspeccionarla.
—Está genial —dice Missy, que asiente a modo de elogio.
Lo giro de un lado a otro, satisfecha. Es verdad que está genial.
—Cuando es deliberado —le digo al darme cuenta de una cosa—, es chic.
—Madre mía… Me encanta tu bolso —me dice efusivamente la jefa de comedor. Lleva un vestido negro de lycra y el pelo cardado con marcadas ondas—. Nunca he visto uno parecido. ¿Ese es tu nombre? ¿Allison?
Asiento.
—Yo soy Eileen —dice—. Me encantaría tener un bolso como ese con mi nombre.
Coge dos menús y los sostiene en alto mientras nos acompaña a una mesa para dos situada frente a la chimenea.
—Es la mesa más romántica del establecimiento —susurra mientras nos entrega los menús—. Que lo paséis bien, chicos.
—Lo haremos —dice Kian, que desdobla su servilleta con una sacudida.
Le muestro el bolso.
—¿Te gusta?
—No es más que una faltriquera, Allison —responde.
—Kian, este no es un bolso cualquiera. Y no deberías llamar faltriquera a un bolso de mano. La faltriquera era lo que utilizaba la gente para llevar las monedas en el siglo XVII. Solían esconderla por dentro de la ropa para engañar a los ladrones. Un bolso, sin embargo, ha sido creado para ser visto. Y este no es un bolso viejo cualquiera. Era de mi madre… —Me quedo callada. Está claro que no le interesa lo más mínimo la procedencia de mi bolso.
Pufff. Hombres, pienso mientras abro el menú.
—Me gusta quien lo lleva —dice.
—Gracias. —Todavía estoy un poco enfadada con él.
—¿Qué te gustaría pedir?
Supongo que debemos comportarnos con formalidad ahora que estamos en un restaurante de lujo.
—Todavía no lo he decidido.
—¿Camarero? —dice Kian—. ¿Podría traernos un par de martinis, por favor? Con aceitunas en lugar de cáscara de limón en forma de espiral. —Se inclina hacia mí—. Aquí preparan los mejores martinis.
—A mí me gustaría tomar un Singapore Sling.
—Allison… —me dice—. No puedes tomarte un Singapore Sling.
—¿Por qué no?
—Porque este es un sitio donde la especialidad son los martinis. Y un Singapore Sling es lo que piden los niños. —Me mira por encima del menú—. Y hablando de niños, ¿qué te pasa esta noche?
—Nada.
—Estupendo. En ese caso, intenta comportarte con normalidad.
Abro la carta y lo miro con el entrecejo fruncido.
—Las chuletillas de cordero son excelentes. Y también la sopa francesa de cebolla. Era mi plato favorito en Francia. —Levanta la mirada y sonríe—. Solo intento ser útil.
—Gracias —le digo con cierto tono sarcástico. Pero me disculpo de inmediato—: Lo siento.
¿Qué demonios me pasa? ¿Por qué estoy de tan mal humor? Nunca he estado de mal humor con Kian.
—Bueno —dice antes de cogerme de la mano—, ¿cómo te ha ido la semana?
—Fatal —contesto justo en el momento en el que llega el camarero con los martinis.
—Un brindis —propone— por las semanas horribles.
Doy un sorbo a la bebida y la dejo con cuidado en la mesa.
—Hablo en serio, Kian. Esta semana ha sido espantosa.
—¿Por mi culpa?
—No. No ha sido por tu culpa. O, al menos, no directamente. Lo que pasa es que Diana LaMadrid me odia…
—Allison —me interrumpe—, si no puedes soportar la polémica, no deberías salir conmigo.
—Sí que puedo…
—Está bien.
—¿Siempre hay polémica cuando sales con alguien?
Se reclina en la silla y me mira con arrogancia.
—Por lo general, sí.
Ajá. Kian es un tipo al que le encanta el drama. Pero a mí también. Así que tal vez seamos perfectos el uno para el otro. Tengo que hablar de esto con Anastacia, pienso.
—Así que sopa francesa de cebolla y chuletillas de cordero para ti, ¿no? —pregunta para pedírselo al camarero.
—Perfecto. —Le sonrío por encima del borde de la copa de martini.
Pero hay un problema: no quiero tomar sopa francesa de cebolla. He comido cebolla y queso toda mi vida. Quiero probar algo exótico y sofisticado, como los caracoles. Pero ya es demasiado tarde. ¿Por qué hago siempre lo que Kian quiere?
Cuando levanto la copa, una mujer pelirroja que lleva puesto un vestido rojo sin medias choca contra mí y derrama la mitad de mi bebida.
—Lo siento, encanto —dice arrastrando las palabras. Da un paso atrás para fijarse en lo que parece una escena romántica entre Kian y yo—. El amor juvenil… —comenta con una sonrisa burlona antes de alejarse haciendo eses.
Intento arreglar el lío con la servilleta.
—¿A qué ha venido eso?
—Es una borracha de mediana edad. —Kian se encoge de hombros.
—No puede evitar tener la edad que tiene, ¿sabes?
—Ya. Pero no hay nada peor que una mujer de cierta edad que ha bebido demasiado.
—¿De dónde sacas todas esas ideas?
—Venga, Allison. Todo el mundo sabe que las mujeres aguantan mal la bebida.
—¿A los hombres se les da mejor?
—¿Por qué estamos manteniendo esta discusión?
—Supongo que pensarás que las mujeres también son malas conductoras y malas científicas.
—Hay excepciones. Por ejemplo, tu amiga Anastacia.
¡¿Cómo dices?!
Llega nuestra sopa de cebolla, cubierta de burbujeante queso fundido.
—Ten cuidado —me aconseja—. Está muy caliente.
Dejo escapar un suspiro y soplo una cucharada de queso derretido.
—Aún quiero ir a Francia algún día.
—Yo te llevaré —asegura, y se queda tan fresco—. Quizá podamos ir este verano. —Luego se inclina hacia delante, animado de pronto con esta idea—. Comenzaremos por París. Luego cogeremos el tren hasta Burdeos. Es la región del vino. Después bajaremos a las regiones del sur: Cannes, Saint-Tropez…
Me imagino la torre Eiffel. Una villa blanca sobre una colina. Lanchas motoras. Biquinis. Los ojos de Kian se clavan en los míos, serios, conmovedores. «Te quiero, Allison —susurra en mi imaginación—. ¿Te casarás conmigo?»
Tenía la esperanza de ir a Nueva York este verano, pero si Kian quiere llevarme a Francia, allí estaré.
—¿Hola?
—¿Eh? —Levanto la vista y veo a una mujer rubia que lleva una cinta en la cabeza y sonríe de oreja a oreja.
—Tengo que preguntártelo. ¿Dónde has conseguido ese bolso?
—¿Le importa? —le dice Kian a la rubia. Quita el bolso de la mesa y lo coloca en el suelo.
La mujer se aleja mientras Kian pide otra ronda de martinis. Pero la magia del momento se ha roto, y cuando llegan las chuletillas de cordero nos limitamos a comer en silencio.
—Oye —le digo—. Somos como un viejo matrimonio.
—¿Y eso por qué? —pregunta con tono indiferente.
—Ya sabes, porque estamos comiendo sin decir nada. Eso es lo que más temo. Me entristece ver a esas parejas de los restaurantes que apenas se miran el uno al otro. ¿Para qué se molestan en salir? Si no tienes nada que decir, ¿por qué no te quedas en casa?
—Tal vez la comida del restaurante sea mejor.
—Qué gracioso… —Dejo el tenedor, me limpio la boca con la servilleta y echo una ojeada al restaurante—. Kian, ¿qué te pasa?
—¿Qué te pasa a ti?
—Nada.
—Estupendo.
—Ocurre algo.
—Estoy comiendo, ¿vale? ¿Es que no puedo comerme las chuletillas de cordero sin que me des la lata?
Me encojo de vergüenza. Ahora no mido más de un palmo. Abro bien los ojos y me obligo a no parpadear. Me niego a llorar. Pero la verdad es que me ha dolido.
—Claro —contesto con tono despreocupado.
¿Nos estamos peleando? ¿Cómo demonios ha ocurrido?
Le doy un mordisquito al cordero y luego suelto el cuchillo y el tenedor.
—Me rindo.
—No te gusta el cordero.
—No es eso. Me encanta el cordero. Pero tú estás enfadado conmigo por algo.
—No estoy enfadado.
—Pues te aseguro que a mí me da esa sensación.
Él también suelta los cubiertos.
—¿Por qué las chicas siempre os comportáis igual? ¿Por qué preguntáis siempre qué pasa? Puede que no pase nada. Puede que el chico solo quiera comer.
—Tienes razón —replico en voz baja antes de ponerme en pie.
Durante un segundo, parece aterrorizado.
—¿Adónde vas?
—Al servicio.
Utilizo el baño, me lavo las manos y observo con detenimiento el reflejo de mi cara en el espejo. ¿Por qué me estoy comportando así? Puede que sea a mí a quien le pasa algo.
De pronto me doy cuenta de que estoy asustada.
Si algo ocurriera y perdiera a Kian, me moriría. Si cambiara de opinión y volviera con Diana LaMadrid, me moriría dos veces.
Además, mañana por la noche tengo la cita con George. Quería anularla, pero mi padre no me lo ha permitido.
—Sería una grosería por tu parte —me dijo.
—Pero no me gusta ese chico —repliqué, enrabietada como una niña.
—Es una persona muy agradable y no hay razón para que seas desconsiderada con él.
—Lo desconsiderado sería darle esperanzas.
—Allison —dice mi padre con un suspiro—, quiero que tengas cuidado con Kian.
—¿Qué tiene de malo Kian?
—Pasas muchísimo tiempo con él. Y los padres sabemos de qué van estas cosas. Conocemos a los demás hombres.
En ese momento me enfadé con mi padre también. Pero no tuve el coraje de anular
la cita con George.
¿Y si Kian descubre la cita con George y rompe conmigo?
Mataré a mi padre. Lo juro.
¿Por qué no puedo tener ningún tipo de control sobre mi vida?
Estoy a punto de coger el bolso cuando recuerdo que no lo he traído. Está debajo de la mesa, donde Kian lo ha escondido. Respiro hondo. Me arreglo un poco para animarme, pinto una sonrisa en mi cara, salgo del baño y actúo como si todo fuera bien.
Cuando vuelvo a la mesa, ya nos han retirado los platos.
—Bueno… —le digo con fingida alegría.
—¿Quieres postre? —pregunta Kian.
—¿Y tú?
—Yo te lo he preguntado primero. ¿Te importaría tomar una decisión, por favor?
—Claro. Tomemos postre.
¿Por qué tiene que ser tan insoportable? La tortura china suena incluso mejor.
—Dos tartas de queso —le dice al camarero, pidiendo en mi nombre una vez más.
—Kian…
—¿Sí? —Me mira con intensidad.
—¿Sigues enfadado?
—Mira, Allison, he pasado mucho tiempo planeando esta cita, porque quería llevarte a un restaurante bueno de verdad. Y lo único que haces es regañarme.
—¿Qué? —pregunto. Me ha pillado desprevenida.
—Me da la impresión de que no hago nada bien.
Por un momento, me quedo paralizada por el miedo. ¿Qué estoy haciendo?
Tiene razón, por supuesto. Soy yo quien se está comportando como una idiota, ¿y por qué? ¿Tan asustada estoy por la posibilidad de perderlo que intento alejarlo antes de que pueda romper conmigo?
Ha dicho que quiere llevarme a Francia, por el amor de Dios. ¿Qué más quiero?
—¿Kian? —lo llamo con un hilo de voz.
—¿Sí?
—Lo siento.
—No pasa nada. —Me da unas palmaditas en la mano—. Todo el mundo comete errores.
Asiento y me hundo aún más en la silla, pero Kian ha recuperado de pronto el buen humor. Tira de mi silla para acercarla a la suya y, ante los ojos de todo el restaurante, me besa.
—Llevo toda la noche deseando hacer esto —susurra.
—Yo también —murmuro.
O al menos, eso creía. Sin embargo, me aparto después de unos segundos. Todavía me siento algo enfadada y confusa.
Tomo otro trago de martini y entierro los sentimientos de rabia en las plantas de mis pies, donde, con un poco de suerte, no me causarán más problemas.
Silencio.
—Estoy ocupada —dice al final.
—¿Haciendo qué?
—No es asunto tuyo.
—Missy, por favor. Kian llegará en menos de treinta minutos.
—¿Y? Puede esperar.
No, no puede… eso creo. O, mejor dicho, la que no puede esperar soy yo. Me muero de ganas de salir de casa. Me muero de ganas de largarme de aquí.
Llevo diciéndome eso toda la semana. La parte de «largarme de aquí», sin embargo, es inespecífica. Puede que sencillamente quiera alejarme de mi vida.
Durante las dos últimas semanas, desde el incidente de la biblioteca, las dos Jen han estado acosándome. Se asoman a la piscina en los entrenamientos de natación y me abuchean cuando realizo los saltos. Me han seguido al centro comercial, al supermercado e incluso a la farmacia, donde vivieron la emocionante experiencia de verme comprar tampones. Y ayer encontré una tarjeta en mi taquilla. En la parte delantera había un dibujo de un sabueso con un termómetro en la boca y una bolsa de agua caliente en la cabeza. Dentro, alguien había escrito la palabra «No» antes de las letras impresas «Espero que te mejores pronto», y debajo «Ojalá estuvieras muerta».
—Diana nunca haría algo así —protestó Zayn.
Anastacia, Elena y yo lo fulminamos con la mirada.
Zayn levantó las manos a la defensiva.
—Queríais saber mi opinión, ¿no? Pues esa es mi opinión.
—¿Quién más haría algo así? —preguntó Elena—. Es la única que tiene una razón de peso.
—No necesariamente —dijo Zayn—. Mira, Ali, no quiero herir tus sentimientos, pero puedo prometerte que Diana LaMadrid ni siquiera sabe quién eres.
—Ahora sí —señaló Anastacia.
Elena estaba alucinada.
—¿Por qué no iba a saber quién es Allison?
—No me refiero a que no sepa quién es Allison Needleman, lo que digo es que Allison Needleman no ocupa un lugar importante en su lista de preocupaciones.
—Gracias —le dije a Zayn.
Y luego me enfadé con Elena por salir con él. Y luego con Anastacia por ser amiga de ellos. Y ahora estoy furiosa con mi hermana Missy por encerrarse en el baño.
—Voy a entrar —aseguro en tono amenazador. Pruebo a abrir la puerta. No tiene echado el cerrojo. Dentro, Missy está en la bañera con las piernas embadurnadas de crema depilatoria Nair.
—¿Te importa? —pregunta antes de cerrar de un tirón la cortina de la bañera.
—¿Te importa a ti? —replico mientras me dirijo al espejo—. Llevas aquí dentro más de veinte minutos. Tengo que arreglarme.
—¿Qué narices te pasa?
—Nada —replico con un gruñido.
—Será mejor que acabes con ese malhumor, o Kian tampoco querrá estar contigo.
Salgo del baño como una exhalación. En mi dormitorio, cojo El consenso, lo abro por la primera página y observo con rabia la diminuta firma de Mary Gordon Howard. Parece la letra de una bruja. Le doy una patada al libro y lo envío debajo de la cama. Me tumbo y me cubro la cara con las manos.
Ni siquiera habría recordado ese maldito libro ni a la maldita Mary Gordon Howard si no me hubiera pasado las últimas horas buscando mi bolsito especial: el bolso francés que mi madre me dejó. Se sentía culpable por habérselo comprado, ya que era muy caro; no obstante, lo pagó con su propio dinero y siempre decía que toda mujer debería tener un bolso y unos zapatos buenos de verdad.
Ese bolso de mano es mi posesión más preciada. Lo trato como si fuera una joya y solo lo utilizo en ocasiones especiales. Y siempre vuelvo a guardarlo en su funda de tela y después en su caja original. Tengo la caja escondida en el fondo del armario. Pero esta vez, cuando he ido a sacarla, no estaba allí. En su lugar estaba El consenso, que también había escondido al fondo del armario. La última vez que utilicé ese bolso fue hace seis meses, cuando Lali y yo fuimos a Boston. Ella no dejaba de mirarlo y de preguntarme si se lo prestaría alguna vez. Le dije que sí, aunque el mero hecho de imaginar a Lali con el bolso de mi madre me puso la carne de gallina. A ella también debió de ponérsele la carne de gallina… lo suficiente para que nunca me lo haya vuelto a pedir. Después de ese viaje, recuerdo muy bien haberlo guardado en su bolsa, porque decidí que no lo usaría de nuevo hasta que fuera a Nueva York.
Sin embargo, Kian me ha dicho que cenaríamos en ese restaurante francés de lujo que hay en Hartford, The Brownstone, y si esta no es una ocasión especial, no sé cuál lo será.
Y ahora el bolso ha desaparecido. Todo mi mundo se ha venido abajo.
Dorrit, pienso de repente. Ha pasado de sisarme los pendientes a robarme el bolso.
Entro en tromba en su habitación.
Dorrit ha estado demasiado tranquila esta semana. No ha causado sus acostumbrados alborotos, y eso en sí ya resulta sospechoso. Ahora está tumbada en su cama, hablando por teléfono. En la pared, por encima de ella, hay un póster de un gato tumbado en la rama de un árbol. «Aguanta ahí», dice el pie de foto.
Dorrit tapa el auricular del teléfono con la mano.
—¿Sí?
—¿Has visto mi bolso?
Aparta la mirada, lo cual que me permite confirmar que es culpable.
—¿Qué bolso? ¿Tu bolso grande de cuero? Creo que lo he visto en la cocina.
—El bolso de mamá.
—No lo he visto —dice con exagerada expresión de inocencia—. ¿No lo tenías
escondido en tu armario?
—Allí no está.
Dorrit se encoge de hombros y sigue con su conversación telefónica.
—¿Te importa que mire en tu habitación? —le pregunto con voz despreocupada.
—Adelante —responde ella. Es astuta. Si dijera que sí le importa se notaría que es culpable.
Busco en sus armarios, en sus cajones y bajo la cama. Nada.
—¿Lo ves? —pregunta Dorrit con el típico tono de «ya te lo dije». Pero, en su momento triunfal, sus ojos se desvían hacia el gigantesco panda de peluche que hay sobre la mecedora, en uno de los rincones de la habitación. El oso panda que supuestamente le regalé cuando nació.
—Ay, no, Dorrit… —le digo sacudiendo la cabeza—. El señor Panda no…
—¡No lo toques! —grita. Se levanta de un salto de la cama y deja caer el teléfono al
suelo.
Cojo al señor Panda y salgo a la carrera.
Dorrit me sigue. Noto que el señor Panda ha engordado sospechosamente mientras me dirijo a mi habitación.
—¡Déjalo en paz! —exige Dorrit.
—¿Por qué? —pregunto—. ¿Es que el señor Panda se ha portado mal últimamente?
—¡No!
—Creo que sí. —Palpo la parte trasera del oso de peluche y encuentro una larga abertura que ha sido cerrada con mucho cuidado con imperdibles.
—¿Qué pasa aquí? —Missy se acerca a toda prisa, con las piernas llenas de espuma. —Esto —respondo mientras quito los imperdibles.
—Allison, ¡no lo hagas! —grita Dorrit cuando meto la mano por la abertura. Lo primero que encuentro es la pulsera plateada que no veía desde hace meses. Después de la pulsera viene una pequeña pipa, del tipo que se usa para fumar marihuana—. No es mía, te lo prometo. Es de Cheryl, una amiga mía —insiste Dorrit—. Me pidió que se la guardara.
—Claro, claro… —replico mientras le entrego la pipa a Missy. Un momento después, mi mano topa con la superficie suave y granulosa del bolso de mi madre—. ¡Ajá! —exclamo antes de sacarlo. Lo coloco sobre la cama, donde las tres lo miramos con expresión atónita.
Está destrozado. Toda la parte delantera (con la elegante solapa que mi madre solía utilizar para guardar el talonario y las tarjetas de crédito) está llena de manchas rosadas. Manchas rosadas del mismo tono que el esmalte de uñas que lleva Dorrit.
Estoy demasiado desconcertada para decir algo.
—Dorrit, ¿cómo has podido? —grita Missy—. Ese era el bolso de mamá. ¿Por qué has tenido que estropear el bolso de mamá? ¿No pudiste estropear el tuyo, por ejemplo?
—¿Por qué Allison tiene que quedarse siempre con todo lo que era de mamá? —responde Dorrit a gritos.
—Eso no es cierto —le digo, aunque me sorprendo a mí misma por lo tranquilas y razonables que suenan mis palabras.
—Mamá le dejó ese bolso a Allison porque es la mayor —dice Missy.
—Eso es mentira —asegura Dorrit entre sollozos—. Se lo dejó porque la quería más
a ella.
—Dorrit, eso no es cierto…
—Sí que lo es. Mamá quería que Ali fuera igual que ella. Pero ahora mamá está muerta y Allison sigue viva. —Es la clase de comentario que te provoca un nudo en la garganta.
Dorrit sale corriendo de la habitación. Y de pronto estallo en lágrimas.
No se me da bien llorar. Se supone que algunas mujeres lloran con mucho estilo, como las chicas de Lo que el viento se llevó. Pero lo cierto es que jamás lo he visto en la vida real. Cuando lloro, mi cara se hincha, se me caen los mocos y no puedo respirar.
—¿Qué diría mamá? —le pregunto a Missy entre suspiros.
—Bueno, creo que en estos momentos no puede decir nada —contesta Missy.
El humor negro. No sé qué haríamos sin él.
—Eso es verdad, sí… —Suelto una risita entre un hipido y otro—. No es más que un bolso de mano, ¿verdad? No es una persona ni nada de eso.
—Creo que deberíamos pintar de rosa al señor Panda —dice Missy—. Eso le enseñaría a Dorrit una buena lección. Dejó un bote de esmalte rosa abierto bajo el lavabo. Estuve a punto de tirarlo cuando cogí la crema depilatoria.
Salgo corriendo hacia el cuarto de baño.
—¿Qué haces? —chilla Missy cuando empiezo mi obra de arte.
Una vez terminada, la sostengo en alto para inspeccionarla.
—Está genial —dice Missy, que asiente a modo de elogio.
Lo giro de un lado a otro, satisfecha. Es verdad que está genial.
—Cuando es deliberado —le digo al darme cuenta de una cosa—, es chic.
—Madre mía… Me encanta tu bolso —me dice efusivamente la jefa de comedor. Lleva un vestido negro de lycra y el pelo cardado con marcadas ondas—. Nunca he visto uno parecido. ¿Ese es tu nombre? ¿Allison?
Asiento.
—Yo soy Eileen —dice—. Me encantaría tener un bolso como ese con mi nombre.
Coge dos menús y los sostiene en alto mientras nos acompaña a una mesa para dos situada frente a la chimenea.
—Es la mesa más romántica del establecimiento —susurra mientras nos entrega los menús—. Que lo paséis bien, chicos.
—Lo haremos —dice Kian, que desdobla su servilleta con una sacudida.
Le muestro el bolso.
—¿Te gusta?
—No es más que una faltriquera, Allison —responde.
—Kian, este no es un bolso cualquiera. Y no deberías llamar faltriquera a un bolso de mano. La faltriquera era lo que utilizaba la gente para llevar las monedas en el siglo XVII. Solían esconderla por dentro de la ropa para engañar a los ladrones. Un bolso, sin embargo, ha sido creado para ser visto. Y este no es un bolso viejo cualquiera. Era de mi madre… —Me quedo callada. Está claro que no le interesa lo más mínimo la procedencia de mi bolso.
Pufff. Hombres, pienso mientras abro el menú.
—Me gusta quien lo lleva —dice.
—Gracias. —Todavía estoy un poco enfadada con él.
—¿Qué te gustaría pedir?
Supongo que debemos comportarnos con formalidad ahora que estamos en un restaurante de lujo.
—Todavía no lo he decidido.
—¿Camarero? —dice Kian—. ¿Podría traernos un par de martinis, por favor? Con aceitunas en lugar de cáscara de limón en forma de espiral. —Se inclina hacia mí—. Aquí preparan los mejores martinis.
—A mí me gustaría tomar un Singapore Sling.
—Allison… —me dice—. No puedes tomarte un Singapore Sling.
—¿Por qué no?
—Porque este es un sitio donde la especialidad son los martinis. Y un Singapore Sling es lo que piden los niños. —Me mira por encima del menú—. Y hablando de niños, ¿qué te pasa esta noche?
—Nada.
—Estupendo. En ese caso, intenta comportarte con normalidad.
Abro la carta y lo miro con el entrecejo fruncido.
—Las chuletillas de cordero son excelentes. Y también la sopa francesa de cebolla. Era mi plato favorito en Francia. —Levanta la mirada y sonríe—. Solo intento ser útil.
—Gracias —le digo con cierto tono sarcástico. Pero me disculpo de inmediato—: Lo siento.
¿Qué demonios me pasa? ¿Por qué estoy de tan mal humor? Nunca he estado de mal humor con Kian.
—Bueno —dice antes de cogerme de la mano—, ¿cómo te ha ido la semana?
—Fatal —contesto justo en el momento en el que llega el camarero con los martinis.
—Un brindis —propone— por las semanas horribles.
Doy un sorbo a la bebida y la dejo con cuidado en la mesa.
—Hablo en serio, Kian. Esta semana ha sido espantosa.
—¿Por mi culpa?
—No. No ha sido por tu culpa. O, al menos, no directamente. Lo que pasa es que Diana LaMadrid me odia…
—Allison —me interrumpe—, si no puedes soportar la polémica, no deberías salir conmigo.
—Sí que puedo…
—Está bien.
—¿Siempre hay polémica cuando sales con alguien?
Se reclina en la silla y me mira con arrogancia.
—Por lo general, sí.
Ajá. Kian es un tipo al que le encanta el drama. Pero a mí también. Así que tal vez seamos perfectos el uno para el otro. Tengo que hablar de esto con Anastacia, pienso.
—Así que sopa francesa de cebolla y chuletillas de cordero para ti, ¿no? —pregunta para pedírselo al camarero.
—Perfecto. —Le sonrío por encima del borde de la copa de martini.
Pero hay un problema: no quiero tomar sopa francesa de cebolla. He comido cebolla y queso toda mi vida. Quiero probar algo exótico y sofisticado, como los caracoles. Pero ya es demasiado tarde. ¿Por qué hago siempre lo que Kian quiere?
Cuando levanto la copa, una mujer pelirroja que lleva puesto un vestido rojo sin medias choca contra mí y derrama la mitad de mi bebida.
—Lo siento, encanto —dice arrastrando las palabras. Da un paso atrás para fijarse en lo que parece una escena romántica entre Kian y yo—. El amor juvenil… —comenta con una sonrisa burlona antes de alejarse haciendo eses.
Intento arreglar el lío con la servilleta.
—¿A qué ha venido eso?
—Es una borracha de mediana edad. —Kian se encoge de hombros.
—No puede evitar tener la edad que tiene, ¿sabes?
—Ya. Pero no hay nada peor que una mujer de cierta edad que ha bebido demasiado.
—¿De dónde sacas todas esas ideas?
—Venga, Allison. Todo el mundo sabe que las mujeres aguantan mal la bebida.
—¿A los hombres se les da mejor?
—¿Por qué estamos manteniendo esta discusión?
—Supongo que pensarás que las mujeres también son malas conductoras y malas científicas.
—Hay excepciones. Por ejemplo, tu amiga Anastacia.
¡¿Cómo dices?!
Llega nuestra sopa de cebolla, cubierta de burbujeante queso fundido.
—Ten cuidado —me aconseja—. Está muy caliente.
Dejo escapar un suspiro y soplo una cucharada de queso derretido.
—Aún quiero ir a Francia algún día.
—Yo te llevaré —asegura, y se queda tan fresco—. Quizá podamos ir este verano. —Luego se inclina hacia delante, animado de pronto con esta idea—. Comenzaremos por París. Luego cogeremos el tren hasta Burdeos. Es la región del vino. Después bajaremos a las regiones del sur: Cannes, Saint-Tropez…
Me imagino la torre Eiffel. Una villa blanca sobre una colina. Lanchas motoras. Biquinis. Los ojos de Kian se clavan en los míos, serios, conmovedores. «Te quiero, Allison —susurra en mi imaginación—. ¿Te casarás conmigo?»
Tenía la esperanza de ir a Nueva York este verano, pero si Kian quiere llevarme a Francia, allí estaré.
—¿Hola?
—¿Eh? —Levanto la vista y veo a una mujer rubia que lleva una cinta en la cabeza y sonríe de oreja a oreja.
—Tengo que preguntártelo. ¿Dónde has conseguido ese bolso?
—¿Le importa? —le dice Kian a la rubia. Quita el bolso de la mesa y lo coloca en el suelo.
La mujer se aleja mientras Kian pide otra ronda de martinis. Pero la magia del momento se ha roto, y cuando llegan las chuletillas de cordero nos limitamos a comer en silencio.
—Oye —le digo—. Somos como un viejo matrimonio.
—¿Y eso por qué? —pregunta con tono indiferente.
—Ya sabes, porque estamos comiendo sin decir nada. Eso es lo que más temo. Me entristece ver a esas parejas de los restaurantes que apenas se miran el uno al otro. ¿Para qué se molestan en salir? Si no tienes nada que decir, ¿por qué no te quedas en casa?
—Tal vez la comida del restaurante sea mejor.
—Qué gracioso… —Dejo el tenedor, me limpio la boca con la servilleta y echo una ojeada al restaurante—. Kian, ¿qué te pasa?
—¿Qué te pasa a ti?
—Nada.
—Estupendo.
—Ocurre algo.
—Estoy comiendo, ¿vale? ¿Es que no puedo comerme las chuletillas de cordero sin que me des la lata?
Me encojo de vergüenza. Ahora no mido más de un palmo. Abro bien los ojos y me obligo a no parpadear. Me niego a llorar. Pero la verdad es que me ha dolido.
—Claro —contesto con tono despreocupado.
¿Nos estamos peleando? ¿Cómo demonios ha ocurrido?
Le doy un mordisquito al cordero y luego suelto el cuchillo y el tenedor.
—Me rindo.
—No te gusta el cordero.
—No es eso. Me encanta el cordero. Pero tú estás enfadado conmigo por algo.
—No estoy enfadado.
—Pues te aseguro que a mí me da esa sensación.
Él también suelta los cubiertos.
—¿Por qué las chicas siempre os comportáis igual? ¿Por qué preguntáis siempre qué pasa? Puede que no pase nada. Puede que el chico solo quiera comer.
—Tienes razón —replico en voz baja antes de ponerme en pie.
Durante un segundo, parece aterrorizado.
—¿Adónde vas?
—Al servicio.
Utilizo el baño, me lavo las manos y observo con detenimiento el reflejo de mi cara en el espejo. ¿Por qué me estoy comportando así? Puede que sea a mí a quien le pasa algo.
De pronto me doy cuenta de que estoy asustada.
Si algo ocurriera y perdiera a Kian, me moriría. Si cambiara de opinión y volviera con Diana LaMadrid, me moriría dos veces.
Además, mañana por la noche tengo la cita con George. Quería anularla, pero mi padre no me lo ha permitido.
—Sería una grosería por tu parte —me dijo.
—Pero no me gusta ese chico —repliqué, enrabietada como una niña.
—Es una persona muy agradable y no hay razón para que seas desconsiderada con él.
—Lo desconsiderado sería darle esperanzas.
—Allison —dice mi padre con un suspiro—, quiero que tengas cuidado con Kian.
—¿Qué tiene de malo Kian?
—Pasas muchísimo tiempo con él. Y los padres sabemos de qué van estas cosas. Conocemos a los demás hombres.
En ese momento me enfadé con mi padre también. Pero no tuve el coraje de anular
la cita con George.
¿Y si Kian descubre la cita con George y rompe conmigo?
Mataré a mi padre. Lo juro.
¿Por qué no puedo tener ningún tipo de control sobre mi vida?
Estoy a punto de coger el bolso cuando recuerdo que no lo he traído. Está debajo de la mesa, donde Kian lo ha escondido. Respiro hondo. Me arreglo un poco para animarme, pinto una sonrisa en mi cara, salgo del baño y actúo como si todo fuera bien.
Cuando vuelvo a la mesa, ya nos han retirado los platos.
—Bueno… —le digo con fingida alegría.
—¿Quieres postre? —pregunta Kian.
—¿Y tú?
—Yo te lo he preguntado primero. ¿Te importaría tomar una decisión, por favor?
—Claro. Tomemos postre.
¿Por qué tiene que ser tan insoportable? La tortura china suena incluso mejor.
—Dos tartas de queso —le dice al camarero, pidiendo en mi nombre una vez más.
—Kian…
—¿Sí? —Me mira con intensidad.
—¿Sigues enfadado?
—Mira, Allison, he pasado mucho tiempo planeando esta cita, porque quería llevarte a un restaurante bueno de verdad. Y lo único que haces es regañarme.
—¿Qué? —pregunto. Me ha pillado desprevenida.
—Me da la impresión de que no hago nada bien.
Por un momento, me quedo paralizada por el miedo. ¿Qué estoy haciendo?
Tiene razón, por supuesto. Soy yo quien se está comportando como una idiota, ¿y por qué? ¿Tan asustada estoy por la posibilidad de perderlo que intento alejarlo antes de que pueda romper conmigo?
Ha dicho que quiere llevarme a Francia, por el amor de Dios. ¿Qué más quiero?
—¿Kian? —lo llamo con un hilo de voz.
—¿Sí?
—Lo siento.
—No pasa nada. —Me da unas palmaditas en la mano—. Todo el mundo comete errores.
Asiento y me hundo aún más en la silla, pero Kian ha recuperado de pronto el buen humor. Tira de mi silla para acercarla a la suya y, ante los ojos de todo el restaurante, me besa.
—Llevo toda la noche deseando hacer esto —susurra.
—Yo también —murmuro.
O al menos, eso creía. Sin embargo, me aparto después de unos segundos. Todavía me siento algo enfadada y confusa.
Tomo otro trago de martini y entierro los sentimientos de rabia en las plantas de mis pies, donde, con un poco de suerte, no me causarán más problemas.
- Preciosas:
- La razón por la que subí dos capítulos es porque los tenía escritos y listos aparte posiblemente me ausenten unos días por cuestiones personales. Espero y entiendan y les gusten los capítulos. Les mando un beso ♥
Jourdan Grey.
Re: Lo que el corazón quiere (CAPITULO 11,12)
Espera Essa, me mareo enserio. Necesito respirar.
kuchta
Re: Lo que el corazón quiere (CAPITULO 11,12)
Vamos Walt, si la astrología es preciosa. ¿Cómo es que sabe la cantidad de personas que nacen por día? ¿Cómo es que somos tantos? Me asusté lo juro.
Elena y Zayn. Por Dios, creía a Zayn diferente; resulta que es un adicto al sexo y que apenas Ele esté embarazada la deja. Creo que me enojé un poco.
Yo sé que Walt está mal por la ruptura, muy en el fondo lo sé(?
Me llamó la atención el consultorio médico. Es decir, pasaron muchas cosas y hasta creí que no podría estar más confundida. Me pareció extraño que el lugar esté tan lejos, que Zayn se lo haya recomendado y que a su vez, se lo haya dicho nadie más ni nadie menos que Diana LaMadrid. Hasta me sorprende que Elena haya confiado sabiendo eso. La enfermera es algo rara y lo que pasó con esas dos chicas ahí que una salió llorando también me pareció raro. ¿Que onda con la mujer que estaba en la sala? Le dijo de todo, yo la mandaría a discutir con otro. Hay algo oculto en todo esto.
Vaya, creo que ahora están a mano. Allison no le dijo lo de Kian y Elena no le dijo lo de Zayn; así que bueno. No me sorprendería que Ele esté embarazada y que Ali pierda su virginidad pronto.
Pobre Ali, todo lo que tuvo que pasar en esa semana. Missy se estaba depilando las piernas, por un momento creí que se estaba drogando o que se estaba haciendo un test de embarazo, lo juro.
Ahora las Jen la acosan de nuevo, ¿qué mierda les pasa a esas deformes? ¿No tienen algo más importante que hacer?
La nota que le dejaron en la taquilla a Allison me huele a algo y no precisamente bueno. Ali se enojó conmigo por ser amiga de Ele y de Zayn, vamos, no es mi culpa; si Zayn es un idiota que se cree amigo de otra idiota como Diana es su problema.
"Allison Needleman no está en su lista de preocupaciones" creo que yo sé más de Ali que el propio Zayn, definitivamente hay que ser muy tonto para no darse cuenta de Diana quiere ver muerta a Allisonme iré al infierno por decir eso porque no me gusta pero igual.
El libro de Mary hizo aparición nuevamente. Yo también lo patearía.
Dorrit esconde las cosas de Allison en un oso de peluche. Está celosa. Me acuerdo que cuándo yo era chica me ponía celosa porque mi hermana mayor siempre recibía todas las cosas que mamá ya no necesitaba. Ahora me doy cuenta de que a los cinco años obvio que probablemente mi mamá no me dejara usar unos zapatos de tacón.
Descubrimos que Dorrit es muy mala mintiendo. Vamos sumando datos de personajes.
Me gustaría ver como arregló Allison el bolso de tal forma que digan que es bueno. Yo llego a arreglar un bolso con esmalte y dudo mucho que me quede algo tipo Chanel.
Además de que esté de malhumor Kian también lo está. No es una simple faltriquera nene, es un bolso que le regaló la madre, que trató de esconder y arruinar la hermana y que intentó arreglar con éxito con un esmalte color rosado. No debería parecerte poco.
Si Allison quiere un Singapore dale un Singapore, sin discutir. A mi no me gustan los martinis y si quiero pedir una Coca-Cola en mi primera cita aunque estemos en un restaurante especializado en martinis seguiré pidiendo una Coca.
Lo del brindis por las malas semanas me hizo recordar al brindis que hicimos en fin de año con mi familia "el brindis del peor año"
No entiendo mucho lo de la pelirroja que le tiró su bebida a Allison. Por lo menos que tenga un poco de cuidado, aunque también me suena un poco extraña. El amor juvenil es lo mejor que hay callate.
¿A que vino eso de "Hay excepciones. Por ejemplo, tu amiga Anastacia."? Kian, yo no soy buena conduciendo.
Realmente me pareció más que cierto eso de "el viejo matrimonio" bc es verdad.
Si planeó esa salida tantas veces entonces que la trate bien, parece un estúpido siendo así con una chica. Igual te sigo queriendo Kian(?
Essa mi vida, me encantaron los capítulos y nuevamente, amo como escribes. No te preocupes sobre lo de irte por problemas familiares; yo también tengo muchísimos problemas y cosas que tengo que hacer, por eso me falta el tiempo para escribir y subir. Te quiero muchísimo
PD: Me reí como media hora por lo de que fueron al McDonalds y las papas fritas salían volando por la ventana.
Elena y Zayn. Por Dios, creía a Zayn diferente; resulta que es un adicto al sexo y que apenas Ele esté embarazada la deja. Creo que me enojé un poco.
Yo sé que Walt está mal por la ruptura, muy en el fondo lo sé(?
Me llamó la atención el consultorio médico. Es decir, pasaron muchas cosas y hasta creí que no podría estar más confundida. Me pareció extraño que el lugar esté tan lejos, que Zayn se lo haya recomendado y que a su vez, se lo haya dicho nadie más ni nadie menos que Diana LaMadrid. Hasta me sorprende que Elena haya confiado sabiendo eso. La enfermera es algo rara y lo que pasó con esas dos chicas ahí que una salió llorando también me pareció raro. ¿Que onda con la mujer que estaba en la sala? Le dijo de todo, yo la mandaría a discutir con otro. Hay algo oculto en todo esto.
Vaya, creo que ahora están a mano. Allison no le dijo lo de Kian y Elena no le dijo lo de Zayn; así que bueno. No me sorprendería que Ele esté embarazada y que Ali pierda su virginidad pronto.
Pobre Ali, todo lo que tuvo que pasar en esa semana. Missy se estaba depilando las piernas, por un momento creí que se estaba drogando o que se estaba haciendo un test de embarazo, lo juro.
Ahora las Jen la acosan de nuevo, ¿qué mierda les pasa a esas deformes? ¿No tienen algo más importante que hacer?
La nota que le dejaron en la taquilla a Allison me huele a algo y no precisamente bueno. Ali se enojó conmigo por ser amiga de Ele y de Zayn, vamos, no es mi culpa; si Zayn es un idiota que se cree amigo de otra idiota como Diana es su problema.
"Allison Needleman no está en su lista de preocupaciones" creo que yo sé más de Ali que el propio Zayn, definitivamente hay que ser muy tonto para no darse cuenta de Diana quiere ver muerta a Allison
El libro de Mary hizo aparición nuevamente. Yo también lo patearía.
Dorrit esconde las cosas de Allison en un oso de peluche. Está celosa. Me acuerdo que cuándo yo era chica me ponía celosa porque mi hermana mayor siempre recibía todas las cosas que mamá ya no necesitaba. Ahora me doy cuenta de que a los cinco años obvio que probablemente mi mamá no me dejara usar unos zapatos de tacón.
Descubrimos que Dorrit es muy mala mintiendo. Vamos sumando datos de personajes.
Me gustaría ver como arregló Allison el bolso de tal forma que digan que es bueno. Yo llego a arreglar un bolso con esmalte y dudo mucho que me quede algo tipo Chanel.
Además de que esté de malhumor Kian también lo está. No es una simple faltriquera nene, es un bolso que le regaló la madre, que trató de esconder y arruinar la hermana y que intentó arreglar con éxito con un esmalte color rosado. No debería parecerte poco.
Si Allison quiere un Singapore dale un Singapore, sin discutir. A mi no me gustan los martinis y si quiero pedir una Coca-Cola en mi primera cita aunque estemos en un restaurante especializado en martinis seguiré pidiendo una Coca.
Lo del brindis por las malas semanas me hizo recordar al brindis que hicimos en fin de año con mi familia "el brindis del peor año"
No entiendo mucho lo de la pelirroja que le tiró su bebida a Allison. Por lo menos que tenga un poco de cuidado, aunque también me suena un poco extraña. El amor juvenil es lo mejor que hay callate.
¿A que vino eso de "Hay excepciones. Por ejemplo, tu amiga Anastacia."? Kian, yo no soy buena conduciendo.
Realmente me pareció más que cierto eso de "el viejo matrimonio" bc es verdad.
Si planeó esa salida tantas veces entonces que la trate bien, parece un estúpido siendo así con una chica. Igual te sigo queriendo Kian(?
Essa mi vida, me encantaron los capítulos y nuevamente, amo como escribes. No te preocupes sobre lo de irte por problemas familiares; yo también tengo muchísimos problemas y cosas que tengo que hacer, por eso me falta el tiempo para escribir y subir. Te quiero muchísimo
PD: Me reí como media hora por lo de que fueron al McDonalds y las papas fritas salían volando por la ventana.
kuchta
Re: Lo que el corazón quiere (CAPITULO 11,12)
{Yours Truly} escribió:JOHANNASAID escribió:{Yours Truly} escribió:JOHANNASAID escribió:¡Hola hermosa vane! AMÉ, ME ENCANTÓ, ADORÉ el capítulo. Agradezco mucho que sean así de largos aunque yo misma no siga mi consejo.
Elena no quería bajar pero Zayn lo logró. Zayn como religión. ¡Hola chica! me alegra que te pases a mi novela. Pero tengo una duda... y lo digo en buena manera. ¿Porque haces copy and paste al comentario de otra chica? . Eso es plagio (?)Hola perdon por los problemas la verdad yo no entro sino hasta hoy pero le pedi el favor a mi hermana que entrara ya que ella estaba en el computador, ella me leeyo los capitulos y le pedi el favor que escribiera un comentario por mi ya que yo no podia por trabajos para el cole, pero por lo visto no lo hizo y copio el comentario, lo siento mucho mi hermana aveces por querer juagar en el compu no hace lo que se le pide perdon por todo!!!!
pero me encanta tu novela la he estado leeyendo pero no he podido comentar porquen he estado ocupada.... Hola linda. No te preocupes entiendo lo que te pasa y con que no vuelva a pasar no hay problema. Tu hermana si que se divierte haciendo copy and paste . Me alegra que te guste la novela. Espero tenerte aquí pronto. Suerte con tus deberesHola y gracias por entender, si seguro que si se divierte pero bueno ya estoy aqui!!!!
me encanto tu novela nunca en lo que llevo leyendo novelas habia leido algo tan bueno como esta novela siguela porfis!!!!
JOHANNASAID
Re: Lo que el corazón quiere (CAPITULO 11,12)
DIOS DIOS DIOS DIOS, AMÉ LOS DOS CAPÍTULOS CON TODA MI ALMA. No me lo puedo creer ZAYN IDIOTA ¿Cómo te enfadas conmigo al decirte que a lo mejor podría estar embarazada? ¿Acaso es que no me quieres de verdad? Odio tremendamente los chicos que se van cuándo se enteran de que sus novias están embarazadas pero para mi suerte no lo estoy...pero ¿Estoy loca? Por qué lo hice sin protección o sea, soy una malota . Ese Zayn tiene que venir a pedirme perdón por ser tan idiota, al final me deja de hablar por eso ¡Que corage! Y ahora...DIOS LA HERMANA DE ALI CASI ESTROPEA EL BOLSO DE LA MADRE, es decir, ¿Por qué? Está celosa...pero no significa que su madre quiera más a Ali que a ellas, me dio bastante pena esa parte...Y en la cita de Kian y Ali comprendo que la chica estuviera así de mosqueada con todo lo que le había pasado en la semana, pero las cosas que soltaba a veces Kian molestaban bastante la verdad...debería haberse ahorrado algunas cosas ejem ejem...Valena de mi corazón me encantaron demasiado los dos capítulos fueron como DEJKEDUEDUD, no sé si me entiendes. Tu novela es perfecta y punto. Tienes que seguirla ya pero ya ¿Vale? Te quiero muchísimo mi Valena preciosa
Clouds
Página 12 de 12. • 1, 2, 3 ... 10, 11, 12
Temas similares
» El corazón quiere lo que quiere. Larry Stylinson
» Lo que el corazón quiere (¡RESULTADOS!
» ¿Together? Zayn Malik-_____tn O'Conerll- Harry Styles
» La Apuesta ( Harry Styles y tu ) TERMINADA
» Nadie me quiere todos me odian;-; ¿Quien quiere escribir una novela conmigo?
» Lo que el corazón quiere (¡RESULTADOS!
» ¿Together? Zayn Malik-_____tn O'Conerll- Harry Styles
» La Apuesta ( Harry Styles y tu ) TERMINADA
» Nadie me quiere todos me odian;-; ¿Quien quiere escribir una novela conmigo?
O W N :: Actividades :: Actividades :: Crossovers
Página 12 de 12.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.